
Michael
Reaves y Maya Kaathryn Bohnhoff
El rodiano echó un vistazo por La Guarida del Nexu como si buscase a alguien a quien deseaba
desesperadamente no ver. Sentado frente a él en la tenuemente iluminada mesa de
la esquina del sórdido bar portuario, Dash Rendar se preguntaba con aire
ausente por qué se molestaba siquiera en intentar ver; el aire era una biliosa
mortaja de humo de píldoras letales y otros inhalantes, todos ellos diseñados
para hacer el presente más interesante y el futuro menos alcanzable. Sus
pulmones protestaban a pesar de respirar con cuidado.
Aparte del humo, el lugar olía como lubricante para
droides estancado y fruta fermentada. Había estado en sitios peores. En ese
momento, eso no parecía nada de lo que estar particularmente orgulloso.
Su socio nautolano, Eaden Vrill, lo soportaba del
modo que lo soportaba todo: con silencioso estoicismo. Los nautolanos, como
especie, tendían a no mostrar emociones. Si eso se añadía a las décadas que
Eaden había dedicado a entrenarse en la disciplina del arte marcial del teräs
käsi, el resultado era un alienígena muy
inescrutable. Llevaban trabajando juntos más de cuatro meses, y la mayor parte
del tiempo Dash aún encontraba difícil desentrañar lo que ocurría detrás de los
grandes ojos granates del anfibio.
-De acuegdo, migad –dijo finalmente Kood Gareeda,
con sus órganos vocales dando al básico un sonido sibilante y gomoso que hacía
que comprenderle fuera peliagudo. Una vez más, Dash se asombró por la ocupación
que había elegido el alienígena. Ser monologuista difícilmente era la mejor
elección para alguien cuyas consonantes no podían distinguirse unas de otras.
Tampoco es que la mayor parte del público durase el tiempo suficiente para que
eso llegara a molestarles. Por decirlo sin rodeos, probablemente Darth Vader lo
haría mejor. Pero la preocupación acerca del futuro financiero de Gareeda
tendría que esperar ante la preocupación del suyo propio. En lo que a Dash
concernía, no le quedaba nada salvo lo que tenía encima. Dudaba de que Eaden
quisiera gastarse el dinero, pero un mecánico polivalente sería útil a bordo
del Escolta.
-Vuelve a recordarme para qué está programado –dijo
Dash al rodiano. Habría jurado que el tipo estaba sudando, y los rodianos ni
siquiera tenían glándulas sudoríparas.
Gareeda acarició los rasgos del droide con sus
dedos escamosos.
-Navegación, pilotaje, y agmamento, azí como laz
habilidadez de guepagacionez habitualez en la zeguie LE.
-Y lo estás vendiendo porque...
Otra mirada a la puerta.
-Pogque me infogmagon egóneamente. Me dijegon que
zuz pgotocoloz de zeguguidad habían zido hackeadoz. Me mintiegon. –El rodiano lanzó una mirada asesina al droide
durmiente-. Como guagdaezpaldaz guezulta completamente mopak. Puede dizpagag a zeguez vivoz, pego zin llegag
a daglez guealmente. ¿De qué zigve
ezo?
Un pesado golpe procedente de la dirección de la
puerta volvió a atraer la atención del rodiano. Dash decidió que era hora de
terminar con esa historia.
Comediante o no, el comportamiento de Gareeda
sugería que estaba esperando que algo nada
divertido ocurriera en cualquier momento. Estaba poniendo nervioso incluso a
Eaden, a juzgar por cómo los pesados tentáculos de su cabeza temblaban cada vez
que la nerviosa mirada de Gareeda examinaba la entrada.
Además, si el rodiano realmente estaba bajo algún tipo de presión, eso sólo podía
funcionar en su propio provecho.
-Mil quinientos –ofreció Dash.
Obtuvo una torva mirada de los orbes negros e
insectiles de Gareeda. La carnosa probóscide del cómico hizo un mohín de enfado
por un instante. Luego...
-Eztá bien. Dame loz cgéditoz. Tengo que zalig de
ezta goca.
-Bueno, si necesitas que alguien te lleve fuera del
planeta, también podemos ofrecerte eso.
Los bulbosos ojos del rodiano parecieron sobresalir
aún más.
-No, no. Yo, ah... puedo encontgag otgo pazaje...
-No necesitas hacerlo. Nos tienes a nosotros.
Mil... y un viajecito.
Gareeda emitió un sonido húmedo que era el
equivalente aproximado del rechinar de dientes humano, y luego tendió una mano
escamosa.
-Bien. Hecho. ¿Cuándo oz... noz... magchamoz?
Dash, reprimiendo una sonrisa, le ofreció un
billete de mil créditos.
-Dentro de una hora. Muelle Ochenta y Cuatro Doce.
En las instalaciones del centro de la ciudad.
Gareeda asintió y se levantó para marcharse. Eaden
le detuvo.
-Tiene instalado un perno de contención. ¿Qué le
pasa?
El nauseabundo olor agrio y penetrante del miedo
volvió a invadir el aire.
-Nada. Zólo queguía azegugagme de que no...
deambulaba pog ahí, ezo ez todo.
-¡Genial! –dijo Dash-. Activémoslo.
El rodiano parecía estar a punto de llorar. Dash
nunca había visto tal cosa; de hecho, ni siquiera estaba seguro de que los
rodianos pudieran llorar.
-Miga, zi quiego llegag a vueztga nave dentgo de
una hoga, tengo que cogeg miz cozaz.
Estaba tan claramente desesperado que Dash le hizo
un gesto para que se fuera; no era divertido torturar a alguien que las estaba
pasando tan canutas.
Gareeda huyó como un mynock saliendo de Mustafar.
No usó la entrada principal; se dirigió a la parte trasera.
-Bueno –dijo Eaden-, dejándonos mil créditos más
ligeros y con lo que probablemente sea un montón de chatarra inservible.
-A ese precio, ¿a quién le importa? Incluso si no
funciona, sólo por el chasis podríamos sacar mil quinientos.
Pulsó el interruptor principal del droide, y
comprobó con agrado que los fotorreceptores se encendieron.
-La circuitería óptica funciona –dijo Eaden. Se
dirigió al droide-. ¿Estás operativo?
-¿Quién lo pregunta? –replicó ásperamente el
droide, y luego examinó la cámara ruidosa y llena de humo-. ¿Qué pasa con esta
realidad? ¿Dónde está mi jefe?

Bueno, no se
puede hacer nada al respecto.
-Tu jefe se ha ido.
Las ópticas del droide parpadearon.
-¿Me ha... abandonado?
-Vendido. Se llevó un millar de mis créditos
ganados con esfuerzo.
-¿Mil créditos?
¡Yo valgo cinco veces eso!
La voz del droide mostraba tal indignación que Dash
sonrió a pesar de la situación.
-Tienes una opinión bastante buena de ti mismo.
-Créame, no le interesa conocer mi opinión sobre usted.
Antes de que Dash pudiera replicar, la puerta
principal del bar se abrió con un fuerte golpe. Entraron cuatro seres. Dos eran
humanos grandes y de aspecto brutal, seguidos por un barabel. El último era un
trandoshano. Parecían exactamente lo que sin dura eran: problemas. Uno de los
humanos se fijó en la mesa de Dash y señaló. Los otros miraron. Luego, los
cuatro avanzaron con decisión... directos hacia ellos.
Eaden se puso en pie. Hizo crujir sus nudillos.
Dash se volvió al droide.
-¿Cómo te llamas?
-No es de tu incumbencia. Yo...
-Déjalo. Anulación de nomenclatura de emergencia.
Nuevo nombre: Leebo.
-Integrando datos. Nuevo nombre: Leebo.
-Muy bien, Leebo, apartémonos. No queremos que nos
caiga encima ningún matón volador.
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