miércoles, 27 de mayo de 2009

El honor de los Jedi (115)

115
Luke estudia cuidadosamente el hangar, buscando un modo de causar una pequeña distracción sin ser visto. Un pequeño centro de mando domina toda la zona del muelle. Varias cámaras de seguridad cuelgan del elevado techo monitorizando todas las operaciones de la bahía. No importa lo que haga para distraer a los soldados de asalto y a los oficiales de intendencia, las cámaras les verán al entrar en las barcazas. De cara a hacer que la distracción funcione, deben cegar las cámaras de seguridad, y sólo Erredós puede hacerlo.
A Luke se le ocurre un plan. Le da instrucciones a Erredós, luego deja el carro elevador cera de la salida y conduce a Sydney y Gideon hacia los oscuros huecos junto al borde del hangar. Erredós-Dedós avanza rodando hacia el centro de control sin que nadie repare en su presencia. A través del transmuro que domina los muelles, Luke ve cómo el droide desaparece detrás de una fila de ordenadores.
Un minuto después de que se fuera el general, el hangar estalla en una cacofonía de timbres y sirenas de alarma. El campo de fuerza que separa el interior de la bahía de la atmósfera de Tol Ado parpadea y chisporrotea. Comienza a colarse gas negro a través de la esquina superior derecha. Cuando ven el motivo de la alarma, todos los soldados de asalto, trabajadores y oficiales de intendencia se precipitan hacia las salidas. Sólo los droides permanecen ajenos a la amenaza de una brecha catastrófica en el sistema.
Luke empuja a Sydney y Gideon para que avancen.
-Tenemos permiso para embarcar.
-Buen plan -dice Gideon-. ¿En cuál de las barcazas?
Es una pregunta difícil. Dado que las barcazas se usan para llevar cargas a Tol Ado, sus bodegas de carga probablemente estarán vacías y por tanto desprovistas de lugares para esconderse. Parece obvio que el calamariano está embarcando en una barcaza para evitar ser observado en las rutas normales de viaje hacia y desde Tol Ado. Por tanto, puede que haya cobertura en la barcaza en la que entró. Por otra parte, si les ve, el calamariano podría hacer sonar la alarma.

martes, 19 de mayo de 2009

Ascensión y caída de Darth Vader (y XXVIII)

Epílogo

Inicialmente, hubo oscuridad para Anakin Skywalker, un reino sombrío ilimitado, como un universo sin estrellas. Pero luego, desde algún lugar en el límite de su consciencia, percibió una luz distante, temblorosa, y luego escuchó una voz. Anakin.
La voz era familiar.
Aunque Anakin ya no tenía cuerpo ni boca con la que hablar, de algún modo respondió. ¿Obi-Wan? Maestro, lo siento. Lo siento tanto, tanto...
Anakin, escucha atentamente
, interrumpió Obi-Wan, y Anakin fue consciente de que la distante luz brillaba cada vez más fuerte, o más cerca, o quizá ambas cosas. Estás en el mundo eterno de la Fuerza, pero si quieres volver a visitar alguna vez el espacio corporal, entonces aún me queda una cosa que enseñarte. Un modo de ser uno con la Fuerza. Si eliges este camino a la inmortalidad, entonces debes escuchar ahora, antes de que tu consciencia se desvanezca.
Anakin sabía que estaba más allá de toda redención.
Pero, Maestro... dijo. ¿Por qué yo?
Porque terminaste con el horror, Anakin, dijo Obi-Wan. Porque cumpliste la profecía.
La luz era ahora muy brillante.
El primer pensamiento de Anakin fue que podría ser capaz de volver a ver a sus hijos.
Gracias, Maestro, dijo.


Tomando la lanzadera imperial, Luke Skywalker había escapado de la Estrella de la Muerte con los restos de su padre sólo un momento antes de que la estación de combate estallara. Tras aterrizar en la Luna Santuario, Luke preparó un funeral privado en un claro del bosque.
La noche había caído cuando Luke colocó la armadura con el cuerpo de Anakin Skywalker sobre una pila de leña.
-Quemo su armadura y con ella el nombre de Darth Vader –dijo, encendiendo la pira-. Que el nombre de Anakin Skywalker sea una luz que guíe a los Jedi en las generaciones futuras.
Luke no era consciente de los espíritus que le observaban desde las sombras del frondoso bosque. Pero más tarde, cuando se reunió con sus aliados para celebrar su victoria en el pueblo sobre los árboles que era la morada de los ewoks, Luke vio tres temblorosas apariciones materializarse en la oscuridad. Eran Obi-Wan Kenobi, Yoda... y su padre, Anakin Skywalker.
El Jedi había regresado.

Ascensión y caída de Darth Vader (XXVII)

Capítulo 22

Vader condujo a Luke a la torre en lo alto de la Estrella de la Muerte, donde el Emperador -sin levantarse de su trono- usó la Fuerza para liberar a Luke de sus esposas. Después de que Palpatine ordenase a sus Guardias Reales de armadura roja que abandonasen la sala del trono, Vader le presentó el nuevo sable de luz de Luke para que lo inspeccionase. El Emperador estaba seguro de que Luke se uniría a él igual que había hecho su padre.
Sin dejarse impresionar por el Emperador, Luke rehusó convertirse al lado oscuro. Sin embargo, su confianza sufrió un severo varapalo cuando el Emperador confesó que había sido él quien permitió que la Alianza Rebelde descubriera la ubicación de la Estrella de la Muerte y de su generador de escudo, y que el Imperio estaba completamente preparado para enfrentarse al inminente ataque de la flota rebelde.
Cuando Luke miró por las grandes ventanas del salón del trono para ver la llegada de las naves rebeldes, Vader sintió la creciente ansiedad de su hijo. La batalla espacial continuaba, y resultaba obvio que las naves rebeldes estaban muy superadas en número por los cazas imperiales. Mientras el Emperador seguía sentado en su trono, tentó a Luke, animándole a recuperar su sable de luz y rendirse a su rabia. De nuevo, Luke se negó.
Pero entonces el Emperador reveló que el superláser de la Estrella de la Muerte estaba operativo y ordenó a los astilleros que disparasen a discreción. Un intenso rayo salió disparado de la Estrella de la Muerte hacia un crucero rebelde, que explotó con un destello cegador.
El Emperador continuó tentando a Luke para que recuperase su sable de luz.
-Atácame con todo tu odio -dijo el Emperador-, y tu viaje hacia el lado oscuro de la Fuerza se habrá completado.
Usando la Fuerza, Luke atrajo para sí su arma, activó su hoja, y lanzó una rápida estocada a la cabeza del Emperador. Pero Vader se movió más rápido, activando su propio sable de luz y bloqueando diestramente el ataque de Luke. La visión de Vader y Luke cruzando sus sables excitó y divirtió al Emperador, y rió entre dientes con perverso regocijo. Vader recordó que Palpatine había reído del mismo modo hacía dos décadas, cuando ordenó a Anakin Skywalker que matase al conde Dooku.
Yo salí victorioso entonces, pensó Vader mientras usaba su sable de luz para alejar a Luke del Emperador. ¡Y ahora la Fuerza está conmigo!
Conforme su duelo continuaba por todo el salón del trono, el Señor Oscuro sintió que Luke estaba usando su propia rabia para alimentar su ataque.
-Bien -dijo el Emperador desde su trono-. ¡Usa tus sentimientos de agresividad, muchacho! Deja que el odio fluya de tu interior.
Mi Maestro quiere que Luke gane, advirtió Vader con cierto resentimiento. No le daré esa satisfacción. No seré...
Inesperadamente, Luke desactivó su sable de luz.
-No pelearé contra ti, padre.
-Eres imprudente al bajar tus defensas -dijo Vader, mientras alzaba rápidamente su sable de luz. Con increíble velocidad, Luke reactivó su arma para bloquear el ataque de Vader. Vader golpeó una y otra vez, pero Luke bloqueó cada golpe. Pronto, Vader comenzó a respirar con dificultad a través de su respirador. No puedo dejar que Luke me venza, pensó Vader. ¡No dejaré que el Emperador le tenga!
Una precisa patada de Luke envió a Vader contra el borde de una plataforma elevada. Chocando contra el suelo metálico, Vader rugió al notar que un cable cibernético estallaba en su pierna derecha. Luke trató de distanciarse de Vader saltando a una pasarela que cruzaba el techo del salón del trono.
-Tus sentimientos te traicionan, padre -dijo Luke-. Siento el bien en ti... tu lucha interna.
Vader se levantó del suelo con obvias molestias.
-No hay lucha interna -dijo.
-No pudiste matarme antes -dijo Luke mientras cruzaba la pasarela-, y no creo que vayas a hacerlo ahora.
Vader pasó a concentrarse en los soportes de metal que aseguraban la pasarela al techo.
-Si te niegas a luchar, sabrás cuál es tu destino -dijo.
El Señor Oscuro lanzó su sable de luz, aún encendido, hacia arriba. Luke se agachó, esquivando la hoja roja, pero fue incapaz de evitar que cortase los soportes de la pasarela, y esta se separó del techo y envió a Luke dando tumbos contra el suelo. Vader observó a Luke perderse de vista bajo la plataforma elevada del Emperador.
El sable de luz de Vader se había desactivado y había caído en el suelo a varios metros de distancia. Extendió la mano mientras el sable de luz salía volando del suelo para volver a su agarre. Activó la hoja del arma y descendió unos escalones hacia el área bajo la plataforma, donde las vigas metálicas ofrecían numerosos lugares para esconderse. En el exterior de la Estrella de la Muerte y en la Luna Santuario, la batalla del Imperio con los rebeldes estaba en su apogeo, pero a Vader no podía importarle menos. Para él, su duelo con Luke era la única batalla que importaba.
Examinó las sombras bajo la plataforma en busca del menor movimiento.
-No puedes esconderte para siempre, Luke -dijo el padre.
El hijo respondió desde la oscuridad.
-No luchare contigo.
-Entrégate al lado oscuro -instó Vader-. Es la única forma en que puedes salvar a tus amigos. -Vader se dio cuenta de pronto de que Luke estaba pensando ahora en sus amigos, su preocupación por ellos casi era palpable-. Sí -dijo Vader-, tus pensamientos te traicionan. Tus sentimientos hacia ellos son muy fuertes. Especialmente hacia...
Luke fue incapaz de impedir que Vader accediera a su mente.
-¡Tu hermana! -exclamó Vader-. Así... que tienes una hermana melliza. Tus sentimientos la han traicionado a ella también. Obi-Wan fue muy inteligente al ocultármela. Ahora su fracaso es total.- Avanzó al fondo de los espacios bajo la plataforma-. Si tú no pasas al lado oscuro, quizá ella sí lo haga -dijo.
-¡No! -gritó Luke, encendiendo su sable de luz mientra salía como una exhalación de su escondite para atacar a Vader. Saltaron chispas mientras intercambiaban golpes en ese espacio oscuro y estrecho, y Vader se vio obligado a retroceder desde debajo de la plataforma hasta que llegaron al borde de un pequeño puente junto un profundo pozo de ascensor abierto.
Un golpe lateral impactó en el sistema de soporte de vida de Vader, y mientras caía contra la barandilla del puente fue incapaz de impedir que la hoja de Luke le cortase la muñeca derecha. Del destrozado muñón de Vader volaron metal y piezas electrónicas, y su sable de luz rebotó en el borde del puente, cayendo en el pozo aparentemente sin fondo. Malherido y completamente exhausto, Vader alzó la vista para ver el sable de Luke en posición para dar una estocada mortal.
El Emperador se había levantado de su trono y permanecía en la escalinata detrás de Luke.
-¡Bien! -dijo el Emperador-. Tu odio te ha hecho poderoso. ¡Ahora, completa totalmente tu destino y ocupa el puesto de tu padre a mi lado!
De modo que así acaba todo, pensó Vader.
Pero entonces Luke desactivó su sable de luz.
-¡Jamás! -dijo, arrojando el arma a un lado-. No entraré en el lado oscuro -declaró-. Has fallado, Excelencia. Yo soy un Jedi, como mi padre antes que yo.
El Emperador hizo una mueca de desdén.
-Así sea entonces... Jedi -dijo, con inconmensurable disgusto-. Si no quieres convertirte, serás destruido.
Aún tumbado contra la barandilla del puente del pozo del ascensor, Vader observó al Emperador extender sus engarfiados dedos y desencadenar cegadores ráfagas de relámpagos de energía desde la punta de sus dedos. Los relámpagos golpearon a Luke, que trató de rechazar las crepitantes bandas de energía, pero se vio tan superado que su cuerpo cayó retorciéndose al suelo.
No, pensó Vader. No. No así.
Mientras el Emperador continuaba atacando a Luke con su cortina de relámpagos Sith, Vader se puso en pie con dificultado. Una pierna estaba rota, y la otra no funcionaba bien. Moviéndose a duras penas, desplazó su gran figura hasta colocarse junto a su Maestro. En el suelo, Luke se retorcía de agonía, debatiéndose en los umbrales de a muerte.
-Padre, por favor -gimió-. Ayúdame.
Vader vio cómo Luke se encorvaba en posición fetal cuando el Emperador lanzó una ráfaga aún más poderosa de relámpagos a su víctima. Vader no tenía dudas de que Luke estaba a punto de morir. Su hijo gritaba.
No sólo mi hijo...
El Emperador desencadenó otra ráfaga de relámpagos.
...ni el hijo de Padme...
Luke gritó más fuerte.
...sino mi hijo... que me quiere.
Las ropas de Luke comenzaron a humear mientras su cuerpo se convulsionaba involuntariamente. De pronto, Vader se dio cuenta de que ya no estaba preocupado por su propio futuro personal. A pesar de todas las cosas terribles e inenarrables que había hecho en su vida, sabía que no podía quedarse sin hacer nada y dejar que el Emperador matase a Luke. Y en ese momento de lucidez, dejó de ser Darth Vader.
Era Anakin Skywalker.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, agarró al Emperador por la espalda, lo alzó en vilo, y lo llevó al pozo abierto del ascensor. El despreciable Emperador continuaba lanzando relámpagos, pero se alejaron de Luke y se reflejaron para chocar contra él mismo y su aprendiz insurgente. Los relámpagos penetraron el soporte vital de Vader y electrificaron los restos orgánicos de Anakin, pero él siguió avanzando hasa que pudo arrojar al Emperador al pozo del ascensor.
Palpatine gritó mientras su cuerpo caía pesadamente por el pozo. Aún atrapado en la armadura de Darth Vader, Anakin cayó al borde del ascensor, pero escuchó la explosión de energía oscura que consumió al Emperador al caer.
Al escuchar su propia respiración con un sonido áspero, Anakin supo que los aparatos respiratorios del casco de Vader se habían roto. Sintió que algo tiraba de sus hombros, y se dio cuenta de que Luke se había agachado a su lado y estaba apartándole del borde del abismo.
A pesar de sus propias heridas, Luke consiguió llevar a su padre al hangar que contenía la lanzadera de Vader. El caminó resultó aún más difícil porque los rebeldes habían desactivado el proyector del escudo de energía de la Luna Santuario, y la Estrella de la Muerte estaba ahora bajo fuerte ataque. Tratando de mantener firmes sus propias piernas mientras la estación de combate se estremecía por las explosiones, Luke arrastró a su padre hasta la rampa de aterrizaje de la lanzadera antes de caer rendido por el esfuerzo.
No lo va a conseguir, pensó Anakin. Conmigo no.
-Luke -he balbuceó-, ayúdame a quitarme la máscara.
Luke se arrodilló junto a él.
-Pero morirás.
-Nada puede impedir eso ya -dijo Anakin-. Sólo por una vez... déjame mirarte... con mis propios ojos.
Lentamente, con cuidado, Luke levantó el anguloso casco de Vader, y luego retiró la placa facial del enganche de duracero negro que la sujetaba en su cuello. Al exponer los rasgos llenos de cicatrices de Anakin, se sorprendió al notar lágrimas acudiendo a sus ojos.
Se acabó, pensó. La pesadilla acabó.
Sonrió débilmente.
-Ahora... -dijo-, vete, hijo mío. Déjame.
-No -insistió Luke-. Tú vendrás conmigo. No te abandonaré. Tengo que salvarte.
Anakin volvió a sonreír.
-Ya lo has hecho, Luke. Tenías razón. -Tomando sus últimos alientos, continuó-. Tenías razón acerca de mí. Dile a tu hermana... que tenías razón.
Cerrando los ojos mientras se desplomaba contra la rampa de la lanzadera, Anakin Skywalker tenía todas las razones para pensar que finalmente estaba a punto de abrazar la oscuridad perpetua.
Y, no por primera vez, se equivocaba.

El honor de los Jedi (137)

137
-Vayamos a una barcaza de suministros –dice Luke-. Un uniforme de intendente debería servirnos para subir a bordo.
Varias horas después, llegan a un muelle de suministros. Cincuenta droides y una docena de trabajadores orgánicos están descargando las dos barcazas que ocupan el gigantesco hangar. Una sección de tropas de asalto patrulla la superficie, pero en general las siluetas con armaduras parecen prestar poca atención. Un capitán de intendencia monta guardia a la entrada de cada barcaza.
Otro carro repulsor entra en la bahía un instante después. Un calamariano bien vestido está sentado en la parte trasera del carro con Sebastian Parnell. Es inusualmente pálido, casi como Luke. La mayoría de los calamarianos tienen la piel de un color salmón más oscuro. Cuando el carro pasa a su lado, el calamariano de aspecto de pez gira su cabeza calva con forma de cúpula para estudiar a Luke. Sus dos protuberantes ojos parecen inusualmente amenazadores para un miembro de su especie. Parnell no presta atención al grupo de Luke y continúa hablando con el calamariano. Luke respira aliviado.
-¿Y ahora qué? –pregunta Gideon.
-¿Una distracción? –sugiere Sidney-. ¿Y luego nos colamos a bordo?
Luke duda. Una distracción no aprovecharía su mejor baza: el uniforme que había tomado prestado. Les había servido bien hasta ahora, pero ¿aguantaría su suerte otro farol más?
El chófer de Parnell conduce a sus pasajeros a la barcaza de suministros más cercana. El calamariano intercambia una cálida despedida con el general, luego acepta una pequeña bolsa y sube a las entrañas de la barcaza. Luke encuentra extraña esa transacción; Mon Calamari es uno de los pocos mundos con una rebelión abierta contra el Imperio.

Ascensión y caída de Darth Vader (XXVI)

Capítulo 21
El Proyecto Endor era una nueva Estrella de la Muerte, que estaba suspendida en una órbita sincrónica alrededor de la selvática Luna Santuario del gigante gaseoso Endor. Cuando la construcción hubiera terminado, la nueva Estrella de la Muerte sería incluso más grande que la original. Su arma principal, el superláser destructor de planetas, había sido rediseñado para que pudiera recargarse en cuestión de minutos y ajustarse con precisión para apuntar a objetivos en movimiento como naves capitales. Los técnicos imperiales la consideraban la invención más letal de todos los tiempos.
Cuando la lanzadera de Vader le llevaba desde el Ejecutor a la incompleta estructura de la nueva estación de combate, observó el gigante superláser con desdén. Incluso si triunfa ahí donde la primera Estrella de la Muerte fracasó, pensó, es un juguete infantil comparado con el poder de la Fuerza.
Tras aterrizar, Vader informó al moff Jerjerrod, el oficial al mando de la Estrella de la Muerte, que el Emperador estaba descontento por que la estación aún no estuviera operativa. Tras saber que el Emperador en persona pronto llegaría al sistema Endor, Jerjerrod ordenó a sus hombres que redoblasen sus esfuerzos.


Para cuando el Emperador llegó en su lanzadera a una gran recepción imperial en la bahía de atraque de la Estrella de la Muerte, Vader había recibido un informe de Tatooine indicando que Jabba el Hutt había muerto. Evidentemente, Luke y sus aliados habían liberado con éxito a Han solo de las garras del hutt. Vader informó al Emperador de que la Estrella de la Muerte estaría completa en el tiempo previsto.
-Buen trabajo, Lord Vader -dijo el Emperador-. Y ahora, presiento que tú desearás continuar la búsqueda del joven Skywalker.
-Sí, mi señor.
-Paciencia, amigo mío -dijo ásperamente el Emperador-. Con el tiempo, será él quien te busque a ti. Y cuando lo haga, deberás traerlo a mi presencia. Se ha hecho muy fuerte. Sólo los dos unidos podremos atraerlo hacia el lado oscuro de la Fuerza.
-Como deseéis -dijo Vader. No había olvidado como Anakin Skywalker obedeció la orden de Palpatine de matar al conde Dooku, y no tenía razones para dudar que el Emperador ya había planeado una prueba para que Luke determinase si Vader seguía siendo su aprendiz.
-Todo está desarrollando como yo había previsto -dijo el Emperador con una sonrisa sarcástica.
Conforme Vader escoltaba a su Maestro por la Estrella de la Muerte, deseó poder ver el futuro con tanta claridad. Palpatine había atraído a Anakin Skywalker al lado oscuro, lo recompuso como un monstruo cibernético, y permaneció como el más poderoso de los dos señores del Sith. Aunque Luke Skywalker había vencido a Vader en la primera Estrella de la Muerte, lo había esquivado en Hoth, y había escapado de él en Bespin, Vader no creía que su hijo pudiera resistir al poder del Emperador. Luke tiene que unirse a mí. No puedo perder de nuevo.


La construcción de la nueva Estrella de la Muerte continuaba. Vader acababa de saber que las naves rebeldes se habían reunido en el sistema Sullust cuando fue convocado a la sala del trono del Emperador. Ubicada en la parte superior de una torre fuertemente blindada en el polo norte de la estación, la sala del trono tenía grandes ventanas circulares que permitían al Emperador una amplia vista de la luna boscosa y del hemisferio superior de la estación de combate. El trono en sí era un asiento de alto respaldo en lo alto de una ancha plataforma elevada. La parte trasera del asiento estaba de cara a Vader cuando este ascendió los escalones que conducían al trono.
-¿Cuáles son vuestras órdenes, mi señor?
El Emperador hizo girar su trono para mirar a Vader.
-Manda la flota al otro extremo de Endor -dijo-. Y que permanezca allí hasta que yo la reclame.
-¿Qué hay de la concentración de la flota rebelde cerca de Sullust?
-Eso no importa -dijo el Emperador, quitándole importancia-. ¡La rebelión será aplastada y el joven Skywalker será uno de los nuestros! Tu trabajo aquí ha terminado. Ve a la nave comandante y espera mis órdenes.
Poco después de que Vader regresase al puente del Ejecutor, estaba mirando por un ventanal cuando vio una lanzadera de clase Lambda aproximándose a Endor. La lanzadera había transmitido un viejo código de autorización imperial, pero Vader permitió que na nave continuase hacia la luna boscosa. Luke está en esa nave, sintió con absoluta certeza.
Aunque el Emperador había instruido a Vader para permanecer en el Ejecutor, Vader se sintió obligado a informar de ese último acontecimiento en persona. Tras regresar a la sala del trono del Emperador en la Estrella de la Muerte, Vader advirtió que el Emperador realmente parecía sorprendido de escuchar que Luke había llegado a Endor.
-¿Estás seguro? -preguntó el Emperador.
-Lo he presentido, mi señor.
-Es extraño que yo no -dijo el Emperador con recelo-. Me pregunto si tienes claros esos presentimientos, Lord Vader.
-Son claros, mi señor.
-Entonces debes ir a la Luna Santuario y esperarle allí.
-¿El vendrá a mí? -preguntó Vader, escéptico.
-Lo he previsto. Su compasión por ti será su total perdición. Él irá hacia ti, y tú lo traerás a mi presencia.
-Como deseéis -dijo Vader. Conforme salía de la sala del trono, pensó: Si el Emperador no ha podido detectar la llegada de Luke, quizá se haya debilitado con los años. Si pudiera llevarme a Luke lejos de aquí y persuadirle para que se alíe conmigo...
Por un momento, Vader se permitió imaginarse un futuro con su hijo. Imaginó a Luke como su aprendiz... Se lo enseñaré todo... y como su socio... ¡me hará fuerte! No habría secretos ni rivalidades entre ellos. Con su lazo de sangre y su poder compartido, serían los más grandes de los Señores del Sith
Seríamos invencibles. Lo llevaré conmigo al Castillo de Bast y...
Vader recordó la visión que había tenido cuando partió a Endor desde Coruscant, la visión de su encuentro con Luke en su fortaleza de Vjun. En esa visión, Luke se había unido a él, y el Emperador había llegado con fuego y muerte. Vader se dio cuenta de que no importaba si la visión había sido una pesadilla, una premonición, una advertencia psíquica o un delirio, porque era una revelación de un evento que nunca podría suceder.
No hay lugar donde Luke y yo podamos ir. No hay lugar donde podamos ocultarnos.
Impotente para desobedecer a su Maestro, Vader se dirigió a su lanzadera.
La estructura imperial más grande de la Luna Santuario era el generador del escudo de energía, una torre piramidal de cuatro caras que soportaba una gran antena parabólica que proyectaba un campo deflector alrededor de la Estrella de la Muerte en órbita. Cerca de ese generador se alzaba una plataforma de aterrizaje elevada, que estaba iluminada con brillantes focos. Una gran zona del bosque natural había sido talada para dejar espacio tanto al generador como a la plataforma, algo que no había sentado muy bien a la población indígena de ewoks.
Un Transporte Blindado Todo-Terreno de cuatro patas caminaba a lo largo del borde del bosque y avanzó hacia la plataforma de aterrizaje cuando la lanzadera de Vader tomó tierra. Después de que Vader desembarcase, fue a una pasarela para recibir al AT-AT. La escotilla del AT-AT se abrió revelando a un comandante imperial, tres soldados de asalto, y a Luke Skywalker, cuyas muñecas estaban sujetas con esposas:
Luke se había rendido a los soldados. Estaba vestido con un uniforme negro que se se ajustaba a su cuerpo, y Vader se preguntó si eso sugería de algún modo que Luke ya se había rendido también al lado oscuro. No, pensó. Aún no.
Los soldados presentaron el sable de luz de Luke a Vader, quien miró la mano derecha enguantada de Luke. Un nuevo sable de luz, pensó, y una nueva mano. Justo como en mi visión del Castillo de Bast.
El Señor Oscuro tomó el sable de luz que le ofrecían.
-El Emperador te ha estado esperando -dijo.
-Lo sé, padre.
Vader se dio cuenta de que realmente disfrutaba escuchando a Luke llamándole padre.
-Al fin has aceptado la verdad -dijo Vader.
-He aceptado que una vez fuiste Anakin Skywalker, mi padre.
Muchacho estúpido. Enfrentándose a Luke, Vader miró fijamente a su hijo a través de las oscuras lentes.
-Ese nombre ya no significa nada para mí.
Luke trató de convencer a Vader de que todavía había bien en él. Suplicó a su padre que fuera con él, lejos de esa luna boscosa y del Emperador.
-No conoces el poder del lado oscuro -dijo Vader-. Tengo que obedecer a mi señor.
-Yo no cederé -juró Luke-, y tendrás que matarme.
He hecho cosas peores, pensó Vader.
-Si ese es tu destino... -dijo.
-Rebusca en tus sentimientos, padre -interrumpió Luke-. No puedes hacerlo. Noto la lucha en tu interior. Libérate de tu odio.
Ojalá pudiera, pensó Vader. Ojalá pudiera.
-Para mí es demasiado tarde, hijo -dijo. Indicando a dos soldados de asalto que condujeran a Luke a la lanzadera que esperaba, añadió-: El Emperador te mostrará la verdadera naturaleza de la Fuerza. Ahora él es tu Maestro.
Luke puso un gesto de triste resignación.
-Entonces mi padre está muerto -dijo.
Debo obedecer a mi Maestro, pensó Vader mientras escoltaban a Luke a la lanzadera. Incluso si eso significa la muerte de mi hijo.
E incluso si eso significa mi muerte.

lunes, 18 de mayo de 2009

El honor de los Jedi (19)

19
Luke enfunda su pistola bláster y agarra su sable de luz. Comparados con un sable de luz, los blásteres son armas torpes e imprecisas en el cuerpo a cuerpo. En manos experimentadas, un sable de luz es el doble de eficiente y muchas veces más rápido que cualquier arma tradicional.
Con un aullido de determinación, Luke activa la hoja y salta hacia delante. Al escuchar el salvaje alarido de Luke, el hombre carismático se tira al suelo buscando protección... a los pies del gobernador Parnell. Parnell extrae su pistola bláster y la presiona contra el cuerpo del hombre. Luke ahora se encuentra frente a frente con los cuatro soldados de asalto supervivientes, con su sable de luz zumbando con impaciencia. Los soldados mantienen sus armas listas para disparar, pero esperan instrucciones del general.
-Por favor -insiste en voz suave el humano-. Que no haya más derramamiento de sangre en mi nombre.
Luke pasa a una postura defensiva, trazando un patrón de escudo con su hoja de energía.
-¿Quién eres? -pregunta, sin apartar la mirada de los soldados de asalto-. ¿Por qué te busca esta escoria?
-Él es Erling Tredway -sisea el general-. Y lo que el Imperio tenga que tratar con él no es de tu incumbencia, niño.
-Me incumbe ahora, Parnell. Déjelo marchar, amenaza Luke, deseando que su voz parezca más amenazante de lo que la situación indica.
-Usted no está en posición de hacer peticiones -replica el general.
-Lo está si sabe usar ese sable de luz -gruñe una voz grave detrás de Luke-. Y yo le apoyaré.
El general vuelve su mirada a quien acaba de hablar. Luke no se atreve a girarse para ver a su recién encontrado aliado.
-¿Qué va a hacer, gobernador? -pregunta Luke.
Parnell pasa la mirada de la voz grave a Luke, y luego a sus soldados de asalto. No lo duda ni un momento.
-¡Matadles! -dice.
El primer soldado de asalto se prepara para disparar y Luke entra en acción. Se mueve en una combinación de instinto y actos conscientes, esquivando hacia un lado el punto al que apuntaba el soldado de asalto y moviendo su sable de luz hacia abajo en el mismo movimiento fluido. El bláster destella y explota cuando el sable lo parte en dos, empujando al soldado contra su compañero. Orificios y manchas negras cubren su armadura. Parece que la armadura ha absorbido la peor parte del daño, pero las rodillas de la víctima se doblan como si se hubiera quedado inconsciente.
Un disparo de bláster rojo brilla frente a Luke, golpeando a un soldado de asalto justo en el centro de la placa pectoral. El impacto lo empuja contra el muro, donde queda suspendido por un instante. Luke no puede mirar para ver quién hizo ese disparo, porque el tercer soldado de asalto se ha vuelto para enfrentarse a él.
El soldado dispara, pero el disparo golpea el sable de luz de Luke y rebota. Si había movido la hoja instintivamente para protegerse, o si había tenido suerte, Luke nunca lo sabría. Sintió un ligero cosquilleo en lo profundo de su cerebro, y entonces dio un paso adelante y lanzó un tajo con la hoja de su sable cruzando el abdomen del soldado. El hombre cae inmediatamente, y su grito no fue menos estremecedor por pasar a través de un transmisor electrónico.
Luke se giró para enfrentarse al último superviviente, pasando por encima del soldado cuyo bláster había explotado. El superviviente sostenía su rifle bláster con una mano sin esperanzas de salir victorioso. Luke avanzó su sable de luz hacia el soldado de asalto de modo que pudiera golpear fácilmente al bláster o al hombre.
-Suelta el arma -ordena-. No quiero matarte.
El soldado de asalto duda. Luke casi ve el miedo reflejado en el casco blanco. Un crudo juramento crepita a través del transmisor electrónico.
-¡Antes morir que rendirme!
El soldado mueve el arma hacia Luke. El joven rebelde debe responder; con un balanceo del sable abre la armadura como si fuera el caparazón de un crustáceo.
Luke aparta su atención del soldado moribundo. El general Parnell ha escapado con Erling Tredway durante la batalla. El único signo que queda de ellos es el pestillo echado en la puerta neumática.
-No eres malo con esa cosa, jovencito -dice la voz grave que había ofrecido su apoyo antes-. Pero los he visto mejores.
Luke desactiva la hoja y se vuelve para mirar a quien ha hablado.
-¿Los ha visto? ¿Dónde? -¿Puede que este hombre conozca a un Jedi?
Quien hablaba es el hombre de barba que estaba sentado junto a Luke cuando Parnell entró al hostal. Sus ojos brillan amigablemente con curiosidad.
-Aquí mismo -responde-. En el Cinturón. El padre del joven Tredway tenía un sable. Decía ser una especie de Caballero. ¿Eso es lo que eres tú?
-Me temo que no. El padre de Erling, ¿sigue vivo?
El minero escupe en el suelo.
-No. El Imperio le persiguió hace unos años. Y fue una maldita lástima, además.
Luke agita la cabeza con disgusto, luego vuelve a colgar el sable de luz de su cinturón de herramientas. Parece que nunca encontrará un Caballero Jedi para que le instruya en los caminos de la Fuerza. Ben Kenobi debía haber sido el último Maestro. Luke se obligó a devolver sus pensamientos al aquí y el ahora.
-Si el padre de Tredway está muerto, ¿para qué quiere el gobernador Parnell al hijo? -Luke había desarrollado un cierto sentimiento de unidad con el humano de ojos feroces. El padre Jedi de Erling, como el de Luke, probablemente murió a manos de Vader.
Una multitud se ha reunido alrededor de Luke y el minero, ansiosos por mirar al hombre que había desafiado al gobernador imperial. Un bípedo peludo y rubio con pupilas estrechas responde a la pregunta de Luke.
-El Tredway es el gran líder de la resistencia.
La mención a la resistencia atrae la atención de Luke. Aunque sus ordenes actuales son buscar ubicaciones para una nueva base rebelde, los pilotos de naves espaciales, tienen instrucciones permanentes de investigar movimientos de resistencia locales siempre que sea posible.
-Ese chico no merece ni lustrar las botas de su padre -interrumpe el minero-. Se cree una especie de predicador; yo digo que es sólo un cobarde.
-El camino cobarde es el derramamiento de sangre -replica tranquilamente el bípedo-. El Tredway está por encima de semejante locura.
-Aprenderá el error de sus métodos en Tol Ado -responde el minero-. Tan seguro como que existe el vacío que el gobernador sí cree en el derramamiento de sangre... y en cosas mucho peores, también.
-¿Tol Ado? -pregunta Luke.
-El planeta prisión del sector -dice el bípedo de pelo amarillo, con una mueca de disgusto en su hocico chato-. Aquel que entra nunca regresa.
Un escarabajo-propietario se desliza entre la multitud y frota entre sí sus antenas vigorosamente, creando una serie de agudos chirridos. El minero escucha por un instante, luego estalla.
-¡Ahora escucha, cabeza de chorlito! Envía la factura a Sebastian Parnell. Gideon Smith no va a pagar ni medio crédito para cubrir el daño de los imperiales.
El escarabajo vuelve a silbar con sus antenas.
-¡No pensaba volver de todas formas! -responde Gideon. Empuja a Luke-. Será mejor que salgamos pitando si no queremos unirnos a Tredway en Tol Ado -dice.
Luke hace una ligera pausa.
-Quizá lo hagamos.
La muchedumbre lanza una exclamación colectiva y Gideon estudia a Luke como si acabara de quitar el resorte de seguridad de un detonador termal.
-¿Para qué querrías hacer eso?
-¡Para rescatar al Tredway! -proclama el bípedo de pelo amarillo.
Luke asiente.
-¡Alguno de esos soldados de asalto te ha dejado alguna pieza suelta en la cabeza! -exclama Gideon-. Podemos entrar bastante fácilmente, pero no lograremos salir. Lo mejor que podemos hacer es seguir con nuestros negocios y olvidarnos de esta locura.
Luke no responde de inmediato. Gideon está en lo cierto: intentar rescatar a Erling es una locura. Los planetas prisión imperiales son francamente seguros. Aunque sus órdenes le dejaban manga ancha para investigar movimientos de resistencia locales, ni las más liberales interpretaciones permitían penetrar en una instalación semejante.
Por supuesto, los oficiales rebeldes siempre pueden hacer uso de su propia iniciativa para abandonar una misión de cara a perseguir una oportunidad inesperada, siempre que la oportunidad sea más importante. Pero, sin importar como vea Luke la situación, no puede decir que Erling Tredway sea más importante que buscar una nueva base. Sabe poco sobre el hombre, aparte de que tiene una presencia de mando inusual y está animando a las formas de vida locales a resistir pasivamente al Imperio. Sólo la probabilidad de que el padre de Erling, como el de Luke, fuera un Caballero Jedi, le impide rechazar el rescate automáticamente. Parece poco apropiado abandonar su misión para perseguir lo que en última instancia es una tarea muy personal.

Ascensión y caída de Darth Vader (XXV)

Interludio

Darth Vader había querido retomar su persecución de Luke Skywalker, pero el Emperador tenía otros planes en mente para su aprendiz. Darth Vader fue destinado a supervisar la finalización de una nueva superarma, que estaba siendo construida desde hacía algún tiempo en el sistema Endor.
El Emperador debe saber que traté de reclutar a mi hijo para que se uniera a mí en su contra, pensó Vader. Sabe que Luke podría destruirle... y que yo no puedo hacerlo solo.
De modo que el Emperador hizo todo lo que pudo para mantener a Vader ocupado, indicándole que trabajase con el príncipe Xizor, quien controlaba la flota mercante más grande de la galaxia, la cual era necesaria para el Imperio para enviar los cargamentos necesarios a Endor. Xizor era un falleen, y también la cabeza de la organización criminal conocida como Sol Negro. Debido a que Xizor había perdido a la mayor parte de su familia a manos de las acciones genocidas de Vader en el mundo natal de los falleen, había deseado vengarse durante largo tiempo, y planeó desacreditar a Vader y ganar el favor del Emperador. Pero cuando Vader supo que Xizor había descubierto su relación con Luke Skywalker y trataba de matar a Luke, acabó con su acuerdo laboral con el falleen de forma permanente vaporizando a Xisor y su celestial personal -una inmensa nave repulsora- sobre la atmósfera superior de Coruscant. La construcción del Proyecto Endor continuó. Un año después del último encuentro de Vader con Luke Skywalker, el Ejecutor llevó al Señor Oscuro a la superarma aún incompleta.
Contra las objeciones de Vader, el Emperador -siguiendo un plan que había sido concebido por Xizor- había permitido que un ordenador que contenía los planos del Proyecto Endor fuera transportado en un único carguero sin escolta a través del sistema Both. Con la ayuda de los espías bothanos, los rebeldes capturaron el ordenador y descubrieron que la mayor de las nueve lunas de Endor estaba generando un poderoso escudo de energía para proteger la nueva estación de combate “secreta” del Emperador.
El Emperador estaba seguro de que los rebeldes morderían el anzuelo y llevarían su flota a Endor, pero Vader estaba más interesado en qué futuro esperaba detrás de esa probable escaramuza. Aunque había propuesto al Emperador que Luke Skywalker podía ser convertido al lado oscuro, uniéndose a los Señores del Sith, era bien consciente de la larga tradición de la orden Sith de limitar su número a dos: un Maestro, un aprendiz. Uno de nosotros tendrá que morir, musitó Vader.

Viaje incidental (I)

Viaje Incidental
Parte Uno
Timothy Zahn

El brumoso borde del planeta estaba desapareciendo por la parte inferior de la pantalla visora de la sala de control del Hopskip, y Haber Trell estaba tratando de conseguir algo más de potencia de los siempre melindrosos motores de la nave, cuando su socia por fin reapareció tras su excursión por popa.
–Has tardado mucho –comentó Trell mientras ella se dejaba caer a su lado en el asiento del copiloto–. ¿Algún problema?
–No más que de costumbre –le dijo Maranne Darmic, hundiendo su mano bajo el broche plateado que sujetaba su cabello rubio oscuro y rascando vigorosamente su cuero cabelludo-. Las correas de carga han conseguido aguantar ese clásico despegue que te caracteriza. Pero diría que no nos hemos librado de todos los ácaros de la bodega.
–Olvídate de los bichos –gruño Trell. La próxima vez que tenga una carga desequilibrada veinte grados, se prometió sombríamente, haré que ella se encargue del despegue. A ver si ella puede hacerlo más suave–. ¿Qué hay de nuestros pasajeros?
Maranne resopló por la nariz.
–Creí que no querías escuchar hablar sobre bichos.
–Cuidado, niña –advirtió Trell–. Nos están pagando mucho dinero por llevar esos blásteres de contrabando a Derra IV.
–Y obviamente no se fían ni un pelo de lo que haríamos con ellos –replicó Maranne–. No los estarían vigilando constantemente de ese modo su lo hicieran.
Trell se encogió de hombros.
–No puedo decir que les culpe por ser precavidos. Desde que había tenido lugar esa gran derrota o lo que fuese en el sistema Yavin, el Imperio ha estado abriendo fuego en quince direcciones a la vez. He escuchado que algunos transportistas independientes que llevaban material de la rebelión decidieron que era más seguro quedarse con el pago por adelantado, tirar la carga, y poner espacio de por medio buscando puertos mejores.
–Sí, bueno, no me gusta transportar para gente desesperada –dijo Maranne, dejando de rascarse la zona que se estaba rascando en ese momento, y pasando a un punto por debajo de su nuca–. Me pone nerviosa.
–Si no estuvieran desesperados, probablemente no estarían pagando tan bien –apuntó razonablemente Trell–. No te preocupes, está será la última vez que tengamos que tratar con ellos.
–Ya he escuchado eso antes –dijo Maranne, resoplando de nuevo.
La alarma del sensor de proximidad comenzó a sonar, y Maranne se inclinó hacia delante para teclear, obteniendo una lectura.
–Claro, esto servirá para pagar las mejoras que quieres en el motor; pero luego querrás mejoras en los sensores, y... –Se detuvo en mitad de la frase.
–¿Qué? –preguntó Trell.
–Destructor estelar –dijo con aire serio, activando la sección de armamento de su tablero y pulsando los inyectores de potencia–. Acercándose rápidamente desde atrás.
–Genial –gruñó Trell, comprobando el ordenador de navegación. Si pudieran escapar a la velocidad de la luz... pero no, la nave aún estaba demasiado cerca del planeta–. ¿Cuál es su vector?
–Directo hacia nosotros –le dijo Maranne–. Supongo que es demasiado tarde para arrojar la carga y hacernos los inocentes.
–Carguero Hopskip, aquí el capitán Niriz del destructor estelar imperial Amonestador –retumbó una voz áspera por el altavoz–. Me gustaría tener unas palabras con ustedes a bordo de mi nave, si no les importa.
Las últimas palabras fueron acentuadas por un ligero estremecimiento que recorrió la cubierta bajo sus pies cuando un rayo tractor les enganchó.
–Sí, diría que definitivamente es tarde para arrojar la carga –dijo Trell con un suspiro–. Esperemos que sólo estén de pesca. –Inició una transmisión–. Aquí Haber Trell a bordo del Hopskip –dijo–. Nos sentiremos honrados de hablar con usted, capitán.

***

–Bien –dijo el capitán Niriz, con su voz resonando por la vasta extensión vacía de la cubierta del hangar mientras miraba a los cuatro seres que se encontraban ante él–. Muy interesante. Nuestros registros muestran que el Hopskip tiene dos tripulantes, no cuatro. –Su mirada se detuvo en Riij Winward–. ¿Son recién contratados?
–Nuestra nave anterior tuvo que partir de Tramanos con cierta prisa –le dijo Riij, esforzándose por dar un aire casual a su voz. La identidad falsa que la rebelión le había proporcionado era buena, pero si los imperiales decidían excavar a través de ella sin duda llegarían a su reciente conexión con la policía de Mos Eisley, en Tatooine. No era una conexión que él quisiera ansiosamente que descubrieran–. Necesitábamos que nos llevaran a Shibric –continuó–, y dado que el capitán Trell se dirigía allí, nos ofreció pasaje amablemente.
–Por una tarifa considerable, imagino –dijo Niriz, volviendo la mirada al musculoso tunroth que se encontraba a la derecha de Riij–. Es extraño ver un tunroth en estos lugares. Supongo que usted es un cazador certificado, ¿no es así?
Shturlan –rumió Rathe Palror, con voz casi sub-sónica.
–Eso significa cazador de clase doce –tradujo Riij, tratando de devolver la atención de Niriz hacia él. Los servicios distinguidos de Palror con los Fusileros de Churhee podría levantar aún más cejas que el registro del propio Riij si los imperiales lo encontraban.
–Excelente –dijo Niriz–. Los talentos de un cazador podrían resultar útiles en esta misión.
A la izquierda de Riij, Trell se aclaró la garganta.
–¿Misión? –preguntó con cautela.
–Sí. –Niriz hizo un gesto, y un teniente que se encontraba a su lado se adelantó y ofreció a Trell una tableta de datos–. Quiero que lleven para mí un cargamento a Corellia.
–¿Perdón? –preguntó con cuidado Trell mientras tomaba la tableta de datos–. ¿Quiere que yo...?
–Necesito un carguero civil para este trabajo –dijo Niriz. Su voz era áspera, pero Riij podía notar bajo ella un distinguible tono de disgusto–. Yo no tengo ninguno. Usted sí. Tampoco tengo tiempo para encontrar a algún otro que haga el trabajo. Ustedes están aquí. Ustedes lo harán.
Riij estiró el cuello para mirar la tableta de datos por encima del hombro de Trell, con su agitación previa acerca de sus identidades dejando paso a una cautelosa excitación. Que el capitán de un destructor estelar pidiera cualquier tipo de ayuda –especialmente al piloto de un destartalado carguero civil– era algo prácticamente inaudito.
Lo que implicaba urgencia y desesperación; y cualquier cosa que molestase a un oficial superior imperial de ese modo definitivamente era algo que cualquier buen agente rebelde debería tratar de investigar.
–¿Qué te parece? –dijo.
Trell agitó la cabeza.
–No lo sé –dijo–. Echaría por tierra todo nuestro horario.
Riij pronunció en su mente una serie de vulgaridades altamente ofensivas, asegurándose de que la frustración no se mostrase en su rostro. Trell, por desgracia, no era un agente rebelde, ni bueno ni de otra clase, y claramente no quería tener nada que ver con todo eso.
–No nos tomaría tanto tiempo –replicó con cautela–. Y el deber de todo buen ciudadano es prestar ayuda.
–No –dijo Trell con firmeza, devolviendo la tableta de datos al teniente–. Lo siento, pero sencillamente no tenemos tiempo. Nuestro cargamento nos espera en Shibric...
–Su cargamento consiste en seiscientas cajas de salchichas pashkin –le interrumpió con frialdad Niriz–. Supongo que es consciente de que el gobernador ha decretado recientemente que todas las exportaciones de comestibles requieren ahora licencia imperial.
Trell se quedó ligeramente boquiabierto.
–Eso es imposible –dijo–. Quiero decir, los inspectores no dijeron nada acerca de eso.
–¿Cómo de reciente ha sido ese decreto? –preguntó suspicaz Maranne.
Niriz le ofreció una fina sonrisa.
–Aproximadamente hace diez minutos.
Riij sintió un peso en el estómago. Urgencia y desesperación, realmente.
–Así, de pronto, diría que nos han tendido una trampa –susurró a Trell.
Los ojos de Niriz miraron fugazmente a Riij, y volvieron a Trell.
–En cualquier caso, yo estoy dispuesto a pasar por alto ese requisito por esta vez –continuó–. Siempre y cuando estén dispuestos por su parte a entregar sus salchichas un poco más tarde.
–En contraposición a no entregarlas en absoluto –replicó Trell.
Niriz se encogió de hombros.
–Algo así.
Trell miró a Maranne, quien se encogió de hombros.
–Desde aquí, hay dos días de camino a Corellia –dijo ella–. Añade el tiempo de entrega, y estaremos hablando de tres días a lo sumo. Puede ser una molestia, pero nuestro horario probablemente puede adaptarse a eso.
–Tampoco es que tengamos demasiada elección al respecto. –Trell volvió a mirar a Niriz–. Supongo que estaremos encantados de ayudarle, capitán. ¿Cuál es la carga, y cuándo partimos?
–La carga son doscientas cajas pequeñas –dijo Niriz–. Eso es todo lo que necesitan saber. En cuanto a su partida, saldrán en cuanto se hayan descargado las salchichas y la nueva carga esté a bordo.
Junto a Riij, Palror volvió a murmurar, y Riij tuvo que luchar por mantener inexpresivo su propio rostro. Si a algún imperial aburrido le pasase por la cabeza cotillear bajo las tres primeras capas de salchichas de cada caja...
–No se preocupen, las mantendremos refrigeradas –prometió Niriz–. No habrá ningún deterioro.
–Estoy seguro de que estarán a salvo –dijo Trell–. ¿A dónde tiene que ir esa carga suya?
–Su guía les proporcionará todos esos detalles –dijo Niriz, señalando tras él.
Riij se giró a mirar...
Y sintió que se quedaba sin aliento. Rodeando la popa del Hopskip, dirigiéndose hacia ellos, con su sucia armadura mandaloriana brillando bajo la luz...
Trell maldijo entre dientes.
–Boba Fett.
–No es Fett –corrigió Niriz–. Podríamos decir que, simplemente, es un admirador suyo.
–Un antiguo admirador –corrigió la persona de la armadura, con voz oscura y amortiguada–. Mi nombre es Jodo Kast. Y soy mejor que Fett.
–No es que eso signifique demasiado –dijo Niriz, torciendo el labio–. Siempre he pensado que un soldado de asalto competente podría encargarse de tres cazarrecompensas cualquiera sin sudar siquiera.
–No me tiente, Niriz –advirtió Kast–. Ahora mismo, usted me necesita más de lo que yo necesito este trabajo.
–Le necesito menos de lo que usted pueda pensar –replicó Niriz–. Ciertamente menos de lo que usted necesita un indulto imperial por ese asunto que dejó en Borkyne...
–Caballeros, por favor –saltó hastiado Trell–. Soy un hombre de negocios, con un horario que mantener. Sean cuales sean sus diferencias, estoy seguro de que pueden dejarlas a un lado hasta que este trabajo haya terminado.
Niriz aún seguía furioso, pero asintió renuentemente.
–Tiene razón, mercader. Bien. Usted y su tripulación puede descansar en esa sala de guardia hasta que la carga se haya transferido. En cuanto a usted –Alzó un dedo hacia Kast–, me gustaría verle en la oficina de control del hangar. Hay unas cuantas cosas que quiero asegurarme de que entienda.
Kast asintió gravemente.
–Por supuesto. Usted primero.
Niriz entró en la oficina de control del hangar, con la figura de la armadura caminando con paso firme tras él. La puerta se cerró deslizándose; y al fin Niriz pudo dejar que esa rigidez antinatural desapareciera de su postura.
–Me temo que no soy muy bueno en esto, señor –se disculpó–. Espero haberlo hecho bien.
–Lo hizo perfectamente, capitán –le aseguró el otro, alzando sus manos para desbloquear su casco con un leve giro y poder quitárselo–. Entre esta armadura y su actuación, los cuatro están completamente convencidos de que yo soy Jodo Kast.
–Así lo espero, señor –dijo Niriz, con un nudo en el estómago por la preocupación mientras miraba esos brillantes ojos rojos–. Almirante... Tengo que decir una vez más que no creo que usted deba hacer esto. Al menos no personalmente.
–Tomo nota de su preocupación –dijo el gran almirante Thrawn, recorriendo su cabello negro-azulado con una mano enguantada–. Y la aprecio, además. Pero esto es algo que no puedo delegar en nadie.
Niriz agitó la cabeza.
–Me gustaría poder decir que lo entiendo.
–Lo hará –prometió Thrawn–. Asumiendo que todo vaya según lo previsto, tendrá la historia completa cuando yo vuelva.
Niriz sonrió, pensando en todas las campañas en las que él y el gran almirante Thrawn habían estado juntos, allá en las Regiones Desconocidas.
–¿Cuando algo que usted haya planeado no ha ido según lo previsto? –preguntó fríamente.
Thrawn respondió con una débil sonrisa.
–En muchas ocasiones, capitán –dijo–. Por suerte, habitualmente he sido capaz de improvisar un método alternativo.
–Ahí lo tiene, señor –suspiró Niriz–. Sigo creyendo que debería reconsiderarlo. Podríamos poner la armadura mandaloriana a uno de mis soldados de asalto, y usted podría dirigirlo desde algún lugar cercano con un comunicador.
Thrawn negó con la cabeza.
–Muy lento y fastidioso. Además, la fortaleza de Thyne tiene ciertamente instalaciones de vigilancia de espectro completo. Detectarían una transmisión así, y o bien la interceptarían o la interferirían.
Niriz tomó aliento.
–Sí, señor.
Thrawn volvió a sonreír.
–No se preocupe, capitán. Estaré bien. No se olvide, hay una guarnición imperial cerca. Si es necesario, siempre puedo llamarles pidiendo ayuda.
Volvió a colocarse el casco sobre la cabeza y lo ajustó en su lugar.
–Será mejor que vaya supervisar la transferencia de carga; no queremos que las preciosas salchichas del mercader Trell sufran ningún daño. Le veré en unos días.
–Sí, señor –dijo Niriz–. Buena suerte, almirante.

***

Le llamaban la Calle de la Nave del Tesoro, y se decía que era el bazar de intercambio más exótico y ecléctico de todo el Imperio. Docenas de puestos y tiendas de todos los tamaños y tipos podían encontrarse en toda su longitud, con cientos más anidados en sus esquinas, entrelazándose en la propia Ciudad Coronet. Humanos y alienígenas estaban sentados en mostradores al aire libre o de pie junto a las puertas, pregonando sus mercancías a los miles de seres que avanzaban a empujones por las estrechas calles.
Un lugar vibrante, excitante; pero para Trell, también un poco intimidatorio.
El mercader que llevaba dentro estaba intrigado por el espectro de mercancía disponible, al igual que por la variedad de potenciales clientes a los que un negociante emprendedor podría vender esos bienes. Pero al mismo tiempo, la parte de su ser que le había conducido al aislamiento del espacio solía sentirse sentía enferma con cierta facilidad en medio de semejantes multitudes.
Maranne, caminando a su lado, no parecía sentir ninguna incomodidad parecida. Ni tampoco los dos agentes rebeldes, que caminaban con paso forme tras ellos. En cuanto a Kast, a la cabeza, dudaba que ninguno de ellos pudiera decir qué sentía. Tampoco es que a ninguno de ellos les importase.
–¿Dónde vamos, exactamente? –preguntó Maranne, dando un paso extralargo para acercarse un poco a la espalda de Kast.
–Por aquí –dijo Kast, rodeando la multitud hacia un lado.
Los demás le siguieron, y un momento después los cinco estaba parados el estrecho camino entre dos puestos cerrados con postigos.
–¿Aquí? –preguntó Trell.
–El puesto que quieren es el quinto a mano derecha –les dijo Kast–. Una tienda de curiosidades; el propietario se llama Sajsh. Usted –señaló con un dedo enguantado a Trell– le dirá que tiene un cargamento de Borbor Crisk y pedirá las instrucciones de entrega.
–¿Qué hay del resto de nosotros? –preguntó Riij.
–Irán después –dijo Kast–. Permanezcan fuera de la conversación, pero observen y escuchen.
Trell observó el flujo de gente, con un escalofrío recorriéndole la nuca. Algo de todo eso le olía mal, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás.
–Maranne, asegúrate de estar donde puedas cubrirme –le dijo.
–No habrá ningún tiroteo –le aseguró Kast.
–Me alegra oírlo –dijo Maranne–. ¿Le importa si le cubro de todas formas?
Los invisibles ojos de Kast parecieron clavarse en los de ella a través del visor del casco.
–Como desee –dijo–. Todos: muévanse.
Sin palabras, los demás avanzaron en fila entre la multitud, con Kast cerrando el grupo. Trell contó hasta cincuenta para darles tiempo a encontrar sus posiciones, y luego continuó.
La tienda de curiosidades fue fácil de encontrar: un puesto pequeño al aire libre, bastante maltrecho, con una sala trasera cubierta que había sido añadida de forma inexperta hacía ya algún tiempo; el suficiente para que pareciera casi tan destartalada como el propio puesto. Una criatura con aspecto de lagarto de una especie desconocida esperaba tras el mostrador, observando cómo la gente pasaba de largo. Respirando profundamente, Trell se acercó a él.
El lagarto miró a Trell conforme se aproximaba, con su expresión alienígena imposible de descifrar.
–Buen día, buen señor –dijo en un básico adecuado–. Soy Sajsh, propietario de este humilde establecimiento. ¿Puedo serle de ayuda?
–Eso espero –dijo Trell–. Tengo un cargamento de alguien llamado Borbor Crisk. Me han dicho que usted podría darme instrucciones para la entrega.
Una lengua con tres puntas asomó brevemente de la boca escamosa.
–Deben haberle informado mal –dijo–. No conozco a nadie con ese nombre.
–¿Oh? –dijo Trell, viniéndose abajo–. ¿Está seguro?
La lengua asomó de nuevo.
–¿Duda de mi palabra? –exclamó el alienígena–. ¿O sólo de mi memoria o mi inteligencia?
–No, no –dijo Trell apresuradamente–. En absoluto. Yo sólo... mi fuente parecía muy segura de que este era el lugar.
Sajsh abrió la boca de par en par.
–Quizá sólo era ligeramente incorrecto. Quizá se refería a la tienda de mi mano de matar.
Señaló a su derecha, a un puesto igualmente destartalado que en ese momento estaba cerrado.
–El propietario regresará en la hora séptima. Puede volver entonces y preguntarle.
–Eso haré –prometió Trell–. Gracias.
El lagarto hizo chocar dos veces sus mandíbulas. Meneando la cabeza, Trell se dio la vuelta y se abrió camino empujando en el río de peatones, acalorado por la vergüenza y el fastidio.
–¿Y bien? –preguntó Maranne, deslizándose junto a él.
–Kast se equivocó de lugar –gruñó Trell, mirando a su alrededor. Pero el cazarrecompensas no estaba a la vista en ninguna parte–. ¿Dónde están los demás?
–Aquí mismo –dijo Riij, atravesando la multitud desde atrás–. Kast dijo que iba a volver al principio de la calle y se reuniría con nosotros.
–Bien –dijo ácidamente Trell–. Tengo unas cuantas cosas que decir a nuestro estimado cazarrecompensas. Vamos.

***

Sajsh y el hombre desconocido terminaron su conversación, y este último se alejó en la masa de transeúntes y compradores. Dos puestos más allá, Corran Horn dejó el melón que había estado examinando y se mezcló en la riada tras él.
El extranjero no parecía estar tratando de perderse en la multitud.
Aunque tal esfuerzo habría sido rápidamente contrarrestado por la compañía que se le unió: una mujer de mirada dura y aspecto competente, un joven de aproximadamente la edad de Corran, y un alienígena de piel amarilla con varios cuernos cortos sobresaliendo de su mandíbula. Por un instante los cuatro conversaron; luego, con el hombre que había tratado de contactar liderando el camino, continuaron recorriendo la calle.
Por el rabillo del ojo, Corran vio que una figura corpulenta se colocaba a su lado.
–¿Algún problema?
–No lo sé, papá –dijo Corran–. ¿Ves a esos cuatro de ahí? ¿El de la chaqueta marrón desgastada, la mujer rubia, el del collar de pinchos blancos y el alienígena de piel amarilla?
–Sí –asintió Hal Horn–. El alienígena es un tunroth, por cierto. Es muy raro verlos fuera de sus sistemas natales; la mayoría de los que te encuentras en estos días trabajan con safaris de caza mayor, o como mercenarios o cazarrecompensas.
–Interesante –dijo Corran–. Y también posiblemente significativo. Chaqueta Marrón acaba de acercarse disimuladamente al puesto de Sajsh y ha tratado de hacer una entrega para Borbor Crisk.
–De modo que eso ha intentado, ¿eh? –dijo pensativo Hal–. ¿Crisk y Zekka han arreglado sus diferencias cuando yo no estaba mirando?
–Si lo han hecho, yo tampoco estaba mirando –le dijo Corran–. O Chaqueta Marrón y sus colegas son increíblemente estúpidos, o bien algo muy raro está ocurriendo.
–En cualquier caso, dudo que Thyne deje pasar esto sin más –dijo Hal–. ¿Chaqueta Marrón mencionó dónde podían contactar con ellos?
–No, pero Sajsh dejó eso cubierto –dijo Corran–. Dijo que podrían referirse al propietario del puesto al lado del suyo, y sugirió que volvieran sobre las siete.
–Donde se les solicitará que tengan una tranquila conversación con un grupo de matones del Sol Negro. –Hal estiró el cuello para echar un vistazo sobre la multitud–. Bueno, bueno... el complot se complica. Mira con quién se han encontrado nuestros inocentes.
Corran se puso de puntillas. Allí estaban Chaqueta Marrón y sus amigos; y con ellos...
–Que me cuelguen –susurró–. ¿Ese es Boba Fett?
–No, no lo creo –dijo Hal–. Posiblemente sea Jodo Kast, aunque tendría que echar un vistazo desde más cerca a la armadura para estar seguro.
–Bueno, quienquiera que sea, definitivamente nos hemos topado con algo más gordo –señaló Corran–. Las armaduras mandalorianas no son baratas.
–Si es que puedes encontrarlas –agregó el Horn de más edad–. Esto se está volviendo más extraño por momentos. ¿Sospecho que ya tienes algunas ideas?
–Sólo una, en realidad –dijo Corran. El grupo se estaba moviendo de nuevo, y él y su padre comenzaron a seguirles–. Thyne no sería tan estúpido como para matarlos descontroladamente, ciertamente no hasta saber quiénes son y cuál es su conexión con Crisk. Eso probablemente significa llevarlos a la fortaleza.
–¿Y tú crees que deberías encontrar la forma de invitarte a entrar también?
–Sé que es arriesgado...
–“Arriesgado” no es exactamente la palabra que tenía en mente –interrumpió Hal–. Entrar en la fortaleza es sólo en primer paso, lo sabes. ¿Crees que serás capaz de llevar sin más hasta Thyne, ponerle las esposas en nombre de Seguridad de Corellia, y sacarlo de allí?
–Tenemos la autoridad legal para hacerlo, lo sabes –le recordó Corran.
–Lo que no significa nada en absoluto en el interior de su fortaleza –replicó Hal–. ¿Tienes una idea de cuántos agentes de SegCor han ido por lugartenientes importantes de Sol Negro como Thyne y han desaparecido sin más?
Corran hizo una mueca de disgusto.
–Lo sé –dijo–. Pero eso no va a pasar esta vez. Y si entrar en la fortaleza es sólo el primer paso, sigue siendo el primer paso.
El Horn de más edad negó con la cabeza.
–“Arriesgado” sigue sin servir ni para empezar. En primer lugar, ni siquiera sabemos a que están jugando Chaqueta Marrón y su amigo mandaloriano.
–Entonces es hora de que lo averigüemos –dijo Corran–. Sigámosles de cerca y veamos si podemos encontrar una oportunidad de presentarnos.

***

Habían avanzado cosa de dos manzanas –aunque Trell no tenía ni la menor idea de a dónde les estaba llevando Kast– cuando escucharon el grito.
–¿Qué ha sido eso? –preguntó Riij, mirando a su alrededor.
–Allí –bramó Palror, señalando con su grueso dedo central a la izquierda–. Está comenzando una discusión.
Trell estiró el cuello para ver mejor. Había un tapcafé al aire libre en esa dirección, con una larga barra al fondo y cerca de veinte pequeñas mesas dispersas en el espacio abierto frente a ella bajo un ancho dosel de estilo Karvrish, entretejido con hojas. Un hombre de complexión débil con el delantal de propietario estaba de pie en el centro de la zona de comidas, con media docena de hombres grandes y de aspecto rudo con insignias mercenarias en los hombros le rodeaban en un círculo amenazador. Las sillas de una mesa cercana estaban apartadas o yacían en el suelo, indicando que las habían desocupado rápida y bruscamente.
–Yo diría que la discusión ya ha acabado –dijo–. Y acaban de empezar los problemas.
–Vamos –dijo Riij, dirigiéndose hacia allí–. Comprobémoslo.
–Déjenle en paz –ordenó Kast–. No es de nuestra incumbencia.
Pero Riij y Palror ya estaban dirigiéndose hacia el grupo.
–Maldición –gruñó Trell. Estúpidos idealistas rebeldes con cerebro de gornt...–. Vamos, Maranne.
Había comenzado a formarse una fila de espectadores al borde del tapcafé cuando Maranne cruzó el flujo de peatones.
Riij y Palror ya estaban junto a los mercenarios, que habían abierto su círculo alrededor del propietario del Tapcafé para enfrentarse a su nueva distracción.
Y ahora Trell podía ver algo que no había podido ver antes.
De pie junto al propietario, agarrándose fuertemente a su cintura con terror, había una niña pequeña. Probablemente su hija; ciertamente no mayor de siete años.
Trell susurró entre dientes una maldición. Hacía falta ser una forma de vida especialmente vil y rastrera para amenazar a un niño. Pero eso no significaba que fuera a seguir el ejemplo de Riij y atacar ciegamente como un Caballero Jedi loco o un golpea-espaldas craciano.
–Refuerza el lado izquierdo –murmuró a Maranne–. Yo iré por la derecha.
–De acuerdo –respondió ella con otro murmullo. Dejando caer de forma casual su mano sobre la culata de su bláster, Trell comenzó a avanzar tras el anillo de espectadores hacia la derecha...
Y de un modo tan súbito que le sorprendió, la lucha comenzó.
No con blásteres, lo que había sido su principal temor, sino con manos y pies cuando los dos mercenarios más próximos se abalanzaron contra Riij y Palror.
Con una probabilidad de tres a uno a su favor, los mercs debían haber sentido que las armas eran innecesarias.
Se llevaron una sorpresa. Riij tenía claramente un buen entrenamiento en combate sin armas, y Palror era mucho más rápido de lo que Trell había pensado por el tamaño del alienígena. Riij contraatacó, haciendo que su oponente retrocediera tambaleándose; Palror arrojó a su merc de espaldas, golpeándolo con un crujido horrible contra una de las otras mesas, enviando sus sillas girando sin control por el suelo.
Alguien lanzó un feroz juramento. El merc abatido se puso en pie con dificultad y se reunió con sus camaradas, con su anterior semicírculo eventual reformado en una formación letal, nada descerebrada, de ataque, enfrentándose a sus atacantes. El propietario se había aprovechado de la distracción para poner a cubierto a su hija al otro lado de la barra; aupándola por encima para dejarla en la relativa seguridad del otro lado, se giró para mirar.
Durante un largo instante los combatientes quedaron inmóviles mirándose mutuamente.
Trell siguió avanzando hacia su posición de apoyo elegida, con los ojos fijos en los mercs, y la mano en tensión sobre su bláster. ¿Desenfundarían ahora, en cuyo caso probablemente Riij y Palror estarían muertos? ¿O bien su estricto orgullo les dictaría que vencieran sangrientamente a esos insolentes oponentes con sus manos desnudas?
La observante multitud se estaba preguntando obviamente lo mismo. Trell podía sentir su tensión, su excitación, su sed de sangre...
Y entonces, por el rabillo del ojo, captó un movimiento a su izquierda. Los mercenarios también lo vieron, y sus ojos llenos de rabia giraron en esa dirección... Sus expresiones cambiaron, sólo ligeramente. Frunciendo el ceño, Trell se arriesgó a mirar él también.
Jodo Kast había dado un paso por delante del anillo de espectadores.
Por un instante, el cazarrecompensas sólo se quedó allí, mirando en silencio la escena. Luego, caminando hacia una de las mesas al borde del tapcafé, tomó una silla y se sentó. Cruzando las piernas con aire casual bajo la mesa, cruzó los brazos sobre su pecho e inclinó ligeramente la cabeza a un lado.
–¿Y bien? –preguntó apaciblemente.
Y con esas únicas palabras la decisión fue tomada. Ningún mercenario que tuviera una pizca de orgullo profesional iba a usar armas contra oponentes superados en número que no hubieran desenfundado sus armas. No con un cazarrecompensas como Jodo Kast mirando.
Rugiendo extraños y probablemente obscenos gritos de batalla, los mercs atacaron.
En el primer asalto, Riij y Palror habían tenido el elemento sorpresa.
Esta vez no lo tenían. Hicieron lo máximo que pudieron, desde luego –y aún más de lo que Trell habría esperado dadas las probabilidades– pero al final no tuvieron realmente elección. Menos de noventa segundos después de ese rugido de guerra, tanto Riij como Palror estaban en el suelo, junto con dos de los mercs. Los cuatro restantes, alguno de los cuales no parecía mantenerse del todo firme sobre sus piernas, se agruparon a su alrededor.
Uno de ellos miró a su alrededor, y apuntó con su dedo hacia el propietario que se cubría tras la barra.
–Primero ellos –rugió, respirando pesadamente–. Después tú.
–No –dijo Kast.
El mercenario se giró para mirarle, casi perdiendo el equilibrio cuando su rodilla dañada estuvo a punto de doblarse bajo él.
–¿No qué? –preguntó.
–He dicho no –dijo Kast. Sis manos estaban ahora sobre su rodilla, ocultas bajo la mesa, pero sus piernas seguían cruzadas despreocupadamente–. Habéis tenido vuestra diversión; pero los necesito vivos.
–¿Ah, sí? –gruñó el merc–. ¿Qué, tienes que recibir una recompensa por ellos?
–Ya habéis tenido vuestra diversión –repitió Kast, pero esta vez con destellos de metal congelado en su voz–. Dejadlos y marchaos. Ahora.
–¿Eso crees, eh? –bufó el merc–. ¿Y quién crees que va a detener...?
Y abruptamente, justo a mitad de su frase, dejó caer la mano sobre su bláster para sacarlo de su funda.
Era un viejo truco, y uno que probablemente le habría dado al merc la ventaja deseada en muchos enfrentamientos. Por desgracia para él, era un truco que Trell había visto usar incontables veces anteriormente; e incluso antes de que la mano del otro hubiera llegado a la empuñadura del bláster, Trell ya estaba empuñando su propia arma.
Al otro lado del anillo de transeúntes, vio que Maranne también desenfundaba...
El merc tenía buenos reflejos, de acuerdo. En esa fracción de segundo se congeló, sin terminar de sacar su arma de su funda; mirando bajo sus espesas cejas a los cuatro blásteres que de pronto le apuntaban desde el círculo de gente que rodeaba el tapcafé.
Trell parpadeó cuando se dio cuenta de pronto. ¿Cuatro blásteres?
Cuatro. Dos personas más allá de Maranne, un corpulento hombre de mediana edad también tenía un bláster apuntando firmemente a los mercs... y por el rabillo del ojo, Trell podía ver el cuarto bláster asomando desde su lado del gentío. Sostenido con igual firmeza.
El merc escupió al suelo.
–De modo que queréis jugar así, ¿eh?
–No estamos jugando –dijo Kast con voz fría como el hielo–. Como dije: Dejadlos y marchaos. Si no lo hacéis...
Trell no llegó a ver el movimiento de advertencia que estaba esperando.
Pero Kast obviamente sí lo hizo. Justo cuando el merc empezaba a sacar su bláster del todo de la funda, hubo un brillante destello de un disparo bláster proveniente de la mesa del cazarrecompensas, y un rugido de rabia del merc cuando la funda y el bláster que estaba dentro se hicieron añicos.
–...os prometo que lo lamentaréis –concluyó Kast con calma–. Es vuestra última oportunidad.
Le merc parecía como si sólo le faltasen dos segundos para convertirse en una fiera rabiosa. Pero incluso furioso y con una quemadura de arma de fuego en la mano, tenía el suficiente control de sí mismo para saber cuándo las probabilidades estaban demasiado en su contra.
–Te estaré observando, cazarrecompensas –susurró, incorporándose desde su posición de combate encorvada–. Terminaremos esto en otro momento.
Kast inclinó su cabeza ligeramente.
–Cuando estés cansado de vivir, mercenario.
El merc hizo un gesto con la mano. Los otros ayudaron a sus dos heridos a ponerse en pie –uno comenzaba a recuperarse de su aturdimiento, el otro aún necesitaba que le llevasen a rastras– y el grupo se abrió paso entre los curiosos y se mezcló con la multitud.
Kast esperó hasta que estuvieran fuera de la vista. Luego, empujando hacia atrás su silla, se puso en pie, con el bláster que había usado contra el arma del merc ya oculta en donde quiera que tuviera la funda escondida de donde lo había sacado.
–Se acabó el espectáculo –anunció, mirando a los espectadores que le rodeaban–. Quédense y tomen algo, o muévanse.
El propietario ya estaba junto a Riij u Palror, ayudando a este último a sentarse, cuando Trell y Maranne les alcanzaron.
–¿Estáis bien? –preguntó Maranne, ofreciendo su mano a Palror.
El tunroth la apartó.
–No estoy herido –dijo, poniéndose en pie y flexionando un codo a modo de prueba–. Sólo estaba temporalmente incapacitado.
–Tienes suerte de que esa condición no fuera permanente –le recordó Trell–. Deberías haberlo dejado pasar como Kast os dijo.
–Sí –dijo Riij, sujetándose el estómago mientras se ponía en pie con la ayuda del propietario–. Gracias, Kast. Aunque no me habría importado si hubieras llegado un poco antes. Digamos, ¿antes de que comenzaran a atizarnos?
–Seis mercenarios no habrían retrocedido frente a tres blásteres –les dijo Kast–. Necesitaba que antes os encargaseis de alguno de ellos. –Se dio media vuelta–. Si hubiera sabido que habría cinco blásteres en lugar de tres, podría haber aparecido antes.
Trell se giró a mirar. Los dos hombres que habían desenfundado con ellos estaban ahí mirando.
–Gracias –dijo–. No había contado con obtener esa clase de ayuda en un lugar como este.
–No hay problema, dijo el hombre de más edad–. Los Mercenarios Brommstaad siempre han tenido tendencia a considerarse por encima de los límites de una conducta normal y civilizada. Y nunca me ha gustado que se amenace a los niños.
–Y además de eso –añadió el más joven–, estábamos empezando a tener sed de todas formas.
–¿Bebidas? –preguntó el propietario con entusiasmo–. Por supuesto; bebidas para todos ustedes. Y comida, también, si tienen hambre; las mejores que pueda ofrecerles.
–Tomaremos la mesa larga del fondo –dijo Kast–. Y nos vendría bien cierta privacidad.
–Sí, señor, inmediatamente –dijo el propietario. Con una rápida inclinación de cabeza, fue apresuradamente hacia la mesa que Kast le había indicado.
–Me llamo Hal, por cierto –dijo el hombre de más edad–. Este es mi socio Corran.
Trell les devolvió el saludo.
–Encantado de conocerles. Yo soy Trell; ellos son Maranne, Riij, Palror, y...
–Llámenme Kast –le interrumpió Kast–. ¿Hijo o sobrino?
Hal parpadeó.
–¿Qué?
–¿Corran es hijo o sobrino suyo? –amplió Kast–. Hay cierto parecido de familia en los ojos.
–La gente ya nos lo ha dicho antes –dijo Corran–. En realidad, sólo es una coincidencia. Que nosotros sepamos, no somos parientes.
Kast asintió una vez, lentamente.
–Ah.
–Parece que la mesa está lista –dijo Hal, señalando en esa dirección–. ¿Vamos a sentarnos?

***

–Oh, claro –dijo Hal, tomando un sorbo de su segunda bebida–. Todo el mundo de por aquí ha oído hablar de Borbor Crisk. Un criminal de bastante poca monta, más bien, para lo que suelen ser los criminales; estrictamente local en el sistema corelliano. Por supuesto, si están buscando impresionantes criminales intersistema, también tenemos algunos de esos.
–No estamos interesados en lo impresionante –señaló Trell–. Ni criminal ni de otro modo. Tenemos un cargamento que entregar a ese Crisk, y luego nos iremos.
–Sí, ya han mencionado eso –convino Corran, echando una mirada al otro y tratando de leer su rostro. Era difícil de creer que esa gente fuera realmente los chicos errantes que decían ser, especialmente tras el incidente con los mercenarios. Pero si eso era algún tipo de plan profundamente astuto, que le ahorcasen si lograba entenderlo.
Al menos, no desde el exterior. Ya era hora de que hiciera su jugada para acercarse un poco más al meollo.
–La cosa es así –continuó, mirando a su alrededor en la mesa–. Dos cosas, en realidad. Número uno: considerando quien es Crisk, su cargamento probablemente sea ilegal, y con toda seguridad valioso. Eso significa que no sólo tienen que preocuparse de que Seguridad de Corellia caiga sobre ustedes, sino también de otros criminales que puedan tratar de quitárselo de las manos. Y número dos... –dudó, sólo ligeramente–... la razón por la que Hal y yo vinimos a Corellia fue esperando encontrar trabajo con la organización de Crisk.
–Está de broma –dijo Riij–. ¿Haciendo qué?
–Cualquier cosa, en realidad –dijo Hal–. Nuestro último trabajo fue realmente amargo, y necesitamos resarcirnos de nuestras pérdidas.
–Por eso les estábamos siguiendo, ¿saben? –dijo Corran, tratando de mostrar el equilibrio adecuado entre firmeza y vergüenza–. Escuché cómo Trell hablaba acerca de Crisk, y pensé... bueno...
–Pensamos que quizá podíamos ir con ustedes cuando vuelvan a verle esta noche –se la jugó Hal.
Trell y Maranne intercambiaron miradas.
–Bueno...
–En realidad no sabemos si le veremos esta noche –señaló Riij–. Puede que el dueño del otro puesto no sepa más que Sajsh acerca de Crisk.
–Tienes razón –convino Trell, mirando de modo extraño a Kast–. Puede que esto sólo sea un callejón sin salida.
–Bueno, en ese caso, necesitaréis ayuda para encontrarle –dijo Han con una impaciencia que sonaba maravillosamente genuina–. Corran y yo vivimos aquí; tenemos todo tipo de contactos en la zona. Podemos ayudarles a encontrarle.
–Uno de ustedes puede ir –dijo Kast.
Corran miró al cazarrecompensas, parpadeando con ligera sorpresa. Era la primera vez que hablaba desde que se habían sentado a la mesa.
–Ah... bien –dijo–. ¿Sólo uno de nosotros?
–Sólo él –dijo Kast, señalando con la cabeza a Hal–. Trell y el tunroth irán con él. Yo me quedaré atrás en la retaguardia.
–¿Qué pasa con Riij y conmigo? –preguntó Maranne.
–Ustedes dos y Corran volverán a la nave –le dijo Kast–. Transferirán la carga al deslizador terrestre de la nave para que esté lista para la entrega.
Trell y Maranne se volvieron a mirar, y Corran pudo ver que ninguno de ellos estaba particularmente contento con el arreglo.
Pero estaba igualmente claro que ninguno estaba demasiado dispuesto a discutir el asunto con el cazarrecompensas.
–De acuerdo –dijo Trell con una mueca–. Vale. ¿Qué pasa si nadie del otro puesto tampoco sabe dónde está Crisk?
–Eso no será un problema –dijo Kast–. Confíen en mí.

***

–Interesante persona, Jodo Kast –comentó Hal cuando los tres se encaminaban de nuevo hacia el puesto de Sajsh–. ¿Han trabajado mucho con él?
–Esta es la primera vez –le dijo Trell, mirando intranquilo a su alrededor. Había muchos menos compradores a esa hora que cuando habían estado antes, y a pesar de su desagrado innato a las multitudes, encontró que se sentía desagradablemente expuesto en ese momento–. En realidad, más que trabajar con él estamos trabajando para él. Palror, ¿puedes ver dónde se ha metido?
–No, no se giren –dijo Hal rápidamente–. Podrían estar observándonos, y no queremos que se enteren de que tenemos una retaguardia.
Trell le echó una mirada de soslayo. Había en ese momento algo en su voz que claramente no pertenecía a un vagabundo sin suerte. Un tono de autoridad, hablado por una persona que está acostumbrada a que sus órdenes se obedezcan...
Palror gruñó.
–Problema –dijo.
Trell estiró el cuello. Ahora podía ver el puesto de Sajsh delante de ellos, cerrado por la noche.
El puesto de al lado, el puesto al que se dirigían, también estaba cerrado.
–Genial –gruñó, deteniéndose–. Sigue sin haber nadie.
–No, no te detengas –dijo una suave voz tras él.
Trell sintió que se le aceleraba el corazón.
–¿Qué?
–Ya le has oído –dijo una voz diferente, esta proviniendo de detrás de Hal–. Sigue caminando.
Con un esfuerzo, Trell hizo que sus pies volvieran a moverse.
–¿Estáis con Borbor Crisk?
Se oyó un bufido.
–Más bien no –dijo la primera voz con obvio desdén–. Sigue como si no pasara nada, y no trates de pasarte de listo. Preferiríamos entregarte en condiciones plenamente operativas.
Trell tragó saliva con dificultad.
–¿Adónde vamos?
–De momento, detrás del puesto de Sajsh –dijo el otro–. Después de eso... ya lo verás.
–Estoy seguro –murmuró Trell, con los latidos del corazón golpeándole en los oídos. Pero había una cosa que los secuestradores no sabían. Jodo Kast, uno de los mejores cazarrecompensas de la galaxia, estaba en algún lugar tras ellos. En cualquier momento, saltaría de donde estuviera escondido, con sus blásteres destellando con precisión micrométrica, y haría que las tornas cambiasen completamente.
En cualquier momento, y oirían el rugido de los blásteres. En cualquier momento...
Seguía esperando ese momento cuando los secuestradores les condujeron a los tres a bordo de un camión deslizador, cerraron las puertas, y los condujeron hacia el oscuro anochecer.

domingo, 17 de mayo de 2009

Ascensión y caída de Darth Vader (XXIV)

Capítulo 20

-La Fuerza está contigo, joven Skywalker –dijo Darth Vader cuando su presa fue directa a su trampa-. Pero todavía no eres un Jedi.
Luke Skywaker tenía su bláster en la mano cuando entró en la tenebrosa cámara de congelación, pero lo enfundó antes de subir un tramo de escalones para enfrentarse a Vader. Allí, en la plataforma elevada que rodeaba el pozo, Vader estaba inmóvil, esperando que Skywalker hiciera su siguiente movimiento. Cuando Luke alcanzó su sable de luz y activó su hoja azul, Vader notó que realmente era la misma arma que Obi-Wan había arrebatado a Anakin Skywalker en Mustafar. Pero no era el momento de compartir esa información con Luke. Aún no.
Vader activó su propio sable de luz. Luke atacó primero, y Vader bloqueó el golpe con facilidad. El duelo había comenzado.
Luke luchó valientemente, y casi instintivamente, en ocasiones impresionando a Vader con movimientos inesperados. Incluso consiguió salir saltando de la cámara de congelación de carbono, evitando que Vader le dejase completamente inmóvil. Pero Vader le acosó conduciéndole a la sala de control del reactor de Ciudad Nube, usó la Fuerza para arrancar maquinaria pesada de las paredes y lanzarla contra Luke, y por último le condujo a una pasarela que se extendía sobre el pozo del reactor.
Mientras los vientos de Bespin rugían en el pozo, Luke blandió su sable de luz para dar un golpe de soslayo sobre la placa del hombro derecho de Vader. Vader gimió mientras Luke se alejaba más por la pasarela. Manteniendo el equilibrio sobre una estrecha viga, Luke estaba aferrado a un sensor atmosférico con su mano izquierda cuando Vader golpeó fuerte con su sable de luz.
Luke gritó cuando la hoja roja de Vader atravesaba su muñeca derecha, y observó con horror cómo su mano y su sable de luz caían al fondo del profundo pozo del reactor.
-No hay escapatoria –dijo Vader cuando su herido oponente se alejó todo lo que pudo, agarrándose a un conjunto de sensores al final de la pasarela-. No me obligues a destruirte –añadió, incrementando el volumen de su voz para poder hacerse escuchar sobre los fuertes vientos-. Todavía no te has dado cuenta de tu importancia. Sólo has empezado a descubrir tu poder. Únete a mí, y yo completaré tu entrenamiento. Combinando nuestras fuerzas, podemos acabar con esta beligerancia y poner orden en la galaxia.
-¡Jamás me uniré a ti! –gritó Luke como respuesta.
-Si conocieras el poder del lado oscuro –dijo Vader, y decidió que había llegado el momento de revelarlo todo-. Obi-Wan no te dijo lo que le pasó a tu padre.
-¡Me dijo lo suficiente! –dijo Luke entre dientes mientras se aferraba al conjunto de sensores-. Dijo que tú lo mataste.
-No –dijo Vader-. Yo soy tu padre.
Darth Vader no sabía como iba a reaccionar Luke. No podía imaginar que el joven quedaría más impresionado de lo que Vader había estado cuando el Emperador le informó de que Luke era el hijo de Anakin.
-No –gimoteó Luke-. No. ¡Eso no es verdad! ¡Es imposible!
Vader recordó cómo el Emperador le había empujado a aceptar la realidad.
-Examina tus sentimientos –dijo-. Sabes que es verdad.
-¡No! –gritó Luke-. ¡NO!
El viento aulló, y la negra capa de Vader ondeó salvajemente a su espalda.
-Luke, tú puedes destruir al Emperador. Él se ha percatado de eso. Es tu destino. -Se acercó a Luke, invitándole a salir de la pasarela y a ir a su lado-. Únete a mí, y juntos dominaremos la galaxia como padre e hijo.
Aferrándose todavía al conjunto de sensores, Luke echó un vistazo al fondo del pozo.
-Ven conmigo -insistió Vader-. Es el único camino.
Inesperadamente, Luke abrió sus brazos, soltando los sensores y dejándose caer a plomo en el profundo pozo. Vader se inclinó sobre el extremo de la pasarela para ver la silueta de su hijo caer rápidamente dando tumbos en un tubo de ventilación de la pared del muro que se encontraba abierto.
El Señor del Sith estaba seguro de que Luke seguía con vida. Si hubiera muerto, lo habría sentido.
Después de que Vader abandonase el pozo del reactor, los oficiales imperiales le informaron de que el engañoso Lando Calrissian había comunicado a todos los residentes y visitantes que evacuasen Ciudad Nube, y que Calrissian, la princesa Leia y el wookiee ya habían escapado en el Halcón Milenario. Vader sabía que no llegarían lejos, porque los técnicos imperiales ya habían tenido la precaución de desactivar el hipermotor del Halcón Milenario.
Vader envió inmediatamente dos escuadras de soldados de asalto para encontrar a Luke. Seguro de que Luke y la tripulación del Halcón pronto volverían a ser capturados y se los entregarían, se dirigió a su lanzadera y voló de regreso al Ejecutor. Cuando llegó, Vader mantuvo su confianza cuando le notificaron que el Halcón Milenario había regresado a toda velocidad a Ciudad Nube para rescatar a Luke.
Dejad que sus aliados le salven, pensó Luke. Y entonces yo les capturaré a todos.
Mientras el Halcón Milenario trataba de esquivar el bloqueo imperial alrededor de Bespin, Vader usó la Fuerza para llamar telepáticamente a su hijo desde el Ejecutor.
-Luke.
Padre, respondió Luke.
-Hijo -dijo Vader, y sintió un escalofrío al darse cuenta de que Luke había aceptado la verdad.
Cuando el carguero rebelde pasó junto al destructor estelar de Vader, éste sintió la proximidad de Luke y usó la Fuerza para llamarle de nuevo.
-Hijo. Ven conmigo. -Cuando Luke no contestó, Vader añadió-: Luke. Es tu destino.
Pero entonces el Halcón Milenario se desvaneció en el hiperespacio. Y, esta vez, el carguero corelliano no estaba llevando un dispositivo de rastreo imperial.
Una vez más, a Vader le habían arrebatado lo que era suyo.

sábado, 16 de mayo de 2009

El honor de los Jedi (13)

13
Luke apunta por encima del hombro del extraño y dispara. Cuando el disparo pasa silbando junto a la cabeza del orador, el humano de ojos feroces se agacha involuntariamente, dejando a Luke expuesto. El disparo se estrella en el techo de la cafetería, regando a los aterrorizados parroquianos con humeantes restos de plastiespuma. Los soldados de asalto reaccionan inmediatamente a la súbita vulnerabilidad de Luke y lanzan disparos de energía hacia él.
Mientras Luke trata de apuntar, un disparo bláster le alcanza en el hombro derecho. El impacto le obliga a girarse y su brazo cae inerte. Su pistola bláster cae resbalando al suelo. La oscuridad comienza a cubrir su vista.
-No pueden arrestar... -murmura, con el hombro llameando de dolor-. Ayúdame.
La oscuridad sigue cayendo, y ahora le zumban los oídos. Dos formas fantasmales se aproximan cautelosas, con sus rifles bláster listos para disparar. Luke ve su armadura blanca sólo como una sombra de un gris más claro.
-¡Ben, ayúdame! -murmura.
Alguien le pone algo frío y metálico en la garganta, luego dice algo con esa particular voz seca y electrónica de los soldados de asalto. Luke no puede entender las palabras de los soldados, y ya no puede ver. ¿Es esto el fin?
-No... -balbucea-. ¡Sobreviviré!
Una sensación casi imperceptible cosquillea en su cabeza, y la gasa que cubre la cabeza de Luke comienza a aclararse.
Un instante después, ve al general de pie sobre él.
-Quizá tenga razón soldado. Sobrevivirá. Llévenlo para interrogarle.

Luke sobrevivirá, pero de momento está gravemente herido y es prisionero de los imperiales. Esta aventura se ha terminado para él. Vuelve a la sección uno y prueba de nuevo.

Ascensión y caída de Darth Vader (XXIII)

Capítulo 19

Boba Fett ya había llegado a Ciudad Nube, un lujoso complejo y refinería de gas en órbita alrededor del planeta gigante gaseoso de Bespin, y el Halcón Milenario, con su velocidad luz inhabilitada, seguía aún en camino cuando la lanzadera de Vader tomó tierra en una plataforma de aterrizaje de Ciudad Nube. Precedido por dos escuadras de soldados de asalto imperiales, Vader salió de la lanzadera para ser recibido por el barón administrador de Ciudad Nube, Lando Calrissian, y su ayudante Lobot, un cyborg con un puerto computerizado acoplado alrededor de su cabeza calva.
Calrissian fue cortés y solícito mientras escoltaba a los imperiales por sus instalaciones, y escuchó con atención cuando Vader trazó su plan para atrapar a un grupo de rebeldes. Cuando escuchó el nombre del carguero que se acercaba, la expresión de Calrissian permaneció completamente neutral, lo que no sorprendió a Vader. Aunque una comprobación previa había confirmado que Calrissian era un antiguo propietario del Halcón Milenario, también era un tahúr excelente.
Mientras el Ejecutor permanecía estacionado bien fuera del alcance de cualquier escáner de Bespin, los imperiales tomaron posiciones en Ciudad Nube y esperaron a que llegase la nave de Han Solo. No tuvieron que esperar mucho.


-El Halcón Milenario ha aterrizado en la plataforma 327, Lord Vader -dijo el teniente Sheckil, un oficial imperial de uniforme gris. Sheckil estaba escuchando un informe de progresos que estaba llegando, y estaba de pie ante Vader y Fett en una suite de conferencias de Ciudad Nube-. La princesa Leia está con Han Solo y su copiloto -continuó Sheckil-. También hay un droide. El barón administrador Calrissian los lleva ahora a Ciudad Nube. -Sheckil sonrió y añadió-: Fue una suerte que el hipermotor del Halcón Milenario estuviera dañado, o no habríamos llegado al sistema Bespin antes que los rebeldes.
-Nuestro viaje a Bespin nada tuvo que ver con la suerte, teniente Sheckil -dijo Vader-. Recuerde a sus hombres que permanezcan ocultos. La captura de los rebeldes se hará bajo mis órdenes.
-Sí, señor. Yo... -Sheckil se detuvo de golpe al escuchar su comunicador-. ¿Qué? ¡Los muy imbéciles! -Tratando de no parecer nervioso, devolvió su atención a Vader-. Es el droide, señor -dijo-. Él... se separó del grupo, y tropezó con el Escuadrón Gamma. Ellos le dispararon. Afortunadamente, la princesa y los demás no oyeron los disparos.
-Entonces tú eres el único afortunado -dijo Vader, furioso-. No vuelvas a fallarme. Traed el droide aquí. Su memoria podría contener información valiosa.
Después de que Sheckil abandonase la sala, Vader se giró para observar la silueta de Ciudad Nube por una ventana.
-Parece que tu iniciativa está dando sus frutos, cazarrecompensas -dijo-. Usando al capitán Solo como cebo para Skywalker, podrás cobrar dos recompensas de una sola vez.
-Skywalker vendría más rápido si se corriera la voz de que sus aliados están en peligro -dijo Boba Fett, observando la espalda del Señor Oscuro.
-No será necesario -dijo Vader, sintiendo un temblor en la Fuerza desde muy lejos, a través del espacio-. Él ya lo sabe.
Sheckil regresó con un par de soldados de asalto que traían un contenedor abierto que contenía las partes del droide capturado. Las piernas se habían soltado del tronco, y un puñado de cables multicolores sobresalían del enganche del cuello del droide.
-¿Lord Vader -dijo Sheckil-. Me-me temo que el daño es bastante grave.-Ofreciendo a Vader la cabeza del droide para que la inspeccionase, Sheckil continuó-. Como podéis comprobar, es un droide de protocolo. Probablemente pertenezca a la princesa.
Vader tomó la cabeza y la examinó detenidamente.
-Por la forma en que se han destrozado sus componentes -siguió parloteando Sheckil-, es como si el droide hubiese sido construido hace mucho tiempo.
A pesar del desgaste y las abolladuras de la cabeza del droide, Vader reconoció unos pocos detalles que indicaban la manufactura de Anakin Skywalker. Observó los ciegos fotorreceptores de la cabeza decapitada.
C-3PO.
La última vez que Vader había visto al droide dorado era en Mustafar. Te vi a través de la ventana de la nave de Padme cuando aterrizó, recordó Vader. Sosteniendo esa reliquia de su antigua vida, Vader sintió que oleadas de ira y pérdida barrían su oscura alma. Su memoria volvió al día en que Anakin encontró el esqueleto del droide en la chatarrería de Watto, en el que Anakin si preguntó si el droide reparado podría ayudarle a él y a su madre a abandonar Tatooine.
Vader se preguntó si C-3PO recordaría algo acerca de Anakin Skywalker. Lo dudaba. Si el droide hubiera tenido cualquier conocimiento de Anakin en sus bancos de memoria, entonces lo habría compartido con Luke Skywalker. Pero Luke seguía ignorando la identidad de su padre, Vader estaba seguro de ello.
Considerando todo eso, pensó Vader mientras miraba en los ojos del droide, debería haberte dejado en ese patio de chatarra. Tuvo la súbita urgencia de aplastar la cabeza del droide, pero entonces se dio cuenta de que Sheckil y Boba Fett le miraban con curiosidad.
-¿Intentarán nuestros técnicos recuperar sus unidades de memoria, Lord Vader?
Relajando su presa sobre la cabeza del droide, Vader la colocó con el resto de las piezas en el contenedor abierto.
-El droide está inservible -dijo-. Que lo destruyan. -Dejó de pensar en el droide y se volvió hacia la puerta-. Vamos, cazarrecompensas -dijo-. Quiero discutir nuestro próximo encuentro con los rebeldes.


Después de que el temblor de la Fuerza convenciese a Darth Vader que Luke Skywalker estaba de camino a Bespin, el Señor Oscuro preparó su trampa. Se las arregló para que Calrissian escoltase a la princesa Leia, Han Solo, y el copiloto wookiee de Solo a un salón de banquetes en el que él y Boba Fett estarían esperando. Un instante después de que se la puerta del salón de banquetes se abriera deslizándose y revelase a Darth Vader ante los horrorizados rebeldes, Solo alcanzó su pistola bláster y disparó al Señor del Sith. Con su mano enguantada, Vader rechazó las lanzas de energía, y luego usó la Fuerza para atrapar la pistola de Solo, arrancándola del agarre del piloto y haciéndola volar sobre la mesa de banquetes central para aterrizar entre los dedos extendidos de Vader.
-No tenía elección -les dijo Calrissian-. Llegaron antes que vosotros. Lo siento.
Han Solo miró fijamente a Calrissian.
-Yo también lo siento-dijo.


-¡Lord Vader! -dijo ligeramente alterado el teniente Sheckil después de que el Señor del Sith saliese de la sala de banquetes y ordenase a un escuadrón de soldados de asalto que escoltase a los prisioneros a las celdas de arresto-. Durante el registro de las habitaciones de la princesa Leia hemos descubierto algo... inesperado.
Caminando rápidamente con Sheckil a la zaga, Vader recorrió los pasillos de Ciudad Nube hasta que alcanzó la suite espaciosa y brillantemente iluminada que Leia había ocupado antes de salir hacia el salón de banquetes. Dos soldados de asalto estaban en la sala junto a dos ugnaughts: humanoides de escasa estatura y aspecto porcino que trabajaban en las refinerías de gas de la ciudad. Sobre una mesa descansaba un cajón de almacén que contenía las desmembradas partes de C-3PO.
Volvemos a encontrarnos.
Vader miró fijamente las piezas, que no parecían diferentes de cuando las había visto la última vez.
-Le di una orden, teniente- dijo.
-Sí, Lord Vader -dijo Sheckil. Señalando a los achaparrados trabajadores, continuó-. Pero según los ugnaughts, el wookiee irrumpió en el almacén y se puso como loco cuando encontró las piezas. Las trajo directamente aquí, a la princesa. Si la rebelión está interesada en preservar esta unidad, podría haber más en este droide de lo que se ve a simple vista.
Buscando en el cajón de almacenaje, Vader recogió la cabeza del droide. A pesar de sus deseos de dejar enterrados todos los recuerdos de Anakin Skywalker, uno más salió a la superficie... algo que Shmi Skywalker había dicho a su hijo después de que le permitiera quedarse las piezas de droide que había llevado en secreto a su pequeña morada. A menos que estés dispuesto a ocuparte de algo, no mereces tenerlo, había dicho ella.
Bajo su casco, Vader hizo una mueca de disgusto al recordarlo.
Sheckil observaba a Vader.
-¿Ordeno a los técnicos que busquen su memoria? -dijo. Cuando Vader no respondió, Sheckil añadió-: ¿O preferís que antes lo olfateen los ugnaughts?
Vader parecía seguir contemplando la cabeza del droide, manteniéndolo cerca de su casco para poder ver su oscuro y distorsionado reflejo en la erosionada superficie dorada del rostro sin vida de C-3PO.
-¿Señor? -dijo Sheckil expectante.
Darth Vader colocó lentamente la cabeza del droide con el resto de piezas.
-Las piezas del droide tienen el olor del copiloto del capitán Solo -dijo-. Envíe esta caja a la celda del wookiee.
-Yo... disculpadme, señor -dijo Sheckil, obviamente confundido-. No lo entiendo. Vos... ¿queréis que el prisionero se quede el droide?
-Le estoy dando al wookiee lo que se merece -dijo misteriosamente Vader.
-Oh -dijo Sheckil-. Sí... por supuesto, Lord Vader.
-El capitán Solo tiene una cita en la sala de interrogatorios -dijo Vader mientras salía con paso firme de la suite-. Asegúrese de que esté allí.


Vader no hizo una sola pregunta a Han Solo en la sala de interrogatorios que los imperiales habían preparado en Ciudad Nube, pero igualmente torturó al contrabandista. Después, hizo que un equipo de ugnaughts preparase una cámara de congelación de carbono para Solo, para determinar si Luke Skywalker podría sobrevivir al proceso de congelación. La prueba también fue presenciada por Boba Fett, Lando Calrissian, Lobot, la princesa Leia, y el corpulento copiloto de Solo, quien ya había conseguido re-ensamblar parcialmente a C-3PO, y llevaba las piezas del droide en una red de carga que estaba cruzada sobre su peluda espalda. Con cierta diversión, Vader notó que C-3PO seguía sin saber cuando debía dejar de hablar.
Solo fue introducido en el pozo central de la cámara de congelación, y luego subió una gran columna de vapor cuando le transformaron inmediatamente en un sólido bloque de carbonita. Después de que retirasen el bloque del pozo y Lando comprobase que Solo había sobrevivido, Vader se volvió a Boba Fett.
-Es todo tuyo, cazarrecompensas. -Luego miró a los ugnaughts-. Volved a ajustar la cámara para Skywalker -ordenó.
La sincronización no podía haber sido mejor, porque Skywalker acababa de aterrizar su caza ala-X en Ciudad Nube.