Los días de las banderas
August y Cynthia Hahn
Está en la naturaleza de los
pueblos atormentados que, cuando finalmente son liberados de sus opresores,
reciben con los brazos abiertos a sus salvadores y toleran cualquier nuevo
régimen que resulte emerger de las cenizas del antiguo. Cuando el destino es
amable, este nuevo liderazgo es benevolente, nacido de los ideales de libertad
e igualdad de los que se alzó dicha resistencia. Cuando la fortuna no es tan
gentil, lo que emerge de las llamas de la rebelión puede volverse aún más
tiránico y despótico que el gobierno al que había derrocado.
Les costó algo de esfuerzo, pero
Dyrla y Taan lograron abrirse camino hasta la parte delantera de la multitud.
La barrera al borde de la calle les impedía avanzar más, pero no pasaba nada;
al menos ahora podían ver el desfile. Algo así nunca había ocurrido antes en
sus jóvenes vidas y, si lo que había dicho su padre era correcto, con suerte
nunca más debería volver a ocurrir.
Dyrla señaló a la parte trasera
de un deslizador que desaparecía de su vista lentamente.
-¿Crees que ese era Osten? ¿Eh?
¿Crees que era él? –Su voz era aún más aguda de lo normal, haciéndola tan
penetrante que incluso su hermano tuvo problemas para soportarla.
-Cálmate, ¿quieres? ¿Y qué si lo
era? Papá dijo que él no participó en la lucha real. Yo he venido para ver al
Escuadrón Bufón.
Eso le hizo ganarse un puñetazo
en el brazo.
-¿Qué? Osten es como el Gran
Señor General del Ejército o algo así. Eso le convierte en alguien super
importante. –Dyrla le sacó la lengua a Taan-. Mucho más especial que esos
Bufones tuyos.
Taan sabía que no podía
devolverle el golpe. La última vez que lo había hecho, había estado castigado
una semana y se perdió el concierto de Sien’Soro al que tantas ganas tenía de
acudir. Ningún puñetazo valía eso, ni siquiera uno que la pequeña granuja se
tuviera merecido.
-¡Bah! Papá dice que la gente
como Dal’Ney se limita a sentarse sobre su trasero y obtener la gloria mientras
son los auténticos héroes los que luchan y mueren.
-¡No digas esa palabra! –Las
pequeñas manos de Dyrla comenzaron a temblar y, por un instante, Taan pensó que
iba a golpearle de nuevo. Luego se dio cuenta de lo que había dicho y
comprendió qué estaba a punto de hacer su hermana: llorar.
-Oh, hermanita; lo siento. No quería
decir eso. Quería decir que luchan y... duermen. Eso, duermen ahí fuera, en el
espacio, en sus naves, mientras los generales y similares tienen camas cómodas
y agradables y no tienen que hacer ningún trabajo en absoluto.
Era un débil intento, y lo sabía,
pero pareció funcionar. Dyrla era muy sensible acerca de la muerte. Incluso la
mera sugestión de la misma era habitualmente suficiente para hacerle perder el
control, y eso era lo último que Taan quería. Era una mocosa, desde luego, pero
seguía siendo su hermana. Desde que el transporte de su madre había sido
derribado por un disparo de los thaereianos, ella y papá eran todo lo que le
quedaba.
Apareció otro deslizador, este
con varias personas que Taan no reconocía.
-Eh, Dyr, ¿quién crees que son
esos? –le preguntó, con la esperanza de distraerla.
-Umm... Deja que mire. –Dyrla
había insistido en comprar uno de los chips de programa del desfile a un
vendedor ambulante antes de zambullirse en la muchedumbre para llegar hasta
allí. En ese momento había pensado que era un gasto inútil, pero ahora Taan se
alegraba realmente de que fuera imposible discutir con la mocosa rubia. Después
de pulsar unos cuantos botones, Dyrla le mostró la pantalla de su ordenador de
mano-. ¿Ves?
Las imágenes concordaban con los
rostros de las personas del deslizador, aunque la pantalla los mostraba con
uniformes militares.
-Oh, esa es la Compañía Beta.
Tengo entendido que llegaron a descender en el propio Thaere y lucharon por la
liberación. Guau.
Dyrla asintió con admiración
mientras observaba cómo el deslizador avanzaba lentamente, pero entonces un
gesto de confusión cruzó su joven rostro.
-No lo entiendo.
Su hermano se inclinó sobre ella
y le robó un sorbo de su paquete de refresco.
-¿Qué es lo que no entiendes?
Ella volvió a golpearle, pero
soltó una risita al hacerlo.
-¡Eh, es mío! Y no entiendo una
cosa. El chip dice que había doce personas en la Beta, ¿verdad? ¿Entonces por
qué sólo hay cinco personas en el deslizador?
Taan trató de pensar rápido,
pero tenía la mente en blanco. Sabía que su hermana se derrumbaría si le decía
la verdad. Si pensaba en que de verdad había muerto gente, como tantos de los
que lucharon por Cularin contra los thaereianos, su hermana se desmoronaría. Ya
casi podía oírla gimotear. Tenía que pensar algo rápido.
El hombre que estaba tras ellos
se agachó y sonrió.
-Ya han pasado, pequeña. Los
deslizadores son demasiado pequeños para llevarlos a todos a la vez.
Taan suspiró aliviado cuando
Dyrla asintió aceptando la mentira piadosa. Sin embargo, miró al humano de
cabello castaño arrugando la nariz en un mohín.
-Gracias, pero no soy pequeña. ¡Mi
papá dice que soy muy alta para mi edad, y que cuando crezca seré tan alta como
un wookiee!
En realidad, Dyrla era muy
menuda, y se ponía muy a la defensiva cuando salía el tema.
El hombre alzó ambas manos en
gesto de rendición.
-Me doy por corregido, señorita
gigante.
Su sonrisa y su disculpa parecieron
tranquilizar a Dyrla y, en su infinita benevolencia, le perdonó con otra
risita.
Justo entonces, las nubes sobre
sus cabezas se abrieron y aparecieron rugiendo ante su vista varios cazas
estelares. Cada uno de ellos dejaba una estela de humo de color, y volaban
cruzándose entre sí para crear un arco iris en espiral sobre la concurrencia.
Descendieron lo suficiente para que el público del desfile pudiera ver los
colores pintados en el fuselaje. Cada uno de ellos tenía las habituales marcas
de su escuadrón y mostraba en la parte inferior el sello oficial de Cularin.
-¿Qué significa esa mancha
grande? –Dyrla no se mostraba en absoluto impresionada por los cazas, aunque su
hermano los contemplaba fascinado. Algún día, él quería ser piloto en la
milicia y casarse con la comandante Starbolt, una mujer que había visto una vez
en un póster y de la que se había enamorado al instante... como sólo los chicos
de doce años pueden enamorarse.
-Eso –dijo el hombre agachado-
es el símbolo de Cularin, y significa que a cada supervi... quiero decir, a
cada miembro útil de la milicia se le ha dado un puesto en el nuevo ejército de
Cularin. –Se dio cuenta de que, obviamente, sus palabras no significaban nada
para la pequeña-. Es un símbolo de honor y significa que ahora todos son
auténticos oficiales militares.
Aún no hubo reacción. Entonces
se le iluminó la cara.
-Oh, ¿significa que son
especiales?
El hombre asintió.
-¡Exactamente! Como son los que
realmente salieron a luchar, se les ha recompensado con medallas que dicen que
son especiales.
Taan también sonrió.
-Eso es justo. Espero que la
gente como Dal’Ney no reciba ninguna medalla ni nada. Mi padre dice que no
hicieron nada. –Era muy firme al respecto, aunque no sabía realmente de lo que estaba
hablando. Su padre estaba amargado y furioso desde que su madre murió burlando
el bloqueo de la armada, pero seguía siendo su padre. Cualquier cosa que dijera
seguía siendo ley.
El hombre asintió mostrando su
total acuerdo.
-¿Quieres saber la verdad? Yo
también espero que no reciban nada. -Se irguió, hizo una señal a un carro de
refrescos, y les compró a cada uno un paquete de refresco y un perrito kilo para
comer-. Os invito.
Mientras la comida llegaba,
caliente y jugosa, hubo un alboroto en la multitud, lejos de ellos. Encaramadas
en las barreras del otro extremo de la carretera, tres personas vestidas con
uniformes de la milicia sostenían carteles en los que podía leerse “¡Dal’Ney al
Senado!”, “¡Muerte a Thaere!” y “¡Ley Marcial Ya!”. Los hombres fueron
rápidamente retirados a la multitud por los equipos de seguridad, aunque
tardaron algo más de tiempo cuando le llegó el turno al trandoshano.
Detrás de Taan y Dyrla, el
hombre se limitó menear la cabeza con un leve gruñido. Dyrla alzó la mirada
hacia él y le preguntó:
-¿Qué es Ley Marcial?
-Una cosa muy mala –fue su única
respuesta. Entonces, con una sonrisa que Taan pudo ver que era ligeramente
forzada, se disculpó ante ellos y desapareció entre el gentío-. Ahora tengo que
irme, lo siento. ¡Disfrutad del resto del desfile!
Taan masticó durante un rato su
perrito kilo, observando cómo pasaban los deslizadores y pidiendo a su hermana
que identificara las personas que iban en ellos. En cada ocasión, sus dedos
mágicos mostraban las imágenes mucho antes de que los deslizadores llegaran
hasta ellos. Sólo tenía siete años, pero ya era realmente buena con su
ordenador de mano. Aunque Taan jamás lo admitiría ni en tropecientos mil años,
realmente estaba orgulloso de ella.
Cuando pasó el último deslizador
y la fanfarrea alcanzó su punto álgido, no necesitó que su hermana le dijera
quien era su ocupante. Su hermana le tiró de la manga, pero ya sabía lo que le
iba a decir. Ambos miraron fijamente cómo pasaba ante ellos el hombre de
cabello castaño, vistiendo con aire incómodo un uniforme de general
completamente nuevo, mientras saludaba a la muchedumbre.