martes, 26 de marzo de 2013

Tiro al anillo (III)


Lo primero que Tambell descubrió fue que Sedeya estaba limpio. Ni el escaneo ni el registro físico descubrieron ningún tipo de dispositivo como el Rizz suponía que estaba utilizando para desequilibrar los resultados del torneo.
Lo segundo que descubrió fue que el chico era increíblemente inepto cuando se trataba de un comportamiento criminal adecuado.
Era educado y de buenos modales, aunque un poco asustadizo. No se preocupó por tener presente un abogado, llamaba "señor" a Tambell, y hasta le dio las gracias cuando le ofreció un asiento en la Sala Uno de Interrogatorios.
Acostumbrado a tratar con sospechosos seguros de sí mismos que se negabana cooperar, Tambell simplemente se sentó y le miró fijamente. Sedeya le devolvió la mirada con aprensión, pareciendo más joven que sus 19 años, y mucho más vulnerable de lo que cualquier timador que se precie se dejaría ver nunca.
-Um, ¿estoy bajo arresto, señor? -preguntó tímidamente-. Antes usted no lo dijo.
-Si depende de mí, lo estarás -dijo Tambell, deliberadamente cruel mientras el enjuto rostro de Sedeya palidecía, y se encogía más en su asiento-. Pero no, no estás bajo arresto. Estás siendo retenido. Por el momento -agregó.
Dejó que el niño pensase en ello mientras Rizz traía tres tazas de caffa, y luego acercó una silla y se sentó de modo que los dos quedaron frente a él al otro lado de la mesa. La disposición de los asientos era más por cálculo que por azar; era su turno de jugar al poli malo mientras que Rizz era el bueno. Esperó hasta que Sedeya estuvo agitándose inquieto en su asiento antes de comenzar.
-Eres consciente de que el fraude es un crimen contra el Imperio, que se castiga con la deportación a un mundo prisión, ¿verdad?
Sedeya asintió con vacilación.
-Bueno, entonces explícame cómo eres lo suficientemente inteligente como para encontrar una manera de llevarlo a cabo, pero demasiado estúpido para impedir que te descubran.
Vio como la expresión del chico recorrió una serie de emociones: shock y sorpresa, antes de asentarse finalmente en lo que parecía ser confusión.
-Yo... no entiendo -dijo, mirando con incertidumbre a los ojos acusadores Tambell y a los menos severos de Rizz-. ¿De qué están hablando?
Era una buena actuación, pero Tambell no se tragaba lo de la perplejidad.
-¿Seis apuestas? ¿Seis victorias? -Ladeó la cabeza con escepticismo-. ¿No es eso un poco demasiada coincidencia?
El chico bajó la mirada.
-He tenido suerte -murmuró para la mesa.
Tambell resopló.
-Algunos podrían decir que hay algo más que eso.
-Es cierto -dijo con seriedad-. Siempre he tenido suerte. Eso no quiere decir que haya hecho nada malo. No lo he hecho.
-Escucha -dijo Tambell-. Nadie tiene tanta suerte. Ni sin un poco de ayuda.
-No hay ninguna ley en contra de ganar. No he hecho nada malo. -Un rastro de resentimiento se deslizó en el tono de Sedeya.
Tambell lo captó. Sardónicamente, ofreció:
-Acepta un consejo, muchacho. La mayoría de timadores se nos adelanta y pierde de vez en cuando, sólo para despistarnos.
Sedeya frunció el ceño, pero no dijo nada. Tambell esperó, suponiendo que habría una reacción mayor. Sacar de quicio a los sospechosos a menudo ofrecía resultados cuando estos cometían deslices a apresurarse a defenderse.
-Muy bien, entonces contéstame a esto -dijo, cambiando de táctica, cuando quedó claro que Sedeya no iba a morder el anzuelo-: ¿Cuál es tu relación con Aalia Duu-lang?
El niño miró sorprendido... y vagamente alarmado.
-No tengo ninguna relación con ella. ¡Acabo de conocerla hoy!
-¿Cómo?
-Antes del torneo. Un tipo que conocí la semana pasada me la presentó.
-Sabes quién es, ¿verdad? –presionó Tambell. Sedeya dudó, claramente incómodo.
-En realidad no.
-Bueno, empecemos de nuevo -advirtió Tambell-. Seis victorias, ninguna derrota, y has sido visto con una de las más notorias señoras del crimen de Stassia. ¿A ti qué te parece eso?
Sedeya encogió de hombros.
-Entonces, si no la conoces, ¿qué quería Aalia de ti?
El chico sonrió sin humor.
-Lo mismo que ustedes –dijo-. Quería saber por qué mi suerte era tan buena. Cómo elijo a los ganadores. Ese tipo de cosas.
-¿Se lo dijiste?
-Claro –dijo-. No es ningún secreto. Me ofreció un trabajo.
Tambell levantó una ceja, y se inclinó para ofrecerle al muchacho su mejor mirada de “voy a atraparte”.
-No te conviene mezclarte con ella, si no lo estás ya –le aconsejó enfáticamente-. Uno de estos días la atraparemos, y te atraparemos a ti con ella.
Sedeya desvió la mirada sin responder, y, después de un momento, Rizz se hizo cargo del interrogatorio.
-Entonces, ¿cómo los eliges? -le preguntó amablemente.
El chico lo miró, confundido.
-¿Eh?
-¿Qué lanzador va a ganar? ¿Cómo los eliges?
-Oh. -Sedeya lo pensó por un momento-. Bueno, les veo calentar antes del torneo. Veo cómo están lanzando, y esas cosas. Por lo general, simplemente hay algo que me gusta de ellos.
Rizz hizo otra pregunta, y al escuchar su voz suave en medio de cuidadosas sondas verbales, Tambell se acordó de la vez que había tenido a Aalia Duu-lang en esa silla. En esa ocasión, él había jugado a ser el tipo amable mientras Rizz le apretaba las tuercas.
Tal vez por eso la actuación de inocencia de Sedeya le dolía tanto. Sintió un ardor apagado en la memoria. Había sido muy amable... demasiado amable.
Hace cuatro años, cuando Aalia todavía era una asociada deslizándose a las órdenes de su señor del crimen, ellos la habían detenido por conexiones con una trama de falsificación de créditos. Él la había mirado a esos ojos increíbles y se había sumergido en su papel con entusiasmo, sin darse cuenta nunca de la serpiente que nadaba justo debajo de la superficie aparentemente dulce. No habían sido capaces de afianzar los cargos, y ella consiguió forjar su propio rinconcito en el mercado del crimen de Stassia. Y no habían sido capaces de tocarla desde entonces.
Pero lo que realmente le atormentaba era el secreto conocimiento que él casi había creído sus alegatos de inocencia. Ella había jugado con él... le había tomado por tonto.
Eso no iba a ocurrir esta vez.
Se centró de nuevo en Rizz y Sedeya. El chico estaba diciéndole a Rizz cómo él siempre había sido bueno al elegir los ganadores. El color había regresado a su rostro delgado, y su voz estaba animada.
-Llegó un momento que empezaron a apostar sobre quién iba a quedar en segundo lugar, porque si yo decía que uno iba a ganar, ganaba -dijo.
-¿Y eso es lo que pasa con el tiro al anillo? –preguntó Rizz.
Sedeya asintió.
-Más o menos. Simplemente me imagino cómo el ganador anota dianas, y cómo los perdedores fallan. Y sucede. Suerte. -Él se encogió de hombros. Tambell puso los ojos en blanco.
-Oh, sí. Claro, chico -interrumpió con sorna-. Tú lo llamas suerte, yo lo llamo apuesta amañada. ¿No esperarás realmente que nos creamos este montón de munk?
Sedeya se limitó a mirarlo.
-Es cierto -dijo tercamente.
Tambell sacudió la cabeza con disgusto, se recostó en su silla y tomó un sorbo de caffa, escuchando como Rizz interrogaba a Sedeya en una ronda de preguntas sobre sus conocimientos de electrónica. Cuanto más ignorante sonaba el chico, más molesto se sentía Tambell.
Entonces se le ocurrió: tal vez Sedeya realmente pensaba que era suerte. Tal vez estaba tan limpio detrás de las orejas como aseguraba, y los asociados de Aalia fueran quienes manejasen los mecanismos del fraude, manipulando los equipos o sobornando a los lanzadores, mientras que él era sólo una pantalla que servía para desviar la atención de sí mismos. Tal vez el chico no sabía que ya estaba trabajando para Aalia.
Tambell se sentó para considerar todos los ángulos que acompañaban a esa teoría. Como mínimo, era otra vía que explorar. Una que podría terminar ofreciéndoles en bandeja a esa bruja de ojos aguamarina. Sonrió.
Rematando la Caffa, arrugó distraídamente el vaso y buscó a su alrededor un lugar para deshacerse de él. A apenas tres metros de distancia, un cubo de basura con un borde ancho y tentador descansaba contra la pared. Un tiro fácil.
Falló.
Tambell miró como la pelota arrugada se deslizó hasta detenerse en el suelo un poco más allá. No lo podía creer. La papelera era fácilmente tres veces más grande que el jardín de agua de Rizz, y estaba más cerca. ¿Cómo podía haber fallado?
Sintiendo unos ojos sobre él, miró al otro lado de la mesa. Sedeya lo miraba obstinadamente, mientras Rizz parecía divertido.
-Parece que tu racha de victorias ha llegado a su fin -dijo.
Esa seca observación molestó a Tambell durante el resto de la entrevista.

lunes, 25 de marzo de 2013

Tiro al anillo (II)


Además del torneo de tiro al anillo que estaba teniendo lugar en el Pabellón C, en el campo principal del estadio se estaba celebrando un evento que Tambell reconoció vagamente por los holovídeos.
Vio como algo parecido a un drometardo jorobado corría por el sintocésped con el resto de las bestias en su persecución, pero el pico de la acción quedó bloqueado de su vista cuando los espectadores delante de ellos se pusieron de pie, gritando expresiones de ánimo. Tambell siguió caminando, y tras rodear una cuarta parte del estadio, tocó el hombro de Rizz para detenerlo delante de un puesto de refrescos.
-¿Qué es esto? -preguntó Rizz con recelo, mirando con temor a los grasientos droides detrás del mostrador.
-El almuerzo -dijo Tambell-. Y date prisa. Quiero llegar allí antes de que comience el torneo.
Ocultó una sonrisa mientras Rizz pedía con cautela, lanzando una mirada alrededor mientras preparaban el pedido. Para tratarse de esa hora del día, había una considerable multitud arremolinándose en las casetas de apuestas y los chiringuitos. En su mayoría stassianos, pero Tambell vio a una atractiva mujer twi'lek estudiando el juego de las bestia en los holomonitores, y un grupo de bimms discutiendo mientras hacían una apuesta en una de las casetas más alejadas.
Y detrás de ellos estaba Sedeya, preparado con su chip de crédito firmemente sujeto: Tambell se puso rígido, volviendo rápidamente la mirada al cartel de la cabina que indicaba el requisito de una apuesta mínima de 5.000 créditos. El muchacho delgado no sólo les estaba engañando de alguna manera, sino que además estaba haciendo una maldita fortuna con ello.
Le dio un codazo a Rizz, señaló con la cabeza hacia Sedeya, y se dirigieron con aire casual hacia él, deteniéndose a unas pocas casetas de distancia. Tambell fingía estudiar el programa de torneos que había comprado la planta baja mientras que Rizz masticaba sus crujientes chipitas y miraba disimuladamente a la atractiva twi'lek. Después de que Sedeya hiciera su apuesta y se alejase rápidamente, Tambell se acercó a la cabina.
Pero no para hacer una apuesta.
Introduciendo su identificador de seguridad en la máquina de apuestas, tecleó un código de acceso especial. La máquina zumbó para sí misma por unos momentos, y luego por la ranura escupió una pastilla de datos a la mano expectante de Tambell. El trozo de plástico contenía información sobre la última docena de apuestas efectuadas en esa caseta, y sólo le tomó un momento conectarlo a su cuaderno de datos y descubrir que Sedeya acababa de apostar 10.000 créditos a la Lanzadora Cinco como ganadora del torneo de hoy.
Alzó la vista, recorriendo con la mirada las diversas tablas de estadísticas hasta encontrar la adecuada. Con la Lanzadora Cinco anunciada 12 a uno en las apuestas, el chico parecía a punto de obtener su mayor ganancia hasta el momento.
Tambell apretó los dientes.
-Vayamos allá -gruñó, mostrando a Rizz la cantidad antes de guardarse el cuaderno de datos y dirigirse rápidamente hacia el Pabellón C. Estaban a 15 metros de la entrada cuando reconoció a los hombres que estaban alertas cerca de la puerta.
Perros guardianes. Músculo contratado de la perrera de la notoria señora del crimen stassiana Aalia Duu-lang.
La parte posterior del cuello Tambell se tensó. Donde se encontraba Aalia, el latrocinio no se hallaba lejos. Y, tal y como él había descubierto muy a su pesar personal y profesional, la señora y sus acciones ilícitas eran condenadamente difíciles de atrapar. La bruja de ojos aguamarina tenía un buen cerebro, y sabía utilizarlo. Por lo general, usaba a alguna otra persona que hiciera su trabajo sucio para que sus delicadas manos permanecieran limpias.
A su lado, Rizz aminoró el paso con una ligera vacilación.
-Sí, los veo -dijo Tambell. Llegaron a la puerta y se quedó mirando al primer hombre, luego al segundo; una mirada intencionada que ambos resueltamente fingieron no ver. Ellos también le habían reconocido a él, y atraer la atención de un investigador imperial no estaba en la descripción de su trabajo.
Dejó Rizz le precediera en el pabellón; una sala grande y bien iluminada por el sol que brillaba a través de las claraboyas de transpariacero sobre sus cabezas. Una escalera bajaba pasando junto a varias filas de asientos al terreno del torneo, donde varios aros de diversas formas colgaban suspendidos del techo. Cada anillo de forma extraña valía un determinado número de puntos, y ganaba el lanzador con más puntos al final de cuatro rondas.
-¿Cómo hacen que empiecen a balancearse? -preguntó Rizz, estudiando la maraña de metal.
-Veámoslo -dijo Tambell, y se dirigió escaleras abajo.
De cerca, los anillos parecían engañosamente inocuos. Se había sorprendido la primera vez que había visto un holo de ello: los anillos balanceándose hacia atrás y adelante en arcos desiguales o deslizándose alrededor en una órbita espiral, mientras que los lanzadores colocaban la punta de sus pies en la línea de competición y cuidadosamente calibraban el mejor momento, y la cantidad de fuerza justa, para lanzar sus pequeños discos metálicos para conseguir que atravesasen parte de los aros. Aunque él mismo tenía una puntería bastante buena, Tambell agradecía que los objetivos de su propia sala de la brigada permanecieran inmóviles.
Rizz miró especulativamente los anillos.
-Hay un par de maneras en que esto podría funcionar –dijo-. Podría polarizar los anillos y los discos, o equipar unos u otros con una especie de campo repulsor. Entonces, por muy bien dirigido que fuera el disparo, no sería capaz de atravesar los aros.
-Salvo que todos los lanzadores utilizan el mismo equipo -señaló Tambell-. Un dispositivo preestablecido como ese impediría al ganador atravesar los aros tanto como a los perdedores.
-Hmmm -dijo Rizz-. ¿Y si se tratara de algo que pudiese controlar? ¿Con un mando a distancia, o algo así? -Se giró un poco para estudiar las gradas-. Podría sentarse cerca, y... -Su voz se apagó.
Tambell se volvió para ver lo que había atrapado su atención. El dolor de cabeza que le había amenazado antes cuando vio a los perros guardianes a sueldo de Aalia Duu-Lang anunció su llegada con una punzante puñalada.
Allí estaba la propia señora, en un palco cerca del borde del terreno de juego. Su frondoso cabello rubio brillaba a la luz del sol, y sus ojos verde mar brillaban mientras sonreía cálidamente al adolescente que se sentaba a su lado. Tambell no se dejó engañar por su actitud acogedora, aunque pensó en lo perplejo que parecía Sedeya. Aalia Duu-lang no había arañado su camino hasta la cima jerárquica de la delincuencia de Stassia sólo por sus encantos femeninos. La señora tenía una vena perspicaz de un kilómetro de ancho, y codicia era su segundo nombre.
Suspiró, frotándose la frente con aire ausente en un vano intento de evitar el dolor de cabeza. Si Sedeya y Aalia estaban juntos en esto, su trabajo había terminado definitivamente. Aalia tenía una efectiva forma de cubrir sus huellas y proteger sus... digamos, recursos.
Como si sintiera sus ojos fijos en ella, miró hacia arriba, entrecerrando ligeramente los ojos al reconocerlos a Rizz y a él antes de regresar despreocupadamente su atención al muchacho que se encontraba a su lado.
-¿Y ahora qué? –preguntó Rizz.
-¿Qué va a ser? -Tambell se encogió de hombros-. Los observamos. Veamos qué sucede.
Encontraron asientos cerca del palco de Aalia, donde Tambell tenía una buena vista de las manos de Sedeya, así como de su rostro. Mirando a Aalia con una expresión de tímida admiración mezclada con aprensión, el chico parecía no advertir en absoluto que estaba siendo observado.
El torneo comenzó, y Tambell hizo una mueca cuando Sedeya se inclinó hacia adelante para concentrarse en la acción, con un movimiento brusco que dejó a Aalia charlando con la nada después del primer lanzamiento. Pero aparte de eso, no había mucho que ver. Con los codos apoyados en sus rodillas huesudas y las manos vacías entrelazadas delante de él a plena vista, todo lo que el muchacho hizo fue mirar intensamente a los lanzadores, sin pestañear.
Después de los primeros lanzamientos, Rizz bajó hasta el borde del terreno. Estudiando a los lanzadores, sus discos y los anillos en busca de cualquier signo revelador de engaño, envió una mirada por encima del hombro a Tambell, que le devolvió la misma mirada. Los lanzadores no estaban anotando mucho, pero él sabía por los holos que no era inusual.
Entonces la elección de Sedeya se colocó en la línea. Toquiteando ligeramente su disco con los dedos, balanceó el brazo un par de veces como para sincronizar sus movimientos con los anillos que se balanceaban, y luego lo dejó volar. Los aplausos saludaron su esfuerzo, ya que el lanzamiento atravesó un anillo... y además el difícil anillo del As, poniéndola en cabeza.
A pesar de todo, Sedeya... no hizo nada. Ni una contracción de la mano, apenas un parpadeo. Cuando el nombre de la Lanzadora Cinco ascendió brillando a la parte superior de la tabla de puntuaciones, Aalia dirigió una mirada de curiosidad a su silencioso compañero de asiento. Tambell se preguntó si ella también había realizado alguna apuesta en el torneo.
Los siguientes siete lanzadores tuvieron éxito dispar. Uno más logró un As, creando un empate al entrar en la segunda vuelta, y durante la breve pausa que siguió, Tambell se unió a Rizz a borde del terreno de juego. Vio cómo el chico se erguía lentamente y parpadeaba como si se hubiera quedado dormido, y Aalia se acercó a susurrarle al oído.
-No sé -dijo Rizz en respuesta a la pregunta tácita de Tambell-. Es difícil de decir sin examinar a fondo al chico o al equipo. Pero yo no veo nada obvio.
Alzaron la mirada al palco de Aalia para encontrar a Sedeya devolviéndoles la mirada con expresión de sorpresa. Todavía apretando su hombro al del muchacho, los ojos Aalia estaban alegres, pero pareció sorprenderse cuando de repente el chico se puso de pie. Ella dijo algo en voz baja y él vaciló, luego se deslizó de todos modos hacia los escalones. Los ojos de Aalia se enfriaron al mirar su espalda en retirada, y los dos gorilas sentados detrás se pusieron de pie, claramente decididos a seguirle.
Si era para proteger al niño, o para deshacerse de la evidencia, los investigadores no lo sabían. Se miraron el uno al otro.
-Creo que será mejor que lo atrapemos -dijo Tambell-. Ya va siendo hora de que tenga una charla con él, de todas formas.
En la puerta, lo vieron dirigirse hacia el conjunto de turboascensores que daban servicio al Pabellón C. Los asociados de Aalia habían alargado el paso para alcanzarle, y él y Rizz hicieron lo mismo. Sedeya estaba esperando un ascensor con los asociados deambulando cerca con aire casual cuando llegaron. El chico los miró nerviosamente, luego apartó la mirada, mordiéndose el labio inferior.
Las puertas de uno de los turboascensores se abrieron, y Sedeya se lanzó al interior. Los gorilas trataron de seguirle, pero Tambell se puso delante de ellos, abriéndose el chaleco con aire casual para mostrar la insignia imperial y el bláster sujeto a su cinturón. Ellos dudaron, miraron por encima de su hombro a Rizz y Sedeya, de pie en el ascensor, y luego dieron un paso atrás a regañadientes.
Él hizo un gesto de aprobación con la cabeza, mirando sus rostros desconfiados hasta que la puerta se cerró y luego se volvió para inspeccionar a un Sedeya de aspecto infeliz. A medida que el ascensor descendía, el chico claramente deseó estar en otro lugar... en cualquier otro lugar.
-Sargento Tambell, Investigador Especial para el gobernador imperial -se identificó, viendo cómo palidecía el rostro del otro-. Has tenido una racha bastante buena de victorias en los torneos de tiro al anillo... ¿no es así, ciudadano Sedeya?
Sedeya se estremeció al oír el sonido de su nombre, tragó saliva y reunió coraje para mirarle brevemente a los ojos.
-He tenido suerte -logró decir.
Tambell asintió, complacido. Si el niño estaba así de intimidado ahora, tal vez con un poco de ánimo lo largaría todo en la estación.
-Bueno –dijo-, lamento informarte de que tu suerte acaba de agotarse.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Tiro al anillo (I)

Tiro al anillo
Laurie Burns

El chico tenía una suerte condenadamente excesiva. Haciendo caso omiso del bullicio de la ajetreada sala de escuadras de Stassia a su alrededor, el sargento Zeck Tambell observó el holograma de nuevo con una extraña mezcla de envidia personal y disgusto profesional. En medio del desorden de su escritorio, un Reye Sedeya en miniatura se regodeaba sobre su chip de créditos mientras un droide de seguridad permanecía cerca, custodiando impasible al muchacho delgado y sus ganancias.
Grandes ganancias, además. La caseta sólo aceptaba apuestas de 1000 créditos como mínimo.
Tambell torció el gesto y golpeó la holotableta con el pulgar, empujándola al fondo del comedor. Haciendo una mueca ante el sabor, apuró las últimas gotas tibias de caffa de su vaso, lo arrugó en una pequeña bola compacta, se echó hacia atrás en su silla y apuntó cuidadosamente.
Aterrizó en el jardín acuático con un chapoteo satisfactorio, y, al otro lado de la sala, el cabo Valon Rizz se incorporó crispado cuando algunas gotas salpicaron la lista de órdenes de detención imperiales que estaba revisando.
-¡Maldita sea, Tambell, ya basta! -gruñó, lanzando una mirada asesina a través de las cuatro mesas que los separaban-. ¡Estás matando a mis plantas!
Tambell sonrió.
-Estoy perfeccionando mi puntería -corrigió al investigador más joven-. Nunca sabes cuándo voy a tener que quitarte un rebelde de la espalda.
-Me arriesgaré -dijo Rizz, pescando la bola mojada del cuenco sobre su escritorio. Frunció el ceño cuando vio que el último disparo de Tambell había dañado a uno de los delicados lirios blancos que flotaban en el agua-. Mira esto –acusó-. Cada día tienen peor aspecto.
-Oh, relájate. Están bien. -Tambell colocó las botas sobre su mesa, haciendo caso omiso de la pila de tarjetas de datos que se deslizó por el borde y cayó al suelo. Se cruzó de brazos, con aspecto pensativo-. Oye, Rizz, ¿qué sabes del tiro al anillo?
Rizz resopló.
-Si yo fuera tú, me limitaría a la sala de deportes de la brigada.
-Me acaban de asignar este caso -dijo Tambell, como si no le hubiera oído-. Un chico que ha  estado apostando en los torneos de tiro al anillo con una suerte demasiado buena para ser verdad. Seis apuestas, seis victorias... tiene que estar amañándolo de alguna manera.
-¿Sobornando a algunos de los lanzadores para que pierdan, tal vez? -sugirió Rizz.
-Eso es lo que pensé -coincidió Tambell-. Pero los créditos parecen limpios, según Refir. -El droide de Recuperación Financiera e Investigación de Redes era una maravilla para descubrir el rastro del dinero-. Las ganancias del muchacho igualan sus depósitos bancarios, y Refir no puede encontrar más que un par de cientos de créditos faltantes del montante total. Haría falta mucho más que eso para convencerme a mí para que renuncie a un torneo.
-Así que tal vez estén obteniendo algo de él que no sea dinero -dijo Rizz. Tambell parecía escéptico, y el joven se encogió de hombros-. Está bien, entonces tal vez tenga algo amañado. Algún tipo de campo repulsor o algo así, para que no puedan conseguir acertar al anillo. O tal vez realmente tenga suerte.
-Nadie tiene tanta suerte -dijo Tambell-. Además, el teniente dice que éste viene de más arriba... alguien en la plantilla de nuestro glorioso líder quiere que se investigue a este niño.
Rizz frunció el ceño en señal de advertencia ante la referencia a Tren Pergallis, el gobernador imperial de Stassia, bajo cuyos auspicios su equipo de Investigaciones Especiales investigaba asuntos locales de interés para el Imperio. Tambell ignoró la mirada.
-No es nuestro tipo de caso habitual, pero si alguien allá arriba lo quiere, entonces lo conseguiremos. Esos torneos de tiro al anillo son como mirar una pared de duracemento, pero...
El escáner de comunicaciones de la sala de la brigada lo interrumpió a media frase, haciendo sonar a todo volumen los penetrantes tonos utilizados para convocar unidades de rescate y reparación, seguidos por la voz impasible del operador.
-Unidades de apoyo a un accidente en la pista de barredoras –dijo-. Una barredora ha caído en un hoyo; hay bajas confirmadas. Por favor, confirmen.
Tambell y Rizz cruzaron una mirada, y ambos hicieron una mueca. Las carreras de barredoras eran un deporte popular, pero sus accidentes eran notoriamente complicados.
-Esto me recuerda... ¿trabajas en la Lotería de este año? -preguntó Rizz. Pilotos de barredoras habían estado llegando desde todo el sector para competir en el día de la carrera anual de pasado mañana, y las fuerzas de seguridad locales pagaban el triple del salario normal a los oficiales imperiales que ayudaban en el control de multitudes.
-No -dijo rápidamente Tambell. Ni siquiera la tentación de cobrar el triple era suficiente para hacerle olvidar la visión del accidente espantoso del pasado año.
Rizz lo miró con curiosidad, pero lo dejó estar.
-Entonces, deberías echar un vistazo a los equipos de tiro al anillo –aconsejó-. A ver si este chico se ha montado algún tipo de dispositivo del que no hemos oído hablar.
-Tú eres el aficionado a la tecnología. Ven conmigo y míralo por ti mismo -le invitó Tambell-. Incluso te invitaré al almuerzo.
Rizz le lanzó una mirada.
-Vaya, gracias -dijo secamente-. El último almuerzo al que invitaste resultó contener especia de contrabando. Tener que purgarme el estómago para que el inspector pudiera obtener una muestra no es mi idea de pasarlo bien.
-Nos consiguió la prueba que necesitábamos, ¿no? -recordó al joven-. Vamos. Será divertido.
-Creí que habías dicho que ver el tiro al anillo era casi tan divertido como ponerse los calcetines -se quejó Rizz, apagando sin embargo su cuaderno de datos y poniéndose en pie.
Tambell sonrió.
-Incluso menos -prometió.

martes, 19 de marzo de 2013

Fragmentos del ojo de la mente (III)

Cita con el destino (y III)


Incluso antes de que las puertas del turboascensor se abrieran en el nivel 23, Alex sintió que alguien la estaba esperando. Al salir del ascensor, vio a un hombre de pie junto a una puerta a mitad de camino por el pasillo. Silueteada por la luz del laboratorio, su rostro estaba oculto en las sombras. Pero pudo sentir que él parecía reconocerla.
-Sentí tu presencia -dijo en voz baja, avanzando por el pasillo débilmente iluminado.
Alex asintió con la cabeza y se dirigió hacia él, segura de que éste era el hombre que estaba destinada a conocer.
-Te he visto en mis visiones de este lugar -le dijo.
Él sonrió, una sonrisa muy suave.
-¿Escalando montañas?
Así que él había tenido la misma visión.
-Sí -dijo ella, mientras uno de los compañeros del hombre salió del laboratorio.
-Hemos terminado aquí, Luke -dijo el recién llegado-. El teniente Page acaba de dar la señal desde el almacén. Él y Lilla se están dirigiendo de vuelta a la bahía de aterrizaje.
-Bien. Gracias, Korren -dijo Luke-. Adelántate con los demás. Alex y yo estaremos justo detrás de vosotros.
¿Luke? Los ojos de Alex se abrieron como platos.
-¿Luke Skywalker? -le preguntó. Luke asintió con la cabeza.
Alex nunca había puesto un nombre a esa cara de sus visiones, nunca había asociado los sentimientos que tenía con los poderes de la Fuerza. ¿Estaba de alguna manera su destino vinculado con al de él?
-Queda muy poco tiempo ya, Alex -dijo.
Alex escuchó la desesperación en su voz. Buscó en sus ojos azules, unos ojos que parecían llenos de fatiga. Y más allá del cansancio, sintió una premonición en la mente de Luke. Algo parecía hechizarlo. Algo, o alguien, a lo que tenía que  hacer frente. La oscuridad le llamaba, y Alex dio un paso atrás, asustada por las negras nubes arremolinadas que amenazaban con tragárselo.
Luke le tendió su mano enguantada.
-Recuerda, Alex, el lado oscuro de la Fuerza se alimenta de nuestros miedos. Mantén la calma. Busca la paz interior -dijo en voz baja-. Ese es el camino de los Jedi.
Sus palabras le fueron familiares. Las había escuchado en sus visiones. Habían sido siempre parte de ella.
-Entiendo -asintió, sujetando firmemente la mano.
-Eres poderosa en la Fuerza, Alex...
¡Zum! La puerta del turboascensor se abrió en el otro extremo del pasillo. Dos soldados de asalto salieron del ascensor, asignados a lo que normalmente era un control de rutina de los laboratorios.
-...y el teniente dijo que... -El soldado de asalto se detuvo, al ver a Luke y Alex-. ¡Eh, ¿qué estáis haciendo aquí?! -gritó, levantando su rifle desintegrador para apuntar a los intrusos.
Alex extrajo su bláster y disparó, alcanzando a un soldado de asalto. El sable de luz de Luke cobró vida zumbando mientras el otro soldado de asalto salpicaba el pasillo con ráfagas de fusil. El fuego de bláster formaba arcos sobre la hoja verde brillante conforme Luke desviaba cada disparo. Rebotaron chispas en todas las paredes, iluminando el pasillo con una exhibición de fuegos artificiales en miniatura. El soldado se retiraba hacia el turboascensor cuando Alex hizo un segundo disparo. La descarga bláster le envió chocando contra la pared.
-No creo que hayan tenido tiempo de llamar a seguridad -dijo Luke mientras apagaba su sable de luz-. Pero será mejor que salgamos de aquí.
-¡Espera! Tengo que obtener los archivos del Dr. Barzon -dijo Alex. Corriendo al laboratorio, pasó junto a mesas cargadas de material científico y bancos de ordenadores, mientras Luke mantenía un ojo vigilante en el pasillo.
Una media docena de armarios se alineaban en una pared. Pero, siguiendo las instrucciones del doctor, Alex pulsó las teclas para abrir el del extremo derecho. Alcanzando los archivos de Barzon, la visión de la montaña llenó súbitamente de nuevo sus sentidos. Pasara lo que pasase -no importaba qué versión tuviera lugar aquí y ahora- sabía que Carl Barzon estaba a salvo con Gil dirigiéndose hacia el Búsqueda Estelar. Había cumplido su misión.
-Estoy lista para irnos -le dijo a Luke.
-Vamos, por aquí -dijo, conduciéndola por el pasillo hacia la escalera de una torreta.
Segundos más tarde estaban fuera, de pie en una almena, mirando hacia la oscuridad por encima de una pared de piedra que les llegaba hasta la cintura. Mucho más abajo en la ladera de la montaña, las puertas protectoras de las dos bahías de aterrizaje estaban abiertas; las luces serían su faro.
El viento aullaba como un animal salvaje en la agonía final de la muerte. Remolinos de nieve les azotaban la cara. Trabajaron en silencio, asegurándose en el material de rappel que los comandos habían dejado atrás. Saltando hacia atrás desde la parte superior de la pared, comenzaron su descenso por el costado de la guarnición.
Cada pocos metros Alex se apartaba de la pared, impulsándose a sí misma hacia abajo. Sentía cerca la calma presencia de Luke mientras se desplazaban por el negro vacío. En la base de la fortaleza se detuvieron para ajustar sus cuerdas.
-¿Está todo bien? -preguntó Luke, gritando por encima del aullante viento.
-Sin problemas -gritó Alex en respuesta.
De repente, un viento huracanado hizo que Alex cayera hacia atrás. Deslizándose incontrolablemente por la ladera de la montaña, rápidamente perdió de vista a Luke. Se estrelló contra un peñasco que sobresalía de la ladera cubierta de nieve. La dejó sin aliento, pero no detuvo su caída. Un dolor punzante atravesó su cuerpo. Como una sombra ominosa, el recuerdo de la visión nubló sus pensamientos con miedo.
Calma. Oyó cómo Luke le hablaba a través de la Fuerza. Debes mantener la calma.
Con los ojos de su mente, Alex vio a Luke. Podía ver su cuerda agitándose violentamente al viento. Luke la llamó, y la cuerda voló a su mano extendida. Se tensó, deteniendo la caída de su cuerpo magullado con una brusca sacudida. Agitada, luchó por recobrar de nuevo el aliento.
¿Alex?
Alex sintió el contacto de Luke. Trató de relajarse, envolviéndose en su calma. Invocando las pocas fuerzas que le quedaban, luchó por mantenerse el tiempo suficiente para que él llegase hasta ella. Le dolían los brazos mientras se aferraba a la pendiente helada. Sentía las piernas entumecidas. Pero, finalmente, sobre el rugido ensordecedor del viento, le oyó gritar su nombre en voz alta.
-¡Alex, toma mi mano! –Luke estaba justo encima de ella, sobre un pequeño saliente rocoso. Se inclinó hacia abajo, extendiendo la mano por la pendiente de nieve blanca.
Alex se estiró, con la mano temblando. De repente, la nieve bajo ella cedió. Colgando precariamente sobre el abismo recién creado, se agarró a la cuerda con las dos manos.
-No puedo soltarme -le gritó a Luke.
-¡Puedes hacerlo! -le dijo él.
Era casi como si él le proporcionase la fuerza para estirar la mano y tocar sus dedos. Podía sentir la Fuerza rodeándola mientras Luke extendía su mano para tomar la de ella.
Tiró de ella hasta que la tuvo a salvo en sus brazos.
-¿Estás bien? -preguntó.
Tomando una respiración profunda, Alex apartó el dolor físico al fondo de su mente, y asintió.
-Sí.
Luke estudió su rostro por un momento. Extendió la mano para limpiar la sangre de un pequeño corte en la frente. Se dio cuenta de que ella no estaba en condiciones de seguir descendiendo por la cara de la montaña hasta la bahía inferior donde estaban atracadas las naves.
-Vayamos por esa bahía de aterrizaje superior -dijo, señalando unas luces a unos 30 metros de distancia a lo largo de la ladera de la montaña.
Alex miró en la dirección que indicaba Luke. Luego miró hacia la parte superior de la oscura ladera, apenas capaz de trazar el contorno de la fortaleza recortada contra el cielo gris del amanecer de Sarahwiee. No se había dado cuenta de lo mucho que había caído.
-Supongo que he tomado el atajo, ¿eh?
Luke sonrió.
-¡Vaya atajo!
-Trataré de permanecer a tu lado esta vez -sonrió ella.
Caminaron a través de la ladera de la montaña hasta la bahía donde una lanzadera clase Lambda estaba siendo preparada para su despegue.
-Alex, quiero que te acerques con tus sentidos -le dijo Luke. Este parecía un lugar tan bueno como cualquier otro para comenzar una pequeña instrucción Jedi-. ¿Cuántas presencias puedes sentir?
Alex se concentró en la bahía, pasando por alto el viento frío y cortante. Cerró los ojos.
-Dos. -Se detuvo, inclinando la cabeza hacia un lado mientras sentía una sombra distante justo en el borde de su subconsciente-. No, tres -dijo.
-Muy bien. Bueno, prepárate.
Alex asintió, preguntándose qué tenía Luke en mente. De repente, un estruendo retumbó en la cámara cavernosa.
-¡Vamos! -dijo Luke.
Mientras cruzaban corriendo la bahía, Alex divisó dos técnicos corriendo apresurados hacia una pila de cajas que se había caído de un esquife de suministro cerca de la escotilla de carga del transbordador. El conductor del esquife se encontraba de pie, con las manos apoyadas en las caderas, mirando el desastre.
La distracción funcionó. Nadie vio a Luke y Alex colarse a bordo del turboascensor. Mientras descendía hacia la bahía de aterrizaje donde estaban atracadas sus naves, Alex miró a Luke, observando la expresión de preocupación en sus ojos. Extendiendo sus sentidos a través de la Fuerza, sintió la presencia hostil con la que estaban a punto de enfrentarse.
La mano de Luke se acercó a la espada de luz enganchada a su cintura. Alex interceptó su mano, entrelazando sus dedos con los de él.
-Sólo sígueme la corriente -le dijo. Envolviendo a Luke con sus brazos, le atrajo hacia sí y le besó.
La puerta del turboascensor se abrió. Un joven técnico suministros bloqueaba la entrada de Alex y Luke a la bahía, aunque ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta. Durante unos segundos, Alex logró olvidar los serios problemas en los que ella y Luke podían estar metidos. Sintió que él estaba disfrutando el beso improvisado tanto como ella.
Sonriendo, el técnico se aclaró la garganta.
-¿Os bajáis aquí? -preguntó, mientras Luke se alejaba lentamente de Alex.
Alex se sonrojó, bajando la mirada. Luke miró al técnico, miró hacia la bahía más allá de él, y asintió. Sacudiendo la cabeza, incrédulo, el técnico vio como Luke tomaba la mano de Alex y la conducía fuera del turboascensor.
Alex advirtió a Metallo cerca de la escotilla del Búsqueda Estelar. El teniente Cdera, el oficial que los había recibido antes, también estaba allí, discutiendo con la capitana. Cdera hizo un gesto vehemente a la docena de soldados de asalto que salía del ascensor de carga. Algo le decía a Alex que sus problemas no habían terminado todavía.
Pero al menos su táctica poco parecía haber funcionado. El técnico pasó por delante de ellos al ascensor mientras Alex miraba nerviosamente hacia los soldados de asalto. Entonces, de repente, una ola furiosa golpeó sus sentidos. Podía cómo la expresión del técnico se ennegrecía. Le golpeó como un rayo: sólo el personal imperial estaba autorizado a utilizar los turboascensores que conducían a la guarnición. Su mano se extendió para bloquear la puerta del ascensor antes de que se cerrara.
-¡Eh, espera un momento! -gritó.
Alex se dio la vuelta, tomando su bláster, y disparó. El técnico se desplomó en el suelo del turboascensor, y la puerta se cerró silenciosamente. Al oír el alboroto, el teniente Cdera se volvió hacia ellos. Sacó su propio bláster y se puso alerta.
-¡Detengan a esas personas! –ordenó por encima del sordo rugido de los motores de la nave, indicando a los soldados de asalto que interceptasen a Luke y Alex. No llegó a ver cómo Metallo extraía su propio bláster.
Arriba, en la cabina de control, uno de los técnicos se dirigió a activar la alarma. El fuego de bláster iluminó la cabina, y cayeron dos imperiales más.
Los soldados de asalto abrieron fuego. El sable de luz de Luke cobró vida con un siseo, desviando un disparo destinado a Alex mientras corrían a través de la bahía. Cerca de escotilla abierta del Búsqueda Estelar, Metallo abatía soldados de asalto metódicamente. Un impacto ennegreció una junta de la escotilla junto a la cabeza Metallo cuando Luke y Alex se acercaron a su lado. Otro disparo rebotó en el sable de luz de Luke. Desde los controles en el interior de la cabina del piloto, Gil bajó el cañón láser oculto de la nave. Una lluvia de disparos roció a los imperiales.
Varios soldados de asalto que buscaban cobertura corrieron hacia el carguero Kazellis. Atrapados en la zona despejada, fueron sorprendidos por los comandos que habían tomado posiciones alrededor del carguero y se unían al tiroteo.
En cuestión de segundos, la batalla había terminado.
-Gracias por tu ayuda, Metallo -dijo Luke mientras volvía a enganchar su sable de luz en el cinturón.
-Me encantaría quedarme a charlar un rato, Luke -le dijo Metallo-, pero seguro que vamos a tener más compañía.
Lucas parecía estar concentrado en otra parte. Levantó la mirada e hizo un gesto con la cabeza a la figura de pie en la sala de control.
-Page ha interferido las comunicaciones. Y ha dejado los turboascensores fuera de línea. Pasarán unos minutos antes de que averigüen lo que ha pasado aquí.
Metallo dio a Luke un saludo marcial con dos dedos mientras se dirigía a su nave. Alex se volvió para mirar a Luke. Por fin entendía -las visiones, las percepciones inusuales-, todas las piezas habían encajado. Luke Skywalker había abierto todo un nuevo mundo de posibilidades para ella. Él siempre sería una parte de ella. No importaba que a partir de ese momento los acontecimientos les llevasen por caminos diferentes: formaban parte de la Fuerza, unidos por sus energías. Y tal vez, algún día, ella llegaría a conocer la Fuerza por completo. Pero, por ahora, cada uno tenía un trabajo que hacer en otra parte.
-Hay trabajo por hacer en Garos –le dijo a Luke.
-Ahora tendrás un poco de ayuda extra –respondió él.
Alex miró hacia la cabina del piloto del Búsqueda Estelar y asintió. Sus ojos volvieron a mirar los de Luke, y le extendió la mano. Una tímida sonrisa cruzó su rostro. Él le tomó la mano y la apretó suavemente.
-Volveremos a vernos, Alex -dijo.
La vio ascender por la rampa del carguero. Alex echó una última mirada atrás y se despidió con la mano.

***

El Búsqueda Estelar se elevó en el cielo justo cuando el sol asomaba su cabeza a través de las nubes en el este. Carl Barzon se acercó a Alex en la cabina, poniéndole el brazo sobre los hombros.
-Nunca pensé que dejaría este lugar –dijo-. Gracias, capitana Metallo.
-Es a Alex a quien debe agradecérselo, doctor -le dijo Metallo-. Para ser la hija de un gobernador imperial, es bastante rebelde.
Barzon sonrió a Alex y la besó suavemente en la mejilla antes de dirigirse de nuevo al compartimiento de pasajeros.
-¿Te lo dijo Gil? -preguntó Alex.
-Sí.
-Yo...
-No digas nada, niña -dijo Metallo.
Alex hizo un gesto con la cabeza para saludar a Gil cuando entró en la cabina. Este le guiñó un ojo con picardía, y se abrochó los arneses del asiento del co-piloto.
Una brillante explosión estalló detrás de ellos cuando el Búsqueda Estelar abandonó la atmósfera de Sarahwiee y salió al espacio profundo.
-Gil, trázanos la ruta más rápida para salir de aquí.
-Curso computado y establecido, capitana.
-Nos vamos -exclamó Metallo, activando la hipervelocidad. Alex miró por la ventana cómo las estrellas se estiraban formando líneas estelares. Una sensación de calma invadió sus sentidos. A través de las infinitas fronteras del espacio, sintió que la mente de Luke tocaba la suya por última vez.

lunes, 18 de marzo de 2013

Cita con el destino (II)


Sólo tres planetas orbitaban la enana blanca que los imperiales llamaban Bseto. Bseto I e Indikir estaban deshabitados. El Cinturón de Asteroides Lweilot se extendía 90 millones de kilómetros de ancho en una órbita ocupada hace milenios por su planeta hermano. Y luego estaba Sarahwiee. Era un mundo cubierto de hielo de polo a polo. Continentes congelados se elevaban por encima de océanos congelados... un lugar verdaderamente inhóspito.
Pero incluso desde varios miles de kilómetros de distancia, era difícil pasar por alto la presencia imperial.
-Destructor Estelar -dijo Alex, señalando más allá de su amura de estribor.
-Ahí está nuestro amigo el crucero de clase Ataque, a babor -indicó Gil mientras el Búsqueda Estelar era escaneado por sensores. Pasaron unos tensos segundos antes de ser autorizados a acercarse al planeta. Con las coordenadas fijadas, la nave se hundió en la atmósfera superior de Sarahwiee.
-¿Queréis mirar eso? -dijo Gil.
-Precioso -susurró Metallo.
Los últimos destellos de luz solar se reflejaban en un glaciar mientras el Búsqueda Estelar cruzaba la línea que separaba el día de la noche. Cañones de hielo se elevaban majestuosamente miles de metros hacia el cielo. Aquí y allá, trozos de la pared de hielo se rompían, cayendo para estrellarse en un río congelado que brillaba a la luz de la luna.
Alex miró, cautivada por las magníficas vistas. Luego se agarró con más fuerza a la parte superior del asiento de copiloto de Gil. Vio la montaña... la misma montaña cubierta de nieve que había descendido en sus visiones...
-¡Alex, toma mi mano! –gritó el hombre de cabello castaño claro como la arena y los ojos azules sobre el aullante viento. Su mano se acercó a la de ella...
Suspirando, Alex cerró los ojos, no queriendo saber cómo iba a terminar esta vez. Por un breve instante sintió una presencia calmante. Pero desapareció cuando abrió los ojos y descubrió a Metallo mirándola. Alex sonrió, agitando la cabeza a la capitana... en los dos días de viaje, habían hablado de mil cosas diferentes. Pero nunca había revelado sus visiones de este lugar.
-Muy bien, capitana, voy a aterrizar la nave -informó Gil.
A través de delgadas nubes tenues, la guarnición imperial apareció acechante sobre la montaña. Iluminada sólo por la luna, su sombra pintaba de oscuridad una cara de la montaña, ocultando riscos nevados y un equipo de comandos de la Nueva República.
-Está bien, ¿todos listos para la fiesta? -preguntó Metallo mientras el Búsqueda Estelar aterrizaba suavemente en el interior de una de las dos bahías de aterrizaje que habían sido talladas en la ladera de la montaña varios cientos de metros por debajo de la guarnición.
-Lista -asintió Alex.
-Allá vamos.
Mientras descendían por la rampa, un esquife de suministros se apartó del antiguo carguero corelliano estacionado junto al Búsqueda Estelar. El esquife se adentró en la bahía hacia el ascensor de carga, donde un soldado de asalto hacía guardia, con su rifle bláster presionado contra su pecho blindado. Al otro lado de la bahía, con su sección delantera sobresaliendo apenas detrás de la nave corelliana, había atracado un carguero ligero Kazellis. Alex advirtió el fugaz intercambio de miradas entre Metallo y Gil, el destello de reconocimiento en el rostro de Gil cuando divisó la nave... La nave del otro equipo, decidió.
Gigantescas puertas de escudo se cerraron detrás de ellos con un gemido. Tirando del cuello de su chaqueta, Alex trató de evitar las ráfagas de aire frío que se extendían por la sala cavernosa.
-Mira arriba -le susurró Gil en voz baja.
Alex asintió, mirando con aire casual en la dirección que le había indicado. Con vistas a toda la bahía, dos técnicos ocupaban la sala de control de transpariacero incluso a esa hora tardía.
Al otro lado del carguero Kazellis, una puerta de turboascensor se abrió. Un oficial imperial subió a bordo de un trineo repulsor que esperaba, indicando con un gesto al conductor que se pusiera en marcha. Pasando por delante de esquifes de suministro estacionados, el trineo finalmente se detuvo a mitad de camino entre el Búsqueda Estelar y el carguero corelliano.
El conductor del trineo miró boquiabierto a Metallo, cuya forma alta y esbelta destacaba sobre sus compañeros. Su pasajero, un joven teniente, parecía impaciente mientras esperaba que Metallo y su equipo se acercaran a él. Desembarcando del trineo, dio a Metallo una mirada superficial. Entonces, con toda la autoridad que pudo reunir, se dirigió resueltamente a Gil.
-¿Capitán Metallo? -preguntó.
Gil sonrió y señaló hacia Metallo. Su rostro tenía una amarga mueca. Obviamente Metallo estaba acostumbrada a que los oficiales imperiales supusieran que Gil era el capitán del Búsqueda Estelar. Pero Alex podía sentir que estaba más divertida que enojada. Parecía disfrutar con la incomodidad del hombre.
-Teniente –le dijo Metallo frunciendo el ceño, pasando lentamente su pulgar a lo largo de la cicatriz de su cara- ¿cuál será nuestra agenda en su pequeño y encantador iceberg?
El oficial se encogió ligeramente, mirando a los calculadores ojos de color rosa.
-Soy el Oficial de Guardia Jefe Cdera –dijo-. Hay dos naves por delante de ustedes, capitana. Tenemos programada su descarga a las 3:00.
-Excelente. Creo que ustedes se podrán encargar de todo sin nosotros, muchachos.
-No lo dudo, capitana -rió el teniente entre dientes. Ni siquiera se molestó en ocultar su disgusto por los capitanes de carguero engreídos.
-¿Hay algún lugar por aquí donde mi tripulación pueda relajarse? –preguntó Metallo, mirando a la bahía a su alrededor mientras un segundo esquife se alejaba de la fragata corelliana.
-Su acceso está restringido a este nivel, capitana. Hay un salón –Cdera señaló hacia un pasillo que corría por debajo de la sala de control del segundo piso-. Tal vez usted y su tripulación -hizo un gesto hacia Alex y Gil –encuentren allí algo para ocupar su tiempo.
-Estoy seguro de que lo haremos, teniente -dijo Metallo.
Cdera la fulminó con la mirada y luego se volvió bruscamente con seco estilo militar y volvió a subir a bordo del trineo. Murmuró algo al conductor mientras el trineo se alejaba.
Metallo se encogió de hombros. Había proporcionado un buen espectáculo, pero el teniente no había quedado impresionado.
-Yo sí estoy impresionada, capitana -dijo Alex en voz baja respondiendo a los pensamientos no expresados de Metallo.
-¿Eh? ¿Cómo has...?
-Capitana -interrumpió Alex-, hay una estación de trabajo al otro lado de la nave.
-Hay dos técnicos descargando la nave corelliana en la bahía dos, capitana -señaló Gil-. Alex debería ser capaz de acceder a esos ordenadores durante unos minutos.
-Mantén un ojo en ese soldado de asalto, Gil. Chica –dijo dirigiéndose a Alex-, tú vienes conmigo.
En menos de un minuto, Alex había accedido al sistema informático de la base. La pantalla comenzó a proyectar gráficos que mostraban el diseño de la guarnición. Alex navegó entre grandes cantidades de información mientras Metallo miraba.
-Espero que vuestros amigos estén al tanto de los puntos de control de seguridad en estas instalaciones –dijo Alex.
-No te preocupes por nuestros amigos. ¿Encontraste a tu doctor Barzon? –preguntó Metallo.
-Nivel 18, habitación 14E -respondió Alex, cerrando la sesión en el sistema.
-Bien -dijo Metallo, mirando alrededor de la bahía. Sus ojos se posaron sobre Gil, y su duro exterior se desvaneció. Estaba claro que se preocupaba por él, de un modo casi maternal.
-Está bien, capitana -dijo Alex en voz baja, sintiendo la preocupación de Metallo-. Yo me encargaré de Gil.
Metallo se obligó a tragar saliva a través del nudo que tenía en la garganta. Se volvió hacia Alex, enmascarando sus sentimientos detrás de una expresión severa.
-Recuerda, muchacha... tenéis tres horas para volver a la nave. -Alex observó el rostro de la mujer. La mirada severa desapareció, reemplazada por la confianza que había crecido entre ellas durante los últimos dos días-. Y asegúrate de que no activáis ninguna alarma -agregó Metallo con una sonrisa pícara en su rostro.
Alex sonrió.
-De acuerdo.
Metallo hizo una pausa, luego asintió con confianza.
-Buena suerte, Alex.
-¿Capitana Metallo?
-¿Sí?
-La Fuerza estará con nosotros.

***

Metallo estaba sentada con rostro pétreo, mirando a sus oponentes por encima de la mejor mano de sabacc que había tenido en toda la noche. Por suerte para ella, el técnico fuera de servicio y los dos corellianos no eran conscientes de la capacidad poligráfica de los riilebs... ¡realmente podrían acusarla de hacer trampa!
La conversación en la mesa de al lado se había vuelto más animada conforme la hora era más avanzada, pero Metallo se concentró en su juego. No dio ninguna indicación de haber reconocido a la piloto de carguero que entretenía a otro técnico fuera de servicio con una historia fantástica tras otra.
Tomando un trago de su cerveza, Metallo miró al viejo corelliano llamado Sapra, segura de que él tenía una buena mano. Después de haberse repartido las últimas cartas su ritmo cardíaco se había disparado. Comprobando de nuevo su propia mano, sonrió para sus adentros. Un 11 le daría los puntos que necesitaba para ganar el juego. O mejor aún, el Comandante le daría un 23 perfecto.
Gil le guiñó un ojo con picardía a Metallo a través de la sala y tomó de la mano a Alex. Se repartieron las últimas cartas a los jugadores de sabacc. Se realizaron las apuestas, y el crupier activó la aleatoriedad. Los valores de las cartas se materializaron. ¡Metallo había conseguido el Comandante! Dejó escapar un chillido estridente y todas las cabezas de la sala se volvieron para mirar. Sapra tiró sus cartas sobre la mesa con disgusto mientras el anotador anunciaba la puntuación total. La sincronización no podría haber sido mejor aunque la hubieran planeado de esa manera... cosa que habían hecho. Nadie se dio cuenta de la marcha de los dos jóvenes.

***

Al otro lado del pasillo desde el salón, pasada la puerta cerrada que subía a la sala de control, Alex y Gil se deslizaron inadvertidamente en un trastero. Alex localizó el panel de acceso en una esquina de la habitación que había visto al estudiar el esquema informático de la guarnición.
Se arrastraron en silencio a través del sistema de ventilación. Resonaron voces distantes por encima del zumbido de la maquinaria en el túnel artificial. El zumbido creció para convertirse en un rugido sordo conforme se acercaban al turboascensor que accedía a los niveles superiores de la guarnición.
-Estamos de suerte -murmuró Gil, señalando la cabina de ascensor que se había detenido metro y medio por debajo de ellos-. ¿Lista?
Alex asintió con la cabeza, agarrando sus manos. Gil la depositó en el ascensor y luego saltó con cuidado a su lado. Sus manos enguantadas trabajaron febrilmente en adosar una carga temporizada al techo del turboascensor... esa explosión coincidiría con las que el equipo de Page planeaba en otras partes de la guarnición.
Alex observó mientras ajustaba el temporizador a 48 minutos, mirando cómo los segundos comenzaron a descender. Tomando una profunda respiración, trató de relajarse. Cuarenta y siete minutos. Un escalofrío trepó por su espina dorsal.
-Alguien viene -dijo, aunque pasaron unos segundos más antes de que Gil oyera ningún paso.
La puerta bajo ellos se abrió deslizándose, y dos pasajeros subieron a bordo. El turboascensor salió disparado hacia arriba, rodeado por paredes de roca en el túnel perforado a través de la montaña. Paredes de acero reemplazaron la roca cuando el ascensor entró en la guarnición. Gil trató de contar los niveles que pasaban. Pero un nivel pasaba borroso al siguiente hasta que el turboascensor finalmente se detuvo.
Cuando la puerta se abrió bajo ellos, Alex pasó del ascensor a un conducto horizontal.
-Vamos -le susurró a Gil.
Gil se encontró colgando con la mitad del cuerpo fuera del conducto cuando el turboascensor desapareció bajo sus pies.
-No me vendría mal que me echaras una mano -exclamó en voz baja.
Alex le tendió la mano, y por un instante recordó la visión que había tenido... una mano que se extendía para salvarla, tal y como ella extendía la suya para ayudar a Gil ahora. ¿Podría ser Gil el hombre de sus visiones? Gil, con su pelo y sus oscuros, no se parecía en nada al hombre que había imaginado.
Pero si no era Gil, entonces, ¿quién podría ser? ¿Se lo encontraría aquí? Con Gil a salvo en el interior del conducto, continuaron avanzando a gatas.
-¿Alguna idea de dónde estamos? –preguntó él.
-Tenemos que subir un par de niveles más. Y creo -dijo Alex, señalando hacia un pasadizo de mantenimiento vertical- que acabo de encontrar el camino.
Veinticinco metros más arriba, entraron en el nivel 18 a través de una sala de suministros. Avanzaron en silencio por el pasillo hacia la habitación del Dr. Barzon.
-Aquí está -le dijo a Gil.
No había ningún código de seguridad en el panel de acceso de la puerta... lo que fue inesperado, aunque no sorprendente. La montaña y el clima riguroso de Sarahwiee servían para disuadir a cualquiera que pudiera pensar alguna vez en escapar de ese lugar.
Alex pulsó el panel y la puerta se abrió. Con precaución, entraron en el cuarto oscuro.
-¿Quién está ahí? -exclamó un hombre desde las sombras. El frío de su voz coincidía con la temperatura en el pequeño habitáculo.
-¿Dr. Barzon? –llamó Alex en voz baja-. Soy yo. Alex.
Una luz se encendió.
-¿Alex? -Carl Barzon se rascó con incredulidad los inicios de una barba gris-. ¿Cómo demonios has llegado hasta aquí? -preguntó mirando a Gil detrás de ella.
-Explicaremos todo eso más tarde -le dijo-. Este es Gil, un amigo mío que está aquí con la Nueva República.
-No tenemos mucho tiempo, doctor -dijo Gil-. Tenemos que salir de aquí.
Barzon apartó la mirada, tratando de ocultar la expresión de su rostro atormentado.
-No puedo irme –dijo-. Matarán a mi hijo.
Fuera, el viento aullaba. La habitación parecía más fría que antes. Alex tomó las manos de Barzon en las suyas. Los recuerdos de aquel fatídico día en Garos inundaron sus sentidos.
-Cord está muerto, doctor Intentamos avisarle antes de que le arrestaran...
-¿Antes que me arrestaran? ¿Qué quieres decir?
-Yo... Lo siento tanto. Yo estaba en el centro minero. Saboteé la plataforma de transporte -dijo Alex, tratando de encontrar una manera de decirle a su amigo lo que había sucedido-. Yo... -se detuvo de nuevo, y las lágrimas llenaron sus ojos-. Los vi llevar a Cord al turboascensor No tenía ni idea de que iban a trasladarlo fuera del planeta...
Carl Barzon bajó la cabeza, y llevó a Alex a sus brazos.
-¡Oh, Alex! -exclamó.
-Podría haberlos detenido, doctor.
Barzon la miró a los ojos. Él no era ciego a la angustia que ella había conocido.
-No, Alex, no lo creo. -Se secó suavemente una lágrima de la mejilla-. Te conozco bien, Alex Winger. Salvar a Cord habría puesto en peligro todo por lo que tú y yo, y nuestros amigos de la resistencia hemos luchado.
Ella asintió. La libertad nunca se había ganado sin sacrificio. Se había dicho eso a sí misma una y mil veces desde la muerte de Cord. Pero escucharlo del padre de Cord, su amigo, finalmente trajo paz a su mente.
Gil, que había estado escuchando en silencio, tragó saliva. Sus ojos se abrieron como platos.
-¿Winger? -preguntó. Reconoció el apellido del informe de la misión-. ¿He oído cómo decía Winger? ¡¿Como el Gobernador Imperial Tork Winger?! -Alex no dijo ni una palabra. No necesitaba hacerlo. Los ojos de Gil se movían nerviosamente de Alex a Barzón, y luego de nuevo a Alex donde fijó una mirada acusadora-. ¡Deberías habérnoslo dicho, Alex!
-Gil, todo lo que os dije era verdad. ¿Realmente importa que me haya dejado un pequeño detalle?
-¡Un pequeño detalle! ¡Eso no es un pequeño detalle, Alex! -Se dio la vuelta, levantando las manos con disgusto-. ¡Santo cielo! Pensé que estabas bromeando cuando dijiste que te presentarías como la hija del gobernador imperial -gruñó sarcásticamente.
-Lo siento, Gil -dijo ella, sintiendo que estaba más herido que enojado-. Debería haber confiado en vosotros.
-Sí, claro –asintió-. ¿Tienes más sorpresas? No importa –la interrumpió antes de que tuviera la oportunidad de hablar-. Ahora mismo no quiero saberlo. Tenemos que salir de aquí -dijo en voz baja.
-Sí -convino Barzon-, ahora no tengo ninguna razón para seguir aquí. De hecho, Gil, tengo información que podría interesar a tu gente. Pero tengo que recuperar algunos archivos del laboratorio.
-No creo que sea una buena idea, doctor -dijo Gil-. Es demasiado peligroso y nos estamos quedando sin tiempo. -Miró a Alex-. Ya oíste lo que dijo la capitana Metallo, Alex. Encontrar al doctor y volver a la nave.
Alex pasó la mirada de Gil a Barzón.
-¿Podemos acceder a los archivos desde aquí? -preguntó al doctor.
-No, son mis notas privadas. Investigaciones que no me atrevía a introducir en la base de datos imperial -dijo Barzon.
Gil negó con la cabeza.
-Alex, si nos encontramos con el equipo de comandos en el laboratorio...
-Está bien, Gil. -Algo tiró de ella en el fondo de su mente-. Tengo que ir allí -dijo en voz baja pero con tal intensidad que hizo que Gil la mirase fijamente-. Lleva al Dr. Barzón de vuelta al Búsqueda Estelar.
Gil la miró en silencio, y finalmente asintió con la cabeza.
Unos minutos más tarde, se separaron. Gil le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba antes de desaparecer tras el Dr. Barzon en la sala de suministros por la que habían entrado antes. Alex se volvió, caminando rápidamente por el pasillo hacia el turboascensor. Apretó el botón de llamada y miró su cronómetro. El tiempo se estaba acabando.