miércoles, 6 de marzo de 2013

Punto de inflexión (y II)


-Brandei, ¿de qué demonios va esto? -preguntó Tork Winger, saludando a su viejo amigo-. ¿Qué estamos haciendo aquí?
Brandei sonrió misteriosamente.
-Venid conmigo -dijo.
Dair caminó detrás del grupo por el pasillo del centro médico de Ariana. Manteniendo un ojo vigilante sobre el teniente imperial, Dair quedó impresionado por andar rápido, deliberado, y por la forma en la que se comportaba. Todo en ese hombre irradiaba confianza. Dair se preguntó si la graduación en la Academia Raithal le dotaría de tal confianza.
-Entiendo que estás aquí por tu cuenta -estaba diciendo Winger.
-He terminado una misión especial en el sistema Reega, y me han otorgado permiso para adelantarme en visita de negocios “extraoficial”, viejo amigo -respondió Brandei-. El Justiciero llegará dentro de unos días. El capitán envía sus saludos, y me pidió que te dijera que se reunirá contigo entonces.
-Está bien. Pero, ¿por qué estamos aquí ahora?
Brandei se detuvo delante de una pared de cristal que los separaba de la habitación de un paciente. Dair vio a un joven teniente, no mucho mayor que él, sentado junto a la cama de una niña. La cabeza de la niña estaba vendada y tenía la cara magullada.
-¡Oh, cielos, esa pobre niña! -exclamó Sali Winger, extendiendo la mano hacia Keriin buscando apoyo.
-¿Qué ocurrió? -preguntó Keriin.
-La hemos encontrado, apenas con vida, entre los escombros de una casa después de una redada. Malditos rebeldes -dijo Brandei, con voz llena de asco-. Los médicos nos aseguran que se recuperará. Pero la niña no tiene familia, Sali. Resultaron muertos en el ataque.
Sali se volvió hacia su marido. Dair vio cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Luego miró a Brandei, esperando leer correctamente el significado de sus palabras.
-¿Vas a dejarla con nosotros? -le preguntó.
Brandei tomó la mano de Sali. Él sabía que ella había sido incapaz de tener un hijo propio.
-Le hablé al capitán acerca de vosotros. Pensó que era una excelente idea. -Sonrió con suavidad-. Justicia poética, por así decirlo... una niña rebelde criada por un oficial del Imperio.
¿Una niña rebelde? La mente de Dair se aceleró a mil kilómetros por segundo. Se preguntó qué clase de personas podían hacerlo a su propia gente... a sus propios hijos.
-¿Sabes cómo se llama? -preguntó Sali mientras Dair sorprendía a tío Tork estudiando su reflejo en el cristal. No había rastro del político de gran poder en sus ojos, sólo un hombre profundamente enamorado de su esposa.
Brandei negó con la cabeza.
-Ha entrado y salido de la consciencia, no ha dicho ni una palabra.
-¿Quién es el joven que está con ella? -preguntó Winger.
-El teniente Chanceller. Él es quien la extrajo de los escombros. Parece haberse nombrado su tutor.
-¿Puedo entrar?
-Por supuesto, Sali.
-Keriin, ven conmigo... por favor -imploró.
Keriin asintió con la cabeza, indicando a Dair que la siguiera. Él se preguntó por qué su abuela parecía insistir tanto en que la acompañara a la enfermería. Ella sabía lo mucho que le disgustaban esos lugares... demasiados recuerdos de cuando sus padres murieron.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Dair se estremeció. El equipo médico zumbaba en voz baja, parpadeando con repugnantes luces amarillas y azules. La habitación era fría y poco atractiva. Pero sólo Dair pareció darse cuenta.
-Teniente Chanceller, me han dicho que salvó a esta niña -dijo Sali mientras el joven se levantaba lentamente y se volvía hacia ellos. Penetrantes ojos azules se encontraron con los ojos de Sali.
-Sí, señora. Yo... simplemente no podía dejarla morir allí.
-Gracias por cuidar de ella -le dijo.
-Hay algo especial en esta niña, señora.
-¿Especial?
-Es como si estuviera sacando fuerzas de todo lo que le rodea, aferrándose, tratando de mantenerse con vida. -Sacudió la cabeza con tristeza-. Es una pena lo que pasó en su hogar.
-¿Un ataque rebelde?
-Oh, no, señora. Estábamos buscando un bastión rebelde muy cerca del hogar de esta pequeña. Nuestras fuerzas destruyeron media ciudad. -Tomó la mano de la niña en la suya-. No quiero volver a ver algo así de nuevo -dijo en voz baja.
-¿Nuestras fuerzas? -preguntó Sali.
Los ojos de Chanceller estaban clavados en Sali.
-Sí, señora. Nosotros hicimos esto –dijo con amargura en su voz-. No había rebeldes allí.
Sali permaneció inmóvil, sin hablar, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa. Dair frunció el ceño, escéptico ante lo que había oído. Seguro que había algún error. El teniente estaba exagerando.
-Eso no puede ser cierto -dijo.
-Yo estaba ahí, chico. Sé lo que vi -respondió Chanceller.
Por el rabillo del ojo, Dair vislumbró la expresión de su abuela. Su mirada estaba paralizada sobre la niña. Y el gesto silencioso de su cabeza era una declaración más poderosa que cualquier palabra. ¡Ella le creía! ¡No lo entiendo!
Chanceller sorprendió a Sali cuando tomó su mano.
-Cuide bien de ella, señora -dijo. Con cuidado, colocó la mano de la niña en la suya.
-Sí, lo haré, teniente -le dijo ella-. Gracias por darle una oportunidad de vivir.
-Una oportunidad1 –asintió-. Sí, señora. Adiós, señora.

***

El viento hacía crujir las ramas de árboles en las laderas densamente boscosas al norte de las minas. Los árboles baraka habían adquirido una tonalidad púrpura; el clima pronto se volvería más fresco. Y aunque todavía faltaban tres horas hasta la puesta del sol, las sombras espesas habían comenzado a arrastrarme por el paisaje. Las montañas estaban vivas con vida animal, pero era el sonido de los depredadores humanos el que preocupaba a Dair.
-¡Shhh! ¡Silencio! Podríamos meternos en un montón de problemas -susurró Dair a su amigo. No podía creer que hubiera dejado que Jos le metiera en eso.
-¿Por qué? No estamos haciendo nada malo -dijo Jos Mayda en un tono que era inusualmente desafiante.
-No sé si esos soldados exploradores imperiales estarían de acuerdo contigo -le dijo Dair mientras miraba a través de sus macrobinoculares.
Jos se encogió de hombros, empujando largos rizos dorados de sus ojos.
-Te preocupas demasiado, Dair. Hemos estado caminando por aquí en estas montañas durante años. ¡Además, tu abuela es la dueña de todas estas tierras!
-Solía serlo -le recordó Dair, examinando las laderas nerviosamente.
Poniendo los ojos en blanco, Jos frunció el ceño por ese detalle menor. Se recostó contra un árbol, puso las manos detrás de su cabeza y suspiró.
-¿Recuerdas la vez que nos perdimos en las cuevas, Dair?
Dair hizo una mueca.
-Sí, pensé que tu padre iba a matarnos a ambos cuando se enteró... -Hizo una pausa, recordando el tema prohibido-. Lo siento, Jos No quise decir...
Jos negó con la cabeza.
-No pasa nada. Tengo que enfrentarme a los hechos, ya sabes. Ya no somos niños. Mi padre es un proscrito, un traidor. ¡Nunca lo volveré a ver!
Había algo más que simple ira detrás de la voz de Jos.
-Sé que él se preocupa por ti, Jos.
-¡Si se preocupa tanto, ¿por qué no pudo decirme, simplemente explicarme, por qué sentía que tenía que trabajar con la resistencia?! –exclamó Jos. Hundió la cara entre las manos y de pronto rompió a llorar.
Dair se sentó en silencio compartiendo la pérdida de Jos como si fuera la suya propia. Puso su mano sobre el hombro de Jos. Sabía que no había palabras que pudieran consolar a su amigo.
-Sabes, todo lo que siempre quise era ir a la Academia -dijo Jos finalmente-. ¿Recuerdas nuestros planes, Dair? ¡Íbamos a ver a la galaxia! ¡Ahora nunca me dejarán ir a la Academia!
-Tal vez todavía haya una oportunidad, Jos. Mi abuela podría hablar con el ministro Winger...
-¡Oh, olvídalo, Dair! ¡Estaré atrapado en Garos para siempre!
Mirando a su amigo con el ceño fruncido, Dair lo vio secarse las lágrimas de sus ojos. Jos había cambiado tanto en las últimas semanas. Siempre había sido capaz de sacar lo mejor de cualquier situación.
-Bueno, tal vez yo me quede aquí también -le dijo Dair-. ¡Podemos ir ambos a la universidad y luego abrir nuestro propio negocio!
Jos arrugó la frente en señal de desaprobación.
-No, Dair. Tienes que ir. -El ceño fruncido en su rostro se convirtió en una sonrisa socarrona-. Sí, quiero que vayas. Y luego me lo cuentas todo, ¿de acuerdo? -dijo, tomando sus macrobinoculares para escanear las laderas-. ¡Sí, quiero saberlo todo sobre cómo te arrastras por el fango y dejas que te griten los sargentos de instrucción!
Dair rió.
-¡No omitiré ningún detalle! -prometió. Sabía que, detrás de las palabras ingeniosas, había sido más difícil para Jos decirle que fuera, que lo que había sido para él ofrecerse a quedarse.
-¡Mira! Dos soldados en 1-2-0 -dijo Jos-. Vaya, esas motos deslizadoras sí que son una pasada. ¡He oído que tienen una velocidad máxima de 500 km/h! ¿Puedes imaginarlo?
-¡Silencio! -susurró Dair.
-Apuesto a que están buscando a ese oficial naval que desertó.
-¿Dónde escuchaste esa historia, Jos? -preguntó Dair.
-En el Pub de Chado Estaban hablando de ese teniente... Creo que se llamaba Chanceller.
-¿Chanceller? -¿Podría tratarse del oficial que había visto en el centro médico unos días antes?
-¡Uno de los chicos dijo que era el ayudante de algún oficial del Justiciero! -Jos sacudió la cabeza como si apenas pudiera creer que alguien pensase en la deserción-. ¡Venga, vamos a echar un vistazo más de cerca a esos soldados exploradores!
-¿Estás loco? Además, ya es demasiado tarde -dijo Dair-. Acaban de desaparecer más allá del risco. Venga, vámonos a casa.
De repente, Dair escuchó el gemido de los motores. A través de un claro entre los árboles vio a las dos motos deslizadoras. Los soldados exploradores les habían rodeado y se movían con rapidez.
-¡Vamos, Jos! A las cavernas -dijo, corriendo a través de la ladera. Jos vaciló unos segundos, luego se internó entre los árboles en dirección opuesta a Dair.
Sonaron disparos. Unos metros más adelante de Dair, un árbol estalló en astillas cuando una explosión lo partió en dos. Se zambulló en la maleza justo cuando otro disparo pasaba silbando sobre cabeza. Arrastrándose sobre sus manos y rodillas, gateó a través de los arbustos y entró en una cueva.
Dair ni siquiera tuvo tiempo de recuperar el aliento cuando se escuchó cómo una de las motos deslizadoras se detenía cerca. Las ramas caídas de los árboles crujían bajo los pasos blindados. El soldado explorador se acercó más.
El corazón de Dair latía con fuerza. Se puso en cuclillas, inmóvil, en un hueco oscuro de la cueva, esperando que el soldado renunciase a su búsqueda. Dair sabía por experiencia que el contenido mineral de las montañas en esta parte de Garos hacía estragos en los sensores. Y en el interior de la cueva, estaría a salvo de sus sondas.
El soldado explorador apartó a un lado unos arbustos cerca de la entrada a la cueva. De pronto se detuvo y Dair se dio cuenta de que alguien estaba gritando en la distancia. Disparos de bláster resonaron a través de las colinas. El soldado explorador salió disparado hacia su moto.
Dair asomó con cautela la cabeza por entre los arbustos, echando un vistazo fugaz a la moto deslizadora que surcaba la cresta de una colina cercana. Estaba a salvo. Pero, ¿y Jos? Ese disparo de bláster que había escuchado... ¿y si habían atrapado a Jos?
Dair subió corriendo la ladera tras el soldado explorador. Pocos minutos después, desde su posición elevada vio dos motos deslizadoras vacías en mitad de la colina. Se movió silenciosamente hacia ellas.
Voces amortiguadas flotaban en el aire en una letanía casi mortuoria. Entonces, a unos 10 metros de distancia de las motos, vio la armadura blanca contra el telón de fondo de color marrón verdoso de los bosques. Un rifle bláster apuntaba a una figura boca abajo.
-Por favor, no -murmuró Dair para sí mientras se colocaba detrás de la cobertura que le proporcionaban las motos. La mano de Jos se agitó. Dair dejó escapar un suspiro de alivio cuando su amigo se levantó lentamente sobre sus rodillas.
-¿Dónde está tu compañero? –preguntó a Jos uno de los soldados.
-¡Levántate, espía! -gritó el otro.
Dair no pudo oír la respuesta de Jos, pero vio que trataba de ponerse de pie.
-¿No lo eres? Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, cerca de las minas? ¿No sabes que esto es un área restringida?
Jos respondió, pero todavía demasiado bajo para que Dair pudiera entenderlo.
-¿De excursión? ¡Invéntate otra historia mejor, espía! -gruñó el soldado-. Llevémoslo al cuartel general -dijo al otro soldado-. ¡En marcha!
De repente, Jos se lanzó hacia adelante, derribando a un soldado explorador. Rodaron por el suelo, y Jos luchó por obtener el control del rifle desintegrador del hombre. Pero cuando lo arrancó de su oponente, el rifle voló por el aire, aterrizando sólo a un brazo de distancia de Dair. Jos se liberó del agarre del soldado explorador. Se puso en pie y echó a correr, sin saber que Dair había recuperado el bláster.
El otro soldado alineó su punto de mira en la figura que huía. Un disparo mortal atravesó el aire. Jos se desplomó en el suelo.
-¡No! -gritó Dair. Dos sorprendidos soldados exploradores se volvieron simultáneamente para mirarlo. Otro disparo resonó en la montaña.
El asesino de Jos estaba muerto.
Visiblemente agitado, Dair mantuvo el rifle desintegrador apuntando al otro soldado explorador.
-¡No te muevas! -le gritó Dair. No quería matar a un hombre desarmado.
El soldado no le hizo caso, recuperando el fusil de su compañero caído mientras se echaba al suelo del bosque dando una voltereta. Sonaron dos disparos. Y de repente, la montaña pareció fríamente silenciosa.
El segundo soldado explorador yacía muerto. Dair se quedó mirando el rifle en sus manos temblorosas, y luego lo tiró al suelo.
-¡Jos! -gritó, corriendo hacia su amigo caído.
Dair tomó la mano sin vida en la suya. Aturdido, se sentó al lado de Jos durante mucho tiempo incapaz de moverse, incapaz de pensar.
Cuando la oscuridad se deslizó sobre la montaña, Dair lloró. A través de sus lágrimas, cerró suavemente los ojos de Jos.

***

Dair se derrumbó en los escalones de piedra del patio. Se quedó mirando el mar. Esa noche no le ofrecía paz. Una brisa barría suavemente en el agua. Se mezclaba con el olor a shrail recién horneado, uno de los platos especiales de su abuela, que emanaba de la cocina. Podía escucharla trabajando allí.
No había manera de que pudiera colarse en la casa. Ella le oiría. Se permitió una sonrisa. Recordó que Jos había dicho que su abuela tenía el oído tan agudo como los boetays salvajes que vagaban por las laderas de las montañas garosianas.
Jos Una lágrima se formó en su ojo. Jos estaba muerto.
-Dair, ¿eres tú? -resonó la voz de su abuela en la cocina.
-Sí, abuela, soy yo -gritó, secándose las lágrimas con una mano manchada de barro mientras se abría la puerta del patio.
Ella no pudo dejar de notar lo sucio que estaba.
-¡Santo cielo, hijo! ¿Qué demonios te ha pasado?
Mordiéndose el labio, Dair se volvió para mirarla. Ella pudo ver el dolor en sus ojos.
-Tenemos que hablar -dijo ella con firmeza-. Ve a asearte. Voy a hacer un poco de té.
Él asintió con la cabeza gacha. Luego caminó hasta su cuarto. Quince minutos más tarde, la abuela Haslip servía el té y se sentó a la mesa frente a su único nieto.
-Bueno, tienes mucho mejor aspecto -dijo ella, tratando de levantarle el ánimo.
-Oh, abuela...
Las lágrimas brotaron de sus ojos.
Ella puso su mano sobre la de él.
-¿Qué ha pasado?
-Es Jos, abuela. Está muerto.
-¿Qué? -exclamó ella-. ¿Cómo?
-Estábamos cerca de las minas. Dos soldados exploradores pensaron que estábamos espiando. ¡Mataron a Jos! ¡Le dispararon por la espalda, abuela!
Si ella se sorprendió por esa revelación, no vio rastro de ello en su cara.
-¿Qué pasó con los soldados exploradores, Dair?
-Yo... yo los maté. –Vaciló-. Y escondí sus rifles en una cueva cerca de los acantilados -dijo, tratando de ordenar sus sentimientos; no estaba seguro de por qué lo había hecho, pero parecía lo correcto en ese momento.
Keriin Haslip acercó su silla a la mesa. Envolvió con sus brazos a Dair y lo abrazó con fuerza.
-Está bien, Dair -le tranquilizó-. Todo irá bien.
-¡No puedo creer que dispararan a un hombre desarmado por la espalda, abuela! –dijo Dair al fin cuando las lágrimas dejaron de fluir-. ¿Eso es en lo que me convertiré si me uno al Ejército Imperial?
-El imperio no sigue las reglas de los seres civilizados, Dair -le dijo-. Sigue sus propias reglas y las cambia para satisfacer sus propias necesidades.
-¿Siempre has pensado así sobre el Imperio, abuela? -le preguntó.
-Sí.
-¡Pero les vendiste las minas! ¡E ibas a dejarme ir a la Academia!
-Me vi obligada a vender las minas, Dair. No tenía otra opción. Y tú tenías que forjarte su propia opinión sobre el Imperio... qué es correcto, qué está mal. -Hizo una pausa, buscando sus ojos. Más allá del dolor, encontró lo que estaba buscando-. Con el tiempo, sabía que encontrarías la respuesta.
Dair asintió.
-¿Qué hacemos ahora, abuela? -preguntó.
-Los imperiales asumirán que fue la resistencia quien lo hizo. Debo avisar a... -Se detuvo en mitad de la frase.
Dair miró a su abuela y frunció el ceño.
-¿Avisar a quién, abuela?
Keriin Haslip estudió el hermoso rostro de su nieto, sus ojos oscuros tan parecidos a los de su padre. Había crecido bastante en las últimas horas. Había aprendido una dura lección sobre la vida. Sobre del Imperio. Había llegado el momento.
-¿Abuela?
-Tengo algunos amigos que necesitarán saber lo que ocurrió hoy cerca de las minas.
-¿Amigos?
-Dair, creo que es hora de que sepas la verdad sobre vieja abuela. Venga, vamos. Hay algunas personas que quiero que conozcas.

***

La cámara en las profundidades bajo la biblioteca de la universidad era húmeda, no muy diferente a las cuevas donde Dair había jugado cuando era niño. El aire silbaba a través de un orificio de ventilación en el techo, y Dair podría haber jurado que sentía las vibraciones del mar golpeando los acantilados cercanos.
Desnuda excepto por una mesa y algunas sillas, la habitación estaba iluminada por un mapa holográfico de la ciudad de Ariana y el área que rodeaba a las minas. Incluso en la penumbra, Dair podía ver la expresión sombría en una media docena de caras mientras escuchaban su historia.
Dair miró alrededor de la mesa. Conocía a los dos hombres a cada lado de su abuela: El viceministro Magir Paca, con quien él había hablado tan sólo unos días antes, y Desto Mayda, el padre de su amigo. Reconoció a un tercer hombre por las videonoticias emitidas para cubrir la guerra civil garosiana. Camron Gelorik, líder de los radicales sundars, ahora estaba sentado pacíficamente con los garosians que una vez ordenó a sus seguidores que persiguieran. Garosianos y sundar unidos. Su lucha contra el Imperio había comenzado.
-¡Era sólo un niño! -exclamó Mayda cuando Dair terminó de describir lo que había ocurrido cerca de las minas-. ¡Malditos sean todos!
-Os dais cuenta de que los imperiales culparán de esto a la resistencia - dijo Keriin Haslip al grupo.
-Ya puedo ver las videonoticias -agregó Gelorik-. “¡Soldados exploradores asesinados mientras intentaban proteger a un chico inocente de los vándalos de la resistencia!
Algunos murmuraron su acuerdo, pero Paca levantó la mano para silenciarlos.
-A diferencia del imperio, nosotros no matamos gente inocente -les recordó-. Nuestros amigos nos conocen mejor que eso.
-Pero aún deberíamos correr la voz -dijo Keriin Haslip-. ¡Todo el mundo debe saber la clase de animales que son!
Desto Mayda negó con la cabeza.
-Eso podría ser peligroso para tu nieto, Keriin. La amistad de Dair con Jos era bien conocida -dijo.
-Sí -convino Paca-, Desto tiene razón. Si se corre la voz de que alguien estaba con Jos en el momento de su asesinato, los imperiales investigarán a Dair sin duda.
-Eso podría llevar a muchas preguntas -dijo Gelorik en voz baja. Estudió el rostro de Dair-. Y podría llevarlos hasta nosotros.
-¿Quiere decir que tenemos que ocultar la verdad? -preguntó Dair-. ¿Van a dejar que les acusen de asesinato?
-Me temo que sí, hijo -dijo Desto-. Al menos por ahora.
Dair asintió, entendiendo que estas personas estaban haciendo algo más que poner su confianza en él. Era un sacrificio que podría crear más enemigos para la resistencia. Era un sacrificio por él. Y ni siquiera era uno de ellos. Aún.
-¿Puedo hacer algo para ayudar? -preguntó.
-Bueno -dijo Paca-, tendremos que enviar un equipo para recuperar esos rifles desintegradores que escondiste.
-Me gustaría ir con ellos, Ministro, quiero decir, Paca -dijo Dair.
-Bien, hijo. Estamos contentos de tenerte por el tiempo que estés en Garos. Pronto te dirigirás a la Academia Raithal, ¿verdad? -le preguntó Paca.
-¿Qué? -Dair sacudió la cabeza con incredulidad-. No puedo ir a la Academia ahora. ¡Yo no quiero ser uno de ellos!
Desto Mayda agarró la mano de Dair desde el otro lado de la mesa, sobresaltándolo.
-¿No te das cuenta, Dair? Tienes la oportunidad de trabajar contra el Imperio desde el interior, como hace Paca en el Ministerio.
-No puedes rechazar tu admisión ahora. Piensa en lo sospechoso que podría parecer -dijo Paca.
Dair comenzó a ver una carrera con el Imperio bajo una luz completamente diferente.
-Puede tomarte años. El trabajo encubierto puede ser un proceso lento y tedioso. Pero pequeñas cosas, como suministros enviados al destino equivocado...
-Pequeños problemas informáticos... –agregó Mayda.
-Pedidos que no se procesan de manera oportuna... -dijo alguien más.
-Todo ayuda a socavar los esfuerzos imperiales -continuó Paca-. Sólo piensa en las posibilidades.
-Con el tiempo, pide un traslado de regreso a Garos. ¡Nos serás de un valor incalculable! -le dijo Gelorik.
-Piensa en ello, hijo -dijo Paca.
Mirando todos los rostros uno a uno, los ojos de Dair por fin se posaron sobre su abuela. Sus ojos brillaban con lágrimas. Keriin Haslip sabía cuál sería su elección. El Imperio le arrebataría a su nieto, pero no sería el Imperio quien dictaría los términos, sino ella.

***

Dair estaba de pie en el pasillo mirando el reflejo en el espejo... el reflejo de alguien que había madurado rápidamente a la edad adulta en esos últimos meses. Se sentía más fuerte, más seguro que nunca. Pero a medida que se embarcaba en ese viaje, se dio cuenta de que estaría solo ahí fuera, rodeado de personas que servían ciegamente al Imperio. Pero estaba decidido a jugar el juego a su manera, a aprender todo lo que pudiera aprender. ¡Él marcaría la diferencia!
Enderezar su túnica azul grisácea, asintió para sí mismo. Las puertas dobles de la gran sala se abrieron y Keriin Haslip hizo una seña a su nieto.
Dair respiró hondo y se unió a ella en la puerta mientras estallaban los aplausos. Miró las caras de sus amigos y se sonrojó de vergüenza. Un grupo de antiguos compañeros de clase se precipitó sobre él, dándole palmadas en la espalda y estrechándole la mano.
Al otro lado de la sala, Dair vio al recién nombrado Gobernador Imperial Winger en una animada discusión con Magir Paca. A pesar de que ya no era ingenuo acerca de la verdadera naturaleza del Imperio, Dair todavía tenía que admirar al tío Tork. Winger había resultado ser la voz de la moderación, llamando a poner fin a la purga Imperial de radicales en ambos bandos de la guerra civil. Dair entendía ahora lo que Paca había querido decir con "forzar la paz”.
-Buena suerte hijo -dijo Paca, estrechando la mano de Dair con firmeza.
-Gracias, Ministro Paca -respondió. Habían tenido una despedida privada en el centro de operaciones de la resistencia sólo unas pocas horas antes.
-Dair, no podría estar más orgulloso aunque fueras mi propio hijo -dijo Winger.
-Gracias, gobernador -dijo Dair-. Sólo espero estar a la altura de las expectativas de todos.
Miró hacia su abuela y Paca.
-Lo harás, hijo -dijo Winger-. No tengo la menor duda de ello. Has pasado por algunos momentos difíciles aquí. -Agitó la cabeza-. Todavía espero que encuentren a los radicales que mataron al pobre Jos Mayda...
Keriin Haslip hizo un gesto, casi imperceptible, a Paca.
-Sé que te las arreglarás perfectamente en Raithal -dijo Winger-. Es una experiencia que nunca olvidarás. Ni lamentarás. Vaya, me acuerdo de cuando estaba en la Academia de Carida...
-¡Oh, Tork! ¡Nada de tus viejas batallas ahora! Se supone que estamos de celebración -dijo Sali Winger, empujando juguetonamente a su marido a un lado para dar un abrazo a Dair.
-Ah, sí. Bueno, Dair, muéstrales que somos unos tipos duros.
-Lo haré, gobernador. ¿Cómo está usted, señora Winger? -la saludó Dair.
-¡Dair, no puedo creer que vayas a marcharte! ¡Sólo mírate! ¡Tus padres estarían muy orgullosos! -dijo, volviéndose para tomar una mano invisible-. Alexandra, ven y dile adiós a Dair -instó a la niña de pelo oscuro.
Brillantes ojos azules se asomaron detrás del vestido de Sali.
-Hola, Alex.
-Hola -dijo ella, alzando su mano para que él se la estrechase.
-Echaré de menos nuestras partidas de cartas semanales -dijo.
-Prometiste que me enseñarías a jugar al sabacc, ¿recuerdas?
-¡Sí, para que puedas ganarme también a eso! -se echó a reír-. Venga, vamos a ver nuestro paisaje favorito una vez más -dijo, tomando la pequeña mano en la suya y llevándola fuera, al patio. Sintió que los dedos de la niña se tensaban alrededor de los suyos.
-Apuesto a que habrás crecido mucho cuando vuelva -le dijo mientras la segunda luna de Garos hacía su aparición en el horizonte. Y de repente, se formó un nudo en su garganta y le dolía el corazón. Se encontró de nuevo pensando en Jos.
-Le echas de menos, ¿no? -le preguntó Alex en voz baja.
-Sí –asintió-. ¿Eh? ¿Cómo sabías que estaba pensando en Jos?
Alex se encogió de hombros.
-¿Por qué tienes que irte? -le preguntó.
Dair la levantó en sus brazos.
-Sabes que voy a unirme al Ejército Imperial.
Alex retrocedió ante él por un momento. Entonces ella lo miró, estudiando su cara con esos ojos azules que tenía. Dair nunca había visto tanta intensidad en alguien tan joven. Era casi como si pudiera ver a través de él.
Doblando su dedo para que se acercase, Alex le susurró al oído.
-No te creo –dijo-. Pero no se lo diré a nadie.
Dair la miró con asombro, y luego sonrió.
-Está bien -le respondió con un susurro-. Gracias.
Un viento frío soplaba a través de los acantilados. Dair y Alex observaron el mar golpeando los acantilados, las violentas fuerzas de la naturaleza en acción. Había otras fuerzas violentas actuando en Garos, fuerzas de una naturaleza creada por el hombre... y que habían cambiado la vida de Dair para siempre.

1 Asistimos al nacimiento del apodo de Chance. No solamente es la abreviatura de su propio apellido (Chanceller), sino que además significa “oportunidad” (N. del T.)

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