Cita con el destino
Charlene Newcomb
Las paredes eran de un tono gris pálido y carentes de ornamentación. El aire viciado silbaba a través de los sistemas de ventilación antiguos. Ese lugar no había visto la luz del día en más de un milenio.
Alex Winger apoyó los codos sobre la mesa, descansando la cabeza entre las manos. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Cuatro horas? ¿Ocho?
Sus ojos azules se desplazaron a los monitores de vídeo suspendidos del techo. Se preguntó quién había estado observando el interrogatorio anterior y su reacción a ese aislamiento. ¿Creerían su historia?
La puerta se abrió. Dos hombres, vestidos con uniformes del ejército de la Nueva República, entraron en la habitación y se sentaron frente a ella. El teniente se agitó un poco en su silla, obviamente carente de experiencia en esos asuntos. El comandante era inexpresivo, con sus ojos fijos en Alex. Ella podía sentir que él seguía siendo escéptico respecto a su historia.
-Muy bien, señorita Winger -dijo el comandante, pronunciando lentamente cada palabra-. Hábleme de este centro de investigación secreto imperial una vez más.
Alex le miró a los ojos, tratando de enterrar su creciente impaciencia. Explicó con calma -tenía que ser por lo menos la cuarta vez- que su camarada, un científico investigador llamado Carl Barzon, había sido trasladado a la base secreta. Y ese mineral, extraído en su mundo natal de Garos IV, estaba siendo enviado allí. La ubicación de la base seguía envuelta un velo de secretismo imperial que sus amigos de la resistencia garosiana no habían podido penetrar.
La voz del comandante era tan fría como su mirada helada.
-¿Y espera que creamos que la hija de un gobernador imperial trabaja para la resistencia en Garos IV?
-Es cierto -dijo, golpeando la mano sobre la mesa en señal de frustración.
De repente escuchó que una voz conocida la llamaba.
-¿Alex?
Mirando alrededor de la habitación, Alex se frotó los ojos. Computadoras, equipos de comunicaciones y pantallas de todo tipo parpadearon creando un arco iris de colores en la habitación poco iluminada. El golpeteo de dedos en un teclado era el único sonido que oía. Estaba en el centro de operaciones de la resistencia -en Garos IV- muy lejos de esa sala de interrogatorios en Coruscant que aparecía en su visión.
Su amigo, un operador de comunicaciones que respondía al nombre de Wink Tasion, frunció el ceño mientras transcribía un mensaje entrante. La preocupación en su rostro no podía ser más evidente. Pero no estaba mirando su pantalla. Estaba mirando a Alex.
-¿Estás bien? -le preguntó incluso antes de terminar de teclear la transmisión que había recibido-. Parecía que estabas en otra parte.
Alex suspiró, sonriéndole suavemente.
-Podrías decirlo así -dijo ella, quitándose los auriculares-. ¡No te lo vas a creer, pero he soñado que estaba siendo interrogada por alguien de Inteligencia de la Nueva República! -Agitó la cabeza y una amplia sonrisa se extendió por todo su rostro-. Tenían dificultades con la idea de la hija de un gobernador imperial trabajando para los buenos.
Riéndose, Wink recordó su propia presentación a la luchadora por la libertad Alex Winger en el centro de operaciones. La había apuntado con un bláster hasta que sus compañeros le convencieron de que la hija del gobernador Tork Winger era en efecto un miembro del movimiento de resistencia en Garos. Se habían reído mucho de eso desde entonces.
-Bueno –bromeó-, hay que admitir que suena un poco descabellado.
La sonrisa de Alex se desvaneció y se quedó mirando fijamente a los mensajes en su pantalla.
-¿Cómo podré convencerles de que estoy diciendo la verdad? -dijo, haciendo caso omiso de su burla.
-No estás sola en esto, Alex -le recordó.
Pero Alex no parecía oírle.
-Ya no queda mucho tiempo -dijo en voz baja. Pensamientos de una montaña cubierta de nieve capturaron sus sentidos... dos figuras, una mano extendida para agarrar otra, el viento azotando sus cuerpos, las manos se sueltan, cayendo... ¡No!
-¿Eh? ¿Qué quieres decir? -preguntó. Él vio esa mirada lejana en sus ojos.
Ella suspiró, sacudiendo la cabeza.
-Es sólo una sensación que he tenido.
Wink volvió a su monitor, su frente surcada por arrugas de preocupación.
-Tal vez ese sueño tuyo es una señal, Alex. Mira este mensaje que acabo de recibir.
Alex se inclinó hacia él para leer la pantalla. Sus sentidos se estremecieron de emoción. Uno de sus agentes en el Pub de Chado estaba informando de una interesante conversación con una capitana cuyo carguero estaba cargando suministros en el espaciopuerto.
-Hmm... Capitana del Búsqueda Estelar... ¿No es ese el carguero ligero Suwantek que está en hangar tres? –le preguntó a Wink.
-Ese mismo –dijo él.
Los comerciantes independientes habían sido una visión más frecuente en el espaciopuerto de Ariana en las semanas posteriores a la derrota del Gran Almirante Thrawn. Con la flota imperial en desorden, estos independientes habían sido contratados para transportar suministros a la instalación secreta de investigación del Imperio. Alex y sus amigos de la resistencia tenían la esperanza de que la noticia de esta operación finalmente llegase a la Nueva República... quizás a través de un contacto como esa capitana de carguero.
-Iré a comprobarlo -dijo Alex.
-Yo informaré a Paca.
Alex negó con la cabeza, señalando con ella el cronómetro que marcaba las 2:00.
-No, no le molestes –respondió-. Probablemente sea otra pista falsa.
-Está bien –dijo Wink mientras ella se levantaba para irse-. ¿Hey, Alex?
-¿Sí? -Alex vio cómo Wink estudiaba su rostro.
-Buena suerte –dijo él-. Que la Fuerza te acompañe.
Alex se preguntó si Wink sospechaba que planeaba hacer algo más que "comprobar" la tripulación de ese carguero. Nunca había hablado a nadie sobre sus visiones de la montaña nevada que albergaba esa base Imperial secreta. Algo, o alguien, le estaba conduciendo hacia allí. Tenía que ir allí. Era parte de su destino.
Despidiéndose con la cabeza de su compañero, Alex se dirigió al sistema de túneles subterráneos. Tenía un presentimiento sobre ese carguero en el hangar tres. Una sensación de que no era simplemente otro barco contratado por el Imperio para trasladar suministros.
***
Ojos rosados y antenas animadas estudiaron las pantallas en una docena de paneles diferentes en la cabina del Búsqueda Estelar. Cuando comprobó que estaban en el lugar correcto, la capitana Tere Metallo tiró de las palancas de hipervelocidad y observó cómo las líneas estelares se convertían en puntos de luz diferenciados. Tres horas antes, su carguero había partido de Garos IV cargado con suministros. Los imperiales le habían ordenado que se dirigiera a esas coordenadas, y sus instrucciones eran esperar otro contacto.
Recogiendo su cuaderno de datos, Metallo examinó en silencio el programa de virus que iba a introducir en la red informática imperial en Sarahwiee... su granito de arena como respaldo de los Comandos de Page. Sonrió para sí, acariciándose suavemente la cicatriz que atravesaba su rostro gris pastoso.
Gil Crosear, el primer oficial de Metallo, se deslizó discretamente en la cabina. Metallo había decidido hace mucho tiempo que su extraña habilidad para moverse inadvertido era un talento que el joven enjuto había adquirido de la naturaleza. Después de cuatro años de trabajar con Gil, había veces que ni siquiera ella podía detectarlo en una multitud.
Examinando el vacío a su alrededor, Gil dio unos golpecitos de impaciencia en uno de los sensores de largo alcance de la nave.
-Bueno, ¿dónde están? -preguntó finalmente. Sus ojos oscuros pasaron rápidamente de los paneles al espacio más allá de la ventanilla.
Metallo se acomodó en su asiento, retorciendo tranquilamente sus delgados dedos alrededor de la trenza plateada de un metro de longitud que sobresalía de su cabeza, por otra parte sin pelo. Sus "escanantenas", como Gil llamaba a sus sensores con forma de estambre, captaron el aumento de su pulso. La paciencia era una virtud que Gil todavía no dominaba.
-Relájate, Gilly -le reprendió suavemente-. Vendrán.
Gil respiró hondo y apartó de sus ojos un mechón suelto de cabello oscuro
-¿A qué distancia está el otro equipo? -preguntó.
-Una coma tres horas.
-Entonces -Gil señaló el cuaderno de datos que Metallo sostenía en su mano-, ¿crees que este virus borrará todo lo que Page y sus bombas no puedan destruir?
Metallo asintió.
-No hay duda al respecto.
-Este es un extraño transporte de suministros, capitana -dijo Gil, tecleando hábilmente en un tablero para modificar la exploración de su sensor-. Esperando aquí en medio de la nada.
Mirando a su socio, las antenas de Metallo se contrajeron levemente. Aunque trataba de ocultarlo, Gil estaba un poco más nervioso que en sus misiones anteriores.
-De acuerdo a los informes que el Mando nos dio, este es el procedimiento normal -le tranquilizó.
-¿El Mando? –preguntó una voz desde la parte trasera de la cabina. Metallo y Gil se volvieron en el mismo instante. Dos blásteres apuntaron a la joven polizona. Entonces, de repente, una alarma comenzó a sonar a todo volumen en el Búsqueda Estelar-. ¿Es eso lo que estáis esperando? -preguntó Alex con calma, señalando hacia el crucero imperial clase Ataque que emergió del hiperespacio a unos 1.000 kilómetros de su amura de babor.
-¡¿Quién krazsch eres?! –preguntó Metallo, cayendo en su lengua riileb nativa.
-Soy Alex –les dijo-. ¿No creéis que será mejor que respondáis a su señal de saludo?
Gil la miró con los ojos muy abiertos, con su desintegrador centrado en Alex, mientras Metallo silenciaba la alarma de proximidad. Accionando un interruptor en su tablero de comunicación, llamó:
-Aquí Tere Metallo, capitana del Búsqueda Estelar.
-Transmita la señal de reconocimiento, Búsqueda Estelar -respondió una voz autoritaria por el canal de comunicación.
-Transmitiendo ahora -respondió Metallo, mirando hacia Alex. Sus antenas se movían imperceptiblemente, evaluando a la joven que miraba fijamente por encima del hombro de Gil. No captó ninguna señal de angustia, sólo una tranquila firmeza. Y le pareció extraño que, en lugar de sentirse preocupada de que su tapadera hubiera sido descubierta, se encontrase pensando en ese nombre: Alex. Sólo lo había escuchado otra vez para referirse a una humana. Su anterior primer oficial, un hombre llamado Matt Turhaya, le había hablado de una joven hija que había perdido en un ataque imperial. Su nombre también era Alex.
-Prepárense para recibir nuevas coordenadas, Búsqueda Estelar.
La áspera voz interrumpió las reflexiones de Metallo.
-Estamos listos, cuando quieran -exclamó.
-Comenzando transmisión.
Metallo comprobó la pantalla mientras su nuevo destino era introducido en el ordenador de navegación de la nave.
-Transmisión recibida. Búsqueda Estelar fuera -respondió. Cerrando la comunicación con un clic, Metallo desvió toda su atención a su invitada no deseada. Se dio cuenta de que había más en esa joven de lo que se veía a simple vista-. ¿Qué estás haciendo en mi nave?
-Soy un miembro de la resistencia de Garos IV -les dijo Alex. Las cejas de Gil desaparecieron detrás de sus cabellos oscuros. Lanzó una mirada de soslayo hacia Metallo, cuyos ojos permanecían clavados en Alex-. Hemos estado mucho tiempo esperando a alguien como vosotros -añadió Alex.
-¿Esperándonos? -preguntó Metallo.
-A la Nueva República...
-¡Eh, espera! ¿Quién dijo nada acerca de la Nueva República? Nos pagan por transportar suministros para el Imperio -insistió Gil, dolorosamente consciente por la expresión en el rostro de Alex de que cualquier intento de subterfugio era en vano.
-Es posible ellos os paguen -respondió Alex-, pero he escucha lo bastante en vuestras conversación para saber dónde están vuestras lealtades.
Metallo permaneció indiferente.
-Sigue hablando –dijo a Alex.
-Veamos –dijo Alex-: El Mando os dijo que este era un procedimiento estándar, el otro equipo va justo delante, bombas, virus informáticos... parece que planeáis dejar algo más que suministros.
-Eso todavía no nos explica por qué estás aquí -dijo Gil.
-Uno de mis colegas fue arrestado en Garos. Está siendo obligado a trabajar en la instalación de investigación -dijo Alex, estudiando detenidamente a Metallo-. Por favor, capitana, sólo quiero sacarlo de ahí.
Metallo concentró su análisis en Alex: ritmo cardiaco normal, presión arterial normal... La chica parecía estar diciendo la verdad. Por la formación que los equipos de comando habían recibido sobre Garos IV, Metallo sabía que un explorador anterior había informado de actividad de resistencia en el planeta.
-¿Tus líderes han autorizado esta pequeña aventura?
Alex evitó los ojos de Metallo.
-No exactamente.
Gil sacudió la cabeza con incredulidad, y Metallo advirtió que estaba más relajado de lo que había estado en horas.
-¿Quieres decir que has decidido hacer esto por su cuenta? -preguntó.
Alex miró a Gil y luego a Metallo.
-Tuve un presentimiento. Realmente no puedo explicarlo. -Miró por la ventana-. Me pareció que el tiempo se estaba acabando -dijo en voz baja.
Metallo miró a la joven, sorprendida por el tono de urgencia en la voz de Alex y esa mirada en sus ojos. Algo en ella le recordaba la expresión de Luke Skywalker en la reunión previa a la misión. Había algo en sus ojos, también... ese sentido de urgencia, el temor de descubrir otro de los secretos del Emperador. Incluso después de todo lo que había pasado en las últimas semanas, todo lo que había dicho fue: "Tenemos que ir allí.”
-Te has arriesgado micho, chica -dijo Metallo-. ¿Y si hubiéramos sido leales al Imperio?
-Bueno –vaciló Alex- entonces creo que me habría presentado como la hija del gobernador imperial.
Los ojos de color rosa Metallo se estrecharon.
-Eres buena, niña -hizo una mueca-. Eres muy buena.
-No es mala idea -se rió suavemente Gil-. Sólo una adolescente rebelde que se escapa para un pequeño viaje de placer, ¿eh?
-Sí -dijo Alex con un suspiro de alivio-, algo así.
-Entonces... ¿tienes un plan para rescatar a tu amigo? -preguntó Metallo.
-Bueno, tengo algunas ideas para pasar la seguridad imperial -les dijo Alex.
Gil se echó a reír de nuevo, con una amplia sonrisa cruzando su rostro.
-Una cosa es segura: ¡no le faltan agallas!
Alex sonrió por primera vez. Metallo frunció el ceño, pero Gil tenía razón. El espíritu de la niña era de admirar. Se quedó mirando el ordenador de navegación. Tenían que empezar a moverse.
-Gil, haz una verificación cruzada para estas coordenadas.
-Parece que nos dirigimos hacia el lugar correcto, capitana -dijo, verificando su destino-. Nuestras cartas estelares muestran espacio vacío. Pero, conociendo al Imperio, apuesto a que vamos a encontrar un centro de investigación secreta.
Metallo asintió.
Alex tocó suavemente el hombro de Metallo.
-¿Capitana?
-¿Sí?
-No estorbaré –le dijo Alex-. Y no interferiré con vuestra misión.
-Claro, niña -respondió Metallo-. Ahora salgamos de aquí. Tenemos un trabajo que hacer. -Pasó la mirada de Alex a las estrellas en la distancia-. Y nuestra pequeña amiga de la resistencia de Garos tiene muchas más preguntas que responder.
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