lunes, 18 de marzo de 2013

Cita con el destino (II)


Sólo tres planetas orbitaban la enana blanca que los imperiales llamaban Bseto. Bseto I e Indikir estaban deshabitados. El Cinturón de Asteroides Lweilot se extendía 90 millones de kilómetros de ancho en una órbita ocupada hace milenios por su planeta hermano. Y luego estaba Sarahwiee. Era un mundo cubierto de hielo de polo a polo. Continentes congelados se elevaban por encima de océanos congelados... un lugar verdaderamente inhóspito.
Pero incluso desde varios miles de kilómetros de distancia, era difícil pasar por alto la presencia imperial.
-Destructor Estelar -dijo Alex, señalando más allá de su amura de estribor.
-Ahí está nuestro amigo el crucero de clase Ataque, a babor -indicó Gil mientras el Búsqueda Estelar era escaneado por sensores. Pasaron unos tensos segundos antes de ser autorizados a acercarse al planeta. Con las coordenadas fijadas, la nave se hundió en la atmósfera superior de Sarahwiee.
-¿Queréis mirar eso? -dijo Gil.
-Precioso -susurró Metallo.
Los últimos destellos de luz solar se reflejaban en un glaciar mientras el Búsqueda Estelar cruzaba la línea que separaba el día de la noche. Cañones de hielo se elevaban majestuosamente miles de metros hacia el cielo. Aquí y allá, trozos de la pared de hielo se rompían, cayendo para estrellarse en un río congelado que brillaba a la luz de la luna.
Alex miró, cautivada por las magníficas vistas. Luego se agarró con más fuerza a la parte superior del asiento de copiloto de Gil. Vio la montaña... la misma montaña cubierta de nieve que había descendido en sus visiones...
-¡Alex, toma mi mano! –gritó el hombre de cabello castaño claro como la arena y los ojos azules sobre el aullante viento. Su mano se acercó a la de ella...
Suspirando, Alex cerró los ojos, no queriendo saber cómo iba a terminar esta vez. Por un breve instante sintió una presencia calmante. Pero desapareció cuando abrió los ojos y descubrió a Metallo mirándola. Alex sonrió, agitando la cabeza a la capitana... en los dos días de viaje, habían hablado de mil cosas diferentes. Pero nunca había revelado sus visiones de este lugar.
-Muy bien, capitana, voy a aterrizar la nave -informó Gil.
A través de delgadas nubes tenues, la guarnición imperial apareció acechante sobre la montaña. Iluminada sólo por la luna, su sombra pintaba de oscuridad una cara de la montaña, ocultando riscos nevados y un equipo de comandos de la Nueva República.
-Está bien, ¿todos listos para la fiesta? -preguntó Metallo mientras el Búsqueda Estelar aterrizaba suavemente en el interior de una de las dos bahías de aterrizaje que habían sido talladas en la ladera de la montaña varios cientos de metros por debajo de la guarnición.
-Lista -asintió Alex.
-Allá vamos.
Mientras descendían por la rampa, un esquife de suministros se apartó del antiguo carguero corelliano estacionado junto al Búsqueda Estelar. El esquife se adentró en la bahía hacia el ascensor de carga, donde un soldado de asalto hacía guardia, con su rifle bláster presionado contra su pecho blindado. Al otro lado de la bahía, con su sección delantera sobresaliendo apenas detrás de la nave corelliana, había atracado un carguero ligero Kazellis. Alex advirtió el fugaz intercambio de miradas entre Metallo y Gil, el destello de reconocimiento en el rostro de Gil cuando divisó la nave... La nave del otro equipo, decidió.
Gigantescas puertas de escudo se cerraron detrás de ellos con un gemido. Tirando del cuello de su chaqueta, Alex trató de evitar las ráfagas de aire frío que se extendían por la sala cavernosa.
-Mira arriba -le susurró Gil en voz baja.
Alex asintió, mirando con aire casual en la dirección que le había indicado. Con vistas a toda la bahía, dos técnicos ocupaban la sala de control de transpariacero incluso a esa hora tardía.
Al otro lado del carguero Kazellis, una puerta de turboascensor se abrió. Un oficial imperial subió a bordo de un trineo repulsor que esperaba, indicando con un gesto al conductor que se pusiera en marcha. Pasando por delante de esquifes de suministro estacionados, el trineo finalmente se detuvo a mitad de camino entre el Búsqueda Estelar y el carguero corelliano.
El conductor del trineo miró boquiabierto a Metallo, cuya forma alta y esbelta destacaba sobre sus compañeros. Su pasajero, un joven teniente, parecía impaciente mientras esperaba que Metallo y su equipo se acercaran a él. Desembarcando del trineo, dio a Metallo una mirada superficial. Entonces, con toda la autoridad que pudo reunir, se dirigió resueltamente a Gil.
-¿Capitán Metallo? -preguntó.
Gil sonrió y señaló hacia Metallo. Su rostro tenía una amarga mueca. Obviamente Metallo estaba acostumbrada a que los oficiales imperiales supusieran que Gil era el capitán del Búsqueda Estelar. Pero Alex podía sentir que estaba más divertida que enojada. Parecía disfrutar con la incomodidad del hombre.
-Teniente –le dijo Metallo frunciendo el ceño, pasando lentamente su pulgar a lo largo de la cicatriz de su cara- ¿cuál será nuestra agenda en su pequeño y encantador iceberg?
El oficial se encogió ligeramente, mirando a los calculadores ojos de color rosa.
-Soy el Oficial de Guardia Jefe Cdera –dijo-. Hay dos naves por delante de ustedes, capitana. Tenemos programada su descarga a las 3:00.
-Excelente. Creo que ustedes se podrán encargar de todo sin nosotros, muchachos.
-No lo dudo, capitana -rió el teniente entre dientes. Ni siquiera se molestó en ocultar su disgusto por los capitanes de carguero engreídos.
-¿Hay algún lugar por aquí donde mi tripulación pueda relajarse? –preguntó Metallo, mirando a la bahía a su alrededor mientras un segundo esquife se alejaba de la fragata corelliana.
-Su acceso está restringido a este nivel, capitana. Hay un salón –Cdera señaló hacia un pasillo que corría por debajo de la sala de control del segundo piso-. Tal vez usted y su tripulación -hizo un gesto hacia Alex y Gil –encuentren allí algo para ocupar su tiempo.
-Estoy seguro de que lo haremos, teniente -dijo Metallo.
Cdera la fulminó con la mirada y luego se volvió bruscamente con seco estilo militar y volvió a subir a bordo del trineo. Murmuró algo al conductor mientras el trineo se alejaba.
Metallo se encogió de hombros. Había proporcionado un buen espectáculo, pero el teniente no había quedado impresionado.
-Yo sí estoy impresionada, capitana -dijo Alex en voz baja respondiendo a los pensamientos no expresados de Metallo.
-¿Eh? ¿Cómo has...?
-Capitana -interrumpió Alex-, hay una estación de trabajo al otro lado de la nave.
-Hay dos técnicos descargando la nave corelliana en la bahía dos, capitana -señaló Gil-. Alex debería ser capaz de acceder a esos ordenadores durante unos minutos.
-Mantén un ojo en ese soldado de asalto, Gil. Chica –dijo dirigiéndose a Alex-, tú vienes conmigo.
En menos de un minuto, Alex había accedido al sistema informático de la base. La pantalla comenzó a proyectar gráficos que mostraban el diseño de la guarnición. Alex navegó entre grandes cantidades de información mientras Metallo miraba.
-Espero que vuestros amigos estén al tanto de los puntos de control de seguridad en estas instalaciones –dijo Alex.
-No te preocupes por nuestros amigos. ¿Encontraste a tu doctor Barzon? –preguntó Metallo.
-Nivel 18, habitación 14E -respondió Alex, cerrando la sesión en el sistema.
-Bien -dijo Metallo, mirando alrededor de la bahía. Sus ojos se posaron sobre Gil, y su duro exterior se desvaneció. Estaba claro que se preocupaba por él, de un modo casi maternal.
-Está bien, capitana -dijo Alex en voz baja, sintiendo la preocupación de Metallo-. Yo me encargaré de Gil.
Metallo se obligó a tragar saliva a través del nudo que tenía en la garganta. Se volvió hacia Alex, enmascarando sus sentimientos detrás de una expresión severa.
-Recuerda, muchacha... tenéis tres horas para volver a la nave. -Alex observó el rostro de la mujer. La mirada severa desapareció, reemplazada por la confianza que había crecido entre ellas durante los últimos dos días-. Y asegúrate de que no activáis ninguna alarma -agregó Metallo con una sonrisa pícara en su rostro.
Alex sonrió.
-De acuerdo.
Metallo hizo una pausa, luego asintió con confianza.
-Buena suerte, Alex.
-¿Capitana Metallo?
-¿Sí?
-La Fuerza estará con nosotros.

***

Metallo estaba sentada con rostro pétreo, mirando a sus oponentes por encima de la mejor mano de sabacc que había tenido en toda la noche. Por suerte para ella, el técnico fuera de servicio y los dos corellianos no eran conscientes de la capacidad poligráfica de los riilebs... ¡realmente podrían acusarla de hacer trampa!
La conversación en la mesa de al lado se había vuelto más animada conforme la hora era más avanzada, pero Metallo se concentró en su juego. No dio ninguna indicación de haber reconocido a la piloto de carguero que entretenía a otro técnico fuera de servicio con una historia fantástica tras otra.
Tomando un trago de su cerveza, Metallo miró al viejo corelliano llamado Sapra, segura de que él tenía una buena mano. Después de haberse repartido las últimas cartas su ritmo cardíaco se había disparado. Comprobando de nuevo su propia mano, sonrió para sus adentros. Un 11 le daría los puntos que necesitaba para ganar el juego. O mejor aún, el Comandante le daría un 23 perfecto.
Gil le guiñó un ojo con picardía a Metallo a través de la sala y tomó de la mano a Alex. Se repartieron las últimas cartas a los jugadores de sabacc. Se realizaron las apuestas, y el crupier activó la aleatoriedad. Los valores de las cartas se materializaron. ¡Metallo había conseguido el Comandante! Dejó escapar un chillido estridente y todas las cabezas de la sala se volvieron para mirar. Sapra tiró sus cartas sobre la mesa con disgusto mientras el anotador anunciaba la puntuación total. La sincronización no podría haber sido mejor aunque la hubieran planeado de esa manera... cosa que habían hecho. Nadie se dio cuenta de la marcha de los dos jóvenes.

***

Al otro lado del pasillo desde el salón, pasada la puerta cerrada que subía a la sala de control, Alex y Gil se deslizaron inadvertidamente en un trastero. Alex localizó el panel de acceso en una esquina de la habitación que había visto al estudiar el esquema informático de la guarnición.
Se arrastraron en silencio a través del sistema de ventilación. Resonaron voces distantes por encima del zumbido de la maquinaria en el túnel artificial. El zumbido creció para convertirse en un rugido sordo conforme se acercaban al turboascensor que accedía a los niveles superiores de la guarnición.
-Estamos de suerte -murmuró Gil, señalando la cabina de ascensor que se había detenido metro y medio por debajo de ellos-. ¿Lista?
Alex asintió con la cabeza, agarrando sus manos. Gil la depositó en el ascensor y luego saltó con cuidado a su lado. Sus manos enguantadas trabajaron febrilmente en adosar una carga temporizada al techo del turboascensor... esa explosión coincidiría con las que el equipo de Page planeaba en otras partes de la guarnición.
Alex observó mientras ajustaba el temporizador a 48 minutos, mirando cómo los segundos comenzaron a descender. Tomando una profunda respiración, trató de relajarse. Cuarenta y siete minutos. Un escalofrío trepó por su espina dorsal.
-Alguien viene -dijo, aunque pasaron unos segundos más antes de que Gil oyera ningún paso.
La puerta bajo ellos se abrió deslizándose, y dos pasajeros subieron a bordo. El turboascensor salió disparado hacia arriba, rodeado por paredes de roca en el túnel perforado a través de la montaña. Paredes de acero reemplazaron la roca cuando el ascensor entró en la guarnición. Gil trató de contar los niveles que pasaban. Pero un nivel pasaba borroso al siguiente hasta que el turboascensor finalmente se detuvo.
Cuando la puerta se abrió bajo ellos, Alex pasó del ascensor a un conducto horizontal.
-Vamos -le susurró a Gil.
Gil se encontró colgando con la mitad del cuerpo fuera del conducto cuando el turboascensor desapareció bajo sus pies.
-No me vendría mal que me echaras una mano -exclamó en voz baja.
Alex le tendió la mano, y por un instante recordó la visión que había tenido... una mano que se extendía para salvarla, tal y como ella extendía la suya para ayudar a Gil ahora. ¿Podría ser Gil el hombre de sus visiones? Gil, con su pelo y sus oscuros, no se parecía en nada al hombre que había imaginado.
Pero si no era Gil, entonces, ¿quién podría ser? ¿Se lo encontraría aquí? Con Gil a salvo en el interior del conducto, continuaron avanzando a gatas.
-¿Alguna idea de dónde estamos? –preguntó él.
-Tenemos que subir un par de niveles más. Y creo -dijo Alex, señalando hacia un pasadizo de mantenimiento vertical- que acabo de encontrar el camino.
Veinticinco metros más arriba, entraron en el nivel 18 a través de una sala de suministros. Avanzaron en silencio por el pasillo hacia la habitación del Dr. Barzon.
-Aquí está -le dijo a Gil.
No había ningún código de seguridad en el panel de acceso de la puerta... lo que fue inesperado, aunque no sorprendente. La montaña y el clima riguroso de Sarahwiee servían para disuadir a cualquiera que pudiera pensar alguna vez en escapar de ese lugar.
Alex pulsó el panel y la puerta se abrió. Con precaución, entraron en el cuarto oscuro.
-¿Quién está ahí? -exclamó un hombre desde las sombras. El frío de su voz coincidía con la temperatura en el pequeño habitáculo.
-¿Dr. Barzon? –llamó Alex en voz baja-. Soy yo. Alex.
Una luz se encendió.
-¿Alex? -Carl Barzon se rascó con incredulidad los inicios de una barba gris-. ¿Cómo demonios has llegado hasta aquí? -preguntó mirando a Gil detrás de ella.
-Explicaremos todo eso más tarde -le dijo-. Este es Gil, un amigo mío que está aquí con la Nueva República.
-No tenemos mucho tiempo, doctor -dijo Gil-. Tenemos que salir de aquí.
Barzon apartó la mirada, tratando de ocultar la expresión de su rostro atormentado.
-No puedo irme –dijo-. Matarán a mi hijo.
Fuera, el viento aullaba. La habitación parecía más fría que antes. Alex tomó las manos de Barzon en las suyas. Los recuerdos de aquel fatídico día en Garos inundaron sus sentidos.
-Cord está muerto, doctor Intentamos avisarle antes de que le arrestaran...
-¿Antes que me arrestaran? ¿Qué quieres decir?
-Yo... Lo siento tanto. Yo estaba en el centro minero. Saboteé la plataforma de transporte -dijo Alex, tratando de encontrar una manera de decirle a su amigo lo que había sucedido-. Yo... -se detuvo de nuevo, y las lágrimas llenaron sus ojos-. Los vi llevar a Cord al turboascensor No tenía ni idea de que iban a trasladarlo fuera del planeta...
Carl Barzon bajó la cabeza, y llevó a Alex a sus brazos.
-¡Oh, Alex! -exclamó.
-Podría haberlos detenido, doctor.
Barzon la miró a los ojos. Él no era ciego a la angustia que ella había conocido.
-No, Alex, no lo creo. -Se secó suavemente una lágrima de la mejilla-. Te conozco bien, Alex Winger. Salvar a Cord habría puesto en peligro todo por lo que tú y yo, y nuestros amigos de la resistencia hemos luchado.
Ella asintió. La libertad nunca se había ganado sin sacrificio. Se había dicho eso a sí misma una y mil veces desde la muerte de Cord. Pero escucharlo del padre de Cord, su amigo, finalmente trajo paz a su mente.
Gil, que había estado escuchando en silencio, tragó saliva. Sus ojos se abrieron como platos.
-¿Winger? -preguntó. Reconoció el apellido del informe de la misión-. ¿He oído cómo decía Winger? ¡¿Como el Gobernador Imperial Tork Winger?! -Alex no dijo ni una palabra. No necesitaba hacerlo. Los ojos de Gil se movían nerviosamente de Alex a Barzón, y luego de nuevo a Alex donde fijó una mirada acusadora-. ¡Deberías habérnoslo dicho, Alex!
-Gil, todo lo que os dije era verdad. ¿Realmente importa que me haya dejado un pequeño detalle?
-¡Un pequeño detalle! ¡Eso no es un pequeño detalle, Alex! -Se dio la vuelta, levantando las manos con disgusto-. ¡Santo cielo! Pensé que estabas bromeando cuando dijiste que te presentarías como la hija del gobernador imperial -gruñó sarcásticamente.
-Lo siento, Gil -dijo ella, sintiendo que estaba más herido que enojado-. Debería haber confiado en vosotros.
-Sí, claro –asintió-. ¿Tienes más sorpresas? No importa –la interrumpió antes de que tuviera la oportunidad de hablar-. Ahora mismo no quiero saberlo. Tenemos que salir de aquí -dijo en voz baja.
-Sí -convino Barzon-, ahora no tengo ninguna razón para seguir aquí. De hecho, Gil, tengo información que podría interesar a tu gente. Pero tengo que recuperar algunos archivos del laboratorio.
-No creo que sea una buena idea, doctor -dijo Gil-. Es demasiado peligroso y nos estamos quedando sin tiempo. -Miró a Alex-. Ya oíste lo que dijo la capitana Metallo, Alex. Encontrar al doctor y volver a la nave.
Alex pasó la mirada de Gil a Barzón.
-¿Podemos acceder a los archivos desde aquí? -preguntó al doctor.
-No, son mis notas privadas. Investigaciones que no me atrevía a introducir en la base de datos imperial -dijo Barzon.
Gil negó con la cabeza.
-Alex, si nos encontramos con el equipo de comandos en el laboratorio...
-Está bien, Gil. -Algo tiró de ella en el fondo de su mente-. Tengo que ir allí -dijo en voz baja pero con tal intensidad que hizo que Gil la mirase fijamente-. Lleva al Dr. Barzón de vuelta al Búsqueda Estelar.
Gil la miró en silencio, y finalmente asintió con la cabeza.
Unos minutos más tarde, se separaron. Gil le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba antes de desaparecer tras el Dr. Barzon en la sala de suministros por la que habían entrado antes. Alex se volvió, caminando rápidamente por el pasillo hacia el turboascensor. Apretó el botón de llamada y miró su cronómetro. El tiempo se estaba acabando.

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