Sólo tres planetas orbitaban la enana blanca que los imperiales
llamaban Bseto. Bseto I e Indikir estaban deshabitados. El Cinturón de
Asteroides Lweilot se extendía 90 millones de kilómetros de ancho en una órbita
ocupada hace milenios por su planeta hermano. Y luego estaba Sarahwiee. Era un
mundo cubierto de hielo de polo a polo. Continentes congelados se elevaban por
encima de océanos congelados... un lugar verdaderamente inhóspito.
Pero incluso desde varios miles de kilómetros de distancia, era
difícil pasar por alto la presencia imperial.
-Destructor Estelar -dijo Alex, señalando más allá de su amura
de estribor.
-Ahí está nuestro amigo el crucero de clase Ataque, a babor -indicó Gil mientras el Búsqueda Estelar era escaneado por sensores. Pasaron unos tensos
segundos antes de ser autorizados a acercarse al planeta. Con las coordenadas fijadas,
la nave se hundió en la atmósfera superior de Sarahwiee.
-¿Queréis mirar eso? -dijo Gil.
-Precioso -susurró Metallo.
Los últimos destellos de luz solar se reflejaban en un glaciar mientras
el Búsqueda Estelar cruzaba la línea
que separaba el día de la noche. Cañones de hielo se elevaban majestuosamente
miles de metros hacia el cielo. Aquí y allá, trozos de la pared de hielo se
rompían, cayendo para estrellarse en un río congelado que brillaba a la luz de
la luna.
Alex miró, cautivada por las magníficas vistas. Luego se agarró
con más fuerza a la parte superior del asiento de copiloto de Gil. Vio la
montaña... la misma montaña cubierta de nieve que había descendido en sus
visiones...
-¡Alex, toma mi mano! –gritó el hombre de cabello castaño claro
como la arena y los ojos azules sobre el aullante viento. Su mano se acercó a
la de ella...
Suspirando, Alex cerró los ojos, no queriendo saber cómo iba a
terminar esta vez. Por un breve instante sintió una presencia calmante. Pero
desapareció cuando abrió los ojos y descubrió a Metallo mirándola. Alex sonrió,
agitando la cabeza a la capitana... en los dos días de viaje, habían hablado de
mil cosas diferentes. Pero nunca había revelado sus visiones de este lugar.
-Muy bien, capitana, voy a aterrizar la nave -informó Gil.
A través de delgadas nubes tenues, la guarnición imperial
apareció acechante sobre la montaña. Iluminada sólo por la luna, su sombra
pintaba de oscuridad una cara de la montaña, ocultando riscos nevados y un
equipo de comandos de la Nueva República.
-Está bien, ¿todos listos para la fiesta? -preguntó Metallo
mientras el Búsqueda Estelar
aterrizaba suavemente en el interior de una de las dos bahías de aterrizaje que
habían sido talladas en la ladera de la montaña varios cientos de metros por
debajo de la guarnición.
-Lista -asintió Alex.
-Allá vamos.
Mientras descendían por la rampa, un esquife de suministros se
apartó del antiguo carguero corelliano estacionado junto al Búsqueda Estelar. El esquife se adentró
en la bahía hacia el ascensor de carga, donde un soldado de asalto hacía
guardia, con su rifle bláster presionado contra su pecho blindado. Al otro lado
de la bahía, con su sección delantera sobresaliendo apenas detrás de la nave
corelliana, había atracado un carguero ligero Kazellis. Alex advirtió el fugaz intercambio
de miradas entre Metallo y Gil, el destello de reconocimiento en el rostro de
Gil cuando divisó la nave... La nave del
otro equipo, decidió.
Gigantescas puertas de escudo se cerraron detrás de ellos con un
gemido. Tirando del cuello de su chaqueta, Alex trató de evitar las ráfagas de
aire frío que se extendían por la sala cavernosa.
-Mira arriba -le susurró Gil en voz baja.
Alex asintió, mirando con aire casual en la dirección que le había
indicado. Con vistas a toda la bahía, dos técnicos ocupaban la sala de control de
transpariacero incluso a esa hora tardía.
Al otro lado del carguero Kazellis, una puerta de turboascensor
se abrió. Un oficial imperial subió a bordo de un trineo repulsor que esperaba,
indicando con un gesto al conductor que se pusiera en marcha. Pasando por
delante de esquifes de suministro estacionados, el trineo finalmente se detuvo
a mitad de camino entre el Búsqueda
Estelar y el carguero corelliano.
El conductor del trineo miró boquiabierto a Metallo, cuya forma
alta y esbelta destacaba sobre sus compañeros. Su pasajero, un joven teniente,
parecía impaciente mientras esperaba que Metallo y su equipo se acercaran a él.
Desembarcando del trineo, dio a Metallo una mirada superficial. Entonces, con
toda la autoridad que pudo reunir, se dirigió resueltamente a Gil.
-¿Capitán Metallo? -preguntó.
Gil sonrió y señaló hacia Metallo. Su rostro tenía una amarga
mueca. Obviamente Metallo estaba acostumbrada a que los oficiales imperiales
supusieran que Gil era el capitán del Búsqueda
Estelar. Pero Alex podía sentir que estaba más divertida que enojada. Parecía
disfrutar con la incomodidad del hombre.
-Teniente –le dijo Metallo frunciendo el ceño, pasando lentamente
su pulgar a lo largo de la cicatriz de su cara- ¿cuál será nuestra agenda en su
pequeño y encantador iceberg?
El oficial se encogió ligeramente, mirando a los calculadores ojos
de color rosa.
-Soy el Oficial de Guardia Jefe Cdera –dijo-. Hay dos naves por
delante de ustedes, capitana. Tenemos programada su descarga a las 3:00.
-Excelente. Creo que ustedes se podrán encargar de todo sin
nosotros, muchachos.
-No lo dudo, capitana -rió el teniente entre dientes. Ni
siquiera se molestó en ocultar su disgusto por los capitanes de carguero
engreídos.
-¿Hay algún lugar por aquí donde mi tripulación pueda relajarse?
–preguntó Metallo, mirando a la bahía a su alrededor mientras un segundo esquife
se alejaba de la fragata corelliana.
-Su acceso está restringido a este nivel, capitana. Hay un salón
–Cdera señaló hacia un pasillo que corría por debajo de la sala de control del
segundo piso-. Tal vez usted y su tripulación -hizo un gesto hacia Alex y Gil
–encuentren allí algo para ocupar su tiempo.
-Estoy seguro de que lo haremos, teniente -dijo Metallo.
Cdera la fulminó con la mirada y luego se volvió bruscamente con
seco estilo militar y volvió a subir a bordo del trineo. Murmuró algo al
conductor mientras el trineo se alejaba.
Metallo se encogió de hombros. Había proporcionado un buen
espectáculo, pero el teniente no había quedado impresionado.
-Yo sí estoy impresionada, capitana -dijo Alex en voz baja respondiendo
a los pensamientos no expresados de Metallo.
-¿Eh? ¿Cómo has...?
-Capitana -interrumpió Alex-, hay una estación de trabajo al
otro lado de la nave.
-Hay dos técnicos descargando la nave corelliana en la bahía dos,
capitana -señaló Gil-. Alex debería ser capaz de acceder a esos ordenadores
durante unos minutos.
-Mantén un ojo en ese soldado de asalto, Gil. Chica –dijo
dirigiéndose a Alex-, tú vienes conmigo.
En menos de un minuto, Alex había accedido al sistema
informático de la base. La pantalla comenzó a proyectar gráficos que mostraban
el diseño de la guarnición. Alex navegó entre grandes cantidades de información
mientras Metallo miraba.
-Espero que vuestros amigos estén al tanto de los puntos de
control de seguridad en estas instalaciones –dijo Alex.
-No te preocupes por nuestros amigos. ¿Encontraste a tu doctor
Barzon? –preguntó Metallo.
-Nivel 18, habitación 14E -respondió Alex, cerrando la sesión en
el sistema.
-Bien -dijo Metallo, mirando alrededor de la bahía. Sus ojos se
posaron sobre Gil, y su duro exterior se desvaneció. Estaba claro que se
preocupaba por él, de un modo casi maternal.
-Está bien, capitana -dijo Alex en voz baja, sintiendo la preocupación
de Metallo-. Yo me encargaré de Gil.
Metallo se obligó a tragar saliva a través del nudo que tenía en
la garganta. Se volvió hacia Alex, enmascarando sus sentimientos detrás de una
expresión severa.
-Recuerda, muchacha... tenéis tres horas para volver a la nave.
-Alex observó el rostro de la mujer. La mirada severa desapareció, reemplazada
por la confianza que había crecido entre ellas durante los últimos dos días-. Y
asegúrate de que no activáis ninguna alarma -agregó Metallo con una sonrisa
pícara en su rostro.
Alex sonrió.
-De acuerdo.
Metallo hizo una pausa, luego asintió con confianza.
-Buena suerte, Alex.
-¿Capitana Metallo?
-¿Sí?
-La Fuerza estará con nosotros.
***
Metallo estaba sentada con rostro pétreo, mirando a sus
oponentes por encima de la mejor mano de sabacc que había tenido en toda la
noche. Por suerte para ella, el técnico fuera de servicio y los dos corellianos
no eran conscientes de la capacidad poligráfica de los riilebs... ¡realmente
podrían acusarla de hacer trampa!
La conversación en la mesa de al lado se había vuelto más
animada conforme la hora era más avanzada, pero Metallo se concentró en su
juego. No dio ninguna indicación de haber reconocido a la piloto de carguero
que entretenía a otro técnico fuera de servicio con una historia fantástica
tras otra.
Tomando un trago de su cerveza, Metallo miró al viejo corelliano
llamado Sapra, segura de que él tenía una buena mano. Después de haberse
repartido las últimas cartas su ritmo cardíaco se había disparado. Comprobando
de nuevo su propia mano, sonrió para sus adentros. Un 11 le daría los puntos
que necesitaba para ganar el juego. O mejor aún, el Comandante le daría un 23 perfecto.
Gil le guiñó un ojo con picardía a Metallo a través de la sala y
tomó de la mano a Alex. Se repartieron las últimas cartas a los jugadores de
sabacc. Se realizaron las apuestas, y el crupier activó la aleatoriedad. Los
valores de las cartas se materializaron. ¡Metallo había conseguido el
Comandante! Dejó escapar un chillido estridente y todas las cabezas de la sala
se volvieron para mirar. Sapra tiró sus cartas sobre la mesa con disgusto mientras
el anotador anunciaba la puntuación total. La sincronización no podría haber
sido mejor aunque la hubieran planeado de esa manera... cosa que habían hecho.
Nadie se dio cuenta de la marcha de los dos jóvenes.
***
Al otro lado del pasillo desde el salón, pasada la puerta
cerrada que subía a la sala de control, Alex y Gil se deslizaron
inadvertidamente en un trastero. Alex localizó el panel de acceso en una
esquina de la habitación que había visto al estudiar el esquema informático de
la guarnición.
Se arrastraron en silencio a través del sistema de ventilación.
Resonaron voces distantes por encima del zumbido de la maquinaria en el túnel
artificial. El zumbido creció para convertirse en un rugido sordo conforme se
acercaban al turboascensor que accedía a los niveles superiores de la
guarnición.
-Estamos de suerte -murmuró Gil, señalando la cabina de ascensor
que se había detenido metro y medio por debajo de ellos-. ¿Lista?
Alex asintió con la cabeza, agarrando sus manos. Gil la depositó
en el ascensor y luego saltó con cuidado a su lado. Sus manos enguantadas
trabajaron febrilmente en adosar una carga temporizada al techo del
turboascensor... esa explosión coincidiría con las que el equipo de Page planeaba
en otras partes de la guarnición.
Alex observó mientras ajustaba el temporizador a 48 minutos, mirando
cómo los segundos comenzaron a descender. Tomando una profunda respiración,
trató de relajarse. Cuarenta y siete minutos. Un escalofrío trepó por su espina
dorsal.
-Alguien viene -dijo, aunque pasaron unos segundos más antes de que
Gil oyera ningún paso.
La puerta bajo ellos se abrió deslizándose, y dos pasajeros
subieron a bordo. El turboascensor salió disparado hacia arriba, rodeado por
paredes de roca en el túnel perforado a través de la montaña. Paredes de acero
reemplazaron la roca cuando el ascensor entró en la guarnición. Gil trató de
contar los niveles que pasaban. Pero un nivel pasaba borroso al siguiente hasta
que el turboascensor finalmente se detuvo.
Cuando la puerta se abrió bajo ellos, Alex pasó del ascensor a
un conducto horizontal.
-Vamos -le susurró a Gil.
Gil se encontró colgando con la mitad del cuerpo fuera del
conducto cuando el turboascensor desapareció bajo sus pies.
-No me vendría mal que me echaras una mano -exclamó en voz baja.
Alex le tendió la mano, y por un instante recordó la visión que
había tenido... una mano que se extendía para salvarla, tal y como ella extendía
la suya para ayudar a Gil ahora. ¿Podría ser Gil el hombre de sus visiones?
Gil, con su pelo y sus oscuros, no se parecía en nada al hombre que había
imaginado.
Pero si no era Gil, entonces, ¿quién podría ser? ¿Se lo
encontraría aquí? Con Gil a salvo en el interior del conducto, continuaron avanzando
a gatas.
-¿Alguna idea de dónde estamos? –preguntó él.
-Tenemos que subir un par de niveles más. Y creo -dijo Alex,
señalando hacia un pasadizo de mantenimiento vertical- que acabo de encontrar
el camino.
Veinticinco metros más arriba, entraron en el nivel 18 a través de una sala de
suministros. Avanzaron en silencio por el pasillo hacia la habitación del Dr.
Barzon.
-Aquí está -le dijo a Gil.
No había ningún código de seguridad en el panel de acceso de la
puerta... lo que fue inesperado, aunque no sorprendente. La montaña y el clima
riguroso de Sarahwiee servían para disuadir a cualquiera que pudiera pensar
alguna vez en escapar de ese lugar.
Alex pulsó el panel y la puerta se abrió. Con precaución,
entraron en el cuarto oscuro.
-¿Quién está ahí? -exclamó un hombre desde las sombras. El frío de
su voz coincidía con la temperatura en el pequeño habitáculo.
-¿Dr. Barzon? –llamó Alex en voz baja-. Soy yo. Alex.
Una luz se encendió.
-¿Alex? -Carl Barzon se rascó con incredulidad los inicios de
una barba gris-. ¿Cómo demonios has llegado hasta aquí? -preguntó mirando a Gil
detrás de ella.
-Explicaremos todo eso más tarde -le dijo-. Este es Gil, un
amigo mío que está aquí con la Nueva República.
-No tenemos mucho tiempo, doctor -dijo Gil-. Tenemos que salir
de aquí.
Barzon apartó la mirada, tratando de ocultar la expresión de su
rostro atormentado.
-No puedo irme –dijo-. Matarán a mi hijo.
Fuera, el viento aullaba. La habitación parecía más fría que
antes. Alex tomó las manos de Barzon en las suyas. Los recuerdos de aquel fatídico
día en Garos inundaron sus sentidos.
-Cord está muerto, doctor Intentamos avisarle antes de que le
arrestaran...
-¿Antes que me arrestaran? ¿Qué quieres decir?
-Yo... Lo siento tanto. Yo estaba en el centro minero. Saboteé
la plataforma de transporte -dijo Alex, tratando de encontrar una manera de
decirle a su amigo lo que había sucedido-. Yo... -se detuvo de nuevo, y las
lágrimas llenaron sus ojos-. Los vi llevar a Cord al turboascensor No tenía ni idea
de que iban a trasladarlo fuera del planeta...
Carl Barzon bajó la cabeza, y llevó a Alex a sus brazos.
-¡Oh, Alex! -exclamó.
-Podría haberlos detenido, doctor.
Barzon la miró a los ojos. Él no era ciego a la angustia que
ella había conocido.
-No, Alex, no lo creo. -Se secó suavemente una lágrima de la mejilla-.
Te conozco bien, Alex Winger. Salvar a Cord habría puesto en peligro todo por lo
que tú y yo, y nuestros amigos de la resistencia hemos luchado.
Ella asintió. La libertad nunca se había ganado sin sacrificio.
Se había dicho eso a sí misma una y mil veces desde la muerte de Cord. Pero
escucharlo del padre de Cord, su amigo, finalmente trajo paz a su mente.
Gil, que había estado escuchando en silencio, tragó saliva. Sus
ojos se abrieron como platos.
-¿Winger? -preguntó. Reconoció el apellido del informe de la
misión-. ¿He oído cómo decía Winger? ¡¿Como el Gobernador Imperial Tork Winger?!
-Alex no dijo ni una palabra. No necesitaba hacerlo. Los ojos de Gil se movían
nerviosamente de Alex a Barzón, y luego de nuevo a Alex donde fijó una mirada
acusadora-. ¡Deberías habérnoslo dicho, Alex!
-Gil, todo lo que os dije era verdad. ¿Realmente importa que me
haya dejado un pequeño detalle?
-¡Un pequeño detalle! ¡Eso no es un pequeño detalle, Alex! -Se
dio la vuelta, levantando las manos con disgusto-. ¡Santo cielo! Pensé que
estabas bromeando cuando dijiste que te presentarías como la hija del
gobernador imperial -gruñó sarcásticamente.
-Lo siento, Gil -dijo ella, sintiendo que estaba más herido que
enojado-. Debería haber confiado en vosotros.
-Sí, claro –asintió-. ¿Tienes más sorpresas? No importa –la interrumpió
antes de que tuviera la oportunidad de hablar-. Ahora mismo no quiero saberlo.
Tenemos que salir de aquí -dijo en voz baja.
-Sí -convino Barzon-, ahora no tengo ninguna razón para seguir
aquí. De hecho, Gil, tengo información que podría interesar a tu gente. Pero
tengo que recuperar algunos archivos del laboratorio.
-No creo que sea una buena idea, doctor -dijo Gil-. Es demasiado
peligroso y nos estamos quedando sin tiempo. -Miró a Alex-. Ya oíste lo que
dijo la capitana Metallo, Alex. Encontrar al doctor y volver a la nave.
Alex pasó la mirada de Gil a Barzón.
-¿Podemos acceder a los archivos desde aquí? -preguntó al
doctor.
-No, son mis notas privadas. Investigaciones que no me atrevía a
introducir en la base de datos imperial -dijo Barzon.
Gil negó con la cabeza.
-Alex, si nos encontramos con el equipo de comandos en el
laboratorio...
-Está bien, Gil. -Algo tiró de ella en el fondo de su mente-.
Tengo que ir allí -dijo en voz baja pero con tal intensidad que hizo que Gil la
mirase fijamente-. Lleva al Dr. Barzón de vuelta al Búsqueda Estelar.
Gil la miró en silencio, y finalmente asintió con la cabeza.
Unos minutos más tarde, se separaron. Gil le hizo un gesto con
el pulgar hacia arriba antes de desaparecer tras el Dr. Barzon en la sala de
suministros por la que habían entrado antes. Alex se volvió, caminando
rápidamente por el pasillo hacia el turboascensor. Apretó el botón de llamada y
miró su cronómetro. El tiempo se estaba acabando.
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