lunes, 25 de marzo de 2013

Tiro al anillo (II)


Además del torneo de tiro al anillo que estaba teniendo lugar en el Pabellón C, en el campo principal del estadio se estaba celebrando un evento que Tambell reconoció vagamente por los holovídeos.
Vio como algo parecido a un drometardo jorobado corría por el sintocésped con el resto de las bestias en su persecución, pero el pico de la acción quedó bloqueado de su vista cuando los espectadores delante de ellos se pusieron de pie, gritando expresiones de ánimo. Tambell siguió caminando, y tras rodear una cuarta parte del estadio, tocó el hombro de Rizz para detenerlo delante de un puesto de refrescos.
-¿Qué es esto? -preguntó Rizz con recelo, mirando con temor a los grasientos droides detrás del mostrador.
-El almuerzo -dijo Tambell-. Y date prisa. Quiero llegar allí antes de que comience el torneo.
Ocultó una sonrisa mientras Rizz pedía con cautela, lanzando una mirada alrededor mientras preparaban el pedido. Para tratarse de esa hora del día, había una considerable multitud arremolinándose en las casetas de apuestas y los chiringuitos. En su mayoría stassianos, pero Tambell vio a una atractiva mujer twi'lek estudiando el juego de las bestia en los holomonitores, y un grupo de bimms discutiendo mientras hacían una apuesta en una de las casetas más alejadas.
Y detrás de ellos estaba Sedeya, preparado con su chip de crédito firmemente sujeto: Tambell se puso rígido, volviendo rápidamente la mirada al cartel de la cabina que indicaba el requisito de una apuesta mínima de 5.000 créditos. El muchacho delgado no sólo les estaba engañando de alguna manera, sino que además estaba haciendo una maldita fortuna con ello.
Le dio un codazo a Rizz, señaló con la cabeza hacia Sedeya, y se dirigieron con aire casual hacia él, deteniéndose a unas pocas casetas de distancia. Tambell fingía estudiar el programa de torneos que había comprado la planta baja mientras que Rizz masticaba sus crujientes chipitas y miraba disimuladamente a la atractiva twi'lek. Después de que Sedeya hiciera su apuesta y se alejase rápidamente, Tambell se acercó a la cabina.
Pero no para hacer una apuesta.
Introduciendo su identificador de seguridad en la máquina de apuestas, tecleó un código de acceso especial. La máquina zumbó para sí misma por unos momentos, y luego por la ranura escupió una pastilla de datos a la mano expectante de Tambell. El trozo de plástico contenía información sobre la última docena de apuestas efectuadas en esa caseta, y sólo le tomó un momento conectarlo a su cuaderno de datos y descubrir que Sedeya acababa de apostar 10.000 créditos a la Lanzadora Cinco como ganadora del torneo de hoy.
Alzó la vista, recorriendo con la mirada las diversas tablas de estadísticas hasta encontrar la adecuada. Con la Lanzadora Cinco anunciada 12 a uno en las apuestas, el chico parecía a punto de obtener su mayor ganancia hasta el momento.
Tambell apretó los dientes.
-Vayamos allá -gruñó, mostrando a Rizz la cantidad antes de guardarse el cuaderno de datos y dirigirse rápidamente hacia el Pabellón C. Estaban a 15 metros de la entrada cuando reconoció a los hombres que estaban alertas cerca de la puerta.
Perros guardianes. Músculo contratado de la perrera de la notoria señora del crimen stassiana Aalia Duu-lang.
La parte posterior del cuello Tambell se tensó. Donde se encontraba Aalia, el latrocinio no se hallaba lejos. Y, tal y como él había descubierto muy a su pesar personal y profesional, la señora y sus acciones ilícitas eran condenadamente difíciles de atrapar. La bruja de ojos aguamarina tenía un buen cerebro, y sabía utilizarlo. Por lo general, usaba a alguna otra persona que hiciera su trabajo sucio para que sus delicadas manos permanecieran limpias.
A su lado, Rizz aminoró el paso con una ligera vacilación.
-Sí, los veo -dijo Tambell. Llegaron a la puerta y se quedó mirando al primer hombre, luego al segundo; una mirada intencionada que ambos resueltamente fingieron no ver. Ellos también le habían reconocido a él, y atraer la atención de un investigador imperial no estaba en la descripción de su trabajo.
Dejó Rizz le precediera en el pabellón; una sala grande y bien iluminada por el sol que brillaba a través de las claraboyas de transpariacero sobre sus cabezas. Una escalera bajaba pasando junto a varias filas de asientos al terreno del torneo, donde varios aros de diversas formas colgaban suspendidos del techo. Cada anillo de forma extraña valía un determinado número de puntos, y ganaba el lanzador con más puntos al final de cuatro rondas.
-¿Cómo hacen que empiecen a balancearse? -preguntó Rizz, estudiando la maraña de metal.
-Veámoslo -dijo Tambell, y se dirigió escaleras abajo.
De cerca, los anillos parecían engañosamente inocuos. Se había sorprendido la primera vez que había visto un holo de ello: los anillos balanceándose hacia atrás y adelante en arcos desiguales o deslizándose alrededor en una órbita espiral, mientras que los lanzadores colocaban la punta de sus pies en la línea de competición y cuidadosamente calibraban el mejor momento, y la cantidad de fuerza justa, para lanzar sus pequeños discos metálicos para conseguir que atravesasen parte de los aros. Aunque él mismo tenía una puntería bastante buena, Tambell agradecía que los objetivos de su propia sala de la brigada permanecieran inmóviles.
Rizz miró especulativamente los anillos.
-Hay un par de maneras en que esto podría funcionar –dijo-. Podría polarizar los anillos y los discos, o equipar unos u otros con una especie de campo repulsor. Entonces, por muy bien dirigido que fuera el disparo, no sería capaz de atravesar los aros.
-Salvo que todos los lanzadores utilizan el mismo equipo -señaló Tambell-. Un dispositivo preestablecido como ese impediría al ganador atravesar los aros tanto como a los perdedores.
-Hmmm -dijo Rizz-. ¿Y si se tratara de algo que pudiese controlar? ¿Con un mando a distancia, o algo así? -Se giró un poco para estudiar las gradas-. Podría sentarse cerca, y... -Su voz se apagó.
Tambell se volvió para ver lo que había atrapado su atención. El dolor de cabeza que le había amenazado antes cuando vio a los perros guardianes a sueldo de Aalia Duu-Lang anunció su llegada con una punzante puñalada.
Allí estaba la propia señora, en un palco cerca del borde del terreno de juego. Su frondoso cabello rubio brillaba a la luz del sol, y sus ojos verde mar brillaban mientras sonreía cálidamente al adolescente que se sentaba a su lado. Tambell no se dejó engañar por su actitud acogedora, aunque pensó en lo perplejo que parecía Sedeya. Aalia Duu-lang no había arañado su camino hasta la cima jerárquica de la delincuencia de Stassia sólo por sus encantos femeninos. La señora tenía una vena perspicaz de un kilómetro de ancho, y codicia era su segundo nombre.
Suspiró, frotándose la frente con aire ausente en un vano intento de evitar el dolor de cabeza. Si Sedeya y Aalia estaban juntos en esto, su trabajo había terminado definitivamente. Aalia tenía una efectiva forma de cubrir sus huellas y proteger sus... digamos, recursos.
Como si sintiera sus ojos fijos en ella, miró hacia arriba, entrecerrando ligeramente los ojos al reconocerlos a Rizz y a él antes de regresar despreocupadamente su atención al muchacho que se encontraba a su lado.
-¿Y ahora qué? –preguntó Rizz.
-¿Qué va a ser? -Tambell se encogió de hombros-. Los observamos. Veamos qué sucede.
Encontraron asientos cerca del palco de Aalia, donde Tambell tenía una buena vista de las manos de Sedeya, así como de su rostro. Mirando a Aalia con una expresión de tímida admiración mezclada con aprensión, el chico parecía no advertir en absoluto que estaba siendo observado.
El torneo comenzó, y Tambell hizo una mueca cuando Sedeya se inclinó hacia adelante para concentrarse en la acción, con un movimiento brusco que dejó a Aalia charlando con la nada después del primer lanzamiento. Pero aparte de eso, no había mucho que ver. Con los codos apoyados en sus rodillas huesudas y las manos vacías entrelazadas delante de él a plena vista, todo lo que el muchacho hizo fue mirar intensamente a los lanzadores, sin pestañear.
Después de los primeros lanzamientos, Rizz bajó hasta el borde del terreno. Estudiando a los lanzadores, sus discos y los anillos en busca de cualquier signo revelador de engaño, envió una mirada por encima del hombro a Tambell, que le devolvió la misma mirada. Los lanzadores no estaban anotando mucho, pero él sabía por los holos que no era inusual.
Entonces la elección de Sedeya se colocó en la línea. Toquiteando ligeramente su disco con los dedos, balanceó el brazo un par de veces como para sincronizar sus movimientos con los anillos que se balanceaban, y luego lo dejó volar. Los aplausos saludaron su esfuerzo, ya que el lanzamiento atravesó un anillo... y además el difícil anillo del As, poniéndola en cabeza.
A pesar de todo, Sedeya... no hizo nada. Ni una contracción de la mano, apenas un parpadeo. Cuando el nombre de la Lanzadora Cinco ascendió brillando a la parte superior de la tabla de puntuaciones, Aalia dirigió una mirada de curiosidad a su silencioso compañero de asiento. Tambell se preguntó si ella también había realizado alguna apuesta en el torneo.
Los siguientes siete lanzadores tuvieron éxito dispar. Uno más logró un As, creando un empate al entrar en la segunda vuelta, y durante la breve pausa que siguió, Tambell se unió a Rizz a borde del terreno de juego. Vio cómo el chico se erguía lentamente y parpadeaba como si se hubiera quedado dormido, y Aalia se acercó a susurrarle al oído.
-No sé -dijo Rizz en respuesta a la pregunta tácita de Tambell-. Es difícil de decir sin examinar a fondo al chico o al equipo. Pero yo no veo nada obvio.
Alzaron la mirada al palco de Aalia para encontrar a Sedeya devolviéndoles la mirada con expresión de sorpresa. Todavía apretando su hombro al del muchacho, los ojos Aalia estaban alegres, pero pareció sorprenderse cuando de repente el chico se puso de pie. Ella dijo algo en voz baja y él vaciló, luego se deslizó de todos modos hacia los escalones. Los ojos de Aalia se enfriaron al mirar su espalda en retirada, y los dos gorilas sentados detrás se pusieron de pie, claramente decididos a seguirle.
Si era para proteger al niño, o para deshacerse de la evidencia, los investigadores no lo sabían. Se miraron el uno al otro.
-Creo que será mejor que lo atrapemos -dijo Tambell-. Ya va siendo hora de que tenga una charla con él, de todas formas.
En la puerta, lo vieron dirigirse hacia el conjunto de turboascensores que daban servicio al Pabellón C. Los asociados de Aalia habían alargado el paso para alcanzarle, y él y Rizz hicieron lo mismo. Sedeya estaba esperando un ascensor con los asociados deambulando cerca con aire casual cuando llegaron. El chico los miró nerviosamente, luego apartó la mirada, mordiéndose el labio inferior.
Las puertas de uno de los turboascensores se abrieron, y Sedeya se lanzó al interior. Los gorilas trataron de seguirle, pero Tambell se puso delante de ellos, abriéndose el chaleco con aire casual para mostrar la insignia imperial y el bláster sujeto a su cinturón. Ellos dudaron, miraron por encima de su hombro a Rizz y Sedeya, de pie en el ascensor, y luego dieron un paso atrás a regañadientes.
Él hizo un gesto de aprobación con la cabeza, mirando sus rostros desconfiados hasta que la puerta se cerró y luego se volvió para inspeccionar a un Sedeya de aspecto infeliz. A medida que el ascensor descendía, el chico claramente deseó estar en otro lugar... en cualquier otro lugar.
-Sargento Tambell, Investigador Especial para el gobernador imperial -se identificó, viendo cómo palidecía el rostro del otro-. Has tenido una racha bastante buena de victorias en los torneos de tiro al anillo... ¿no es así, ciudadano Sedeya?
Sedeya se estremeció al oír el sonido de su nombre, tragó saliva y reunió coraje para mirarle brevemente a los ojos.
-He tenido suerte -logró decir.
Tambell asintió, complacido. Si el niño estaba así de intimidado ahora, tal vez con un poco de ánimo lo largaría todo en la estación.
-Bueno –dijo-, lamento informarte de que tu suerte acaba de agotarse.

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