martes, 26 de marzo de 2013

Tiro al anillo (III)


Lo primero que Tambell descubrió fue que Sedeya estaba limpio. Ni el escaneo ni el registro físico descubrieron ningún tipo de dispositivo como el Rizz suponía que estaba utilizando para desequilibrar los resultados del torneo.
Lo segundo que descubrió fue que el chico era increíblemente inepto cuando se trataba de un comportamiento criminal adecuado.
Era educado y de buenos modales, aunque un poco asustadizo. No se preocupó por tener presente un abogado, llamaba "señor" a Tambell, y hasta le dio las gracias cuando le ofreció un asiento en la Sala Uno de Interrogatorios.
Acostumbrado a tratar con sospechosos seguros de sí mismos que se negabana cooperar, Tambell simplemente se sentó y le miró fijamente. Sedeya le devolvió la mirada con aprensión, pareciendo más joven que sus 19 años, y mucho más vulnerable de lo que cualquier timador que se precie se dejaría ver nunca.
-Um, ¿estoy bajo arresto, señor? -preguntó tímidamente-. Antes usted no lo dijo.
-Si depende de mí, lo estarás -dijo Tambell, deliberadamente cruel mientras el enjuto rostro de Sedeya palidecía, y se encogía más en su asiento-. Pero no, no estás bajo arresto. Estás siendo retenido. Por el momento -agregó.
Dejó que el niño pensase en ello mientras Rizz traía tres tazas de caffa, y luego acercó una silla y se sentó de modo que los dos quedaron frente a él al otro lado de la mesa. La disposición de los asientos era más por cálculo que por azar; era su turno de jugar al poli malo mientras que Rizz era el bueno. Esperó hasta que Sedeya estuvo agitándose inquieto en su asiento antes de comenzar.
-Eres consciente de que el fraude es un crimen contra el Imperio, que se castiga con la deportación a un mundo prisión, ¿verdad?
Sedeya asintió con vacilación.
-Bueno, entonces explícame cómo eres lo suficientemente inteligente como para encontrar una manera de llevarlo a cabo, pero demasiado estúpido para impedir que te descubran.
Vio como la expresión del chico recorrió una serie de emociones: shock y sorpresa, antes de asentarse finalmente en lo que parecía ser confusión.
-Yo... no entiendo -dijo, mirando con incertidumbre a los ojos acusadores Tambell y a los menos severos de Rizz-. ¿De qué están hablando?
Era una buena actuación, pero Tambell no se tragaba lo de la perplejidad.
-¿Seis apuestas? ¿Seis victorias? -Ladeó la cabeza con escepticismo-. ¿No es eso un poco demasiada coincidencia?
El chico bajó la mirada.
-He tenido suerte -murmuró para la mesa.
Tambell resopló.
-Algunos podrían decir que hay algo más que eso.
-Es cierto -dijo con seriedad-. Siempre he tenido suerte. Eso no quiere decir que haya hecho nada malo. No lo he hecho.
-Escucha -dijo Tambell-. Nadie tiene tanta suerte. Ni sin un poco de ayuda.
-No hay ninguna ley en contra de ganar. No he hecho nada malo. -Un rastro de resentimiento se deslizó en el tono de Sedeya.
Tambell lo captó. Sardónicamente, ofreció:
-Acepta un consejo, muchacho. La mayoría de timadores se nos adelanta y pierde de vez en cuando, sólo para despistarnos.
Sedeya frunció el ceño, pero no dijo nada. Tambell esperó, suponiendo que habría una reacción mayor. Sacar de quicio a los sospechosos a menudo ofrecía resultados cuando estos cometían deslices a apresurarse a defenderse.
-Muy bien, entonces contéstame a esto -dijo, cambiando de táctica, cuando quedó claro que Sedeya no iba a morder el anzuelo-: ¿Cuál es tu relación con Aalia Duu-lang?
El niño miró sorprendido... y vagamente alarmado.
-No tengo ninguna relación con ella. ¡Acabo de conocerla hoy!
-¿Cómo?
-Antes del torneo. Un tipo que conocí la semana pasada me la presentó.
-Sabes quién es, ¿verdad? –presionó Tambell. Sedeya dudó, claramente incómodo.
-En realidad no.
-Bueno, empecemos de nuevo -advirtió Tambell-. Seis victorias, ninguna derrota, y has sido visto con una de las más notorias señoras del crimen de Stassia. ¿A ti qué te parece eso?
Sedeya encogió de hombros.
-Entonces, si no la conoces, ¿qué quería Aalia de ti?
El chico sonrió sin humor.
-Lo mismo que ustedes –dijo-. Quería saber por qué mi suerte era tan buena. Cómo elijo a los ganadores. Ese tipo de cosas.
-¿Se lo dijiste?
-Claro –dijo-. No es ningún secreto. Me ofreció un trabajo.
Tambell levantó una ceja, y se inclinó para ofrecerle al muchacho su mejor mirada de “voy a atraparte”.
-No te conviene mezclarte con ella, si no lo estás ya –le aconsejó enfáticamente-. Uno de estos días la atraparemos, y te atraparemos a ti con ella.
Sedeya desvió la mirada sin responder, y, después de un momento, Rizz se hizo cargo del interrogatorio.
-Entonces, ¿cómo los eliges? -le preguntó amablemente.
El chico lo miró, confundido.
-¿Eh?
-¿Qué lanzador va a ganar? ¿Cómo los eliges?
-Oh. -Sedeya lo pensó por un momento-. Bueno, les veo calentar antes del torneo. Veo cómo están lanzando, y esas cosas. Por lo general, simplemente hay algo que me gusta de ellos.
Rizz hizo otra pregunta, y al escuchar su voz suave en medio de cuidadosas sondas verbales, Tambell se acordó de la vez que había tenido a Aalia Duu-lang en esa silla. En esa ocasión, él había jugado a ser el tipo amable mientras Rizz le apretaba las tuercas.
Tal vez por eso la actuación de inocencia de Sedeya le dolía tanto. Sintió un ardor apagado en la memoria. Había sido muy amable... demasiado amable.
Hace cuatro años, cuando Aalia todavía era una asociada deslizándose a las órdenes de su señor del crimen, ellos la habían detenido por conexiones con una trama de falsificación de créditos. Él la había mirado a esos ojos increíbles y se había sumergido en su papel con entusiasmo, sin darse cuenta nunca de la serpiente que nadaba justo debajo de la superficie aparentemente dulce. No habían sido capaces de afianzar los cargos, y ella consiguió forjar su propio rinconcito en el mercado del crimen de Stassia. Y no habían sido capaces de tocarla desde entonces.
Pero lo que realmente le atormentaba era el secreto conocimiento que él casi había creído sus alegatos de inocencia. Ella había jugado con él... le había tomado por tonto.
Eso no iba a ocurrir esta vez.
Se centró de nuevo en Rizz y Sedeya. El chico estaba diciéndole a Rizz cómo él siempre había sido bueno al elegir los ganadores. El color había regresado a su rostro delgado, y su voz estaba animada.
-Llegó un momento que empezaron a apostar sobre quién iba a quedar en segundo lugar, porque si yo decía que uno iba a ganar, ganaba -dijo.
-¿Y eso es lo que pasa con el tiro al anillo? –preguntó Rizz.
Sedeya asintió.
-Más o menos. Simplemente me imagino cómo el ganador anota dianas, y cómo los perdedores fallan. Y sucede. Suerte. -Él se encogió de hombros. Tambell puso los ojos en blanco.
-Oh, sí. Claro, chico -interrumpió con sorna-. Tú lo llamas suerte, yo lo llamo apuesta amañada. ¿No esperarás realmente que nos creamos este montón de munk?
Sedeya se limitó a mirarlo.
-Es cierto -dijo tercamente.
Tambell sacudió la cabeza con disgusto, se recostó en su silla y tomó un sorbo de caffa, escuchando como Rizz interrogaba a Sedeya en una ronda de preguntas sobre sus conocimientos de electrónica. Cuanto más ignorante sonaba el chico, más molesto se sentía Tambell.
Entonces se le ocurrió: tal vez Sedeya realmente pensaba que era suerte. Tal vez estaba tan limpio detrás de las orejas como aseguraba, y los asociados de Aalia fueran quienes manejasen los mecanismos del fraude, manipulando los equipos o sobornando a los lanzadores, mientras que él era sólo una pantalla que servía para desviar la atención de sí mismos. Tal vez el chico no sabía que ya estaba trabajando para Aalia.
Tambell se sentó para considerar todos los ángulos que acompañaban a esa teoría. Como mínimo, era otra vía que explorar. Una que podría terminar ofreciéndoles en bandeja a esa bruja de ojos aguamarina. Sonrió.
Rematando la Caffa, arrugó distraídamente el vaso y buscó a su alrededor un lugar para deshacerse de él. A apenas tres metros de distancia, un cubo de basura con un borde ancho y tentador descansaba contra la pared. Un tiro fácil.
Falló.
Tambell miró como la pelota arrugada se deslizó hasta detenerse en el suelo un poco más allá. No lo podía creer. La papelera era fácilmente tres veces más grande que el jardín de agua de Rizz, y estaba más cerca. ¿Cómo podía haber fallado?
Sintiendo unos ojos sobre él, miró al otro lado de la mesa. Sedeya lo miraba obstinadamente, mientras Rizz parecía divertido.
-Parece que tu racha de victorias ha llegado a su fin -dijo.
Esa seca observación molestó a Tambell durante el resto de la entrevista.

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