Lo primero que Tambell descubrió fue que Sedeya
estaba limpio. Ni el escaneo ni el registro físico descubrieron ningún tipo de
dispositivo como el Rizz suponía que estaba utilizando para desequilibrar los
resultados del torneo.
Lo segundo que descubrió fue que el chico era
increíblemente inepto cuando se trataba de un comportamiento criminal adecuado.
Era educado y de buenos modales, aunque un poco
asustadizo. No se preocupó por tener presente un abogado, llamaba
"señor" a Tambell, y hasta le dio las gracias cuando le ofreció un
asiento en la Sala Uno de Interrogatorios.
Acostumbrado a tratar con sospechosos seguros de sí
mismos que se negabana cooperar, Tambell simplemente se sentó y le miró
fijamente. Sedeya le devolvió la mirada con aprensión, pareciendo más joven que
sus 19 años, y mucho más vulnerable de lo que cualquier timador que se precie
se dejaría ver nunca.
-Um, ¿estoy bajo arresto, señor? -preguntó
tímidamente-. Antes usted no lo dijo.
-Si depende de mí, lo estarás -dijo Tambell,
deliberadamente cruel mientras el enjuto rostro de Sedeya palidecía, y se
encogía más en su asiento-. Pero no, no estás bajo arresto. Estás siendo
retenido. Por el momento -agregó.
Dejó que el niño pensase en ello mientras Rizz
traía tres tazas de caffa, y luego acercó una silla y se sentó de modo que los
dos quedaron frente a él al otro lado de la mesa. La disposición de los
asientos era más por cálculo que por azar; era su turno de jugar al poli malo
mientras que Rizz era el bueno. Esperó hasta que Sedeya estuvo agitándose
inquieto en su asiento antes de comenzar.
-Eres consciente de que el fraude es un crimen
contra el Imperio, que se castiga con la deportación a un mundo prisión,
¿verdad?
Sedeya asintió con vacilación.
-Bueno, entonces explícame cómo eres lo suficientemente
inteligente como para encontrar una manera de llevarlo a cabo, pero demasiado
estúpido para impedir que te descubran.
Vio como la expresión del chico recorrió una serie
de emociones: shock y sorpresa, antes de asentarse finalmente en lo que parecía
ser confusión.
-Yo... no entiendo -dijo, mirando con incertidumbre
a los ojos acusadores Tambell y a los menos severos de Rizz-. ¿De qué están
hablando?
Era una buena actuación, pero Tambell no se tragaba
lo de la perplejidad.
-¿Seis apuestas? ¿Seis victorias? -Ladeó la cabeza
con escepticismo-. ¿No es eso un poco demasiada coincidencia?
El chico bajó la mirada.
-He tenido suerte -murmuró para la mesa.
Tambell resopló.
-Algunos podrían decir que hay algo más que eso.
-Es cierto -dijo con seriedad-. Siempre he tenido
suerte. Eso no quiere decir que haya hecho nada malo. No lo he hecho.
-Escucha -dijo Tambell-. Nadie tiene tanta suerte.
Ni sin un poco de ayuda.
-No hay ninguna ley en contra de ganar. No he hecho
nada malo. -Un rastro de resentimiento se deslizó en el tono de Sedeya.
Tambell lo captó. Sardónicamente, ofreció:
-Acepta un consejo, muchacho. La mayoría de
timadores se nos adelanta y pierde de vez en cuando, sólo para despistarnos.
Sedeya frunció el ceño, pero no dijo nada. Tambell
esperó, suponiendo que habría una reacción mayor. Sacar de quicio a los
sospechosos a menudo ofrecía resultados cuando estos cometían deslices a
apresurarse a defenderse.
-Muy bien, entonces contéstame a esto -dijo,
cambiando de táctica, cuando quedó claro que Sedeya no iba a morder el
anzuelo-: ¿Cuál es tu relación con Aalia Duu-lang?
El niño miró sorprendido... y vagamente alarmado.
-No tengo ninguna relación con ella. ¡Acabo de
conocerla hoy!
-¿Cómo?
-Antes del torneo. Un tipo que conocí la semana
pasada me la presentó.
-Sabes quién es, ¿verdad? –presionó Tambell. Sedeya
dudó, claramente incómodo.
-En realidad no.
-Bueno, empecemos de nuevo -advirtió Tambell-. Seis
victorias, ninguna derrota, y has sido visto con una de las más notorias
señoras del crimen de Stassia. ¿A ti qué te parece eso?
Sedeya encogió de hombros.
-Entonces, si no la conoces, ¿qué quería Aalia de
ti?
El chico sonrió sin humor.
-Lo mismo que ustedes –dijo-. Quería saber por qué
mi suerte era tan buena. Cómo elijo a los ganadores. Ese tipo de cosas.
-¿Se lo dijiste?
-Claro –dijo-. No es ningún secreto. Me ofreció un
trabajo.
Tambell levantó una ceja, y se inclinó para
ofrecerle al muchacho su mejor mirada de “voy a atraparte”.
-No te conviene mezclarte con ella, si no lo estás
ya –le aconsejó enfáticamente-. Uno de estos días la atraparemos, y te
atraparemos a ti con ella.
Sedeya desvió la mirada sin responder, y, después
de un momento, Rizz se hizo cargo del interrogatorio.
-Entonces, ¿cómo los eliges? -le preguntó
amablemente.
El chico lo miró, confundido.
-¿Eh?
-¿Qué lanzador va a ganar? ¿Cómo los eliges?
-Oh. -Sedeya lo pensó por un momento-. Bueno, les
veo calentar antes del torneo. Veo cómo están lanzando, y esas cosas. Por lo
general, simplemente hay algo que me gusta de ellos.
Rizz hizo otra pregunta, y al escuchar su voz suave
en medio de cuidadosas sondas verbales, Tambell se acordó de la vez que había
tenido a Aalia Duu-lang en esa silla. En esa ocasión, él había jugado a ser el
tipo amable mientras Rizz le apretaba las tuercas.
Tal vez por eso la actuación de inocencia de Sedeya
le dolía tanto. Sintió un ardor apagado en la memoria. Había sido muy amable...
demasiado amable.
Hace cuatro años, cuando Aalia todavía era una
asociada deslizándose a las órdenes de su señor del crimen, ellos la habían detenido
por conexiones con una trama de falsificación de créditos. Él la había mirado a
esos ojos increíbles y se había sumergido en su papel con entusiasmo, sin darse
cuenta nunca de la serpiente que nadaba justo debajo de la superficie
aparentemente dulce. No habían sido capaces de afianzar los cargos, y ella
consiguió forjar su propio rinconcito en el mercado del crimen de Stassia. Y no
habían sido capaces de tocarla desde entonces.
Pero lo que realmente le atormentaba era el secreto
conocimiento que él casi había creído sus alegatos de inocencia. Ella había jugado
con él... le había tomado por tonto.
Eso no iba a ocurrir esta vez.
Se centró de nuevo en Rizz y Sedeya. El chico
estaba diciéndole a Rizz cómo él siempre había sido bueno al elegir los
ganadores. El color había regresado a su rostro delgado, y su voz estaba
animada.
-Llegó un momento que empezaron a apostar sobre
quién iba a quedar en segundo lugar, porque si yo decía que uno iba a ganar,
ganaba -dijo.
-¿Y eso es lo que pasa con el tiro al anillo? –preguntó
Rizz.
Sedeya asintió.
-Más o menos. Simplemente me imagino cómo el
ganador anota dianas, y cómo los perdedores fallan. Y sucede. Suerte. -Él se
encogió de hombros. Tambell puso los ojos en blanco.
-Oh, sí. Claro, chico -interrumpió con sorna-. Tú
lo llamas suerte, yo lo llamo apuesta amañada. ¿No esperarás realmente que nos
creamos este montón de munk?
Sedeya se limitó a mirarlo.
-Es cierto -dijo tercamente.
Tambell sacudió la cabeza con disgusto, se recostó
en su silla y tomó un sorbo de caffa, escuchando como Rizz interrogaba a Sedeya
en una ronda de preguntas sobre sus conocimientos de electrónica. Cuanto más
ignorante sonaba el chico, más molesto se sentía Tambell.
Entonces se le ocurrió: tal vez Sedeya realmente
pensaba que era suerte. Tal vez estaba tan limpio detrás de las orejas como
aseguraba, y los asociados de Aalia fueran quienes manejasen los mecanismos del
fraude, manipulando los equipos o sobornando a los lanzadores, mientras que él
era sólo una pantalla que servía para desviar la atención de sí mismos. Tal vez
el chico no sabía que ya estaba trabajando para Aalia.
Tambell se sentó para considerar todos los ángulos
que acompañaban a esa teoría. Como mínimo, era otra vía que explorar. Una que
podría terminar ofreciéndoles en bandeja a esa bruja de ojos aguamarina.
Sonrió.
Rematando la Caffa, arrugó distraídamente el vaso y
buscó a su alrededor un lugar para deshacerse de él. A apenas tres metros de
distancia, un cubo de basura con un borde ancho y tentador descansaba contra la
pared. Un tiro fácil.
Falló.
Tambell miró como la pelota arrugada se deslizó
hasta detenerse en el suelo un poco más allá. No lo podía creer. La papelera
era fácilmente tres veces más grande que el jardín de agua de Rizz, y estaba
más cerca. ¿Cómo podía haber fallado?
Sintiendo unos ojos sobre él, miró al otro lado de
la mesa. Sedeya lo miraba obstinadamente, mientras Rizz parecía divertido.
-Parece que tu racha de victorias ha llegado a su
fin -dijo.
Esa seca observación molestó a Tambell durante el
resto de la entrevista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario