A la mañana siguiente, comprobó los resultados
deportivos y descubrió que la racha de victorias de Sedeya también había llegado
a su fin.
Después de su prometedor comienzo, la lanzadora
número cinco no pudo mantener su ventaja y terminó acabando cuarta. Los 10.000
créditos que el chico –o, más probablemente, Aalia- había apostado, se
perdieron. Tambell se preguntaba si ella estaría molesta.
También se preguntaba si ella habría arreglado la derrota
simplemente para hacerles perder el rastro. Tratándose de ella, él no lo descartaría,
y hasta los hutts sabían que podía permitírselo.
Le había traído a Rizz uno de esos pequeños y delgados
lirios que tanto le gustaban para compensarle por el que había aplastado ayer,
y después de que Rizz lo añadiera al jardín de agua y cubriera cuidadosamente
el cuenco con una lámina de plástico, regresaron a sus impresiones sobre la
entrevista.
-El chico sabe menos de electrónica que una babosa
espacial -dijo Rizz-. No tiene ni idea de cómo construir nada para inclinar el
torneo. Tienes razón; debemos concentrarnos en su conexión con Aalia.
-Refir ya está en ello -dijo Tambell-. Mientras
tanto, echemos un vistazo a lo que ha estado haciendo últimamente. Este no es
su estilo habitual, pero probablemente esté en busca de maneras de expandir sus
negocios.
-Sí, y volvamos también al estadio -dijo Rizz-.
Echemos otra mirada a los equipos O bien está sobornando a los lanzadores, o amañando
los anillos. Quiero examinar más detenidamente...
El escáner de comunicaciones de la esquina lo
interrumpió, y escucharon como se informaba de otro accidente en el circuito de
barredoras. Tambell hizo una mueca. Otro prestigioso piloto de barredoras que
no tomaría parte en la gran carrera de mañana. Agh.
Devolvió su atención a Rizz.
-También quiero que una cámara de vigilancia siga a
Sedeya –dijo-. El muchacho parece demasiado verde como para notar que le están siguiendo,
y si se reúne con Aalia, quiero saberlo.
-Buena idea -coincidió Rizz. Discutieron el plan de
ataque un poco más, luego se pusieron a trabajar. Entonces el teniente entró y
le echó la bronca a Tambell por el informe del caso que había presentado, y tuvo
que perder bastante tiempo rebuscando debajo de su escritorio una de las
tarjetas de datos que siempre parecían amontonarse allí abajo, y luego perdió
más tiempo buscando información sobre el niño que alguno de los destripa-bits
del piso de arriba ya debía tener.
Entonces Refir les dio una lista de las transacciones financieras más recientes
de Aalia, y él y Rizz seguían con ella cuando la cámara de vigilancia informó
que Sedeya había sido visto esa tarde con la señora del crimen.
El resultado final fue que, al final del día,
todavía no habían ido al estadio a echar un vistazo más de cerca a los equipos
de tiro al anillo.
Pero habían descubierto que Aalia efectivamente
parecía estar moviéndose al campo de las apuestas fraudulentas, y que el
principal tema de conversación durante su reunión con Sedeya había sido quién
pensaba el muchacho que ganaría en la Lotería de Barredoras de mañana.
***
-Debo hacerte saber que estoy rechazando una paga
triple por esto -se quejó Rizz al día siguiente, mientras él y Tambell inspeccionaban
los anillos en el Pabellón C. Los 12 lanzadores de anillo, claramente
perturbados por las citaciones de los investigadores imperiales, estaban
agrupados al borde de la zona de juego, mirando inquietos cómo la pareja buscaba
pruebas de manipulación en los anillos.
-¿No merece la pena para derrotar a Aalia Duu-lang?
–replicó Tambell.
-Sí, si logramos hacerlo -dijo Rizz con amargura-.
Ya hemos repasado estos anillos dos veces. No hay nada aquí. Propongo que
pasemos al plan B.
El plan B era interrogar a los lanzadores. Si iban
a atrapar a Aalia, necesitaban saber si debían centrar su atención en los pilotos
de barredoras, o en su equipo, después de que ella y Sedeya hicieran saltar la
banca en las apuestas de la gran carrera de hoy.
-No hay forma de que ninguno de nosotros pudiéramos
hacer trampa -declaró la lanzadora número cinco, cruzando los brazos y mirando
a través del pabellón donde Rizz estaba interrogando al lanzador tres-. Es difícil acertar en el blanco.
Practicamos en ello todos los días. ¿Cree que después de todo ese trabajo,
saldríamos ahí y trataríamos de fallar
deliberadamente?
-Puede, si les ofrecieran los suficientes créditos -dijo
Tambell suavemente.
Ella lo miró.
-No, sargento. Yo no lo haría -dijo con firmeza.
-Está bien, entonces tal vez tú no lo hicieras –aceptó
él-. ¿Lo haría algún otro?
-¡No! -repitió ella con el ceño fruncido.
Él observó su expresión indignada, y decidió que
probablemente estaba diciendo la verdad. Suspiró.
-Muy bien, entonces ayúdame un poco –dijo-. Si los
lanzadores no aceptan sobornos, y el equipo no está amañado, ¿hay alguna otra
manera de que alguien pueda hacer trampa?
-No -dijo ella de nuevo, y luego añadió-, Bueno, no
realmente. No es como si hubiera todavía algún Jedi por aquí.
Tambell la miró bruscamente.
-¿Qué?
-Jedi -repitió ella, empezando a parecer un poco
nerviosa-. He oído historias sobre que podían mover cosas con su mente. Algo
llamado la Fuerza. Eso sería práctico en el tiro al anillo.
-La Fuerza no es más que una leyenda -le dijo
Tambell con aire represor-. Y de todos modos, los Jedi son cosa del pasado.
Extintos.
-Sí, claro, como yo decía -se apresuró a aceptar-. Y
menos mal, además. Apuesto que a cualquiera nos gustaría simplemente imaginar que
un competidor fallaba un disparo, y hacer que sucediera. Pero eso es imposible.
Ella continuó, pero Tambell ya no la estaba
escuchando. Su mente repetía sus palabras, escuchando la voz de Sedeya en su
lugar. ¿Qué era lo que había dicho el chico? Simplemente me imagino cómo los ganadores hacen diana, y cómo fallan
los perdedores. ¿Y sucede?
Recordó su propio lanzamiento fallado la noche del interrogatorio,
y a Sedeya mirándolo fijamente desde el otro lado de la mesa. Él y Rizz tampoco
habían sido capaces de descubrir evidencia de sobornos o equipos amañados. ¿Era
posible que el chico pudiera hacer algo de lo que no era consciente?
¿Algo como causar que el rendimiento de un
competidor descienda? ¿Sólo lo suficiente para asegurar una derrota?
De pronto recordó qué día era, y un escalofrío
recorrió su espalda.
Si tal cosa improbable fuera cierta, ¿cómo podría manifestarse
semejante Fuerza misteriosa para asegurarse de que ganaba el piloto adecuado en
una carrera a gran velocidad, en la que los pilotos corrían a escasa distancia
unos de otros, y en la que el menor descenso del rendimiento podría resultar
fatal?
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