Una vez que hubo pensado en ello, Taryn tuvo que
admitir que usar el Mensajero como
tapadera era realmente muy inteligente.
Por un lado, la tarjeta de datos -con su informe
sobre la retirada de Coruscant y la localización del punto de encuentro- era perfectamente
anónima, escondida en una caja con otros miles de tarjetas de datos; comunicaciones
con destino a otros mundos del núcleo. Y esa caja era sólo una entre docenas exactamente iguales,
apiladas una encima de la otra en la bodega del Mensajero.
Por otra parte, la perspectiva de tratar de colarse
a través de una flota de Destructores Estelares era casi soportable ante la
imagen del voluminoso coronel Bremen, embutido en el uniforme de repuesto que le
habían agenciado, que era al menos dos tallas más pequeño. Tirando del cuello
demasiado apretado, estaba en la puerta de la cabina con el ceño fruncido que
parecía no abandonar nunca su rostro. Taryn no tuvo que apartar la mirada de
sus pantallas del motor para saber las perneras del pantalón del uniforme
terminaban en algún lugar por encima de sus tobillos. Su boca se curvó en una
ligera sonrisa antes de recordar que Bremen estaba allí para mantener un ojo sobre
ella y Del, y que no había nada divertido en la situación en la que se encontraban.
Sus manos agarraron con fuerza en los controles.
-Vaya a su asiento y abróchese -ordenó Bremen-.
Estamos casi listos para despegar. –Al sentir que el hombre no se movía, miró
por encima del hombro con aire interrogante-. ¿Qué pasa?
-Me quedaré aquí -dijo.
Ella se encogió de hombros.
-Haga lo que quiera -resopló Del. Él y Bremen no
habían intercambiado ni una docena de palabras desde que el oficial de la Nueva
República había llegado a bordo, pero era evidente que no habían congeniado.
-Deberían dejarme pilotar -dijo Bremen, otra vez-.
Esto no es un sencillo reparto de correo, ¿saben?
-No -dijo Taryn firmemente, como si el tema no
hubiera sido ya tratado en la oficina de Bel Iblis-. Hicimos un trato. La Nueva
República puede utilizar mi nave, pero nadie va a pilotarla salvo yo. -Teniendo
en cuenta que básicamente habían sido reclutados a la fuerza, le sorprendió que
Bel Iblis lo hubiera aceptado. Así las cosas, casi sospechaba que el general
había asignado a Bremen a esta misión sólo para deshacerse de él. Los dos
claramente no se llevaban bien. Echó un vistazo a Del-. ¿Listo?
-Listo -confirmó.
Ella activó los repulsores. Bajo ellos, las
reconfortantes de luces la Ciudad Imperial se redujeron a diminutos puntos a
medida que ganaban altura. Bel Iblis había dicho que los espacios entre los
Destructores Estelares que les rodeaban estaban vigilados por naves capitales
más pequeñas, por lo que cada piloto tendría que escoger su propia ruta de
escape y tratar de escapar como pudiera.
-¿Tenemos ya una trayectoria? -preguntó Del.
-El ordenador de navegación está trabajando en ello
–dijo ella. Echó un rápido vistazo a Bremen, que mantenía el equilibrio junto a
la puerta de la cabina, y luego comprobó los sensores. No había nada especial
de lo que preocuparse, pero tenía que mantenerse alerta. Bel Iblis quería tantas
naves como fuera posible en el aire y en movimiento cuando bajase el escudo.
Con todo el enjambre huyendo a la vez, tenían la esperanza de crear por lo
menos un poco de confusión mientras trataban de colarse a través de los
imperiales que les esperaban.
Destellos de luz danzaban donde en el escudo
planetario seguía recibiendo disparos, el resplandor opalescente cambiaba y
ondulaba con cada nuevo impacto.
Taryn cambió de rumbo ligeramente, apuntando a un
lugar despejado, y luego miró su cronómetro. Ya casi era la hora.
Del encendió el comunicador, ya sintonizado a la
frecuencia de salida. Mientras, Taryn se quedó mirando el escudo, y se preguntó
a qué se enfrentaría la gente que quedaba debajo. ¿El Imperio se contentaría
simplemente con retomar Coruscant y dejar a sus ciudadanos en relativa paz? ¿O
sentiría la necesidad de castigarlos por no rechazar a la Nueva República en
primer lugar?
En cualquier caso, eso ya no era asunto suyo.
-Debería bajarse en cualquier momento -dijo Bremen
a su espalda, desde donde él también estaba observando el escudo brillando bajo
el asalto Imperial-. Lástima que este trasto no tenga gran cosa en cuanto a
armamento.
Taryn apretó los labios antes el insulto a su nave.
Como ya había señalado, los cargueros de correo no eran los objetivos
principales para nadie, ni siquiera para los piratas. No había necesidad de ir
por ahí erizado de armamento... habitualmente. En ese momento, estuvo de
acuerdo en que un poco más de potencia de fuego podría ser útil.
Varias masas gigantescas comenzaron a aparecer en
los sensores, indicando el reto que les esperaba. Taryn nunca había visto
tantos Destructores Estelares en un solo lugar, y una nueva oleada de duda la asaltó.
Nunca antes había hecho nada como esto, excepto en su imaginación. Tal vez
debería dejar que Bremen tomase los controles...
Y entonces, ya era demasiado
tarde.
-Está bajado –dijo la voz de Bel Iblis por el
comunicador-. ¡Cielos despejados a todos, y que la Fuerza os acompañe!
El escudo planetario estaba bajado, y la lucha había
comenzado.
Lejos, a babor, Taryn estaba al tanto de un cañón
de iones de defensa planetaria utilizado desde la superficie para despejar un
camino para algunas de las naves que huían, pero se mantuvo en su propio vector
mientras abandonaban la atmósfera y las naves imperiales que les esperaban
aparecieron a la vista.
Allí estaba, su camino hacia la libertad, justo
entre dos Destructores Estelares flanqueados por cinco acorazados más pequeños. Parecían dos feroces perros Dorax rodeados por cachorros
luchadores, y tragó saliva, acelerando el motor al máximo. Incluso a máxima
velocidad, no se podía decir que el Mensajero
fuera rápido, y sólo podía esperar que pasasen desapercibidos entre todo el
enjambre que huía de la superficie.
Y por un tiempo, sus esperanzas parecieron correspondidas.
Dirigiéndose hacia un hueco entre los dos acorazados más alejados de los
Destructores Estelares, el Mensajero volaba
a toda velocidad a la estela de otro carguero, un transporte y un elegante
caza. A su lado y ligeramente por detrás había dos transportes pesados. Los
acorazados dispararon, pero con tantos objetivos pequeños, los disparos eran
erráticos y en su mayor parte simplemente estallaron en el espacio sin causar
daños.
Sus indicadores de escudo estaban aún en verde,
casi habían pasado los acorazados, y Taryn estaba empezando a pensar que tal
vez podrían hacerlo ilesos cuando una brusca sacudida repentina de la nave les
empujó a ella y a Del contra sus arneses, y envió a Bremen tropezándose hacia
delante para caer sin contemplaciones sobre las pantallas del sensor.
-¡Fuera de ahí! -exclamó, y luego apretó los
dientes cuando otro fuerte golpe seco le hizo caer sobre la cubierta. Con un
sobresalto, vio a su alrededor muchas más naves de las que habían estado allí
hace un momento. Identificarlas resultó fácil cuando un caza TIE pasó rugiendo,
disparando contra el transporte que se dirigía al espacio profundo por delante
de ellos.
-¿Del? -dijo. El canoso primer oficial no necesitó
más insistencia, y lanzó una andanada de fuego de láser contra el caza TIE que acosaba
al transporte que les precedía. Detrás de ellos, un ruido sordo indicó otro impacto,
pero Taryn siguió su camino. Su curso estaba calculado y fijado; si tan sólo
pudiera conseguir llevar al Mensajero
un poco lejos del planeta, podrían dar el salto a la velocidad de la luz, y a
la seguridad.
Uno de los transportes junto a ellos estalló de
repente en un destello de fuego. Haciendo una mueca, Taryn cambió ligeramente el
curso para alejarse del metal retorcido y echó una rápida mirada a los
indicadores de escudo.
Únicamente para desear no haberlo hecho. Los
indicadores habían pasado de verde a rojo, y parpadeaban con cada golpe. Un
mensaje de diagnóstico se estaba formando en el panel, los sensores mostraron
otro de esos malditos cazas TIE acercándose detrás de ellos, y Taryn no creía
que el Mensajero pudiera soportar muchos impactos más.
-Agárrese -advirtió a Bremen, aún tirado en
cubierta, y lanzó el carguero en picado. El caza TIE pasó disparado sobre ellos,
y cuando ella hizo subir de nuevo el morro de la nave, Taryn vio que el caza
estelar que iba delante de ellos había dado la vuelta para ayudar.
El cañón láser del Ala-X brilló mientras se
abalanzaba hacia ellos y, en los sensores, uno de los puntos detrás de ellos
desapareció. El Ala-X centró su atención en el caza TIE que habían esquivado
mientras Taryn se limpiaba el sudor de la cara y aceleraba el motor de nuevo al
máximo. Delante de ellos, el carguero y el transporte no se veían por ningún
lado. O bien ya habían logrado ponerse a salvo... o bien habían sido
destruidos.
Del soltó una maldición cuando el Mensajero se estremeció por otra serie
de impactos en la parte trasera. Los indicadores de escudo brillaron en rojo,
luego se volvieron negros, y el mensaje de diagnóstico empezó a parpadear.
-Hemos perdido los deflectores -gritó Taryn. Notando
en su boca el sabor metálico del miedo, estaba a punto de lanzar la nave en
otra caída en picado cuando la consola emitió un pitido, que indicaba que
habían llegado al punto de hiperespacio.
Envolviendo las palancas con una mano, y muy
consciente del caza TIE que se acercaba a ellos, tiró suavemente hacia atrás, y
fue recompensada por la visión de las estrellas estirándose en líneas
estelares, y luego desapareciendo en el cielo moteado del hiperespacio.
***
A toda velocidad a través del hiperespacio hacia
Coriallis, Del y el coronel Bremen tuvieron tiempo de sobra para establecer
firmemente su mutua aversión.
Bremen no ocultaba el hecho de que, como civiles,
no confiaba en que Taryn y Del fueran competentes. Dejó en claro que pensaba
que Bel Iblis debería haber requisado el Mensajero,
apartado a su tripulación habitual, y utilizado un equipo exclusivamente militar
para completar la misión.
Taryn trató de restarle importancia, pero Del
contraatacó ofreciendo puyas apenas disimuladas respecto a la ignominiosa
retirada de la Nueva República en Coruscant, mientras que Bremen apretaba los
labios con más fuerza a cada frase. Ella pensaba que era un juego pueril, pero mientras
Bremen estuviera ocupado con Del, no estaría respirándole en la espalda, por lo
que no dijo nada al respecto.
Los dos habían desaparecido en la bodega hacía más
de una hora, y ella estaba de pie en la sala de oficiales, limpiándose la grasa
de las manos. Cambiarían su curso en Coriallis dentro de unas pocas horas, y
quería probar el sistema deflector recién reparado antes de que fuera realmente
puesto a prueba.
No llegó a tener la oportunidad.
Mientras se dirigía hacia la cabina del piloto, el Mensajero pareció vacilar bajo sus pies,
y luego dio una terrible sacudida mientras el metal del estresado casco gemía
en señal de protesta. Sorprendida a mitad de un paso, Taryn se agarró al
tabique para mantener el equilibrio, y luego entró a la cabina mientras el
barco parecía chocar contra una fuerza inamovible. Se oyó estrépito de cajas y
un grito resonó desde la bodega, mientras que, frente a ella, el cielo moteado
del hiperespacio se convertía inesperadamente en líneas estelares, y luego, con
una enfermiza sacudida final, tomó la forma del campo estelar del espacio real.
Habían sido arrancados por la fuerza de la velocidad
de la luz, y Taryn ni siquiera tuvo que comprobar los sensores para saber por
qué. Justo delante, llenando el campo de visión tras el
parabrisas de transpariacero, había un crucero Interdictor imperial.
Tampoco eran su primera captura. Un transporte con
marcas de la Nueva República flotaba cerca, con una lanzadera imperial adosada.
Taryn se preguntó si era uno de los muchos que habían huido tan recientemente
de Coruscant.
-¿Qué ha pasado? –preguntó Bremen, corriendo
ruidosamente por el pasillo. Ella se puso en pie. Pisándole los talones, Del
lucía un corte fresco en la frente.
No fue necesaria una respuesta. El comunicador cobró
vida con un chasquido y una voz enérgica desde el crucero Retribución les ordenó que se preparasen para ser abordados.
Taryn se dejó caer en el asiento del piloto, tratando
de pensar con rapidez. La tarjeta de datos estaba bien escondida, y a menos que
los imperiales estuvieran decididos a leer todas y cada una de las misivas de
la bodega, no creía que la encontrasen. La minuciosidad de su búsqueda
probablemente dependería de lo sospechosos que se mostrasen. Su identificación y
la de Del estaban en orden; Bremen podría ser más difícil de explicar, pero ya
se le ocurriría algo. ¿Debería admitir que acababan de salir de
Coruscant, o...?
-Yo hablaré -anunció Bremen, interrumpiendo sus
pensamientos-. Ustedes permanezcan en silencio y dejen que yo me ocupe de esto.
Tendió una mano, al parecer esperando que Taryn le entregase
los galones de capitán sujetos en la parte delantera de su uniforme. Ella se
puso rígida.
-No, hablaré yo -le corrigió con cierta aspereza-. ¿Se
ha mirado últimamente en un espejo? -Vestido con ese uniforme demasiado pequeño, los
imperiales nunca creerían que fuera el capitán del Mensajero. Haciendo caso omiso del estallido de indignación de
Bremen, le dijo a Del-: Ve a la esclusa de aire, y espera allí para ayudar
al grupo de abordaje.
-Sí, señora -dijo secamente, retirándose de la
cabina.
-Coopera con ellos, por completo -le gritó en tono
de advertencia. En el exterior, una lanzadera del Retribución se estaba acercando, pero aún tenían unos minutos. Mirando
a Bremen, levantó una ceja-. Y bien, ¿decía usted algo...?
-¿Tiene usted alguna idea de lo serio que es esto? -le
espetó-. ¿Qué cree que van a hacer una vez que estén a bordo? ¿Echar un vistazo
a los permisos, decirle que tenga un buen día, y marcharse sin más?
-Eso espero -dijo Taryn-. Eso parecía ser la idea del
general Bel Iblis al usarnos como correo. Mire, aquí yo soy el capitán, y yo tengo
la identificación apropiada para respaldarlo. ¿Tiene alguna idea mejor?
Él
seguía reticente, pero ella tenía razón.
-De acuerdo, entonces -dijo Taryn-. No
hable a menos que le hablen, haga todo lo que pidan los imperiales, rápido y
con amabilidad, y si lleva algún arma, deshágase de ella ahora, antes de que
suban a bordo. ¿Entendido?
El rostro de Bremen parecía tan rígido como el de un
droide y le brillaban los ojos, pero consiguió hacer una breve inclinación de
cabeza.
-Bien -dijo Taryn, liberando la respiración que
había estado conteniendo sin darse cuenta-. Vayamos y recibamos a nuestros
huéspedes.
Mientras que la lanzadera imperial se detenía a su
lado, sacó el cuaderno de datos con los permisos del Mensajero. Tuvo el tiempo justo de llegar a la esclusa de aire y erguirse
con dignidad antes de que se abriera e irrumpieran cinco imperiales.
El líder, un hombre de mediana edad que comenzaba a
quedarse calvo bajo su gorra de oficial de la armada, se detuvo justo en el
interior, mientras que los otros cuatro soldados, todos armados, se desplegaron
en el pasillo.
-Comandante Voldt -se identificó bruscamente-. ¿Quién está al
mando aquí?
-Yo. -Taryn dio un paso adelante-. Capitana Taryn
Clancy, del Servicio de Mensajería del Núcleo. Esta es mi tripulación.
Voldt la miró, demorando la mirada en las curvas de
su uniforme, luego echó un vistazo por encima a Del y Bremen. Advirtió los tobillos
expuestos de Bremen, luego volvió a posar sus pálidos ojos en ella.
-¿Servicio de mensajería? ¿Esta es una nave correo?
-Sí, señor -dijo Taryn-. En ruta hacia Coriallis.
-¿Desde dónde?
Ya había decidido que no tenía sentido mentir. El
vector en el que habían sido arrancados del hiperespacio lo decía bien claro.
-Nuestra última parada programada era Coruscant -le
dijo-. Pero llegamos al sistema, vimos lo que parecía ser la flota Imperial al
completo rodeando el planeta, y decidimos saltarnos ese lugar. No queríamos
vernos mezclados en algo, ¿sabe?
Él asintió lentamente con la cabeza, sin parecer
convencido del todo.
-¿No entregaron su cargamento? –preguntó-. ¿Sus
jefes no prometen entrega rápida?
Taryn se permitió parecer un poco abatida.
-Bueno, sí –dijo-. Pero desaprueban aún más meterse
en una zona de guerra.
Voldt la miró, luego resopló. Si era por diversión,
o por incredulidad, no podía decirlo. Con un gesto casual de su mano, dos de
los soldados desaparecidos para registrar la nave.
-Veamos alguna identificación -sugirió.
-Por supuesto. -Taryn le pasó el cuaderno de datos
de permisos. Transmitió la licencia de la nave y la información de registro al Retribución para comprobarla, y luego
inspeccionó sus identificaciones, levantando una ceja cuando Bremen no pudo
mostrar la suya. Bremen consiguió parecer tanto avergonzado como honesto
mientras murmuraba:
-Lo siento, señor. Me lo robaron en el puerto.
Voldt volvió a echar una mirada inquisitiva sobre
su uniforme.
-Parece que eso no fue lo único que se llevaron –comentó-.
Qué inconveniente para usted.
Bremen asintió. Voldt se le quedó mirando un
momento, luego miró a los dos soldados que regresaban de registrar el buque.
-No hay nadie más a bordo, señor -informó uno,
mientras que el otro dio un paso adelante sosteniendo dos blásters.
-¿De quién son? -preguntó Voldt.
-Ese es mío -dijo Taryn, señalando al bláster que
guardaba escondido debajo del colchón de su camarote. Miró a Bremen y Del-. ¿De
quién es este?
-Mío, capitana. -Del dio un paso adelante-. Sé que
no le gusta que las llevemos a bordo, por lo que lo tenía guardado en mi
litera. Lo siento -añadió, mostrándose avergonzado.
-Hablaremos de ello más tarde -dijo con aire
enfadado, preguntándose dónde había "perdido" Bremen su arma para que
no se pudiera encontrar.
Voldt le dirigió una mirada insondable, y luego hizo
un gesto con la cabeza al soldado, que dio un paso atrás, sosteniendo todavía los
dos blásters. Devolvió el cuaderno de datos a Taryn.
-Capitana, me gustaría ver el contenido de su
bodega, si me lo permite.
A pesar de la elección de palabras, no era una
petición.
Taryn abrió la marcha, tratando de sopesar cuánto
sospechaban los imperiales, y lo completa que podrían insistir en hacer esta
búsqueda. Hasta ahora, la actitud de Voldt no había reflejado nada. Con aire casual,
miró por encima de su hombro.
-Si no le importa que pregunte, señor, ¿por qué nos
han parado? ¿Es esto una especie de puesto de control?
Esta vez, no hubo la menor duda acerca del bufido de
genuina diversión.
-Puede llamarlo así -dijo Voldt secamente. Sus ojos
estaban fijos en oscuro pelo de Taryn mientras este se balanceaba a su espalda-.
Podría considerarse un punto de control para traidores.
-¿Traidores? -repitió ella, con cuidado.
-Traidores al Imperio –dijo, alzando finalmente la
mirada al llegar a la bodega-. Rebeldes que huyen de Coruscant. Los hemos expulsado
y rescatado a la población de sus métodos terroristas, pero ahora, como los
cobardes que son, están huyendo a cualquier lugar en el que piensen que se
encontrarán a salvo. -Sus finos labios se convirtieron en una desagradable
sonrisa-. No tenemos intención de dejarles ir demasiado lejos.
Taryn se preguntó si habría cruceros Interdictor asentados
a lo largo de todas las rutas hiperespaciales más transitadas que salían de
Coruscant. Si era así, sin duda un buen número de fugitivas habían caído justo
en la trampa de los imperiales, incluido el transporte que había visto antes. Tal vez incluso ellos mismos.
Apartó ese pensamiento. No, hasta ahora lo estamos haciendo bien. Lo único de lo que había que
preocuparse era la tarjeta de datos, y estaba bien escondida en algún lugar del
interior de las cajas que llenaban la bodega. Tranquilizada, pulsó el botón
para abrir la puerta y le indicó a Voldt que entrase.
Él lo hizo, mirando alrededor de la habitación y
luego paseándose por ella para mirar las pilas de cajas selladas.
-Estas están dirigidas a Coriallis -señaló, estudiando
las etiquetas de las cajas exteriores.
-Sí, señor, esa es nuestra próxima parada -confirmó
Taryn.
-¿Pero dónde está el cargamento que no dejaron en
Coruscant?
Se volvió hacia ella, con una inquisitiva ceja
levantada.
¿Dónde
estaba, en efecto? Taryn sintió un nudo en el estómago mientras consideraba
la pregunta. No sólo habían entregado el correo con destino al Palacio
Imperial, sino que también habían descargado el correo ordinario para
Coruscant. Ahí no había nada para respaldar su afirmación de
que no habían aterrizado en el planeta.
Las excusas lucharon por abrirse paso en la punta
de su lengua, pero antes de que pudiera soltar ninguna de ellas, Del dio un
paso adelante.
-Yo las aparté a un lado, capitana -dijo, y señaló
tres cajas amontonadas sin orden ni concierto en la esquina más alejada.
Cada una estaba marcada con destino a Coruscant, y
contuvo el aliento cuando Voldt insistió en abrir las tres. Pero al escoger al
azar tarjetas de datos para inspeccionarlas, encontró que todas estaban
debidamente etiquetadas con destinos en Coruscant. Aliviada, Taryn dirigió una
mirada a su primer oficial, preguntándose de quién era ese correo que había sido
tomado prestado para llevar a cabo esta mascarada.
Claramente, Del y Bremen no habían pasado
discutiendo todo su tiempo ahí atrás.
-Hmmf -gruñó Voldt mientras volvía a colocar la
tapa de la última caja, y miró a su alrededor en la bodega, como si esperase
encontrar a Mon Mothma escondiéndose entre los elevadores de carga.
Señalando a dos de los soldados, ordenó que examinasen
todas las cajas. Pero la búsqueda fue superficial, con los soldados
simplemente abriéndolas y confirmando que dentro había correo.
Ordenando secamente que volvieran a cerrar los
cajones, Voldt indicó a Taryn y su tripulación que lo siguieran, y se dirigió
por el pasillo hacia la esclusa de aire. Llamando al Retribución,
confirmó que los permisos del Mensajero
estaban en orden y luego, con un aire un
poco decepcionado, dijo a Taryn que eran libres de marchar.
Tratando de no dejar que su alivio la traicionase, tuvo
que hacer un esfuerzo aún mayor para no lanzar una mirada de “se lo dije” a Bremen.
Los cuatro soldados se unieron a ellos, y después de un inesperado apretón de
manos por parte de Voldt, durante el cual mantuvo el contacto por un tiempo
ligeramente excesivo para el gusto de Taryn, los imperiales se dirigieron de
vuelta a su nave.
Puso al ordenador de navegación a recalcular su
curso y luego dio la vuelta al carguero y dirigiéndose hacia las estrellas,
tratando de tomar distancia suficiente para saltar a la velocidad de la luz. Mirando de nuevo al transporte de la Nueva
República capturado, Taryn se preguntó qué destino aguardaba a sus ocupantes.
Cuando la consola finalmente dio el tono de aviso, colocó
la mano alrededor de las palancas de hipervelocidad, tiró suavemente de ellas hacia
atrás, y con gratitud dejó que ese problema concreto quedase atrás.
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