jueves, 25 de abril de 2013

Retirada de Coruscant (II)


Una vez que hubo pensado en ello, Taryn tuvo que admitir que usar el Mensajero como tapadera era realmente muy inteligente.
Por un lado, la tarjeta de datos -con su informe sobre la retirada de Coruscant y la localización del punto de encuentro- era perfectamente anónima, escondida en una caja con otros miles de tarjetas de datos; comunicaciones con destino a otros mundos del núcleo. Y esa caja era sólo una entre docenas exactamente iguales, apiladas una encima de la otra en la bodega del Mensajero.
Por otra parte, la perspectiva de tratar de colarse a través de una flota de Destructores Estelares era casi soportable ante la imagen del voluminoso coronel Bremen, embutido en el uniforme de repuesto que le habían agenciado, que era al menos dos tallas más pequeño. Tirando del cuello demasiado apretado, estaba en la puerta de la cabina con el ceño fruncido que parecía no abandonar nunca su rostro. Taryn no tuvo que apartar la mirada de sus pantallas del motor para saber las perneras del pantalón del uniforme terminaban en algún lugar por encima de sus tobillos. Su boca se curvó en una ligera sonrisa antes de recordar que Bremen estaba allí para mantener un ojo sobre ella y Del, y que no había nada divertido en la situación en la que se encontraban.
Sus manos agarraron con fuerza en los controles.
-Vaya a su asiento y abróchese -ordenó Bremen-. Estamos casi listos para despegar. –Al sentir que el hombre no se movía, miró por encima del hombro con aire interrogante-. ¿Qué pasa?
-Me quedaré aquí -dijo.
Ella se encogió de hombros.
-Haga lo que quiera -resopló Del. Él y Bremen no habían intercambiado ni una docena de palabras desde que el oficial de la Nueva República había llegado a bordo, pero era evidente que no habían congeniado.
-Deberían dejarme pilotar -dijo Bremen, otra vez-. Esto no es un sencillo reparto de correo, ¿saben?
-No -dijo Taryn firmemente, como si el tema no hubiera sido ya tratado en la oficina de Bel Iblis-. Hicimos un trato. La Nueva República puede utilizar mi nave, pero nadie va a pilotarla salvo yo. -Teniendo en cuenta que básicamente habían sido reclutados a la fuerza, le sorprendió que Bel Iblis lo hubiera aceptado. Así las cosas, casi sospechaba que el general había asignado a Bremen a esta misión sólo para deshacerse de él. Los dos claramente no se llevaban bien. Echó un vistazo a Del-. ¿Listo?
-Listo -confirmó.
Ella activó los repulsores. Bajo ellos, las reconfortantes de luces la Ciudad Imperial se redujeron a diminutos puntos a medida que ganaban altura. Bel Iblis había dicho que los espacios entre los Destructores Estelares que les rodeaban estaban vigilados por naves capitales más pequeñas, por lo que cada piloto tendría que escoger su propia ruta de escape y tratar de escapar como pudiera.
-¿Tenemos ya una trayectoria? -preguntó Del.
-El ordenador de navegación está trabajando en ello –dijo ella. Echó un rápido vistazo a Bremen, que mantenía el equilibrio junto a la puerta de la cabina, y luego comprobó los sensores. No había nada especial de lo que preocuparse, pero tenía que mantenerse alerta. Bel Iblis quería tantas naves como fuera posible en el aire y en movimiento cuando bajase el escudo. Con todo el enjambre huyendo a la vez, tenían la esperanza de crear por lo menos un poco de confusión mientras trataban de colarse a través de los imperiales que les esperaban.
Destellos de luz danzaban donde en el escudo planetario seguía recibiendo disparos, el resplandor opalescente cambiaba y ondulaba con cada nuevo impacto.
Taryn cambió de rumbo ligeramente, apuntando a un lugar despejado, y luego miró su cronómetro. Ya casi era la hora.
Del encendió el comunicador, ya sintonizado a la frecuencia de salida. Mientras, Taryn se quedó mirando el escudo, y se preguntó a qué se enfrentaría la gente que quedaba debajo. ¿El Imperio se contentaría simplemente con retomar Coruscant y dejar a sus ciudadanos en relativa paz? ¿O sentiría la necesidad de castigarlos por no rechazar a la Nueva República en primer lugar?
En cualquier caso, eso ya no era asunto suyo.
-Debería bajarse en cualquier momento -dijo Bremen a su espalda, desde donde él también estaba observando el escudo brillando bajo el asalto Imperial-. Lástima que este trasto no tenga gran cosa en cuanto a armamento.
Taryn apretó los labios antes el insulto a su nave. Como ya había señalado, los cargueros de correo no eran los objetivos principales para nadie, ni siquiera para los piratas. No había necesidad de ir por ahí erizado de armamento... habitualmente. En ese momento, estuvo de acuerdo en que un poco más de potencia de fuego podría ser útil.
Varias masas gigantescas comenzaron a aparecer en los sensores, indicando el reto que les esperaba. Taryn nunca había visto tantos Destructores Estelares en un solo lugar, y una nueva oleada de duda la asaltó. Nunca antes había hecho nada como esto, excepto en su imaginación. Tal vez debería dejar que Bremen tomase los controles...
Y entonces, ya era demasiado tarde.
-Está bajado –dijo la voz de Bel Iblis por el comunicador-. ¡Cielos despejados a todos, y que la Fuerza os acompañe!
El escudo planetario estaba bajado, y la lucha había comenzado.
Lejos, a babor, Taryn estaba al tanto de un cañón de iones de defensa planetaria utilizado desde la superficie para despejar un camino para algunas de las naves que huían, pero se mantuvo en su propio vector mientras abandonaban la atmósfera y las naves imperiales que les esperaban aparecieron a la vista.
Allí estaba, su camino hacia la libertad, justo entre dos Destructores Estelares flanqueados por cinco acorazados más pequeños. Parecían dos feroces perros Dorax rodeados por cachorros luchadores, y tragó saliva, acelerando el motor al máximo. Incluso a máxima velocidad, no se podía decir que el Mensajero fuera rápido, y sólo podía esperar que pasasen desapercibidos entre todo el enjambre que huía de la superficie.
Y por un tiempo, sus esperanzas parecieron correspondidas. Dirigiéndose hacia un hueco entre los dos acorazados más alejados de los Destructores Estelares, el Mensajero volaba a toda velocidad a la estela de otro carguero, un transporte y un elegante caza. A su lado y ligeramente por detrás había dos transportes pesados. Los acorazados dispararon, pero con tantos objetivos pequeños, los disparos eran erráticos y en su mayor parte simplemente estallaron en el espacio sin causar daños.
Sus indicadores de escudo estaban aún en verde, casi habían pasado los acorazados, y Taryn estaba empezando a pensar que tal vez podrían hacerlo ilesos cuando una brusca sacudida repentina de la nave les empujó a ella y a Del contra sus arneses, y envió a Bremen tropezándose hacia delante para caer sin contemplaciones sobre las pantallas del sensor.
-¡Fuera de ahí! -exclamó, y luego apretó los dientes cuando otro fuerte golpe seco le hizo caer sobre la cubierta. Con un sobresalto, vio a su alrededor muchas más naves de las que habían estado allí hace un momento. Identificarlas resultó fácil cuando un caza TIE pasó rugiendo, disparando contra el transporte que se dirigía al espacio profundo por delante de ellos.
-¿Del? -dijo. El canoso primer oficial no necesitó más insistencia, y lanzó una andanada de fuego de láser contra el caza TIE que acosaba al transporte que les precedía. Detrás de ellos, un ruido sordo indicó otro impacto, pero Taryn siguió su camino. Su curso estaba calculado y fijado; si tan sólo pudiera conseguir llevar al Mensajero un poco lejos del planeta, podrían dar el salto a la velocidad de la luz, y a la seguridad.
Uno de los transportes junto a ellos estalló de repente en un destello de fuego. Haciendo una mueca, Taryn cambió ligeramente el curso para alejarse del metal retorcido y echó una rápida mirada a los indicadores de escudo.
Únicamente para desear no haberlo hecho. Los indicadores habían pasado de verde a rojo, y parpadeaban con cada golpe. Un mensaje de diagnóstico se estaba formando en el panel, los sensores mostraron otro de esos malditos cazas TIE acercándose detrás de ellos, y Taryn no creía que el Mensajero pudiera soportar muchos impactos más.
-Agárrese -advirtió a Bremen, aún tirado en cubierta, y lanzó el carguero en picado. El caza TIE pasó disparado sobre ellos, y cuando ella hizo subir de nuevo el morro de la nave, Taryn vio que el caza estelar que iba delante de ellos había dado la vuelta para ayudar.
El cañón láser del Ala-X brilló mientras se abalanzaba hacia ellos y, en los sensores, uno de los puntos detrás de ellos desapareció. El Ala-X centró su atención en el caza TIE que habían esquivado mientras Taryn se limpiaba el sudor de la cara y aceleraba el motor de nuevo al máximo. Delante de ellos, el carguero y el transporte no se veían por ningún lado. O bien ya habían logrado ponerse a salvo... o bien habían sido destruidos.
Del soltó una maldición cuando el Mensajero se estremeció por otra serie de impactos en la parte trasera. Los indicadores de escudo brillaron en rojo, luego se volvieron negros, y el mensaje de diagnóstico empezó a parpadear.
-Hemos perdido los deflectores -gritó Taryn. Notando en su boca el sabor metálico del miedo, estaba a punto de lanzar la nave en otra caída en picado cuando la consola emitió un pitido, que indicaba que habían llegado al punto de hiperespacio.
Envolviendo las palancas con una mano, y muy consciente del caza TIE que se acercaba a ellos, tiró suavemente hacia atrás, y fue recompensada por la visión de las estrellas estirándose en líneas estelares, y luego desapareciendo en el cielo moteado del hiperespacio.

***

A toda velocidad a través del hiperespacio hacia Coriallis, Del y el coronel Bremen tuvieron tiempo de sobra para establecer firmemente su mutua aversión.
Bremen no ocultaba el hecho de que, como civiles, no confiaba en que Taryn y Del fueran competentes. Dejó en claro que pensaba que Bel Iblis debería haber requisado el Mensajero, apartado a su tripulación habitual, y utilizado un equipo exclusivamente militar para completar la misión.
Taryn trató de restarle importancia, pero Del contraatacó ofreciendo puyas apenas disimuladas respecto a la ignominiosa retirada de la Nueva República en Coruscant, mientras que Bremen apretaba los labios con más fuerza a cada frase. Ella pensaba que era un juego pueril, pero mientras Bremen estuviera ocupado con Del, no estaría respirándole en la espalda, por lo que no dijo nada al respecto.
Los dos habían desaparecido en la bodega hacía más de una hora, y ella estaba de pie en la sala de oficiales, limpiándose la grasa de las manos. Cambiarían su curso en Coriallis dentro de unas pocas horas, y quería probar el sistema deflector recién reparado antes de que fuera realmente puesto a prueba.
No llegó a tener la oportunidad.
Mientras se dirigía hacia la cabina del piloto, el Mensajero pareció vacilar bajo sus pies, y luego dio una terrible sacudida mientras el metal del estresado casco gemía en señal de protesta. Sorprendida a mitad de un paso, Taryn se agarró al tabique para mantener el equilibrio, y luego entró a la cabina mientras el barco parecía chocar contra una fuerza inamovible. Se oyó estrépito de cajas y un grito resonó desde la bodega, mientras que, frente a ella, el cielo moteado del hiperespacio se convertía inesperadamente en líneas estelares, y luego, con una enfermiza sacudida final, tomó la forma del campo estelar del espacio real.
Habían sido arrancados por la fuerza de la velocidad de la luz, y Taryn ni siquiera tuvo que comprobar los sensores para saber por qué. Justo delante, llenando el campo de visión tras el parabrisas de transpariacero, había un crucero Interdictor imperial.
Tampoco eran su primera captura. Un transporte con marcas de la Nueva República flotaba cerca, con una lanzadera imperial adosada. Taryn se preguntó si era uno de los muchos que habían huido tan recientemente de Coruscant.
-¿Qué ha pasado? –preguntó Bremen, corriendo ruidosamente por el pasillo. Ella se puso en pie. Pisándole los talones, Del lucía un corte fresco en la frente.
No fue necesaria una respuesta. El comunicador cobró vida con un chasquido y una voz enérgica desde el crucero Retribución les ordenó que se preparasen para ser abordados.
Taryn se dejó caer en el asiento del piloto, tratando de pensar con rapidez. La tarjeta de datos estaba bien escondida, y a menos que los imperiales estuvieran decididos a leer todas y cada una de las misivas de la bodega, no creía que la encontrasen. La minuciosidad de su búsqueda probablemente dependería de lo sospechosos que se mostrasen. Su identificación y la de Del estaban en orden; Bremen podría ser más difícil de explicar, pero ya se le ocurriría algo. ¿Debería admitir que acababan de salir de Coruscant, o...?
-Yo hablaré -anunció Bremen, interrumpiendo sus pensamientos-. Ustedes permanezcan en silencio y dejen que yo me ocupe de esto.
Tendió una mano, al parecer esperando que Taryn le entregase los galones de capitán sujetos en la parte delantera de su uniforme. Ella se puso rígida.
-No, hablaré yo -le corrigió con cierta aspereza-. ¿Se ha mirado últimamente en un espejo? -Vestido con ese uniforme demasiado pequeño, los imperiales nunca creerían que fuera el capitán del MensajeroHaciendo caso omiso del estallido de indignación de Bremen, le dijo a Del-: Ve a la esclusa de aire, y espera allí para ayudar al grupo de abordaje.
-Sí, señora -dijo secamente, retirándose de la cabina.
-Coopera con ellos, por completo -le gritó en tono de advertencia. En el exterior, una lanzadera del Retribución se estaba acercando, pero aún tenían unos minutos. Mirando a Bremen, levantó una ceja-. Y bien, ¿decía usted algo...?
-¿Tiene usted alguna idea de lo serio que es esto? -le espetó-. ¿Qué cree que van a hacer una vez que estén a bordo? ¿Echar un vistazo a los permisos, decirle que tenga un buen día, y marcharse sin más?
-Eso espero -dijo Taryn-. Eso parecía ser la idea del general Bel Iblis al usarnos como correo. Mire, aquí yo soy el capitán, y yo tengo la identificación apropiada para respaldarlo. ¿Tiene alguna idea mejor?
Él seguía reticente, pero ella tenía razón.
-De acuerdo, entonces -dijo Taryn-. No hable a menos que le hablen, haga todo lo que pidan los imperiales, rápido y con amabilidad, y si lleva algún arma, deshágase de ella ahora, antes de que suban a bordo. ¿Entendido?
El rostro de Bremen parecía tan rígido como el de un droide y le brillaban los ojos, pero consiguió hacer una breve inclinación de cabeza.
-Bien -dijo Taryn, liberando la respiración que había estado conteniendo sin darse cuenta-. Vayamos y recibamos a nuestros huéspedes.
Mientras que la lanzadera imperial se detenía a su lado, sacó el cuaderno de datos con los permisos del Mensajero. Tuvo el tiempo justo de llegar a la esclusa de aire y erguirse con dignidad antes de que se abriera e irrumpieran cinco imperiales.
El líder, un hombre de mediana edad que comenzaba a quedarse calvo bajo su gorra de oficial de la armada, se detuvo justo en el interior, mientras que los otros cuatro soldados, todos armados, se desplegaron en el pasillo.
-Comandante Voldt  -se identificó bruscamente-. ¿Quién está al mando aquí?
-Yo. -Taryn dio un paso adelante-. Capitana Taryn Clancy, del Servicio de Mensajería del Núcleo. Esta es mi tripulación.
Voldt la miró, demorando la mirada en las curvas de su uniforme, luego echó un vistazo por encima a Del y Bremen. Advirtió los tobillos expuestos de Bremen, luego volvió a posar sus pálidos ojos en ella.
-¿Servicio de mensajería? ¿Esta es una nave correo?
-Sí, señor -dijo Taryn-. En ruta hacia Coriallis.
-¿Desde dónde?
Ya había decidido que no tenía sentido mentir. El vector en el que habían sido arrancados del hiperespacio lo decía bien claro.
-Nuestra última parada programada era Coruscant -le dijo-. Pero llegamos al sistema, vimos lo que parecía ser la flota Imperial al completo rodeando el planeta, y decidimos saltarnos ese lugar. No queríamos vernos mezclados en algo, ¿sabe?
Él asintió lentamente con la cabeza, sin parecer convencido del todo.
-¿No entregaron su cargamento? –preguntó-. ¿Sus jefes no prometen entrega rápida?
Taryn se permitió parecer un poco abatida.
-Bueno, sí –dijo-. Pero desaprueban aún más meterse en una zona de guerra.
Voldt la miró, luego resopló. Si era por diversión, o por incredulidad, no podía decirlo. Con un gesto casual de su mano, dos de los soldados desaparecidos para registrar la nave.
-Veamos alguna identificación -sugirió.
-Por supuesto. -Taryn le pasó el cuaderno de datos de permisos. Transmitió la licencia de la nave y la información de registro al Retribución para comprobarla, y luego inspeccionó sus identificaciones, levantando una ceja cuando Bremen no pudo mostrar la suya. Bremen consiguió parecer tanto avergonzado como honesto mientras murmuraba:
-Lo siento, señor. Me lo robaron en el puerto.
Voldt volvió a echar una mirada inquisitiva sobre su uniforme.
-Parece que eso no fue lo único que se llevaron –comentó-. Qué inconveniente para usted.
Bremen asintió. Voldt se le quedó mirando un momento, luego miró a los dos soldados que regresaban de registrar el buque.
-No hay nadie más a bordo, señor -informó uno, mientras que el otro dio un paso adelante sosteniendo dos blásters.
-¿De quién son? -preguntó Voldt.
-Ese es mío -dijo Taryn, señalando al bláster que guardaba escondido debajo del colchón de su camarote. Miró a Bremen y Del-. ¿De quién es este?
-Mío, capitana. -Del dio un paso adelante-. Sé que no le gusta que las llevemos a bordo, por lo que lo tenía guardado en mi litera. Lo siento -añadió, mostrándose avergonzado.
-Hablaremos de ello más tarde -dijo con aire enfadado, preguntándose dónde había "perdido" Bremen su arma para que no se pudiera encontrar.
Voldt le dirigió una mirada insondable, y luego hizo un gesto con la cabeza al soldado, que dio un paso atrás, sosteniendo todavía los dos blásters. Devolvió el cuaderno de datos a Taryn.
-Capitana, me gustaría ver el contenido de su bodega, si me lo permite.
A pesar de la elección de palabras, no era una petición.
Taryn abrió la marcha, tratando de sopesar cuánto sospechaban los imperiales, y lo completa que podrían insistir en hacer esta búsqueda. Hasta ahora, la actitud de Voldt no había reflejado nada. Con aire casual, miró por encima de su hombro.
-Si no le importa que pregunte, señor, ¿por qué nos han parado? ¿Es esto una especie de puesto de control?
Esta vez, no hubo la menor duda acerca del bufido de genuina diversión.
-Puede llamarlo así -dijo Voldt secamente. Sus ojos estaban fijos en oscuro pelo de Taryn mientras este se balanceaba a su espalda-. Podría considerarse un punto de control para traidores.
-¿Traidores? -repitió ella, con cuidado.
-Traidores al Imperio –dijo, alzando finalmente la mirada al llegar a la bodega-. Rebeldes que huyen de Coruscant. Los hemos expulsado y rescatado a la población de sus métodos terroristas, pero ahora, como los cobardes que son, están huyendo a cualquier lugar en el que piensen que se encontrarán a salvo. -Sus finos labios se convirtieron en una desagradable sonrisa-. No tenemos intención de dejarles ir demasiado lejos.
Taryn se preguntó si habría cruceros Interdictor asentados a lo largo de todas las rutas hiperespaciales más transitadas que salían de Coruscant. Si era así, sin duda un buen número de fugitivas habían caído justo en la trampa de los imperiales, incluido el transporte que había visto antes. Tal vez incluso ellos mismos.
Apartó ese pensamiento. No, hasta ahora lo estamos haciendo bien. Lo único de lo que había que preocuparse era la tarjeta de datos, y estaba bien escondida en algún lugar del interior de las cajas que llenaban la bodega. Tranquilizada, pulsó el botón para abrir la puerta y le indicó a Voldt que entrase.
Él lo hizo, mirando alrededor de la habitación y luego paseándose por ella para mirar las pilas de cajas selladas.
-Estas están dirigidas a Coriallis -señaló, estudiando las etiquetas de las cajas exteriores.
-Sí, señor, esa es nuestra próxima parada -confirmó Taryn.
-¿Pero dónde está el cargamento que no dejaron en Coruscant?
Se volvió hacia ella, con una inquisitiva ceja levantada.
¿Dónde estaba, en efecto? Taryn sintió un nudo en el estómago mientras consideraba la pregunta. No sólo habían entregado el correo con destino al Palacio Imperial, sino que también habían descargado el correo ordinario para Coruscant. Ahí no había nada para respaldar su afirmación de que no habían aterrizado en el planeta.
Las excusas lucharon por abrirse paso en la punta de su lengua, pero antes de que pudiera soltar ninguna de ellas, Del dio un paso adelante.
-Yo las aparté a un lado, capitana -dijo, y señaló tres cajas amontonadas sin orden ni concierto en la esquina más alejada.
Cada una estaba marcada con destino a Coruscant, y contuvo el aliento cuando Voldt insistió en abrir las tres. Pero al escoger al azar tarjetas de datos para inspeccionarlas, encontró que todas estaban debidamente etiquetadas con destinos en Coruscant. Aliviada, Taryn dirigió una mirada a su primer oficial, preguntándose de quién era ese correo que había sido tomado prestado para llevar a cabo esta mascarada.
Claramente, Del y Bremen no habían pasado discutiendo todo su tiempo ahí atrás.
-Hmmf -gruñó Voldt mientras volvía a colocar la tapa de la última caja, y miró a su alrededor en la bodega, como si esperase encontrar a Mon Mothma escondiéndose entre los elevadores de carga.
Señalando a dos de los soldados, ordenó que examinasen todas las cajas. Pero la búsqueda fue superficial, con los soldados simplemente abriéndolas y confirmando que dentro había correo.
Ordenando secamente que volvieran a cerrar los cajones, Voldt indicó a Taryn y su tripulación que lo siguieran, y se dirigió por el pasillo hacia la esclusa de aire. Llamando al Retribución, confirmó que los permisos del Mensajero estaban en orden y luego, con  un aire un poco decepcionado, dijo a Taryn que eran libres de marchar.
Tratando de no dejar que su alivio la traicionase, tuvo que hacer un esfuerzo aún mayor para no lanzar una mirada de “se lo dije” a Bremen. Los cuatro soldados se unieron a ellos, y después de un inesperado apretón de manos por parte de Voldt, durante el cual mantuvo el contacto por un tiempo ligeramente excesivo para el gusto de Taryn, los imperiales se dirigieron de vuelta a su nave.
Puso al ordenador de navegación a recalcular su curso y luego dio la vuelta al carguero y dirigiéndose hacia las estrellas, tratando de tomar distancia suficiente para saltar a la velocidad de la luz. Mirando de nuevo al transporte de la Nueva República capturado, Taryn se preguntó qué destino aguardaba a sus ocupantes.
Cuando la consola finalmente dio el tono de aviso, colocó la mano alrededor de las palancas de hipervelocidad, tiró suavemente de ellas hacia atrás, y con gratitud dejó que ese problema concreto quedase atrás.

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