lunes, 15 de abril de 2013

Bandas de moteros (II)


Una cosa curiosa que ocurrió en la cantina...

Roy alzó su copa en un brindis, con el líquido azul brillando antinaturalmente bajo la tenue iluminación de la cantina. Los otros siguieron su ejemplo, alzando sus bebidas.
-Que los Mynocks sepan cuidar de sí mismos, y de su hogar –proclamó con sus toscos modales. El resto respondió al brindis con una fuerte exclamación de ánimo antes de vaciar sus copas de un trago.
-Al menos la Zona Tres no pasará hambre esta semana después del asalto a ese centro de alimentos –intervino Quayce. Los demás Mynocks ocuparon sus asientos alrededor de la mesa con un murmullo de aprobación.
-Me alegro de que hayamos acabado con eso, estoy hambriento –dijo Roy como si tal cosa.
-Y lo estarás, Roy –respondió Quayce con una sonrisa.
El ruido de la cantina estaba a su volumen habitual: muy alto. Los Mynocks habitualmente acudían allí para celebrar el éxito de una misión contra la corrupción del gobierno de Gallisport. Sevron Ta, el astuto sullustano propietario de la Percha de Ta, se aseguraba de que los Mynocks Rabiosos siempre tuvieran una mesa. Además, tener a los protectores de la Zona Tres como clientes habituales era muy bueno para el negocio, proporcionando una sensación de seguridad al resto de parroquianos.
Un silencio inusual cayó sobre la cantina. Todos los ojos se dirigieron a la entrada, donde se encontraba un grupo de recién llegados. Llevaban los ponchos de color marrón claro como la arena de los Banthas Furiosos, una nueva banda que se había aliado con los Arañas para arrebatar a los Mynocks el control de la zona. El líder, un matón llamado Westwood, llevaba en la mano una bandera roja y negra; la bandera de los Mynocks Rabiosos.
-Os dije que no volvierais a mostrar vuestras caras en territorio Bantha, perdedores. Parece que no me habéis escuchado –dijo Westwood con voz nasal. Sus palabras resultaban casi ininteligibles por culpa del cigarrillo que sujetaba con firmeza entre sus dientes. Arrojando la bandera al aire, extrajo su bláster y disparó. La bandera se agitó en el aire y cayó, humeante, al suelo.
Roy y Quayce intercambiaron miradas, con una sonrisa asomando en sus rostros.
-Menudo idiota –dijo Quayce.
-Esto va a ser divertido –respondió Roy.

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