Bandas de moteros
John Beyer y Wayne Humfleet
Los agudos aullidos de múltiples motores repulsores resonaron por las estrechas calles y callejones de Gallisport, anunciando otro enfrentamiento más entre las autoridades y los residentes locales. Perseguidas muy de cerca, dos barredoras repulsoras volaban a velocidades de vértigo. Los pilotos llevaban los colores rojo y negro distintivos de una banda de moteros local, los Mynocks Rabiosos. Las barredoras eran seguidas, peligrosamente cerca, por un par de transportes de personal con armamento ligero, con los motores esforzándose al límite. Los pilotos de barredoras aún no habían logrado despistar a los transportes en el laberinto de calles y edificios del distrito financiero abandonado, a pesar de algunas peligrosas maniobras.
Quayce, la piloto de pelo azabache en la barredora de cabeza, soltó un juramento entre sus dientes apretados y luego activó el auricular comunicador que llevaba puesto.
-¡¿Por qué no se marchan ya a casa?! –exclamó al micrófono-. Total, todo lo que hicimos fue robar unas cuantas rebanadas de pan.
En la barredora que seguía, Roy ajustó los impulsores y se colocó junto a la barredora de Quayce antes de contestar.
-Asaltar un centro de distribución de alimentos y dejarlo vacío es más que sólo “robar unas cuantas rebanadas de pan”. ¿O no eres capaz de hacer esas distinciones?
-No hago distinciones cuando estoy hambrienta –gruñó-. Además, esto lo empezaron ellos. Sólo porque unos cuantos trabajadores de fábricas estén en huelga no es motivo para detener la distribución de alimentos al resto de nosotros.
-Eso es irrelevante ahora –declaró Roy-. ¡Además, tenemos que regresar antes de que repartan todo lo bueno!
Quayce se atrevió a echar un rápido vistazo por encima del hombro. Apenas 10 metros detrás de ellos zumbaban los dos transportes, con las letras “A.L.A.L.” visibles en un oscuro azul metalizado sobre el casco gris mate. Esto no estaba bien, pensó. Se suponía que las Autoridades Legales Autorizadas Legalmente (llamadas ALALs por las bandas) no mostraban tanta dedicación. Contratadas por un gobierno corrupto para mantener el control en lugares a los que las verdaderas fuerzas de seguridad tenían miedo de ir, las ALALs no resultaban ser otra cosa más que matones a sueldo. En algunos de los suburbios exteriores de Gallisport, las ALALs eran de hecho operadas por las mismas bandas y organizaciones criminales para cuya captura habían sido contratadas. A menos que estuvieran bien pagados, había pocos incentivos para que esa ayuda contratada arriesgase sus vidas hasta ese punto.
El asalto de hoy –por muy osada que fuera su naturaleza- había sido pequeño en comparación con las usuales revueltas por comida. Al atacar justo cuando los guardias del centro realizaban el cambio de turno, la banda había pillado por sorpresa a los defensores. Los Mynocks Rabiosos ya estaban de retirada cuando comenzó el contraataque. La banda se retiró y se dividió en grupos pequeños, permitiendo que los transportes de tierra escapasen con la comida robada. A estas alturas, los transportes ya deberían haber alcanzado sus diversos destinos y la distribución de alimentos a la población hambrienta ya habría comenzado hace un buen rato. Durante los 10 últimos minutos Quayce y Roy habían estado dirigiendo a los dos transportes de personal a una caza de gundarks salvajes, ganando tiempo adicional para los transportes. Normalmente, a estas alturas los ALALs ya se habrían rendido y habrían abandonado la persecución, pero esta vez se estaban tomando realmente en serio sus deberes. La idea de dar alimentos gratis a la gente hambrienta debía de haber tocado la fibra sensible de alguien en las altas esferas. Quayce estaba convencida de que en ese mismo momento alguien estaba tirando de hilos y reclamando favores para obtener una respuesta con tanta dedicación.
-Muelles de carga justo delante –exclamó Roy por el comunicador-. Tú mandas, Jefa.
Quayce se lo pensó sólo un instante antes de responder.
-Juguemos un poco a arriba y abajo. ¡Yo voy arriba!
Giró bruscamente a la izquierda, fuera de la calle principal, desapareciendo por la conexión de un túnel de servicio. Simultáneamente, Roy repitió la maniobra, pero viró a la derecha y giró hacia un túnel de servicio en el lado opuesto de la calle.
Predeciblemente, los transportes rompieron la formación, uno siguiendo a Quayce y el otro a Roy. Los túneles de servicio sólo tenían unos cinco metros de alto y no mucho más de ancho. Construidos principalmente como acceso subterráneo a los sistemas de cableado de energía y comunicaciones, el limitado espacio de los túneles impedían pensar en cualquier maniobra descabellada. Aunque los transportes portaban armas ligeras, no había mucho temor de que realmente llegase a abrir fuego. Estaban construidos para control de masas, no para persecuciones a alta velocidad. Cualquier disparo probablemente no acertaría a las barredoras, más pequeñas y ágiles, y el drenaje de potencia provocaría que los transportes perdieran velocidad.
Los túneles continuarían descendiendo bajo los muelles de carga en una suave curva semicircular antes de volver a subir al nivel de la calle. Quayce abrió gas a fondo. Tras ella, el súbito cambio de tono del motor del transporte le indico que las ALALs habían hecho lo mismo. Inclinándose sobre sus controles, Quayce ajustó su campo repulsor, ganando tanta altitud como pudo atreverse. A escasos centímetros sobre su cabeza, el techo pasaba disparado a una velocidad mareante. Quayce se permitió que una sonrisa cruzase sus labios firmemente cerrados, sabiendo que en ese mismo instante Roy estaría ejecutando una maniobra similar. Sin embargo, en lugar de ganar altitud, Roy estaría reduciendo su campo repulsor al mínimo posible, permitiendo que su barredora acariciase el suelo a una altura suicida.
El ascenso del túnel había comenzado, con la luz de última hora de la tarde señalando la salida justo delante. Conteniendo el aliento y tarareando mentalmente su melodía favorita, Quayce cruzó la salida como una exhalación, volviendo a la calle principal. Inmediatamente, giró con brusquedad a la izquierda, colocando su barredora en el centro del camino. La barredora de Roy surgió de su viaje subterráneo frente a ella, arrancando chispas al rozar el suelo de la calle. Con menos de medio metro de separación, Roy pasó directamente bajo la parte inferior de la barredora de Quayce. Inmediatamente giró a la derecha, sin atreverse a alzar la cabeza.
Sólo unos segundos después de ellos, dos transportes de personal surgieron de sus respectivos túneles a máxima velocidad. Incluso si los pilotos de los transportes blindados pudieran reaccionar, no tenían ningún lugar al que ir. De modo contundente y bastante espectacular, los dos vehículos trataron de ocupar la misma parte de la calle exactamente al mismo tiempo. EL impacto causó una resonante explosión que rompió cristales y agitó edificios en más de un kilómetro a la redonda.
Aminorando hasta detenerse, los pilotos de ambas barredoras respiraron por fin y se incorporaron de sus posiciones agachadas. Volviendo la mirada al espectáculo de fuegos artificiales, Roy dejó escapar un grito que debería haber sido ensordecedor... si el rugido de la explosión les hubiera dejado intacta la audición. Quayce esperó a que su oído dejara de pitar antes de preguntar a Roy si quería ir a algún sitio a comer algo. Riendo con ganas casi tanto por el alivio como por auténtica diversión, aceleraron sus barredoras y se dirigieron a casa.
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