La satisfacción todavía corría por sus venas un
poco más tarde, cuando Kella dejó la oficina, con la aerocámara siguiéndole detrás
zumbando como un vartlett domesticado. Tras un breve debate, ella y Nostler
habían acordado que no podían entregar sin más el clip de vídeo a las Autoridades
del Consejo. Si uno de los guardias estaba implicado en el asesinato, podrían estarlo
también otros, y no querían arriesgarse a que terminase en las manos
equivocadas.
Eso dejaba sólo una persona que Kella creyera que podría
ser capaz de ayudar: L'varren. Con la Nueva República siendo culpada de la
muerte de Barayel, el embajador podría tener cierto interés en ayudarla a
asegurarse de que su tarjeta de datos -y la prueba de la inocencia de la Nueva
República- llegase a las personas adecuadas.
Su informe, que esperaba en el banco de noticias de
la oficina a que llegase el droide mensajero dentro de una hora más o menos, incluía
el video incriminatorio, y una segunda copia se encontraba mezclada entre las tarjetas que cubrían el
fondo de su bolso de datos. Si se daba prisa, podría tener tiempo para agregar
una actualización.
L’varren y su comitiva diplomática se alojaba en el
mismo hotel que ella, a sólo unas manzanas de la oficina de RGN, y prestando
sólo una atención superficial al ligero tráfico nocturno que pasaba junto a
ella, Kella recorrió mentalmente su lista de reportera mientras caminaba. El
quién, el qué, el cuándo, el dónde y el cómo de la explosión parecían claros,
pero no el por qué.
Todavía estaba dándole vueltas a los posibles
motivos cuando un disparo bláster chisporroteó a escasos metros sobre su
cabeza, chocando contra una fachada de mármol y haciendo saltar esquirlas de
piedra calientes sobre sus hombros.
Kella estaba en el suelo antes siquiera de darse
cuenta... por suerte, ya que un segundo disparo, más bajo, siguió al primero, haciendo
brotar un surtidor de chispas brillantes de la pared en el lugar donde había
estado su cabeza. Un fuerte crujido a su izquierda llamó su atención y, con un
escalofrío, se dio cuenta de que un macetero de piedra lleno de alegres flores
acababa de salvarle la vida.
Susurrando a la aerocámara para que descendiera, se
acomodó mejor detrás de la limitada cobertura y trató de evaluar la situación. Pensaba
que los disparos provenían de algún lugar al otro lado de la ancha calle, pero
no estaba segura de la dirección exacta, y no se atrevía a asomar la cabeza para
echar un vistazo. Inmovilizada así, era terriblemente vulnerable. Los pocos
transeúntes que podía ver cerca no iban a ser de mucha ayuda: como ella, se
habían arrojado a la acera, o cobijado en los portales cercanos. Nadie parecía
estar dando la alarma.
El vello de sus brazos se erizó. Mientras ella
estaba ahí dudando, su atacante podría estar moviéndose hacia una posición mejor
para acabar el trabajo. A regañadientes, había decidido sacar su propio bláster
y tratar de abrir fuego de cobertura mientras hacía una carrera desesperada hacia
un lugar seguro cuando, apenas a un par de metros de distancia, una puerta se
abrió y un hombre con un increíble traje púrpura salió, exigiendo saber qué demonios
estaba ocurriendo allí.
Kella vio su oportunidad. Como un cangrejo, se
escabulló junto a él, cruzando la puerta ornamentada e irrumpiendo, no en una
tienda como había esperado, sino en un restaurante de lujo. Un droide dorado
con una pajarita negra se quedó atónito al verla agachada en el vestíbulo
decorado con buen gusto y los comensales bien vestidos se quedaron
boquiabiertos de asombro cuando ella se puso de pie y corrió zigzagueando por
entre las mesas hacia la parte posterior del edificio. Captó rápidos vistazos de
lujosos manteles rojos y brillantes cubiertos mientras buscaba otra puerta. Tenía
que haber una entrada trasera a través del área de la cocina, y desde allí, podría
escapar... ¿a dónde?
Irrumpiendo por una puerta en la parte trasera, esquivó
por poco a un androide camarero cargado con una bandeja de platos humeantes. Pegándose
contra un mostrador para poder pasar junto a él, vio otra puerta, ésta con el
letrero "salida" escrito en básico con grandes letras, y salió a un
callejón mal iluminado, sorprendiendo a algunos roedores de piel curtida
husmeando en un rebosante cubo de basura. Arrugando la nariz ante el poco
apetitoso olor que emanaba del pavimento pegajoso, corrió por el estrecho callejón
con la aerocámara zumbando a su espalda.
Todavía no había señales de persecución cuando el
callejón desembocó en una calle unos cientos de metros más adelante, así que Kella
se quedó oculta en las sombras mientras recuperaba aliento y meditaba su
próximo movimiento.
Con la tarjeta de datos y su vídeo incriminatorio
en el fondo de su bolso de datos, no era difícil entender por qué alguien
estaba detrás de ella. Lo que seguía siendo un misterio era quién, y cómo se
había enterado de lo que tenía.
Sus pensamientos se posaron en Nostler y los otros
dos reporteros de la oficina. Odiaba pensar que uno de los suyos pudiera estar
involucrado en esto, pero no había muchas alternativas. Analizando sombríamente
sus opciones, decidió seguir con el plan original de ponerse en contacto con L’varren.
Al menos él tenía un grupo de agentes de seguridad que podría ofrecer cierta
protección mientras ella y el embajador decidían qué hacer con el clip de vídeo.
Asomándose con cautela fuera del callejón, identificó
con inquietud al menos una docena de potenciales escondites para un
francotirador. Pero no había otra manera. Extremadamente alerta ante cada
pequeño destello de movimiento, comenzó a avanzar por la calle. Diez tensos minutos
después, llegó al hotel.
Alzándose majestuosamente hacia el cielo nocturno, el
edificio era un injerto completamente moderno que destacaba entre sus
compañeros de piedra circundantes. Aunque era una vista impresionante, lo que
llamó la atención de Kella fue la alterada multitud que se agolpaba en su base.
Deteniéndose al pie del largo tramo de escaleras que conducía a la entrada,
contempló la escena que tenía delante.
Manifestantes con pancartas proporcionaban carnaza
para las aerocámaras que flotaban escaleras arriba y abajo, mientras que sus
reporteros entrevistaban a algunos de los manifestantes... o descansaban sobre
las jardineras de piedra de los alrededores, al parecer dispuestos a esperar
toda la noche, si fuera necesario, para atrapar a L'varren y conseguir una declaración
suya con respecto a estos nuevos acontecimientos. Unos cuantos carteles
escogidos destacaban del resto, y Kella pensó irónicamente que los
"imperialistas Indu", como llamaba en privado al consorcio empresarial
con el que había hablado anteriormente, estaban aprovechando los eventos del
día al máximo para registrar sus sentimientos anti Nueva República. Las redes
de noticias parecían muy dispuestas a ayudar a avivar las llamas.
Eso ya lo
veremos, se dijo con aire de suficiencia, empezando a subir las escaleras.
Con la atención centrada en su destino, apresurándose a cruzar el vestíbulo y dirigiéndose
a los turboascensores que se encontraban al fondo, al principio no se dio
cuenta.
Pero entonces se sobresaltó, boquiabierta, al
reconocer al hombre que estaba junto a una holoescultura decorativa frente al
vestíbulo. Juloff, uno de los periodistas de la agencia. Y junto a él... Darme.
La habían visto. Su corazón se hundió con la revelación
tardía. Por supuesto, probablemente la habían estado esperando. Juloff asintió
con la cabeza en respuesta a algo que dijo Darme, y mientras empezaron a cruzar
decididamente el vestíbulo hacia ella, Kella estudió sus expresiones
implacables y supo que estaba en problemas.
Bueno, se
acabó, pensó, y corrió hacia los turboascensores. Cuando llegó, uno de
ellos estaba descargando pasajeros, y se introdujo entre las personas que
salían, golpeando el botón de cierre tan pronto como estuvo dentro. Una pareja
que no había tenido tiempo de bajar del elevador la miró alarmada cuando sacó
su bláster y presionó el número del piso de L’varren en el panel de llamada.
Mientras las puertas se cerraban, alcanzó a ver las
caras enojadas de sus perseguidores, y cuando el ascensor comenzó a acelerar
hacia arriba, Kella sacó su comunicador e hizo lo que se había jurado que nunca
volvería a hacer después de ese incidente del año anterior... tecleó la frecuencia
personal de L'varren.
Contestó al segundo tono. Su voz sonaba precavida.
-L'varren.
-Embajador, soy Kella Rand -se identificó-. Perdone
que le moleste, señor, pero tengo que verle de inmediato.
-¿Kella? -preguntó vacilante-. Ahora mismo estoy un
poco liado. Tal vez mañan...
Reconociendo las evasivas, se apresuró a
interrumpirle.
-Señor, le pido disculpas, pero necesito verle
ahora. –Por un momento, se preguntó cómo explicarle la situación, pero luego
simplemente siguió adelante sin rodeos-. Tengo una prueba bastante buena de que
su ayudante no mató a Barayel, y de quién lo hizo, y por qué. Sin duda eso vale
un momento de su tiempo.
-¿Prueba? –preguntó bruscamente el diplomático-.
¿Qué clase de pruebas?
-Un clip de vídeo –dijo ella-, que muestra cómo es
colocada la bomba. Y no fue Aden quien lo hizo, precisamente. Ese tipo está muy
vivo, y en estos momentos me está persiguiendo. Por desgracia, no está
demasiado lejos. -Al otro lado del ascensor, la pareja abrió los ojos como
platos y se encogió contra la pared-. Señor, ahora mismo estoy subiendo. Puedo
mostrárselo.
-Me gustaría verlo -le aseguró secamente-. ¿Han
sido notificadas las Autoridades?
-Hay un pequeño problema con eso -le dijo Kella-. Al
menos un agente de la Autoridad estuvo involucrado.
Por un instante, se preguntó si su conversación
estaba siendo monitorizada, pero decidió que a esas alturas ya apenas importaba.
-Ya veo .dijo-. De acuerdo, te veré en un momento,
Kella. Estoy deseando que llegues.
-Igualmente -murmuró en voz baja. Apagando el
comunicador, lo dejó caer en la bolsa de datos, donde tintineó suavemente al
chocar contra la tarjeta de datos incriminatoria. Una rápida mirada indicador del
turboascensor mostró que ya casi estaban, y se preguntó con inquietud a qué
distancia la seguirían sus perseguidores. Esperaba no tener que hacer una
carrera contra ellos -o contra un disparo de bláster- por el largo pasillo hasta
la esquina de la habitación de L'varren.
Una idea repentina acudió a su mente, y golpeó el botón
de parada en el panel de control. Sus involuntarios pasajeros entraron en tensión
para escapar, pero quedaron visiblemente decepcionados cuando el ascensor se
detuvo entre dos pisos y la puerta permaneció cerrada.
-Aerocámara, abajo -exclamó ella, sacando la valiosa
tarjeta de datos. Cuando el dispositivo descendió zumbando cerca del suelo, abrió
la tapa de su panel de acceso y sacó la tarjeta de datos nueva, sin usar que
llevaba, deslizando en su lugar la otra tarjeta de datos. Una luz en el borde
de la aerocámara comenzó a parpadear en rojo, indicando que la tarjeta de datos
estaba llena y no podía registrar más información. Rutinariamente, fijaba el
contenido de todas sus cartas después de usarlas, por lo que nunca había
peligro de grabar accidentalmente sobre ellas.
En este caso, si no conseguía llegar a la suite de L'varren,
la luz intermitente de la aerocámara les alertaría de que ahí había algo para
ser visto.
Poniendo el turboascensor otra vez en marcha y cerrando
de nuevo el panel de la aerocámara, le ordenó:
-Vete directamente a la Suite 44-1.
Casi como una idea de último momento, cambió la
configuración de su pistola para aturdir. Si había algún tiroteo, ella no
quería matar a nadie. Los asesinos muertos no podían confesar.
Cuando las puertas se abrieron, asomó la cabeza con
cautela y miró a ambos lados del pasillo. El camino parecía despejado. Agarrando
con más firmeza el bláster, salió, pero antes de que llegara más allá de las
puertas del otro turboascensor, se abrieron, y con asombrosa rapidez, Darme se
abalanzó sobre ella y la agarró.
Sujetó la mano de su arma con facilidad
profesional, y le rodeó la garganta con su fuerte brazo, presionando
dolorosamente, arrastrándola hacia su turboascensor. Jadeando, Kella vio la aerocámara
que avanzaba zumbando por el pasillo hacia la suite de L'varren. Las puertas se
cerraron y jadeó de nuevo cuando él tiró de su muñeca, enviando una llamarada
incandescente de dolor por su brazo, seguida de adormecimiento. Kella sólo supo
que había dejado caer la pistola cuando él la pateó hacia el otro lado del
ascensor y se deslizó hasta detenerse contra la pared. Tomando conciencia de la
situación con una brusca oleada, se dio cuenta de que tenía un vibro-cuchillo
cerca de su cara.
-¿Qué tal si eres lista y entregas el clip de vídeo,
eh? –le dijo al oído en voz baja, y ella se estremeció al oír un tono tan
calmado y casual procedente de un hombre que sostenía un cuchillo en su
garganta.
Forzando a su voz a mostrar una calma que ella no
sentía, asintió cuidadosamente.
-Si insiste...
-Insisto –dijo él. Pasándose el arma a la otra
mano, la rodeó y deslizó sus dedos en la bolsa de datos que colgaba en su
costado. Plenamente consciente de la cuchilla vibratoria, tan cerca que casi
podía sentirla cortándole mechones de cabello, Kella se puso rígida, pero se
mantuvo en silencio mientras él realizaba su búsqueda. Extrajo para su
inspección su tarjeta de crédito identificativa, su cuaderno de datos, la llave
de su habitación, y algo de calderilla en moneda local, antes de arrojarlos
bruscamente al suelo.
Se guardó el puñado de tarjetas de datos, empujando
a Kella y metiéndose las tarjetas en su chaqueta en el mismo movimiento rápido.
Kella chocó contra la pared del ascensor, se dio la vuelta, y encontró a Darme recogiendo
su propio bláster y apuntándole con él. Se quedó helada.
-En realidad no le servirá de nada, ¿sabe? -le dijo
ella, incapaz de reprimir un repentino último acto de desafío-. Aunque se
deshagas de mi copia del clip de vídeo, no se librará de la que ya está cargada
en el banco de noticias. Una vez que el mensajero recoja el paquete de
mensajes, no podrá encubrir esto, no importa lo que me haga.
Él sonrió, una mera exhibición de dientes.
-El informe que archivaste ya no existe -corrigió
cortésmente-. Cuando llegue el droide mensajero, no habrá ningún informe en
absoluto de la infame Kella Rand sobre este incidente.
Ella frunció el ceño.
-Unas pulsaciones de teclado por aquí, una
eliminación de archivo por allá... -Él se encogió de hombros-. No es tan
difícil hacer desaparecer un informe. Sobre todo con la ayuda de alguien con los
códigos de acceso necesarios.
Juloff, por supuesto. Así que el reportero de la oficina
realmente la había traicionado. De alguna manera, hacer que su informe de
noticias desapareciera parecía aún peor que haberla usado como blanco para los
disparos de la calle.
-¿Por qué? -le preguntó-. ¿Por qué haría eso?
-Porque es un leal ciudadano del Imperio -dijo
Darme rotundamente-. Igual que yo. Y ningún gobierno rebelde advenedizo va a
establecerse en Indu San, o poner sus dedos viscosos sobre nuestra gente. No mientras
tengamos algo que decir al respecto.
Ella lo miró sin comprender, entonces el por qué encajó
de repente en su lugar y todo cobró sentido para ella.
-¿De eso trata todo esto? -le preguntó.
-Por supuesto –dijo-. Y además está funcionando
estupendamente.
Y así era.
Nostler había dicho que antes de haber sido
expulsado, el gobierno imperial no había sido tan impopular; y Kella había
visto por sí misma que el Imperio aún gozaba de cierto apoyo, como el del
consorcio empresarial que tan acertadamente había apodado como
"imperialistas indu". Al apoyar activamente al Imperio, los
imperialistas ganaban más créditos, tanto a través de beneficios
extraordinarios obtenidos de sus propios ciudadanos, como de contratos y
contactos obtenidos por intercesión Imperial.
Se trataba de un grupo que claramente adoraría ver desacreditada
a la Nueva República. ¿Qué mejor manera de lograrlo que endosarles un
asesinato?
Kella recordó brevemente la espantosa escena de la
sala del Consejo.
-Pero, ¿por qué matar a Barayel? -le preguntó-.
Todo indicaba que iba a votar no a la alianza.
Darme resopló.
-Podría haberlo hecho... o tal vez no. Siempre fue
un worrt resbaladizo. Así era mejor.
Ella intentó otra táctica.
-Pero, ¿qué pasa con lo que quiere el pueblo?
Muchos de ellos parecían estar contentos de que el Imperio se hubiera ido.
-¡El pueblo! -dijo con desdén-. La gente no sabe lo
que es mejor para ellos. Baja los precios, y seguirán a cualquiera, a cualquier
parte. Ellos no entienden cómo funciona esto.
Pero ahora, ella sí lo entendía. Al igual que el
Imperio que admiraba, Darme claramente pensaba en términos de pérdidas y
ganancias... esa era su regla de medida, y no lo correcto y lo incorrecto. Abrió
la boca para hablar de nuevo cuando el turboascensor se detuvo bruscamente con
una sacudida, como si le hubieran cortado súbitamente la energía. Darme entrecerró
los ojos con rabia, y maldijo mientras golpeaba el panel de mandos, tratando
después de abrir la puerta. No consiguió nada.
Kella miró el indicador, que mostraba que estaban
detenidos entre dos plantas. Con el bláster de Kella apuntándola y gruñendo
"No te muevas", Darme extrajo de nuevo el vibro-cuchillo de nuevo, y lo
introdujo con cuidado en la ranura donde las puertas se unían en el centro.
Cuando consiguió separarlas un poco haciendo palanca, introdujo sus manos para
terminar de abrir las puertas, dejando al descubierto la pared lisa del hueco
del turboascensor. Asomando la cabeza por el pequeño espacio, estudió la pared
oscura y gruñó de satisfacción al ver una escalera de servicio a su alcance.
Luego se volvió hacia ella, con un brillo frío en
los ojos.
Alerta, Kella se agachó a un lado, pero no había
ningún lugar donde ir. Mientras el rayo del bláster la golpeaba en la cara y
caía al suelo, su último pensamiento fue de agradecimiento por haber cambiado
la configuración del bláster de "matar" a "aturdir".
***
Se despertó con una sensación creciente. Cuando su
cerebro se aclaró lo suficiente como para darse cuenta de que el turboascensor
estaba otra vez en marcha, éste se detuvo, y su estómago dio una sacudida.
Legañosa, levantó la cabeza cuando la puerta forzada se abrió y un bosque de
piernas entró corriendo y se arrodilló a su alrededor.
-¡Kella! ¿Estás bien? -preguntó L’varren,
ayudándola a sentarse. Todavía atontada, ella asintió con la cabeza y miró a su
alrededor. Además de dos de los propios agentes de L’varren, reconoció las costuras
rojas de las perneras de la seguridad del hotel de pie justo al lado del
ascensor.
-¿Vieron el clip de vídeo? -preguntó ella,
mirándole.
-Lo vimos, y también capturamos al sospechoso –respondió-.
Seguridad lo atrapó saliendo a la fuerza del hueco del turboascensor unos pisos
más abajo. Ha sido detenido y, espero, será acusado del asesinato de Barayel.
Gracias a tus agudos ojos, mi ayudante y la Nueva República han sido limpiados de
toda sospecha -agregó.
Kella sonrió débilmente.
-Sólo hago mi trabajo, embajador.
Las palabras parecieron resonar en su cabeza, y
sintió una sacudida repentina de alarma.
-¿Qué hora es? -preguntó, liberando un brazo del
agarre de L'varren y comprobando su cronómetro. Horrorizada, vio que eran las
23:54.
¿Sería demasiado tarde para alcanzar el droide
mensajero?
-¿Dónde está el clip? -preguntó, luchando por
ponerse de pie y saliendo del ascensor sobre unas piernas sorprendentemente dormidas.
L'varren y los agentes la siguieron. El diplomático la miraba con preocupación.
-En mi habitación –dijo-. Junto con tu aerocámara.
-¡Tengo que hacer un informe completamente nuevo!
-le dijo con urgencia-. El que grabé antes ha sido eliminado y no hay nada
sobre el asesinato para que lo recoja el droide mensajero. Si es que aún no ha
estado aquí.
Frunció el ceño ferozmente ante la idea.
Sin esperar que se le diera permiso, atravesó la
puerta de la suite como un cañonazo. Encontrando la unidad de comunicaciones, introdujo
apresuradamente la frecuencia de Nostler, rompiendo a hablar sin preámbulos en
cuanto respondió.
-¿El mensajero se ha marchado ya?
-Kella, ¿dónde estás? –exclamó Nostler a su vez-.
Algo gordo está pasando en el hotel de L’varren. Lo están precintando, no
permiten que entre ningún periodista, pero tal vez...
-Ya estoy dentro -le interrumpió con impaciencia-. Robbe.
El droide mensajero. ¿Se ha marchado ya?
-¡No! Todavía estás a tiempo para una actualización
-le aseguró-. Un poco por los pelos, pero descargaré sus paquetes de mensajes
antes de subir nuestros informes. Todavía puedes obtener la primicia, si te das
prisa.
Kella cortó la transmisión y llamó a su aerocámara,
repasando en su mente lo que tenía que hacer a continuación. Obtener una
declaración rápida de la policía local, conseguir algunas citas de algunos consejeros
indu, tal vez un pronóstico optimista de L'varren sobre la votación de mañana,
hacer una rápida re-edición... todo a la velocidad de la luz.
Con una fina sonrisa, tecleó su código de acceso al
banco de noticias y se puso a trabajar.
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