miércoles, 24 de abril de 2013

Retirada de Coruscant (I)

Retirada de Coruscant
Laurie Burns

Taryn Clancy miraba distraídamente cómo una funcionaria de comunicaciones rellenaba el registro de entrada de las tarjetas de datos apiladas en el carro repulsor junto a ella. De repente, el murmullo de fondo del centro de mensajes del viejo palacio imperial desapareció bajo el aullido de las alarmas.
La funcionaria levantó la vista, perdiendo el color del rostro al identificar los tonos de aviso.
-Oh, cielos -dijo, con voz aturdida-. Coruscant está bajo ataque.
Los ojos de Taryn también se abrieron como platos, pero ella actuó rápido.
-Si me firmas eso, me iré -dijo, girando para empujar el carro más cerca de mostrador de la funcionaria-. Ahí está tu correo –añadió, tendiéndole enfáticamente la mano.
La funcionaria parpadeó, miró su cuaderno de datos, pulsó unas cuantas teclas, y sin decir nada se lo entregó. Taryn inspeccionó rápidamente su autorización, introdujo su propio código, y luego sacó la copia de la funcionaria y la arrojó sobre el mostrador.
-Gracias -dijo por encima del hombro, habiendo dado ya tres pasos hacia la puerta.
Fuera, en el pasillo, las alarmas seguían sonando con tono urgente, pero mientras se apretaba para subir a un abarrotado turboascensor, Taryn sintió alivio al ver que nadie parecía presa del pánico. Aunque la Nueva República había hecho pasado de ser una fuerza militar a ser un gobierno galáctico, era obvio que los antiguos rebeldes no habían olvidado cómo reaccionar ante un ataque imperial. Se mordió el labio, sabiendo que sus esperanzas de salir del planeta eran optimistas en el mejor de los casos. Si Coruscant realmente estaba bajo ataque, probablemente se habría activado el escudo planetario, y ella y Del quedarían atrapados mientras durase el ataque.
Pero tenía que intentarlo. Después de todo, ¿quién querría quedar inmóvil en las plataformas de aterrizaje del palacio como un mynock adosado mientras el Imperio trataba de recuperar su antigua capital?
Yo no, pensó, saliendo a la brillante plataforma azotada por el viento y parpadeando ante el brillo del sol de mediodía. A su alrededor, vibraban las reverberaciones de los motores de media docena de naves, y justo delante, el Mensajero añadía su rugido gutural al coro mecánico. Del tenía la rampa bajada y esperando, y cuando ella se dejó caer en el asiento del piloto, un análisis rápido de las pantallas mostró que estaban casi a punto para despegar.
-Escuché las alarmas -dijo Del, con los arneses de seguridad del puesto de copiloto ya abrochados-. ¿Qué ocurre?
-Que nos vamos, espero -dijo secamente Taryn. Otra mirada a las pantallas, y activó el comunicador para llamar al control de vuelo del palacio. Su corazón se hundió cuando su solicitud de despegue fue rotundamente denegada.
Demasiado tarde... el escudo planetario ya había sido alzado. El Imperio estaba allí arriba, la Nueva República estaba aquí abajo, y ella y el Mensajero estaban atrapados en medio.
Taryn se dejó caer en su asiento. No era sólo que tuviera un horario que cumplir. El Servicio de Mensajería del Núcleo prometía un servicio rápido entre los mundos del núcleo, y con las cajas llenas de comunicaciones que aún llenaban la mitad de su bodega, no quería retrasarse demasiado. Sin embargo, los retrasos en las entregas no eran nada comparados con lo Taryn temía que iba a suceder: una guerra sin cuartel por la posesión de Coruscant. Los rumores del puerto habían predicho que el Imperio, a pesar de la reciente pérdida del Gran Almirante Thrawn, se estaba preparando para atacar el corazón de la Nueva República.
Parecía que habían estado en lo cierto.
-Bueno, caramba -dijo Del, mirando hacia la plataforma donde estaba despegando un transporte, aparentemente desafiando las órdenes del controlador-. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Taryn observó cómo el transporte se desvanecía hasta no ser más que un pequeño punto en el cielo. Si el Mensajero le perteneciera a ella, estaría tentada a hacer lo mismo. Pero un capitán inteligente no corría riesgos con la propiedad de la empresa.
-Esperaremos -dijo, apagando de mala gana los motores-. Por lo menos hasta que llegue la ayuda.
Si es que llega en algún momento, añadió en silencio. Lo primero que habrían hecho los imperiales era inutilizar los relés de comunicaciones, cortando la capacidad de la Nueva República para pedir ayuda a sus flotas dispersas a través de la galaxia. Tenían defensas orbitales, por supuesto, pero... Un pequeño destello llamó su atención, y ella se inclinó para mirar por el ventanal de transpariacero de la cabina.
-Maldición -susurró.
Del siguió su mirada y vio los destellos casi imperceptibles de fuego turboláser arriba en el cielo.
-Ahora estamos atrapados -dijo.
Observaron en silencio sombrío por un tiempo antes de que Taryn preguntase bruscamente:
-¿Cuánto tiempo puede aguantar el escudo planetario?
-No lo sé -dijo Del-. Depende de con qué lo golpeen, probablemente. Un par de días, tal vez... o un par de horas.
Ella lo miró. Bajo su bigote gris, la boca de su primer compañero tenía razón. Y no era de extrañar: después de tres décadas con el servicio de mensajería, estaba a solo unos días de jubilarse. Estudiando las líneas de su rostro, Taryn contrastó mentalmente sus años de experiencia con los que llevaba ella, y de repente se sintió abrumada por su condición de novata como capitana. Era sólo su cuarto viaje al timón del Mensajero.
Y le tocaba a ella sacarles de esta.
Por un instante sintió una punzada del viejo temor; el que decía, con la voz de su padre, que volaba para el servicio de mensajería porque no tenía agallas para hacer ninguna otra cosa. A lo largo de su infancia, Kal Clancy se jactó de su propia valentía al frente de su carguero, y luego pasó los años de su adolescencia tratando de moldearla a su imagen. No se había molestado en ocultar su decepción cuando ella no estuvo a la altura de sus expectativas.
Ella miró a Delde nuevo . Había estado repartiendo correo durante más tiempo de lo que ella llevaba viviendo, y nunca había llegado a capitán. Eso decía algo de ella, ¿verdad? ¿O no?
Basta, se ordenó Taryn a sí misma. De acuerdo, ser capitán de un servicio de mensajería no es muy difícil. Eso no quiere decir que no sea competente.
Sacudiéndose la imagen de su padre, trató de pensar qué hacer a continuación.
¿O sí?

***

Después de que pasaran algunas horas sin indicios de naves imperiales descendiendo en el cielo, los nervios de Taryn comenzaron a ceder. Siete horas después de que comenzasen a sonar las alarmas, ya era noche cerrada y estaba empezando a enfadarse.
-Bueno, se acabó -declaró después de que otra solicitud de información al control de vuelo fuera cortésmente esquivada-. No podemos partir, no van a dejar que nos movamos, y no nos van a decir nada. Voy a ir allí para averiguar qué está pasando.
-¿A quién vas a preguntar? -preguntó Del.
-A la mismísima Mon Mothma, si tengo que hacerlo -dijo Taryn.
Del resopló, pero entrar en el palacio resultó inesperadamente fácil. Después de una ligera discusión inicial con dos agentes de seguridad de la Nueva República, una vez que descubrieron que era la capitana del carguero de la plataforma, Taryn fue conducida a un turboascensor. Uno de los guardias se asomó detrás de ella y apretó un botón en el panel de llamada.
-Buena suerte -dijo, dándole un saludo burlón cuando las puertas se cerraron.
Ha sido fácil... demasiado fácil, pensó, preguntándose qué significaba ese saludo. Seguía dándole vueltas cuando las puertas se abrieron en un pasillo bastante alejado de la sección de servicio del palacio, donde había hecho su anterior reparto. La decoración básica era la misma, pero esta sección tenía un ligero aire inequívocamente militar.
Al igual que los dos soldados armados que montaban guardia en la pared frente al turboascensor. Ellos la miraron con expresión alerta cuando salió, y luego vio a los otros dos, de pie a cada lado del ascensor. Tratando de ignorar los cuatro pares de ojos fijos en ella, echó un vistazo al pasillo. En un extremo, una puerta blindada se abrió y un oficial con el ceño fruncido se dirigió hacia ella. Deteniéndose a un metro de distancia, le echó un rápido vistazo por encima.
-Soy el coronel Bremen -se identificó-. ¿Y usted es...?
-Taryn Clancy, capitana del Mensajero.
Él asintió con la cabeza bruscamente.
-Si está armada, tendrá que dejar sus armas fuera -dijo, la extrayendo un escáner de armas de mano.
-No llevo armas -dijo Taryn, pero Bremen recorrió su cuerpo con el dispositivo de todos modos.
-Está bien -dijo, aparentemente satisfecho-. Sígame.
Un guardia se colocó detrás de ella mientras Taryn seguía a Bremen a otro pasillo a través de las puertas blindadas. Al pasar, miró con curiosidad las salas abiertas, y sus pies vacilaron cuando apareció fugazmente ante su vista un rostro que creía reconocer de los holovídeos. ¿Era realmente Mon Mothma? Y si era la Jefa de Estado de la Nueva República, ¿a dónde le estaba llevando Bremen?
No hubo tiempo para especular, ya que él se detuvo junto a una puerta y le indicó que entrara. Taryn entró en el pequeño despacho y miró al hombre que estaba sentado detrás del escritorio. Bien parecido y de la misma edad que Del, le resultaba vagamente familiar, pero no terminaba de ubicarlo.
Es decir, hasta que Bremen cerró la puerta y pasó junto a ella.
-Aquí le traigo otro, general Bel Iblis. Capitana Clancy del Mensajero", dijo, y Taryn trató de no mirar fijamente. ¡Había esperado que le atendiera algún lacayo del palacio, no que la llevasen ante el hombre a cargo de la defensa de Coruscant!
-Capitana Clancy. -Bel Iblis saludó cortésmente con la cabeza mientras Bremen se cruzaba de brazos y tomaba posición contra la pared de la oficina-. Entiendo que desea información sobre la situación.
-Sí, señor, me gustaría -dijo ella, haciendo un esfuerzo consciente para relajarse y no estar de pie en posición de firmes-. ¿Qué está pasando? ¿Y cuándo voy a poder marcharme?
Bel Iblis la estudió en silencio. Justo cuando Taryn comenzó a temer que había sido demasiado insolente, él respondió con gravedad.
-Coruscant está rodeado. Nuestras defensas se han visto obligadas a retirarse, y estimamos que el escudo planetario caerá por la mañana.
Taryn se olvidó de no mirar fijamente.
-¿Qué pasará entonces?
-No esperaremos a averiguarlo –dijo-. Vamos a evacuar esta noche.
-¿Se van?
-No tenemos otra opción -dijo Bel Iblis pesadamente-. No hay manera de avisar a nuestras flotas en otros sectores, e incluso si lo hiciéramos, no podrían llegar antes de que falle el escudo.
-Pero, ¿qué pasa con la Nueva República? -insistió ella. ¿Realmente iba a desmoronarse tan fácilmente el incipiente gobierno?
-La Nueva República sobrevivirá –dijo él-. Sólo su sede va a moverse. -Algo parecido a un antiguo dolor ensombreció brevemente sus ojos-. No queremos que Coruscant también sea destruida, cuando todo lo que el Imperio quiere es destruirnos a nosotros. Una vez que estemos fuera del planeta, la población debería estar lo suficientemente a salvo.
Bremen se apartó abruptamente de la pared y abrió la boca, pero se detuvo con una mirada de Bel Iblis. Taryn pasó la vista de uno a otro, consciente de pronto de la tensión entre ellos, y luego miró a Bel Iblis.
-¿Dónde irán?
-Buena pregunta –dijo-. Ahí es donde entra usted.
-¿Yo? -dijo, con cautela.
-Necesitamos toda la capacidad de carga podamos rogar, pedir prestada o robar para la evacuación -dijo, mirándola fijamente.
Taryn lo entendió, de inmediato.
-El Mensajero no es muy grande –protestó-. Ni muy rápido, tampoco. Además, trabajo para el Servicio de Mensajería del Núcleo, no para ustedes. ¡La Nueva República no puede apropiarse sin más de mi nave!
-En realidad, sí que podemos -dijo Bel Iblis-. Y lo haremos. Pero no por lo que usted piensa. -Se inclinó hacia delante, con aspecto serio-. Tenemos que avisar a las flotas del sector que la Nueva República ha evacuado Coruscant y se reagrupará en una nueva base. El secretismo es absolutamente vital; no podemos correr el riesgo de que el Imperio intercepte alguna transmisión y escuche la ubicación de nuestro punto de encuentro. Por lo tanto -extendió sus manos de manera insinuante-, enviamos mensajeros.
Taryn permaneció en silencio. Sospechaba que no había dicho "mensajero" por casualidad.
-Normalmente, enviaríamos un mensajero en una nave de Inteligencia sin marcar -dijo Bel Iblis. Bremen abrió la boca y, de nuevo, el general le lanzó una mirada de advertencia-. Pero necesitamos todo lo que tenemos para la evacuación.
-¿Y si me niego?
-Es libre de permanecer aquí en Coruscant -dijo Bel Iblis-. O de partir en uno de nuestros transportes. Compensaremos al servicio de mensajería por el uso de la nave, por supuesto.
Menudas opciones, pensó Taryn con amargura. Quedarse aquí atrapada esperando a los soldados de asalto, o huir con la Nueva República.
Suspiró.
-Entonces, ¿cuándo nos vamos?

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