Retirada de
Coruscant
Laurie Burns
Taryn Clancy miraba distraídamente cómo una funcionaria
de comunicaciones rellenaba el registro de entrada de las tarjetas de datos apiladas
en el carro repulsor junto a ella. De repente, el murmullo de fondo del centro de
mensajes del viejo palacio imperial desapareció bajo el aullido de las alarmas.
La funcionaria levantó la vista, perdiendo el color
del rostro al identificar los tonos de aviso.
-Oh, cielos -dijo, con voz aturdida-. Coruscant
está bajo ataque.
Los ojos de Taryn también se abrieron como platos,
pero ella actuó rápido.
-Si me firmas eso, me iré -dijo, girando para
empujar el carro más cerca de mostrador de la funcionaria-. Ahí está tu correo –añadió,
tendiéndole enfáticamente la mano.
La funcionaria parpadeó, miró su cuaderno de datos,
pulsó unas cuantas teclas, y sin decir nada se lo entregó. Taryn inspeccionó
rápidamente su autorización, introdujo su propio código, y luego sacó la copia
de la funcionaria y la arrojó sobre el mostrador.
-Gracias -dijo por encima del hombro, habiendo dado
ya tres pasos hacia la puerta.
Fuera, en el pasillo, las alarmas seguían sonando
con tono urgente, pero mientras se apretaba para subir a un abarrotado turboascensor,
Taryn sintió alivio al ver que nadie parecía presa del pánico. Aunque la Nueva República había hecho pasado de ser
una fuerza militar a ser un gobierno galáctico, era obvio que los antiguos
rebeldes no habían olvidado cómo reaccionar ante un ataque imperial. Se mordió
el labio, sabiendo que sus esperanzas de salir del planeta eran optimistas en
el mejor de los casos. Si Coruscant realmente estaba bajo ataque,
probablemente se habría activado el escudo planetario, y ella y Del quedarían
atrapados mientras durase el ataque.
Pero tenía que intentarlo. Después de todo, ¿quién
querría quedar inmóvil en las plataformas de aterrizaje del palacio como un
mynock adosado mientras el Imperio trataba de recuperar su antigua capital?
Yo no,
pensó, saliendo a la brillante plataforma azotada por el viento y parpadeando
ante el brillo del sol de mediodía. A su alrededor, vibraban las reverberaciones
de los motores de media docena de naves, y justo delante, el Mensajero añadía su rugido gutural al
coro mecánico. Del tenía la rampa bajada y esperando, y cuando ella se dejó
caer en el asiento del piloto, un análisis rápido de las pantallas mostró que
estaban casi a punto para despegar.
-Escuché las alarmas -dijo Del, con los arneses de
seguridad del puesto de copiloto ya abrochados-. ¿Qué ocurre?
-Que nos vamos, espero -dijo secamente Taryn. Otra
mirada a las pantallas, y activó el comunicador para llamar al control de vuelo
del palacio. Su corazón se hundió cuando su solicitud de despegue fue
rotundamente denegada.
Demasiado tarde... el escudo planetario ya había sido
alzado. El Imperio estaba allí arriba, la Nueva República estaba aquí abajo, y
ella y el Mensajero estaban atrapados
en medio.
Taryn se dejó caer en su asiento. No era sólo que tuviera
un horario que cumplir. El Servicio de Mensajería del Núcleo prometía un
servicio rápido entre los mundos del núcleo, y con las cajas llenas de
comunicaciones que aún llenaban la mitad de su bodega, no quería retrasarse
demasiado. Sin embargo, los retrasos en las entregas no eran nada comparados
con lo Taryn temía que iba a suceder: una guerra sin cuartel por la posesión de
Coruscant. Los rumores del puerto habían predicho que el
Imperio, a pesar de la reciente pérdida del Gran Almirante Thrawn, se estaba
preparando para atacar el corazón de la Nueva República.
Parecía que habían estado en lo cierto.
-Bueno, caramba -dijo Del, mirando hacia la
plataforma donde estaba despegando un transporte, aparentemente desafiando las
órdenes del controlador-. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Taryn observó cómo el transporte se desvanecía
hasta no ser más que un pequeño punto en el cielo. Si el Mensajero le perteneciera a ella, estaría tentada a hacer lo mismo.
Pero un capitán inteligente no corría riesgos con la propiedad de la empresa.
-Esperaremos -dijo, apagando de mala gana los
motores-. Por lo menos hasta que llegue la ayuda.
Si es que llega en algún momento, añadió en
silencio. Lo primero que habrían hecho los imperiales era inutilizar los relés de
comunicaciones, cortando la capacidad de la Nueva República para pedir ayuda a
sus flotas dispersas a través de la galaxia. Tenían defensas orbitales, por supuesto, pero... Un
pequeño destello llamó su atención, y ella se inclinó para mirar por el
ventanal de transpariacero de la cabina.
-Maldición -susurró.
Del siguió su mirada y vio los destellos casi
imperceptibles de fuego turboláser arriba en el cielo.
-Ahora estamos atrapados -dijo.
Observaron en silencio sombrío por un tiempo antes
de que Taryn preguntase bruscamente:
-¿Cuánto tiempo puede aguantar el escudo
planetario?
-No lo sé -dijo Del-. Depende de con qué lo golpeen,
probablemente. Un par de días, tal vez... o un par de horas.
Ella lo miró. Bajo su bigote gris, la boca de su
primer compañero tenía razón. Y no era de extrañar: después de tres décadas con
el servicio de mensajería, estaba a solo unos días de jubilarse. Estudiando las
líneas de su rostro, Taryn contrastó mentalmente sus años de experiencia con
los que llevaba ella, y de repente se sintió abrumada por su condición de
novata como capitana. Era sólo su cuarto viaje al timón del Mensajero.
Y le tocaba a ella sacarles de esta.
Por un instante sintió una punzada del viejo temor;
el que decía, con la voz de su padre, que volaba para el servicio de mensajería
porque no tenía agallas para hacer ninguna otra cosa. A lo largo de su
infancia, Kal Clancy se jactó de su propia valentía al frente de su carguero, y
luego pasó los años de su adolescencia tratando de moldearla a su imagen. No se
había molestado en ocultar su decepción cuando ella no estuvo a la altura de
sus expectativas.
Ella miró a Delde nuevo . Había estado repartiendo
correo durante más tiempo de lo que ella llevaba viviendo, y nunca había llegado
a capitán. Eso decía algo de ella, ¿verdad? ¿O no?
Basta, se
ordenó Taryn a sí misma. De acuerdo, ser
capitán de un servicio de mensajería no es muy difícil. Eso no quiere decir que
no sea competente.
Sacudiéndose la imagen de su padre, trató de pensar
qué hacer a continuación.
¿O sí?
***
Después de que pasaran algunas horas sin indicios
de naves imperiales descendiendo en el cielo, los nervios de Taryn comenzaron a
ceder. Siete horas después de que comenzasen a sonar las
alarmas, ya era noche cerrada y estaba empezando a enfadarse.
-Bueno, se acabó -declaró después de que otra
solicitud de información al control de vuelo fuera cortésmente esquivada-. No podemos
partir, no van a dejar que nos movamos, y no nos van a decir nada. Voy a ir
allí para averiguar qué está pasando.
-¿A quién vas a preguntar? -preguntó Del.
-A la mismísima Mon Mothma, si tengo que hacerlo -dijo
Taryn.
Del resopló, pero entrar en el palacio resultó
inesperadamente fácil. Después de una ligera discusión inicial con dos
agentes de seguridad de la Nueva República, una vez que descubrieron que era la
capitana del carguero de la plataforma, Taryn fue conducida a un turboascensor.
Uno de los guardias se asomó detrás de ella y apretó un botón en el panel de
llamada.
-Buena suerte -dijo, dándole un saludo burlón
cuando las puertas se cerraron.
Ha sido
fácil... demasiado fácil, pensó, preguntándose qué significaba ese saludo.
Seguía dándole vueltas cuando las puertas se abrieron en un pasillo bastante
alejado de la sección de servicio del palacio, donde había hecho su anterior reparto.
La decoración básica era la misma, pero esta sección tenía un ligero aire
inequívocamente militar.
Al igual que los dos soldados armados que montaban
guardia en la pared frente al turboascensor. Ellos la miraron con expresión
alerta cuando salió, y luego vio a los otros dos, de pie a cada lado del
ascensor. Tratando de ignorar los cuatro pares de ojos fijos en ella, echó un
vistazo al pasillo. En un extremo, una puerta blindada se abrió y un
oficial con el ceño fruncido se dirigió hacia ella. Deteniéndose a un metro de
distancia, le echó un rápido vistazo por encima.
-Soy el coronel Bremen -se identificó-. ¿Y usted es...?
-Taryn Clancy, capitana del Mensajero.
Él asintió con la cabeza bruscamente.
-Si está armada, tendrá que dejar sus armas fuera -dijo,
la extrayendo un escáner de armas de mano.
-No llevo armas -dijo Taryn, pero Bremen recorrió
su cuerpo con el dispositivo de todos modos.
-Está bien -dijo, aparentemente satisfecho-. Sígame.
Un guardia se colocó detrás de ella mientras Taryn
seguía a Bremen a otro pasillo a través de las puertas blindadas. Al pasar, miró con curiosidad las salas abiertas, y
sus pies vacilaron cuando apareció fugazmente ante su vista un rostro que creía
reconocer de los holovídeos. ¿Era realmente Mon Mothma? Y si era la Jefa de
Estado de la Nueva República, ¿a dónde le estaba llevando Bremen?
No hubo tiempo para especular, ya que él se detuvo
junto a una puerta y le indicó que entrara. Taryn entró en el pequeño despacho
y miró al hombre que estaba sentado detrás del escritorio. Bien parecido y de
la misma edad que Del, le resultaba vagamente familiar, pero no terminaba de
ubicarlo.
Es decir, hasta que Bremen cerró la puerta y pasó
junto a ella.
-Aquí le traigo otro, general Bel Iblis. Capitana
Clancy del Mensajero", dijo, y
Taryn trató de no mirar fijamente. ¡Había esperado que le atendiera algún
lacayo del palacio, no que la llevasen ante el hombre a cargo de la defensa de
Coruscant!
-Capitana Clancy. -Bel Iblis saludó cortésmente con
la cabeza mientras Bremen se cruzaba de brazos y tomaba posición contra la
pared de la oficina-. Entiendo que desea información sobre la situación.
-Sí, señor, me gustaría -dijo ella, haciendo un
esfuerzo consciente para relajarse y no estar de pie en posición de firmes-.
¿Qué está pasando? ¿Y cuándo voy a poder marcharme?
Bel Iblis la estudió en silencio. Justo cuando
Taryn comenzó a temer que había sido demasiado insolente, él respondió con
gravedad.
-Coruscant está rodeado. Nuestras defensas se han
visto obligadas a retirarse, y estimamos que el escudo planetario caerá por la
mañana.
Taryn se olvidó de no mirar fijamente.
-¿Qué pasará entonces?
-No esperaremos a averiguarlo –dijo-. Vamos a evacuar
esta noche.
-¿Se van?
-No tenemos otra opción -dijo Bel Iblis pesadamente-.
No hay manera de avisar a nuestras flotas en otros sectores, e incluso si lo
hiciéramos, no podrían llegar antes de que falle el escudo.
-Pero, ¿qué pasa con la Nueva República? -insistió
ella. ¿Realmente iba a desmoronarse tan fácilmente el
incipiente gobierno?
-La Nueva República sobrevivirá –dijo él-. Sólo su
sede va a moverse. -Algo parecido a un antiguo dolor ensombreció brevemente sus
ojos-. No queremos que Coruscant también sea destruida, cuando todo lo que el
Imperio quiere es destruirnos a nosotros. Una vez que estemos fuera del
planeta, la población debería estar lo suficientemente a salvo.
Bremen se apartó abruptamente de la pared y abrió
la boca, pero se detuvo con una mirada de Bel Iblis. Taryn pasó la vista de uno
a otro, consciente de pronto de la tensión entre ellos, y luego miró a Bel
Iblis.
-¿Dónde irán?
-Buena pregunta –dijo-. Ahí es donde entra usted.
-¿Yo? -dijo, con cautela.
-Necesitamos toda la capacidad de carga podamos
rogar, pedir prestada o robar para la evacuación -dijo, mirándola fijamente.
Taryn lo entendió, de inmediato.
-El Mensajero
no es muy grande –protestó-. Ni muy rápido, tampoco. Además, trabajo para el
Servicio de Mensajería del Núcleo, no para ustedes. ¡La Nueva República no
puede apropiarse sin más de mi nave!
-En realidad, sí que podemos -dijo Bel Iblis-. Y lo
haremos. Pero no por lo que usted piensa. -Se inclinó hacia delante, con
aspecto serio-. Tenemos que avisar a las flotas del sector que la Nueva
República ha evacuado Coruscant y se reagrupará en una nueva base. El secretismo
es absolutamente vital; no podemos correr el riesgo de que el Imperio intercepte
alguna transmisión y escuche la ubicación de nuestro punto de encuentro. Por lo
tanto -extendió sus manos de manera insinuante-, enviamos mensajeros.
Taryn permaneció en silencio. Sospechaba que no
había dicho "mensajero" por casualidad.
-Normalmente, enviaríamos un mensajero en una nave
de Inteligencia sin marcar -dijo Bel Iblis. Bremen abrió la boca y, de nuevo,
el general le lanzó una mirada de advertencia-. Pero necesitamos todo lo que
tenemos para la evacuación.
-¿Y si me niego?
-Es libre de permanecer aquí en Coruscant -dijo Bel
Iblis-. O de partir en uno de nuestros transportes. Compensaremos al servicio
de mensajería por el uso de la nave, por supuesto.
Menudas opciones, pensó Taryn con amargura. Quedarse
aquí atrapada esperando a los soldados de asalto, o huir con la Nueva
República.
Suspiró.
-Entonces, ¿cuándo nos vamos?
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