El desafío
-Va a hacer trampa –dijo Chop, con una seriedad inusual en su voz.
Quayce asintió con la cabeza. Se ajustó las gafas de sol sobre los ojos; al arrancar el motor, su barredora cobró vida con un rugido. El ruido de la barredora modificada ahogó los abucheos de la multitud. Esta no iba a ser una audiencia fácil de contentar. Por suerte, el código del desafío mantenía a raya a los Arañas. Sabiendo que no interferirían, Quayce sólo tendría que preocuparse en caso de que perdiera. Se tomó un instante para ajustarse el cinturón de seguridad; no serviría de nada que se cayera antes de que comenzase la carrera.
Junto a ella, en su propia barredora, Dean Lado le hizo una mueca de desdén. Como la mayor parte de los Arañas, era engreído; una mezcla peligrosa cuando se combinaba con un corazón de hielo. Lado quería para sí el prototipo de barredora Honda Estelar, y haría cualquier cosa para poseerlo. ¿Cuántos de los Arañas habían desperdiciado sus vidas tratando de conseguir la barredora experimental y habían fracasado? Era difícil de decir.
Esta vez era distinto. El objetivo de Dean Lado no era la Honda Estelar en sí, sino la hija de Chop, Jardra. Jardra era una buena chica; Quayce desearía que no estuviera envuelta en este lío. La prometedora carrera como cantante de Jardra acababa de empezar con el lanzamiento de “Guerra de Trincheras”, una canción de rock que ya estaba en la lista de canciones prohibidas por el Imperio.
-¡El cinturón no te servirá de nada! ¡Ya has perdido! ¿Por qué no me entregas los planos de la Honda Estelar y te olvidas de esto? –exclamó Lado con una sonrisa asomando en su boca.
-¡Eres un peligro motorizado, Lado! –replicó ella.
Quayce deseó estar tan segura de sí misma como aparentaba. Lado no sabía que ella pilotaba el prototipo de la Honda Estelar, el mismísimo premio que ansiaba. Sin embargo, él tenía una ventaja; Lado era un excelente corredor, y habitualmente ganaba de un modo u otro en cada carrera de barredoras de las bandas en la que participaba. Ella, por su parte, era una piloto competente, pero nunca había corrido en ninguna de las carreras anteriores. Sus únicas ventajas eran la Honda Estelar y un “ecualizador” especial que esperaba no necesitar. Debía mantenerse centrada. Lado era conocido por tender trampas a sus oponentes, y un error podría resultar fatal.
La única regla de la carrera era que no hubiera interferencias externas. El desafío era simple; tres vueltas alrededor del antiguo circuito de barredoras, que estaba cubierto de escombros por los años de abandono. No había forma de saber cuándo o dónde caería algún fragmento del estadio. Los pilotos debían confiar únicamente en su instinto para guiarles. Si Lado ganaba, obtendría los planos de la Honda Estelar, y Quayce renunciaría al liderazgo de los Mynocks. Si Quayce ganaba, Jardra les sería devuelta y Lado dejaría de ser el líder de los Arañas- El código del desafío obligaba al perdedor a aceptar el resultado. No hacerlo, supondría que toda la banda quedaría en desgracia.
El estadio quedó en silencio cuando dos corpulentos Arañas escoltaron a Jardra al centro de la pista llena de escombros. En cada mano, llevaba banderas con los colores de cada una de las bandas: roja y negra para los Mynocks, plateada y azul para los Arañas.
Asustada, miró a Quayce buscando apoyo. Quayce le hizo un gesto levantando los pulgares que llevó una pequeña sonrisa al rostro de Jardra. Indicó a ambos pilotos que se preparasen, alzando ambas banderas al aire sobre su cabeza. Quayce y Lado revolucionaron sus respectivos motores preparándose para la inminente señal. Chop retrocedió fuera de la pista, exclamando y gritando a pleno pulmón en apoyo de la líder de los Mynocks. Jardra miró a ambos pilotos. Entonces las banderas cayeron. Ambas barredoras salieron disparadas hacia delante con una ferocidad que sorprendió incluso a los miembros más veteranos de las bandas. La carrera había comenzado.
Lado se puso en cabeza con facilidad, maniobrando su barredora por encima y entre los obstáculos. Quayce se quedó atrás, pero no por mucho. La Honda Estelar se comportaba casi como una barredora normal. Sus impulsores especiales permanecerían latentes mientras no los activase. Chop le había advertido antes de la carrera que los usase sólo en caso de emergencia. Aunque la Honda Estelar podría adelantar con facilidad a la otra barredora, el primer y único viaje de prueba de su predecesora usando los impulsores había terminado en una feroz explosión. Si eso no acababa con Quayce, sin duda acabaría con los motores de la barredora. Tendría que arriesgarse a usar los impulsores como última opción.
La primera vuelta terminó con Lado en cabeza. En absoluto sorprendida, Quayce continuó en la carrera. En varias ocasiones Lado trató de obligarla a ir al extremo exterior de la pista, donde había mayor cantidad de escombros. Quayce consiguió permanecer fuera de esa zona de peligro, pero cada esfuerzo le había hecho perder terreno. Lado mostraba una sonrisa de suficiencia al comenzar la segunda vuelta. Aminoró bruscamente al entrar en la primera curva, haciendo chocar su barredora con la de ella. Una y otra vez las barredoras colisionaron cuando Lado trataba de empujar a Quayce contra las ruinas del estadio derrumbado.
Quayce ajustó sus controles, ajustando los daños menores. Por debajo de ella, el suelo pasaba a una velocidad de escándalo, haciendo que la pista y los espectadores se fundieran en un indistinguible borrón. Cuando los pilotos entraron en la vuelta final, Quayce se preparó para otro intento de Lado de obligarla a salir de la pista. Para su sorpresa, ni siquiera lo intentó. En lugar de eso, se mantuvo lejos de ella y ahora estaba corriendo a máxima velocidad hacia la última curva. Persiguiéndole justo detrás, vio cómo Lado sacaba una pequeña caja del interior de su chaleco. La caja no mostraba ningún rasgo especial, salvo por un pequeño botón rojo justo en el centro.
-A ese juego pueden jugar dos –se dijo Quayce mientras extraía un pequeño dispositivo esférico del interior de su chaleco; el “ecualizador”. Años de ganar carreras habían ayudado a Lado a dominar las técnicas de arrinconamiento, y salieron a la recta final, con él manteniendo el liderato. Apuntando con la pequeña caja delante de él, Lado presionó el botón rojo. De pronto, delante de ellos brillaron pequeñas luces verdes, anunciando visiblemente la presencia de un totalmente letal campo de minas repulsoras.
Las minas repulsoras, supuso Quayce, probablemente estaban ajustadas para detonar al sentir un segundo campo repulsoelevador. Lado pasaría disparado e, incapaz de maniobrar, Quayce seguiría a su estela, volando en pedazos al hacerlo. Quayce se preparó para activar los impulsores de la Honda Estelar, pero Lado había obtenido demasiada ventaja sobre ella, haciendo imposible un adelantamiento limpio.
Saboreando la victoria, Lado dejó que la caja negra se deslizase de su mano. Cayó al suelo, haciéndose pedazos al rebotar sobre la pista. Con una sonrisa triunfal, Lado miró por encima de su hombro para observar la reacción de Quayce. Quayce, sin embargo, había ignorado su última maniobra. Para sorpresa de Lado, estaba gritando algo, y sus palabras eran imposibles de distinguir. Ella le lanzó algo: el “ecualizador”. Lado palideció cuando la inconfundible forma de una granada magnética volaba hacia él y, con un golpe magnético, se quedaba pegada a su barredora. Lado comenzó a girar sin control, tratando sin éxito de soltar la granada magnética de su moto. Viendo su oportunidad, Quayce activó los impulsores. Con un brusco acelerón, Quayce pasó como un cohete junto a Lado justo cuando las barredoras entraban al campo de minas. Lado gritó con incredulidad cuando la primera mina detonó debajo de él. La fuerza de la explosión lo empujó aún más hacia las minas. Las minas restantes detonaron simultáneamente en una tremenda explosión que sacudió los cimientos del estadio. Una bola de fuego se abrió sobre la pista de barredoras, lanzando llamas a más de cien metros de altura. Quayce surgió de la bola de fuego, con el chaleco ardiendo y su barredora en llamas cuando la Honda Estelar se prendió fuego. Rápidamente cortó la energía a los impulsores y se desabrochó el cinturón de seguridad. Cuando la barredora cruzó la línea de meta, Quayce saltó al suelo, rodando sobre sí misma para extinguir las llamas de sus ropas. La Honda Estelar pasó rugiendo, chocó contra el muro del estadio, y estalló.
El desafío había terminado. Quayce había ganado y Dean Lado estaba muerto. Avanzó cojeando para reunirse con Chop y Jardra en un emotivo reencuentro.
-Cuando vimos el campo de minas, pensábamos que estabas acabada –dijo Chop-. ¿Qué es lo que hiciste para distraer a Lado?
-¿Recuerdas la granada magnética que los Arañas nos lanzaron la semana pasada? –preguntó-. Simplemente les he devuelto el favor.
Chop abrió los ojos como platos.
-Pero no funcionaba. Estaba defectuosa. Tú debías saber eso.
Sacudiéndose el hollín del chaleco, Quayce respondió:
-Yo lo sabía. Tú lo sabías. –Señalando por encima de su hombro a los restos en llamas que antes habían sido Dean Lado, dijo-: ¡Díselo al peligro motorizado!
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