martes, 5 de marzo de 2013

Punto de inflexión (I)

Punto de inflexión
Charlene Newcomb

Las lunas gemelas colgaban majestuosamente en el cielo del atardecer sobre el Océano Locura. Los orbes alumbraban la costa, iluminando suavemente los acantilados Tahika y creando lo que parecía ser un aire de tranquilidad.
Una suave brisa rozó la cara del joven alto y de cabello oscuro que se apoyaba en la barandilla del balcón en lo alto del acantilado. Dair Haslip sabía que esa brisa sólo contribuía a la ilusión de calma. Porque, más cerca del agua, los vientos traicioneros y las olas implacables golpeaban sin piedad los acantilados.
A Dair le gustaba ese lugar de su planeta natal más que cualquier otro. Allí había encontrado consuelo en momentos de desesperación. Había encontrado inspiración. Y ahora que se estaba preparando para abandonar Garos IV por primera vez, quería que cada detalle -las olas, los vientos, los acantilados, las lunas- se le quedase grabado en la memoria. Puede que pasase mucho tiempo antes de que volviera a casa.
Había crecido a lo largo de estos acantilados; miró al sur, hacia el punto donde las luces de la casa de su abuela eran apenas visibles. Pensó en Jos, su mejor amigo, y en las veces que habían caminado por las laderas con esas luces como un faro para guiarlos a casa. En noches como ésta, habían planeado su futuro juntos en la Academia Raithal... Dair sacudió la cabeza con tristeza. Ahora Jos no se iría con él. El imperio no veía con buenos ojos a alguien cuyo padre era buscado por delitos de traición. ¿Por qué las cosas tuvieron que resultar así?, se preguntó.
Buscando una respuesta entre las estrellas, Dair miró hacia el cielo. No hubo respuesta para Jos Pero lo que Dair vio allí llenó su corazón de orgullo.
Recortada contra una luna, la lanzadera imperial clase Lambda descendió a través de tenues nubes. Se deslizaba sin esfuerzo hacia el espaciopuerto al sur de Ariana. Esa lanzadera, y el Imperio al que representaba, significaba más para él ahora que había sido aceptado en la Academia. Y con el interés del Imperio por Garos IV cada día más evidente, había promesas de mayor prosperidad y empleo para los garosianos, oportunidades para los jóvenes como él.
-¿Alguna vez has visto un espectáculo más magnífico? -dijo alguien detrás de él.
Dair se dio la vuelta. Irguió su cuerpo delgado, echando hacia atrás los hombros. La voz profunda de barítono no parecía encajar en el caballero de corta estatura que se reunió con él en el patio.
-No, señor –respondió-. ¿Cómo está esta noche, ministro Paca?
-Bien. Muy bien -respondió Paca, respirando profundamente el aire del mar-. Eres Dair Haslip, ¿no es cierto?
Dair le lanzó una sonrisa, sorprendido de que el Viceministro de Comercio le recordara de su primer encuentro hacía ya más de un año.
-Sí, señor. He venido a la recepción de esta noche acompañando a mi abuela.
Paca asintió.
-Keriin Haslip. Sí, estoy bastante familiarizado con tu familia, Dair -dijo mientras se acercaba a la barandilla del balcón-. Admiraba el trabajo de su padre. Qué tragedia.
Dair desvió la mirada. Recordó que una bomba sundar se había llevado a sus padres durante la guerra civil entre nativos garosianos y colonos de Sundari. Incluso después de seis años, el dolor no se iba.
-¿Cree que el Imperio será capaz de detener la violencia, ministro Paca? -preguntó.
-El ministro Winger está trabajando estrechamente con los funcionarios imperiales hacia ese objetivo. -Paca miró hacia el horizonte y suspiró-. Por supuesto -dijo en voz baja-, hay un precio que debe pagarse cuando el Imperio ayuda a un mundo.
-Sí, claro -dijo Dair ingenuamente-. Impuestos más elevados, una mayor presencia militar. Pero después tendremos paz en Garos.
Paca miró por encima de la barandilla al mar que golpeaba las rocas mucho más abajo.
-Paz -repitió. Había una tristeza en la voz de Paca que hizo que Dair se diera la vuelta y le mirase. Pero lo que fuese que hubiera creído oír desapareció rápidamente detrás de la amplia sonrisa de Paca-. Así que, señor Haslip, ¿cuáles son tus planes ahora que tu abuela ha vendido las minas?
-Ahora estoy matriculado en la universidad, señor. Pero he sido admitido en la Academia Imperial para el próximo período -dijo Dair con orgullo.
-Así que abandonarás Garos para explorar el gran universo que se extiende allá arriba -dijo el hombre, señalando hacia las estrellas-. ¿Ejército o Armada?
-Ejército, señor. Me gusta tener los pies en el suelo.
Paca se rió.
-Entiendo.
-¡Muy bien, Magir Paca, le atrapé! ¿Está corrompiendo a mi nieto? –La luz de la luna se reflejaba en el pelo largo y plateado de Keriin Haslip. Su rostro arrugado daba a entender que los tiempos difíciles no le habían sido ajenos. Pero había una chispa en sus ojos oscuros, como un fuego ardiendo intensamente, que ni siquiera los malos tiempos habían logrado extinguir.
-Por supuesto que no, señora Haslip. Me conoce mejor que eso –le respondió bromeando, besándole la mano que extendió hacia él-. Hemos estado discutiendo el futuro de Dair. Acabo de oír la buena nueva. Garos se enorgullecerá de que uno de sus mejores jóvenes asista a la Academia.
Dair se irguió, notando el destello de orgullo que se extendió por el rostro de su abuela. Pero su sonrisa parecía casi obligada. No obstante, se había dado cuenta de que, conforme el tiempo se acercaba, ella había dejado de hablar del tema de su partida de Garos. Él era su única familia después de todo; eso explicaría su falta de entusiasmo.
Keriin tomó el brazo de Dair.
-Dígame, Paca -dijo, aclarándose la garganta-, ¿hay algo de cierto en los rumores que he oído acerca del Ministro Winger?
-Creo que estamos contemplando a nuestro primer gobernador imperial -dijo Paca.
-¿Tío Tork? Quiero decir, ¿el ministro Winger? –dijo Dair, sorprendido-. Eso es genial, ¿verdad, abuela?
-¿Tío? –preguntó Paca.
-Los Winger siempre han sido como parte de la familia -explicó Keriin a un Paca que parecía divertido-. Y sí, Dair, Tork Winger sería una buena opción dado su conocimiento de las actuales negociaciones de paz con los sundars -agregó.
Paca asintió con la cabeza.
-Sí, es de esperar que el Imperio no forzará la paz -dijo él, incomodándose cuando vio la expresión de asombro en el rostro de Dair.
-¿Forzar la paz? -Dair frunció el ceño, pasando la mirada de su abuela a Paca mientras unos pasos resonaron por el patio de piedra. Vio cómo la tensión escapaba del rostro de Paca.
-¿Ministro Paca? Siento interrumpir.
-¿Qué ocurre, Linsa?
-La lanzadera del Teniente Superior Brandei acaba de aterrizar. El Ministro Winger ha sido llamado para reunirse con él.
-¿A estas horas de la noche? -Qué extraño-. Disculpe, señora Haslip. Dair. Tengo que hablar con el ministro Winger antes de que se vaya.
-Por supuesto, señor -dijo Dair-. Buenas noches.
-Buenas noches, amigo mío –le dijo Keriin-. Bueno, Dair, supongo que tendremos que arreglarnos de otro modo para regresar a casa esta noche.
Dair suspiró. Había estado toda la semana esperando la visita de los Winger.
-Tío Tork iba a contarme más cosas sobre sus días en la academia -le dijo a su abuela.
-Bueno, tal vez otra noche –sonrió-. Así que, dime, jovencito, ¿has venido fuera para escapar de nosotros, los viejos?
Dair respiró hondo.
-Supongo que estaba pensando en Jos, abuela. Debería haber estado aquí esta noche.
-Podría haber venido con nosotros, Dair.
-Eso le dije. Pero dijo que todo el mundo hablaría de su padre. ¡Y tenía razón, abuela! ¡De eso iban la mitad de las conversaciones que he escuchado! “¿Han capturado ya al viejo Desto Mayda? ¡Seguro que ejecutan a Mayda!"
-Sé que Jos debe estar dolido -dijo Keriin-. ¿Le dijiste que ha llegado tu aceptación?
-Sí. Se lo esperaba, pero realmente no quiso hablar de ello. Pero sí dijo que quiere que vaya.
-¿Y no crees que esté siendo sincero?
-No es eso. Es sólo que yo sé cómo me sentiría si la situación fuera al revés. Él es mi mejor amigo, abuela. -Una sonrisa apareció en el rostro de Dair. Un recuerdo era tan claro como si hubiese sucedido ayer-. ¿Alguna vez te dije lo que hicimos Jos y yo ese verano después de mi décimo cumpleaños?
Keriin negó con la cabeza.
-¿Sabes esa extensión de acantilados al sur del Monte Usca...? Solíamos ir a escalar allí todo el tiempo -le dijo Dair, dándose cuenta de que, incluso a la luz de la luna, el rostro de su abuela pareció palidecer.
-Una vez me caí –continuó-. No me hice nada, abuela. Pero estaba tan asustado que no podía moverme.
-¿Qué pasó?
Dair rió entre dientes.
-Jos bajó a por mí. ¡Yo estaba agarrando la cara de la roca para seguir con vida! Jos llegó a mi lado, colgando sobre el océano desde su cuerda. Y entabló una conversación normal como si estuviéramos de pie en tierra firme. ¡Apuesto a que estuvo hablando más de 10 minutos, allí colgado! Me hizo reír y antes de darme cuenta, ¡estábamos escalando el acantilado! -Dair suspiró-. Él siempre ha estado ahí para mí, abuela. Y bueno, ahora me siento como si lo estuviera abandonando.
-Oh, Dair...
-¿Keriin?
Dair se volvió con impaciencia, molesto por haber sido interrumpidos. Pero la llegada de Sali Winger le hizo olvidar temporalmente su depresión por Jos. Tía Sali había sido la mejor amiga de su madre. Y había llegado a ser una amiga aún más cercana de su abuela en los años que siguieron a las muertes de West y Nieka Haslip.
Dair podía ver por qué Tork Winger se llamaba a sí mismo el hombre más afortunado del planeta. Una mujer como Sali era el sueño de todos los políticos. Atractiva, encantadora e inteligente, podría convertir un aburrido asunto diplomático en un tremendo éxito.
-Sali, querida, ¿va todo bien? -preguntó Keriin.
-Sí, todo está bien -respondió Sali, sonriendo dulcemente a Dair y dando un suave apretón a su brazo-. Pero como ya has oído, el teniente Brandei nos ha pedido a Tork y a mí que nos unamos a él en el centro médico.
-¿En el centro médico? ¡Qué extraño! -observó Keriin.
-Sí, a mí también me lo pareció. Pero dijo que quiere que conozcamos a alguien. Si no os importa venir con nosotros, aún podemos pasar por vuestra casa, tal y como habíamos planeado, sólo que después de esta reunión.
-Bueno, por supuesto, querida. Eso será perfecto –sonrió-. ¡Tal vez incluso podamos invitar al teniente a que nos acompañe!
-Una idea excelente, Keriin –dijo-. Dair, ¿estás seguro de que no te importa abandonar la recepción?
-No, en absoluto, tía Sali -respondió Dair con entusiasmo, emocionado por la posibilidad de conocer a un oficial de un Destructor Estelar de la armada. Ofreció un brazo a cada mujer.
-¡Qué gentil! -dijo Sali mientras caminaban hacia la puerta-. Por cierto, Dair, ¿por qué no habéis estado Jos y tú en la mansión últimamente? Espero que Jos no esté avergonzado por las cosas horribles que he estado oyendo acerca de su padre...

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