Exceso de
oferta
Timothy Zahn
En el cartel sobre la gran chatarrería podía leerse
“Blackie’s”, y el hombre que salió de la cabina junto a la estrecha entrada
tenía una profusa cascada de cabello negro. Siguiendo los estándares habituales
de la lógica, Lando Calrissian decidió que ese debía ser el propietario de la
chatarrería.
Salvo que no actuaba como un propietario. Había
duda en su forma de andar conforme avanzaba hacia su visitante, una
incertidumbre en su rostro que no encajaba en un hombre de su tamaño. El hombre
de estatura muy inferior que le seguía tímidamente parecía estar mucho más
tranquilo.
Pero Lando era un extraño allí, en Ciudad Vorrnti y
la guerra contra el Imperio aún seguía asolando ese sector después de lo de
Endor. Tal vez simplemente a Blackie no le gustaban los extranjeros.
-Buenas tardes –dijo educadamente Lando mientras
los dos hombres se acercaban a él-. ¿Blackie?
-Sí –gruñó el grandullón-. ¿Y usted?
-Me llamo Calrissian –dijo Lando-. Estoy buscando
cierta mercancía difícil de encontrar y tengo entendido que usted es la persona
adecuada.
-Lo ha entendido bien -dijo Blackie, dejando por un
instante que el orgullo eclipsase su animosidad-. La tercera chatarrería más
grande de...
-¿Qué está buscando exactamente? –interrumpió el
hombre más pequeño.
Algo en el interior de Lando le advirtió que se
guardara los detalles para sí.
-No lo sabré hasta que vea sus existencias –dijo en
cambio-. ¿Vamos?
Comenzó a avanzar. Blackie se apartó cortésmente de
su camino, pero el hombre más pequeño no se movió.
-La chatarrería es muy grande –advirtió-. Podríamos
caminar por ella el resto del día sin llegar a encontrar nada.
-No hay problema –le aseguró Lando-. Puedo sacar el
trineo repulsor de mi nave, señor...
-Cravel –dijo el otro-. Y si se hubiera molestado
en leer sus documentos de atraque, sabría que los vehículos repulsores están
prohibidos en todo el distrito.
-Es por las ratas de la chatarra –explicó Blackie-.
Los repulsoelevadores las atraen como locas. Por eso el espaciopuerto tiene ese
seto de espinos de dos metros de alto que tuvo que cruzar al salir; no quieren
que esas alimañas se cuelen dentro y mordisqueen los trenes de aterrizaje de la
gente.
-Eso podría ser un problema –convino Lando. Había leído los documentos de atraque,
por supuesto. Pero nunca hacía daño parecer estúpido cuando comenzabas una
negociación-. Bueno, estamos perdiendo el tiempo. Entremos y veamos qué es lo
que tiene.
Reticente, Cravel finalmente se apartó.
-Bien. Usted primero.
La chatarrería era tan impresionante como le había
parecido desde arriba cuando Lando dirigía su nueva nave, la Dama Suerte, al espaciopuerto a un
kilómetro de distancia. También era increíblemente seguro, mucho más que
cualquiera de los almacenes o talleres de reparaciones dispersos alrededor del
espaciopuerto, en el exterior del seto. Rodeado por un muro de ocho metros de
altura coronado con alambre de espino y una red de malla de araña para mantener
apartado a cualquier aerodeslizador entrometido que estuviera dispuesto a
arriesgarse a quebrantar la prohibición de los elevadores de repulsión, el
lugar era aún más impresionante que muchos de los nuevos puestos de avanzada
militares que la recién creada Nueva República había creado.
Y allí, a escasos cincuenta metros de la entrada
–alzándose como un centinela entre un grupo de cosechadoras oxidadas- estaba el
preciso artículo que Lando había ido a buscar allí.
Un Transporte Acorazado Todo-Terreno Imperial.
-¡Guau! –dijo, señalando como un niño que veía su
primera serpiente tramposa-. ¿Eso es un AT-AT?
-No está a la venta –dijo Cravel rápidamente.

-Oh, no estaba pensando en comprarlo –se apresuró a
asegurar Lando, haciéndose visera con la mano para mirar hacia arriba a la
gigantesca máquina de guerra. Había un andamio con redes colgando sobre la
cabeza de la máquina, con tres hombres de pie junto a la barbilla y a los dos
cañones láser pesados Taim y Bak MS-1 instalados allí-. Sólo me he sorprendido
al verlo, eso es todo –continuó, bajando la mirada y echando un vistazo a su
alrededor-. ¿Eso de ahí es un semi oruga corelliano?
Dejó que le condujeran por la chatarrería durante
otra media hora, escuchando a medias el discurso de venta de Blackie y
advirtiendo lo mucho más tranquilo que Cravel parecía ahora que estaban lejos
del AT-AT.
Y conforme paseaban por la chatarrería, pensó.
Pensó mucho.
Para cuando llegaron junto a un par de destrozados
reptadores de pantano hutteses, ya había trazado un plan.
-Ah... esto
ya es otra cosa –dijo, señalando los reptadores-. ¿Funcionan?
-¿Acaso parece
que funcionen? –replicó Cravel.
-Me temo que los motores están fritos –dijo
Blackie-. Pero cualquiera de ellos sería perfecto para piezas de repuesto.
-Desde luego, me llevaré los dos –dijo Lando,
evaluándolos rápidamente con la mirada. El mayor de los dos medía unos tres
metros de alto, veinte de largo y, lo más importante de todo, ocho de ancho.
Atravesaría la estrecha entrada de la chatarrería pero dejando menos de medio
metro de espacio libre a cada lado. Perfecto-. ¿Tienen alguna grúa tractora que
pueda tomar para sacarlos y llevarlos hasta el espaciopuerto?
-Tengo una –dijo Blackie, con sus recelos iniciales
visibles de nuevo en su rostro-. Pero probablemente debería esperar un par de
días.
-¿Por qué? -preguntó Lando-. ¿Las tarifas de
aduanas están a punto de bajar?
-Hay alguna especie de pez gordo que va a llegar
pasado mañana para una importante transacción de terrenos –dijo Cravel-. Su
gente ya ha ocupado todo el edificio de aduanas, y no van a mirar amablemente a
alguien que quiera comenzar a rellenar papeleo por cualquier otra cosa.
-Sí, ya he tratado con peces gordos otras veces –se
solidarizó Lando-. Son como un grano en el trasero, todos ellos. De acuerdo,
pero no pienso quedarme ahí sentado y dejar que algún otro se quede con esos
reptadores. Dejen que me los lleve ahora, y alquilaré uno de esos almacenes al
final de la calle para guardarlos hasta que se despeje el cielo.
-Bueno... por supuesto –dijo Blackie, dubitativo-.
Por supuesto. Volvamos a la oficina a hacer el papeleo, y luego tomaré la grúa
y los sacaré de la chatarrería por usted.
Una hora más tarde, Lando se colocó justo en el
exterior de la chatarrería, observando cómo las cintas de oruga de la grúa
levantaban el polvo mientras Blackie arrastraba el primero de los reptadores
por el patio en dirección a la entrada. Llegó al hueco y aminoró, y Lando pudo
ver cómo la cabeza del hombre giraba hacia un lado y hacia otro para comprobar
los retrovisores, asegurándose de no estar a punto de arañar el reptador con
los postes de soporte de la entrada.
Lando dejó que cerca de una tercera parte del
reptador atravesara el hueco. Luego, con un grito de alarma, sacó su bláster,
se agachó, y abrió fuego a la parte baja de la grúa.
Blackie gritó algo que Lando no pudo escuchar sobre
el rugido del motor y el estallido de los disparos de bláster. Pero la
interferencia no duró mucho. El motor falló al tercer disparo de Lando, y el
rugido se convirtió en un quejido conforme los reguladores de energía
comenzaron a fallar en cascada, e incluso eso se desvaneció con el quinto
disparo de Lando. Hizo tres disparos más, sólo para asegurarse, antes de dejar
de disparar. Con el bláster en la mano, miró debajo de la grúa, observando con
el rabillo del ojo cómo Blackie salía hecho una furia de la cabina de la grúa,
jurando como un jugador de sabacc del Sector Corporativo.
-¡Calrissian! –bramó-. ¿Qué demonios...?
-¿No las ha visto?
–le interrumpió Lando, con una mezcla de incredulidad y repulsión en la voz-.
Debían medir cerca de medio metro de largo, con dientes del tamaño de cuchillos
gyv...
-¿Qué está ocurriendo? –dijo la tensa voz de Cravel
desde detrás de Lando. Lando se volvió para verle correr hacia ellos desde la
caseta de la oficina, con un bláster en la mano-. ¿Quién estaba disparando?
-Él –dijo Blackie con fastidio-. Vio algunas ratas
de la chatarra y perdió la cabeza. Brillante, Calrissian. Simplemente
brillante.
-¿Puedes arreglarla? –preguntó Cravel, agachándose
para mirar bajo la grúa.
-Sí, con tiempo –dijo Blackie con voz súbitamente
tensa-. Pero... –Se detuvo.
Durante un instante nadie habló. Entonces, Cravel
se enderezó. Miró a Blackie, luego a Lando, y finalmente enfundó su bláster.
-Entonces supongo que será mejor que te pongas a
ello –dijo, con jovialidad forzada en su voz-. Espera un segundo, y te ayudaré
a recoger tus herramientas.
-¿Qué puedo hacer para ayudar? –preguntó Lando.
Durante un instante pensó que Cravel iba a decir lo
que era obvio que estaba pensando. Pero el otro se limitó a señalar el
espaciopuerto con la cabeza.
-Vuelva a su nave –dijo-. Tardaremos varios días en
arreglar este estropicio.
-Lo lamento –se disculpó Lando-. Pagaré todas las
reparaciones, por supuesto.
-Ya hablaremos de eso más tarde –dijo Cravel-.
Vamos, piérdase. Blackie, ven conmigo.
Quince minutos más tarde Lando estaba de vuelta a
bordo del Dama Suerte, tecleando en
su panel de comunicaciones. Había sido terriblemente arriesgado, pero lo había
logrado. Y aún más importante, lo había logrado sin que le dispararan.
Ojala el hombre que necesitaba pudiera llegar allí
en los próximos dos días.
-Mando Militar de Coruscant –dijo una voz cortante
por el comunicador.
-Al habla Lando Calrissian –se identificó Lando-.
Antiguo general Calrissian. Necesito que me comunique con el teniente Judder
Page de los Comandos Katarn.
***
El pez gordo del que Blackie había hablado llegó
justo según lo previsto, posando su nave tan cerca como fue posible del
edificio de aduanas y caminando con paso firme el resto de la distancia,
rodeado por una cuña de guardaespaldas fuertemente armados. La gente con la que
había venido a hacer negocios ya estaba allí, habiendo llegado disimuladamente
durante las horas previas.
Pero no eran terrenos ni fincas lo que se iba a
comprar y vender. Ni de lejos.
-¿Y bien? -preguntó el hombre anodino que se
encontraba junto a Lando.
-Es brillestim, desde luego –confirmó Lando
amargamente, echando una última mirada al edificio de aduanas y luego doblando
la esquina del almacén junto al que estaban escondidos-. No importa lo
cuidadosamente que empaqueten esa cosa, parte del olor siempre se filtra.
Probablemente lo hayan cultivado en cámaras secretas en el bosque; cuesta mucho
recrear el entorno de Kessel para las arañas de especia, pero si puedes
lograrlo se pueden conseguir grandes beneficios.
Judder Page gruñó.
-No quiero saber cómo ha llegado a saber eso,
¿verdad?
-Probablemente no –convino Lando-. ¿Están listos
sus hombres?
-Los míos
sí -dijo Page-. La pregunta es: ¿Lo están los suyos?
-Eso creo –dijo Lando-. Ahora que el comprador y su
dinero están aquí, deberían mostrarse en cualquier momento.
Apenas habían salido esas palabras de su boca
cuando, en el interior de los muros de la chatarrería, el AT-AT apareció a la
vista, avanzando con sonoras pisadas hacia el reptador de pantano que todavía
bloqueaba la salida.
-Que me aspen –dijo Page, más sorprendido de lo que
Lando le había escuchado nunca-. ¿Y han logrado que funcione en dos días?
-Dos días –confirmó Lando-. Apuesto que todo lo que
Cravel quería originalmente eran los láseres pesados, probablemente pensando en
montarlos con un generador en uno de los vehículos oruga de Blackie. Ya he
visto antes esa jugada: una banda se apodera de una chatarrería cerca de un
objetivo, fabrica improvisadamente lo que necesite para ese golpe, y luego
simplemente deja atrás todo salvo el botín.
-Hasta que les obligas al Plan B.
Lando asintió.
-Es asombroso cómo el olor de grandes beneficios
puede sacar lo mejor de la gente.
-O lo peor –dijo Page-. Vamos; es hora de que
escurramos el bulto.
Doblaron otra esquina más, apartándose de la vista
del AT-AT. Pero todavía podían oírlo, y Lando hizo una mueca ante el sonido de
la gran pata del AT-AT aplastando el reptador con el que había bloqueado la
salida de la chatarrería. Los crujidos se detuvieron, y la tierra bajo sus pies
comenzó a sacudirse rítmicamente conforme el caminante se dirigía al
espaciopuerto. Page tocó a Lando en el brazo, y ambos se abrieron camino entre
los edificios hacia el punto donde Page había calculado que tendrían la mejor
vista del drama que iba a representarse a continuación.
Como de costumbre, tenía razón. Alcanzaron su
posición privilegiada justo cuando el AT-AT se detuvo cruzando el seto de
espinos del edificio de aduanas y abrió fuego.
Los AT-AT no eran la clase de máquinas de guerra
con las que podías atacar sigilosamente a alguien, y los guardaespaldas ya
estaban fuera del edificio, acribillando al gigantesco intruso con sus propios
disparos. Pero incluso los rifles bláster pesados eran inútiles contra el blindaje
de un AT-AT. El fuego de los cañones láser de la barbilla de la máquina barrió
el edificio de aduanas, desplazando con calma y sistemáticamente los disparos
de un lado a otro y matando a todo el que se encontraba a la vista.
El pez gordo visitante fue el último en morir,
realizando una carrera desesperada a través del espaciopuerto hacia su nave, y
dejando un rastro de guardaespaldas muertos tras él. Los artilleros del AT-AT
le dieron de lleno con un disparo láser, y luego le dispararon de nuevo sólo
para estar seguros.
-Allá van.
Lando miró al costado del AT-AT. La compuerta de
abordaje se había abierto y dos hombres se dejaron caer rápidamente al suelo
con ayuda de cables de descenso. Con los láseres del caminante disparando
todavía sobre los supervivientes dispersos, los hombres se soltaron de sus
cables y corrieron hacia la escena de destrucción. Desaparecieron entre el humo
y el polvo, surgiendo un minuto más tarde cargando con dos grandes contenedores
cada uno. Corriendo más lentamente ahora con sus cargas, se dirigieron de
vuelta al AT-AT.
-¿Page? –preguntó Lando con nerviosismo cuando los
ladrones comenzaron a sujetar sus contenedores robados a los cables.
-Paciencia –aconsejó Page. Tenían que ver cómo
vestían los ladrones y luego vestirse ellos con algo que más o menos
coincidiera.
Y entonces, con los ladrones todavía ocupados en su
tarea, dos hombres con vestimentas similares aparecieron de uno de los
edificios y corrieron en silencio tras ellos. Alcanzaron a los ladrones, hubo
un doble destello de blásters aturdidores de bolsillo, y los hombres ahora
inconscientes fueron apartados sin ceremonias fuera de la vista bajo el cuerpo
del AT-AT. Los recién llegados agarraron los cables y uno de ellos hizo una
señal, y ambos hombres y los contenedores fueron alzados rápidamente a bordo.
Lando contuvo el aliento cuando desaparecieron en el interior...
Fue decididamente anticlimático. Un instante los
láseres del AT-AT estaban disparando a los últimos rezagados de la carnicería.
Al instante siguiente las armas quedaron repentinamente silenciosas.
-Y esto –dijo Page, poniéndose en pie- es todo.
-Aún queda su nave –señaló Lando.
-No hay de qué preocuparse, está cubierta. –Miró a
Lando con curiosidad-. ¿Quiere decirme ahora por qué insistió en que
esperáramos a que atacaran a los traficantes de especia antes de actuar?
Lando se encogió de hombros.
-Blackie me dijo que el AT-AT no estaba operativo
–dijo-. Pensé que, ya que Cravel tenía aquí a sus hombres preparados para
llevar a cabo su travesura, bien podría dejar que fueran ellos quienes me lo
dejaran en funcionamiento.
-¿Y para qué
exactamente necesita un AT-AT en funcionamiento?
Lando sonrió ampliamente.
-Venga a visitarme a Nkllon dentro de unos meses y
lo verá.
-¿Nkllon? –repitió Page, con el ceño fruncido-.
Creía que ese lugar era demasiado cálido para hacer nada de provecho con él.
-Ya lo verá –volvió a decir Lando-. Usted y toda la
Nueva República.
Page meneó la cabeza.
-Si usted lo dice... ¡Ups! Hora de volver al
trabajo. Le veo más tarde.
Se dirigió hacia el AT-AT, donde uno de sus
comandos había reaparecido en la compuerta lateral y estaba volviendo a hacer
descender el dinero y los contenedores de brillestim.
Lando hizo una mueca. Sí, el proyecto Ciudad Nómada
era ambicioso: un viejo acorazado de sobra montado sobre cuarenta AT-AT’s
sobrantes, igualando la lenta velocidad rotacional de Nkllon para permanecer
continuamente en el frío lado oscuro del planeta mientras explotaban los
increíblemente ricos yacimientos de metal del planeta. Si podía ponerlo en
práctica.
Un AT-AT menos. Ya sólo faltaban treinta y nueve
más.
Mentalmente, meneó la cabeza. El olor de las
grandes ganancias realmente sacaba lo mejor de la gente. Lo mejor, y lo peor.
Y lo más alocado.
Echando un último vistazo al AT-AT, se dio la
vuelta y se dirigió a la chatarrería. Era hora de ver si Blackie estaba
dispuesto a hacer un buen trato con él.
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