John Jackson Miller
Capítulo Uno
3960 ABY
-Creo que... puede que haya arruinado mi vida.
-Suena como si hubieras conocido a una mujer –dijo el camarero de rostro púrpura, rellenando la jarra-. ¿Quieres que deje aquí la botella?
Sólo si puedo usarla para romperla en mi cabeza, pensó Jelph Marrian. Era agua dulce, de todos modos... Nada que pudiera ayudarle a olvidar. Con el sudor goteando desde su apelmazado pelo rubio, bebió un profundo trago. La jarra vacía brilló, atrapando la luz del fuego en sus caras talladas. Jelph la hizo dar vueltas en su mano, siguiendo las reflexiones. Desde su llegada a Kesh, sólo había bebido en conchas orojo. Pero la artesanía del vidrio de los keshiri era preciosa... Incluso allí, para servir a los huéspedes en una modesta estación de paso.
El camarero le pasó un plato de gachas.
-Amigo, parece como si hubieras venido corriendo desde Talbus del Sur.
-Y más.
Jelph no añadió que había estado corriendo prácticamente sin pausa desde la noche anterior. Ahora, mientras el sol se ponía otra vez, se había detenido, medio muerto de sed y de hambre, en un tugurio junto a las alargadas sombras de los muros de la capital. Jelph simplemente asintió con la cabeza al agradable anciano keshiri y se retiró a un rincón con su comida. Los nativos de Kesh siempre se sentían más libres para familiarizarse con los esclavos humanos que con los Sith. No deben tener muchos problemas para diferenciarnos, imaginó; esa noche, sus harapientas ropas empapadas, probablemente fueran una pista de que él no había nacido en lo alto.
En realidad, por supuesto, Jelph era el único mortal en Kesh nacido "en lo alto." Provenía del espacio, aunque no había ningún planeta al que llamase hogar. Los tres años que antiguo Caballero Jedi había pasado en su pequeña granja junto al río Marisota fueron el periodo más largo que había vivido en un único lugar en años. Había tenido suerte de encontrarla. Jelph había descubierto la finca abandonada pocos días después de estrellarse con su caza en las tierras altas de la selva, cuando el hambre lo hizo lo suficientemente valiente para ir a explorar. Los ocupantes originales se habían marchado mucho antes, probablemente por temor a las historias de que el río Marisota estaba maldito. Al sentir el lado oscuro de la Fuerza a su alrededor, Jelph había comenzado a opinar lo mismo... hasta que se aventuró hacia el norte y se dio cuenta de que, de hecho, el planeta entero estaba bajo una maldición. Kesh pertenecía a los Sith.
Jelph había dedicado toda su vida adulta a evitar el regreso de los Sith a la galaxia. Toprawa había sido devastado por la guerra de los Jedi contra Exar Kun; Jelph había nacido en un mundo que ya había perdido toda esperanza. Huérfano de padre, de su madre sólo escuchó historias de horror acerca de la ocupación Sith. Cuando ella desapareció una mañana para nunca más volver, el joven Jelph podría haber perdido también la esperanza... si no hubiera llegado en forma de exploradores Jedi. La mujer que le presentaron le salvaría la vida.
Krynda Draay también había perdido a alguien en Toprawa -su marido Jedi- y habían creado un Pacto, un grupo de Caballeros Jedi dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar el retorno de los Sith. Ayudándola en sus atentas visiones se encontraban las Sombras, agentes al servicio de su hijo, otro Jedi de gran visión. El Maestro Lucien había eliminado de alguna manera a Jelph del listado de Jedi, proporcionando al joven una movilidad total y completa. Durante años, Jelph había sido el agente secreto perfecto, viajando por todo el Borde Exterior investigando posibles amenazas Sith mientras que la verdadera Orden Jedi se entretenía con asuntos menor importancia. Se encontraba satisfecho con su éxito...
...hasta que empezó la guerra de la República con los acorazados mandalorianos, cuando todo cambió. Jelph nunca supo exactamente qué había sucedido, aparte de que algún cisma había decapitado el Pacto, revelando su la existencia, entre otras cosas. Considerado entonces por los Jedi como un forajido, Jelph encontró que su única opción era huir. ¡Qué ironía que, al elegir Kesh como su refugio, había encontrado precisamente aquello con lo que había jurado acabar!
Jelph terminó su comida y se frotó los ojos. Hasta ahora lo había hecho todo bien. Después de la vida como una Sombra, esconderse de los Sith en Kesh no había resultado difícil. Sabía como ocultar su presencia en la Fuerza. Y la existencia de una clase de parias humanos facilitó que se mezclase con ellos, siempre y cuando viviera en las tierras interiores y redujera el contacto al mínimo. En poco tiempo, había aprendido el dialecto local y adoptado su acento, dándole acceso a las necesidades de la vida. Una vida dedicada a atender su granja durante el día... y trabajar para reparar caza estelar su dañado por las noches.
El caza estelar. Ya había terminado la reparación de la mayoría del daño causado al Aurek por la tormenta de meteoros; sólo quedaba volver a instalar la consola de comunicaciones y seleccionar el momento y el modo de su partida. Entonces, se convertiría realmente en el centinela que había pretendido ser, advirtiendo a la República y a los Jedi de la presencia de los Sith, y recuperando su buen nombre.
Pero entonces la conoció a ella. Ori Kitai era de los Sith, y se había acercado demasiado a ella, a pesar de su buen juicio. Había dejado que lo distrajera de su misión. La había admitido en su casa. Y ahora ella había descubierto su caza... y se había ido, probablemente para advertir a los Sith.
¿O tal vez no?
Había salido de la granja rápidamente. No había otra elección. Prefería no poner en marcha el caza sin el sistema de comunicaciones, y reinstalarlo tardaría una semana. Merecía la pena intentar al menos atrapar a Ori. Pero ahora se maldecía a sí mismo por no haber estudiado las pistas más detenidamente. Sí, alguien había entrado al cobertizo, matado a su uvak, y descubierto el caza estelar. Pero no estaba claro quién había hecho qué. Sí, Ori había desaparecido, y sus huellas conducían hacia el sendero. Pero otras personas a lomos de uvak también habían estado allí recientemente, y se habían marchado. Sólo Sith con derechos especiales podían montar uvak... pero supuestamente todos ellos eran hostiles hacia Ori, a quién ahora consideraban como una esclava. ¿Había ha cambiado algo? Ella no se habría ido con ellos, en ningún caso.
Su apuesta era que la Tribu no sabía aún de su secreto. Si los jinetes de uvak Sith hubieran descubierto su nave, habrían dejado a alguien para protegerlo. Eso dejaba a Ori. El día anterior, cuando él se encontraba en la selva, había sentido una profunda punzada de la traición por parte de ella a través de la Fuerza. Había visto la destrucción que había causado en su pequeña granja. Y ahora ella se dirigía hacia la capital con un conocimiento capaz de difundir la destrucción a escala galáctica.
Tenía que ser ella. El rastro de Ori había desaparecido antes de la encrucijada, pero Jelph seguía seguro de que se estaba dirigiendo hacia Tahv. No había nada salvo selva al este, y nadie a quien decirle nada aguas abajo, en los pueblos abandonados de los Lagos Ragnos. Con las lluvias del monzón ahogando el río Marisota, se habían cerrado los vados a las escasas ciudades del sur. Eso dejaba la capital, una ciudad que nunca había visitado. El centro del mal en Kesh, sede de la Gran Señora Lillia Venn y de toda su maldita Tribu.
Miró por la ventana hacia las ahora inútiles murallas de la ciudad. ¿Dónde podría estar Ori? ¿Adónde habría ido?
-No pareces feliz, amigo mío. –El preocupado anciano keshiri tomó el cuenco vacío-. Yo siempre trato de tener algo que ofrecer a los pobres. Siento que no sea nada mejor.
-No es eso -dijo Jelph, volviendo a la realidad.
-Ah. La mujer. .El anciano se retiró detrás del mostrador-. Puede que no sea de tu especie, joven humano, pero puedo decirte algo universal. Deja que una mujer entre en tu vida, y podrá suceder cualquier cosa.
Jelph dio un paso hacia la puerta, se volvió y asintió.
-Eso es lo que me da miedo.
Los últimos visitantes abandonaron el zoo. Así era como Ori lo había llamado siempre, pero su auténtico nombre era algo más complicado. Originariamente había sido un parque en honor a Nida Korsin y los Rangers Celestiales, y desde entonces había recibido los nombres de otros dos o tres Grandes Señores, aunque a Ori eso no le parecía un honor especialmente elevado. Tiempo atrás, en su interior había habido animales salvajes, los últimos especímenes de algunas de las especies depredadoras de Kesh. Pero hacía tiempo que los Sith los habían liberado del parque para cazarlos y matarlos por deporte.
Ahora las instalaciones servían como establo público para las monturas uvak usadas en la monta-rastrillo... al menos para aquellos escasos uvak que sobrevivían a sus enfrentamientos en ese violento deporte. Ciudadanos Sith y keshiri acudían por igual para maravillarse ante las poderosas bestias, a las que se cuidaba y preparaba para sus encuentros en la cercana Korsinata.
Últimamente, sin embargo, acudían para ver otra cosa. O, más bien, a una persona.
Ori encontró a su madre donde esperaba encontrarla: limpiando los establos de los uvak. Jelph había estado completamente en lo cierto: la Gran Señora Venn había convertido la caída de Candra Kitai del poder en un espectáculo público. Bajo los observantes ojos del corpulento guardia nocturno, la depuesta Suma Señora continuaba con el trabajo que había estado haciendo durante todo el día como atracción para los transeúntes. Llevando todavía la túnica ceremonial del Día de Donellan, sólo que ahora sucia y raída, Candra se apoyaba sobre la punta de sus pies, moviendo delicadamente montones de estiércol con una larga pala.
Mirando hacia abajo desde donde se encontraba colgada, en el techo del refugio, Ori esperó a que el guardia estuviera justo bajo ella. Entonces se impulsó, dejándose caer y dejando al centinela sin sentido de una patada. Se arrodilló para recoger el sable de luz del hombre y lo arrastró detrás de uno de los establos de los uvak.
Con los ojos húmedos por el hedor, Candra alzó la mirada hacia su hija con aire cansado.
-Has vuelto.
-Sí.
-Han pasado semanas y semanas.
-Tan sólo dos –dijo Ori, examinando a su madre. Había pasado tan poco tiempo desde la festividad, y apenas podía reconocer a esa mujer. Las canas que habían sido siempre cuidadosamente ocultadas por las esteticienes keshiri ahora estaban descuidadas y a la vista. Candra apestaba por todas las asquerosidades que se encontraba en su trabajo. Sus manos, sin embargo, permanecían libres de callos. Ori pudo ver el por qué cuando Candra volvió como un autómata a su trabajo, sujetando con cautela la pala y haciendo movimientos cortos.
-Siguen alimentándolos con unas gachas que les hacen ponerse enfermos –refunfuñó Candra-. Sé que lo están haciendo a propósito.
-Nunca terminarás de hacer este trabajo si usas la pala de ese modo –dijo Ori, acercándose y tomando la herramienta de sus manos. Mirándola por un instante, de pronto recordó que no era ninguna granjera y la arrojó a un lado-. ¿Has estado aquí todo este tiempo?
Candra señaló débilmente a un establo vacío al otro lado del edificio.
-A veces me dejan dormir ahí. –Con cansancio, miró a Ori-. Pareces cansada, cariño. ¿Has descansado?
Ori resopló. Había estado corriendo toda la noche y el día anterior desde la granja de Jelph después de descubrir su secreto en el cobertizo, llegando finalmente a Tahv una hora antes. Ahora, por fin, estaba allí... y tenía algo con lo que negociar. ¿Qué era él? ¿De dónde venía? SISTEMAS DE FLOTA DE LA REPÚBLICA, decían los caracteres antiguos. La República, según recordaba de sus estudios, era la herramienta de los Jedi; el organismo títere mediante el cual los Caballeros Jedi gobernaban a los débiles de la galaxia.
Definitivamente era una información que valdría algo para alguien. Pero, ¿para quién?
-Voy a sacarte de aquí -le dijo a su madre.
-No puedo irme sin más –dijo Candra-. Nos encontrarán, donde quiera que vayamos... y ambas acabaremos de vuelta aquí.
Mirando rápidamente al exterior de los establos, Ori condujo a la mujer de más edad hacia las sombras.
-No voy a hacer que escapes. He... descubierto algo. Algo que nos restaurará... que te restaurará. Tienes que conseguir que pueda ver a los Sumos Señores.
Candra la miró, desconcertada, durante un buen rato antes de volver los ojos hacia la pala, con aire de culpabilidad.
-Será mejor que vuelva al trabajo, antes de que alguien venga a controlar...
Ori agarró a su madre por las muñecas antes de que ésta pudiera moverse.
-¡Madre, necesito saber con quién hablar!
Sacudiendo la cabeza, Candra luchó por evadir la mirada de su hija.
-No, Ori. No sé lo que piensas que has encontrado, pero nada supondrá una diferencia. Hemos perdido.
-¡Esto supondrá una diferencia! –Ori no tenía la menor duda al respecto. Se lo explicó brevemente. Había otra nave estelar en Kesh, otra aparte del Presagio, Una nueva, oculta en una granja junto al Río Marisota. Los susurros de Ori crecieron en volumen por la excitación-. ¡No se trata tan sólo de nuestra familia, Madre! ¡Se trata de reunir a la Tribu con los Sith!
Candra simplemente la miró, incrédula.
-Te has vuelto loca. Te has inventado toda esta historia, para tratar de volver...
Escuchando que el guardia comenzaba a moverse, Ori miró frenéticamente a Candra.
-Conoces la política. Necesito saber qué hacer. ¿A quién puedo acudir?
Ante la palabra política, los ojos de Candra parecieron concentrarse. Volviendo a mirar con tristeza a la pala, habló en voz baja. Tres de los Sumos Señores eran títeres recién nombrados por la Gran Señora, dijo. Pero eso dejaba a otros cuatro que podrían escuchar... dos de cada una de las antiguas facciones Roja y Dorada. Ellos formaban el equilibrio del poder político, y bien podrían premiar a la familia Kitai por llevarles la noticia primeramente a ellos.
-Si esto es real, tienes que llevarlos allí, para que lo vean por sí mismos -dijo Candra-. Envíales mensajes a través de Gadin Badolfa, el arquitecto. Él se ve con todos ellos, y yo todavía confío en él. No les digas exactamente lo que has encontrado; de esa manera, no quedan comprometidos por ir a encontrarse contigo.
Ori reflexionó. El muy demandado Badolfa se encontraba muy elevado en la sociedad Sith, y era una figura con los mejores contactos que una persona fuera de la jerarquía pudiera tener. Los Sumos Señores podrían no creer que las invitaciones fueran legítimas, incluso aunque llegasen a través de un amigo de confianza de la familia como Badolfa... pero no quedaban muchas opciones.
Arrastró el cuerpo del guardia de vuelta al establo. Antes había pasado junto a un abrevadero que serviría perfectamente como hogar temporal para él; los otros guardias asumirían que se encontraba borracho durante su turno. Pero se quedó con el sable de luz. Sólo había pasado un día desde que los hermanos Luzo habían tomado el suyo, pero se sentía bien al tener uno de nuevo en su mano.
-Madre, ¿estás segura de que no quieres venir conmigo?
Apoyada en el mango de la pala, Candra lanzó una larga y dura mirada a su hija.
-No, ahora mismo este es mi lugar. Yo sólo te retrasaría. –Bajó la mirada al suelo del establo e hizo una mueca-. Y si este plan tuyo no funciona, no te molestes por mí aquí. No espero durar aquí mucho más tiempo de todos modos.
-Suena como si hubieras conocido a una mujer –dijo el camarero de rostro púrpura, rellenando la jarra-. ¿Quieres que deje aquí la botella?
Sólo si puedo usarla para romperla en mi cabeza, pensó Jelph Marrian. Era agua dulce, de todos modos... Nada que pudiera ayudarle a olvidar. Con el sudor goteando desde su apelmazado pelo rubio, bebió un profundo trago. La jarra vacía brilló, atrapando la luz del fuego en sus caras talladas. Jelph la hizo dar vueltas en su mano, siguiendo las reflexiones. Desde su llegada a Kesh, sólo había bebido en conchas orojo. Pero la artesanía del vidrio de los keshiri era preciosa... Incluso allí, para servir a los huéspedes en una modesta estación de paso.
El camarero le pasó un plato de gachas.
-Amigo, parece como si hubieras venido corriendo desde Talbus del Sur.
-Y más.
Jelph no añadió que había estado corriendo prácticamente sin pausa desde la noche anterior. Ahora, mientras el sol se ponía otra vez, se había detenido, medio muerto de sed y de hambre, en un tugurio junto a las alargadas sombras de los muros de la capital. Jelph simplemente asintió con la cabeza al agradable anciano keshiri y se retiró a un rincón con su comida. Los nativos de Kesh siempre se sentían más libres para familiarizarse con los esclavos humanos que con los Sith. No deben tener muchos problemas para diferenciarnos, imaginó; esa noche, sus harapientas ropas empapadas, probablemente fueran una pista de que él no había nacido en lo alto.
En realidad, por supuesto, Jelph era el único mortal en Kesh nacido "en lo alto." Provenía del espacio, aunque no había ningún planeta al que llamase hogar. Los tres años que antiguo Caballero Jedi había pasado en su pequeña granja junto al río Marisota fueron el periodo más largo que había vivido en un único lugar en años. Había tenido suerte de encontrarla. Jelph había descubierto la finca abandonada pocos días después de estrellarse con su caza en las tierras altas de la selva, cuando el hambre lo hizo lo suficientemente valiente para ir a explorar. Los ocupantes originales se habían marchado mucho antes, probablemente por temor a las historias de que el río Marisota estaba maldito. Al sentir el lado oscuro de la Fuerza a su alrededor, Jelph había comenzado a opinar lo mismo... hasta que se aventuró hacia el norte y se dio cuenta de que, de hecho, el planeta entero estaba bajo una maldición. Kesh pertenecía a los Sith.
Jelph había dedicado toda su vida adulta a evitar el regreso de los Sith a la galaxia. Toprawa había sido devastado por la guerra de los Jedi contra Exar Kun; Jelph había nacido en un mundo que ya había perdido toda esperanza. Huérfano de padre, de su madre sólo escuchó historias de horror acerca de la ocupación Sith. Cuando ella desapareció una mañana para nunca más volver, el joven Jelph podría haber perdido también la esperanza... si no hubiera llegado en forma de exploradores Jedi. La mujer que le presentaron le salvaría la vida.
Krynda Draay también había perdido a alguien en Toprawa -su marido Jedi- y habían creado un Pacto, un grupo de Caballeros Jedi dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar el retorno de los Sith. Ayudándola en sus atentas visiones se encontraban las Sombras, agentes al servicio de su hijo, otro Jedi de gran visión. El Maestro Lucien había eliminado de alguna manera a Jelph del listado de Jedi, proporcionando al joven una movilidad total y completa. Durante años, Jelph había sido el agente secreto perfecto, viajando por todo el Borde Exterior investigando posibles amenazas Sith mientras que la verdadera Orden Jedi se entretenía con asuntos menor importancia. Se encontraba satisfecho con su éxito...
...hasta que empezó la guerra de la República con los acorazados mandalorianos, cuando todo cambió. Jelph nunca supo exactamente qué había sucedido, aparte de que algún cisma había decapitado el Pacto, revelando su la existencia, entre otras cosas. Considerado entonces por los Jedi como un forajido, Jelph encontró que su única opción era huir. ¡Qué ironía que, al elegir Kesh como su refugio, había encontrado precisamente aquello con lo que había jurado acabar!
Jelph terminó su comida y se frotó los ojos. Hasta ahora lo había hecho todo bien. Después de la vida como una Sombra, esconderse de los Sith en Kesh no había resultado difícil. Sabía como ocultar su presencia en la Fuerza. Y la existencia de una clase de parias humanos facilitó que se mezclase con ellos, siempre y cuando viviera en las tierras interiores y redujera el contacto al mínimo. En poco tiempo, había aprendido el dialecto local y adoptado su acento, dándole acceso a las necesidades de la vida. Una vida dedicada a atender su granja durante el día... y trabajar para reparar caza estelar su dañado por las noches.
El caza estelar. Ya había terminado la reparación de la mayoría del daño causado al Aurek por la tormenta de meteoros; sólo quedaba volver a instalar la consola de comunicaciones y seleccionar el momento y el modo de su partida. Entonces, se convertiría realmente en el centinela que había pretendido ser, advirtiendo a la República y a los Jedi de la presencia de los Sith, y recuperando su buen nombre.
Pero entonces la conoció a ella. Ori Kitai era de los Sith, y se había acercado demasiado a ella, a pesar de su buen juicio. Había dejado que lo distrajera de su misión. La había admitido en su casa. Y ahora ella había descubierto su caza... y se había ido, probablemente para advertir a los Sith.
¿O tal vez no?
Había salido de la granja rápidamente. No había otra elección. Prefería no poner en marcha el caza sin el sistema de comunicaciones, y reinstalarlo tardaría una semana. Merecía la pena intentar al menos atrapar a Ori. Pero ahora se maldecía a sí mismo por no haber estudiado las pistas más detenidamente. Sí, alguien había entrado al cobertizo, matado a su uvak, y descubierto el caza estelar. Pero no estaba claro quién había hecho qué. Sí, Ori había desaparecido, y sus huellas conducían hacia el sendero. Pero otras personas a lomos de uvak también habían estado allí recientemente, y se habían marchado. Sólo Sith con derechos especiales podían montar uvak... pero supuestamente todos ellos eran hostiles hacia Ori, a quién ahora consideraban como una esclava. ¿Había ha cambiado algo? Ella no se habría ido con ellos, en ningún caso.
Su apuesta era que la Tribu no sabía aún de su secreto. Si los jinetes de uvak Sith hubieran descubierto su nave, habrían dejado a alguien para protegerlo. Eso dejaba a Ori. El día anterior, cuando él se encontraba en la selva, había sentido una profunda punzada de la traición por parte de ella a través de la Fuerza. Había visto la destrucción que había causado en su pequeña granja. Y ahora ella se dirigía hacia la capital con un conocimiento capaz de difundir la destrucción a escala galáctica.
Tenía que ser ella. El rastro de Ori había desaparecido antes de la encrucijada, pero Jelph seguía seguro de que se estaba dirigiendo hacia Tahv. No había nada salvo selva al este, y nadie a quien decirle nada aguas abajo, en los pueblos abandonados de los Lagos Ragnos. Con las lluvias del monzón ahogando el río Marisota, se habían cerrado los vados a las escasas ciudades del sur. Eso dejaba la capital, una ciudad que nunca había visitado. El centro del mal en Kesh, sede de la Gran Señora Lillia Venn y de toda su maldita Tribu.
Miró por la ventana hacia las ahora inútiles murallas de la ciudad. ¿Dónde podría estar Ori? ¿Adónde habría ido?
-No pareces feliz, amigo mío. –El preocupado anciano keshiri tomó el cuenco vacío-. Yo siempre trato de tener algo que ofrecer a los pobres. Siento que no sea nada mejor.
-No es eso -dijo Jelph, volviendo a la realidad.
-Ah. La mujer. .El anciano se retiró detrás del mostrador-. Puede que no sea de tu especie, joven humano, pero puedo decirte algo universal. Deja que una mujer entre en tu vida, y podrá suceder cualquier cosa.
Jelph dio un paso hacia la puerta, se volvió y asintió.
-Eso es lo que me da miedo.
Los últimos visitantes abandonaron el zoo. Así era como Ori lo había llamado siempre, pero su auténtico nombre era algo más complicado. Originariamente había sido un parque en honor a Nida Korsin y los Rangers Celestiales, y desde entonces había recibido los nombres de otros dos o tres Grandes Señores, aunque a Ori eso no le parecía un honor especialmente elevado. Tiempo atrás, en su interior había habido animales salvajes, los últimos especímenes de algunas de las especies depredadoras de Kesh. Pero hacía tiempo que los Sith los habían liberado del parque para cazarlos y matarlos por deporte.
Ahora las instalaciones servían como establo público para las monturas uvak usadas en la monta-rastrillo... al menos para aquellos escasos uvak que sobrevivían a sus enfrentamientos en ese violento deporte. Ciudadanos Sith y keshiri acudían por igual para maravillarse ante las poderosas bestias, a las que se cuidaba y preparaba para sus encuentros en la cercana Korsinata.
Últimamente, sin embargo, acudían para ver otra cosa. O, más bien, a una persona.
Ori encontró a su madre donde esperaba encontrarla: limpiando los establos de los uvak. Jelph había estado completamente en lo cierto: la Gran Señora Venn había convertido la caída de Candra Kitai del poder en un espectáculo público. Bajo los observantes ojos del corpulento guardia nocturno, la depuesta Suma Señora continuaba con el trabajo que había estado haciendo durante todo el día como atracción para los transeúntes. Llevando todavía la túnica ceremonial del Día de Donellan, sólo que ahora sucia y raída, Candra se apoyaba sobre la punta de sus pies, moviendo delicadamente montones de estiércol con una larga pala.
Mirando hacia abajo desde donde se encontraba colgada, en el techo del refugio, Ori esperó a que el guardia estuviera justo bajo ella. Entonces se impulsó, dejándose caer y dejando al centinela sin sentido de una patada. Se arrodilló para recoger el sable de luz del hombre y lo arrastró detrás de uno de los establos de los uvak.
Con los ojos húmedos por el hedor, Candra alzó la mirada hacia su hija con aire cansado.
-Has vuelto.
-Sí.
-Han pasado semanas y semanas.
-Tan sólo dos –dijo Ori, examinando a su madre. Había pasado tan poco tiempo desde la festividad, y apenas podía reconocer a esa mujer. Las canas que habían sido siempre cuidadosamente ocultadas por las esteticienes keshiri ahora estaban descuidadas y a la vista. Candra apestaba por todas las asquerosidades que se encontraba en su trabajo. Sus manos, sin embargo, permanecían libres de callos. Ori pudo ver el por qué cuando Candra volvió como un autómata a su trabajo, sujetando con cautela la pala y haciendo movimientos cortos.
-Siguen alimentándolos con unas gachas que les hacen ponerse enfermos –refunfuñó Candra-. Sé que lo están haciendo a propósito.
-Nunca terminarás de hacer este trabajo si usas la pala de ese modo –dijo Ori, acercándose y tomando la herramienta de sus manos. Mirándola por un instante, de pronto recordó que no era ninguna granjera y la arrojó a un lado-. ¿Has estado aquí todo este tiempo?
Candra señaló débilmente a un establo vacío al otro lado del edificio.
-A veces me dejan dormir ahí. –Con cansancio, miró a Ori-. Pareces cansada, cariño. ¿Has descansado?
Ori resopló. Había estado corriendo toda la noche y el día anterior desde la granja de Jelph después de descubrir su secreto en el cobertizo, llegando finalmente a Tahv una hora antes. Ahora, por fin, estaba allí... y tenía algo con lo que negociar. ¿Qué era él? ¿De dónde venía? SISTEMAS DE FLOTA DE LA REPÚBLICA, decían los caracteres antiguos. La República, según recordaba de sus estudios, era la herramienta de los Jedi; el organismo títere mediante el cual los Caballeros Jedi gobernaban a los débiles de la galaxia.
Definitivamente era una información que valdría algo para alguien. Pero, ¿para quién?
-Voy a sacarte de aquí -le dijo a su madre.
-No puedo irme sin más –dijo Candra-. Nos encontrarán, donde quiera que vayamos... y ambas acabaremos de vuelta aquí.
Mirando rápidamente al exterior de los establos, Ori condujo a la mujer de más edad hacia las sombras.
-No voy a hacer que escapes. He... descubierto algo. Algo que nos restaurará... que te restaurará. Tienes que conseguir que pueda ver a los Sumos Señores.
Candra la miró, desconcertada, durante un buen rato antes de volver los ojos hacia la pala, con aire de culpabilidad.
-Será mejor que vuelva al trabajo, antes de que alguien venga a controlar...
Ori agarró a su madre por las muñecas antes de que ésta pudiera moverse.
-¡Madre, necesito saber con quién hablar!
Sacudiendo la cabeza, Candra luchó por evadir la mirada de su hija.
-No, Ori. No sé lo que piensas que has encontrado, pero nada supondrá una diferencia. Hemos perdido.
-¡Esto supondrá una diferencia! –Ori no tenía la menor duda al respecto. Se lo explicó brevemente. Había otra nave estelar en Kesh, otra aparte del Presagio, Una nueva, oculta en una granja junto al Río Marisota. Los susurros de Ori crecieron en volumen por la excitación-. ¡No se trata tan sólo de nuestra familia, Madre! ¡Se trata de reunir a la Tribu con los Sith!
Candra simplemente la miró, incrédula.
-Te has vuelto loca. Te has inventado toda esta historia, para tratar de volver...
Escuchando que el guardia comenzaba a moverse, Ori miró frenéticamente a Candra.
-Conoces la política. Necesito saber qué hacer. ¿A quién puedo acudir?
Ante la palabra política, los ojos de Candra parecieron concentrarse. Volviendo a mirar con tristeza a la pala, habló en voz baja. Tres de los Sumos Señores eran títeres recién nombrados por la Gran Señora, dijo. Pero eso dejaba a otros cuatro que podrían escuchar... dos de cada una de las antiguas facciones Roja y Dorada. Ellos formaban el equilibrio del poder político, y bien podrían premiar a la familia Kitai por llevarles la noticia primeramente a ellos.
-Si esto es real, tienes que llevarlos allí, para que lo vean por sí mismos -dijo Candra-. Envíales mensajes a través de Gadin Badolfa, el arquitecto. Él se ve con todos ellos, y yo todavía confío en él. No les digas exactamente lo que has encontrado; de esa manera, no quedan comprometidos por ir a encontrarse contigo.
Ori reflexionó. El muy demandado Badolfa se encontraba muy elevado en la sociedad Sith, y era una figura con los mejores contactos que una persona fuera de la jerarquía pudiera tener. Los Sumos Señores podrían no creer que las invitaciones fueran legítimas, incluso aunque llegasen a través de un amigo de confianza de la familia como Badolfa... pero no quedaban muchas opciones.
Arrastró el cuerpo del guardia de vuelta al establo. Antes había pasado junto a un abrevadero que serviría perfectamente como hogar temporal para él; los otros guardias asumirían que se encontraba borracho durante su turno. Pero se quedó con el sable de luz. Sólo había pasado un día desde que los hermanos Luzo habían tomado el suyo, pero se sentía bien al tener uno de nuevo en su mano.
-Madre, ¿estás segura de que no quieres venir conmigo?
Apoyada en el mango de la pala, Candra lanzó una larga y dura mirada a su hija.
-No, ahora mismo este es mi lugar. Yo sólo te retrasaría. –Bajó la mirada al suelo del establo e hizo una mueca-. Y si este plan tuyo no funciona, no te molestes por mí aquí. No espero durar aquí mucho más tiempo de todos modos.
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