Phil Brucato
La criatura se enroscó en una
esquina del tanque, con sus brillantes colores reluciendo bajo la tenue luz. Hatabbas
soltó una risita entre dientes e indicó a sus guardias que arrastraran a Kend
Harlow al borde de la piscina.
-¿Realmente creías que podrías
limpiar mi caja fuerte secundaria y salirte con la tuya? –preguntó el señor del
crimen, rasgando el envoltorio de otro paquete de caramelos de menta
cardellianos con sus dos brazos superiores mientras que cruzaba los inferiores
sobre su amplio estómago.
-En este lugar todo gira en
torno a las apuestas; simplemente nunca apuesto en aquello cuyo resultado no
puedo alterar. –La bravata de Harlow sonaba forzada.
La cosa de la esquina se
desplazó por el agua. El viajero espacial calculó su longitud en más de tres
metros. Respiró profundamente, deseando que su corazón se detuviera antes de
romperse.
Los guardaespaldas de Hatabbas
avanzaron, ansiosos por observar el espectáculo. El guardia a la izquierda de
Harlow le soltó los grilletes mientras el de su derecha le empujaba hacia
delante a punta de bláster. El olor del agua pantanosa inundaba la sala, y
Harlow lo sintió en su estómago, expandiendo los pulmones para preparar la
zambullida que se avecinaba.
-¿Entonces dejas que me vaya? –bromeó
con una ligereza de ánimo que no sentía.
-Sólo vas a ir a un lugar,
Harlow –replicó el mafioso. Se echó un caramelo de menta a la boca y lo tragó
para dar más énfasis. Sus guardaespaldas rieron. En el agua, tras él, la
criatura nadaba perezosamente en círculos, preparándose para el inmediato festín.
-¿Y si gano?
-Si ganas –respondió Hatabbas-,
puedes irte libre. –Los guardias volvieron a reír-. Pero antes tendrás que
pasar por nosotros.
-No son buenas probabilidades,
Hatabbas. –Harlow flexionó las manos, volviendo a llevar la sangre a sus
dedos-. No es justo en absoluto.
-Apostar es un mal hábito –respondió
el pez gordo-, y tu tiempo se ha acabado.
Hizo un gesto con la mano y uno
de los guardias empujó a Harlow hacia delante. El viajero espacial tuvo el
tiempo justo para tomar aliento antes de chocar contra la superficie del agua.
La bestia cruzó disparada la longitud del tanque, fijando sus ojos negros en
los de Harlow, abriendo de golpe la boca conforme se lanzaba hacia él.
Harlow decidió que ese era uno
de sus días que menos le gustaban...
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