lunes, 7 de diciembre de 2015

La plaga de xendrites en Jacelle


Xendrite alado
La plaga de xendrites en Jacelle
Chuck Truett

Yosev Seville no pudo evitar estremecerse la primera vez que salió a la calle bajo el oscuro cielo de mediodía de Jacelle.
-Por las piedras del espacio –exclamó, cubriéndose la nariz y la boca con el respirador antes de que el repugnante olor de las heces de xendrite llenara sus pulmones.
El gobernador de Sirdar, un humano local –un “planetero” que nunca había salido al espacio, tal como vio Yosev- asintió lentamente con su vieja cabeza gris.
-En efecto –dijo-. Hemos cambiado una maldición por otra.
El cielo estaba lleno de formas voladoras, las alas de los xendrites formando anchos triángulos isósceles que cubrían los cielos, volando en bandadas de un punto a otro, buscando insectos en una atmósfera que súbitamente estaba vacía de nutrientes.
Yosev dejó caer de su hombro la correa de su rifle y lo apuntó al cielo, deteniendo sólo para apuntar ese suave movimiento en el que tanta práctica tenía. Con el dedo sobre el gatillo del BlasTech, se detuvo, y luego se volvió para mirar al gobernador. Mantuvo los ojos fijos en él mientras realizó un disparo aleatorio al cielo, y ambos permanecieron allí en la plaza, inmóviles, mientras el cuerpo sin vida del xendrite caía al suelo.
-¿Ustedes los lugareños han probado a comer estas cosas? –preguntó-. Curad la carne y no tendréis que preocuparos nunca más por vuestros cultivos moribundos.
El gobernador palideció.
-Como diplomático, he comido muchos platos extraños –respondió-. Incluso he comido las babosas tiehn que tanto gustan a los hutts. Pero nunca antes había comido nada tan repugnante como la carne de estos monstruos.
Yosev volvió a menear la cabeza. Los “planeteros” nunca entendían la ecología del modo que lo hacían los espaciantes. Un viajero espacial miraba todo como un sistema cerrado. Un viajero espacial no olvidaba que cada solución venía con su propio grupo de problemas. Un viajero espacial no llenaría su nave con gas venenoso sólo para matar unos cuantos insectos zhat.
Yosev miró al gobernador. Era débil y viejo, y ni él ni su planeta le generaban la menos simpatía. Un viajero espacial –incluso un niño- se habría dado cuenta de que llevar una población de xendrites a un planeta sin depredadores adecuados, pero con una fuente de alimento extremadamente rica, resultaría casi instantáneamente en problemas de superpoblación. Comenzó a caminar hacia el cuerpo del xendrite muerto, avanzando cuidadosamente por la sucísima plaza.
-¿Por qué no dejaron que el propio planeta se encargara de los insectos? –preguntó.
-Teníamos miedo –respondió el gobernador-. Había enfermedades por todas partes. Se estaban comiendo los cultivos.
Yosev le miró fijamente.
-De modo que ahora van a morirse de hambre porque los cultivos están cubiertos de materia fecal de elevada acidez que está quemando la clorofila. Incluso si eso no fuera así, los xendrites cubren de tal modo los cielos que bloquean tanta luz ultravioleta que de todas formas los cultivos no podrían sobrevivir.
-Sí –respondió el gobernador, apartándose, mirando las sucias baldosas bajo sus pies.
El xendrite que Yosev había matado yacía sobre un montón de heces. Con la punta de su bota, dio la vuelta al cuerpo. Bien, pensó. Un disparo, un xendrite muerto. No deberíamos tener problemas para limpiar los cielos.
-¿Puede ayudarnos? –preguntó el gobernador.
Yosev le miró, practicando su mirada de desdén, la mirada en la que su padre era tan bueno. En menos de 30 segundos, el gobernador comenzó a acobardarse.
-Por favor –dijo en voz baja.
-Veinticinco –dijo Yosev.
El gobernador dejó marchar su ansiedad con un largo y suave suspiro de alivio.
-Gracias, gracias. Veinticinco mil créditos es un precio pequeño...
Yosev le interrumpió.
-Tiene razón, 25.000 es un precio pequeño. Quiero decir 25 millones.
El gobernador palideció, y su respiración volvió a acelerarse, pero asintió.
-Por supuesto –dijo.
-¿25 millones de créditos, está de acuerdo? –preguntó Yosev.
-Sí –respondió él-. Estoy de acuerdo.
Yosev apagó el grabador de voz que llevaba en el bolsillo de la pierna de su mono de vuelo.
-Trato hecho –dijo, sonriéndole, y aparentando por un instante ser la chica adolescente que realmente era-. Dígale a su gente que se ponga a cubierto. –Yosev activó su comunicador y comenzó a caminar hacia su lanzadera-. Todo preparado –dijo-. Haz bajar a esos chicos. –Soltó una carcajada-. Pero espera a que me quite de en medio.
-¿Qué te hace tanta gracia, Yos? –fue la respuesta de su hermano.
-Te lo diré cuando llegue allí –respondió, volviendo a reírse al imaginarse a los lugareños saliendo de sus refugios y caminando por un mundo cubierto por una gruesa capa de xendrites.
Costará otros cinco millones limpiarlo todo, pensó

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