martes, 29 de diciembre de 2015

Cebo

Cebo
Alan Dean Foster

Grummgar sabía que una de las claves para permitir que un tipo grande se oculte era encontrar modos de moverse sin llamar demasiado la atención. En consecuencia, el deslizador especializado para la caza en el que se encontraba sentado en ese momento no era mucho más grande que él.
Y Grummgar era realmente un tipo muy grande.
De ahí la necesidad de un deslizador considerablemente compacto, pero potente. Con su silencioso sistema personalizado de propulsión y su enmascarador térmico integrado, era particularmente útil para deslizarse inadvertidamente dentro y fuera de uno de sus terrenos de caza favoritos: las sagradas junglas de Ithor. El hecho de que cazar en los extensos límites de Ithor fuera altamente ilegal no le disuadía. Pocas cosas disuadían a Grummgar de perseguir sus objetivos, ya fueran el trofeo ocasional que guardaba para su placer personal o, en este caso, que obtenía para un cliente.
Procedente de un mundo donde los atributos y habilidades físicas eran valorados por encima de todo lo demás, había desarrollado los suyos hasta un punto en el que, desde hacía algún tiempo, se sentía seguro actuando solo. Dada la actual situación de la sociedad galáctica después de la caída del Imperio y la continua confusión en el seno de la Nueva República, ser su propio jefe y no responder ante nadie le colocaba en una posición envidiable. Podía ir donde deseara, cuando lo deseara, y hacer lo que quisiera. Entre otras cosas, le permitía pasar tiempo con algunos de sus conocidos menos respetables, en mundos remotos y apartados, y generalmente burlarse de las autoridades llevándose el pulgar a la nariz. Lo que, considerando el tamaño de su nariz, era algo a tener en cuenta.
Además, debido a su arisca personalidad, así como a su intimidante apariencia, su especie no era conocida por su capacidad de socializar fácilmente.
Desplazando su inmenso cuerpo de color bronce sobre el deslizador, levantó una mano gigantesca para limpiarse las gotas de lluvia de, primero, el derecho, y, luego, el izquierdo de los dos cortos y robustos colmillos gemelos que sobresalían de su cara. Sus grandes ojos negros se hundieron incluso más de lo normal bajo un ceño que parecía un acantilado, mientras estudiaba el claro del bosque que se encontraba ligeramente por debajo y enfrente de él. Su otra mano sostenía el pesado rifle de caza 242 con tanta ligereza como si fuera de juguete. No era ningún juguete: el 242 disparaba un proyectil autopropulsado que podía derribar a un rancor adulto.
Al ajustar la posición de la parte superior de su cuerpo, las placas blindadas grises de sus hombros se desplazaron ligeramente. Ubicado cerca de la corriente de un claro arroyuelo, y cubierto con una alfombra de hongos comestibles azules y rosas, el claro veteado que estaba observando a través de sus magnoscopios era justo donde uno podría esperar encontrar al letal molsume, con su pelaje iridiscente brillando a la luz del sol para advertir a los depredadores potenciales de que la carne de la inusual criatura de múltiples patas era tan tóxica como el veneno que goteaba de sus colmillos gemelos. Grummgar no tenía ninguna intención de comerse su presa, por supuesto. El cliente para el que estaba trabajando sólo quería para su colección la piel, con su aspecto de joya.
Sólo había un pequeño problema.
El claro ya estaba ocupado.
Como buen cazador profesional y viajero de largo recorrido que era, Grummgar reconoció inmediatamente a la especie invasora. Era una hembra humana, y según todas las apariencias, una tan joven como pequeña de tamaño. Estaba sentada, golpeando con el dedo los hongos nativos, ignorando su valor como alimento, riéndose de los sonidos que generaba y, según todas las apariencias, tan indiferente de su potencialmente peligroso entorno como su estuviera disfrutando de un picnic en el parque de una ciudad.
¿De dónde había venido?, se preguntó Grummgar. Parecía demasiado joven para haber ido ella sola a la jungla de Ithor, a pesar de la abultada mochila que descansaba a su lado. Aunque ese individuo no parecía ser un adulto completamente desarrollado, sabía que el tamaño corporal de los humanos podía ser engañoso. Uno grande podía ser joven, uno pequeño bastante viejo.
Tampoco es que su tamaño o su edad importaran. Lo importante es que estaba ocupando el lugar que había elegido para apostarse. Tendría que hacer que se fuera, o...
Lo pensó detenidamente. ¿Por qué moverla? ¿Qué mejor para atraer a un molsume extremadamente carnívoro que un poco de vulnerable cebo bípedo? Sabía que debía ayudarla. Al menos, advertirle de que descansar donde lo estaba haciendo era una invitación para su destrucción. Por otro lado, por lo que él sabía, ella estaba allí por su propia voluntad, y no la habían arrojado o dejado allí por la fuerza, en esa parte de la jungla. Desde luego, su actual conducta parecía confirmar eso.
Al final, se reducía a lo que estrictamente era una decisión de negocios, pensó mientras hacía girar con facilidad la pesada arma para apoyarla en su protuberante panza. Murmurando suavemente para sí mismo, se aseguró de que el 242 estuviera completamente cargado y listo. Después, continuó flotando sobre la selva en el silencioso deslizador, continuó observando... y esperó.
El sol ithoriano estaba bajo en el cielo cuando detectó movimiento en el denso bosque de árboles n’lor. Frotándose los anchos y planos orificios nasales con el dorso de su inmensa mano, dejó que los magnoscopios se ajustaran automáticamente a la distancia y a la luz ambiental. Un destello de color púrpura oscuro brilló entre la vegetación. Al moverse, el color cambió a un azul metálico con rayas plateadas, y luego a un bronce brillante moteado de verde esmeralda. Aunque no podía ver la silueta de la criatura, los destellos entre las ramas eran suficientes para identificar al molsume. Avanzaba lentamente pero sin pausa hacia el arroyo. O hacia su presa prevista.
Reposicionando la mira, vio que la chica no había cambiado de ubicación. Continuaba sentada en medio del claro, rodeada de coloridos hongos, flores nativas, y feliz indiferencia. Aún había tiempo para advertirle, pero tendría que darse prisa. Una vez que olía comida, el molsume podía atacar con velocidad cegadora.
Bajo él, el avance del flujo de colores brillantes se detuvo. Sin duda, la criatura estaba tomando la medida de la extraña comida potencial que tenía frente a ella. Era posible, incluso probable, que la chica fuera el primer ejemplar de su especie que el molsume hubiera visto jamás. Grummgar sabía que ella sería poco más que un aperitivo para el monstruo. A juzgar por la cantidad e intensidad de los colores en las capas que había visto, era un espécimen maduro. Más grande que él mismo, y mucho más grande que la chica. Justo lo que su cliente estaba buscando.
Tal vez, pensó por un instante, su cliente estaría interesado también en una piel humana. Inmediatamente desechó la idea. Uno no vendía el pellejo de un ser racional como tú para que lo disecaran o lo colgaran de un muro. Aunque incluso entre su propia gente Grummgar era contemplado como una especie de tipo duro, tenía sus principios. Estos prohibían la caza de otros seres inteligentes. Pero no prohibían permitir que fueran devorados por especies depredadoras nativas menos inteligentes pero más robustas.
Apartando a un lado el visor, desplegó el rifle y comenzó a apuntar. Consciente de que el molsume iría directo hacia la humana, apuntó justo a su izquierda. Esa era la dirección desde la que el carnívoro atacaría. Si la chica tenía suerte, mataría a la criatura de un único disparo y, aunque no fuera intencionado, ella sobreviviría. Por otra parte, puede que hicieran falta varios disparos para derribar al depredador, lo que sería... más sucio.
Puede que la presa no advirtiera el ligero susurro de las enredaderas y las ramas, pero Grummgar inmediatamente captó el movimiento. El molsume se estaba poniendo en tensión, preparando sus diez breves pero potentes paras para el ataque letal. Éste vino incluso antes de lo que se esperaba. No por nada su cliente estaba dispuesto a pagar tan alto precio por la piel de una criatura tan peligrosa. Sonó un único disparo.
No provino de su rifle.
Mirando aún a través de los magnoscopios, los bajó ligeramente. Dejó escapar un largo silbido de sus amplios pulmones mientras su cerebro trataba de procesar por completo los dos segundos que acababa de presenciar.
El molsume había saltado. Antes de que estuviera a mitad de camino de la chica, esta dio media vuelta, apartó su mochila, tomó el caro y muy potente bláster recortado que la mochila había estado ocultando, y disparó. El único proyectil que salió despedido estalló justo bajo la mandíbula inferior del molsume, enviando dientes, colmillos y una nube de veneno volando en todas direcciones mientras hacía pedazos el cerebro de la criatura.
Grummgar dejó escapar un involuntario bufido de admiración. A pesar del evidente deleite que había exhibido en su bucólico entorno, estaba claro que la chica distaba de ser la niñita indefensa que inicialmente parecía. Estaba agradecido por lo que ella había hecho, y se lo diría. Pero se acercaría a ella con cuidado, con mucho cuidado. Era bien consciente de que otras especies encontraban intimidatoria su mole y su apariencia.
Esta chica no, sin embargo. En respuesta al descenso del deslizador, rápidamente apuntó el bláster recortado en esa dirección. Él rápidamente se detuvo, con el suave murmullo del vehículo casi inaudible sobre el ruido de fondo de la jungla ithoriana. Se esforzó por recordar un dialecto que alguien de la especie de la chica encontrara comprensible.
-Apresúrate –bramó. No, eso no era. Volvió a intentarlo-. Tranquilízate. Eso, relájate. –Aunque la ausencia de cuello le impedía realizar poco más que una leve inclinación de cabeza, él consiguió hacer un gesto indicando el arma de mano de gran tamaño que ella sostenía ahora firmemente con ambas manos menudas-. No termino de captar tu intención, pero si es hostil, te recuerdo que esa es un arma de un solo disparo.
-Dos. –El cañón del arma no se movió-. Modelo modificado especialmente. Dos disparos.
Él pensó en ello.
-¿Y si lo esquivo, y fallas?
Comparada con la de él, la ranura de la boca de la chica era tan pequeña que era casi invisible.
-Yo no fallo.
-¿Eres tan buena fanfarroneando como cazando?
Una fina sonrisa se dibujó en el rostro plano de la humana.
-Ya sabes cómo averiguarlo.
Tuvo cuidado de mantener el cañón del 242 apuntado lejos de ella. Pero no demasiado lejos.
-Parece que hemos llegado a un punto muerto.
-No –replicó ella bruscamente-. has llegado a un punto muerto. Me llamo Nysorly, y yo llegué a la jungla de Ithor, donde he estado casi una semana cazando un molsume. Voy a despellejarlo, crioconservar la piel, y venderla.
-¿Eres una cazadora profesional? –Grummgar alzó su inmenso y protuberante ceño-. He puesto cebo más grande que tú.
-No me sorprendería –replicó ella-. Algo tan grande y torpe como tú probablemente tenga que recurrir al cebo.
Si su intención era provocarle, había fallado. Grummgar no se ofendía por las palabras. Si lo hiciera se vería envuelto en demasiados conflictos innecesarios. Para él, si no había dinero o algún trofeo de por medio, no había motivo racional para luchar.
-Podrías dispararme –conjeturó él-, y yo caería de este deslizador y te aplastaría.
Ella señaló el cadáver, ahora medio decapitado, del molsume.
-Ya has visto lo rápido que puedo moverme. Sin duda, no eres tan estúpido.
-Me basta con golpearte una sola vez, muchacha bocazas.
El cañón de bláster recortado osciló muy ligeramente.
-¿Con cuantas partes del cuerpo amputadas?
Se dio cuenta de que ella hablaba en serio. De todos los obstáculos que se había preparado para afrontar, de todos los problemas y contratiempos potenciales y posibles complicaciones imprevistas, lo último con lo que había esperado tener que enfrentarse era con un competidor. Y con un competidor de tamaño de bolsillo, además.
Pero el arma de la humana no era de bolsillo.
-Podría matarte –murmuró él con aire casual-, pero no me gusta el desorden.
-El desorden sería mayor si yo te matara a ti.
-En lugar de observar y esperar, podría haber ignorado la situación con la esperanza de que el molsume te devorara.
La sonrisa regresó al rostro de la chica.
-¿No es eso lo que esperabas que ocurriera?
-En realidad no. Pretendía derribarlo antes de que pudiera alcanzarte.
-¿Así que mi supervivencia era realmente un asunto indiferente para ti?
Una vez más, él consiguió realizar una limitada inclinación de cabeza.
-Me ofendes. Para ser realmente honesto, tenía una preferencia.
Mientras hablaba, su mano libre avanzaba imperceptiblemente hacia el panel de control del deslizador.
-Qué noble por tu parte. –Su sarcasmo era lo bastante obvio como para que él lo reconociera como tal-. Bien. ¿Y ahora qué hacemos?
-Supongo –respondió él- que uno de nosotros va a matar al otro.
Donde el tamaño de Grummgar no había conseguido ponerla nerviosa, su calma sí lo hizo.
-Parece una solución bastante extrema. –Una vez más, señaló el brillante cadáver-. Todo por una simple piel de Molsume. ¿Por qué no nos limitamos a dividirnos las ganancias?
Él lo pensó.
-¿Tu comprador o el mío?
-Fácil –respondió ella. Pudo ver cómo parte de la tensión dominante la abandonaba-. El que ofrezca más.
Él gruñó.
-Tengo una reputación que mantener. Pero tengo otra solución.
Escupió en dirección a ella.
No familiarizada con los posibles peligros que pudiera contener la masa de escupitajo alienígena, ella se echó hacia un lado, disparando mientras caía. Grummgar alzó el 242 y disparó, pero el disparo de ella fragmentó la sección trasera del deslizador, haciendo que saliera describiendo salvajes giros hasta chocar con un árbol johinuu cercano. Inmediatamente, el árbol carnívoro intentó comerse el deslizador. Al encontrarlo claramente incomible, por no mencionar caliente, escupió el humeante vehículo y a su piloto.
Mientras Nysorly rodaba, agarró la mochilla y en un suave movimiento extrajo de ella un cartucho con dos de los proyectiles explosivos del bláster recortado. Estaba recargándolo cuando vio algo tras ella, a sus pies. La masa de brillante pelaje contrastaba brutalmente con la enorme boca abierta y sus largos y puntiagudos dientes y colmillos venenosos. Sus dos ojos con doble pupila en forma de ranura estaban abiertos y fijos en ella. Entre ellos, humeaba un agujero oscuro recién abierto.
Continuó cargando el bláster recortado, pero ya con menos prisa. Poniéndose en pie, miró en dirección al árbol johinuu, que seguía agitándose. En lugar de apuntar su arma hacia las inmediaciones del árbol, dejó que colgara floja a su lado.
-Eh.-No hubo respuesta. Sacudiéndose hojas coloridas y tierra de su mono, dio un par de pasos hacia el humo que se alzaba desde el suelo cerca del árbol-. Eh, grandullón... ¿Estás bien?
Miró a su espalda. Si Grumm no hubiera detectado al otro molsume, le habría hecho pedazos.
Una forma se alzó de entre arbustos de color verde y óxido. Cubierto por los residuos de una gran cantidad de hongos aplastados, tenía la apariencia arcoiris del pelaje de un molsume, pero sin pizca de su iridiscencia. Mientras esa colorida masa se tambaleaba hacia ella, todavía sujetando el rifle de caza y con una barba en forma de hongos colgando decorativamente de un colmillo facial, ella se esforzó duro por reprimir una sonrisa, y fracasó.
-Estoy perfectamente familiarizado con todo el espectro de expresiones humanas –murmuró –él conforme se acercaba-. No me divierte la que muestras actualmente.
-Debería. –Llevándose la mano a la boca, reprimió una carcajada-. Si buscas un camuflaje adecuado para seguir cazando por aquí, no cambiaría nada. Siempre que un toscwon hambriento no trate antes de lamerte hasta matarte. –Suavizó el tono y finalmente bajó la mano mientras le miraba fijamente-. Gracias por salvarme la vida.
-No es necesario agradecer nada. Como ya se ha señalado, esa no era mi intención. –Ella se tensó cuando él comenzó alzar el 242, pero era para usarlo para señalar al molsume que acababa de matar-. Dije que tenía una solución. Ahora cada uno tiene su pieza, y como consecuencia los clientes de ambos estarán satisfechos.
Volviendo la mirada al segundo carnívoro, aún mayor, que ahora yacía tendido en el claro, ella asintió.
-Pensé que ibas... pensé...
-¿Que iba a dispararte para quitarte tu pieza? –Unos profundos ojos de ébano la miraron fijamente-. Si no hubiera aparecido el segundo molsume, ¿quién sabe?
Ella recobró la sonrisa, pero esta vez era una clase distinta de sonrisa. Una de comprensión más que de diversión.
-Sé la respuesta a eso. Incluso aunque tú no lo admitas.
-Sin comentarios. –El inmenso cuerpo se expandió, y luego se contrajo, en un gran suspiro-. Si puedes saber eso, es que entiendes el universo mejor que yo.
-Más me vale. –Ella apartó la mirada de él-. He tenido que valerme por mí misma desde que tenía dieciséis años. No tuve elección.
Él hizo un gesto.
-Lo entiendo. Ese es el destino de la mayoría de los dowutins. De modo que tenemos algo en común además de la caza. Ven. Tienes la frágil estructura ósea de un niño con déficit de calcio. Te ayudaré a destripar a tu pesado trofeo.
-Y tú tienes las manos de un elevador de carga automatizado. Te ayudaré a despellejar tu pieza para que esos torpes dedos del tamaño de un asado no arruinen la piel. –Conforme avanzaban hacia el primer molsume muerto, ella le miró con curiosidad-. ¿Alguna vez has trabajado con un socio?
-No cuando cazo –le dijo-. A veces... para otras cosas. Tengo otros intereses comerciales.
-¿Qué otros intereses? –preguntó ella, negándose a dar el tema por zanjado.
El gigantesco cráneo calvo se volvió para mirarla desde arriba.
-No es de tu incumbencia, muchacha. Alégrate de que no te despelleje a ti también.
-Tienes tanto tacto como don de gentes –gruñó ella, apartándose.
-Está en mi naturaleza –le dijo con serenidad-. Por cierto, el coste de mi deslizador saldrá de tu recompensa.

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