Cuando se encontró a escasos metros sobre las copas
de los árboles, se estabilizó y visualizó un mapa del planeta. Estaba bien
detallado, pero pocos de sus elementos tenían algún nombre. Uno de ellos era un
punto en el gran continente del hemisferio norte, etiquetado como "Monte
Tantiss". Wayland había sido el secreto del Emperador durante muchos años,
y no aparecía en ningún mapa estelar debido, casualmente, a un antiguo error
burocrático. El Monte Tantiss había sido su almacén secreto. El gran almirante
Thrawn había rastreado el planeta y la montaña de arriba abajo después de la muerte
del Emperador, decidido a encontrar las armas que le ayudarían a recuperar lo
que el Imperio había perdido. Más tarde, el Maestro Skywalker y algunos de los
otros héroes de la Rebelión también lo encontraron y destruyeron la montaña con
una explosión sísmica.
Si Klin-Fa Gi realmente era un Jedi Oscuro, las
ruinas del Monte Tantiss probablemente eran el lugar al que se dirigía.
Activó la capa del transpondedor. No hubo
sorpresas, se confirmaron sus sospechas; el Ala-A parecía estar inmóvil
exactamente en ese lugar. Sombríamente, cambió de rumbo para dirigirse hacia
allí, manteniendo una cautelosa mirada sobre los sensores de largo alcance.
***
Uldir encontró el Ala-A abandonado y oculto por una
cobertura improvisada de hojas enormes caídas de las copas de los árboles. Tomó
una respiración profunda, escuchando, observando y oliendo la selva a su
alrededor, tratando de extenderse con la limitada capacidad de la Fuerza que
podía controlar.
Desde arriba, Wayland se parecía mucho a Yavin 4,
donde había asistido a la Academia Jedi. Aquí, en tierra, las similitudes
parecían superficiales. Aunque tanto Wayland como la luna de Yavin tenían masas
de tierra cubiertas principalmente de selvas, la de Wayland se elevaba más alto
y las copas de sus árboles formaban dos capas. El aire de Yavin 4 estaba
aderezado con aroma a hojazul. Aquí la atmósfera estaba condensada en gran
medida en el suelo del bosque, con olor a almizcle y a descomposición. Se
escuchaban zumbidos, chirridos, y chasquidos, sonidos de una fauna desconocida.
Se acordó de lo peligrosas que resultaban las junglas de Yavin 4, y allí al
menos había sabido algo de lo que podía encontrarse. Este mundo, no lo conocía
en absoluto. Los sonidos que le rodeaban podrían ser insectos inofensivos o el
equivalente en Wayland de los escarabajos piraña de Yavin, que podían devorar a
una persona hasta los huesos en lo que tardaba un toydariano en batir sus alas.
Sin embargo, estaba encantado de descubrir que
Klin-Fa Gi parecía aún más fuera de su elemento aquí; la estela de hojarasca aplastada
y matorrales doblados o rotos era lo suficientemente clara para que el pudiera
seguirla. Avanzaba, como sospechaba, a través de las colinas que rodeaban lo
que había sido el Monte Tantiss. Sombríamente, se cargó sobre el hombro una
mochila de supervivencia, su bláster y algunas granadas de conmoción, y salió
tras ella.
Al menos, esperaba que fuera ella.
No pasó mucho tiempo antes de que Uldir encontrase pruebas
de que efectivamente estaba siguiendo a la Jedi, y no a alguna extraña y torpe
bestia. Por desgracia, esa evidencia llegó en forma de cinco cadáveres; seres racionales,
por su aspecto, de dos especies diferentes. Ninguna de las especies era yuuzhan
vong, lo que significaba que probablemente eran lugareños. Fueran quienes
fuesen, habían sido asesinados por un sable de luz; pocas armas dejaban las
mismas heridas cauterizadas tan distintivas del arma tradicional de los Jedi.
Sombríamente, estudió la escena para obtener más
información. Tres de los muertos eran de una especie alta y ectomorfa con seis
miembros, de los cuales cuatro aparentemente funcionaban como brazos. Tenían
hocicos flexibles y su piel -donde no estaba cubierta por los ornamentos de cuero
y hueso que llevaban- brillaba como el caparazón de un insecto.
Los otros dos eran achaparrados, de apariencia
fuerte, y blindados de forma natural con placas óseas en sus espaldas
redondeadas. Al igual que los que yacían a su lado, parecían haber sido
básicamente bípedos.
Uldir nunca antes había visto ninguna de las
especies, ni en las rutas espaciales, ni entre los esclavos que los yuuzhan
vong utilizaban como fuerzas de choque. Eso no era sorprendente; había gran
cantidad de seres en la galaxia que no viajaban por el espacio, ya fuera porque
no tenían la tecnología, o por propia voluntad, y recordaba de su demasiado
breve análisis de los archivos sobre este planeta que se suponía que albergaba
varias especies inteligentes, todas ellas esencialmente al nivel tecnológico de
la edad de piedra.
Cuando vio lo que agarraban con sus manos muertas,
sin embargo, la sangre de Uldir se heló. Ahora entendía en parte por qué habían
muerto. A primera vista, sus armas parecían bastones, planos como una espátula
en un extremo y en punta por el otro, de unos treinta centímetros de longitud.
Uldir había visto esas armas antes, pero incluso si no lo hubiera hecho, habría
notado algo extraño en la forma en que se retorcían lentamente, oscilando de
lado a lado como gusanos glaciares de Hoth. Estaban vivos, y sin lugar a dudas eran
de biofactura yuuzhan vong.
Estudió los cuerpos con más cuidado, en busca de
otros signos de los yuuzhan vong, preguntándose si esas criaturas habían sido
esclavos o aliados voluntarios. No encontró rastro de los implantes de coral que
los invasores utilizaban para controlar a los sujetos poco colaboradores, lo que
parecía sugerir que eran aliados.
Sin embargo, había muchos medios de control, y los
yuuzhan vong conocían la mayoría de ellos.
Cuando se acercó a dar la vuelta a uno de los
pequeños seres racionales blindados para inspeccionar su parte inferior, se dio
cuenta de repente de que algo andaba mal. Los sonidos del bosque a su alrededor
habían cambiado, con la mayor parte de la vida animal súbitamente silenciosa.
Sacó su bláster; con aire casual, como si en realidad sólo pretendiera
sacudirse el polvo del costado de su pantalón.
-¡Soltar arma de vergüenza! –ordenó en básico una
voz aguda con un marcado acento-. ¡Soltar arma vergüenza de o tú no respirar, extranjero!
Para enfatizar la orden, una vara temblorosa
apareció como por arte de magia en el árbol más cercano a él. Uldir vaciló; ya había
visto flechas antes. Tenían una forma primitiva pero efectiva de agujerear a
las personas. Por otra parte, él tenía un bláster, que creaba agujeros más
grandes y más eficientes. Pero la voz estaba detrás de él, y no sabía cuántos
eran...
Quienquiera que fuese podría haberlo matado ya.
Bien podría ver cuáles eran sus probabilidades, y qué tenían que decirle.
Levantó los brazos lentamente, volviéndose hacia la voz. No soltó el bláster.
El que hablaba era una raya de color en la maleza,
difícil de ver, pero Uldir podía distinguir que se trataba de uno de los humanoides
más delgados, de seis extremidades. Uldir respiró lenta y profundamente, buscando
con la mirada para ver si había más entre las extrañas hojas.
-Soltar arma de vergüenza -dijo de nuevo la
criatura.
Uldir mantuvo el arma sobre su cabeza, apuntando al
cielo, pero no hizo lo que le pedían. Señaló con la cabeza a los cadáveres.
-Yo no maté a tus amigos –dijo-. Los encontré así.
Estoy buscando a la persona que hizo esto.
Escuchó tenues susurros en la maleza a su
alrededor, y el corazón le dio un vuelco. Probablemente había perdido la
oportunidad de salir de esa situación disparando, si es que alguna vez la había
tenido.
Sin embargo, mirando a los muertos, se dio cuenta
de que una parte de él se alegraba de ello.
La criatura hizo un débil sonido de trompeta.
-Si matar Aspirantes a Mutilados, no enemiga nuestra
–afirmó-. Soltar arma de vergüenza. Yo no repetir.
-No me quedaré indefenso -dijo Uldir-. Sé lo que
los yuuzhan vong hacen a sus prisioneros. No dejaré que me capturen.
Otro sonido de trompetas, esta vez más parecido a
un trino. Un canto de respuesta vino de algún lugar a su izquierda.
-Nosotros no amigos de la Gente Mutilada -dijo el ser
racional, enfáticamente-. Nosotros nunca alimentarles.
Uldir podía ver ahora a dos más, ambos de la raza
más rechoncha. Llevaban arcos, flechas y hachas de piedra con mangos de madera,
como el que había estado hablando. Ninguno de ellos llevaba nada que se
pareciera a la biotecnología yuuzhan vong. Los hombros de Uldir se relajaron ligeramente.
Con gestos pausados, devolvió su arma a su funda y levantó las manos, con las
palmas hacia afuera.
-Los yuuzhan vong son mis enemigos –dijo-. Si vosotros
también sois sus enemigos, somos amigos.
La figura delgada se inclinó hacia delante.
-Forasteros no amigos –dijo-. Ellos llevar
vergüenza, y traerla sobre nosotros.
-Vine aquí sólo para encontrar a la persona que
dejó este rastro -dijo Uldir-. Cuando la tenga, me iré. No quiero haceros daño.
–Se señaló a sí mismo-. Mi nombre es Uldir Lochett.
La criatura lo miró por un momento.
-¿Tú ofrecer nombre? -dijo finalmente.
-Sí. Yo ofrezco mi nombre.
El ser pareció considerarlo por un momento.
-Yo ofrecer a cambio. Llamarme Txer. Ser líder del
Pueblo Libre.
-Encantado de conocerte, Txer.
Txer luego dijo algo en su lengua materna, y varios
de los demás -Uldir ahora calculaba unos quince- le respondieron. Parecía ser
una especie de debate, y sospechaba que el punto debatido tenía algo que ver
con si Uldir tenía que seguir respirando o no. Finalmente Txer unió sus dos
manos superiores, y se hizo el silencio. Se acercó a Uldir, hasta que quedaron a
sólo dos metros de distancia.
-Tú seguir a quien hacer este rastro. Ella ser
fuerte.
-Sí -dijo Uldir.
-Nosotros oír su batalla con Aspirantes a Mutilados.
Venir a ver. Escuchar aterrizar tu cosa de vergüenza, observarte. ¿Venir sólo por
ella? ¿Ser cierto?
-Sí -respondió Uldir.
-¿Por qué seguirla? Si aquellos que luchar contra
Gente Mutilada ser tus amigos, ¿por qué no ella? Tus palabras tener veneno extranjero
en ellas, tal vez.
-Es complicado -dijo Uldir-. Sí, ella es enemiga de
la... eh... Gente Mutilada. Pero me temo que ella busca algo aquí, algo que dejó
el Emperador. ¿Sabéis algo del Emperador?
Txer trinó fuerte durante un buen rato, y luego
balbuceó de nuevo en su propia lengua. Algunos de los otros respondieron,
bruscamente, y todos los seres que Uldir podía ver blandieron sus armas. Su
mano ansiaba agarrar su bláster.
-Hombre Oscuro -dijo Txer finalmente-. Ella buscar
las cosas del Hombre Oscuro.
-Sí, supongo que sí -respondió Uldir.
-Gente Mutilada también -respondió Txer-. Ellos
hacer agujeros, profundos y largos, en montaña agrietada.
-Sí -dijo Uldir-. Buscan sus secretos. La que yo
sigo también.
-No deber permitirse -dijo Txer, con un fino hilo
de voz-. Gente Mutilada mala. Hombre Oscuro peor. Todas cosas suyas de vergüenza.
Yo recordar. -Sus ojos luminiscentes se estrecharon-. También recordar algunos
forasteros que romper montaña, enterrar sus cosas. ¿Tú primo de ellos?
-Más o menos -respondió Uldir.
Txer inclinó pensativo su larga cabeza, y luego
habló un poco más a su pueblo.
-También nosotros seguir este rastro -dijo
simplemente.
-Agradeceré vuestra ayuda -respondió Uldir.
-No para ayudarte -dijo Txer. Para observar.
***
Viajaron mientras duró la luz del día a través del
terreno cada vez más en pendiente. Dos veces, sin motivo que Uldir supiera, se
escondieron en los matorrales, permaneciendo en completo silencio hasta que
alguna silenciosa señal les lanzó a caminar de nuevo. Esa noche acamparon en el
refugio cavernoso de las raíces retorcidas de un árbol fantásticamente enorme.
-¿Por qué llamas a mi arma un arma de vergüenza? preguntó
Uldir a Txer, mientras la luz se desvanecía en la nada.
-Ser vergüenza usarla. No ser de vida. -Hizo una
pausa, buscando las palabras-. Máquina -dijo al fin, como si la palabra le
mordiera mientras salía por su boca.
-Oh -respondió Uldir. Tenía sentido; estas eran
personas que vivían simplemente de lo que ofrecía la tierra. Teniendo en cuenta
que el Imperio había estado aquí, la mayor parte de sus experiencias con la
tecnología probablemente había sido negativa.
-¿Es por eso que algunos luchan para la Gente
Mutilada? ¿Porque ellos también odian las máquinas? -Eso era decirlo suavemente,
por supuesto. Los yuuzhan vong consideraban que toda la tecnología
"muerta" era una abominación, y aquellos que la usaban tan sucios
como para merecer el exterminio. Su conquista de la galaxia era más bien una
guerra santa que una lucha por territorio; hacía tiempo que habían conquistado mundos
suficientes para que pudiera vivir su pueblo.
-Aspirantes pensar así, sí -respondió Txer-. Ellos
considerar Gente Mutilada como nosotros. Pero no serlo. Vida deber ser
respetada. Ellos no respetar la vida. Ellos romperla, torcerla, hacerla como
ellos querer, hacerla mala. Hacer lo mismo a nosotros.
-Tienes razón en eso -le dijo Uldir-. He visto cómo
sucedía eso, mundo tras mundo. Y al final, aquellos que les ayudan sufren más
que los que se resisten a ellos.
-No necesitar sabiduría extranjera -dijo Txer, con
rigidez-. La Gente Libre ver esto por ellos mismos. No necesitar tus ojos para
ver.
-Lo entiendo -dijo Uldir.
-Nosotros luchar contra ellos, como luchar contra
Hombre Oscuro -continuó Txer.
¿Armas de
piedra contra los vong? pensó Uldir. Eso era una lucha desigual. A menos
que algo cambiase en la ecuación, el Pueblo Libre estaba condenado.
-Debería seguir solo, cuando regrese la luz -dijo
Uldir-. No quiero poner a tu gente en peligro.
-Nosotros luchar contra ellos -dijo Txer con firmeza-.
Y si tú mentir, luchar también contra ti. Nosotros luchar hasta que todos
extranjeros marchar, o hasta que todos morir. Ahora dormir. Mañana entrar en
territorio Mutilado, y entonces no dormir.
Uldir pasó una noche inquieta tratando de no
preocuparse por su equipo, con la esperanza de que todavía estuvieran vivos y hubieran
logrado encontrar un lugar donde esconderse. No creía que Klin-Fa Gi se
detuviera a dormir, y sintió que le iba sacando ventaja, y eso le hizo sentirse
aún más ansioso.
Cuando durmió, su mente construyó sueños cuya
arquitectura era más oscura que la noche.
***
-La selva parece estar enferma –comentó Uldir a la
mañana siguiente. Las copas superiores parecían esqueléticas y desgarradas, y
las inferiores estaban cubiertas por lo que parecía una fina capa de hongos o
polvo.
-Sí. Pronto enfermar más –le aseguró Txer.
Lo hizo. Poco después se encontraron caminando sólo
por el recuerdo de un bosque; los grandes troncos seguían allí, pero por ninguna
parte no había rastro de verde o de brotes de colores; sólo un gris mate como
carbón.
-¿Qué hizo esto? –preguntó Uldir.
Txer arrugó la boca.
-No saber. Nadie vivo haber visto qué hacer esto.
Nadie muerto hablar de ello.
Un kilómetro más adelante, los árboles se
convirtieron en tocones carbonizados, obviamente abrasados por una temperatura
tremendamente elevada. La zona quemada se extendía a izquierda y derecha hasta
donde le alcanzaba la vista.
Dos kilómetros más adelante, incluso los tocones
habían desaparecido, y se encontraron en un risco elevado sobre un valle poco
profundo, en lo que quedaba del Monte Tantiss.
Bajo las fuerzas de la disrupción sísmica, el pico
se había estremecido y colapsado. Ese lado de la montaña se había derrumbado,
convirtiéndose en un talud inclinado y deslizante. Sobre ese batiburrillo de
basalto, más o menos al mismo nivel que estaba ellos ahora, se alzaba la base
yuuzhan vong.
Cinco de los complejos vivientes parecían tener
forma de estrella, o al menos simetría radial. Uldir ya había visto antes esa
clase de estructura, en grabaciones tomadas por un antiguo contrabandista
llamado Talon Karrde. Llamados damuteks, los yuuzhan vong habían cultivado
algunos en las ruinas de la Academia Jedi cuando capturaron el sistema Yavin
unos meses atrás. Anakin Solo, un antiguo amigo de Uldir, se abrió paso a
través de un damutek y proporcionó gran cantidad de información útil sobre
ellos.
-Creo que son complejos modeladores.
-¿Modeladores?
-Sí. Los yuuzhan vong están divididos en castas.
Los modeladores son los que crean su biotec... eh... los que retuercen la vida
creando las formas que ellos quieren. ¿Comprendes?
-Sí. Haber visto. No tan mutilados como los que
luchar. Tener cabello como nido de serpientes brvol.
-Los modeladores, eso es. Esos complejos son sus
laboratorios. ¿Pero qué es esa cosa? –Señaló algo que parecía una torre
cilíndrica y robusta, aunque retorcida. Era inmensa, al menos de cien metros de
alto y casi tanto de diámetro. Como los damuteks, parecía estar hecha de coral.
A diferencia de ellos, su superficie superior parecía estar perforada con
cientos de aperturas, cada una de las cuales debía tener más o menos un metro
de diámetro.
Uldir alzó sus macrobinoculares y examinó la base
del objeto con más detenimiento, pero no pudo ver mucho más salvo que... Sí,
parecía que rotaba lentamente, como si estuviera atravesando la tierra hacia
dentro o hacia fuera.
-Es un taladro –murmuró.
-Hace agujeros –dijo Txer-. Eso pensar nosotros, al
menos.
-Un gran agujero. Eso es alguna clase de gusano gigante,
supongo, o lo era antes de que los Modeladores pusieran sus manos sobre él.
-Pero una cosa nunca poder comprender –dijo Txer-.
Si excavar, ¿dónde dejar roca?
Uldir miró a Txer, recordándose a sí mismo que
primitivo no significaba estúpido.
-Esa es una buena pregunta –respondió-. Supongo que
digiere la roca, de algún modo, la pulveriza. –Se encogió de hombros-. No
importa. Pero mira, ¿ves esos capilares que conectan la mina con los complejos
en forma de estrella?
-Sí.
-Eso deben ser caminos de acceso a las minas que el
gusano está excavando. Si encuentran algo, lo subirán por ahí. Lo que significa
que encontraré a Klin-Fa Gi bien en las minas o bien en uno de esos complejos.
–Suspiró-. En otras palabras, podría estar prácticamente en cualquier parte ahí
abajo.
Ajustó el enfoque de los macrobinoculares, y la
multitud de figuras que se movía entre los complejos se convirtieron en formas
reconocibles de yuuzhan vong, pero también había muchos myneyshi –la especie
alta y delgada- y psadans –los acorazados- entre ellos. También había numerosos
humanos, de los cuales también había alguno entre la gente de Txer;
descendientes de una colonia perdida hace mucho tiempo, si comprendió su
historia correctamente.
Se centró en el grupo más cercano, que parecía
estar cuidando de alguna clase de plantas que crecían en la pendiente, justo
encima de donde terminaba la zona quemada. Estaban a unos cien metros de
distancia, y Uldir no vio ningún guardia yuuzhan vong.
-Tal vez pueda hacerme pasar por uno de ellos
–especuló Uldir-. Si han atrapado a Klin-Fa, debería haber conversaciones al
respecto. Si no la han atrapado, puede que se hable de ello también.
Pero al mirar el complejo, no tuvo mucha esperanza
al respecto. No tenía tiempo para infiltrarse discretamente en el campamento
yuuzhan vong del modo que Anakin Solo había hecho en Yavin 4; Vega y los demás
estaban ahí fuera, posiblemente luchando por sus vidas, esperando que él
terminase su misión aquí y regresara al espacio. Cada segundo que perdía ahí
era un riesgo no sólo para su propia vida, sino para la de su tripulación, y ya
puestos para cualquiera que él y su tripulación pudieran estar rescatando si no
estuvieran aquí persiguiendo a una Jedi renegada.
-Jedi –murmuró, y Txer entornó los ojos.
-¿Qué Jedi? –preguntó, suspicaz-. ¿Tú Jedi?
-No, yo no. La que persigo.
Uldir cerró los ojos y se concentró, tratando de
ignorar su cuerpo, sus pensamientos, su entorno inmediato, de sentir la Fuerza
viva a su alrededor. De buscar a Klin-Fa Gi. Probablemente fuera el único Jedi
vivo en Wayland, y los yuuzhan vong no aparecían para nada en la Fuerza.
Klin-Fa debería destacar como un wookiee en una boda tintinna, incluso para sus
poco afinados sentidos.
Los sonidos a su alrededor se atenuaron y fueron
olvidados. En la proyección exterior del ojo de su mente, era una esfera que se
expandía, no tanto integrándose en todas las cosas que tocaba, sino
recordándose que ya formaba parte de ellas.
Sintió la franja de vida enfermiza tras él, que
cobraba fuerza conforme se alejaba del asentamiento yuuzhan vong. Sintió el
borde de muerte y dolor sobre el que se encontraba, y el extraño vacío de los
propios yuuzhan vong. Sintió las piedras fracturadas del Monte Tantiss.
Parte de él estaba emocionado. Nunca había
conseguido tal claridad en la Fuerza, ni siquiera en sus mejores días en la
Academia.
Y sí, aún mejor, allí, como un parpadeo, sintió a
Klin-Fa Gi, y le pareció que estaba cerca. Sintió su corazón latiendo, sintió
peligro, un objetivo alcanzado, el hallazgo de algo deseado...
Y entonces un punzón negro de rabia y desesperación
le golpeó entre los ojos, con un alarido de odio que de algún modo, más que un
sonido, parecía el sabor salado y amargo de las cáscaras jiqui.
Su tenue agarre de la Fuerza se desvaneció,
reemplazado por otra sensación, una especie de temblor en los huesos.
Tardó un momento en comprender que la sensación
procedía de detrás de él, que le entraba por los pies, que era la tierra
temblando. Y que cada vez era más fuerte. Abrió los ojos, mirando la montaña
derruida y la terrible criatura vong que se abría paso a su interior.
Algo era distinto, pero tardó unos segundos en
ubicarlo. Entonces lo vio, pero seguía sin comprender. La torre era más grande
y parecía hinchada.
-Txer –dijo-. Corre. Ya.
Salió corriendo descendiendo la colina, cruzando el
paisaje asolado en dirección al asentamiento yuuzhan vong.
-¿Por qué? –gritó Txer detrás de él.
-¡Simplemente hazlo!
No tenía tiempo para explicar que no estaba
realmente seguro, pero que si se paraba a pensar en ello todos estarían
muertos.
Echando un vistazo por encima del hombro, vio que
Txer y su Pueblo Libre aún estaban dudando.
-¡Vamos! –aulló.
Txer comenzó a avanzar. Después de eso, Uldir
mantuvo toda su atención en el camino pedregoso y en el temblor del planeta que
se volvía más fuerte a cada paso. Corrió, esperando que el Pueblo Libre le
siguiera... esperando que su suerte no le hubiera traicionado en el último
momento.
Había alcanzado la base de la colina sobre la que
se encontraban y acababa de comenzar a subir por la pendiente hacia los
damuteks, cuando escuchó gritos precedentes de los seres detrás de él. La
mayoría de los psadan, que básicamente eran esferas acorazadas, rodaban colina
abajo. Los myneyrshi estaban teniendo más problemas con sus piernas de aspecto
delicado. Sin embargo, cuando comenzaron la ascensión, las posiciones se
invirtieron. Los myneyrshi trepaban ágilmente por la pendiente con sus seis
extremidades, mientras que los psadan comenzaron a quedarse atrás. Fue Txer el
que gritó y exclamó en primer lugar, y Uldir siguió la dirección que su
compañero le indicaba con la mirada. Ahora, la vibración del suelo le hacía
rechinar los dientes.
La torre se erizó. De cada una de las cientos de
aperturas en su superficie superior, emergieron tubos serpenteantes que se
extendieron, desplegándose simultáneamente por el valle y hacia las colinas en
lo que parecía un movimiento muy lento, pero que, dadas las distancias,
probablemente sería bastante rápido. Cada tubo avanzaba en una dirección
ligeramente distinta. Muchos de ellos parecían venir directamente hacia Uldir.
Uldir apresuró el paso.
-¿Qué ser? –preguntó Txer.
-¡Tenemos que salir de la zona quemada! –gritó
Uldir-. Al jardín yuuzhan vong más cercano.
Alzó la mirada y entonces pudo ver las oscuras
bocas de los tubos mirando hacia abajo, como gusanos de las cavernas
acercándose para pegarle un bocado. ¿Cuánto tendrían que descender? Ahora el
cielo estaba lleno de esas barras arqueadas, algunas de las cuales apuntaban
mucho más allá del risco. Podría haber tenido una cierta belleza peculiar si no
recordase el perímetro de destrucción, si la zona quemada no encajase tan bien
con la geometría de lo que estaba viendo.
Estaban a punto de descubrir en qué convertía el
gusano taladro la roda al digerirla, y tenía la sensación de que no les iba a
gustar el descubrimiento.
El final de la zona chamuscada estaba justo
delante, pero los psadans estaban teniendo dificultades. Uno tropezó, y Txer le
hizo de apoyo. Otro cayó deslizándose cerca de Uldir. Se mordió el labio. Si se
detenía a ayudar al psadan, podría morir, lo que era una cosa, pero entonces su
misión fracasaría, lo que era otra bien distinta. No podía...
No. Fuera cual fuese su misión, lo primero de todo
era ayudar a un compañero en peligro.
Colocó su hombro bajo el fornido brazo del psadan,
y juntos avanzaron con dificultades hacia la franja verde que se encontraba
ante ellos. Les faltaban unos treinta metros para llegar; algunos de los
myneyrshi ya lo habían hecho.
El cielo era ahora una cúpula de cables negros, y
una apertura lo bastante ancha para tragar a Uldir descendía rápidamente hacia
él. Sin embargo, no pensaba que fuera a tragarle. De hecho, se preguntaba si
sentiría algo en absoluto.
Las rocas más pequeñas de la ladera estaban ahora
saltando y entrechocándose, por la presión que se estaba creando bajo ellas. En
cualquier momento...
El pie de Uldir tropezó con una roca, y cayó al
suelo, retorciéndose dolorosamente el tobillo con el peso del psadan
distribuyéndose desproporcionadamente sobre él. Gruñendo una disculpa, el
psadan trató de levantarlo para llevarlo a cuestas.
-Demasiado tarde –murmuró Uldir.
No vio la silueta vestida de amarillo y negro hasta
que estuvo a su lado, hasta que su fuerza fluyó por su cuerpo, y él y el psadan
fueron prácticamente levantados por el aire y transportados hasta el borde de
los campos yuuzhan vong merced al poder de la Fuerza.
-Eres
idiota, Uldir Lochett –le informó Klin-Fa Gi.
El Pueblo Libre gritó como una sola voz, mientras
fuera, por todo el valle, los cientos de tubos vomitaban una humareda naranja
fluorescente. Olía a relámpagos golpeando roca, a cobre caliente cayendo al
agua. La humareda se concentraba en las zonas bajas, enfriándose en gotas de
color rojo sangre y luego casi negras, rodando por las colinas en una corona
creciente que dejaba la base y los jardines yuuzhan vong –y, afortunadamente, a
Uldir Lochett- intactos en el centro.
-¿Qué ser eso? –preguntó Txer, temblando ante la
vista aterradora.
-Respiraderos de minería –dijo bruscamente Klin-Fa
Gi-. El Chom-Vrone mastica la roca y la digiere hasta un estado de semi-plasma
en un proceso muy parecido al de las armas que usan sus coralitas. Cuando está
completamente lleno, lo escupe en un perímetro alrededor de su asentamiento,
como habéis visto. Mantiene la zona despejada y a los indeseables lejos.
-Sí –gruñó Uldir-. O a casi todos ellos, al menos.
Advirtió que ella tenía unas cuantas heridas
nuevas, aunque ninguna de ellas parecía grave. También tenía algo atado a la
espalda, algo envuelto en capas de lo que parecía tejido vivo.
-¿Qué es lo que te has llevado?
-Eso no importa ahora –dijo Klin-Fa Gi-. Tenemos
otros problemas.
Señaló. Acercándose en una oleada desde el
asentamiento de arriba, llegaban docenas de guerreros yuuzhan vong. Detrás de
Uldir, la cortina de vapor de roca sobrecalentada aún se estaba extendiendo. Podían
enfrentarse a los guerreros o freírse.
-Bueno –gruñó Uldir-. Parece que estamos contra la
espada y la pared.
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