Los grandes rayos cortantes de los láseres de los ingenieros estaban cortando en pedazos la puerta de la bóveda. Jaina se encogió protegiéndose de la fuerte luz y el calor. Podía sentir el pánico al otro lado de las puertas de la bóveda, pánico y llamaradas de desesperada preparación de aquellos que se aprestaban para una resistencia sin esperanza. Unos cuantos disparos de bláster salieron desde el interior de la bóveda desgarrada, pero los láseres estaban escudados y los blásteres no les hicieron el menor daño.
Jaina miró a los soldados preparados para atacar el búnker del Senado, y pensó que ésa era mucha potencia de fuego para dominar a un grupo que podría no estar más preparado para resistirse a la captura que su ejército o su flota. Encontró al general Jamira y le saludó marcialmente.
—Señor, me gustaría ser la primera en entrar en la bóveda. Creo que puedo conseguir que se rindan.
Jamira apenas tardó un segundo en considerar la demanda.
—No voy a decirle a un Jedi que no puede ser el primero en entrar a una situación delicada —dijo—. He visto lo que vuestra gente puede hacer. —Asintió con la cabeza—. Pero asegúrate de pedir ayuda si la necesitas.
—Lo haré, señor.
Se cuadró ante el general un saludo y retrocedió a paso ligero hasta la puerta de la bóveda. Casi habían acabado de cortarla. La duraleación fundida se había solidificado en el suelo de la antesala formando una especie de cascada. Jaina estaba de pie junto a Lowbacca, quien le miró significativamente mientras desenganchaba su sable de luz. Jaina sonrió abiertamente. Sin decir una palabra, él había mostrado que entendía su plan, y que lo aceptaba.
Jaina encendió su propio sable de luz en cuanto el láser terminó su corte final. Con un empujón de la Fuerza, empujó el último pedazo corto y grueso de la puerta de la bóveda hacia el interior, dónde cayó resonando en el suelo. Del agujero surgieron brillantes disparos de bláster, y alguien de dentro gritó:
—¡Fuera, márchense!
Jaina saltó a través de la puerta de cabeza, giró sobre sí misma en un salto mortal, y cayó de pie. Los disparos de bláster salieron chispeando hacia ella, permitiéndole a Lowbacca seguirla por el agujero sin que le apuntasen.
El cuarto era de duracemento desnudo, sin mobiliario y con pocos adornos: los senadores de la Brigada de la Paz estaban agrupados en las esquinas, protegiéndose de aquellos que estaban determinados a luchar por su libertad. Las saetas de bláster vinieron a Jaina rápidas y en gran cantidad. Ella saltó hacia el tirador más cercano, parando el disparo de bláster con su sable de luz. Las saetas rebotaron contra las duras paredes y el techo, y alguien gritó al ser alcanzado. El tirador era un gran jenet, y gruñó a Jaina cuando ella se acercó a él.
Ella rebanó el bláster en dos pedazos con su sable de luz, y luego dio un puntapié al jenet en los dientes con una patada ascendente. Continuó con un gancho de talón que hizo caer al jenet al suelo.
Ella vio a Lowbacca agarrar a otro par de tiradores, una pareja de ganks que luchaba por liberarse, e hizo chocar sus cabezas entre sí. Los senadores de la Brigada de la Paz se escabulleron y se agruparon buscando cobertura. Surgieron nuevos disparos de bláster, y Jaina rechazó la saeta, enviándola de vuelta a la rodilla de la tiradora. La Fuerza impulsó en un salto para cubrir la distancia de seis metros que la separaba de la tiradora ishi tib, y entonces le arrancó el bláster de la mano de una patada; luego la Fuerza asió el bláster y lo aplastó contra la cara de otro tirador. Su propio disparo salió fuera de control hacia la muchedumbre de senadores, y se escuchó un grito. Lowbacca saltó sobre él desde atrás y le golpeó en la cabeza con una maciza mano peluda.
Se hizo el silencio, excepto por los sollozos de uno de los heridos. El cuarto apestaba a la descarga de ozono de las armas. Soldados acorazados de la Nueva República empezaron a entrar en el cuarto, con sus armas dirigidas hacia los brigadistas.
Jaina blandió su sable de luz por encima del grupo que se agazapaba, con su fuerte zumbido resonando en la pequeña sala, y exclamó:
—¡Ríndanse! ¡En nombre de la Nueva República!
—Al contrario —dijo una voz imponente—. En nombre de la Nueva República, yo le ordeno a usted que se rinda.
Jaina miró con sorpresa a la figura alta y cubierta con una capucha que se alzó de un grupo apretado de brigadistas, a la cabeza en forma de flecha y los tentáculos faciales que se retorcían.
—¿Senador Pwoe? —dijo con sorpresa.
—Jefe de Estado Pwoe —corrigió el quarren—. Cabeza de la Nueva República. Estoy presente en Ylesia para negociar un tratado de amistad y ayuda mutua con la República Ylesiana. Ordeno a las fuerzas de la Nueva República cesar estos actos de agresión contra un régimen aliado amistoso.
Eso le había tomado a Jaina tan desprevenida que soltó una risa de sorpresa. Pwoe, un enemigo confeso de los Jedi, había sido un miembro del Consejo Asesor de Borsk Fey'lya. Cuando Fey'lya murió en la derrota de Coruscant, Pwoe se había declarado Jefe de Estado y había empezado a emitir órdenes al gobierno y el ejército de la Nueva República.
Podría haber seguido con ello no se hubiera sobrepasado con su juego. Cuando el Senado se reconstituyó en Mon Calamari —irónicamente, el mundo natal de Pwoe—, este emitió una orden en solicitando a Pwoe y los demás senadores que se unieran con ellos. En lugar de obedecer, Pwoe había emitido una orden al Senado requiriéndole unirse a él en Kuat.
El Senado se sintió ofendido, privó formalmente a Pwoe de cualquier poder, y dirigió su propia elección para Jefe de Estado. Posteriormente —y después de buena cantidad de los tejemanejes usuales—, fue elegido el pro-Jedi Cal Omas. Desde entonces, Pwoe había estado viajando de una parte de la galaxia a otra, intentando reunir su cada vez menos numeroso grupo de partidarios.
—Este tratado de paz es vital para los intereses de la Nueva República —siguió Pwoe—. Esta típica violencia Jedi está a punto de estropearlo todo.
La sonrisa de Jaina se ensanchó. Al parecer Pwoe se había vuelto tan desesperado que había decidido que sólo podría recobrar su prestigio y sus seguidores si regresaba a Mon Calamari ondeando un acuerdo de paz.
—Lamento mucho perturbar cualquier tratado importante —dijo ella—. ¿Tal vez preferiría caminar fuera y hablar con el general Jamira?
—Eso no será necesario. Yo ordeno al general y al resto de ustedes que abandonen Ylesia de inmediato.
La ishi tib, yaciendo a los pies de Jaina, comenzó a moverse gradualmente tratando de liberar un arma oculta en algún lugar de sus ropajes. Jaina le pisó la mano. El movimiento cesó.
—Creo que debería hablar con el general —dijo ella, y se volvió a la docena de soldados que habían estado entrando calladamente en el cuarto en el transcurso de esta conversación—. Por favor, escolten al senador Pwoe junto al general.
Dos soldados acorazados avanzaron, uno a cada lado de Pwoe, le asieron de los brazos, y comenzaron a llevarle hacia la puerta de la bóveda.
—¡Quítenme las manos de encima! —bramó—. ¡Yo soy su Jefe de Estado!
Jaina miró como Pwoe era llevado aparte. Entonces se agachó para incautar a la ishi tib su bláster oculto, y se alzó para dirigirse al resto de los brigadistas.
—Y en cuanto al resto de ustedes —levantó la voz—, salgan de la sala en fila de a uno, con las manos a la vista.
Los soldados registraron y examinaron a los brigadistas, y luego los esposaron, antes de permitirles salir de la bóveda. Los ingenieros entraron y empezaron a preparar explosivos para destruir el búnker una vez hubiera sido evacuado. Jaina y Lowbacca esperaron en el cuarto desnudo conforme los brigadistas iban saliendo lentamente.
Los dos notaron al mismo tiempo el cambio en la fusión Jedi, la inmensa y súbita sorpresa ante la aparición de un nuevo enemigo.
Ahora es cuando todo sale mal. El pensamiento resonó en el fondo de la mente de Jaina.
Miró a Lowbacca, y supo que el wookiee compartía el conocimiento de que su tiempo en tierra había acabado.
Jaina miró a los soldados preparados para atacar el búnker del Senado, y pensó que ésa era mucha potencia de fuego para dominar a un grupo que podría no estar más preparado para resistirse a la captura que su ejército o su flota. Encontró al general Jamira y le saludó marcialmente.
—Señor, me gustaría ser la primera en entrar en la bóveda. Creo que puedo conseguir que se rindan.
Jamira apenas tardó un segundo en considerar la demanda.
—No voy a decirle a un Jedi que no puede ser el primero en entrar a una situación delicada —dijo—. He visto lo que vuestra gente puede hacer. —Asintió con la cabeza—. Pero asegúrate de pedir ayuda si la necesitas.
—Lo haré, señor.
Se cuadró ante el general un saludo y retrocedió a paso ligero hasta la puerta de la bóveda. Casi habían acabado de cortarla. La duraleación fundida se había solidificado en el suelo de la antesala formando una especie de cascada. Jaina estaba de pie junto a Lowbacca, quien le miró significativamente mientras desenganchaba su sable de luz. Jaina sonrió abiertamente. Sin decir una palabra, él había mostrado que entendía su plan, y que lo aceptaba.
Jaina encendió su propio sable de luz en cuanto el láser terminó su corte final. Con un empujón de la Fuerza, empujó el último pedazo corto y grueso de la puerta de la bóveda hacia el interior, dónde cayó resonando en el suelo. Del agujero surgieron brillantes disparos de bláster, y alguien de dentro gritó:
—¡Fuera, márchense!
Jaina saltó a través de la puerta de cabeza, giró sobre sí misma en un salto mortal, y cayó de pie. Los disparos de bláster salieron chispeando hacia ella, permitiéndole a Lowbacca seguirla por el agujero sin que le apuntasen.
El cuarto era de duracemento desnudo, sin mobiliario y con pocos adornos: los senadores de la Brigada de la Paz estaban agrupados en las esquinas, protegiéndose de aquellos que estaban determinados a luchar por su libertad. Las saetas de bláster vinieron a Jaina rápidas y en gran cantidad. Ella saltó hacia el tirador más cercano, parando el disparo de bláster con su sable de luz. Las saetas rebotaron contra las duras paredes y el techo, y alguien gritó al ser alcanzado. El tirador era un gran jenet, y gruñó a Jaina cuando ella se acercó a él.
Ella rebanó el bláster en dos pedazos con su sable de luz, y luego dio un puntapié al jenet en los dientes con una patada ascendente. Continuó con un gancho de talón que hizo caer al jenet al suelo.
Ella vio a Lowbacca agarrar a otro par de tiradores, una pareja de ganks que luchaba por liberarse, e hizo chocar sus cabezas entre sí. Los senadores de la Brigada de la Paz se escabulleron y se agruparon buscando cobertura. Surgieron nuevos disparos de bláster, y Jaina rechazó la saeta, enviándola de vuelta a la rodilla de la tiradora. La Fuerza impulsó en un salto para cubrir la distancia de seis metros que la separaba de la tiradora ishi tib, y entonces le arrancó el bláster de la mano de una patada; luego la Fuerza asió el bláster y lo aplastó contra la cara de otro tirador. Su propio disparo salió fuera de control hacia la muchedumbre de senadores, y se escuchó un grito. Lowbacca saltó sobre él desde atrás y le golpeó en la cabeza con una maciza mano peluda.
Se hizo el silencio, excepto por los sollozos de uno de los heridos. El cuarto apestaba a la descarga de ozono de las armas. Soldados acorazados de la Nueva República empezaron a entrar en el cuarto, con sus armas dirigidas hacia los brigadistas.
Jaina blandió su sable de luz por encima del grupo que se agazapaba, con su fuerte zumbido resonando en la pequeña sala, y exclamó:
—¡Ríndanse! ¡En nombre de la Nueva República!
—Al contrario —dijo una voz imponente—. En nombre de la Nueva República, yo le ordeno a usted que se rinda.
Jaina miró con sorpresa a la figura alta y cubierta con una capucha que se alzó de un grupo apretado de brigadistas, a la cabeza en forma de flecha y los tentáculos faciales que se retorcían.
—¿Senador Pwoe? —dijo con sorpresa.
—Jefe de Estado Pwoe —corrigió el quarren—. Cabeza de la Nueva República. Estoy presente en Ylesia para negociar un tratado de amistad y ayuda mutua con la República Ylesiana. Ordeno a las fuerzas de la Nueva República cesar estos actos de agresión contra un régimen aliado amistoso.
Eso le había tomado a Jaina tan desprevenida que soltó una risa de sorpresa. Pwoe, un enemigo confeso de los Jedi, había sido un miembro del Consejo Asesor de Borsk Fey'lya. Cuando Fey'lya murió en la derrota de Coruscant, Pwoe se había declarado Jefe de Estado y había empezado a emitir órdenes al gobierno y el ejército de la Nueva República.
Podría haber seguido con ello no se hubiera sobrepasado con su juego. Cuando el Senado se reconstituyó en Mon Calamari —irónicamente, el mundo natal de Pwoe—, este emitió una orden en solicitando a Pwoe y los demás senadores que se unieran con ellos. En lugar de obedecer, Pwoe había emitido una orden al Senado requiriéndole unirse a él en Kuat.
El Senado se sintió ofendido, privó formalmente a Pwoe de cualquier poder, y dirigió su propia elección para Jefe de Estado. Posteriormente —y después de buena cantidad de los tejemanejes usuales—, fue elegido el pro-Jedi Cal Omas. Desde entonces, Pwoe había estado viajando de una parte de la galaxia a otra, intentando reunir su cada vez menos numeroso grupo de partidarios.
—Este tratado de paz es vital para los intereses de la Nueva República —siguió Pwoe—. Esta típica violencia Jedi está a punto de estropearlo todo.
La sonrisa de Jaina se ensanchó. Al parecer Pwoe se había vuelto tan desesperado que había decidido que sólo podría recobrar su prestigio y sus seguidores si regresaba a Mon Calamari ondeando un acuerdo de paz.
—Lamento mucho perturbar cualquier tratado importante —dijo ella—. ¿Tal vez preferiría caminar fuera y hablar con el general Jamira?
—Eso no será necesario. Yo ordeno al general y al resto de ustedes que abandonen Ylesia de inmediato.
La ishi tib, yaciendo a los pies de Jaina, comenzó a moverse gradualmente tratando de liberar un arma oculta en algún lugar de sus ropajes. Jaina le pisó la mano. El movimiento cesó.
—Creo que debería hablar con el general —dijo ella, y se volvió a la docena de soldados que habían estado entrando calladamente en el cuarto en el transcurso de esta conversación—. Por favor, escolten al senador Pwoe junto al general.
Dos soldados acorazados avanzaron, uno a cada lado de Pwoe, le asieron de los brazos, y comenzaron a llevarle hacia la puerta de la bóveda.
—¡Quítenme las manos de encima! —bramó—. ¡Yo soy su Jefe de Estado!
Jaina miró como Pwoe era llevado aparte. Entonces se agachó para incautar a la ishi tib su bláster oculto, y se alzó para dirigirse al resto de los brigadistas.
—Y en cuanto al resto de ustedes —levantó la voz—, salgan de la sala en fila de a uno, con las manos a la vista.
Los soldados registraron y examinaron a los brigadistas, y luego los esposaron, antes de permitirles salir de la bóveda. Los ingenieros entraron y empezaron a preparar explosivos para destruir el búnker una vez hubiera sido evacuado. Jaina y Lowbacca esperaron en el cuarto desnudo conforme los brigadistas iban saliendo lentamente.
Los dos notaron al mismo tiempo el cambio en la fusión Jedi, la inmensa y súbita sorpresa ante la aparición de un nuevo enemigo.
Ahora es cuando todo sale mal. El pensamiento resonó en el fondo de la mente de Jaina.
Miró a Lowbacca, y supo que el wookiee compartía el conocimiento de que su tiempo en tierra había acabado.
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