domingo, 16 de mayo de 2010

Ylesia (XVII)

Pwoe y Thrackan Sal-Solo, esposados, se estaban haciendo compañía en la parte trasera del deslizador. Ninguno de los ilusorios presidentes parecía tener mucho que decir al otro, o a nadie más, al menos no desde que Thrackan murmurase “¿Realmente tengo que sentarme con el cabeza de calamar?” cuando Pwoe fue conducido al vehículo.
Resultó que no había espacio para que Thrackan o cualquier otro se sentase. Los deslizadores sólo tenían espacio para estar de pie, repletos de soldados, prisioneros, y refugiados.
Los vehículos se acercaron tan rápido como les fue posible a la zona de desembarco, aunque estaban siendo frenados por muchedumbres de refugiados, esclavos, y otros obreros forzosos que rogaban pidiendo un transporte fuera del planeta. Tantos como fue posible encajar en los deslizadores fueron subidos a bordo. En su retirada a la zona de desembarco los deslizadores no se habían puesto en camino en ningún orden particular, y el deslizador que Jaina compartía con Lowbacca, Thrackan y Pwoe estaba más o menos en el medio de la columna.
La columna había alcanzado las afueras de la ciudad, que a estas alturas consistía en una tira de edificios a ambos lados del camino principal, todo ello rodeado por terreno salvaje, inalterado.
Jaina se volvió al sonido de una explosión detrás de ella, una conmoción seguida por una onda de choque que ella pudo sentir en su interior. El humo y los escombros salió volando por los aires sobre los edificios circundantes. Los ingenieros acababan de destruir el búnker de los brigadistas, junto con el Palacio de la Paz y otros edificios públicos.
Jaina volvió a mirar al frente justo cuando una bestia gigante del color del liquen salió desde detrás de un edificio al camino delante de la columna. El corazón de Jaina latió con fuerza cuando el deslizador que iba en cabeza chocó contra el animal, enfureciendo la bestia aunque los amortiguadores inerciales de la máquina salvaron a la tripulación y los pasajeros. Otro deslizador chocó contra la parte trasera del primero, impidiéndole retroceder. La bestia se puso en pie sobre sus patas posteriores, y Jaina vio guerreros yuuzhan vong aferrándose para salvar su vida a su cesto en el lomo de la bestia. Los escudos chisporrotearon y fallaron cuando las cuatro patas delanteras del quednak cayeron con fuerza sobre el deslizador. Jaina pudo oír los gritos de los pasajeros al morir.
Jaina hizo un gesto para alcanzar su sable de luz, luego su bláster, y luego dudó. Ninguna de sus armas podría matar ese animal.
Las armas montadas en los vehículos hendieron el aire cuando dispararon contra la bestia de carga. El quednak gritó y cargó contra ellos, aplastando la parta delantera de un segundo deslizador y apartando a un tercero a un lado. Uno de sus jinetes salió lanzado de su asiento y voló, agitando los brazos, chocando contra un edificio cercano.
—¡Atrás! ¡Atrás! ¡Salgamos de aquí por una calle lateral!
El oficial al mando del deslizador ladró esa y otras órdenes al conductor. Y entonces Jaina sintió que una sombra caía sobre ella, y se volvió.
Estaban dirigiendo otra bestia de carga al camino, detrás del deslizador de Jaina. Su sable de luz llegó volando a su mano y dio tres largos saltos a la parte de atrás del deslizador, lanzándose contra los jinetes en el lomo del quednak.
La Fuerza pareció sujetarla por la columna vertebral y llevarla flotando sobre el lomo de la criatura, y dio agradeció en silencio a Lowbacca su ayuda cuando aterrizó en las anchas y llanas caderas. Se encontraba posada sobre el par central de patas, su equilibrio inestable con el movimiento oscilante de la criatura al andar. Los dos jinetes se sentaban adelante, en una caja con forma de concha. Jaina encendió su sable de luz y atacó, buscando tracción con sus botas en la superficie cubierta de musgo de las escamas de la bestia.
Uno de los yuuzhan vong en la caja saltó fuera para enfrentarse a ella mientras el otro continuaba dirigiendo la bestia. El aire apestaba al hedor del quednak. Los deslizadores maniobraban bajo sus patas con garras. Artilleros presa del pánico al final de la columna abrían fuego, chamuscando los macizos costados de la criatura, pero el quednak permanecía bajo el mando de su conductor.
El oponente de Jaina extrajo su anfibastón, con su cabeza escupiendo veneno. Jaina apartó en el aire el veneno con un viento generado por la Fuerza, y saltó hacia delante para enfrentarse a él, apuntando directamente a la cara tatuada del yuuzhan vong. Su bloqueo circular casi arrancó el sable de luz de sus dedos, pero ella consiguió parar su ataque a tiempo, y entonces emprendió un ataque menos impulsivo.
La hoja color violeta de Jaina golpeó una y otra vez, pero el yuuzhan vong los paró todos, con una mirada decidida bajo el borde del casco de cangrejo vonduun. Estaba concentrándose solamente en la defensa, en mantenerla alejada del conductor hasta que pudiera pisotear el máximo número de deslizadores bajo las garras de la bestia. La frustración creció en ella cuando reduplicó su ataque, creando un patrón con la hoja de color violeta que conseguiría que el anfibastón quedase fuera del camino, dejando al yuuzhan vong indefenso ante un ataque final.
Inesperadamente, Jaina se tiró cuan larga era en el lomo del quednak. Una luminosa saeta rojoanaranjada de un cañón bláster rasgó el aire donde ella había estado medio segundo antes. El yuuzhan vong dudó, parpadeando, deslumbrado por la llamarada, y entonces Jaina se alzó sobre una sola mano y lanzó un pie hacia delante, barriendo los pies del guerrero. Este soltó un grito de pura rabia mientras caía dando volteretas del costado de la criatura.
Jaina se lanzó contra el conductor en su caja, pero otro cañón abrió fuego, y la caja desapareció en un estallido de llamas, chamuscándose la cara por el calor. Buscó frenéticamente una manera de controlar la criatura. El quednak emitió un grito de furia absoluta y empezó a retroceder, intentando volverse para llegar a la fuente de los disparos bláster que estaban atormentándolo.
Una ráfaga de disparos golpeó de lleno en la bestia y lanzó a Jaina volando fuera del lomo de la criatura. Fue dando volteretas, convocando la Fuerza para amortiguar su caída sobre el duracemento. Aun así el impacto dejó sus pulmones sin aliento, y sus dientes se entrechocaron con fuerza por el impacto. Desde su posición en tierra vio a Lowie arrastrando a los civiles heridos de un deslizador destrozado, otros deslizadores intactos maniobrando en medio de un enjambre de refugiados desconcertados y prisioneros aturdidos, y las agonías de muerte del otro quednak, que había sucumbido finalmente al fuego de las armas pesadas.
Entonces la segunda bestia, en la que ella había montado, recibió un disparo de cañón en la cabeza, y se encabritó cuando empezó a morirse. Jaina vio el gigantesco ijar de la bestia comenzar su su caída, y retrocedió como un cangrejo fuera del alcance de la criatura cuando esta cayó en una oleada de hedor y sangre. Un agonizante azote de su cola lanzó un par de deslizadores contra una pared, y entonces el reptiloide gigante murió.
Ahora, las bestias de carga muertas bloqueaban el camino a ambos lados, atrapando la columna entre las filas de edificios. Sobre sus cabezas llegaron un par de voladores veloces, análogos a barredoras, que se lanzaron sobre la calle disparando sus cañones de plasma. Jaina rodó apartándose del fuego y las astillas volantes cuando el plasma supercalentado rasgó el duracemento cerca de ella.
Sin embargo, la peor amenaza de los análogos de las barredoras no eran sus cañones. Cada uno tenía una unidad dovin basal de propulsión en su morro, y estas singularidades vivientes se extendían para atrapar los escudos de los deslizadores, sobrecargándolos y haciéndolos fallar en una llamarada de energía frustrada.
Jaina se puso en pie, su mente naufragada en la magnitud del desastre. No había nada que pudiera hacer contra las naves sin su ala-X, de modo que corrió como pudo por el duracemento para ayudar Lowbacca a auxiliar a los civiles heridos. Con la Fuerza, alzó unos cascotes de encima de un rodiano herido.
El fuego concentrado de los soldados hizo que uno de los análogos de barredora estallase en pedazos. El piloto del otro, que soltaba una estela de fuego, hizo chocar deliberadamente su volador contra un deslizador, y ambas naves quedaron destruidas en una erupción de llamas.
Fue entonces cuando Jaina escuchó el ominoso y súbito zumbido, y sus nervios estaban de punta ante el peligro cuando se giró para enfrentarse al sonido, con su sable de luz a punto.
Un enjambre de insectos aturdidores y cortadores venía volando a toda velocidad, acercándose a sus objetivos... y entonces guerreros yuuzhan vong salieron en tropel de los edificios de oficinas del lado sur de la calle, mientras que de ambos extremos de la calle también llegaban, derramándose como una ola sobre los cuerpos de las bestias de carga muertas. De quinientas gargantas salió un grito de batalla pronunciado a coro:
¡Do-ro'ik vong pratte!
Hubo gritos cuando decenas de personas cayeron bajo la oleada voladora de insectos mortales. Jaina golpeó un insecto aturdidor con su sable de luz, y partió pulcramente en dos un insectocortador que se dirigía a la cabeza de Lowie. Los guerreros yuuzhan vong golpearon con un impacto audible a la aturdida multitud que pululaba por la calle. Los soldados de la Nueva República estaban tan estorbados por los enjambres de no combatientes que apenas podían disparar en su propia defensa. Los yuuzhan vong saltaron a bordo de los deslizadores que habían sufrido la pérdida de sus escudos, abriéndose paso a cuchilladas a través de los civiles y prisioneros para poder alcanzar a unos soldados tan herméticamente agrupados que ni siquiera podían levantar un arma.
Jaina bloqueó y apartó un anfibastón que había sido blandido contra su cabeza, y permitió que Lowie, saltando por encima de su hombro, se ocupase del guerrero que lo manejaba. El siguiente guerrero cayó ante un par de sables de luz, girando uno por arriba, lanzando una estocada por debajo el otro. Jaina preparó un tajo contra una figura que caminaba tambaleándose hacia ella, pero luego se dio cuenta de que era uno de los guardias personales de Thrackan con su absurda armadura falsa. Una hembra humana que no paraba de gritar, ensangrentada por un corte de insectocortador y desvalida con sus manos esposadas, cayó sobre los brazos de Jaina, y murió por la estocada del guerrero yuuzhan vong que, gruñendo, estaba tratando de atravesarla para alcanzar a Jaina. Jaina se apartó a tiempo de la estocada, y entonces, antes de que el guerrero pudiera extraer su arma de su víctima, ella le alcanzó con la suya en la garganta.
Las dos mitades de un insectocortador, partido pulcramente por la mitad por el sable de luz de Lowie, cayeron a ambos lados de Jaina. Ella y Lowbacca podían protegerse contra el horror zumbante, y los soldados al menos iban acorazados, pero los civiles no tenían ninguna defensa y estaban siendo rasgados a tiras. Los prisioneros esposados estaban más aun desvalidos.
—¡Tenemos que introducir a esas personas en los edificios donde podamos protegerlos! —gritó Jaina a cualquiera que pudiera oírla—. ¡En marcha!
Con gritos y gestos, Jaina y Lowie reunieron un grupo de soldados que ayudaron a conducir a los civiles a los edificios del lado norte de la calle. Esto dio a otros soldados, y a los pocos deslizadores que todavía estaban en funcionamiento, un campo de fuego más claro, y los yuuzhan vong comenzaron a recibir más bajas.
En medio de la confusión, Jaina vio al general Jamira tambaleándose en retirada con un grupo de sus soldados a su alrededor. Todos ellos parecían heridos; una escuadra de yuuzhan vong los perseguían, haciendo subir y bajar sus anfibastones en un ritmo mortal, urgente.
—¡Lowie! ¡Es el general!
Los Jedi atacaron, girando sus sables de luz. Jaina desjarretó a un guerrero enemigo, luego se agachó ante la estocada de otro para conducir su sable de luz a través del sobaco, una de las pocas partes desprotegidas por la armadura. Un tercer yuuzhan vong cayó de rodillas por una patada doble ayudada por la Fuerza, después de la cual uno de los soldados de Jamira le disparó un tiro de bláster a quema ropa.
Dos de los soldados agarraron a Jamira por debajo delos brazos y lo empujaron a uno de los edificios del lado norte de la calle, un restaurante con mesas en las ventanas y una barra contra la pared del fondo. Allí, otros soldados que disparaban desde las ventanas tenían campos de fuego claros y podían alcanzar con sus disparos a cualquier perseguidor. Lowie y Jaina cubrieron la retirada, bloqueando un disparo tras otro con sus sables de luz antes de entrar con un salto mortal hacia atrás por las ventanas.
La sala estaba llena de las personas aturdidas, la mayoría de ellos civiles tendidos sobre las mesas. Jaina reconoció a Pwoe sobresaliendo de pie entre ellos, con el rostro ensangrentado y un tentáculo rebanado pulcramente por un insectocortador.
Los yuuzhan vong todavía estaban luchando, intentando entrar en los edificios. Jaina y Lowbacca escogieron cada uno un ventanal, lanzando tajos y bloqueos a través de la apertura mientras los soldados disparaban continuamente a los asaltantes.
Fue el fuego de los flancos lo que terminó ahuyentando a los asaltantes. Los yuuzhan vong habían emboscado sólo a la primera mitad del convoy de regreso. La parte trasera de la columna estaba en su mayoría intacta, aunque incapaz de maniobrar con sus deslizadores por encima de la bestia de carga muerta que bloqueaba el camino. En lugar de eso, el coronel Tosh, a cargo de la retaguardia, hizo salir a sus soldados de los deslizadores y los envió subiendo al ijar macizo del quednak muerto. Desde su cúspide los soldados comenzaron a descargar una densa ráfaga de fuego hacia la calle, un fuego lo bastante intenso para causar que los yuuzhan vong retrocedieran a los edificios del lado sur de la calle.
Jaina apagó su sable de luz y tomó una profunda bocanada de aire. Estaba asombrada de lo rápido que se habían torcido las cosas.
El tiempo se estaba agotando. Y con él, se perdían vidas.
El general Jamira se puso en pie, jadeando en busca de aliento, apoyándose con un brazo contra una pared mientras hablaba en su unidad de comunicaciones. La sangre manchaba su armadura corporal blanca. Alzó la vista.
—¿Qué hay detrás de nosotros? —dijo—. ¿Podemos volver hacia el norte, y luego reunirnos con los deslizadores?
Uno de los soldados hizo un chequeo rápido, y luego regresó.
—Es arbolado espeso, señor —informó—. Los deslizadores no podrán atravesarlo, pero nosotros podríamos avanzar por él a pie.
—Negativo. —Jamira negó con la cabeza—. Perderíamos toda nuestra cohesión en el bosque y los vong nos darían caza fácilmente. —Se volvió para mirar al exterior por el destrozado ventanal delantero—. Tenemos que volver de algún modo a los deslizadores, y entonces tomar otra ruta para rodear la barricada. —Tenía mal aspecto, y presionaba con su mano una herida en el muslo—. Dígale al coronel Tosh que tiene que darnos fuego de cobertura cuando salgamos. Pero de todas formas perderemos muchos hombres cuando todo el mundo salga a la calle.
Jaina se dio cuenta de que su comunicador estaba pitando reclamando su atención. Contestó.
—Aquí Solo.
—Al habla el coronel Fel. ¿Estás en dificultades? Los demás Jedi parecen pensar que sí.
El alivio vibró a través de Jaina al escuchar el sonido de la voz de Jag, aunque al alivio le siguió inmediatamente la turbación ante su intensidad. Ella se esforzó por mantener la voz calmada y marcial al contestar.
—La columna ha caído en una emboscada y ha sido diezmada —dijo—. ¿Cuál es tu situación?
—Estoy en órbita con el Escuadrón Soles Gemelos. Estamos en estado de espera, esperando a que tú y Lowbacca os reunáis con nosotros. Ha aparecido una flota enemiga y la situación se ha puesto seria. Es indispensable que la fuerza de desembarco regrese a órbita lo más pronto posible.
—No me digas —soltó Jaina, su alivio desvaneciéndose ante el molesto tono pomposo de Jag.
—Permaneced a la espera —dijo Jag—. Dirigiré a los escuadrones en un pase de bombardeo y con nuestro fuego os abriremos un camino de salida de allí.
—Negativo —dijo Jaina—. Los vong están justo al otro lado de la calle, demasiado cerca. Vuestro fuego nos alcanzaría, y tenemos civiles aquí.
—Aún puedo ser capaz de ayudar. Permaneced a la espera.
—¡Jag —dijo Jaina—, tienes demasiados novatos! ¡No serán capaces de mantener el blanco! ¡Van a acabar con cientos de civiles, por no mencionar al resto de nosotros!
—Manténgase a la espera, Líder Gemelo —dijo Jag, insistente.
La molestia ganó finalmente al alivio. Jaina miró exasperada al general Jamira.
—¿Ha oído usted eso, señor?
Jamira asintió.
—Aun cuando no pueda realizar una pasada abriendo fuego, los cazas mantendrán a raya a los vong. Esperaremos.
—¡General! —la imponente voz de Pwoe resonó desde el fondo de la sala—. ¡Esto es una absoluta locura! ¡Exijo que usted me permita negociar una rendición para estas personas antes de que esos pilotos de gatillo fácil nos vuelen a todos en pedazos!
El quarren avanzó cojeando. Jamira se enfrentó a a él, irguiéndose, e hizo una mueca de dolor al cargar el peso sobre su pierna herida.
—Senador —dijo. Me haría usted un favor si permaneciera en silencio. Usted no está al mando aquí.
—Usted tampoco, según parece —dijo Pwoe—. Su única esperanza, y la esperanza de todos bajo su mando —con sus manos esposadas hizo un gesto que abarcaba a los soldados, los civiles, y los prisioneros— es una rendición táctica. Yo emprendería las negociaciones completamente bajo mi propio riesgo.
Una rendición táctica.
Jaina quedó sorprendida por la voz sarcástica de Thrackan proviniendo del fondo de la sala. Su primo se levantó de la silla que ocupaba y avanzó cojeando. Pudo ver que los grandes músculos de su espalda también habían sido abiertos por un insectocortador.
—Hasta ahora había pensado que los Jedi eran los sacos de gas más pomposos y molestos de la creación —dijo Thrackan—. Pero eso era antes de conocerle a usted. Usted se lleva el premio al fiasco más absurdo, vanidoso y prolijo que yo jamás haya visto. Y por encima de eso... —Miró fijamente y de cerca a los indignados ojos de Pwoe—. ¡Por encima de eso, señor, es usted un pez! ¡Así que siéntese y cállese, antes de que le lance un arpón!
Pwoe se puso en pie, tenso.
—Su despliegue de groseros prejuicios es...
Thrackan le hizo callar ondeando su mano.
—Ahórreselo, Jefe. Nadie está escuchando ahora sus discursos. Ni lo volverán a hacer jamás, creo yo.
Pwoe devolvió la intensa mirada de Thrackan por un largo momento, y entonces su mirada cayó, y se retiró. Entonces Thrackan volvió su rostro ceñudo a los demás: Jaina, Jamira, y el resto.
—Yo no soy un colaboracionista vong, no importa lo todos ustedes piensen. Y no estoy dispuesto a permitir que un imbécil subacuático nos venda al enemigo.
Con un aire de doloroso triunfo, Thrackan se arrastró a su asiento.
Desde lo alto llegó el peculiar rugido chasqueante de un caza desgarrador, pasando lentamente sobre ellos. Jaina podía imaginar a Jag en el asiento del piloto, volando con el desgarrador invertido para conseguir una vista buena de la escena que tenía debajo. Cuando la voz de Jag volvió, parecía pensativa.
—¿Nuestras fuerzas están en el lado norte?
—Sí, pero...
—Los yuuzhan vong se están reagrupando... lanzarán otro ataque dentro de unos minutos. Comenzaré una pasada de bombardeo con nuestros dos escuadrones para romper el ataque. Dile a tu gente que permanezca a cubierto, y que esté lista para correr.
—¡No! —dijo Jaina—. ¡Conozco a mis pilotos novatos! ¡No tienen la experiencia necesaria!
—Mantente a la espera, Líder Gemelo. Y diles a esos soldados que están de pie sobre el animal muerto que se pongan a cubierto.
Jaina casi tiró el comunicador al suelo por la frustración. En lugar de eso, lanzó una mirada desesperada al general Jamira, que la estaba mirando con expresión ceñuda, pensativa. Jamira se llevó su propio comunicador a los labios.
—Los cazas están a punto de dar una pasada. Todo el mundo debe buscar refugio seguro, y prepararse para correr hacia los deslizadores a mi orden. Tosh, saque a su gente de esa criatura y regrese bajo los escudos de los deslizadores.
Y entonces, con dignidad cansada, silenciosa, general Jamira tomó refugio bajo una mesa. Los demás en la sala hicieron lo que pudieron para imitarle.
El rugido de los cazas flotó a través de los ventanales rotos. Jaina, que permanecía en pie, caminó al ventanal y echó una rápida mirada al exterior.
Negro contra el cielo occidental, podía verse el escuadrón Chiss, con sus naves volando casi tocándose las alas, escalonadas detrás del líder en una especie de media cuña.
Por supuesto, pensó Jaina con admiración. Jag Fel estaría en cabeza, volando a lo largo de una línea invisible por el campo de batalla entre los yuuzhan vong y las tropas de la Nueva República. Los otros estaban escalonados hacia el lado vong de la línea; mientras mantuvieran su alineación con respecto al líder, su fuego no podría alcanzar fuerzas aliadas.
Los cañones láser del líder Chiss empezaron a destellar, y luego los de los otros. Los disparos cayeron sobre la calle y los tejados de los edificios del otro lado, un martilleo de lluvia de alta energía. Jaina se agachó bajo la mesa más cercana y encontró que Lowie ya ocupaba la mayoría del espacio.
—¿Sabes? —dijo ella—, a veces Jag realmente es...
Su pensamiento quedó inconcluso. La primera oleada pareció chupar el aire de los pulmones de Jaina, y luego lo transformó en luz y calor que Jaina pudo sentir en sus huesos largos, su hígado, bazo e intestino.
Veintiuna detonaciones más siguieron a la primera conforme los Chiss descargaban. Lo que podía quedar de los ventanales del restaurante explotó hacia dentro. Tormentas de polvo entraron en tromba desde la calle, junto con pedazos de ruinas. Y entonces hubo un silencio roto sólo por el zumbido en las orejas de Jaina.
Lentamente se dio cuenta de que su comunicador le estaba hablando. Se lo llevó a los labios.
—¿Puede repetir?
—Mantened vuestras posiciones —dijo la débil voz—. Ahora vienen los Soles Gemelos.
Tesar estaría en la posición del líder, con resto escalonado en la misma formación que Jag había usado. Jaina no tenía miedo de que ningún disparo saliera desviado.
—¡Mantened vuestras posiciones! —ordenó Jaina—. ¡Viene otra oleada!
Esta vez hubo dieciséis pasadas, dos de cada uno de los alas-X restantes. Jaina tosió cuando oleada tras oleada de polvo entraba por los ventanales.
De nuevo se hizo el silencio, roto sólo por el sonido de cascotes cayendo de los edificios de enfrente. Mientras pestañeaba para quitarse el polvo de las pestañas, Jaina pudo ver al general Jamira alzarse dolorosamente de su posición bajo una de las mesas, y entonces llevarse el comunicador a los labios.
—¡Soldados, tomad posiciones para cubrir a los civiles! ¡Todos los no combatientes a los deslizadores... y que el resto de nosotros los sigan!

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