domingo, 16 de mayo de 2010

Ylesia (XVIII)

Unas manos retiraron los cascotes de encima de él, y Maal Lah vio el cielo cuando ya había pensado que nunca volvería a ver el cielo libre. Jadeó y tosió el polvo fuera de sus pulmones.
—¡Es el comandante! —exclamó alguien, y una multitud de manos se unió para retirar los cascotes restantes, y luego sacaron a Maal Lah de las ruinas.
Maal Lah dio un respingo ante una súbita, nauseabunda ola de dolor, pero apretó los dientes y dijo:
—¡Subalterno! ¡Informe!
—Los infieles lograron escapar después del bombardeo, Sumo Comandante. Pero han dejado cientos de muertos tras ellos. —El subalterno dudó—. Muchos de ellos de nuestros aliados de la Brigada de la Paz.
El dolor hizo gruñir a Maal Lah, pero él convirtió el gruñido en uno de triunfo.
—¡Los infieles traicioneros merecieron su destino! ¡Ellos debieron haber muerto luchando, pero en cambio se rindieron y nos dejaron a nosotros darles una muerte honorable! —Consiguió convertir otra mueca de dolor en una risa—. ¡Los invasores nos temieron, subalterno! ¡Huyeron de Ylesia en cuanto sintieron nuestra aguijón!
—El Sumo Comandante es sabio —dijo el subalterno. El polvo manchaba los tatuajes del subalterno, y su armadura estaba abollada. Sus ojos viajaron a lo largo del cuerpo de Maal Lah—. Lamento decirle, Sumo Comandante Supremo —dijo despacio—, que su pierna está destrozada. Me temo que va a perderla.
Maal Lah gruñó de nuevo. Como si necesitara que un subalterno, un infante joven, le dijera tal una cosa. Él había visto la viga de duraleación caer como un cuchillo, y había sentido la agonía en los largos minutos desde entonces...
—Los cuidadores me darán una pierna mejor, si los dioses así lo desean —dijo Maal Lah.
Volvió la cabeza hacia una serie de estampidos sónicos: los equipos de aterrizaje infieles que saltaban hacia el cielo desde su campo de aterrizaje.
—Ellos piensan que han escapado, subalterno —dijo Maal Lah—. Pero yo sé que no lo han hecho.
Antes de que el fuego enemigo derrumbara el edificio encima de él, había estado en contacto con sus comandantes en el espacio, y diseñó una estrategia que le daría otra sorpresa al enemigo.
¿Era posible morirse de sorpresa?, se preguntó.
Como táctico, él sabía que era posible.

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