Thrackan Sal-Solo caminaba entre las murallas de duracero del patio de ejercicio de la prisión, con su mente bullendo de planes.
Mañana, le habían dicho, sería transferido a Corellia donde sería sometido a juicio por traición contra su planeta natal.
Él aceptaría el traslado apaciblemente, y se comportaría como un prisionero ejemplar durante la mayor parte del camino a casa. Pero eso sólo sería para apaciguar a sus guardias.
Él los tomaría por sorpresa, y les golpearía en la cabeza con algún arma improvisada... aún no sabía qué exactamente, ya pensaría en eso después. Luego tomaría el mando de la nave... esperaba que fuera un modelo de Incom, era capaz de pilotar cualquier cosa que Incom fabricase. Estrellaría la nave en una zona remota de Corellia y haría parecer que había muerto entre las llamas.
Entonces contactaría con algunas de las personas en Corellia en las que todavía podía confiar. Reorganizaría el Partido de Centralia, daría un golpe de estado, y se haría con el poder. ¡Él gobernaría el mundo! No, cinco mundos.
Era su destino, y nada podría detenerlo. El destino de Thrackan Sal-Solo no era ser condenado a una vida miserable en un planeta prisión.
Bueno. No más de una vez, al menos.
Mañana, le habían dicho, sería transferido a Corellia donde sería sometido a juicio por traición contra su planeta natal.
Él aceptaría el traslado apaciblemente, y se comportaría como un prisionero ejemplar durante la mayor parte del camino a casa. Pero eso sólo sería para apaciguar a sus guardias.
Él los tomaría por sorpresa, y les golpearía en la cabeza con algún arma improvisada... aún no sabía qué exactamente, ya pensaría en eso después. Luego tomaría el mando de la nave... esperaba que fuera un modelo de Incom, era capaz de pilotar cualquier cosa que Incom fabricase. Estrellaría la nave en una zona remota de Corellia y haría parecer que había muerto entre las llamas.
Entonces contactaría con algunas de las personas en Corellia en las que todavía podía confiar. Reorganizaría el Partido de Centralia, daría un golpe de estado, y se haría con el poder. ¡Él gobernaría el mundo! No, cinco mundos.
Era su destino, y nada podría detenerlo. El destino de Thrackan Sal-Solo no era ser condenado a una vida miserable en un planeta prisión.
Bueno. No más de una vez, al menos.
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