miércoles, 21 de julio de 2010

La tribu perdida de los Sith #4: Salvadora (I)

La Tribu Perdida de los Sith #4: Salvadora
John Jackson Miller

Capítulo Uno
4975 ABY

-Hijos de Kesh, vuestros Protectores han vuelto a casa con vosotros. ¡Nuevamente!
Korsin aguardó a que el clamor de la multitud se apagase. No lo hizo. El comandante Yaru Korsin, Gran Señor de la Tribu de los Sith en Kesh, se alzó en lo alto de la plataforma de mármol y recorrió con la mirada el revuelto océano de rostros de color púrpura. Tras él se alzaban las columnas y cúpulas de su nuevo hogar. Anteriormente un pueblo nativo, Tahv era ahora una capital Sith.
Los edificios habían sido construidos rápidamente en el emplazamiento del antiguo Círculo Eterno para esta fecha, exactamente un cuarto de siglo en años estándar tras la llegada de los Sith a Kesh. Korsin estaba determinado a que este aniversario fuera algo para celebrar, más que para lamentar. Con los actos de ese día, Korsin indicaba que la intención de su pueblo era vivir entre los keshiri para siempre.
Ahora, años después del accidente, estaba claro que no podía hacerse nada más para reparar el Presagio. No había razón para vivir en su altivo templo en el lugar del accidente cuando tal belleza existía bajo ellos. Korsin alzó la mirada, hacia el pico nublado en el horizonte occidental. Un reducido equipo de trabajadores Sith y keshiri se encontraba allí, ultimando los detalles en la montaña. Sellado en la seguridad de su santuario, el Presagio estaría allí si lo necesitaban.
Korsin sabía que no sería así. Todo era una farsa. Nadie vendría a por ellos; lo supo tan pronto vio las tripas fundidas del transmisor. El planeta Kesh estaba en ninguna parte, lejos de cualquier otro sitio, de lo contrario Naga Sadow ya los habría encontrado. A ellos, y a sus preciosos cristales Lignan.
Se preguntaba qué habría sido del capitán Saes y el Heraldo. ¿Habrían sobrevivido a la colisión que mandó al Presagio a la deriva? ¿Habría obtenido el Jedi caído la gloria que debería haber pertenecido a los Sith, tras una victoria en Primus Goluud? ¿O Naga Sadow lo habría asesinado por su incompetencia?
¿Sadow aún seguiría vivo?
Todo eso eran pensamientos vanos, y Korsin lo sabía. Pero tenía que mantener esas preguntas vivas en su pueblo, mientras hubiera gente que recordase de dónde venían. La estabilidad así lo requería.
Había sido necesario un elegante acto de equilibrio. Unos Sith enfrentándose a un futuro únicamente en Kesh, estarían eternamente luchando por el poder... lo que significaba más días como aquél, años atrás, en el que él y Devore se enfrentaron. Miró a los Sith, de pie en posición de firmes a ambos lados de la ancha escalinata que descendía de la plataforma. Tanta gente, tantas ambiciones que controlar. Por eso Korsin les había permitido creer que había activado realmente la baliza de emergencia una vez, antes de que fallase. La perspectiva de salir de allí tenía el poder de unirles; al igual que el espectro de la llegada de un poder superior y castigador.
Pero también tenía que asegurarse de que cualquier intento de escapar siempre fuera secundario frente a su verdadero trabajo: reformar Kesh como un mundo Sith. Lo que le había pasado a la gente de Ravilan fue en parte debido al fracaso de Korsin para controlar eso, aunque no le importase demasiado el resultado. Al contrario que su mujer, él no tenía nada contra los Sith de piel carmesí, pero las facciones amenazaban el orden. Un pueblo Sith homogéneo era más fácil de gobernar.
Su mujer. Casarse con Seelah había sido otra concesión para la estabilidad, un puente entre la tripulación del Presagio y su pasaje compuesto por equipos mineros. Allí estaba ella, al otro lado del estrado, saludando a los dignatarios que los keshiri estaban autorizados a tener. Saludándolos, claro está, sin llegar realmente a tocar a ninguno de ellos. Korsin ya no la tocaba, tampoco. Era una lástima: ahora estaba bellísima, con su cabello negro cayendo en tirabuzones sobre su perfecta piel morena. No sabía qué oscuros sortilegios habría llevado a cabo su equipo de expertos, pero apenas parecía mayor de treinta y cinco años.
Este paso había sido idea de ella. Odiaba la esterilidad del retiro de la montaña; su nuevo hogar era más cálido, tanto en temperatura como en apariencia. Los artesanos keshiri y los diseñadores Sith habían aprendido mucho los unos de los otros. Había piedra, sí, pero flores dalsa espinosas cubrían los muros exteriores. Aquí y allá surgían jardines, junto a burbujeantes estanques alimentados por acueductos. Era un lugar para la vida.
No todas las ciudades keshiri habían sido lugares para la vida, pensó Korsin mientras saludaba a los ancianos que pasaban renqueando. Podía haber perdido a todo su pueblo, años antes. Las muertes en masa en las ciudades junto a los lagos habían sido satisfactoriamente atribuidas a la falta de fe de los residentes acerca de la divinidad de la Tribu. Incluso habían organizado un espectáculo para los escépticos: un conocido disidente keshiri fue conducido al Círculo Eterno a realizar su proclama contra los “supuestos Protectores”, sólo para caer, aparentemente ahogado hasta morir por sus propias palabras. El mismo Korsin pudo entonces mostrarse benevolente y conmocionado... pero el mensaje estaba claro. Las plagas y la peste aguardaban a los desafiantes.
Gloyd había preparado esa pequeña atracción. Perro viejo, el bueno de Gloyd. Aunque ahora, más viejo que bueno. El serio houk se encontraba tras él, con el sable de luz desenfundado, como guardaespaldas ceremonial de Korsin... pero ahora el antiguo artillero parecía necesitar él la protección. Era el último no humano que quedaba de la tripulación original. Una era moriría con él.
-La Hija de los Celestiales, Adari Vaal -anunció Gloyd. Korsin se olvidó inmediatamente de la arquitectura y de los houks astutos. Adari, su antigua rescatadora nativa, se acercó lentamente hacia él e hizo una reverencia.
Korsin observó el frío recibimiento con el que Seelah la obsequió. Si no estuvieran delante de medio Kesh, habría sido incluso más frío. Siempre se asombraba cuando veía a las dos juntas. No había comparación posible. Seelah era atractiva, pero lo sabía... y nunca dejaba que nadie lo olvidase. Ella encontraba que la keshiri era fea: razón de más para no confiar jamás en su criterio.
Como keshiri, Adari era mucho menos que Seelah... y al mismo tiempo mucho más. No estaba tocada por la Fuerza, pero tenía una mente ágil, capaz de resolver asuntos mucho más allá de las obvias limitaciones de su pueblo. Y, si bien no las creencias, tenía la voluntad de un Sith. Sólo dos veces había visto que su fortaleza le fallase; la más importante, la primera vez, cuando estuvo de acuerdo en mantener la muerte de Devore en secreto. Eso había hecho que muchas cosas fueran posibles... para ambos.
Caminando ante él, Adari observo a Korsin con sus ojos oscuros y escrutadores, llenos de misterio e inteligencia. Korsin le tomó la mano y sonrió. Olvídate de Seelah.
Veinticinco años. Había salvado a su pueblo.
Era un buen día.


Puedes leer mi mente. ¿Acaso ignoras lo incómodo que eso es para mí? ¿No te importa?
Adari liberó su mano del agarre de Korsin y consiguió sonreír. El “saludo” de Seelah sólo le había causado un suave escalofrío. Pero Yaru Korsin siempre la miraba como a un carro que estuviera a punto de comprar a mitad de precio.
Trató de retroceder y continuar por la fila de la recepción, pero Korsin le tiró del brazo.
-Este también es tu día, Adari. Quédate con nosotros.
Maravilloso, pensó. Trató de evitar la mirada de Seelah, insegura de que el cuerpo de Korsin fuera suficiente para bloquearla. Pero al menos esa era una incomodidad que había aprendido a superar a diario. En cambio, los espectáculos públicos como ese eran algo a lo que nunca había llegado a acostumbrarse.
Y todos ellos habían transcurrido muy bien para ella, sin importar su edad o estatus. Justo allí, en ese sitio, había sido acusada de herejía. Y luego, días después, festejada como una heroína... a pesar de que acababa de atraer una plaga sobre su pueblo en la forma de los Sith.
Ahora que la antigua plaza estaba enterrada bajo ese nuevo edificio, allí estaba ella de nuevo, mirando hacia un mar de ignorancia. Los keshiri celebraban alegremente su propia esclavitud, ignorando a los incontables hermanos y hermanas que habían muerto desde la llegada de los Sith. Muchos habían perecido en los desastres de las ciudades de los lagos... pero muchas más vidas se habían perdido en los duros trabajos, tratando de complacer a sus invitados caídos del cielo. Los Sith habían retorcido la fe de los keshiri de modo que nada de eso importara. Cualquier vana esperanza que la gente hubiera tenido jamás estaba invertida ahora en los Sith.
Ni siquiera Adari era inmune. Sus pensamientos volvieron a su pobre hijo Finn... desangrado y aplastado. Él había insistido en unirse a los grupos de trabajo cuando llegó a la adolescencia. Ningún hijo de la Hija de los Celestiales necesitaba trabajar, pero el hijo menor de Zhari Vaal se rebeló exactamente al cumplir la edad, corriendo a apuntarse a un grupo de trabajo.
Un andamio, levantado apresuradamente, cedió. Adari también fracasó ese día, transportando a su hijo destrozado al templo, a los pies de Korsin. Korsin inmediatamente fue junto a Finn, realizando su magia Sith; por un instante, Adari se encontró a sí misma deseando que Korsin pudiera realmente devolver a su hijo a la vida. Pero, por supuesto, no pudo.
Ella ya sabía que no eran dioses.
Korsin se ganó una disputa con Seelah ese día -la sanación era el dominio de ella-, pero Adari no pensó ni por un instante en consultar a los médicos. Los doctores Sith sólo se habían preocupado por los keshiri durante el tiempo suficiente para descubrir que las enfermedades locales no suponían ninguna amenaza para ellos... y que no podían proporcionar descendencia a los Sith. Tal vez por eso Seelah toleraba la relación de Adari con Korsin.
Pero esa amistad nunca fue la misma después de ese día. Adari disfrutaba aprendiendo de Korsin, pero la muerte de Finn despertó su conciencia. Ella significaba algo para su gente. A partir de entonces, significó algo más... como líder del movimiento de resistencia clandestino, compuesto por otros que habían recobrado la razón.
Y ahora, una docena de años después, finalmente estaban listos para actuar.
Desde el sur, se escuchó retumbar un sonido atronador. La Aguja Sessal había estado últimamente rememorando su juventud volcánica. Lo suficientemente alejada para no suponer ningún riesgo, pese a todo descomponía la perfecta formación de los jinetes de uvak que volaban sobre la procesión.
Adari alzó la mirada para mirarlos... y luego miró fijamente a Korsin, cuyo cabello ahora era gris pizarra. Había aprendido a ocultar sus pensamientos de él manteniendo una actitud firme y sin emociones. Ahora necesitaba hacerlo, más que nunca.
Consiguió sonreír. Años atrás, Korsin la había llamado para ayudarle en su liberación. Pronto, ella liberaría a su propio pueblo.
No soy la ganga que crees que soy. Ni tampoco Kesh lo es.


Seelah observó cómo el grupo de uvak aterrizó en el claro bajo ellos. Habían realizado una aproximación torpe; no lo bastante como para arruinar el día, pero suficiente para atraer la atención a donde no debía.
Principalmente, no debía estar en la jefa de los jinetes, que ahora había desmontado y caminaba hacia la escalinata. Para su vigésimo cumpleaños, Yaru Korsin había nombrado a la inútil de su hija líder de algo que no existía: los Rangers Celestiales. Era poco más que un club de ocio de jinetes Sith, útil tan sólo para demostraciones públicas como ésta. Nida Korsin acababa de demostrar que ni siquiera era demasiado buena en eso.
Que Nida fuera también hija de ella era un detalle meramente genealógico. La vestimenta de la chica era una abominación contra la moda. Seelah imaginaba que el jubón y los zahones de cuero de uvak debían hacer que pareciera una persona dura y activa, pero conforme caminaba hacia la fila de la recepción, la pequeña Nida simplemente tenía un aspecto cómico. Seelah reconocía sus propios ojos y pómulos en la muchacha, pero poco más; el pelo muy corto y las pinturas de colores en su rostro desperdiciaban cualquier belleza natural que Nida pudiera haber heredado. La chica nunca podría haber superado una de las infames inspecciones de Seelah.
-Es la hija del Gran Señor –dijo secamente Seelah a Korsin cuando su hija pasó a su lado-. ¿Qué deben pensar los keshiri de ello?
-¿Desde cuándo te preocupa eso?
Nida salió del estrado con un ligero movimiento de cabeza de Korsin. Era el momento del auténtico espectáculo.
El público estalló en alaridos; primero de sorpresa, luego de júbilo. Desde varios puntos de la multitud, dos docenas de bufones disfrazados con máscaras ceremoniales keshiri saltaron en el aire, despojándose de sus capas al hacerlo. Aterrizando en el suelo limpio de transeúntes por poderosos empujones de Fuerza, los acróbatas vestidos de negro se pusieron en pie revelándose como los Sables, el nuevo destacamento de honor de la Tribu. Los sables de luz carmesíes bailaron mientras realizaban complicados ejercicios. La floritura final resultó en una explosión de alegría de los keshiri, seguida por un anuncio por parte de Gloyd:
-¡El Sumo Señor Jariad, del linaje de Korsin!
El líder de los Sables avanzó firmemente por la escalera central hasta el estrado, dejando al los keshiri sin aliento con cada paso decidido. Con el cabello y la barba de ébano perfectamente peinados, Jariad hacía de cada pausa una pose para la historia. El hijo salvaje de Devore Korsin y Seelah ya era todo un adulto.
Con el sable aún encendido, Jariad se detuvo ante Yaru Korsin. Sobrino e hijastro, Jariad era cerca de treinta centímetros más alto... un hecho que no se le escapaba a nadie que estuviera observando. Se intercambiaron una mirada gélida. De pronto, Jariad se arrodilló, sosteniendo el sable de luz a escasos centímetros sobre su propia nuca bronceada.
-Vivo y muero a sus órdenes, Gran Señor Korsin.
-Álzate, Sumo Señor Korsin.
Seelah observó con alivio cómo su hijo se levantaba para recibir un cálido abrazo. La muchedumbre rompió en susurros. A pesar de sus títulos y la conexión familiar, Jariad no era más heredero al poder de Yaru Korsin de lo que era Seelah; Korsin había dejado durante mucho tiempo sus planes de sucesión en secreto. Los siete Sumos Señores que había nombrado eran meros consejeros. Pero Seelah sabía que si Jariad era un público favorito, tanto los Sith como los keshiri reconocerían su derecho... de un modo u otro. Estaba complacida: Jariad había actuado tal y como ella le había aconsejado. El momento de Yaru Korsin estaba a punto de llegar, pero este no era el lugar para ello.
Jariad saludó a los demás, prestando especial atención a Adari. La mujer keshiri retrocedió inmediatamente y bajó la mirada. Seelah sabía que no se trataba de modestia... aunque esa pelma insufrible tenía mucho por lo que mostrar modestia. Desde que su hijo había crecido hasta parecerse a su padre, Seelah siempre había captado pensamientos perdidos de Adari cada vez que Jariad estaba cerca. Durante mucho tiempo se había preguntado el por qué. ¿Acaso Korsin había presumido de haber matado a Devore delante de su fulana? ¿Eso sería suficiente para causar una reacción tan fuerte?
Con el tiempo, Seelah encontró la respuesta, en lo más profundo de sus propios pensamientos. Había rebuscado en la mente de Adari varios años antes, cuando se encontraron por primera vez en la oscuridad de la montaña. Entonces, Seelah había buscado cualquier indicio de un rescate. Pero al considerarlo, Seelah se dio cuenta de que el mar de piedras y rostros púrpuras en la estúpida mente de la alienígena incluía algo más. Algo visto a medias, pero impactante para Adari... y, en aquel momento, reciente: un cuerpo, arrojado desde un precipicio al mar enrabietado.
Adari Vaal había visto a Yaru asesinar a Devore Korsin.
Y, finalmente, Seelah también lo vio.
Jariad volvió junto a su madre y le dirigió una mirada llena de intención.
-Pronto –susurró ella.
Había que ser precavido. Korsin tenía amigos, la mayor parte de la tripulación permanente del Presagio. Pero muchos de los partidarios de Devore Korsin aún estaban allí. Las historias que se susurraban acerca del comandante reteniendo información acerca de su situación de náufragos hacían que se ganasen nuevos aliados. Ella vería quién era cada cual en el momento y lugar adecuados.
La multitud volvió a rugir cuando Korsin le tomó la mano y se giraron hacia los escalones que dirigían a su nuevo hogar. Seelah sonrió.
Veinticinco años. Había acumulado todo su odio.
El fin estaba cerca.

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