miércoles, 4 de marzo de 2015

El calvario de Boba Fett

El calvario de Boba Fett
Michael Allen Horne

Los restos aún emanaban humo acre mientras Dengar avanzaba lentamente cerca del pozo de Carkoon. Abriéndose camino entre fragmentos, podía ver lo mal que habían ido las cosas. No la batalla, aunque había sido bastante feroz; había visto muchas batallas. Era lo que quedó después lo que le daba escalofríos. Tatooine tenía leyendas acerca de criaturas nocturnas y lo que hacían a las ocasionales almas perdidas. Nunca volvería a dudar de ese tipo de relatos. Y tampoco pasaría allí ni un día más de lo necesario. Si no hubiera estado reponiéndose de un exceso de vino especiado zeltron, ya hace mucho que se habría marchado.
Sin embargo, el destino actuaba de forma curiosa. Boba Fett nunca había sido muy dado a beber, y quería un asiento de primera fila para la ejecución de Solo y Skywalker. Para cuando Dengar se hubo recuperado, el grupo de la gran ejecución ya había partido hacia el único punto realmente turístico del sistema. Se rumoreaba que Jabba había salido a horas intempestivas sólo para apreciar su propia maldad.
Pero las cosas fueron muy mal en ese viaje en particular. Después de ese último mensaje confuso, cundió el pánico en el castillo. La mitad de la gente supuso que los tusken tuvieron suerte e iban a llegar para acabar el trabajo; el resto se tragó esa historia absurda de los gamorreanos acerca de Vader disfrazado.
Cualquier idea de un equipo de rescate murió cuando un virus informático temporizado hizo estragos en los ordenadores de las mazmorras y cientos de los peores cautivos de Jabba escaparon sin control. Normalmente los matones de Jabba podían ocuparse de eso incluso dormidos, sólo que en ese momento la mayoría de ellos ya era alimento para los dragones krayt.
Dengar supuso que podría haber ayudado, pero no iban a pagarle, por lo que no se ofreció a hacerlo. Se ocultó en el pozo vacío del rancor durante unas pocas horas hasta que los supervivientes escaparon o se cobraran la débil venganza que aún pudieran. Mientras tanto, Dengar comenzó a trazar un plan.
Se le ocurrió que un señor del crimen tan poderoso como Jabba tendría muchas riquezas por ahí. Hmmm...
Para cuando Dengar terminó de registrar el palacio, supuso que la mayor parte de las riquezas de Jabba estaban ocultas en una docena de residencias privadas por toda la galaxia. Incluso las cámaras privadas de Jabba en el palacio eran precisamente eso: privadas. Puertas selladas magnéticamente en una cámara construida con planchas de casco de acorazado.
La única forma de entrar era con el chip de identidad. Por supuesto, Jabba nunca dejaría algo tan valioso fuera de su vista. Dengar supuso que probablemente lo llevaba consigo cuando le mataron. Sólo había una forma de averiguarlo.
Al alba, robó un esquife. Desde luego, robarle a un hutt era mala idea, pero inmediatamente pensó que alguien acababa de hacer algo considerablemente peor y había escapado. Así que ahí estaba, en el punto menos placentero del universo...
Dengar comprobó el macrodetector de bestias una vez más, con la esperanza de que el polvo no lo hubiera arruinado ya todo. Estaba obteniendo algunas lecturas extrañas, algo a unos cien metros de distancia, y todo lo que podía ver era arena y cráter. Probablemente un nido de termitas de roca, o algo.
O algo...
En la distancia estaba la ardiente mole de la barcaza velera de Jabba. Un reptador de arena jawa ya había llegado rodando hasta él y los odiosos carroñeros ya estaban arrancando placas del casco y piezas de maquinaria medio fundida de los restos.
Dengar se rio. ¿Quién habría pensado que Jabba, el mayor gánster de los Bordes Exteriores, acabaría como un objeto decorativo para un mercader de droides usador? Dengar aminoró la velocidad de su esquife para acercarse a la barcaza de vela, preparando su rifle bláster. Era el momento de mostrar a los jawas quién era el jefe. Entonces vio la llamarada. ¿Quién más podría ser salvo...?
Revolucionando los motores, se acercó rápidamente y vio... a Boba Fett.
Bueno, supuso que era Boba, ya que nunca lo había visto sin armadura ni ropa. Por su aspecto actual, ése era un hábito que preferiría mantener.
-Boba, ¿qué ha pasado aquí?
-...no... me... llames... ehhhhhhh...
Ciertamente era Fett, cerca del borde de una grieta. Tenía un aspecto horrible, lleno de ampollas y cubierto con alguna clase de material fibroso con nódulos, como el interior de un melón wyyk. Mientras Dengar avanzaba por el borde, por un instante creyó ver el casco de Fett desaparecer por un agujero más allá del borde.
Fett seguía agarrando alguna especie de pistola de bengalas, aunque no era nada que Dengar pudiera reconocer. Allí fuera, al otro lado del borde, unos cientos de metros más abajo, había un montón de fragmentos metálicos. Debía ser un vertedero jawa, si es que tal cosa existía. Fett estaba rodeado de docenas de fragmentos de metal, corroídos, suaves y brillantes.
Subiéndolo a bordo, notó el olor y casi deja a Fett allí mismo. Esa clase de olor hacía que quisieras volarte la nariz.
Poco después, estaban de vuelta. Le había administrado a Fett cuatro inyecciones estimulantes, sin efectos visibles salvo empeorar las convulsiones. Una vez que llegaron al castillo, trató de lavarlo, pero no funcionó. La materia fibrosa, fuera lo que fuese, era tan correosa que tuvo que cortarla con una vibrohoja.
Mientras los droides médicos atendían a Boba, Dengar pudo ver sus heridas con más claridad. Esas no eran heridas de batalla; eran marcas de succión, como las de los calamares del éter de Gyndine, que moteaban su cuerpo. De acuerdo con el droide, estaban conectadas con las venas y arterias de Fett. Se trataba de algún tipo de intercambio sanguíneo. No cabía duda, Boba había sido engullido por el mismísimo sarlacc.
Extrañamente, los desmayos de Fett no eran debidos a la insolación o a la sed. Fett estaba aparentemente bien alimentado, dado que había toda clase de proteínas alimentarias en su sangre. El problema era una reacción alérgica a grupos sanguíneos extraños en su sistema, combinados con cantidades industriales de neuro-toxina. Preguntó al droide acerca del intercambio de sangre.
La única teoría que tenía era que el sarlacc no podía digerir su propia comida sin ayuda, así que introducía su sangre en sus víctimas, y la sangre rompía lentamente sus proteínas, antes de volver al sarlacc. De algún modo, la sangre proporcionaba a las víctimas suficientes nutrientes para mantenerlos vivos, de modo que el Sarlacc tuviera una fuente constante de alimento.
Mientras tanto, las pobres victimas iban dando vueltas y se disolvían lentamente.
Dengar se estremeció mientras el droide seguía hablando, pensando en las muestras genéticas de la sangre de Boba. Algunas de ellas coincidían con tipos que Jabba había condenado años atrás. Toda esa cantinela de “digerido durante mil años en el vientre del sarlacc” era cierta, y Boba había estado justo allí. Le causaba escalofríos.
Un mes más tarde, Fett salió de su coma. Dengar prefirió no interrumpirle mientras le escuchaba hablar de planes de fuga con tipos que llevaban muertos diez años. O que deberían llevar muertos diez años. Cuando Fett volvió a comer sólido, hablaron.
-Pensé que nadie había salido jamás de esa cosa...
-Todos trataban de salir del modo más obvio. Yo no. Todos ellos buscaban la salida: yo creé mi salida.
Dengar había intentado convencer a Boba de no volver, pero no lo consiguió. Cruzando el Mar de Dunas, se acercaron al claro. Una forma oxidada estaba medio cubierta por la arena. Flotaron sobre la única tumba que Jabba tendría jamás. Tres kilotones era excesivo, incluso para los estándares de Dengar, pero era bueno ver a Fett tan vengativo: demostraba que estaba volviendo a la normalidad.
Conforme Tatooine desaparecía de los escáneres, el ordenador de navegación mostró las coordenadas de Nar Shadaa mientras calculaba el salto al hiperespacio. Dengar vio cómo Fett se relajaba por primera vez en semanas.
Ahora era el momento de ajustar cuentas.

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