Capítulo Tres
No fue tanto la multitud de cuerpos, sino su procedencia, lo que sorprendió a Korsin. Sith vestidos de negro descendieron sobre la plaza desde los alojamientos -puertas, ventanas superiores, tejados- y desde las murallas del templo multinivel del Presagio. Korsin activó su sable de luz y se afirmó en el terreno conforme los invasores se acercaban. Eran los Sables de Jariad, el mismo equipo de la mañana anterior.
Korsin intercambió una mirada con Gloyd. Su guardaespaldas estaba flanqueándolo, creando un grupo defensivo de cara al exterior. Cuatro a uno.
-No nos separemos.
Korsin observó como Jariad salía avanzando con paso resuelto y el arma encendida por la puerta del templo.
-No me parece que esto sea el Extremo del Norte, Jariad.
Su sobrino no dijo nada. Volvía a tener esa mirada salvaje. La mirada de Devore.
-Consentí en la creación de tu pequeño grupo para que tuvieras algo que hacer -exclamó Korsin. Se dirigió a los compañeros de Jariad-. Deberíais estar avergonzados. Volved a Tahv.
-Yo no soy como Nida -dijo Jariad, sin dejar de acercarse-. No necesito hobbys. Ya se ha malgastado demasiado tiempo. -Rodeó a sus socios, que ahora formaban un perímetro de sables encendidos alrededor del grupo de Korsin-. Es hora de que ajustes cuentas, Comandante Korsin. Tú mismo nos lo dijiste. Ha amanecido una nueva era. Es hora de que termine la autoridad militar. Se trata de la sucesión... de quién dirigirá mejor a la Tribu.
-¿Quién? ¿Tú? -Korsin trató de hacerse el sorprendido... y soltó una risita-. Oh, Jariad... a mí no me lo parece. Vete a casa.
Jariad se quedó inmóvil, evidentemente consciente de la atenta mirada de sus propios hombres. Gloyd, que parecía haber captado la idea, estalló en carcajadas.
-Comandante, yo no pondría a este ni a cargo de limpiar de estiércol los establos de uvak.
-¡Soy el futuro! -estalló Jariad-. Soy el más joven de los nacidos en lo alto. Todos los Sith después de mí son nacidos en Kesh. -Alzó su sable de luz-. El líder de los Sith debe ser especial.
Korsin le miró... y soltó un gruñido.
-Tú no eres especial. Ya he visto antes gente como tú.
Una voz de mujer resonó entonces.
-¡Cuéntaselo!
Seelah. La había olvidado. Se encontraba en un extremo de la plaza, acompañada por varios de sus leales criados. Todos ellos armados.
-Dile cómo viste morir a su padre, Yaru. ¡Dile cómo lo mataste y arrojaste su cuerpo a las rocas, sólo para mantener tu poder sobre nosotros!
Korsin comenzó a responder, sólo para ver cómo Jariad daba un paso hacia atrás. Los Sables se acercaron. Claramente, Jariad iba a dejar que ellos recibieran los primeros golpes antes de entrar a matar. Korsin se armó de valor... y miró a las nubes. Mediodía.
De pronto, figuras sombrías cubrieron el cielo del sector. Cinco, diez... docenas de criaturas ocuparon el cielo, alzándose desde detrás del tempo. Uvak.
Los suyos.
-¿Qué demonios! -Jariad miró a su madre. Seelah parecía no tener mucha más idea que él de lo que ocurría.
Finalmente llegó una respuesta por parte de uno de sus ayudantes que subía apresuradamente y sin aliento la escalinata hasta la plaza.
-¡Los mozos de cuadra... los keshiri! ¡Están robando los uvak!
Varios de los Sables de Jariad alzaron la mirada, aturdidos. Korsin vio su oportunidad. Él y Gloyd se lanzaron contra los hombres vestidos de negro de su lado, abriéndose letalmente camino hacia el edificio más cercano. Sus guardaespaldas los seguían de cerca, bloqueando la persecución lo mejor que podían.
Korsin y Gloyd corrieron por el edificio, seguidos por una multitud de Sables. Korsin consiguió llega a la escalera, indicando a Gloyd que le siguiera.
-Buen truco, comandante -dijo Gloyd-. ¡Pero nos habría venido bien algo más que eso!
-No es cosa mía -dijo Korsin, llegando a una ventana-. ¡Y tienes razón!
Miró con ansiedad al cielo y sondeó la Fuerza en vano. Había sido liberado de la montaña años atrás. Pero podía sentir que ahora su libertadora estaba muy lejos.
Su habilidad al montar había mejorado desde su primer vuelo desesperado, años atrás. Ahora Adari guiaba hábilmente a Nink en su planeo, siguiendo el dentado litoral bajo ellos. Tras ella volaban más de un centenar de uvak; la población entera de los establos del templo de la montaña, cabalgados por mozos de cuadra, criados y obreros keshiri. Todos ellos agentes del movimiento de Adari, todos ellos cuidadosamente ubicados allí para este día. Si había quedado alguna montura para los Sith en el templo, nadie la estaba usando para seguirles.
La bandada que se acercaba desde la lejanía, al este, era una de las suyas. Habría otras. En distintos pueblos por todo el continente, estaba ocurriendo lo mismo: los conspiradores Neshtovar que, en teoría, únicamente cuidaban de los uvak, en lugar de eso saldrían volando con ellos, sin dejar ni uno atrás.
No habría suficientes jinetes, pero eso no importaba. Aunque no eran unos animales gregarios por naturaleza, incluso los uvak salvajes eran fuertemente sugestionables por los estridentes balidos de los machos de más edad... precisamente los ejemplares cuidados por los Neshtovar. Se contaban historias de rodeos aéreos, con jinetes conduciendo nubes enteras de esos reptiles por el cielo. La de Adari sería un gran frente tormentoso, barriendo a todos los animales de la zona en grandes y sucesivas oleadas. Habían trazado sus rutas para conducir a todo uvak que no estuviera atado hasta la Aguja Sessal, que se alzaba ante ellos con su humeante majestuosidad.
Allí, a una distancia segura del cráter, los jinetes principales posarían sus bestias el tiempo justo para desmontar. Aún en el aire, Adari ordenaría a Nink que lanzase un grito de anidación: una poderosa orden que compelía a seguirle a cualquier uvak que la escuchase. A sus cuarenta años, bien cuidado, Nink era el uvak más mayor que se recordase. Todos los uvak obedecerían ciegamente su orden... por un breve espacio de tiempo. Pero lo bastante, esperaba Adari, para que ella planease hacia las nubes en lo alto sobre el cráter humeante... y desapareciera.
No sería un suicidio. Sería una liberación.
Los Sith habían viajad mucho a lomos de los uvak, pero los Neshtovar eran los receptores de generaciones de conocimiento de las corrientes de aire de Kesh. Conocían las cosas extrañas que la corriente de aire hacía cuando la Aguja Sessal actuaba. Los jinetes que volaban lo bastante alto, simplemente desaparecían, precipitándose más allá del horizonte de la mañana, en las lejanías del gran mar oriental. Ella ascendería a lo alto... y el viento la reclamaría a ella y a cualquier uvak que la siguiera.
A pesar de que al principio le disgustaban los uvak, se estremecía al pensar en lo que iba a pasar. La bandada frenética lucharía contra el torbellino, pero a semejante altura Kesh estaba al mando. Tal vez un fenómeno semejante había incapacitado a la nave Sith; Adari no lo sabía. Pero para cuando los vientos se debilitasen, ella -y todos los uvak que fuera capaz de convencer-, estarían destinados a un final pasado por agua. Justo igual que mi marido, murmuró.
Sus co-conspiradores amaban a sus uvak, pero odiaban más a los Sith. A menudo habían discutido acerca de lo que pasaría después. Los líderes Sith descenderían por el camino de servicio, pero les llevaría tiempo... tiempo durante el cual los aliados de Adari atacarían a los principales simpatizantes Sith de cada pueblo. No habría apenas resistencia. Serían hojas shikkar en la noche. Los Sith podrían estar orgullosos.
En realidad, por supuesto, los Sith contraatacarían. Tahv seguramente sentiría su ira. Pero los Sith tendrían que efectuar su linchamiento a pie. Sus transportes habrían desaparecido del mapa... literalmente. Y los keshiri encontrarían más fácil matar a los uvak retrasados que quedasen que a los Sith.
Los Sith tenían ahora a sus propios jóvenes que proteger; podrían simplemente reclamar un trozo de territorio para ellos y dejar ahí el asunto. O, aún mejor, podrían retirarse definitivamente a su refugio de la montaña. La mayoría de los keshiri aún idolatraba a sus Protectores... pero mientras algunos de ellos estuvieran dispuestos a envenenar a sus amos, seguirían siendo una amenaza,
Suponiendo que el veneno sirviera realmente para matar a los Sith. Adari realmente nunca había compartido el entusiasmo de sus aliados sobre el resultado de la acción. Sabía de lo que eran capaces los Sith. Haría falta un millar de keshiri para matar a uno solo. Pero, ¿aunque así fuera? Ahora mismo, las probabilidades seguían favoreciendo a los keshiri. No sería así más adelante. Por eso esto debe hacerse hoy, pensó.
Kesh bullía de vida. Que una de sus especies fuera a pagar un precio por su utilidad era trágico. Pero los keshiri ya habían pagado un precio por resultar ellos mismos de utilidad a los Sith. Ambas cosas iban a terminar.
Su grupo se juntó con los que venían volando del este, y Adari dio la vuelta a Nink, mirando en dirección a Tahv. Esa sería la gran oleada.
Cuando llegase.
¿Dónde estaban?
Seelah cruzó corriendo el tejado de su antiguo hogar. Durante media vida, se había despertado con la misma vista del mar que se había tragado a Devore. Ahora, al mirar abajo, veía las fuerzas que se cerraban sobre el hombre que lo había enviado allí.
No había visto cómo, pero Korsin y Gloyd se habían separado. El torpe houk seguía con vida, lo sabía... sus leales ayudantes lo habían perseguido hacia otra parte del complejo. Pero Korsin era la clave. Había elegido bien a sus guardaespaldas. Dos seguían con vida, heridos pero eficientes en su equivocada defensa.
El equipo de Sables de Jariad, mientras tanto, había demostrado falta de entrenamiento formal. Él había insistido en ser su único mentor, pero sólo había comenzado un entrenamiento en combate serio en las últimas semanas, después de que Seelah tomara la decisión de atacar. Jariad le recordaba cada día más a su padre. No había atajo que Devore Korsin no tomara.
La desaparición de los uvak era un problema imprevisto, pero les afectaba a todos por igual, eliminando la escapatoria para todos. Los keshiri se habían llevado a todos los animales. ¿Acaso Jariad había preparado aquello sin decírselo a ella? Improbable. Pero parecía haber afectado a las esperanzas de Korsin. Allí, en la pendiente reforzada junto al templo del Presagio, continuaba mirando a lo alto. Seelah estaba segura de que no la miraba a ella.
Saboreó las vistas. Jariad ya tenía a Korsin. Entrenados o no, los Sables eran superiores en número. Conforme sus guardaespaldas se quedaban atrás, Korsin retrocedió hacia el precipicio, al mismo lugar en el que Devore había caído. A Jariad le gustaría eso. Parecía estar disfrutando de cada momento: lanzando sablazo tras sablazo contra Korsin, con su hoja encontrando ocasionalmente su objetivo. Ahora Korsin estaba herido... sangrando gravemente. Jariad empujaba con más ímpetu, haciendo retroceder a su tío.
Y, pese a todo, Korsin seguía mirando hacia arriba.
¿Qué estaba esperando?
Un ruido a su espalda llamó su atención. La forma inerte de uno de sus ayudantes salió disparada por una claraboya y desapareció de su vista cayendo por un lado. De modo que ahí está Gloyd. Había que contenerle, apartarlo de la acción que tenía lugar abajo. Furiosa porque le negaban la ocasión de ver morir a Korsin, se giró hacia la destrozada claraboya...
...sólo para perder el equilibrio cuando un furioso batir de alas pasó a toda velocidad cruzando el tejado. Seelah se tiró rodando hacia un lado, evitando los golpes de las patas provistas de garras. ¡Los uvak habían vuelto!
Arrojándose por el agujero abierto, Seelah golpeó el suelo de piedra aterrizando sobre sus cuatro extremidades. La batalla de Gloyd estaba en la habitación de al lado, pero corrió hacia la ventana de todos modos. Tenía que verlo. ¿Acaso los keshiri habían regresado con los uvak? ¿O se trataba de alguien con quien nunca había contado, que nunca había tenido en cuenta?
Mirando al exterior, la vio.
Nida.