viernes, 30 de julio de 2010

La tribu perdida de los Sith #4: Salvadora (III)

Capítulo Tres

No fue tanto la multitud de cuerpos, sino su procedencia, lo que sorprendió a Korsin. Sith vestidos de negro descendieron sobre la plaza desde los alojamientos -puertas, ventanas superiores, tejados- y desde las murallas del templo multinivel del Presagio. Korsin activó su sable de luz y se afirmó en el terreno conforme los invasores se acercaban. Eran los Sables de Jariad, el mismo equipo de la mañana anterior.
Korsin intercambió una mirada con Gloyd. Su guardaespaldas estaba flanqueándolo, creando un grupo defensivo de cara al exterior. Cuatro a uno.
-No nos separemos.
Korsin observó como Jariad salía avanzando con paso resuelto y el arma encendida por la puerta del templo.
-No me parece que esto sea el Extremo del Norte, Jariad.
Su sobrino no dijo nada. Volvía a tener esa mirada salvaje. La mirada de Devore.
-Consentí en la creación de tu pequeño grupo para que tuvieras algo que hacer -exclamó Korsin. Se dirigió a los compañeros de Jariad-. Deberíais estar avergonzados. Volved a Tahv.
-Yo no soy como Nida -dijo Jariad, sin dejar de acercarse-. No necesito hobbys. Ya se ha malgastado demasiado tiempo. -Rodeó a sus socios, que ahora formaban un perímetro de sables encendidos alrededor del grupo de Korsin-. Es hora de que ajustes cuentas, Comandante Korsin. Tú mismo nos lo dijiste. Ha amanecido una nueva era. Es hora de que termine la autoridad militar. Se trata de la sucesión... de quién dirigirá mejor a la Tribu.
-¿Quién? ¿Tú? -Korsin trató de hacerse el sorprendido... y soltó una risita-. Oh, Jariad... a mí no me lo parece. Vete a casa.
Jariad se quedó inmóvil, evidentemente consciente de la atenta mirada de sus propios hombres. Gloyd, que parecía haber captado la idea, estalló en carcajadas.
-Comandante, yo no pondría a este ni a cargo de limpiar de estiércol los establos de uvak.
-¡Soy el futuro! -estalló Jariad-. Soy el más joven de los nacidos en lo alto. Todos los Sith después de mí son nacidos en Kesh. -Alzó su sable de luz-. El líder de los Sith debe ser especial.
Korsin le miró... y soltó un gruñido.
-Tú no eres especial. Ya he visto antes gente como tú.
Una voz de mujer resonó entonces.
-¡Cuéntaselo!
Seelah. La había olvidado. Se encontraba en un extremo de la plaza, acompañada por varios de sus leales criados. Todos ellos armados.
-Dile cómo viste morir a su padre, Yaru. ¡Dile cómo lo mataste y arrojaste su cuerpo a las rocas, sólo para mantener tu poder sobre nosotros!
Korsin comenzó a responder, sólo para ver cómo Jariad daba un paso hacia atrás. Los Sables se acercaron. Claramente, Jariad iba a dejar que ellos recibieran los primeros golpes antes de entrar a matar. Korsin se armó de valor... y miró a las nubes. Mediodía.
De pronto, figuras sombrías cubrieron el cielo del sector. Cinco, diez... docenas de criaturas ocuparon el cielo, alzándose desde detrás del tempo. Uvak.
Los suyos.
-¿Qué demonios! -Jariad miró a su madre. Seelah parecía no tener mucha más idea que él de lo que ocurría.
Finalmente llegó una respuesta por parte de uno de sus ayudantes que subía apresuradamente y sin aliento la escalinata hasta la plaza.
-¡Los mozos de cuadra... los keshiri! ¡Están robando los uvak!
Varios de los Sables de Jariad alzaron la mirada, aturdidos. Korsin vio su oportunidad. Él y Gloyd se lanzaron contra los hombres vestidos de negro de su lado, abriéndose letalmente camino hacia el edificio más cercano. Sus guardaespaldas los seguían de cerca, bloqueando la persecución lo mejor que podían.
Korsin y Gloyd corrieron por el edificio, seguidos por una multitud de Sables. Korsin consiguió llega a la escalera, indicando a Gloyd que le siguiera.
-Buen truco, comandante -dijo Gloyd-. ¡Pero nos habría venido bien algo más que eso!
-No es cosa mía -dijo Korsin, llegando a una ventana-. ¡Y tienes razón!
Miró con ansiedad al cielo y sondeó la Fuerza en vano. Había sido liberado de la montaña años atrás. Pero podía sentir que ahora su libertadora estaba muy lejos.


Su habilidad al montar había mejorado desde su primer vuelo desesperado, años atrás. Ahora Adari guiaba hábilmente a Nink en su planeo, siguiendo el dentado litoral bajo ellos. Tras ella volaban más de un centenar de uvak; la población entera de los establos del templo de la montaña, cabalgados por mozos de cuadra, criados y obreros keshiri. Todos ellos agentes del movimiento de Adari, todos ellos cuidadosamente ubicados allí para este día. Si había quedado alguna montura para los Sith en el templo, nadie la estaba usando para seguirles.
La bandada que se acercaba desde la lejanía, al este, era una de las suyas. Habría otras. En distintos pueblos por todo el continente, estaba ocurriendo lo mismo: los conspiradores Neshtovar que, en teoría, únicamente cuidaban de los uvak, en lugar de eso saldrían volando con ellos, sin dejar ni uno atrás.
No habría suficientes jinetes, pero eso no importaba. Aunque no eran unos animales gregarios por naturaleza, incluso los uvak salvajes eran fuertemente sugestionables por los estridentes balidos de los machos de más edad... precisamente los ejemplares cuidados por los Neshtovar. Se contaban historias de rodeos aéreos, con jinetes conduciendo nubes enteras de esos reptiles por el cielo. La de Adari sería un gran frente tormentoso, barriendo a todos los animales de la zona en grandes y sucesivas oleadas. Habían trazado sus rutas para conducir a todo uvak que no estuviera atado hasta la Aguja Sessal, que se alzaba ante ellos con su humeante majestuosidad.
Allí, a una distancia segura del cráter, los jinetes principales posarían sus bestias el tiempo justo para desmontar. Aún en el aire, Adari ordenaría a Nink que lanzase un grito de anidación: una poderosa orden que compelía a seguirle a cualquier uvak que la escuchase. A sus cuarenta años, bien cuidado, Nink era el uvak más mayor que se recordase. Todos los uvak obedecerían ciegamente su orden... por un breve espacio de tiempo. Pero lo bastante, esperaba Adari, para que ella planease hacia las nubes en lo alto sobre el cráter humeante... y desapareciera.
No sería un suicidio. Sería una liberación.
Los Sith habían viajad mucho a lomos de los uvak, pero los Neshtovar eran los receptores de generaciones de conocimiento de las corrientes de aire de Kesh. Conocían las cosas extrañas que la corriente de aire hacía cuando la Aguja Sessal actuaba. Los jinetes que volaban lo bastante alto, simplemente desaparecían, precipitándose más allá del horizonte de la mañana, en las lejanías del gran mar oriental. Ella ascendería a lo alto... y el viento la reclamaría a ella y a cualquier uvak que la siguiera.
A pesar de que al principio le disgustaban los uvak, se estremecía al pensar en lo que iba a pasar. La bandada frenética lucharía contra el torbellino, pero a semejante altura Kesh estaba al mando. Tal vez un fenómeno semejante había incapacitado a la nave Sith; Adari no lo sabía. Pero para cuando los vientos se debilitasen, ella -y todos los uvak que fuera capaz de convencer-, estarían destinados a un final pasado por agua. Justo igual que mi marido, murmuró.
Sus co-conspiradores amaban a sus uvak, pero odiaban más a los Sith. A menudo habían discutido acerca de lo que pasaría después. Los líderes Sith descenderían por el camino de servicio, pero les llevaría tiempo... tiempo durante el cual los aliados de Adari atacarían a los principales simpatizantes Sith de cada pueblo. No habría apenas resistencia. Serían hojas shikkar en la noche. Los Sith podrían estar orgullosos.
En realidad, por supuesto, los Sith contraatacarían. Tahv seguramente sentiría su ira. Pero los Sith tendrían que efectuar su linchamiento a pie. Sus transportes habrían desaparecido del mapa... literalmente. Y los keshiri encontrarían más fácil matar a los uvak retrasados que quedasen que a los Sith.
Los Sith tenían ahora a sus propios jóvenes que proteger; podrían simplemente reclamar un trozo de territorio para ellos y dejar ahí el asunto. O, aún mejor, podrían retirarse definitivamente a su refugio de la montaña. La mayoría de los keshiri aún idolatraba a sus Protectores... pero mientras algunos de ellos estuvieran dispuestos a envenenar a sus amos, seguirían siendo una amenaza,
Suponiendo que el veneno sirviera realmente para matar a los Sith. Adari realmente nunca había compartido el entusiasmo de sus aliados sobre el resultado de la acción. Sabía de lo que eran capaces los Sith. Haría falta un millar de keshiri para matar a uno solo. Pero, ¿aunque así fuera? Ahora mismo, las probabilidades seguían favoreciendo a los keshiri. No sería así más adelante. Por eso esto debe hacerse hoy, pensó.
Kesh bullía de vida. Que una de sus especies fuera a pagar un precio por su utilidad era trágico. Pero los keshiri ya habían pagado un precio por resultar ellos mismos de utilidad a los Sith. Ambas cosas iban a terminar.
Su grupo se juntó con los que venían volando del este, y Adari dio la vuelta a Nink, mirando en dirección a Tahv. Esa sería la gran oleada.
Cuando llegase.
¿Dónde estaban?


Seelah cruzó corriendo el tejado de su antiguo hogar. Durante media vida, se había despertado con la misma vista del mar que se había tragado a Devore. Ahora, al mirar abajo, veía las fuerzas que se cerraban sobre el hombre que lo había enviado allí.
No había visto cómo, pero Korsin y Gloyd se habían separado. El torpe houk seguía con vida, lo sabía... sus leales ayudantes lo habían perseguido hacia otra parte del complejo. Pero Korsin era la clave. Había elegido bien a sus guardaespaldas. Dos seguían con vida, heridos pero eficientes en su equivocada defensa.
El equipo de Sables de Jariad, mientras tanto, había demostrado falta de entrenamiento formal. Él había insistido en ser su único mentor, pero sólo había comenzado un entrenamiento en combate serio en las últimas semanas, después de que Seelah tomara la decisión de atacar. Jariad le recordaba cada día más a su padre. No había atajo que Devore Korsin no tomara.
La desaparición de los uvak era un problema imprevisto, pero les afectaba a todos por igual, eliminando la escapatoria para todos. Los keshiri se habían llevado a todos los animales. ¿Acaso Jariad había preparado aquello sin decírselo a ella? Improbable. Pero parecía haber afectado a las esperanzas de Korsin. Allí, en la pendiente reforzada junto al templo del Presagio, continuaba mirando a lo alto. Seelah estaba segura de que no la miraba a ella.
Saboreó las vistas. Jariad ya tenía a Korsin. Entrenados o no, los Sables eran superiores en número. Conforme sus guardaespaldas se quedaban atrás, Korsin retrocedió hacia el precipicio, al mismo lugar en el que Devore había caído. A Jariad le gustaría eso. Parecía estar disfrutando de cada momento: lanzando sablazo tras sablazo contra Korsin, con su hoja encontrando ocasionalmente su objetivo. Ahora Korsin estaba herido... sangrando gravemente. Jariad empujaba con más ímpetu, haciendo retroceder a su tío.
Y, pese a todo, Korsin seguía mirando hacia arriba.
¿Qué estaba esperando?
Un ruido a su espalda llamó su atención. La forma inerte de uno de sus ayudantes salió disparada por una claraboya y desapareció de su vista cayendo por un lado. De modo que ahí está Gloyd. Había que contenerle, apartarlo de la acción que tenía lugar abajo. Furiosa porque le negaban la ocasión de ver morir a Korsin, se giró hacia la destrozada claraboya...
...sólo para perder el equilibrio cuando un furioso batir de alas pasó a toda velocidad cruzando el tejado. Seelah se tiró rodando hacia un lado, evitando los golpes de las patas provistas de garras. ¡Los uvak habían vuelto!
Arrojándose por el agujero abierto, Seelah golpeó el suelo de piedra aterrizando sobre sus cuatro extremidades. La batalla de Gloyd estaba en la habitación de al lado, pero corrió hacia la ventana de todos modos. Tenía que verlo. ¿Acaso los keshiri habían regresado con los uvak? ¿O se trataba de alguien con quien nunca había contado, que nunca había tenido en cuenta?
Mirando al exterior, la vio.
Nida.

viernes, 23 de julio de 2010

La tribu perdida de los Sith #4: Salvadora (II)

Capítulo Dos
Korsin reconoció el sonido de inmediato. Sables de luz chocaban en la galería de la capital, justo en el exterior del vestíbulo de su oficina.
Girando como un torbellino por el suelo brillante, Jariad embestía a tres atacantes vestidos con las ropas negras de los Sables. Sus hojas no trazaban inocuos recorridos en el aire esta vez. Los asaltantes de Jariad arremetían con fuerza contra él, sólo para retroceder antes su furiosa respuesta.
Uno tras otro, Jariad superó a sus oponentes... dirigiendo a uno bajo una estatua desplomada, lanzando a otro a través de una flamante vidriera. El tercero vio como su sable de luz rebotaba por un pasillo cuando Jariad separó su mano enguantada de su muñeca.
Korsin salió del vestíbulo, sosteniendo el sable de luz... y la mano amputada.
-¿Seguro que quieres llamar los Sables a este grupo tuyo? No parece que los tengan.
Jariad desactivó su arma y soltó el aire.
-Esto es lo que quería mostrarte, Gran Señor. Han sido desarmados demasiado rápido.
-No deberías desarmarlos de forma tan tajante, hijo -dijo Korsin, lanzando la mano a su propietario, que se retorcía de dolor en el suelo-. No es que tengamos aquí un laboratorio médico excesivamente moderno.
-¡No hay lugar para la incompetencia!
-Se trataba de un ejercicio, Jariad, no del Gran Cisma. Tómate un respiro y acompáñame fuera -dijo Korsin con un suspiro. A pesar de sus sentimientos hacia su antiguo hermanastro, había tratado de ser un guía para Jariad. Pero no estaba funcionando. Jariad tenía demasiados de los mismos defectos egoístas que habían arruinado a Devore. O no hacía nada en absoluto... o se pasaba de la raya. Menos mal que no hay ningún estupefaciente en Kesh, pensó Korsin; Jariad habría continuado donde su padre lo dejó.
Korsin salió al exterior bajo el débil sol. El volcán había arruinado últimamente muchos días bonitos. Un criado keshiri apareció, portando refrescos.
-Las cosas no están bien aquí -dijo Jariad, apareciendo de golpe-. Hay demasiadas distracciones aquí en esta ciudad.
-Desvían la atención -dijo Korsin, echando un vistazo al patio. Adari Vaal había llegado.
Jariad la ignoró.
-Gran Señor, solicito permiso para conducir a los Sables a un retiro al Extremo del Norte para una misión de entrenamiento. Allí, pueden concentrarse.
-¿Hmm? -Korsin volvió a mirar a su sobrino-. Oh, claro. -Tomó la segunda copa de la bandeja-. Discúlpame.
Korsin pensó que Adari le estaba mirando. Al unirse a ella en el jardín, descubrió que realmente estaba mirando a un relieve que estaban tallando en un frontón triangular en el edificio sobre ellos.
-¿Qué... qué es eso? -preguntó.
Korsin entrecerró los ojos.
-Si no me equivoco, es una representación de mi propio nacimiento. -Tomó un sorbo-. No estoy seguro de cómo el sol y las estrellas están involucrados. -Mirase donde mirase en ese palacio, los keshiri habían esculpido algo representando su divinidad. Río para sí mismo. Lo hemos vendido realmente bien-. No te esperaba hoy.
-Ahora somos vecinos -dijo ella, tomando ociosamente la copa.
-Con una casa de este tamaño, somos vecinos de la mitad de Kesh.
-Y la otra mitad está dentro de la casa, limpiando el suelo... -Adari se detuvo de golpe y le miró a los ojos. Muy a menudo, ella flirteaba con la idea de cruzar la línea. Korsin rió con ganas. Ella siempre le hacía reír.
Pero cuando unas alas curtidas se agitaron sobre ellos, Korsin vio el motivo real de la visita de Adari. Tona, el hijo que le quedaba, salió corriendo de una adornada estructura exterior para tomar las riendas del uvak que estaba aterrizando. Nida Korsin había regresado de su paseo matinal.
Korsin había nombrado a Tona jefe de establos de viaje del grupo de Nida justo después de su fundación. El joven parecía bastante afable, aunque no especialmente agudo. Y Nida parecía haberse encariñado con él. Adari se llevó a su hijo aparte e intercambiaron unas silenciosas palabras.
Luego, Adari volvió hacia Korsin.
-Lo siento, pero tengo cosas que hacer en la ciudad.
-¿Volveré a verte?
-¿Cuándo, hoy?
-No, quiero decir alguna vez -Korsin volvió a reírse. Está intranquila, pensó. Se preguntó por qué-. Claro que hoy. Ahora estamos en la misma cuidad, ¿no es así?
Adari puso los ojos en blanco ante el colosal edificio que se alzaba tras ellos.
-Ese es un esfuerzo colosal sólo para tenerme más tiempo cerca -Consiguió mostrar una sonrisa.
-Bueno, que sepas que yo no estaré aquí mañana -dijo Korsin-. El centro médico de Seelah se va a trasladar aquí desde el templo. Subiré allí por la mañana para inspeccionar todo el lugar antes de cerrarlo por completo. Sólo será un día.
Absorbiendo sus palabras, Adari le rozó la mano.
-Debería irme ya.
Conforme ella se alejaba, Korsin volvió a mirar a su hija, al otro lado del patio. Nida se había detenido para mirar como Jariad y sus humillados combatientes marchaban decididos hacia sus propias monturas.
Y pudo ver cómo Tona la observaba.
-Tu hijo debería tener cuidado, Adari -dijo Korsin-. Ha estado pasando mucho tiempo con Nida. -Sonrió ligeramente-. Parece que el encanto de los Korsin os mantiene a los Vaals cerca.
-Bueno, hoy no, Su Gran Señoría -dijo Adari, haciendo un gesto a su hijo que se acercaba-. Tona viene hoy conmigo. Asuntos de familia.
-Comprendo -dijo Korsin. Asuntos de familia. Al observar cómo Jariad se alejaba volando hacia el norte, pensó que ojalá él mismo tuviera menos de esos asuntos.


Años atrás, Izri Dazh había sido su atormentador. Inquisidor de los Neshtovar, Dazh había tachado a Adari Vaal de hereje por no comulgar con las leyendas acerca de la creación de Kesh... y con el papel jugado en ellas por sus dioses de lo alto, los Celestiales.
Dazh llevaba mucho tiempo muerto. Pero ahora sus hijos y nietos estaban sentados en silencio frente a Adari en el salón de los Dazh, a la luz de las velas. El movimiento de resistencia de Adari se había reunido en diversos lugares a lo largo de los años, desde debajo de un acueducto hasta la parte trasera de un establo de uvak que Tona regentaba en Tahv. Pero raramente se habían reunido en un lugar tan lujoso... o que habría considerado lujoso, antes de que Adari introdujera entre su gente a unas personas que decían ser los Celestiales y reformaron los estándares keshiri. Ahora, en la morada que una vez albergó temporalmente al propio Gran Señor Korsin, los Neshtovar y la hereje decidían juntos el destino del pueblo keshiri.
-Esto funcionará –dijo ella-. Lo que me habéis enseñado acerca de los uvak... lo que hemos acordado que haga tu gente. Funcionará.
-Más vale –murmuró el mayor de los hombres-. Estamos renunciando a mucho.
-Ya habéis renunciado a mucho. Esta es la única forma de volver a como estaban las cosas antes.
Adari sabía que había corrido un gran riesgo al llevar a miembros de los Neshtovar dentro de su círculo. Pero debía hacerse, ya que los Neshtovar más mayores aún recordaban lo que los Sith les habían arrebatado. El recuerdo de los beneficios que la antigua sociedad había proporcionado injustamente a los pilotos de uvak había logrado ahora su cooperación.
Adari había descubierto recientemente que los uvak eran la clave. Los Sith eran poderosos; uno, actuando solo, podía mantener a docenas de keshiri a raya, tal vez a un pueblo entero. Pero tenían que llegar antes al pueblo. Y ahí Kesh, con sus grandes extensiones de tierra, jugaba en su contra.
Los Sith eran ahora cerca de seiscientos; casi el doble de los que eran cuando llegaron. Pero los pueblos de Kesh seguían siendo más numerosos. Mantener el orden requería que los Sith volaran frecuentemente con sus uvak hacia el interior. Los jinetes Neshtovar de otras épocas habían unido el continente sobrevolando las numerosas barreras naturales. Ahora los Sith usaban la misma estrategia, despachando jinetes que iban recorriendo el terreno, apareciendo en los lugares y consultando con las burocracias locales, en su mayoría compuestas por antiguos miembros de los Neshtovar.
Pero, siendo los lugartenientes de los Sith en tierra, ahora los Neshtovar también estaban confinados a la tierra. Aunque los Sith habían tomado los uvak más fuertes para ellos poco después de su llegada, eso aún dejaba muchos miles de bestias domesticadas para los keshiri. Muchas se habían usado como animales de labor, pero inicialmente aún se permitía que los Neshtovar volaran en uvak para visitar el retiro Sith de la montaña, entre otras tareas administrativas.
Eso terminó tras el desastre de los lagos. Los jinetes de uvak eran tradicionalmente los mensajeros de noticias de los keshiri, pero los Sith no querían que se expandiera más voz que la suya. Los antiguos jinetes que no fueron reducidos a trabajos policiales, se dedicaban ahora a cuidar los establos, alimentando a criaturas que nunca se les permitiría montar. Sus uvak pertenecían a Sith que probablemente aún estarían en la guardería. Adari había sido autorizada a conservar a Nink para que pudiera seguir visitando a Korsin, pero era la única.
-Korsin va a ir mañana al templo de la montaña –dijo-. Seelah está allí... y Jariad ha partido hacia el norte.
Los hombres Neshtovar se miraron entre ellos asintiendo.
-Muy bien –dijo el mayor-. Tenemos suficientes personas colocadas en todas partes, si tus cálculos son correctos.
-Lo son. –Su movimiento incluía a keshiri que servían como ayudantes a muchos de los Sith más importantes. Tilden Kaah había estado reclutando gente entre el séquito de Seelah; también tenía otra gente cercana a Korsin y Jariad. Su propio hijo estaba controlando al grupo de jinetes de Nida-. Mañana a mediodía. Esto funcionará.
Pensó en Korsin al salir al callejón iluminado por antorchas detrás de la morada. AL ser convocado a ir al templo -¿por Seelah?-, Korsin no iría sólo por muy mundano que fuera el motivo. Comprobó otra vez las cifras que tenía escritas en la mano. Sí, tenía allí suficiente gente, entre los mozos de cuadra que estaban desmontando el lugar.
Tona apareció desde la oscuridad.
-Te he estado esperando.
-Lo siento –dijo Adari, alzando la mirada-. Querían repasarlo todo de nuevo.
Pudo ver un parpadeo de disgusto en su hijo cuando este salió a la luz. Siempre había pensado que sus dos hijos habían salido a su padre; ahora, cerca de los treinta años, Tona la sorprendía por lo mucho que se parecía a ella.
-Debería haber estado contigo, madre. Yo también soy de los Neshtovar.
-Sólo están siendo cuidadosos, Tona. Cuanta menos gente conozca los detalles, mejor.
-Quiero volar contigo mañana –dijo Tona.
-Tienes un trabajo que hacer aquí –dijo Adari-. Y me verás cuando lo hayas completado. –Le acarició la mejilla-. No deberías alejarte tanto tiempo de Nida y su gente. Mañana estaremos ocupados. Ve a dormir un poco.
Adari lo observó perderse en la noche. El dulce y simple Tona. No le había contado todo... ¿pero cómo podría hacerlo? Su difunta madre nunca había entendido su herejía... ni su canonización. ¿Cómo podría su hijo aceptar su martirio?


La edad dorada había comenzado, pensó Seelah al comprobar su sala de oficiales vacía. Y ella era la responsable.
Habían hecho un buen trabajo allí durante los años que ella había dirigido la plantilla médica de la Tribu. Todas las enfermedades locales habían sido identificadas y controladas. Con ayuda de los keshiri, los biólogos de Seelah habían peinado los campos, clasificando remedios botánicos útiles para los humanos. La habilidad curativa mediante la Fuerza de su plantilla, lejos de atrofiarse, se había incrementado. Al igual que la tasa de supervivencia de los amputados.
La tribu era un pueblo más puro, también... gracias a su atención a la eugenesia. No pasarían demasiadas generaciones antes de que la sangre de los Sith en Kesh fuera completamente humana. Sólo lamentaba que no estaría viva para verlo.
¿O sí lo estaría? Un pensamiento placentero.
Pero los Sith ya eran más atractivos a la vista. Había instigado en los jóvenes el respeto a sus cuerpos, el anhelo de la perfección física. Los Señores Sith que habían dejado atrás eran unos modelos de conducta atroces: la mayoría de ellos llenos de colgantes y baratijas bárbaras y pinturas de guerra. La Tribu de Seelah no tendría nada de eso. Los tatuajes eran etiquetas para esclavos. Un Sith de Kesh ya era una obra de arte nata.
Y después de las pérdidas en la purga, los números de la Tribu habían comenzado a crecer rápidamente en los últimos años. La perspectiva de un hogar cálido cerca del nivel del mar era suficiente para plantar la idea de crear una familia en la mente del Sith más independiente. Fuera, en el patio, Seelah vio a la mayor hedonista de toda la Tribu, Orlenda, luciendo un embarazo muy avanzado. Nunca dejaba de asombrarse.
-Eso es todo -dijo Orlenda, apoyándose contra un carro de suministros que estaba a punto de marchar hacia Tahv. La mujer más joven bajó la mirada con nerviosismo; Korsin podía llegar en cualquier instante-. ¿Quieres... quieres que me quede? No puedo volar, pero puedo bajar montada en este carro con los objetos frágiles.
Seelah se mordió el labio. Ver a Orlenda junto a Seelah cuando llegase tranquilizaría a Korsin. Pero si algo iba mal, Orlenda podía asegurarse de que las políticas de Seelah continuasen.
-Vete -le dijo con un suspiro-. Pero date prisa. Están a punto de llegar.
Orlenda salió andando tras los porteadores keshiri. Aparte de los uvak, eran las únicas bestias de carga de Kesh.
Ya era hora. Seelah salió corriendo hacia la plaza formada por las viviendas y el santuario del Presagio. La comitiva de Korsin había aterrizado en el otro extremo. Justo según lo previsto, para variar. Los cuatro guardaespaldas de Korsin y Gloyd ocuparon sus posiciones mientras los sirvientes keshiri apartaban los uvak. Sus establos serían lo último que se cerrase.
Korsin estudio la plaza a su alrededor.
-Ah, Seelah. Estás aquí. -Caminó hacia ella. Hacia el espacio abierto.
-Sí. Aquí estás. -Ella cerró los ojos y se concentró. ¡Ahora, Jariad!

miércoles, 21 de julio de 2010

La tribu perdida de los Sith #4: Salvadora (I)

La Tribu Perdida de los Sith #4: Salvadora
John Jackson Miller

Capítulo Uno
4975 ABY

-Hijos de Kesh, vuestros Protectores han vuelto a casa con vosotros. ¡Nuevamente!
Korsin aguardó a que el clamor de la multitud se apagase. No lo hizo. El comandante Yaru Korsin, Gran Señor de la Tribu de los Sith en Kesh, se alzó en lo alto de la plataforma de mármol y recorrió con la mirada el revuelto océano de rostros de color púrpura. Tras él se alzaban las columnas y cúpulas de su nuevo hogar. Anteriormente un pueblo nativo, Tahv era ahora una capital Sith.
Los edificios habían sido construidos rápidamente en el emplazamiento del antiguo Círculo Eterno para esta fecha, exactamente un cuarto de siglo en años estándar tras la llegada de los Sith a Kesh. Korsin estaba determinado a que este aniversario fuera algo para celebrar, más que para lamentar. Con los actos de ese día, Korsin indicaba que la intención de su pueblo era vivir entre los keshiri para siempre.
Ahora, años después del accidente, estaba claro que no podía hacerse nada más para reparar el Presagio. No había razón para vivir en su altivo templo en el lugar del accidente cuando tal belleza existía bajo ellos. Korsin alzó la mirada, hacia el pico nublado en el horizonte occidental. Un reducido equipo de trabajadores Sith y keshiri se encontraba allí, ultimando los detalles en la montaña. Sellado en la seguridad de su santuario, el Presagio estaría allí si lo necesitaban.
Korsin sabía que no sería así. Todo era una farsa. Nadie vendría a por ellos; lo supo tan pronto vio las tripas fundidas del transmisor. El planeta Kesh estaba en ninguna parte, lejos de cualquier otro sitio, de lo contrario Naga Sadow ya los habría encontrado. A ellos, y a sus preciosos cristales Lignan.
Se preguntaba qué habría sido del capitán Saes y el Heraldo. ¿Habrían sobrevivido a la colisión que mandó al Presagio a la deriva? ¿Habría obtenido el Jedi caído la gloria que debería haber pertenecido a los Sith, tras una victoria en Primus Goluud? ¿O Naga Sadow lo habría asesinado por su incompetencia?
¿Sadow aún seguiría vivo?
Todo eso eran pensamientos vanos, y Korsin lo sabía. Pero tenía que mantener esas preguntas vivas en su pueblo, mientras hubiera gente que recordase de dónde venían. La estabilidad así lo requería.
Había sido necesario un elegante acto de equilibrio. Unos Sith enfrentándose a un futuro únicamente en Kesh, estarían eternamente luchando por el poder... lo que significaba más días como aquél, años atrás, en el que él y Devore se enfrentaron. Miró a los Sith, de pie en posición de firmes a ambos lados de la ancha escalinata que descendía de la plataforma. Tanta gente, tantas ambiciones que controlar. Por eso Korsin les había permitido creer que había activado realmente la baliza de emergencia una vez, antes de que fallase. La perspectiva de salir de allí tenía el poder de unirles; al igual que el espectro de la llegada de un poder superior y castigador.
Pero también tenía que asegurarse de que cualquier intento de escapar siempre fuera secundario frente a su verdadero trabajo: reformar Kesh como un mundo Sith. Lo que le había pasado a la gente de Ravilan fue en parte debido al fracaso de Korsin para controlar eso, aunque no le importase demasiado el resultado. Al contrario que su mujer, él no tenía nada contra los Sith de piel carmesí, pero las facciones amenazaban el orden. Un pueblo Sith homogéneo era más fácil de gobernar.
Su mujer. Casarse con Seelah había sido otra concesión para la estabilidad, un puente entre la tripulación del Presagio y su pasaje compuesto por equipos mineros. Allí estaba ella, al otro lado del estrado, saludando a los dignatarios que los keshiri estaban autorizados a tener. Saludándolos, claro está, sin llegar realmente a tocar a ninguno de ellos. Korsin ya no la tocaba, tampoco. Era una lástima: ahora estaba bellísima, con su cabello negro cayendo en tirabuzones sobre su perfecta piel morena. No sabía qué oscuros sortilegios habría llevado a cabo su equipo de expertos, pero apenas parecía mayor de treinta y cinco años.
Este paso había sido idea de ella. Odiaba la esterilidad del retiro de la montaña; su nuevo hogar era más cálido, tanto en temperatura como en apariencia. Los artesanos keshiri y los diseñadores Sith habían aprendido mucho los unos de los otros. Había piedra, sí, pero flores dalsa espinosas cubrían los muros exteriores. Aquí y allá surgían jardines, junto a burbujeantes estanques alimentados por acueductos. Era un lugar para la vida.
No todas las ciudades keshiri habían sido lugares para la vida, pensó Korsin mientras saludaba a los ancianos que pasaban renqueando. Podía haber perdido a todo su pueblo, años antes. Las muertes en masa en las ciudades junto a los lagos habían sido satisfactoriamente atribuidas a la falta de fe de los residentes acerca de la divinidad de la Tribu. Incluso habían organizado un espectáculo para los escépticos: un conocido disidente keshiri fue conducido al Círculo Eterno a realizar su proclama contra los “supuestos Protectores”, sólo para caer, aparentemente ahogado hasta morir por sus propias palabras. El mismo Korsin pudo entonces mostrarse benevolente y conmocionado... pero el mensaje estaba claro. Las plagas y la peste aguardaban a los desafiantes.
Gloyd había preparado esa pequeña atracción. Perro viejo, el bueno de Gloyd. Aunque ahora, más viejo que bueno. El serio houk se encontraba tras él, con el sable de luz desenfundado, como guardaespaldas ceremonial de Korsin... pero ahora el antiguo artillero parecía necesitar él la protección. Era el último no humano que quedaba de la tripulación original. Una era moriría con él.
-La Hija de los Celestiales, Adari Vaal -anunció Gloyd. Korsin se olvidó inmediatamente de la arquitectura y de los houks astutos. Adari, su antigua rescatadora nativa, se acercó lentamente hacia él e hizo una reverencia.
Korsin observó el frío recibimiento con el que Seelah la obsequió. Si no estuvieran delante de medio Kesh, habría sido incluso más frío. Siempre se asombraba cuando veía a las dos juntas. No había comparación posible. Seelah era atractiva, pero lo sabía... y nunca dejaba que nadie lo olvidase. Ella encontraba que la keshiri era fea: razón de más para no confiar jamás en su criterio.
Como keshiri, Adari era mucho menos que Seelah... y al mismo tiempo mucho más. No estaba tocada por la Fuerza, pero tenía una mente ágil, capaz de resolver asuntos mucho más allá de las obvias limitaciones de su pueblo. Y, si bien no las creencias, tenía la voluntad de un Sith. Sólo dos veces había visto que su fortaleza le fallase; la más importante, la primera vez, cuando estuvo de acuerdo en mantener la muerte de Devore en secreto. Eso había hecho que muchas cosas fueran posibles... para ambos.
Caminando ante él, Adari observo a Korsin con sus ojos oscuros y escrutadores, llenos de misterio e inteligencia. Korsin le tomó la mano y sonrió. Olvídate de Seelah.
Veinticinco años. Había salvado a su pueblo.
Era un buen día.


Puedes leer mi mente. ¿Acaso ignoras lo incómodo que eso es para mí? ¿No te importa?
Adari liberó su mano del agarre de Korsin y consiguió sonreír. El “saludo” de Seelah sólo le había causado un suave escalofrío. Pero Yaru Korsin siempre la miraba como a un carro que estuviera a punto de comprar a mitad de precio.
Trató de retroceder y continuar por la fila de la recepción, pero Korsin le tiró del brazo.
-Este también es tu día, Adari. Quédate con nosotros.
Maravilloso, pensó. Trató de evitar la mirada de Seelah, insegura de que el cuerpo de Korsin fuera suficiente para bloquearla. Pero al menos esa era una incomodidad que había aprendido a superar a diario. En cambio, los espectáculos públicos como ese eran algo a lo que nunca había llegado a acostumbrarse.
Y todos ellos habían transcurrido muy bien para ella, sin importar su edad o estatus. Justo allí, en ese sitio, había sido acusada de herejía. Y luego, días después, festejada como una heroína... a pesar de que acababa de atraer una plaga sobre su pueblo en la forma de los Sith.
Ahora que la antigua plaza estaba enterrada bajo ese nuevo edificio, allí estaba ella de nuevo, mirando hacia un mar de ignorancia. Los keshiri celebraban alegremente su propia esclavitud, ignorando a los incontables hermanos y hermanas que habían muerto desde la llegada de los Sith. Muchos habían perecido en los desastres de las ciudades de los lagos... pero muchas más vidas se habían perdido en los duros trabajos, tratando de complacer a sus invitados caídos del cielo. Los Sith habían retorcido la fe de los keshiri de modo que nada de eso importara. Cualquier vana esperanza que la gente hubiera tenido jamás estaba invertida ahora en los Sith.
Ni siquiera Adari era inmune. Sus pensamientos volvieron a su pobre hijo Finn... desangrado y aplastado. Él había insistido en unirse a los grupos de trabajo cuando llegó a la adolescencia. Ningún hijo de la Hija de los Celestiales necesitaba trabajar, pero el hijo menor de Zhari Vaal se rebeló exactamente al cumplir la edad, corriendo a apuntarse a un grupo de trabajo.
Un andamio, levantado apresuradamente, cedió. Adari también fracasó ese día, transportando a su hijo destrozado al templo, a los pies de Korsin. Korsin inmediatamente fue junto a Finn, realizando su magia Sith; por un instante, Adari se encontró a sí misma deseando que Korsin pudiera realmente devolver a su hijo a la vida. Pero, por supuesto, no pudo.
Ella ya sabía que no eran dioses.
Korsin se ganó una disputa con Seelah ese día -la sanación era el dominio de ella-, pero Adari no pensó ni por un instante en consultar a los médicos. Los doctores Sith sólo se habían preocupado por los keshiri durante el tiempo suficiente para descubrir que las enfermedades locales no suponían ninguna amenaza para ellos... y que no podían proporcionar descendencia a los Sith. Tal vez por eso Seelah toleraba la relación de Adari con Korsin.
Pero esa amistad nunca fue la misma después de ese día. Adari disfrutaba aprendiendo de Korsin, pero la muerte de Finn despertó su conciencia. Ella significaba algo para su gente. A partir de entonces, significó algo más... como líder del movimiento de resistencia clandestino, compuesto por otros que habían recobrado la razón.
Y ahora, una docena de años después, finalmente estaban listos para actuar.
Desde el sur, se escuchó retumbar un sonido atronador. La Aguja Sessal había estado últimamente rememorando su juventud volcánica. Lo suficientemente alejada para no suponer ningún riesgo, pese a todo descomponía la perfecta formación de los jinetes de uvak que volaban sobre la procesión.
Adari alzó la mirada para mirarlos... y luego miró fijamente a Korsin, cuyo cabello ahora era gris pizarra. Había aprendido a ocultar sus pensamientos de él manteniendo una actitud firme y sin emociones. Ahora necesitaba hacerlo, más que nunca.
Consiguió sonreír. Años atrás, Korsin la había llamado para ayudarle en su liberación. Pronto, ella liberaría a su propio pueblo.
No soy la ganga que crees que soy. Ni tampoco Kesh lo es.


Seelah observó cómo el grupo de uvak aterrizó en el claro bajo ellos. Habían realizado una aproximación torpe; no lo bastante como para arruinar el día, pero suficiente para atraer la atención a donde no debía.
Principalmente, no debía estar en la jefa de los jinetes, que ahora había desmontado y caminaba hacia la escalinata. Para su vigésimo cumpleaños, Yaru Korsin había nombrado a la inútil de su hija líder de algo que no existía: los Rangers Celestiales. Era poco más que un club de ocio de jinetes Sith, útil tan sólo para demostraciones públicas como ésta. Nida Korsin acababa de demostrar que ni siquiera era demasiado buena en eso.
Que Nida fuera también hija de ella era un detalle meramente genealógico. La vestimenta de la chica era una abominación contra la moda. Seelah imaginaba que el jubón y los zahones de cuero de uvak debían hacer que pareciera una persona dura y activa, pero conforme caminaba hacia la fila de la recepción, la pequeña Nida simplemente tenía un aspecto cómico. Seelah reconocía sus propios ojos y pómulos en la muchacha, pero poco más; el pelo muy corto y las pinturas de colores en su rostro desperdiciaban cualquier belleza natural que Nida pudiera haber heredado. La chica nunca podría haber superado una de las infames inspecciones de Seelah.
-Es la hija del Gran Señor –dijo secamente Seelah a Korsin cuando su hija pasó a su lado-. ¿Qué deben pensar los keshiri de ello?
-¿Desde cuándo te preocupa eso?
Nida salió del estrado con un ligero movimiento de cabeza de Korsin. Era el momento del auténtico espectáculo.
El público estalló en alaridos; primero de sorpresa, luego de júbilo. Desde varios puntos de la multitud, dos docenas de bufones disfrazados con máscaras ceremoniales keshiri saltaron en el aire, despojándose de sus capas al hacerlo. Aterrizando en el suelo limpio de transeúntes por poderosos empujones de Fuerza, los acróbatas vestidos de negro se pusieron en pie revelándose como los Sables, el nuevo destacamento de honor de la Tribu. Los sables de luz carmesíes bailaron mientras realizaban complicados ejercicios. La floritura final resultó en una explosión de alegría de los keshiri, seguida por un anuncio por parte de Gloyd:
-¡El Sumo Señor Jariad, del linaje de Korsin!
El líder de los Sables avanzó firmemente por la escalera central hasta el estrado, dejando al los keshiri sin aliento con cada paso decidido. Con el cabello y la barba de ébano perfectamente peinados, Jariad hacía de cada pausa una pose para la historia. El hijo salvaje de Devore Korsin y Seelah ya era todo un adulto.
Con el sable aún encendido, Jariad se detuvo ante Yaru Korsin. Sobrino e hijastro, Jariad era cerca de treinta centímetros más alto... un hecho que no se le escapaba a nadie que estuviera observando. Se intercambiaron una mirada gélida. De pronto, Jariad se arrodilló, sosteniendo el sable de luz a escasos centímetros sobre su propia nuca bronceada.
-Vivo y muero a sus órdenes, Gran Señor Korsin.
-Álzate, Sumo Señor Korsin.
Seelah observó con alivio cómo su hijo se levantaba para recibir un cálido abrazo. La muchedumbre rompió en susurros. A pesar de sus títulos y la conexión familiar, Jariad no era más heredero al poder de Yaru Korsin de lo que era Seelah; Korsin había dejado durante mucho tiempo sus planes de sucesión en secreto. Los siete Sumos Señores que había nombrado eran meros consejeros. Pero Seelah sabía que si Jariad era un público favorito, tanto los Sith como los keshiri reconocerían su derecho... de un modo u otro. Estaba complacida: Jariad había actuado tal y como ella le había aconsejado. El momento de Yaru Korsin estaba a punto de llegar, pero este no era el lugar para ello.
Jariad saludó a los demás, prestando especial atención a Adari. La mujer keshiri retrocedió inmediatamente y bajó la mirada. Seelah sabía que no se trataba de modestia... aunque esa pelma insufrible tenía mucho por lo que mostrar modestia. Desde que su hijo había crecido hasta parecerse a su padre, Seelah siempre había captado pensamientos perdidos de Adari cada vez que Jariad estaba cerca. Durante mucho tiempo se había preguntado el por qué. ¿Acaso Korsin había presumido de haber matado a Devore delante de su fulana? ¿Eso sería suficiente para causar una reacción tan fuerte?
Con el tiempo, Seelah encontró la respuesta, en lo más profundo de sus propios pensamientos. Había rebuscado en la mente de Adari varios años antes, cuando se encontraron por primera vez en la oscuridad de la montaña. Entonces, Seelah había buscado cualquier indicio de un rescate. Pero al considerarlo, Seelah se dio cuenta de que el mar de piedras y rostros púrpuras en la estúpida mente de la alienígena incluía algo más. Algo visto a medias, pero impactante para Adari... y, en aquel momento, reciente: un cuerpo, arrojado desde un precipicio al mar enrabietado.
Adari Vaal había visto a Yaru asesinar a Devore Korsin.
Y, finalmente, Seelah también lo vio.
Jariad volvió junto a su madre y le dirigió una mirada llena de intención.
-Pronto –susurró ella.
Había que ser precavido. Korsin tenía amigos, la mayor parte de la tripulación permanente del Presagio. Pero muchos de los partidarios de Devore Korsin aún estaban allí. Las historias que se susurraban acerca del comandante reteniendo información acerca de su situación de náufragos hacían que se ganasen nuevos aliados. Ella vería quién era cada cual en el momento y lugar adecuados.
La multitud volvió a rugir cuando Korsin le tomó la mano y se giraron hacia los escalones que dirigían a su nuevo hogar. Seelah sonrió.
Veinticinco años. Había acumulado todo su odio.
El fin estaba cerca.