domingo, 2 de mayo de 2010

Ylesia (XI)

—Me pregunto si puedes recordar cuando me tuviste prisionera a mí —dijo Jaina alegremente.
Thrackan Sal-Solo intentó formar una sonrisa.
—Eso fue todo un malentendido. Y hace tiempo.
—¿Sabes qué...? —Jaina inclinó su cabeza y fingió estudiarlo—. Creo que pareces más joven sin la barba.
El general Tigran Jamira, el comandante de la fuerza de desembarco, llegó rápidamente en su vehículo de mando, se alzó de su asiento, y miró cuidadosamente a Thrackan.
—¿Dices que éste es el presidente de la Brigada de la Paz? —preguntó.
—Éste es Thrackan, desde luego. —Jaina miró a la mujer de cabello negro que había estado con Thrackan—. No sé quién es ella. Su novia, quizá.
Thrackan pareció un poco indignado.
—Es la taquígrafa que el gobierno me asignó.
Jaina miró a la mujer y su fría mirada y sus luminosos dientes blancos, y pensó que los ayudantes administrativos parecían ciertamente carnívoros estos días.
Thrackan se acercó al general y adoptó un tono dolido.
—Aquí se está consumando una venganza familiar, ¿sabe? —Señaló a Jaina—. Se me está echando encima por algo que pasó hace años.
El general Jamira miró fríamente a Thrackan.
—¿De modo que usted no es el presidente de la Brigada de la Paz?
Thrackan abrió los brazos.
—¡Yo no me ofrecí para el trabajo! ¡Fui secuestrado! ¡Los Vong se estaban desquitando conmigo por matar a tantos de ellos en Fondor!
Lowbacca, que había estado escuchando, emitió una compleja serie de gemidos y aullidos, y Jaina tradujo.
—Dice "¿Se vengaron haciéndote presidente? Si hubieras matado más de ellos, ¿te habrían hecho emperador?"
—Son diabólicos —dijo Thrackan—. ¡Es una venganza muy elaborada! —Señaló con un dedo la parte baja de su espalda—. ¡Me destrozaron el riñón! Aún está magullado... ¿queréis verlo? —dijo, comenzando a sacarse la camisa.
Jaina se volvió al comandante.
—General —dijo—, yo pondría a Thrackan en el primer deslizador que vaya a la ciudad. Él puede guiarnos a nuestros objetivos. —Se volvió a su primo y parpadeó—. Querrás ayudarnos, ¿verdad? Dado que no eres miembro de la Brigada de Paz después de todo.
—¡Soy un ciudadano de Corellia! —insistió Thrackan—. ¡Exijo protección de mi gobierno!
—Realmente ya no eres un ciudadano —dijo Jaina—. Cuando el Partido de Centralia supo que habías desertado, te expulsaron y te sentenciaron en tu ausencia, y confiscaron tus propiedades y...
—¡Pero yo no deserté! Yo...
—De acuerdo —dijo el general Jamira—. Irá en el primer deslizador. —Miró a la compañera de Thrackan—. ¿Qué hacemos con la mujer?
Jaina la miró, reflexionó por un instante, y actuó. En un par de segundos tenía la muñeca de la mujer perfectamente sujeta y le había confiscado su bláster oculto.
—Yo le pondría grilletes aturdidores —dijo Jaina, y le dio el bláster al general Jamira.
—¿Cómo supiste que estaba armada?
Jaina miró a Dagga Marl, pensó acerca de por qué había tomado esa decisión.
—Porque estaba de pie como una mujer que tenía un bláster oculto —decidió.
Dagga, con la muñeca sujeta y el codo alzado sobre la cabeza, gruñó a Jaina desde debajo de su brazo. Unos soldados vinieron para esposarla y ponerla bajo custodia.
—Pongámonos en marcha —dijo Jamira.
Jaina dirigió a Thrackan al primer deslizador y lo sentó delante, al lado del chófer. Ella desplegó un asiento supletorio y se sentó directamente detrás de él.
La operación estaba yendo mejor de lo que ella había esperado. Jamira había hecho aterrizar allí a la mayor parte de sus fuerzas, para dirigirse desde allí a la Ciudad de la Paz, pero había estacionado fuerzas de bloqueo en todas las rutas de salida de la capital para atrapar a cualquier brigadista que intentase huir. La lucha en la atmósfera había retrasado las cosas un poco, pero también servido para deshacerse de las únicas naves yuuzhan vong del sistema. Sin embargo, una punzada de alerta seguía recorriendo los nervios de Jaina. Todabía había cantidad de cosas que podrían salir mal.
Se volvió a Thrackan.
—Ahora, pórtate bien y haznos saber dónde va a ser la primera emboscada por vuestra parte —dijo.
Thrackan no se molestó en devolverle la mirada.
—Claro. Como si me lo hubieran dicho.
La primera emboscada tuvo lugar llegando al centro de la ciudad, soldados de la Brigada de la Paz disparando desde lo alto de los edificios de techo plano sobre los deslizadores que pasaban por debajo. Disparos de blaster y proyectiles de lanzacohetes portátil levantaron chispas contra los escudos de los deslizadores, y los soldados de a bordo devolvieron el fuego con las armas pesadas montadas en los vehículos.
Jaina, agachada detrás de la cobertura por si acaso algo conseguía atravesar los escudos, miró a su primo, que estaba agachado igualmente, y dijo:
—¿Quiere ordenarles que se rindan, Presidente?
—Oh, cállate.
Jaina encendió su sable de luz y corrió a toda velocidad al edificio más cercano, un bloque de oficinas de dos pisos. Lowbacca le seguía los talones. En lugar de irrumpir por una puerta, que era lo que los defensores estarían esperando, Jaina abrió de un tajo un ventanal destrozado y se lanzó a través del hueco.
No había Brigadistas de la Paz, pero había una mina preparada para destruir a cualquiera que entrase a través de la puerta. Jaina la desarmó pulsando un botón, y luego cortó el alambre que la conectaba a la puerta, para mayor seguridad.
Lowbacca ya estaba rugiendo mientras subía los escalones, con su sable de luz como un brillante destello en las oscuras escaleras. Jaina lo siguió a la salida del tejado, que él abrió de un golpe con un gran hombro peludo.
Fuera lo que fuese lo que la docena de defensores en el tejado estuviera esperando, no era un Jedi Wookiee. Le dispararon unos cuantos disparos, que él desvió con su sable de luz, y entonces, antes de que Jaina apareciese siquiera, huyeron, dejando caer sus armas y amontonándose en el andamiaje de madera que soportaba una parte del edificio que estaba siendo reforzada. Lowbacca y Jaina cargaron contra ellos y fueron recompensados con la visión de algunos de los enemigo cayéndose simplemente del edificio en su prisa por escapar. Cuando Jaina y Lowbacca alcanzaron el andamiaje, con los ocho o nueve soldados que todavía se aferraban a él y bajaban a la calle, Jaina miraba Lowbacca y sonrió abiertamente, y supo por su sonriente respuesta que él compartía su idea.
Rápidamente los dos rebanaron las ataduras que sostenían el andamio al edificio, y entonces —con los músculos de Wookiee de Lowbacca y un poco de ayuda de la Fuerza— empujaron para hacer caer el andamiaje. Los brigadostas cayeron a tierra en mitad de un estallido de madera astillada y fueron rápidamente rodeados por más de los soldados de Jamira, que se habían apresurado a rodear la emboscada para flanquearlos.
Jaina alzó la mirada. El enemigo en el tejado contiguo todavía estaba disparando a los deslizadores de debajo, ignorantes de que sus camaradas habían sido capturados.
Ella y Lowbacca habían trabajado juntos tanto tiempo que no necesitaban hablar. Retrocedieron diez pasos desde el borde, se volvieron, y corrieron a toda velocidad hacia el parapeto. Jaina puso un pie en el borde y saltó, ayudándose con la Fuerza para lograr un aterrizaje silencioso en el tejado.
La escuadra de brigadistas les estaba dando la espalda, mientras seguía disparando a la calle de debajo. Jaina agarró a uno por los tobillos y lo arrojó por encima del borde, y Lowbacca empujó a otro por encima del parapeto de un simple puntapié. Jaina se volvió al más cercano cuando este comenzaba a reaccionar, cortó por la mitad su rifle bláster con su sable de luz, y luego le golpeó en la cara con la empuñadura de su arma. Él se desplomó inconsciente sobre el parapeto. Lowbacca desvió un disparo que apuntaba a Jaina, y luego tomó el rifle con la punta de su sable de luz y lo lanzó por los aires. Jaina usó la Fuerza para guiar el rifle volante en un rumbo de colisión con la nariz de otro brigadista, lo que dio a Lowbacca tiempo para arrojar a su enemigo desarmado a la calle de debajo.
Esó calmó sus ardores de combate, y el resto se rindió. Jaina y Lowbacca arrojaron las armas incautadas a la calle y se volvieron hacia un escuadrón de soldados de la Nueva República que llegó en tropel subiendo las escaleras.
El tiroteo había acabado. Jaina miró al frente para ver los grandes y nuevos edificios del centro de la ciudad. No veía ningún motivo para regresar al deslizador; podría guiar a los milittares a sus objetivos desde su posición ventajosa en los tejados. Se inclinó sobre el parapeto e hizo una señal al general Jamira de que seguiría avanzando por los tejados. Él asintió, mostrando que lo había comprendido.
Jaina y Lowbacca volvieron a tomar carrerilla y saltaron al siguiente tejado, comprobando el edificio por todos los lados para estar seguros de que no había ninguna emboscada acechando en las sombras. Luego saltaron al siguiente edificio, y luego al siguiente.
Al otro lado de este último se encontraba lo que probablemente pretendía ser una ancha e impresionante avenida, pero que por el momento consistía en una embarrada excavación medio llena de agua. El aire olía como una charca estancada. Más allá de algunos grandes edificios que serían suntuosos una vez acabados, Jaina sabía por la información de su misión que un gigantesco refugio había sido excavado tras el mayor de los edificios, la sede del Senado, y posteriormente cubierto por la vegetación de lo que se suponía que era un parque.
Toda la extensión estaba desierta. De varias zonas del horizonte subían columnas de humo. Jaina invocó a la Fuerza en su mente y sondeó el espacio ante ella. Los demás en la fusión de la Fuerza, sintiendo sus intenciones, le enviaron energía y la ayudaron en la percepción.
La distante calidez de otras vidas brilló en la mente de Jaina. En el edificio del Senado había realmente defensores, aunque se mantenían fuera de la vista.
Enviando agradecimientos a los demás en la fusión de la Fuerza, Jaina enganchó su sable de luz en el cinturón, se lanzó fuera del edificio, y permitió que la Fuerza acolchase su caída sobre el duracero de abajo. Lowbacca la siguió. Volvieron a paso ligero hacia el deslizador de mando del general Jamira. Allí encontraron al general conferenciando con lo que parecía ser un grupo de civiles. Sólo al aproximarse pudo Jaina reconocer a Lilla Dade, una veterana de los Comandos de Page que se había presentado voluntaria para dirigir un pequeño grupo de infiltración en Ylesia a continuación de la batalla y establecer una célula clandestina en la capital enemiga.
—Esta es tu oportunidad —le dijo Jamira.
—Muy bien, señor. —Ella le ofreció un saludo y dirigió a Jaina una sonrisa mientras conducía a su grupo hacia la cercana ciudad desierta.
Jamira se volvió hacia Jaina, que le saludó marcialmente.
—Hay defensores en el edificio del Senado, señor —le informó—. Un par de cientos, creo.
—Tengo suficiente potencia de fuego para volar el Palacio de la Paz a su alrededor —dijo Jamira—, pero preferiría no hacerlo. Podrías ver si puedes conseguir que tu primo hable con ellos para que se rindan.
—Lo haré, señor. —Jaina se cuadró y regresó a paso ligero al deslizador que abría la marcha—. El general tiene un trabajo para ti, primo Thrackan —dijo.
Thrackan le devolvió una agria mirada.
—Haré el mejor uso que pueda de mis dotes diplomáticas —afirmó él—, pero no creo que Shimrra vaya a devolveros Coruscant.
—Ja ja —dijo Jaina, y saltó a bordo del deslizador.
Las fuerzas de Jamira avanzaron al centro de gobierno en un amplio frente, con los repulsoelevadores conduciéndoles sobre la tierra cienagosa y quebrada, y sus armas pesadas apuntando a los edificios a medio terminar. Los cazas cortaban el cielo sobre ellos.
Los deslizadores se detuvieron a doscientos metros del edificio. Jaina miró a lo que le pareció una lona impermeabilizada que cubría un trabajo de construcción, y entonces se dio cuenta de que era el fláccido pellejo de un inmenso hutt. Le dio a Thrackan un golpecito con el codo.
—¿Algún amigo tuyo?
—Nunca lo había visto —dijo Thrackan rápidamente. Según las instrucciones de Jaina, se puso en pie y tomó el micrófono que el comandante del deslizador le ofrecía.
—Al habla el Presidente Sal-Solo —dijo—. Las hostilidades han terminado. Deponed vuestras armas y salid del edificio con las manos a la vista.
Hubo un largo silencio. Thrackan se giró a Jaina y extendió los brazos.
—¿Qué esperabas?
Y entonces se escuchó un súbito tumulto proveniente del edificio del Senado, una serie de gritos y golpes. Jaina sintió que los soldados que la rodeaban agarraban con más fuerza sus armas.
—Repite el mensaje —dijo a Thrackan.
Thrackan se encogió de hombros y comenzó de nuevo. Antes de que hubiera terminado la mitad del mensaje, las puertas se abrieron bruscamente y un enjambre de soldados con armaduras salieron corriendo. Jaina se sobresaltó al reconocer a los yuuzhan vong. Entonces vio que los soldados habían alzado los brazos en señal de rendición , y que no eran vong, sino simplemente gente de la Brigada de la Paz con láminas de imitación de armadura de cangrejo vonduun. Dirigiéndolos había un oficial duros, que se apresuró a acercarse a Thrackan y lo saludó marcialmente.
—Lamento que haya tardado tanto, señor —dijo—. Había algunos yuuzhan vong ahí dentro, administradores, que pensaban que debíamos luchar.
—Bien —dijo Thrackan, y ordenó a los guerreros que se pusieran en manos de las fuerzas de desembarco. Se volvió a Jaina, con mirada fría—. Mis guardaespaldas leales —explicó—. Ya ves por qué decidí escapar por mi cuenta.
—¿Por qué van vestidos con armaduras falsas? —preguntó Jaina.
—Las armaduras reales no dejaban de morderles —dijo cáusticamente Thrackan, y volvió a sentarse.
—Necesitamos que nos conduzcáis al búnker donde se ocultan vuestros senadores —dijo Jaina—. Y a la salida secreta que usarán para escapar.
Thrackan honró a Jaina con otra agria mirada.
—Si hubiera una escotilla de escape de ese búnker —preguntó—, ¿crees que yo estaría aquí?
El búnker resultó tener una gigantesca compuerta a prueba de explosivos, como una caja fuerte. Thrackan, usando el punto de comunicaciones especial en el exterior del búnker para hablar con los del interior, fracasó al intentar convencerles para que salieran.
El general Jamira no se dejó desanimar, ordenando que su compañia de ingenieros descendiera de órbita para volar la puerta del búnker.
Jaina sintió que el tiempo se les escapaba. Hasta ahora ninguno de los retrasos había sido crítico, pero estaban empezando a acumularse.

1 comentario:

  1. Encuentro una contradicción en el relato, hacia la mitad de este capítulo, pasa esto: Lowbacca desvió un disparo que apuntaba a Jaina, y luego tomó el rifle con la punta de su sable de luz y lo lanzó por los aires.
    Con el sable laser tomó el rifle? cosa imposible pues lo hubiera cortado, no? no sé lo que ponia en el ingles original pero no seria mas lógico que tomara el rifle con la Fuerza lanzandolo al aire?
    Gracias por el excelente trabajo que haces.

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