martes, 4 de noviembre de 2014

Hutts 1, Bresallis 0

Hutts 1, Bresallis 0
Rick D. Stuart

Brahle Logris masticó los últimos pedazos de su pastel de especia fringi mientas observaba los primeros rayos del alba deslizándose por los huecos entre los edificios que le rodeaban. Tomando un último sorbo de brandy corelliano, dio unas palmaditas a su rifle bláster con algo bastante cercano a afecto.
Ya no falta mucho. El embajador Walads debería estar despertándose en estos momentos. Ha estado practicando su discurso casi toda la noche, ¿verdad, embajador? Lástima que nunca vaya a tener la oportunidad de pronunciarlo.
Brahle Logris apartó a un lado las cortinas del hotel y abrió ligeramente la ventana. La boca de su rifle bláster de doble cañón asomó aún más ligeramente hacia fuera y hacia arriba. A treinta y siete metros al otro lado de la calle, y 53 metros más arriba, había otra ventana con el objeto de la considerable atención de Logris.
Otro sorbo de brandy. Ahora había movimiento en el ático del otro lado. Un hombre desperezándose, preparándose para tratar desesperadamente de llevar paz a ese rincón de la galaxia. Logris se colocó en posición de disparo. Ahora podía verse la sombra de un hombre robusto, claramente silueteada en los trazos del visor infrarrojo del asesino.
Eso es, embajador. Ahora acérquese a la ventana. Es un buen día para un discurso ante la asamblea Bresallis... vaya a mirarlo en persona.
Mientras su dedo incrementaba lentamente la presión contra el gatillo del arma, un gemido amortiguado a su espalda interrumpió su línea de pensamiento. Mirando por encima de su hombro con un gesto de fastidio, Logris observó a la legítima ocupante de la habitación del hotel, que yacía atada y amordazada en la cama junto a él.
-Me gustaría que dejaras de hacer eso, querida. Es bastante molesto, ¿sabes? ¡Como si alguien pudiera escucharte! Así que, por favor, cállate y déjame hacer mi trabajo. Cuanto antes termine, antes podrás continuar con tu mañana.
En serio. Qué gente. ¿Es que uno no puede dedicarse a sus cosas sin que todo el mundo trate de interrumpirle a cada momento?
Volviendo a mirar a su objetivo, Logris se dio cuenta de que en pocos minutos la luz ambiental sería suficiente para hacer inútil su visor infrarrojo.
¡Ahí está!
El embajador Walads, con el cuerpo envuelto en un amplio batín, estaba de pie tras las ventanas de su ático, con los brazos abiertos mientras separaba las gruesas cortinas hacia los lados. Treinta y siete metros al otro lado y 53 metros más abajo, un hombre al que jamás había visto apretó el dedo sobre el gatillo, desencadenando eventos que segundos más tarde acabarían con la vida del embajador.
Desde el cañón superior de su arma, un rayo blanco azulado de energía altamente cargada salió disparado hacia fuera y hacia arriba. Un microsegundo después de la ignición del rayo, detonó un segundo disparo del cañón inferior del arma. Para los dos ocupantes de la habitación 547, los disparos fueron virtualmente simultáneos.
El rayo de energía producido en el primer disparo golpeó la ventana del ático a tres centímetros de distancia del pecho del embajador. En circunstancias normales, los polímeros reforzados con los que seguridad había insistido en recubrir las ventanas habrían sido suficientes para absorber el impacto sin causar daños a la persona que estuviera cerca. Sin embargo, antes de ir al hotel Logris había modificado el convertidor de energía de su arma. Como había previsto, aunque aún no era suficiente para causar un daño directo, la energía adicional producida fue suficiente para abrir un agujero en la lámina reforzada. A través de ese agujero, pasó a toda velocidad un proyectil de aleación de plomo disparado por el segundo cañón del arma, impactando en el embajador. Incluso esto, en circunstancias normales, podría no haber sido suficiente para matar de inmediato al embajador. Pero, como el asesino concienzudo que era, Logris había tomado la precaución de cubrir la superficie del proyectil con un nuevo y totalmente letal veneno. Mientras observaba cómo el embajador caía al suelo, Logris supo instintivamente que había completado su trabajo.
Sus empleadores estarían complacidos.
Después de desmontar y embalar cuidadosamente su arma, para depositarla junto con su disfraz de camarero en un atomizador de basura cercano, Logris se detuvo y contempló por última vez a su reticente rehén. Al ver el contenido de un estuche de cosméticos que yacía disperso a sus pies, una sonrisa asomó a los labios de Logris. Tomando una barra de bermellón del suelo, volvió a la ventana y, con grandes y gruesas letras, escribió un breve epitafio para el embajador muerto: “Hutts 1, Bresallis 0”.

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