martes, 17 de noviembre de 2015

Cuello de botella

Cuello de botella
John Jackson Miller

-¡Emboscada!
La advertencia de la conductora no era realmente necesaria; no cuando el transporte de tropas imperial ya estaba inclinado, empujado hacia un lado por el impacto del odio sobre ocho atronadoras patas. Una segunda monstruosidad, de cinco metros de alto, atacó desde la oscuridad. Azuzado por su salvaje jinete tsevukano, el kivaroa de piel resbaladiza embistió con fuerza al transporte. El vehículo repulsor dio una vuelta de campana y cayó salpicando al pantano, perdiendo en su caída a los soldados de asalto que iban montados en su expuesto exterior.
El impacto hizo saltar los arneses de la conductora, haciendo que golpeara con la cabeza el techo de la cabina de mando. El arnés de su pasajero aguantó... pero tal y como el agua salobre entraba a chorros a través del parabrisas resquebrajado, de ningún modo iba a permanecer atado durante mucho tiempo. Wilhuff Tarkin, gran moff y gobernador del Borde Exterior para el Imperio Galáctico, tenía muchas cosas en su agenda. Ahogarse en una fétida ciénaga no era una de ellas.
Desenganchándose las sujeciones, Tarkin luchó por orientarse. Estaba ileso, pero en la oscuridad y con el nivel del agua subiendo, se vio obligado a andar a tientas para buscar la escotilla de escape. Aún no la había encontrado cuando otro de los furiosos nativos tsevukano del exterior contribuyó haciendo que su bestia embistiera el aerodeslizador dañado, dejándolo de nuevo boca arriba.
Las luces de emergencia se iluminaron, y Tarkin aterrizó sobre la conductora inmóvil ¿Estaba muerta o inconsciente? No lo sabía, y no había tiempo para averiguarlo. Apartando del asiento su cuerpo inerte, se apresuró a tomar los controles. Los motores del vehículo repulsor, que seguían funcionando, aceleraron con un gemido. El gran moff no tenía ni idea de hacia dónde iba, pero moverse era mejor que permanecer inmóvil. El transporte chocó contra algo más adelante... otro kivaroa, cuyo jinete salió despedido y cayó al fango.
Hasta nunca. Tarkin encontró su comunicador. Antes de poder llamar pidiendo ayuda, soldados de asalto sobre motos deslizadoras pasaron a toda velocidad a su lado, disparando los blásteres de sus vehículos. Mientras los tsevukanos y sus bestias huían hacia la noche, el gran moff determinó su ubicación con el satélite y condujo el maltrecho transporte el último kilómetro hasta su destino.
La guarnición era la última parada en su visita a Tsevuka, la más reciente posesión del Imperio en el Borde Exterior. Había pensado que un traslado por superficie entre sus puestos sería más eficiente... pero, claramente, los nativos no estaban tan pacificados como su general le había hecho creer. El gran Imperio, ¿amenazado por criaturas irracionales sobre bestias de carga acechando en pantanos? Ridículo. Ese era el pensamiento principal en la mente de Tarkin cuando el comandante de la base llegó corriendo, con una expresión a mitad de camino entre la preocupación por su superior y el pánico total.
Eso último era lo más acertado. Quitándose la chaqueta empapada, el gran moff hizo patente su irritación.
-¿Dónde estaba la patrulla, comandante? ¡Debería haber habido más tropas estacionadas a lo largo de esta ruta!
-No tengo suficiente personal para ese servicio. –El comandante tragó saliva-. En general, no tengo suficiente personal.
-Tonterías. El reclutamiento ha ido bien.
-Si me lo permite, señor, ese es el problema. Tengo soldados haciendo turnos porque no hay suficientes trajes de soldado de asalto para todos.
Tarkin no tenía paciencia para eso.
-Hable de eso con suministros.
-Ya lo he hecho. Ellos tampoco tienen suficientes. El Imperio está... bueno, está creciendo demasiado rápido.
Tarkin frunció el ceño.
-El Imperio está haciendo lo que debe hacer, comandante. Pero tal vez algunas personas en su seno no.
Llamó a su lanzadera antes de marcharse para buscar un uniforme limpio.

***

-De modo que la rapidez de nuestro éxito revierte en nuestro perjuicio –dijo el Emperador.
Sentado en su oficina a bordo del Destructor Estelar Ejecutora, Tarkin asintió. Él había dicho algo similar para abrir la llamada holográfica, pero Palpatine lo había expresado con menos delicadeza, como solía hacer a menudo.
-Eso parece –respondió Tarkin-. Mis fuerzas en esos sectores dependen de la producción en Gilvaanen, en el Borde Interior. Pero allí la producción de armaduras de este año sólo ha aumentado un cincuenta por ciento... la mitad de lo requerido.
El planeta selvático de Gilvaanen llevaba un tiempo siendo para Tarkin una pequeña y molesta espina clavada. La mayor parte de la producción de armaduras estaba en manos de corporaciones privadas, la mayoría de ellas usando como mano de obra colonos ithorianos que se habían asentado allí mucho tiempo atrás. Para Tarkin, el modo de mejorar la producción era obvio.
-Deberían disolverse las corporaciones y que la producción estuviera totalmente bajo control imperial.
-Su control, querrá decir –dijo el Emperador, con una pizca de impaciencia en su voz-. Ya me ha dicho esto antes. Pero yo no estoy convencido de que ese sea el camino correcto... ni tampoco el conde Vidian.
Vidian. Tarkin observó cómo el conde, una prometedora figura de la administración imperial, aparecía en el holograma junto al Emperador. Había estado allí todo el tiempo. Tenía que ser Vidian: Nadie más tenía ese aspecto.
Deformado años atrás por alguna enfermedad, el conde se había rehecho a sí mismo en más de un sentido. El destruido rostro del hombre, que rondaba la cincuentena, había sido reemplazado por una pálida máscara de sintocarne, carente de rasgos, estirada sobre metal y hueso reconstruido. Sus ojos artificiales parecían arder, orbes macabros amarillos y rojos que, además de visión, le proporcionaban acceso a las redes de datos. Pero esas eran sólo las primeras de sus mejoras. Los cirujanos habían introducido sus maltrechos órganos en un poderoso cuerpo cibernético, que le protegía no sólo contra la edad y la enfermedad, sino también contra la mayor parte de los daños físicos. No había forma de saber cuánto tiempo podría llegar a vivir Vidian... o qué podría llegar a hacer.
Y ya había logrado hacer mucho. Financiero sin escrúpulos en los últimos años de la República, Vidian había construido un culto alrededor de sus ideas de gestión y su enérgica voz artificial. Ahora, continuaba su papel de técnico corporativo, operando como uno de los especialistas en eficiencia de Palpatine. Era su palabra la que había mantenido a las corporaciones al mando de la producción de Gilvaanen.
-Los beneficios son poderosos –dijo Vidian, con su perfectamente modulada voz digital amplificada sólo lo necesario para evitar ofender al Emperador-. Las recompensas financieras, y la ilusión de competencia, puede motivar de formas que la fuerza no es capaz.
Tarkin respondió a la sugerencia con un bufido.
-Usted se limita a jugar mientras el crecimiento del Imperio corre peligro.
-Hay ocasiones en las que el control estatal es preferible, y a veces lo he recomendado –dijo Vidian-. Pero la rivalidad ha convertido el sector de las armaduras en una zona de elevada innovación. Imperialícelo, y puede acabar con todo ello. –Miró al Emperador-. Gilvaanen está en mi agenda, Su Alteza. Puedo ir de inmediato a resolver los problemas.
-No es suficiente –dijo Tarkin-. El conde Vidian debía haber actuado antes. Debo insistir en que necesitamos una mano más fuerte.
Vidian se enfrentó a Tarkin y flexionó sus dedos metálicos.
-Industrias enteras han visto lo fuerte que es mi mano, gran moff. –Apenas ocultó su desdén al pronunciar el título-. Su fortaleza militar sólo existe gracias a la producción por la que yo he luchado desde...
-Basta. –El Emperador parecía divertido más que molesto-. En efecto, la rivalidad produce mejores resultados... aumentando el castigo por el fracaso. –Miró a Tarkin-. Gran moff, voy a enviarles a ambos al Gilvaanen. Trabajarán juntos para descubrir qué es lo que está fallando con la producción de armaduras... y se encargarán de que se cumplan los objetivos. O descubriré el motivo.
Tarkin inclinó la cabeza.
-Como desee.
El gran moff sabía que haría lo que se le ordenaba; la elección de agentes era prerrogativa del Emperador. Tarkin trabajaría con Vidian. Pero había demasiado en juego para permitirse retrasos por culpa de un molesto entrometido.
Iba a descubrir a qué se enfrentaba.

***

-¡Olvidad los antiguos métodos!
Vidian era un hombre con dos rostros falsos, pensó Tarkin al ver uno de los holos motivacionales llenos de eslóganes del conde. Los había solicitado para conocer mejor a qué se enfrentaba. En sus superproducciones, Vidian lucía un rostro rollizo y saludable, gracias a la manipulación de imagen. Los creadores del holo también habían cambiado sus llamativos ojos para que parecieran naturales: marrones y atractivos. Por supuesto, no era ningún secreto que Vidian tenía un rostro reconstruido; su resurgir de la enfermedad era parte de su leyenda. Pero el aterrador rostro que lucía en persona era casi con seguridad parte de la verdadera historia de su éxito motivacional. Esa grabación, fermentada con algunos estallidos de violencia en nombre de la eficiencia, menos publicitados, le había hecho tan popular ante el Emperador como él lo era ante la gente.
Tarkin estaba sorprendido por lo poco más que sabía acerca de él. Varias de las corporaciones de Vidian de la era republicana aún suministraban al Imperio, pero el conflicto de intereses ya no suponía un escándalo en absoluto. No tenía amigos, ni parientes vivos: Vivía para el trabajo, rodeado principalmente de ayudantes en su base de la órbita de Calcoraan. Mantenía a su lugarteniente más fiable, Everi Chalis, viajando constantemente de misión en misión. Todo ello significaba que poca gente conocía al auténtico hombre, un hecho que podía resultar insignificante... o sospechoso. Sí, Vidian fue uno de los primeros y más activos defensores del Imperio, pero Tarkin se cuestionaba su lealtad.
Si hay dos rostros, tal vez haya más.
Sonó un timbre. Tarkin detuvo el holo.
-¿Sí?
-Hemos llegado a Gilvaanen –dijo la oficial ejecutiva de la nave. La comandante Rae Sloane entró en la sala y miró al holograma-. ¿El material de investigación fue de su agrado?
-Lo suficiente. –Tarkin unió las yemas de los dedos-. No tendré tiempo para estudiarlo todo. ¿Cómo me resumiría su reciente carrera imperial?
-Es un trabajador modelo. Hizo que el programa del carguero Gozanti se lanzara a tiempo, y por debajo del presupuesto... y puso en vereda varios astilleros. Es un icono en su comunidad.
-Ahora está en mi comunidad. –Tarkin hizo desaparecer el holograma y alzó la mirada para ver a la joven que se encontraba de pie en la puerta-. ¿Algo más?
-Este es mi último vuelo en el Ejecutora, señor. He ascendido a capitán.
-¿A su edad? Admirable. –Pero no sorprendente, pensó Tarkin. Con capacidad natural para la navegación de naves estelares, Sloane se graduó entre los primeros de su clase en la Academia Imperial de Prefsbelt; y como teniente, había estudiado navegación con la última clase de cadetes del legendario Pell Baylo-. ¿Adónde irá?
Sloane pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro, incómoda.
-No... no lo sé, gobernador. Regresaré a Coruscant para esperar un destino. Pero ahora mismo hay más capitanes que puestos.
-¿Y espera que yo le recomiende para uno?
Los ojos oscuros se abrieron como platos.
-No, señor, no estaba pidiendo...
Él se puso en pie y comenzó a marcharse.
-No acepte favores de nadie, y nunca deberá favores a nadie.

***

Resonaron disparos de bláster por los pasillos de la fábrica. Los soldados de asalto que flanqueaban a Tarkin se colocaron rápidamente delante de él, alzando las armas en posición defensiva. Pero el ithoriano cabeza de martillo del mostrador de recepción se puso en pie y restó importancia al hecho con un gesto de sus largos brazos.
-Es normal –dijo, señalando la doble puerta a su espalda-. Ella le está esperando.
Al abrirse las puertas, los disparos continuaron. Tarkin vio la fuente: tres ithorianos disparaban blásteres a quemarropa a una figura bípeda subida sobre un lujoso escritorio antiguo. Por lo que Tarkin podía deducir, era una mujer humana, pero llevaba puesto un casco negro diseñado para algo con dos lóbulos craneales bulbosos y muy grandes; así como una voluminosa placa pectoral triangular que estaba absorbiendo sin problemas los disparos de los ithorianos.
Por encima del estrépito, el objetivo de los ithorianos advirtió la llegada de Tarkin y sus escoltas, y levantó una mano. Los ithorianos dejaron de disparar. Al quitarse el casco, Tarkin pudo ver el rostro sudoroso de una mujer de pelo castaño bien entrada en la sesentena. Ella sonrió.
-Bienvenido, gran moff. –Se limpió el sudor de la frente-. Lo siento, no hay mucho aire en este casco.
-Thetis Quelton, supongo.
Tarkin avanzó por la oficina mientras los ithorianos guardaban sus armas en un armario. Raramente le obsequiaban con espectáculos en su honor... pero, por lo que sabía, eso era típico de Quelton: probar los sistemas ella misma.
Ella palmeó la placa pectoral.
-Ni un solo arañazo. Hay pocas como ésta... confiscada a una especie llamada pikaati. Tengo un juego completo en casa.
-Hmm.
Tarkin había oído decir que era algo excéntrica, coleccionista de toda clase de cosas históricas... y las exóticas armaduras que se alineaban en la oficina lo demostraban. Mientras los ithorianos ayudaban a Quelton a bajar y quitarse el equipo, Tarkin caminó hasta la ventana y obtuvo su primera vista real de Gilvaanen. En otro tiempo un exuberante mundo selvático, estaba siendo rápidamente reformado en su papel para el Imperio. Se estaban talando los bosques para aprovechar los polímeros elásticos de sus árboles, mientras que las montañas bajo ellos estaban siendo horadadas en busca de materiales para compuestos cerámicos. Gilvaanen era el lugar perfecto para fabricar armaduras.
Una vez despojada de su atuendo pikaati, Quelton gritó a sus ayudantes.
-¿A qué estáis esperando, zoquetes? ¡Volved al trabajo!
Los ithorianos se retiraron remilgadamente, con cuidado de no chocar contra las armaduras históricas expuestas. Tarkin hizo que sus tropas se marcharan.
Quelton depositó el casco alienígena en un estante.
-Los pikaati hicieron un buen trabajo. Hay varias ideas que podría tomar prestadas de esto.
-Sin duda hay modos más ortodoxos de estudiar una armadura –dijo Tarkin.
-Tienes que llevarla puesta para creer en ella –dijo ella. Se acercó a otro expositor, un inmenso traje bermellón que en otro tiempo protegió a una bestia de seis patas. Acarició amorosamente con su mano el adornado metal labrado-. Es admirable, ¿verdad? Proviene de un hallazgo arqueológico; hice que lo restauraran. Demuestra que la armadura es algo común en los seres racionales a lo largo de la historia. Ya fuera como protección ante los elementos, el vacío, o los enemigos, todos los seres han diseñado objetos para protegerse.
-Sí, sí –dijo Tarkin-. Pero mientras usted se divierte, las tropas de su Imperio van desprotegidas en el Borde Exterior.
Ella tomó un paño y comenzó a abrillantar la gigantesca pieza de exposición.
-Manufacturas Quelton no es el problema.
-No comprende el problema en el que se encuentra. –Tarkin cruzó los brazos-. El déficit de producción...
-...Me habló usted de ello en su mensaje. Y el otro tipo me lo dijo antes.
-¿Otro?
-Se refiere a mí –anunció una voz desde el exterior de la oficina. Tarkin la reconoció... pero pasaron varios segundos hasta que el conde Vidian entró. La audición aumentada del ciborg era aguda. E igualmente impresionante era el hombre en sí mismo: Vestido escasa pero suntuosamente con una túnica color rubí y un kilt negro, Vidian tenía extremidades metálicas que emanaban destellos bajo las luces de la oficina. Hizo una somera reverencia.
-Me alegra que se una a nosotros, gran moff.
-¿Cuándo ha llegado? –preguntó Tarkin.
-A medianoche. He estado aquí desde entonces, revisando las instalaciones y sus trabajadores. –Volvió sus ojos brillantes hacia Quelton-. Acabo de enviarle una lista de diecisiete prácticas diferentes que deberían ser revisadas para maximizar la eficiencia.
Quelton tomó una tableta de datos de su mesa.
-En efecto.
-Y la sala de descanso de empleados debería convertirse en almacén.
Tarkin alzó una ceja.
-¿Permite tiempo libre a sus empleados?
Quelton soltó una carcajada.
-Eliminé las pausas poco después de firmar el contrato con el Imperio.
-Eso es agua pasada, gran moff. –Vidian se acercó al escritorio-. Debería desinfectar la sala antes de usarla como almacén. El sistema de filtración en mis pulmones artificiales ha detectado allí varios agentes biológicos distintos.
Quelton permaneció impasible.
-Los ithorianos los introdujeron allí, aunque hace mucho tiempo. Esto es un planeta selvático... o lo era. Ya ha podido ver que la zona de fabricación, con los propios componentes de la armadura, es estéril.
Tarkin miró con sarcasmo a Vidian.
-Eso debería satisfacer a nuestro inspector de sanidad.
-No soy un simple... –Vidian comenzó a protestar, irritado, pero se detuvo. Volvió a su lista, recitando otras recomendaciones. El gran moff reconoció la actuación: Vidian estaba tratando de marcar su territorio, de demostrar que sabía más. En ese momento indicó a Tarkin y a Quelton que salieran del museo al que ella llamaba oficina para guiarles en una gira por las ineficiencias que había encontrado.
Tarkin consideraba a Vidian un fantoche presuntuoso, pero Quelton parecía obnubilada por él, comentando con aire casual al gran moff el fantástico trabajo que habían hecho los creadores de la armadura de Vidian. Por su parte, Quelton parecía compartir la brusquedad de Vidian hacia los ithorianos de sus líneas de producción. ¿Era una farsa para la inspección? La criatura a la que Quelton golpeó con su bastón probablemente no pensó lo mismo.
Finalmente, Tarkin se cansó de la pantomima.
-Todo esto son cambios marginales –dijo-. La falta de producción de Gilvaanen es mucho más que esto.
-Las batallas se ganan en los márgenes –dijo Vidian-. Suponía que un militar como usted lo sabría.
Tarkin no mordió el anzuelo.
-Quiero la respuesta de Quelton.
-No somos nosotros –dijo, señalando una ventana-. El problema es Cladtech.
Tarkin conocía el nombre. Los rivales de Quelton al otro lado de la ciudad, Cladtech, poseían el lucrativo contrato para realizar el ensamblaje final de todas las partes interiores de la armadura.
-¿Problemas con el gremio de trabajadores?
-Todos ithorianos –dijo Quelton, sin ocultar su desdén mientras caminaba hacia una gran puerta-. Organizando huelgas de celo por esto y aquello.
-Paparruchas –dijo Vidian-. El gremio se disolvió hace años.
-El propietario de Cladtech tolera sus tonterías. Es uno de ellos. Mientras tanto, mis placas de armadura se acumulan en los muelles de carga. –Quelton pulsó un control y la puerta se alzó, revelando exactamente eso-. Quiero equipar a su ejército, gran moff. Necesito que me ayude a hacerlo.

***

Aunque hubiera visto tiempos mejores en años pasados, a Tarkin le pareció que Cladtech era inferior a la empresa de Quelton. Menos cuidada y con peor aspecto... y eso también describía a sus empleados. Al menos, los que habían ido a trabajar: Varios habían fingido la baja al saber que el Imperio iba a realizar una inspección. Y donde el duro trato de Quelton hacía que su plantilla trabajara más rápido, Mawdo Larrth, el propietario de Cladtech, trataba a su gente con más delicadeza.
-Hacen un buen trabajo si se les deja tranquilos – dijo el sensiblero ithoriano, observando la planta de la fábrica desde una barandilla elevada. Las máquinas estaban en marcha, pero no todas tenían el personal completo. Larrth dijo que los empleados estaban bajo “servicios mínimos”, haciendo lo que requerían sus contratos y nada más.
-Invalide los contratos –dijo Tarkin-. Esto es una necesidad militar.
-Entonces se irán todos –dijo Larrth, con un tono de derrota asomando en la voz traducida por su comunicador electrónico-. Nadie tiene que ensamblar armaduras para ganarse la vida.
-Eso puede cambiar –dijo Vidian-. ¿Y cómo están coordinando sus protestas? Ya prohibió el contacto exterior entre trabajadores.
-Mi pueblo colonizó este mundo –dijo Larrth-. Las conexiones comunitarias están arraigadas profundamente en los ithorianos. No puedo detener lo que se dice durante la cena.
-Puede añadir turnos y hacer que los trabajadores cenen aquí –replicó Vidian.
Larrth meneó la cabeza mientras evaluaba la idea.
-No creo que los trabajadores acepten eso.
-¿Quién les ha preguntado a ellos?
Tarkin se sacudió los hombros. El calor opresivo de la fábrica amenazaba los pliegues de su uniforme.
-Lamento la incomodidad –dijo Larrth. Señaló las máquinas de abajo-. Los moldes de inyección se calientan mucho, y sus pedidos nos hacen trabajar en turnos dobles. Nunca se enfrían excepto en paradas de producción. En esas ocasiones las apago; la energía para mantenerlas en marcha me arruinaría.
Vidian se centró en los trabajadores que había abajo.
-Su trabajador medio lleva aquí dieciocho años, ¿correcto?
-Los capataces llevan treinta –respondió Larrth-. Aquí disponemos de mucha experiencia; por eso el trabajo que se hace es de alta calidad. Pero también explica el nerviosismo. La gente recuerda cuando las cosas eran... distintas.
Tarkin desvió su atención a la puerta más lejana.
-Pronto lo olvidarán –dijo. Las puertas se abrieron, y entró un equipo de soldados de asalto, acompañados por varios oficiales vestidos de negro. Tarkin les recibió.- La sección de personal está a la derecha –dijo-. La información debería estar allí.
Larrth estaba sorprendido.
-¿Qué está pasando?
-Oficiales de la Oficina de Seguridad Imperial –dijo Vidian al ver a las figuras de atuendo oscuro. Miró a Tarkin, confuso-. ¿Ha llamado a la OSI?
-Complementados por tropas de asalto del Ejecutora –dijo Tarkin-. Identificaremos a todos los trabajadores ausentes y los traeremos. No abandonarán estas instalaciones de nuevo hasta que hayan alcanzado su cuota de trabajo.
-Debe de ser muy cómodo, viajar con tu propio ejército –dijo Vidian con aspereza-. Debe de haberlos llamado antes de que comenzara nuestra visita.
-Quelton dijo que aquí había una revuelta obrera –dijo Tarkin-. Ese es motivo suficiente.
-Mi análisis no está completo –exclamó Vidian-. Yo mismo llamaré agentes... pero cuando yo estime que sean necesarios.
-Oh, pero es que son necesarios, independientemente de lo que usted opine –observó Tarkin, indiferente. Desde su primer encuentro, él y Vidian habían discrepado tácticamente varias veces; no iba a permitir más retrasos. Indicó a los agentes de la OSI que procedieran. Larrth, inquieto, siguió a los recién llegados.
Una conmoción se alzó en la planta de la fábrica. Las tropas de asalto irrumpieron, alzando sus armas ante cualquier trabajador ithoriano que resultara estar lejos de su máquina. Asustados, regresaron al trabajo. Con su mano metálica, Vidian golpeó la barandilla, causándole una abolladura. Volvió la mirada hacia Tarkin.
-Éste no es el método adecuado.
-Desmantelamos los gremios en esta industria por un motivo, conde. –Tarkin le miró por encima del hombro-. El Emperador no puede admitir que se cree ningún centro de poder rival.
-Estoy de acuerdo –dijo Vidian-. Pero esto carece de tacto.
-¿Tacto? Puede buscarle pegas a mi estilo, pero...
-Precisión. Los actos punitivos deberían ir dirigidos a aquellos con peor rendimiento, como ese desgraciado director ejecutivo. Debemos cortar el tejido herido y dejar el músculo.
Tarkin pensó que era una analogía curiosa para un hombre cuya anatomía era en su mayoría mecánica. Pero no respondió. Se volvió para seguir a los agentes.

***

-¡Tarkin!
El sonido, a lo lejos en el pasillo, hizo que el gran moff levantara la vista de su trabajo, pero no respondió. Tanto el escritorio como la oficina habían pertenecido esa mañana a uno de los vicepresidentes de Manufacturas Quelton, a quien Thetis había despedido sin más para dar espacio temporalmente a Tarkin, y para demostrar que estaba dispuesta a eliminar peso muerto.
-¡Tarkin! –dijo de nuevo Vidian, esa vez en la puerta.
-No responderé si se me llama de ese modo –dijo Tarkin, volviendo la mirada a su trabajo-. No me importa quién se crea usted que es.
-He recibido noticias de mi ayudante en Calcoraan, Everi Chalis. Usted ha estado investigando mi historial.
-Como el Emperador, estoy interesado en todos los asuntos del Imperio. –Vidian había continuado discutiendo con él durante toda la semana, interviniendo repetidamente para tratar de proteger a los trabajadores de Cladtech que parecía pensar que poseían algún valor. Tarkin pensó que tal preocupación erraba su objetivo. Era, de hecho, sospechosa-. Después de sus arrebatos en defensa de los ithorianos huelguistas, quería saber con qué clase de hombre estaba tratando.
-Podría haber comprado uno de mis holos. Le habría ahorrado tiempo.
-Los he visto –dijo Tarkin. Alzó una tableta de datos-. También he visto aquí una respuesta de uno de sus otros subordinados. Sugiere que mi curiosidad está justificada.
Vidian hizo una pausa.
-¿El barón Danthe?
-El mismo.
El ciborg soltó una carcajada.
-El barón Danthe es un hipócrita mentiroso y desleal... y está celoso de mi posición. En la comunidad empresarial, y ahora en el Imperio.
-Es asombroso que le permita trabajar para usted.
-Como usted bien sabe, no siempre tenemos la posibilidad de elegir con quien trabajamos.
-En efecto –dijo Tarkin con una mueca. Él también creía que Danthe era un hipócrita mentiroso y desleal, una opinión formada después de su único encuentro holográfico aquella tarde.
-No tengo tiempo para juegos políticos –dijo Vidian, con su atronadora voz artificial-. Se trata de encontrar el camino más eficiente para lo que quiere el Emperador. Para lo que él exige, de hecho. –Apuntó a Tarkin con su índice metálico-. Ha estado interfiriendo toda la semana en mis directivas. Está usted fuera de su departamento... y más allá de sus competencias. Ahora, hágase a un lado.
Tarkin se limitó a mirar fijamente al ciborg.
-¿Esas tácticas funcionan con los trabajadores? –preguntó secamente-. Porque, se lo aseguro, no tienen efecto alguno conmigo.
-Hágase a un lado, gran moff. ¡Yo arreglaré este planeta, yo solo!
Vidian giró sobre sus talones y se marchó.
Tarkin unió las manos bajo el mentón y reflexionó mientras los pasos metálicos de Vidian iban perdiéndose. El gran moff sabía cuál era su jurisdicción, pero a menudo había descubierto que los demás no. Tanto la aristocracia como los industriales mantenían algo de poder en sus esferas, y eso enturbiaba las cosas. Vidian pertenecía a ambas clases y tenía una orden del Emperador.
Tarkin no tenía la menor duda de a quién apoyaría Palpatine en caso de conflicto. Tal vez Vidian pensaba lo mismo. Si el conde quería poner a prueba sus presunciones, que así fuera.
Un golpe con los nudillos en el exterior de su puerta abierta rompió su concentración.
-Disculpe, gran moff –dijo Quelton.
-¿Sí?
-En la planta de la fábrica han empezado a oírse algunos rumores de algo –dijo-. Algo... bueno, sedicioso. Puede que quiera usted comprobarlo...

***

El jefe delegado de la OSI caminó en la noche hacia Tarkin.
-Los tenemos, señor. No tienen escapatoria.
-Adelante.
Tarkin observó cómo se activaban los proyectores, iluminando los callejones traseros de la capital de Gilvaanen. El edificio que tenía enfrente estaba prácticamente en ruinas, una fábrica abandonada. Ningún ithoriano en sus cabales iría a semejante lugar de noche. Que tantos de ellos lo hubieran hecho confirmaba las sospechas de Tarkin. La información de Quelton era precisa. Un momento después, aparecieron unos soldados de asalto que se dirigieron a él.
-Controlado, señor. Puede entrar.
En el interior, bajo las duras luces de las fuerzas de seguridad, se encontraban arrodillados más de una docena de ithorianos, con sus cabezas alargadas proyectando grotescas sombras en lo que en tiempos mejores había sido una oficina pero ahora parecía un vertedero.
-Todos ellos, supervisores de la línea de producción de la fábrica Cladtech –dijo el jefe de la OSI-. Esta reunión es ilegal.
Tarkin tomó la tableta de datos del jefe y leyó la lista de nombres. Ya había visto antes la mayoría de ellos: trabajadores que Vidian había identificado como los mejores de Cladtech. Estaban allí preparando otra huelga, ésta en respuesta a las medidas de Tarkin en los días anteriores de esa semana. Sólo podía hacerse una cosa. Sabía que eso enfurecería a Vidian... pero no había otra opción. No podía tolerarse la resistencia.
-Eliminadlos.
Ignorando las aturdidas respuestas de los ithorianos, Tarkin se volvió hacia la salida. Estaban alzándose los primeros blásters cuando se escucharon sonidos de conmoción desde la puerta que daba a la calle. El gran moff escuchó gritos... y luego se puso a cubierto cuando una forma humana pasó volando, lanzada violentamente a la habitación desde el interior.
Tarkin vio que era otro agente de la OSI... y su asaltante entró un instante después.
-¡Detengan esto! –exigió Vidian, con el volumen del sistema de megafonía instalado en su cuello al máximo-. He seguido a alguien aquí... y parece que he llegado justo a tiempo. ¡No maten a esos obreros!
Tarkin salió de su cobertura, molesto.
-Esto es una operación militar conjunta con la OSI –dijo, sacudiéndose el polvo de los hombros-. Definitivamente, este no es... ¿qué palabra usó usted?... su departamento.
-¡He dicho que paren! –dijo Vidian reduciendo el volumen de su voz, pero no por ello su orden resultó menos enfática. Se coló en el espacio entre los soldados de asalto y los aterrorizados ithorianos, que ahora estaban agazapados en el suelo. Se volvió, plantando su cuerpo acorazado entre los soldados y sus prisioneros.
Tarkin miraba fijamente, asombrado. Se había cuestionado antes las lealtades de Vidian... pero esto era una conducta chocante que el Emperador jamás aceptaría. Muy bien.
-Ya vemos de qué lado está usted. –Preguntándose lo acorazado que estaba realmente el cuerpo de Vidian, miró a los soldados de asalto-. Os he dado una orden. Vais a...
Vidian alzó las manos... pero en señal de disgusto, no de rendición. Localizando un escritorio volcado en el extremo más alejado de la sala, se lanzó hacia él. Los servomecanismos de sus brazos le permitieron levantar su peso con facilidad, revelando la figura del ithoriano que se ocultaba agazapado detrás.
-Yo no soy el simpatizante. ¡Es él!
¿Larrth?
-¿Está aliado con sus propios trabajadores huelguistas? –Tarkin observó cómo Vidian agarraba al propietario de Cladtech y lo estampaba contra la pared-. ¿Cómo lo supo?
-Le escuché respirar –dijo Vidian, antes de comprender a qué se refería Tarkin-. Estaba revisando mis grabaciones y me encontré con algo que dijo Quelton: “Es uno de ellos.” Pensé en ello como el comentario de una racista... pero me hizo mirar de otro modo las grabaciones que tomé en Cladtech. –Miró a Larrth-. Usted dijo que cortaba la energía de las máquinas siempre que había una parada de producción. Sus registros de consumo de energía lo confirman.
Larrth gimoteó asustado.
-Mantenerlas en reposo... es muy costoso...
-Esos mismos registros también confirman que las apagaba una hora antes de que comenzaran los turnos... ¡antes de saber que iba a haber una huelga! –Sacudió violentamente a Larrth-. ¿Tenía premoniciones? ¿O es que lo sabía?
-Él lo sabía –dijo Tarkin, entrecerrando los ojos-. Explíquese.
Vidian aflojó unos instantes su agarre sobre Larrth.
-Lo que han estado pidiendo... a mi gente... es imposible –dijo Larrth entre toses-. Dejarles hacer huelga... era el único modo... de darles un respiro...
-Usted ha consentido una revuelta y piensa que eso es compasión –dijo Vidian-. Pero ha cometido un error. Ya estaba sacrificando beneficios al confabularse con los sindicalistas. Pero al tratar de ahorrar unos pocos miles de créditos, se ha traicionado a sí mismo. Por eso le he seguido hasta aquí.
Para Tarkin, tenía sentido. Hizo una seña a los soldados de asalto... pero antes de que estos pudieran avanzar, Vidian juntó sus poderosas manos, aplastando el cuello de Larrth con un crujido repulsivo.
-Mucho más eficiente –dijo Vidian, dejando caer el cuerpo inerte del ithoriano. Se volvió para mirar a Tarkin... quien asintió ligeramente y mostró la palma de su mano abierta. Inténtelo a su manera.
Con el permiso concedido, Vidian se volvió a los ithorianos restantes.
-No quedáis arrestados... y no quedáis despedidos. Volveréis inmediatamente al trabajo y cumpliréis nuestros objetivos de producción. Si fracasáis, todo el mundo bajo vuestra supervisión morirá.
Aterrorizados, los supervisores se levantaron. Los soldados de asalto les empujaron fuera de la sala.
-Creo que la producción mejorará ahora –dijo Vidian-. Y tengo algunas ideas sobre lo que podemos hacer para la gestión.
-Hablaremos –dijo el gran moff. El conde se volvió hacia la salida, y Tarkin le siguió. Tal vez te haya subestimado, pensó.

***

Una vez que Tarkin dio su reticente aprobación, Vidian propuso una solución de libre mercado que deleitó totalmente a Thetis Quelton.
-Desde este momento, Cladtech queda absorbida por Manufacturas Quelton –dijo Vidian-. Y el contrato de ensamblaje final es ahora suyo.
Tarkin raramente había visto a nadie tan complacido. Quelton sólo llevaba escasos momentos ocupando la vieja oficina de Larrth cuando comenzó a ladrar órdenes a los empleados de su propia fábrica, a través del comunicador.
-Pronto tendremos este sitio en forma. Y el Borde Exterior tendrá todas las armaduras que necesita.
-Cada vez necesitaremos más –dijo Vidian.
-Se lo garantizo –añadió Tarkin
Pero la mujer parecía haber recibido fuerzas por el desafío... y se mostraba ansiosa por empezar a apoderarse de las operaciones de su rival muerto.
-Es un bonito edificio antiguo, histórico –dijo-. Sólo necesita algunas reformas. Es importante mantener el pasado vivo.
-Más antiguo no significa mejor –dijo Vidian.
-Ya conozco su lema –dijo ella amablemente, antes de sentarse ante el escritorio de Larrth. En cuestión de instantes, estaba inmersa en los nuevos informes.
Sí, Tarkin veía sabotaje en el hecho de que Quelton le diera la pista de la reunión secreta; se preguntaba cuánto tiempo llevaba ella sospechando que Larrth estaba aliado con los sindicalistas. Vidian no había visto nada desleal en ello: un poco de patriotismo interesado. Se le ocurrió que eso ofrecería a Quelton más espacio para su creciente colección de inútiles reliquias históricas. El ciborg se preparó para ir a Manufacturas Quelton, para ayudar a coordinar allí la transición.
-Conde, espere fuera un momento –dijo Tarkin. Confuso, Vidian se retiró mientras el gran moff se volvía hacia Quelton-. Thetis –la llamó Tarkin.
Ella alzó la cabeza hacia él, sorprendida por escuchar su nombre de pila.
-¿Sí?
-Me voy por la mañana... y creo que sería apropiada una celebración. Me gustaría ver esas armaduras históricas de las que habla.
-¿Las del salón de mi casa?
Un asomo de sonrisa cruzó el rostro de Tarkin.
-No es necesario que las mueva. Puedo ir a cenar. –Miró a su alrededor-. Si eso no retrasa su trabajo aquí.
Quelton sonrió.
-Por supuesto. Tengo tantas cosas allí... artefactos de este y una docena de mundos más, todos fascinantes. Haré que mis droides preparen algo apetitoso para cenar. ¿Qué tal dentro de cuatro horas, en mi finca?
Tarkin asintió, y prestó atención mientras ella le decía cómo llegar al sitio. Ya lo sabía, por supuesto; saberlo era su deber. Quelton regresó al trabajo.
Al salir, Tarkin vio a Vidian esperando. Sus oídos electrónicos habían captado toda la conversación... y claramente le había divertido.
-¿De modo que esto es lo que usted hace? ¿Premiar a mujeres acaudaladas con contratos lucrativos y luego auto invitarse a sus casas?
Tarkin le lanzó una mirada fulminante.
-Guárdese para usted sus comentarios indecorosos. Tengo algo de lo que quiero que se ocupe...

***

En la mayoría de mansiones que Tarkin había visitado, le habían recibido droides mayordomo. No se sorprendió en absoluto cuando un guerrero pikaati en armadura abrió la puerta de Thetis Quelton. Era la propia mujer, vestida con el equipo del que le había hablado.
-Le dije que tenía un juego completo.
Aparentemente, Quelton no temía aparecer ante sus ojos como un magnate extravagante.
Con el casco bajo el brazo y llevando su pesada armadura, la mujer le llevó en una visita guiada a su casa antes de la cena. Una sala tras otra, repletas de fragmentos del pasado de Gilvaanen; cómo había vivido allí la gente desde la colonización del planeta. Y el gigantesco salón era una versión magnificada de la exposición de su oficina, un auténtico museo de historia militar.
Tarkin mostró interés en ello, por supuesto, pero en realidad estaba esperando su momento. Ella, que aún llevaba la armadura pikaati, se encontraba de pie sobre un estrado en el que se mostraba un antiguo juego de armadura para alguna criatura mastodóntica, cuando el gran moff recibió el mensaje que estaba esperando.
-He olvidado mencionar que el conde Vidian se unirá a nosotros.
Quelton bajó la mirada hacia él, sorprendida, antes de que su rostro se iluminara.
-Eso es fantástico. Tengo muchas preguntas. El modo en que reconstruyeron su cuerpo es una especie de leyenda en mis círculos.
-Desde luego, tiene capacidades superiores. –Tarkin paseó junto al estrado-. Y al margen de otras cosas que formen parte de la leyenda de Vidian, he comprobado que su reputación como chaquetero consumado está bien merecida. Pero nadie puede igualarse a mí cuando se trata de reconocer lealtades.
-¿Qué quiere decir?
-Larrth tenía razón acerca de cómo los ithorianos permanecen unidos –dijo Tarkin-. Las medidas disciplinarias severas de un ejecutivo humano deberían haber despertado al menos alguna oposición. Y pese a ello nunca hubo disidentes que causaran problemas a su empresa. Tenía que haber una razón. –Se detuvo junto a un escudo en un expositor-. Usted ha sido la protectora de sus trabajadores. Su desprecio hacia ellos, la dureza con la que les trata: Son una farsa. No lo niegue. Los interrogadores de la OSI lo han escuchado de boca de los cautivos. No siente más devoción a los beneficios que el propio Larrth.
-¿Cree que esta semana he estado haciendo teatro? Tal vez he sido más dura de lo que soy habitualmente, debido a la inspección. –Soltó una risita-. Y le di la pista que le condujo a su reunión. ¿Cómo puedo estar de parte de los trabajadores?
-Cierto, su pista sirvió para que Cladtech cayera en sus manos... y eso es lo que creo que buscaba realmente. Sé que no está en esto por el dinero. Oh, quiere dinero, desde luego... para gastarlo en esta absurda colección suya, y para frustrar los intentos imperiales de eliminar el pasado de este mundo. Conocemos esos esfuerzos.
-Me preocupa el pasado, sí... y mi planeta. Pero eso es normal, cuando posees una propiedad.
-¿Quiere que hablemos entonces de lo que no es normal? Hemos visto su puja para el último contrato de ensamblaje de armaduras de tropas de asalto. Era irracionalmente baja; de haber ganado, habría perdido millones de créditos.
-Estaba tratando de debilitar a un competidor.
-A esos precios, habría debilitado su propia empresa. Por eso el imperio rechazó su puja, hace un año. Y ciertamente usted no podía permitirse comprar directamente Cladtech... y sabemos que lo intentó. De modo que, ¿por qué estaba tan interesada en obtener ese contrato?
-Para que esto no acabara en la basura.
La respuesta no vino de Quelton... sino del conde Vidian, que cruzaba en ese momento la puerta del extremo opuesto. Entre el pulgar y el índice de su mano izquierda sostenía un anillo redondo y negro, de menos de un centímetro de grosor.
-No puedo verlo desde aquí –dijo Quelton-. ¿Qué es eso?
Vidian soltó una carcajada.
-Debería saberlo. Había veintisiete millones en su fábrica, esperando ser enviados al centro de ensamblaje de Cladtech.
Tarkin asintió, satisfecho.
-¿Dónde estaban?
-Los estaba fabricando en una zona fuera de la sala de descanso de empleados de Manufacturas Quelton –dijo Vidian-, donde mis pulmones detectaron antígenos el otro día. –Se acercó a Tarkin con el pequeño anillo-. Es una arandela para el casco de un soldado de asalto. Ayuda a formar el sello dentro de una boquilla de transducción atmosférica. Posiblemente el objeto con la tecnología más simple de todo el conjunto... y debe de haberle costado millones.
Tarkin tomó el anillo y le echó un vistazo.
-¿Lo ha hecho analizar?
-Es muy inteligente. Por sí mismo, es insignificante incluso bajo un análisis exhaustivo. Pero cuando el casco está puesto, la respiración del portador despierta y hace circular las pequeñas esporas insertadas en el anillo. –Vidian señaló el follaje en el exterior, al otro lado de la ventana-. Son nativas de este planeta, y causan una enfermedad en la tráquea, conocida sólo por los exploradores de la jungla. La llaman...
-Cuello de botella –dijo Quelton. Respiró profundamente y dejó escapar el aire-. Pero pronto iba a tener otro nombre: pulmón de soldado de asalto.
Tarkin observó maravillado el pequeño anillo.
-Ingenioso. Dado que los anillos están instalados dentro de la armadura, no habría filtrado posible. Los sistemas de respuesta patogénica de la armadura no verían nada en absoluto.
-Y nosotros tampoco, durante un tiempo –dijo Vidian-. El cuello de botella no es letal, pero sí causa debilidad.
-Evitando que vuestros matones causen daño a más gente –dijo Quelton, volviéndose a mirar a la armadura alienígena gigantesca que se encontraba tras ella en el estrado-. Ralentizaría más que ninguna otra cosa la conquista del Borde Exterior por parte del Imperio.
-Lo habríamos detectado –dijo Tarkin, aplastando el anillo en su puño-. Y lo habríamos rastreado hasta usted.
-Pero no antes de que causara estragos en el reclutamiento. “Únete al Imperio y sufre”. No es un eslogan demasiado bueno, ¿verdad? Pero bueno, es lo que ofrecéis ahora a la galaxia. –Miró a su alrededor, a las armaduras expuestas-. Los guerreros que lucharon con esas armaduras tenían una cosa en común. Todos ellos defendieron sus planetas natales contra invasores; protegiendo sus culturas, sus historias. Gilvaanen era un mundo pacífico, con un pueblo con un magnífico pasado. Y lo habéis arruinado. Habéis quemado y habéis enterrado, sin que os preocupara lo que estabais desechando. –Se volvió y miró fijamente a Vidian-. No quiero “olvidar los antiguos métodos”, conde. ¡Algunos de ellos eran mejores!
Vidian miró a Tarkin.
-¡Otra disidente! Qué novelesco. Este planeta es todo un charco de infelicidad.
-La OSI ha estado estudiando sus comunicaciones desde el primer momento en que sospeché de ella –dijo Tarkin. Al ser mencionados, varios agentes entraron por el extremo opuesto del salón, flanqueados por soldados de asalto. Alzó la mirada hacia ella-. Sabemos que ha hablado con otros radicales fuera del planeta... pero que cortó el contacto varios meses atrás.
-No aprobaban mi plan –dijo Quelton, mientras los soldados de asalto avanzaban hacia los escalones del estrado-. No os conocen como yo.
-Lo averiguaremos... cuando nos hable de ellos –dijo Vidian.
-No lo creo –dijo, mirando a los soldados que se acercaban-. Aún puedo proteger algo.
Se puso de nuevo el casco pikaati en la cabeza., Pero esta vez, activó el sello, que emitió un suave siseo. Los soldados de asalto alzaron sus armas... pero Quelton no se estaba moviendo para atacar. Su cuerpo acorazado se sacudió violentamente, haciéndola caer desde el estrado al suelo del salón.
Vidian se apresuró a acercarse a ella.
-¡Le está dando un ataque!
Comenzó a manipular el cierre del casco... hasta que Tarkin posó su mano en el brazo del ciborg.
-No. Ya está muerta.
-¡Muerta!
Tarkin asintió.
-Los pikaati respiran cianuro de hidrógeno. El casco se llenó tan pronto como activó el sello. Abra eso, y nos pondrá en peligro al resto de nosotros.
Vidian se puso en pie y observó el cadáver.
-Nunca esperó que nos dijera nada, ¿verdad?
-Vimos todo lo que necesitábamos en sus comunicados –dijo Tarkin-. Sus contactos la abandonaron. El rastro era antiguo. –Reflexionó mirando el cadáver-. Pero tenía interés en ver qué haría en su defensa. Los auténticos rebeldes son especímenes poco habituales. Es útil aprender cómo piensan.
Merecía un instante de contemplación... pero sólo un instante.
-Bueno –dijo, incorporándose-, tenemos otra vacante corporativa de la que hablar...

***

La silueta holográfica del Emperador cobró forma oscilando en la antigua oficina de Quelton.
-Informen.
El conde Vidian no perdió tiempo.
-Estoy de acuerdo con el plan del gran moff, Su Alteza. Gilvaanen debería ser “imperializado”.
-Antes rechazaba esa idea. ¿Ahora está de acuerdo?
El Emperador parecía estar ligeramente sorprendido.
-Así es. Todas las partes de la cadena de producción de armaduras serán integradas en el Departamento Imperial de Investigación Militar. –Vidian estaba sentado inmóvil-. Será una larga transición; voy a poner a Everi Chalis directamente al mando.
El Emperador calculó durante un instante.
-Una reducción en sus responsabilidades le dejará libre para otras actividades.
Vidian se apresuró a sugerir alguna.
-He advertido ineficiencias en la producción de recursos para Destructores Estelares. Puedo ponerlas en orden con una gira en minas y centros de procesado.
-No es un trabajo muy glamuroso.
-Pero es necesario. –Vidian hizo una pausa antes de continuar-. Podría implicar que sectores relevantes sean puestos bajo mi autoridad. Y apoyo militar para hacer cumplir mis edictos.
El Emperador miró a Tarkin.
-¿Esto cuenta con su aprobación, gran moff?
-Así es. –Tarkin se incorporó-. Propongo que se transfiera un Destructor Estelar al conde Vidian. Podría destacar uno de los de mi propio complemento para su uso.
Una pausa. Entonces el Emperador soltó una risita, una cosa oscura y gutural que causaba escalofríos incluso en aquellos que estaban familiarizados con ella.
-Siento que aquí ha habido un trato, caballeros.
Tarkin y Vidian se miraron mutuamente.
-La eficiencia es lo que todos ansiamos –dijo el gran moff.

***

En efecto, había habido un trato. Tarkin había decidido que no tenía sentido convertir a Vidian en su enemigo cuando existía una solución más simple: asegurarse de que sus zonas de influencia no se solapaban. Vidian había llegado a la misma conclusión, ofreciéndose a cambiar su supervisión de Gilvaanen por una cantidad de franquicias por las que Tarkin no se preocupaba demasiado. Si las acciones del conde conducían a que los Destructores Estelares para el Borde Exterior se producían más rápido, merecería de sobra la pena dejar que se quedara ahora con uno.
Tarkin había ofrecido a Vidian una selección de capitanes veteranos, incluyendo varios con experiencia escoltando líderes industriales durante la República. Entonces fue cuando Vidian le sorprendió solicitando al capitán más novato de la lista.
-Recuerde mi lema –había dicho Vidian-. Preferiría tener la ayuda de alguien nuevo, alguien sin apego a las prácticas del pasado.
En otras palabras, había pensado Tarkin, quieres a alguien a quien puedas manejar a tu antojo. Muy bien.
A bordo del Ejecutora, otorgó el nombramiento. Y el receptor del mismo no podía haber estado más sorprendido.
-Pero el Ultimátum iba a ser asignado a Yale Karlsen –dijo Rae Sloane. Él no sólo ya era capitán, sino que era mucho más veterano.
-He destacado al capitán Karlsen al comité de construcción, que necesita su sabiduría. –Sólo hizo falta un minuto para arreglarlo-. Karlsen tomará el mando del Ultimátum en su momento. Pero la misión de la nave debe continuar.
Sloane, que había estado sentada con la espalda recta en la silla frente a Tarkin desde que le invitó a pasar, se apoyó en el respaldo mientras comenzaba a comprender las tareas que le esperaban. Tarkin se las describió.
-Tendrá las manos completamente ocupadas preparando la nave para el vuelo. Ahora es su responsabilidad, durante el tiempo que esté a su mando. Lo mismo puede decirse de su pasajero, cuando se una a usted.
-El conde Vidian –dijo ella, medio susurrando-. Estaré escoltando a uno de los pacificadores del Emperador.
-Me han dicho que una vez voló con el Emperador en persona, y con Lord Vader.
-Yo simplemente estaba allí presente, señor. –Hizo una pausa, antes de incorporarse-. Pero creo que Lord Vader respaldaría mi desempeño.
Esa es una afirmación muy osada, pensó Tarkin. Era tan atrevida que probablemente sería cierta... en cuyo caso puede que ella no fuera el pelele que Vidian esperaba. Tanto mejor, entonces. Porque aunque actualmente Vidian no suponía ninguna amenaza contra él, no vendría mal tener un seguro contra él para el futuro.
-Vaya a su puesto, capitana Sloane. –Se pusieron en pie... y Tarkin ofreció un último consejo-. Los ojos del conde Vidian no se cierran nunca. Y tampoco deberían hacerlo los suyos.

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