Cuello de botella
John Jackson Miller
-¡Emboscada!
La advertencia de la conductora no era realmente necesaria; no cuando el
transporte de tropas imperial ya estaba inclinado, empujado hacia un lado por
el impacto del odio sobre ocho atronadoras patas. Una segunda monstruosidad, de
cinco metros de alto, atacó desde la oscuridad. Azuzado por su salvaje jinete
tsevukano, el kivaroa de piel resbaladiza embistió con fuerza al transporte. El
vehículo repulsor dio una vuelta de campana y cayó salpicando al pantano,
perdiendo en su caída a los soldados de asalto que iban montados en su expuesto
exterior.
El impacto hizo saltar los arneses de la conductora, haciendo que golpeara
con la cabeza el techo de la cabina de mando. El arnés de su pasajero
aguantó... pero tal y como el agua salobre entraba a chorros a través del
parabrisas resquebrajado, de ningún modo iba a permanecer atado durante mucho
tiempo. Wilhuff Tarkin, gran moff y gobernador del Borde Exterior para el
Imperio Galáctico, tenía muchas cosas en su agenda. Ahogarse en una fétida
ciénaga no era una de ellas.
Desenganchándose las sujeciones, Tarkin luchó por orientarse. Estaba ileso,
pero en la oscuridad y con el nivel del agua subiendo, se vio obligado a andar
a tientas para buscar la escotilla de escape. Aún no la había encontrado cuando
otro de los furiosos nativos tsevukano del exterior contribuyó haciendo que su
bestia embistiera el aerodeslizador dañado, dejándolo de nuevo boca arriba.
Las luces de emergencia se iluminaron, y Tarkin aterrizó sobre la
conductora inmóvil ¿Estaba muerta o inconsciente? No lo sabía, y no había
tiempo para averiguarlo. Apartando del asiento su cuerpo inerte, se apresuró a
tomar los controles. Los motores del vehículo repulsor, que seguían
funcionando, aceleraron con un gemido. El gran moff no tenía ni idea de hacia
dónde iba, pero moverse era mejor que permanecer inmóvil. El transporte chocó
contra algo más adelante... otro kivaroa, cuyo jinete salió despedido y cayó al
fango.
Hasta nunca. Tarkin encontró su comunicador. Antes de poder llamar pidiendo
ayuda, soldados de asalto sobre motos deslizadoras pasaron a toda velocidad a
su lado, disparando los blásteres de sus vehículos. Mientras los tsevukanos y
sus bestias huían hacia la noche, el gran moff determinó su ubicación con el
satélite y condujo el maltrecho transporte el último kilómetro hasta su
destino.
La guarnición
era la última parada en su visita a Tsevuka, la más reciente posesión del
Imperio en el Borde Exterior. Había pensado que un traslado por superficie
entre sus puestos sería más eficiente... pero, claramente, los nativos no
estaban tan pacificados como su general le había hecho creer. El gran Imperio,
¿amenazado por criaturas irracionales sobre bestias de carga acechando en
pantanos? Ridículo. Ese era el
pensamiento principal en la mente de Tarkin cuando el comandante de la base
llegó corriendo, con una expresión a mitad de camino entre la preocupación por
su superior y el pánico total.
Eso último era
lo más acertado. Quitándose la chaqueta empapada, el gran moff hizo patente su
irritación.
-¿Dónde estaba
la patrulla, comandante? ¡Debería haber habido más tropas estacionadas a lo
largo de esta ruta!
-No tengo
suficiente personal para ese servicio. –El comandante tragó saliva-. En
general, no tengo suficiente personal.
-Tonterías. El
reclutamiento ha ido bien.
-Si me lo
permite, señor, ese es el problema. Tengo soldados haciendo turnos porque no
hay suficientes trajes de soldado de asalto para todos.
Tarkin no
tenía paciencia para eso.
-Hable de eso
con suministros.
-Ya lo he
hecho. Ellos tampoco tienen suficientes. El Imperio está... bueno, está
creciendo demasiado rápido.
Tarkin frunció
el ceño.
-El Imperio
está haciendo lo que debe hacer, comandante. Pero tal vez algunas personas en
su seno no.
Llamó a su
lanzadera antes de marcharse para buscar un uniforme limpio.
***
-De modo que
la rapidez de nuestro éxito revierte en nuestro perjuicio –dijo el Emperador.
Sentado en su
oficina a bordo del Destructor Estelar Ejecutora,
Tarkin asintió. Él había dicho algo similar para abrir la llamada holográfica,
pero Palpatine lo había expresado con menos delicadeza, como solía hacer a
menudo.
-Eso parece
–respondió Tarkin-. Mis fuerzas en esos sectores dependen de la producción en
Gilvaanen, en el Borde Interior. Pero allí la producción de armaduras de este
año sólo ha aumentado un cincuenta por ciento... la mitad de lo requerido.
El planeta
selvático de Gilvaanen llevaba un tiempo siendo para Tarkin una pequeña y
molesta espina clavada. La mayor parte de la producción de armaduras estaba en
manos de corporaciones privadas, la mayoría de ellas usando como mano de obra
colonos ithorianos que se habían asentado allí mucho tiempo atrás. Para Tarkin,
el modo de mejorar la producción era obvio.
-Deberían
disolverse las corporaciones y que la producción estuviera totalmente bajo
control imperial.
-Su control, querrá decir –dijo el
Emperador, con una pizca de impaciencia en su voz-. Ya me ha dicho esto antes.
Pero yo no estoy convencido de que ese sea el camino correcto... ni tampoco el
conde Vidian.
Vidian. Tarkin observó
cómo el conde, una prometedora figura de la administración imperial, aparecía
en el holograma junto al Emperador. Había estado allí todo el tiempo. Tenía que
ser Vidian: Nadie más tenía ese aspecto.
Deformado años
atrás por alguna enfermedad, el conde se había rehecho a sí mismo en más de un
sentido. El destruido rostro del hombre, que rondaba la cincuentena, había sido
reemplazado por una pálida máscara de sintocarne, carente de rasgos, estirada
sobre metal y hueso reconstruido. Sus ojos artificiales parecían arder, orbes
macabros amarillos y rojos que, además de visión, le proporcionaban acceso a
las redes de datos. Pero esas eran sólo las primeras de sus mejoras. Los
cirujanos habían introducido sus maltrechos órganos en un poderoso cuerpo
cibernético, que le protegía no sólo contra la edad y la enfermedad, sino
también contra la mayor parte de los daños físicos. No había forma de saber
cuánto tiempo podría llegar a vivir Vidian... o qué podría llegar a hacer.
Y ya había
logrado hacer mucho. Financiero sin escrúpulos en los últimos años de la
República, Vidian había construido un culto alrededor de sus ideas de gestión y
su enérgica voz artificial. Ahora, continuaba su papel de técnico corporativo,
operando como uno de los especialistas en eficiencia de Palpatine. Era su
palabra la que había mantenido a las corporaciones al mando de la producción de
Gilvaanen.
-Los
beneficios son poderosos –dijo Vidian, con su perfectamente modulada voz
digital amplificada sólo lo necesario para evitar ofender al Emperador-. Las recompensas
financieras, y la ilusión de competencia, puede motivar de formas que la fuerza
no es capaz.
Tarkin
respondió a la sugerencia con un bufido.
-Usted se
limita a jugar mientras el crecimiento del Imperio corre peligro.
-Hay ocasiones
en las que el control estatal es preferible, y a veces lo he recomendado –dijo
Vidian-. Pero la rivalidad ha convertido el sector de las armaduras en una zona
de elevada innovación. Imperialícelo, y puede acabar con todo ello. –Miró al
Emperador-. Gilvaanen está en mi agenda, Su Alteza. Puedo ir de inmediato a
resolver los problemas.
-No es
suficiente –dijo Tarkin-. El conde Vidian debía haber actuado antes. Debo
insistir en que necesitamos una mano más fuerte.
Vidian se
enfrentó a Tarkin y flexionó sus dedos metálicos.
-Industrias
enteras han visto lo fuerte que es mi mano, gran
moff. –Apenas ocultó su desdén al pronunciar el título-. Su fortaleza
militar sólo existe gracias a la producción por la que yo he luchado desde...
-Basta. –El
Emperador parecía divertido más que molesto-. En efecto, la rivalidad produce
mejores resultados... aumentando el castigo por el fracaso. –Miró a Tarkin-.
Gran moff, voy a enviarles a ambos al
Gilvaanen. Trabajarán juntos para descubrir qué es lo que está fallando con la
producción de armaduras... y se encargarán de que se cumplan los objetivos. O
descubriré el motivo.
Tarkin inclinó
la cabeza.
-Como desee.
El gran moff
sabía que haría lo que se le ordenaba; la elección de agentes era prerrogativa
del Emperador. Tarkin trabajaría con Vidian. Pero había demasiado en juego para
permitirse retrasos por culpa de un molesto entrometido.
Iba a
descubrir a qué se enfrentaba.
***
-¡Olvidad los antiguos métodos!
Vidian era un
hombre con dos rostros falsos, pensó
Tarkin al ver uno de los holos motivacionales llenos de eslóganes del conde. Los
había solicitado para conocer mejor a qué se enfrentaba. En sus
superproducciones, Vidian lucía un rostro rollizo y saludable, gracias a la
manipulación de imagen. Los creadores del holo también habían cambiado sus
llamativos ojos para que parecieran naturales: marrones y atractivos. Por
supuesto, no era ningún secreto que Vidian tenía un rostro reconstruido; su
resurgir de la enfermedad era parte de su leyenda. Pero el aterrador rostro que
lucía en persona era casi con seguridad parte de la verdadera historia de su
éxito motivacional. Esa grabación, fermentada con algunos estallidos de
violencia en nombre de la eficiencia, menos publicitados, le había hecho tan
popular ante el Emperador como él lo era ante la gente.
Tarkin estaba
sorprendido por lo poco más que sabía acerca de él. Varias de las corporaciones
de Vidian de la era republicana aún suministraban al Imperio, pero el conflicto
de intereses ya no suponía un escándalo en absoluto. No tenía amigos, ni
parientes vivos: Vivía para el trabajo, rodeado principalmente de ayudantes en
su base de la órbita de Calcoraan. Mantenía a su lugarteniente más fiable,
Everi Chalis, viajando constantemente de misión en misión. Todo ello
significaba que poca gente conocía al auténtico hombre, un hecho que podía
resultar insignificante... o sospechoso. Sí, Vidian fue uno de los primeros y
más activos defensores del Imperio, pero Tarkin se cuestionaba su lealtad.
Si hay dos rostros, tal vez haya más.
Sonó un
timbre. Tarkin detuvo el holo.
-¿Sí?
-Hemos llegado
a Gilvaanen –dijo la oficial ejecutiva de la nave. La comandante Rae Sloane
entró en la sala y miró al holograma-. ¿El material de investigación fue de su
agrado?
-Lo
suficiente. –Tarkin unió las yemas de los dedos-. No tendré tiempo para
estudiarlo todo. ¿Cómo me resumiría su reciente carrera imperial?
-Es un
trabajador modelo. Hizo que el programa del carguero Gozanti se lanzara a
tiempo, y por debajo del presupuesto... y puso en vereda varios astilleros. Es
un icono en su comunidad.
-Ahora está en
mi comunidad. –Tarkin hizo
desaparecer el holograma y alzó la mirada para ver a la joven que se encontraba
de pie en la puerta-. ¿Algo más?
-Este es mi
último vuelo en el Ejecutora, señor.
He ascendido a capitán.
-¿A su edad?
Admirable. –Pero no sorprendente, pensó Tarkin. Con capacidad natural para la
navegación de naves estelares, Sloane se graduó entre los primeros de su clase
en la Academia Imperial de Prefsbelt; y como teniente, había estudiado
navegación con la última clase de cadetes del legendario Pell Baylo-. ¿Adónde
irá?
Sloane pasó el
peso de su cuerpo de un pie a otro, incómoda.
-No... no lo
sé, gobernador. Regresaré a Coruscant para esperar un destino. Pero ahora mismo
hay más capitanes que puestos.
-¿Y espera que
yo le recomiende para uno?
Los ojos
oscuros se abrieron como platos.
-No, señor, no
estaba pidiendo...
Él se puso en
pie y comenzó a marcharse.
-No acepte
favores de nadie, y nunca deberá favores a nadie.
***
Resonaron
disparos de bláster por los pasillos de la fábrica. Los soldados de asalto que
flanqueaban a Tarkin se colocaron rápidamente delante de él, alzando las armas
en posición defensiva. Pero el ithoriano cabeza de martillo del mostrador de
recepción se puso en pie y restó importancia al hecho con un gesto de sus
largos brazos.
-Es normal
–dijo, señalando la doble puerta a su espalda-. Ella le está esperando.
Al abrirse las
puertas, los disparos continuaron. Tarkin vio la fuente: tres ithorianos
disparaban blásteres a quemarropa a una figura bípeda subida sobre un lujoso
escritorio antiguo. Por lo que Tarkin podía deducir, era una mujer humana, pero
llevaba puesto un casco negro diseñado para algo con dos lóbulos craneales
bulbosos y muy grandes; así como una voluminosa placa pectoral triangular que
estaba absorbiendo sin problemas los disparos de los ithorianos.
Por encima del
estrépito, el objetivo de los ithorianos advirtió la llegada de Tarkin y sus
escoltas, y levantó una mano. Los ithorianos dejaron de disparar. Al quitarse
el casco, Tarkin pudo ver el rostro sudoroso de una mujer de pelo castaño bien
entrada en la sesentena. Ella sonrió.
-Bienvenido,
gran moff. –Se limpió el sudor de la frente-. Lo siento, no hay mucho aire en
este casco.
-Thetis
Quelton, supongo.
Tarkin avanzó
por la oficina mientras los ithorianos guardaban sus armas en un armario.
Raramente le obsequiaban con espectáculos en su honor... pero, por lo que
sabía, eso era típico de Quelton: probar los sistemas ella misma.
Ella palmeó la
placa pectoral.
-Ni un solo
arañazo. Hay pocas como ésta... confiscada a una especie llamada pikaati. Tengo
un juego completo en casa.
-Hmm.
Tarkin había
oído decir que era algo excéntrica, coleccionista de toda clase de cosas
históricas... y las exóticas armaduras que se alineaban en la oficina lo
demostraban. Mientras los ithorianos ayudaban a Quelton a bajar y quitarse el
equipo, Tarkin caminó hasta la ventana y obtuvo su primera vista real de
Gilvaanen. En otro tiempo un exuberante mundo selvático, estaba siendo
rápidamente reformado en su papel para el Imperio. Se estaban talando los
bosques para aprovechar los polímeros elásticos de sus árboles, mientras que
las montañas bajo ellos estaban siendo horadadas en busca de materiales para
compuestos cerámicos. Gilvaanen era el lugar perfecto para fabricar armaduras.
Una vez
despojada de su atuendo pikaati, Quelton gritó a sus ayudantes.
-¿A qué estáis
esperando, zoquetes? ¡Volved al trabajo!
Los ithorianos
se retiraron remilgadamente, con cuidado de no chocar contra las armaduras
históricas expuestas. Tarkin hizo que sus tropas se marcharan.
Quelton
depositó el casco alienígena en un estante.
-Los pikaati
hicieron un buen trabajo. Hay varias ideas que podría tomar prestadas de esto.
-Sin duda hay
modos más ortodoxos de estudiar una armadura –dijo Tarkin.
-Tienes que
llevarla puesta para creer en ella –dijo ella. Se acercó a otro expositor, un
inmenso traje bermellón que en otro tiempo protegió a una bestia de seis patas.
Acarició amorosamente con su mano el adornado metal labrado-. Es admirable,
¿verdad? Proviene de un hallazgo arqueológico; hice que lo restauraran.
Demuestra que la armadura es algo común en los seres racionales a lo largo de
la historia. Ya fuera como protección ante los elementos, el vacío, o los enemigos,
todos los seres han diseñado objetos para protegerse.
-Sí, sí –dijo
Tarkin-. Pero mientras usted se divierte, las tropas de su Imperio van
desprotegidas en el Borde Exterior.
Ella tomó un
paño y comenzó a abrillantar la gigantesca pieza de exposición.
-Manufacturas
Quelton no es el problema.
-No comprende
el problema en el que se encuentra. –Tarkin cruzó los brazos-. El déficit de
producción...
-...Me habló
usted de ello en su mensaje. Y el otro
tipo me lo dijo antes.
-¿Otro?
-Se refiere a
mí –anunció una voz desde el exterior de la oficina. Tarkin la reconoció...
pero pasaron varios segundos hasta que el conde Vidian entró. La audición
aumentada del ciborg era aguda. E igualmente impresionante era el hombre en sí
mismo: Vestido escasa pero suntuosamente con una túnica color rubí y un kilt
negro, Vidian tenía extremidades metálicas que emanaban destellos bajo las
luces de la oficina. Hizo una somera reverencia.
-Me alegra que
se una a nosotros, gran moff.
-¿Cuándo ha
llegado? –preguntó Tarkin.
-A medianoche.
He estado aquí desde entonces, revisando las instalaciones y sus trabajadores.
–Volvió sus ojos brillantes hacia Quelton-. Acabo de enviarle una lista de
diecisiete prácticas diferentes que deberían ser revisadas para maximizar la
eficiencia.
Quelton tomó
una tableta de datos de su mesa.
-En efecto.
-Y la sala de
descanso de empleados debería convertirse en almacén.
Tarkin alzó
una ceja.
-¿Permite
tiempo libre a sus empleados?
Quelton soltó una
carcajada.
-Eliminé las
pausas poco después de firmar el contrato con el Imperio.
-Eso es agua
pasada, gran moff. –Vidian se acercó al escritorio-. Debería desinfectar la
sala antes de usarla como almacén. El sistema de filtración en mis pulmones
artificiales ha detectado allí varios agentes biológicos distintos.
Quelton
permaneció impasible.
-Los
ithorianos los introdujeron allí, aunque hace mucho tiempo. Esto es un planeta
selvático... o lo era. Ya ha podido
ver que la zona de fabricación, con los propios componentes de la armadura, es
estéril.
Tarkin miró
con sarcasmo a Vidian.
-Eso debería
satisfacer a nuestro inspector de sanidad.
-No soy un
simple... –Vidian comenzó a protestar, irritado, pero se detuvo. Volvió a su
lista, recitando otras recomendaciones. El gran moff reconoció la actuación:
Vidian estaba tratando de marcar su territorio, de demostrar que sabía más. En
ese momento indicó a Tarkin y a Quelton que salieran del museo al que ella
llamaba oficina para guiarles en una gira por las ineficiencias que había
encontrado.
Tarkin
consideraba a Vidian un fantoche presuntuoso, pero Quelton parecía obnubilada
por él, comentando con aire casual al gran moff el fantástico trabajo que
habían hecho los creadores de la armadura de Vidian. Por su parte, Quelton
parecía compartir la brusquedad de Vidian hacia los ithorianos de sus líneas de
producción. ¿Era una farsa para la inspección? La criatura a la que Quelton
golpeó con su bastón probablemente no pensó lo mismo.
Finalmente,
Tarkin se cansó de la pantomima.
-Todo esto son
cambios marginales –dijo-. La falta de producción de Gilvaanen es mucho más que
esto.
-Las batallas
se ganan en los márgenes –dijo Vidian-. Suponía que un militar como usted lo
sabría.
Tarkin no
mordió el anzuelo.
-Quiero la
respuesta de Quelton.
-No somos
nosotros –dijo, señalando una ventana-. El problema es Cladtech.
Tarkin conocía
el nombre. Los rivales de Quelton al otro lado de la ciudad, Cladtech, poseían
el lucrativo contrato para realizar el ensamblaje final de todas las partes
interiores de la armadura.
-¿Problemas
con el gremio de trabajadores?
-Todos
ithorianos –dijo Quelton, sin ocultar su desdén mientras caminaba hacia una
gran puerta-. Organizando huelgas de celo por esto y aquello.
-Paparruchas
–dijo Vidian-. El gremio se disolvió hace años.
-El
propietario de Cladtech tolera sus tonterías. Es uno de ellos. Mientras tanto, mis placas de armadura se acumulan en los
muelles de carga. –Quelton pulsó un control y la puerta se alzó, revelando
exactamente eso-. Quiero equipar a su ejército, gran moff. Necesito que me
ayude a hacerlo.
***
Aunque hubiera
visto tiempos mejores en años pasados, a Tarkin le pareció que Cladtech era
inferior a la empresa de Quelton. Menos cuidada y con peor aspecto... y eso
también describía a sus empleados. Al menos, los que habían ido a trabajar:
Varios habían fingido la baja al saber que el Imperio iba a realizar una
inspección. Y donde el duro trato de Quelton hacía que su plantilla trabajara
más rápido, Mawdo Larrth, el propietario de Cladtech, trataba a su gente con
más delicadeza.
-Hacen un buen
trabajo si se les deja tranquilos – dijo el sensiblero ithoriano, observando la
planta de la fábrica desde una barandilla elevada. Las máquinas estaban en
marcha, pero no todas tenían el personal completo. Larrth dijo que los
empleados estaban bajo “servicios mínimos”, haciendo lo que requerían sus
contratos y nada más.
-Invalide los
contratos –dijo Tarkin-. Esto es una necesidad militar.
-Entonces se
irán todos –dijo Larrth, con un tono de derrota asomando en la voz traducida
por su comunicador electrónico-. Nadie tiene
que ensamblar armaduras para ganarse la vida.
-Eso puede
cambiar –dijo Vidian-. ¿Y cómo están coordinando sus protestas? Ya prohibió el
contacto exterior entre trabajadores.
-Mi pueblo
colonizó este mundo –dijo Larrth-. Las conexiones comunitarias están arraigadas
profundamente en los ithorianos. No puedo detener lo que se dice durante la
cena.
-Puede añadir
turnos y hacer que los trabajadores cenen aquí –replicó Vidian.
Larrth meneó
la cabeza mientras evaluaba la idea.
-No creo que
los trabajadores acepten eso.
-¿Quién les ha
preguntado a ellos?
Tarkin se
sacudió los hombros. El calor opresivo de la fábrica amenazaba los pliegues de
su uniforme.
-Lamento la
incomodidad –dijo Larrth. Señaló las máquinas de abajo-. Los moldes de
inyección se calientan mucho, y sus pedidos nos hacen trabajar en turnos
dobles. Nunca se enfrían excepto en paradas de producción. En esas ocasiones
las apago; la energía para mantenerlas en marcha me arruinaría.
Vidian se
centró en los trabajadores que había abajo.
-Su trabajador
medio lleva aquí dieciocho años, ¿correcto?
-Los capataces
llevan treinta –respondió Larrth-. Aquí disponemos de mucha experiencia; por
eso el trabajo que se hace es de alta calidad. Pero también explica el
nerviosismo. La gente recuerda cuando las cosas eran... distintas.
Tarkin desvió
su atención a la puerta más lejana.
-Pronto lo
olvidarán –dijo. Las puertas se abrieron, y entró un equipo de soldados de
asalto, acompañados por varios oficiales vestidos de negro. Tarkin les
recibió.- La sección de personal está a la derecha –dijo-. La información
debería estar allí.
Larrth estaba
sorprendido.
-¿Qué está
pasando?
-Oficiales de
la Oficina de Seguridad Imperial –dijo Vidian al ver a las figuras de atuendo
oscuro. Miró a Tarkin, confuso-. ¿Ha llamado a la OSI?
-Complementados
por tropas de asalto del Ejecutora
–dijo Tarkin-. Identificaremos a todos los trabajadores ausentes y los
traeremos. No abandonarán estas instalaciones de nuevo hasta que hayan
alcanzado su cuota de trabajo.
-Debe de ser
muy cómodo, viajar con tu propio ejército –dijo Vidian con aspereza-. Debe de
haberlos llamado antes de que comenzara nuestra visita.
-Quelton dijo
que aquí había una revuelta obrera –dijo Tarkin-. Ese es motivo suficiente.
-Mi análisis
no está completo –exclamó Vidian-. Yo mismo llamaré agentes... pero cuando yo estime que sean necesarios.
-Oh, pero es
que son necesarios, independientemente de lo que usted opine –observó Tarkin,
indiferente. Desde su primer encuentro, él y Vidian habían discrepado
tácticamente varias veces; no iba a permitir más retrasos. Indicó a los agentes
de la OSI que procedieran. Larrth, inquieto, siguió a los recién llegados.
Una conmoción
se alzó en la planta de la fábrica. Las tropas de asalto irrumpieron, alzando
sus armas ante cualquier trabajador ithoriano que resultara estar lejos de su
máquina. Asustados, regresaron al trabajo. Con su mano metálica, Vidian golpeó
la barandilla, causándole una abolladura. Volvió la mirada hacia Tarkin.
-Éste no es el
método adecuado.
-Desmantelamos
los gremios en esta industria por un motivo, conde. –Tarkin le miró por encima
del hombro-. El Emperador no puede admitir que se cree ningún centro de poder
rival.
-Estoy de
acuerdo –dijo Vidian-. Pero esto carece de tacto.
-¿Tacto? Puede
buscarle pegas a mi estilo, pero...
-Precisión. Los actos punitivos deberían
ir dirigidos a aquellos con peor rendimiento, como ese desgraciado director
ejecutivo. Debemos cortar el tejido herido y dejar el músculo.
Tarkin pensó
que era una analogía curiosa para un hombre cuya anatomía era en su mayoría
mecánica. Pero no respondió. Se volvió para seguir a los agentes.
***
-¡Tarkin!
El sonido, a
lo lejos en el pasillo, hizo que el gran moff levantara la vista de su trabajo,
pero no respondió. Tanto el escritorio como la oficina habían pertenecido esa
mañana a uno de los vicepresidentes de Manufacturas Quelton, a quien Thetis
había despedido sin más para dar espacio temporalmente a Tarkin, y para
demostrar que estaba dispuesta a eliminar peso muerto.
-¡Tarkin! –dijo de nuevo Vidian, esa vez
en la puerta.
-No responderé
si se me llama de ese modo –dijo Tarkin, volviendo la mirada a su trabajo-. No
me importa quién se crea usted que es.
-He recibido
noticias de mi ayudante en Calcoraan, Everi Chalis. Usted ha estado
investigando mi historial.
-Como el
Emperador, estoy interesado en todos los asuntos del Imperio. –Vidian había
continuado discutiendo con él durante toda la semana, interviniendo
repetidamente para tratar de proteger a los trabajadores de Cladtech que
parecía pensar que poseían algún valor. Tarkin pensó que tal preocupación
erraba su objetivo. Era, de hecho, sospechosa-. Después de sus arrebatos en
defensa de los ithorianos huelguistas, quería saber con qué clase de hombre
estaba tratando.
-Podría haber
comprado uno de mis holos. Le habría ahorrado tiempo.
-Los he visto
–dijo Tarkin. Alzó una tableta de datos-. También he visto aquí una respuesta
de uno de sus otros subordinados. Sugiere que mi curiosidad está justificada.
Vidian hizo
una pausa.
-¿El barón
Danthe?
-El mismo.
El ciborg
soltó una carcajada.
-El barón
Danthe es un hipócrita mentiroso y desleal... y está celoso de mi posición. En
la comunidad empresarial, y ahora en el Imperio.
-Es asombroso
que le permita trabajar para usted.
-Como usted
bien sabe, no siempre tenemos la posibilidad de elegir con quien trabajamos.
-En efecto
–dijo Tarkin con una mueca. Él también creía que Danthe era un hipócrita
mentiroso y desleal, una opinión formada después de su único encuentro
holográfico aquella tarde.
-No tengo
tiempo para juegos políticos –dijo Vidian, con su atronadora voz artificial-.
Se trata de encontrar el camino más eficiente para lo que quiere el Emperador.
Para lo que él exige, de hecho. –Apuntó a Tarkin con su índice metálico-. Ha
estado interfiriendo toda la semana en mis directivas. Está usted fuera de su
departamento... y más allá de sus competencias. Ahora, hágase a un lado.
Tarkin se
limitó a mirar fijamente al ciborg.
-¿Esas
tácticas funcionan con los trabajadores? –preguntó secamente-. Porque, se lo
aseguro, no tienen efecto alguno conmigo.
-Hágase a un
lado, gran moff. ¡Yo arreglaré este planeta, yo solo!
Vidian giró
sobre sus talones y se marchó.
Tarkin unió
las manos bajo el mentón y reflexionó mientras los pasos metálicos de Vidian iban
perdiéndose. El gran moff sabía cuál era su jurisdicción, pero a menudo había
descubierto que los demás no. Tanto la aristocracia como los industriales
mantenían algo de poder en sus esferas, y eso enturbiaba las cosas. Vidian
pertenecía a ambas clases y tenía una orden del Emperador.
Tarkin no
tenía la menor duda de a quién apoyaría Palpatine en caso de conflicto. Tal vez
Vidian pensaba lo mismo. Si el conde quería poner a prueba sus presunciones,
que así fuera.
Un golpe con
los nudillos en el exterior de su puerta abierta rompió su concentración.
-Disculpe,
gran moff –dijo Quelton.
-¿Sí?
-En la planta
de la fábrica han empezado a oírse algunos rumores de algo –dijo-. Algo...
bueno, sedicioso. Puede que quiera
usted comprobarlo...
***
El jefe delegado
de la OSI caminó en la noche hacia Tarkin.
-Los tenemos,
señor. No tienen escapatoria.
-Adelante.
Tarkin observó
cómo se activaban los proyectores, iluminando los callejones traseros de la
capital de Gilvaanen. El edificio que tenía enfrente estaba prácticamente en
ruinas, una fábrica abandonada. Ningún ithoriano en sus cabales iría a semejante
lugar de noche. Que tantos de ellos lo hubieran hecho confirmaba las sospechas
de Tarkin. La información de Quelton era precisa. Un momento después,
aparecieron unos soldados de asalto que se dirigieron a él.
-Controlado,
señor. Puede entrar.
En el interior,
bajo las duras luces de las fuerzas de seguridad, se encontraban arrodillados
más de una docena de ithorianos, con sus cabezas alargadas proyectando
grotescas sombras en lo que en tiempos mejores había sido una oficina pero
ahora parecía un vertedero.
-Todos ellos,
supervisores de la línea de producción de la fábrica Cladtech –dijo el jefe de
la OSI-. Esta reunión es ilegal.
Tarkin tomó la
tableta de datos del jefe y leyó la lista de nombres. Ya había visto antes la
mayoría de ellos: trabajadores que Vidian había identificado como los mejores
de Cladtech. Estaban allí preparando otra huelga, ésta en respuesta a las
medidas de Tarkin en los días anteriores de esa semana. Sólo podía hacerse una
cosa. Sabía que eso enfurecería a Vidian... pero no había otra opción. No podía
tolerarse la resistencia.
-Eliminadlos.
Ignorando las
aturdidas respuestas de los ithorianos, Tarkin se volvió hacia la salida.
Estaban alzándose los primeros blásters cuando se escucharon sonidos de
conmoción desde la puerta que daba a la calle. El gran moff escuchó gritos... y
luego se puso a cubierto cuando una forma humana pasó volando, lanzada
violentamente a la habitación desde el interior.
Tarkin vio que
era otro agente de la OSI... y su asaltante entró un instante después.
-¡Detengan
esto! –exigió Vidian, con el volumen del sistema de megafonía instalado en su
cuello al máximo-. He seguido a alguien aquí... y parece que he llegado justo a
tiempo. ¡No maten a esos obreros!
Tarkin salió
de su cobertura, molesto.
-Esto es una
operación militar conjunta con la OSI –dijo, sacudiéndose el polvo de los
hombros-. Definitivamente, este no es... ¿qué palabra usó usted?... su departamento.
-¡He dicho que
paren! –dijo Vidian reduciendo el volumen de su voz, pero no por ello su orden
resultó menos enfática. Se coló en el espacio entre los soldados de asalto y
los aterrorizados ithorianos, que ahora estaban agazapados en el suelo. Se
volvió, plantando su cuerpo acorazado entre los soldados y sus prisioneros.
Tarkin miraba
fijamente, asombrado. Se había cuestionado antes las lealtades de Vidian...
pero esto era una conducta chocante que el Emperador jamás aceptaría. Muy bien.
-Ya vemos de
qué lado está usted. –Preguntándose lo acorazado que estaba realmente el cuerpo
de Vidian, miró a los soldados de asalto-. Os he dado una orden. Vais a...
Vidian alzó
las manos... pero en señal de disgusto, no de rendición. Localizando un
escritorio volcado en el extremo más alejado de la sala, se lanzó hacia él. Los
servomecanismos de sus brazos le permitieron levantar su peso con facilidad,
revelando la figura del ithoriano que se ocultaba agazapado detrás.
-Yo no soy el
simpatizante. ¡Es él!
¿Larrth?
-¿Está aliado
con sus propios trabajadores huelguistas? –Tarkin observó cómo Vidian agarraba
al propietario de Cladtech y lo estampaba contra la pared-. ¿Cómo lo supo?
-Le escuché
respirar –dijo Vidian, antes de comprender a qué se refería Tarkin-. Estaba
revisando mis grabaciones y me encontré con algo que dijo Quelton: “Es uno de ellos.” Pensé en ello como el comentario
de una racista... pero me hizo mirar de otro modo las grabaciones que tomé en
Cladtech. –Miró a Larrth-. Usted dijo que cortaba la energía de las máquinas
siempre que había una parada de producción. Sus registros de consumo de energía
lo confirman.
Larrth gimoteó
asustado.
-Mantenerlas
en reposo... es muy costoso...
-Esos mismos
registros también confirman que las apagaba una hora antes de que comenzaran
los turnos... ¡antes de saber que iba a haber una huelga! –Sacudió
violentamente a Larrth-. ¿Tenía premoniciones? ¿O es que lo sabía?
-Él lo sabía
–dijo Tarkin, entrecerrando los ojos-. Explíquese.
Vidian aflojó
unos instantes su agarre sobre Larrth.
-Lo que han
estado pidiendo... a mi gente... es imposible –dijo Larrth entre toses-.
Dejarles hacer huelga... era el único modo... de darles un respiro...
-Usted ha
consentido una revuelta y piensa que eso es compasión –dijo Vidian-. Pero ha
cometido un error. Ya estaba sacrificando beneficios al confabularse con los
sindicalistas. Pero al tratar de ahorrar unos pocos miles de créditos, se ha
traicionado a sí mismo. Por eso le he seguido hasta aquí.
Para Tarkin,
tenía sentido. Hizo una seña a los soldados de asalto... pero antes de que
estos pudieran avanzar, Vidian juntó sus poderosas manos, aplastando el cuello
de Larrth con un crujido repulsivo.
-Mucho más
eficiente –dijo Vidian, dejando caer el cuerpo inerte del ithoriano. Se volvió
para mirar a Tarkin... quien asintió ligeramente y mostró la palma de su mano
abierta. Inténtelo a su manera.
Con el permiso
concedido, Vidian se volvió a los ithorianos restantes.
-No quedáis
arrestados... y no quedáis despedidos. Volveréis inmediatamente al trabajo y
cumpliréis nuestros objetivos de producción. Si fracasáis, todo el mundo bajo
vuestra supervisión morirá.
Aterrorizados,
los supervisores se levantaron. Los soldados de asalto les empujaron fuera de
la sala.
-Creo que la
producción mejorará ahora –dijo Vidian-. Y tengo algunas ideas sobre lo que
podemos hacer para la gestión.
-Hablaremos
–dijo el gran moff. El conde se volvió hacia la salida, y Tarkin le siguió. Tal vez te haya subestimado, pensó.
***
Una vez que
Tarkin dio su reticente aprobación, Vidian propuso una solución de libre
mercado que deleitó totalmente a Thetis Quelton.
-Desde este
momento, Cladtech queda absorbida por Manufacturas Quelton –dijo Vidian-. Y el
contrato de ensamblaje final es ahora suyo.
Tarkin
raramente había visto a nadie tan complacido. Quelton sólo llevaba escasos
momentos ocupando la vieja oficina de Larrth cuando comenzó a ladrar órdenes a
los empleados de su propia fábrica, a través del comunicador.
-Pronto
tendremos este sitio en forma. Y el Borde Exterior tendrá todas las armaduras
que necesita.
-Cada vez
necesitaremos más –dijo Vidian.
-Se lo
garantizo –añadió Tarkin
Pero la mujer
parecía haber recibido fuerzas por el desafío... y se mostraba ansiosa por
empezar a apoderarse de las operaciones de su rival muerto.
-Es un bonito
edificio antiguo, histórico –dijo-. Sólo necesita algunas reformas. Es
importante mantener el pasado vivo.
-Más antiguo
no significa mejor –dijo Vidian.
-Ya conozco su
lema –dijo ella amablemente, antes de sentarse ante el escritorio de Larrth. En
cuestión de instantes, estaba inmersa en los nuevos informes.
Sí, Tarkin
veía sabotaje en el hecho de que Quelton le diera la pista de la reunión
secreta; se preguntaba cuánto tiempo llevaba ella sospechando que Larrth estaba
aliado con los sindicalistas. Vidian no había visto nada desleal en ello: un
poco de patriotismo interesado. Se le ocurrió que eso ofrecería a Quelton más
espacio para su creciente colección de inútiles reliquias históricas. El ciborg
se preparó para ir a Manufacturas Quelton, para ayudar a coordinar allí la
transición.
-Conde, espere
fuera un momento –dijo Tarkin. Confuso, Vidian se retiró mientras el gran moff
se volvía hacia Quelton-. Thetis –la llamó Tarkin.
Ella alzó la
cabeza hacia él, sorprendida por escuchar su nombre de pila.
-¿Sí?
-Me voy por la
mañana... y creo que sería apropiada una celebración. Me gustaría ver esas
armaduras históricas de las que habla.
-¿Las del
salón de mi casa?
Un asomo de
sonrisa cruzó el rostro de Tarkin.
-No es
necesario que las mueva. Puedo ir a cenar. –Miró a su alrededor-. Si eso no
retrasa su trabajo aquí.
Quelton
sonrió.
-Por supuesto.
Tengo tantas cosas allí... artefactos de este y una docena de mundos más, todos
fascinantes. Haré que mis droides preparen algo apetitoso para cenar. ¿Qué tal
dentro de cuatro horas, en mi finca?
Tarkin
asintió, y prestó atención mientras ella le decía cómo llegar al sitio. Ya lo
sabía, por supuesto; saberlo era su deber. Quelton regresó al trabajo.
Al salir,
Tarkin vio a Vidian esperando. Sus oídos electrónicos habían captado toda la
conversación... y claramente le había divertido.
-¿De modo que
esto es lo que usted hace? ¿Premiar a mujeres acaudaladas con contratos
lucrativos y luego auto invitarse a sus casas?
Tarkin le
lanzó una mirada fulminante.
-Guárdese para
usted sus comentarios indecorosos. Tengo algo de lo que quiero que se ocupe...
***
En la mayoría
de mansiones que Tarkin había visitado, le habían recibido droides mayordomo. No
se sorprendió en absoluto cuando un guerrero pikaati en armadura abrió la
puerta de Thetis Quelton. Era la propia mujer, vestida con el equipo del que le
había hablado.
-Le dije que
tenía un juego completo.
Aparentemente,
Quelton no temía aparecer ante sus ojos como un magnate extravagante.
Con el casco
bajo el brazo y llevando su pesada armadura, la mujer le llevó en una visita
guiada a su casa antes de la cena. Una sala tras otra, repletas de fragmentos
del pasado de Gilvaanen; cómo había vivido allí la gente desde la colonización
del planeta. Y el gigantesco salón era una versión magnificada de la exposición
de su oficina, un auténtico museo de historia militar.
Tarkin mostró
interés en ello, por supuesto, pero en realidad estaba esperando su momento.
Ella, que aún llevaba la armadura pikaati, se encontraba de pie sobre un
estrado en el que se mostraba un antiguo juego de armadura para alguna criatura
mastodóntica, cuando el gran moff recibió el mensaje que estaba esperando.
-He olvidado
mencionar que el conde Vidian se unirá a nosotros.
Quelton bajó
la mirada hacia él, sorprendida, antes de que su rostro se iluminara.
-Eso es
fantástico. Tengo muchas preguntas. El modo en que reconstruyeron su cuerpo es
una especie de leyenda en mis círculos.
-Desde luego,
tiene capacidades superiores. –Tarkin paseó junto al estrado-. Y al margen de
otras cosas que formen parte de la leyenda de Vidian, he comprobado que su
reputación como chaquetero consumado está bien merecida. Pero nadie puede
igualarse a mí cuando se trata de reconocer lealtades.
-¿Qué quiere
decir?
-Larrth tenía
razón acerca de cómo los ithorianos permanecen unidos –dijo Tarkin-. Las medidas
disciplinarias severas de un ejecutivo humano deberían haber despertado al
menos alguna oposición. Y pese a ello
nunca hubo disidentes que causaran problemas a su empresa. Tenía que haber una
razón. –Se detuvo junto a un escudo en un expositor-. Usted ha sido la
protectora de sus trabajadores. Su desprecio hacia ellos, la dureza con la que
les trata: Son una farsa. No lo niegue. Los interrogadores de la OSI lo han
escuchado de boca de los cautivos. No siente más devoción a los beneficios que
el propio Larrth.
-¿Cree que
esta semana he estado haciendo teatro? Tal vez he sido más dura de lo que soy
habitualmente, debido a la inspección. –Soltó una risita-. Y le di la pista que
le condujo a su reunión. ¿Cómo puedo estar de parte de los trabajadores?
-Cierto, su
pista sirvió para que Cladtech cayera en sus manos... y eso es lo que creo que
buscaba realmente. Sé que no está en esto por el dinero. Oh, quiere dinero, desde luego... para
gastarlo en esta absurda colección suya, y para frustrar los intentos
imperiales de eliminar el pasado de este mundo. Conocemos esos esfuerzos.
-Me preocupa
el pasado, sí... y mi planeta. Pero eso es normal, cuando posees una propiedad.
-¿Quiere que
hablemos entonces de lo que no es normal? Hemos visto su puja para el último contrato
de ensamblaje de armaduras de tropas de asalto. Era irracionalmente baja; de
haber ganado, habría perdido millones de créditos.
-Estaba
tratando de debilitar a un competidor.
-A esos
precios, habría debilitado su propia empresa. Por eso el imperio rechazó su
puja, hace un año. Y ciertamente usted no podía permitirse comprar directamente
Cladtech... y sabemos que lo intentó. De modo que, ¿por qué estaba tan
interesada en obtener ese contrato?
-Para que esto no acabara en la basura.
La respuesta
no vino de Quelton... sino del conde Vidian, que cruzaba en ese momento la
puerta del extremo opuesto. Entre el pulgar y el índice de su mano izquierda
sostenía un anillo redondo y negro, de menos de un centímetro de grosor.
-No puedo
verlo desde aquí –dijo Quelton-. ¿Qué es eso?
Vidian soltó
una carcajada.
-Debería
saberlo. Había veintisiete millones
en su fábrica, esperando ser enviados al centro de ensamblaje de Cladtech.
Tarkin
asintió, satisfecho.
-¿Dónde
estaban?
-Los estaba
fabricando en una zona fuera de la sala de descanso de empleados de
Manufacturas Quelton –dijo Vidian-, donde mis pulmones detectaron antígenos el
otro día. –Se acercó a Tarkin con el pequeño anillo-. Es una arandela para el
casco de un soldado de asalto. Ayuda a formar el sello dentro de una boquilla
de transducción atmosférica. Posiblemente el objeto con la tecnología más
simple de todo el conjunto... y debe de haberle costado millones.
Tarkin tomó el
anillo y le echó un vistazo.
-¿Lo ha hecho
analizar?
-Es muy
inteligente. Por sí mismo, es insignificante incluso bajo un análisis
exhaustivo. Pero cuando el casco está puesto, la respiración del portador
despierta y hace circular las pequeñas esporas insertadas en el anillo. –Vidian
señaló el follaje en el exterior, al otro lado de la ventana-. Son nativas de
este planeta, y causan una enfermedad en la tráquea, conocida sólo por los exploradores
de la jungla. La llaman...
-Cuello de botella –dijo Quelton. Respiró
profundamente y dejó escapar el aire-. Pero pronto iba a tener otro nombre: pulmón de soldado de asalto.
Tarkin observó
maravillado el pequeño anillo.
-Ingenioso.
Dado que los anillos están instalados dentro de la armadura, no habría filtrado
posible. Los sistemas de respuesta patogénica de la armadura no verían nada en
absoluto.
-Y nosotros
tampoco, durante un tiempo –dijo Vidian-. El cuello de botella no es letal,
pero sí causa debilidad.
-Evitando que
vuestros matones causen daño a más gente –dijo Quelton, volviéndose a mirar a
la armadura alienígena gigantesca que se encontraba tras ella en el estrado-.
Ralentizaría más que ninguna otra cosa la conquista del Borde Exterior por
parte del Imperio.
-Lo habríamos
detectado –dijo Tarkin, aplastando el anillo en su puño-. Y lo habríamos
rastreado hasta usted.
-Pero no antes
de que causara estragos en el reclutamiento. “Únete al Imperio y sufre”. No es
un eslogan demasiado bueno, ¿verdad? Pero bueno, es lo que ofrecéis ahora a la
galaxia. –Miró a su alrededor, a las armaduras expuestas-. Los guerreros que
lucharon con esas armaduras tenían una cosa en común. Todos ellos defendieron
sus planetas natales contra invasores; protegiendo sus culturas, sus historias.
Gilvaanen era un mundo pacífico, con un pueblo con un magnífico pasado. Y lo
habéis arruinado. Habéis quemado y habéis enterrado, sin que os preocupara lo
que estabais desechando. –Se volvió y miró fijamente a Vidian-. No quiero “olvidar
los antiguos métodos”, conde. ¡Algunos de ellos eran mejores!
Vidian miró a
Tarkin.
-¡Otra
disidente! Qué novelesco. Este planeta es todo un charco de infelicidad.
-La OSI ha
estado estudiando sus comunicaciones desde el primer momento en que sospeché de
ella –dijo Tarkin. Al ser mencionados, varios agentes entraron por el extremo
opuesto del salón, flanqueados por soldados de asalto. Alzó la mirada hacia
ella-. Sabemos que ha hablado con otros radicales fuera del planeta... pero que
cortó el contacto varios meses atrás.
-No aprobaban
mi plan –dijo Quelton, mientras los soldados de asalto avanzaban hacia los
escalones del estrado-. No os conocen como yo.
-Lo
averiguaremos... cuando nos hable de ellos –dijo Vidian.
-No lo creo –dijo,
mirando a los soldados que se acercaban-. Aún puedo proteger algo.
Se puso de
nuevo el casco pikaati en la cabeza., Pero esta vez, activó el sello, que
emitió un suave siseo. Los soldados de asalto alzaron sus armas... pero Quelton
no se estaba moviendo para atacar. Su cuerpo acorazado se sacudió
violentamente, haciéndola caer desde el estrado al suelo del salón.
Vidian se
apresuró a acercarse a ella.
-¡Le está
dando un ataque!
Comenzó a
manipular el cierre del casco... hasta que Tarkin posó su mano en el brazo del
ciborg.
-No. Ya está muerta.
-¡Muerta!
Tarkin
asintió.
-Los pikaati
respiran cianuro de hidrógeno. El casco se llenó tan pronto como activó el
sello. Abra eso, y nos pondrá en peligro al resto de nosotros.
Vidian se puso
en pie y observó el cadáver.
-Nunca esperó
que nos dijera nada, ¿verdad?
-Vimos todo lo
que necesitábamos en sus comunicados –dijo Tarkin-. Sus contactos la
abandonaron. El rastro era antiguo. –Reflexionó mirando el cadáver-. Pero tenía
interés en ver qué haría en su defensa. Los auténticos rebeldes son especímenes
poco habituales. Es útil aprender cómo piensan.
Merecía un
instante de contemplación... pero sólo un instante.
-Bueno –dijo,
incorporándose-, tenemos otra vacante corporativa de la que hablar...
***
La silueta
holográfica del Emperador cobró forma oscilando en la antigua oficina de
Quelton.
-Informen.
El conde
Vidian no perdió tiempo.
-Estoy de
acuerdo con el plan del gran moff, Su Alteza. Gilvaanen debería ser “imperializado”.
-Antes
rechazaba esa idea. ¿Ahora está de acuerdo?
El Emperador
parecía estar ligeramente sorprendido.
-Así es. Todas
las partes de la cadena de producción de armaduras serán integradas en el
Departamento Imperial de Investigación Militar. –Vidian estaba sentado
inmóvil-. Será una larga transición; voy a poner a Everi Chalis directamente al
mando.
El Emperador
calculó durante un instante.
-Una reducción
en sus responsabilidades le dejará libre para otras actividades.
Vidian se
apresuró a sugerir alguna.
-He advertido
ineficiencias en la producción de recursos para Destructores Estelares. Puedo
ponerlas en orden con una gira en minas y centros de procesado.
-No es un
trabajo muy glamuroso.
-Pero es
necesario. –Vidian hizo una pausa antes de continuar-. Podría implicar que
sectores relevantes sean puestos bajo mi autoridad. Y apoyo militar para hacer
cumplir mis edictos.
El Emperador
miró a Tarkin.
-¿Esto cuenta
con su aprobación, gran moff?
-Así es. –Tarkin
se incorporó-. Propongo que se transfiera un Destructor Estelar al conde
Vidian. Podría destacar uno de los de mi propio complemento para su uso.
Una pausa.
Entonces el Emperador soltó una risita, una cosa oscura y gutural que causaba
escalofríos incluso en aquellos que estaban familiarizados con ella.
-Siento que aquí
ha habido un trato, caballeros.
Tarkin y
Vidian se miraron mutuamente.
-La eficiencia
es lo que todos ansiamos –dijo el
gran moff.
***
En efecto,
había habido un trato. Tarkin había
decidido que no tenía sentido convertir a Vidian en su enemigo cuando existía
una solución más simple: asegurarse de que sus zonas de influencia no se
solapaban. Vidian había llegado a la misma conclusión, ofreciéndose a cambiar
su supervisión de Gilvaanen por una cantidad de franquicias por las que Tarkin
no se preocupaba demasiado. Si las acciones del conde conducían a que los Destructores
Estelares para el Borde Exterior se producían más rápido, merecería de sobra la
pena dejar que se quedara ahora con uno.
Tarkin había
ofrecido a Vidian una selección de capitanes veteranos, incluyendo varios con
experiencia escoltando líderes industriales durante la República. Entonces fue
cuando Vidian le sorprendió solicitando al capitán más novato de la lista.
-Recuerde mi
lema –había dicho Vidian-. Preferiría tener la ayuda de alguien nuevo, alguien
sin apego a las prácticas del pasado.
En otras palabras,
había pensado Tarkin, quieres a alguien a
quien puedas manejar a tu antojo. Muy bien.
A bordo del Ejecutora, otorgó el nombramiento. Y el
receptor del mismo no podía haber estado más sorprendido.
-Pero el Ultimátum iba a ser asignado a Yale
Karlsen –dijo Rae Sloane. Él no sólo ya era capitán, sino que era mucho más
veterano.
-He destacado
al capitán Karlsen al comité de construcción, que necesita su sabiduría. –Sólo hizo
falta un minuto para arreglarlo-. Karlsen tomará el mando del Ultimátum en su momento. Pero la misión
de la nave debe continuar.
Sloane, que
había estado sentada con la espalda recta en la silla frente a Tarkin desde que
le invitó a pasar, se apoyó en el respaldo mientras comenzaba a comprender las
tareas que le esperaban. Tarkin se las describió.
-Tendrá las
manos completamente ocupadas preparando la nave para el vuelo. Ahora es su
responsabilidad, durante el tiempo que esté a su mando. Lo mismo puede decirse
de su pasajero, cuando se una a usted.
-El conde
Vidian –dijo ella, medio susurrando-. Estaré escoltando a uno de los pacificadores
del Emperador.
-Me han dicho
que una vez voló con el Emperador en persona, y con Lord Vader.
-Yo
simplemente estaba allí presente, señor. –Hizo una pausa, antes de
incorporarse-. Pero creo que Lord Vader respaldaría mi desempeño.
Esa es una afirmación muy osada, pensó Tarkin. Era tan atrevida que probablemente sería cierta...
en cuyo caso puede que ella no fuera el pelele que Vidian esperaba. Tanto
mejor, entonces. Porque aunque actualmente Vidian no suponía ninguna amenaza
contra él, no vendría mal tener un seguro contra él para el futuro.
-Vaya a su
puesto, capitana Sloane. –Se pusieron en pie... y Tarkin ofreció un último
consejo-. Los ojos del conde Vidian no se cierran nunca. Y tampoco deberían
hacerlo los suyos.
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