viernes, 27 de noviembre de 2015

El flautista del valle


Los excursionistas de Ganlihk a menudo usan ludos como "compañeros de mochila" como ayuda para mantener alejados a los depredadores y mantener a los miembros del grupo a la vista unos de otros. Aquí, varios excursionistas y sus ludos de compañía se encuentran una colonia de ludos salvajes en las profundidades del bosque de Ganlihk.
El flautista del valle
Rick D. Stuart

En un momento u otro, la mayoría de niños tiene amigos imaginarios. Por tanto, no me pareció en absoluto extraño que Jasten anunciara que tenía un nuevo amigo poco después de llegar a Ganlihk. Dijo que su amigo era músico; un “flautista”, lo llamó. El flautista del valle. Bueno, tanto mi Locris como yo sabíamos que en ese momento no había otros músicos entre los colonos del planeta, ni había en las vecindades de nuestro campamento ningún niño que pudiera tener esa habilidad. De modo que nos limitábamos a mirarnos con una sonrisa y asentir condescendientemente cada vez que Jasten nos hablaba sobre las distintas canciones que su amigo le tocaba cuando bajaba al valle a jugar.
Por supuesto, eso fue antes de que nosotros mismos comenzáramos a escuchar el sonido. No era realmente música de flauta; ciertamente no era nada que pudiera provenir de un instrumento de viento o de caña. Era demasiado agudo, demasiado etéreamente melodioso, pero extraño y misterioso, si sabes a qué me refiero. Siempre tenía lugar justo antes del amanecer, y siempre duraba más o menos una hora. Parecía proceder del claro que hay siguiendo el arroyo Deseib. Jasten decía que su amigo a menudo iba allí a jugar, pero, por supuesto, nunca encontramos nada cuando íbamos allí a verlo por nosotros mismos. Nada, claro está, durante el día. Dos veces, justo antes de salir el sol, mientras escuchaba la extraña música y trataba de ubicar su origen, me levanté para ver cómo estaba Jasten. Dos veces, justo antes del amanecer, creí haber vislumbrado luces –luces multicolores que brillaban suavemente- descendiendo sobre el valle.
Entonces comencé a estar realmente preocupada. Después de todo, se suponía que éramos las únicas personas en esa zona, en varios kilómetros a la redonda. Si realmente había otros ahí fuera, tan alejados de la civilización, ¿por qué no se mostraban, y qué querían de Jasten y nosotros? Entonces, una noche, mientras escuchaba esas relajantes notas que flotaban sobre los prados, fui a ver a Jasten sólo para descubrir que ya no estaba. Mirando por la ventana, le vi, vestido aún con su pijama carmesí favorito, corriendo hacia el valle. Mirando un instante más allá de él, pude ver, primero individualmente y luego por parejas, pequeñas luces de colores que se reunían cerca de donde yo sabía que corría el arroyo. ¡Entonces me asusté de verdad! ¿Y si Jasten se acercaba demasiado a la orilla del agua de noche? Le llamé a gritos, pero él no me oyó o no quiso responderme.
Mis gritos despertaron a Locris. Echó un vistazo al lugar hacia donde se dirigía Jasten y, tomándome de la mano, salimos tras él. Apenas nos detuvimos el tiempo suficiente para tomar un par de lámparas portátiles, y salimos corriendo al exterior, pero ese tiempo fue suficiente para que perdiéramos de vista a nuestro Jasten. A medio camino del valle, volvió a comenzar ese extraño sonido. Los temores de Locris debieron sacar lo mejor de él en ese momento, porque soltó mi mano y se adelantó corriendo. En ese momento podía ver más y más luces, todas de distintos colores, brillando con fuerza en la distancia. Llegar a ese claro nos costó lo que pareció una eternidad, aunque probablemente no fueran más de cinco largos y agonizantes minutos. Al girar la última revuelta y mirar hacia el arroyo, no estaba preparada para la visión que iba a ver esa noche.
Jasten estaba sentado tranquilamente al borde del arroyo, y Locris estaba arrodillado a su lado y le rodeaba con el brazo. Sobre la superficie del agua, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista, estaban esas cosas flotantes y brillantes, luminiscentes. Cada una de ellas medía tal vez medio metro de ancho, y tenían grandes y bulbosas... ¿cabezas? Brillaban suavemente, mostrando todos los diferentes colores del espectro. Algunos parecían brillar al unísono con otros de su alrededor, otros pasaban de un color a otro. Todos emitían ese sonido suave y vibrante. Supongo que podría decirse que se estaban cantando entre sí. No, no cantaban... era más bien como si tocaran la flauta. A menos de un metro de distancia de Jasten, un “flautista” de mayor tamaño flotaba en la corriente, con sus característicos sonidos agudos formando una especie de estribillo melodioso que se repetía una y otra vez. Así que ahí estaba el amigo imaginario de Jasten.
Como si de algún modo sintiera mis propios pensamientos, Jasten se volvió para mirarme, y con una gran sonrisa en su rostro dijo:
-Este es mi amigo.
Dicho eso, volvió de nuevo la cabeza tranquilamente y siguió escuchando la serenata que aparentemente estaba teniendo lugar en su honor.
Viendo las cosas ahora en retrospectiva, pienso que tal vez debería haber seguido asustada. Me refiero a que, hoy en día, aún sabemos muy poco acerca de los ludos. Sin embargo, ninguno de su especie nos ha mostrado nunca a nadie de nosotros la menor hostilidad. No sé si en algún momento recibieron algo de nosotros a cambio –y, desde luego, puede que sólo sean imaginaciones mías- pero a veces pienso que realmente disfrutaron de los aplausos. El amigo de Jasten siempre consigue ruborizarse con un tono particularmente brillante de rojo siempre que empezamos a aplaudir.

-Diario personal de Elisha Merew,
colonizadora original de la Colonia Ganlihk 15.

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