La forma pálida del crucero Ralroost flotaba en brillante contraste sobre las selvas verdes de Kashyyyk que se hallaban bajo él, con la inmaculada pintura blanca de su casco como prueba de que el crucero de ataque servía como buque insignia de un almirante de la flota y se mantenía según los estándares que correspondían a su rango. Alrededor del crucero se agrupaban los elementos de toda una flota —fragatas, cruceros, Destructores Estelares, cargueros, naves-hospital, naves de apoyo, y vuelos de cazas estelares en patrulla—, todos en formación y preparados para su siguiente excursión en el espacio controlado por los yuuzhan vong.
Jacen Solo miró los elementos de la flota pululando a través del ventanal delantero de la lanzadera. Los contornos de los buques de guerra parecían de algún modo demasiado duros, demasiado definidos, un poco alienígenas, carentes de los contornos más suaves de las forma de vida orgánicas a las que se había acostumbrado mientras era prisionero de los yuuzhan vong.
—¿Alguien quiere apostar? —dijo la voz de su hermana—. ¿Dónde será la próxima incursión? ¿El espacio Hutt? ¿Duro? ¿Yavin?
—Me gustaría ver Yavin de nuevo —dijo Jacen.
—No una vez hayas visto lo que los Vong le han hecho.
Se volvió ante el tono amargo de la voz de Jaina. Ella estaba de pie ligeramente detrás de él, su decidida mirada dirigida hacia el Ralroost. Llevaba la insignia de comandante fija al cuello de su traje de uniforme, y un sable de luz colgando de su cinturón.
Yavin era nuestra niñez, pensó Jacen. Y los Yuuzhan Vong se habían llevado esa niñez, y a Yavin con ella, y convertido a Jaina en una mujer adulta, dura, quebradiza y resuelta, con poca paciencia para cualquier cosa que no fuera conducir su escuadrón contra el enemigo.
La Espada de los Jedi. Eso era lo que tío Luke la había nombrado en la ceremonia que la había ascendido al rango de Caballero Jedi. Un fuego que quemará a tus enemigos, una hoguera que guiará a tus amigos. Eso era lo que Luke había dicho.
—Personalmente, yo pienso que será el espacio Hutt —dijo Jaina—. Los yuuzhan vong han estado a su aire en el espacio Hutt durante demasiado tiempo.
Tu vida es inquieta y no conocerás nunca la paz, aunque te bendecirán por la paz que llevarás a otros.
Luke también había dicho eso. Jacen sintió el impulso de confortar a su hermana, y puso un brazo alrededor de sus hombros. Ella no rechazó el toque, pero tampoco lo aceptó: Jacen sentía como si su brazo estuviera rodeando una forma hecha de duracero endurecido.
Jacen pensó que no le importaba si ella aceptaba o rechazaba su ayuda. Él le haría llegar su ayuda tanto si ella quería como si no. Luke le había ofrecido la posibilidad de elegir sus asignaciones, y él había escogido la que lo ponía cerca de Jaina.
Cuando Anakin murió, y al mismo tiempo Jacen fue hecho prisionero por los yuuzhan vong, Jaina se había permitido dejarse superar por la desesperación. El lado oscuro la había reclamado, y aunque ella había logrado escapar de ese abismo, seguía siendo más frágil de lo que a Jacen le habría gustado. Se había convertido en un espectro, poseída por la muerte, por los recuerdos de Chewbacca y Anakin y Anni Capstan y todos los muchos miles que habían muerto. Jacen se había horrorizado cuando Jaina le dijo que no esperaba sobrevivir a la guerra.
No se trataba de desesperación, insistía ella; había vencido a la desesperación cuando venció al lado oscuro. Era simplemente una apreciación realista de las probabilidades.
Jacen había querido protestar que si esperas la muerte, no lucharás por la vida. Y por eso se ofreció para la misión con la flota en Kashyyyk, decidido a que si Jaina no luchaba al máximo para conservar su vida, él lucharía esa batalla en su nombre.
—Yo pienso que Yavin es una buena apuesta para el próximo golpe —dijo otra voz—. Hemos tenido escuadrones despejando invasores yuuzhan vong fuera de la Ruta Hydiana, como si nos estuvieran preparando el camino. Pronto podríamos encontrarnos avanzando en esa dirección.
Corran Horn caminó al ventanal. El comandante del Escuadrón Pícaro llevaba un maltrecho uniforme un coronel que databa de las guerras contra el Imperio.
—Yavin —dijo—, Bimmiel, Dathomir... algún sitio de por allí.
Un cortés siseo señaló una discordancia.
—Noz olvidamoz de que tenemoz al enemigo detráz —siseó Saba Sebatyne—. Zi tomamoz Bimmisaari y Kessel el enemigo quedará partido en doz.
—Eso sería una batalla importante —dijo Corran—. No tenemos las fuerzas para luchar una batalla así.
—Aún... —dijo Jaina, y a través de su vínculo de gemelos Jacen sentía el poder feroz de su cálculo. Probablemente contaba con el día en el que la Nueva República tendría el poder para pasar a la ofensiva, y apenas podía esperar.
La Espada de los Jedi quería golpear al corazón del enemigo.
La lanzadera se deslizó por la bahía de atraque del Ralroost y se posó sobre su tren de aterrizaje. El piloto droide, una cabeza y un torso de metal sujeto con cables a la consola de instrumentos, abrió las puertas de la lanzadera. Su cabeza giró limpiamente sobre sus hombros para mirarles.
—Espero que hayan disfrutado de su paseo, Amos. Por favor, tengan cuidado de no tropezar al salir.
Los cuatro Jedi salieron de la lanzadera a la inmaculada cubierta del almirante Kre'fey. Docenas de personas se encontraban allí ocupadas, montando en aerocarretillas, o trabajando en cazas estelares. La mayoría eran peludos bothanos, pero entre ellos había un buen número de humanos y otras especies de la galaxia. Jacen fue repentinamente consciente de que él era la única persona presente sin uniforme militar.
Caminaron hacia el mamparo, cuyas compuertas de seguridad abiertas conducían hacia el centro de control de la nave. Sobre las puertas abiertas había una señal:
¿QUÉ PUEDO HACER HOY PARA HACER DAÑO A LOS YUUZHAN VONG?
Esta era la que el almirante Kre'fey llamaba su Pregunta Número Uno, que todo el mundo bajo su mando debía preguntarse todos los días.
En unos momentos, pensó Jacen, oiría una respuesta a esa pregunta.
Jacen levantó la cabeza al atravesar las compuertas de seguridad, y en el otro lado vio la Pregunta Numero Dos de Kre'fey.
¿CÓMO PUEDO AYUDAR A MI BANDO A HACERSE MÁS FUERTE?
La respuesta a esa pregunta iba a ser un poco más difícil de encontrar.
Los cuatro Jedi se presentaron ante Snayd, el ayudante del almirante Kre'fey, que los condujo a una sala de conferencias. Jacen siguió a los demás al interior, y en la tenue luz vio en primer lugar al almirante bothano Traest Kre'fey, que destacaba en virtud del raro color de su pelaje, del mismo blanco brillante que la pintura del Ralroost. Cuando los ojos de Jacen se ajustaron a la oscuridad del cuarto pudo ver a otros oficiales militares, incluyendo al general Farlander, y a otro grupo de Jedi que se encontraban acuartelados en el crucero. Alema Rar, Zekk, y Tahiri Veila. Jacen sintió la acogedora presencia de los otros saludándolo en la Fuerza, y él envió su propia cálida respuesta.
—¡Saludos! —Kre'fey devolvió los saludos de los tres Jedi militares, y avanzó para estrechar la mano de Jacen—. Bienvenido al Ralroost, joven Jedi.
—Gracias, almirante.
Al contrario que otros comandantes del ejército, Kre'fey había estado dispuesto a trabajar con los Jedi en el pasado, y había enviado una demanda específica a Luke Skywalker pidiendo más guerreros Jedi.
—Espero que podáis ayudarnos en esta próxima misión —dijo el almirante.
—Para eso estamos aquí, señor.
—¡Muy bien! Muy bien. —Kre'fey se volvió hacia los otros—. Por favor, sentaos. Empezaremos en cuanto el Maestro Durron se una a nosotros.
Jacen se sentó en un sillón al lado de Tahiri Veila, dejando que el cuero suave y liso abrazara su cuerpo. La pequeña Jedi rubia le dedicó una sonrisa tímida, con sus pies desnudos girando sobre la alfombra bajo ella.
—¿Qué tal lo llevas? —preguntó él.
Sus grandes ojos anchos parecieron pensativos mientras ella consideraba la pregunta.
—Estoy mejor —dijo ella—. La fusión está ayudando mucho.
La feroz e impulsiva Tahiri había amado al hermano Jacen, Anakin, y había estado presente en Myrkr cuando Anakin encontró su heroica muerte. Devastada por la muerte de Anakin, su ardiente carácter había estado a punto de apagarse. Se había encerrado en sí misma, y aunque había continuado funcionando como Jedi, era como si sólo estuviera dejándose llevar. Su personalidad impetuosa había dejado paso a una joven dominada, ominosamente callada.
Había sido Saba Sebatyne, la líder reptil del Escuadrón de los Caballeros Salvajes, compuesto íntegramente por Jedi, quien había sugerido que Tahiri debería sen enviada a Kashyyyk para unirse al almirante Kre'fey. Kre'fey quería tantos Jedi como fuera posible bajo su mando, para formar una fusión Jedi de la Fuerza en el combate, con todos los Jedi unidos entre sí a través de la Fuerza y actuando como uno. Saba insistía en que la fusión de la Fuerza ayudaría a una mente herida a sanar, conduciendo a un Jedi dolorido hacia la luz y la sanación.
Al parecer Saba había tenido razón.
—Me alegra saber que estés mejorando —dijo Jacen. Su propia experiencia con la fusión, en Myrkr, había sido más ambigua: si bien amplificaba las habilidades Jedi, también agrandaba cualquier desacuerdo que existiera entre ellos.
Tahiri ofreció una sonrisa rápida a Jacen y dio brevemente unos golpecitos en su brazo.
—Me alegro de que estés aquí, Jacen.
—Gracias. Yo quería estar aquí. Parece que es aquí donde soy necesario.
Quería experimentar la fusión de nuevo. Creía que podría enseñarle mucho.
Las puertas se abrieron deslizándose, Kyp Durron entró, y en seguida el estado de ánimo de la sala pareció cambiar. Algunas personas, pensó Jacen, llevaban una especie de aura con ellos. Si uno se encontraba con Cilghal, sabía en seguida que estaba en presencia de una sanadora compasiva, y Luke Skywalker irradiaba autoridad y sabiduría.
Cuando uno miraba a Kyp Durron, sabía que estaba viendo un arma enormemente poderosa. Jacen deseó no saber lo errática que había sido ese arma.
El Jedi, de cabello oscuro y más edad, llevaba un uniforme de estilo de la Nueva República sin ninguna insignia, para mostrar que lideraba un escuadrón formado sólo por voluntarios, que luchaba junto a las fuerzas militares pero no era formalmente una parte de ellas.
Kyp y su unidad, la Docena, siempre habían seguido su propio camino. Ellos no volaban con Kre'fey porque estuvieran bajo sus órdenes, sino porque ellos lo habían decidido así.
Kyp y el almirante intercambiaron los saludos.
—Lamento llegar tarde, almirante —dijo Kyp. Mostró la tableta de datos que llevaba en una mano—. Estaba consiguiendo los últimos informes de inteligencia. Y, uh ... —dudó—... algunos de los datos eran bastante interesantes.
—Muy bien, Maestro Durron. —Kre'fey se volvió a los otros—. El Maestro Durron ha presentado un plan de acción contra el enemigo. Como está totalmente en la línea de nuestras metas operacionales establecida por los almirantes Sovv y Ackbar, yo le he dado mi aprobación provisional. Pensé en presentarlo ante mis comandantes superiores, y ante vosotros, comandantes de escuadrón, para ver si tenían algo que agregar.
Jacen miró a Tahiri, sobresaltado. ¿Ella era un comandante de escuadrón? Sus pies apenas alcanzarían los pedales de control en la cabina de un caza estelar.
Y entonces, cuando comprendió lo que acababa de escuchar, intercambió una rápida mirada con su hermana. Los planes de Kyp Durron, en el pasado, habían sido agresivos en extremo; en Sernpidal había engañado a Jaina y al ejército de la Nueva República para destruir una nave matriz yuuzhan vong, dejando de ese modo a innumerables yuuzhan vong varados en el espacio intergaláctico, condenándolos a una fría y prolongada muerte.
Se decía que Kyp había cambiado en los meses transcurridos desde entonces, y se había unido al Alto Consejo que aconsejaba al Jefe de Estado y vigilaba las actividades de los Jedi. Pero Jacen estaba preparado para examinar cuidadosamente cualquier plan propuesto por Kyp Durron antes de decidirse a aprobarlo.
Kre'fey abandonó su lugar al frente de la sala y se sentó en un sillón con aspecto de trono. Kyp inclinó la cabeza ante el almirante, y luego examinó a los demás con sus ojos oscuros. Jacen se dio cuenta de la firmeza de propósito de Kyp, de su convicción.
También pensaba que era idea buena ser cauto ante la convicción de Kyp.
—Cuando los Vong nos atacaron —dijo Kyp—, ya les habían preparado el camino. Ya tenían agentes colocados, tanto yuuzhan vong enmascarados como traidores como Viqi Shesh. Y después de nuestro primer encuentro con los yuuzhan vong, el enemigo se encontró con que había decenas de miles de personas dispuestas a colaborar con ellos atacando y esclavizando a sus conciudadanos galácticos.
Se encongió de hombros.
—No pretendo especular por qué la Brigada de la Paz y su calaña ha escogido trabajar con los invasores. Quizá algunos simplemente son cobardes, quizá algunos fueron comprados, quizá algunos no tenían otra opción. Yo supongo que la mayoría de ellos son oportunistas que piensan que están en el lado ganador. Pero sí que sé esto: hasta ahora no ha habido ningún castigo real por estar dispuesto a traicionar a la Nueva República y trabajar con los invasores. —Las luces ambarinas de la sala brillaron en los ojos de Kyp—. Propongo que inflijamos ese castigo —dijo firmemente—. Propongo que golpeemos a la Brigada de la Paz justo en el centro de su poder. Digo que hagamos una incursión en Ylesia, su capital, destruyamos el gobierno colaboracionista, y mostremos a toda la galaxia que hay un castigo para la colaboración con los yuuzhan vong, y que el castigo es duro.
Hubo un momento de silencio, y Jacen se volvió de nuevo a Jaina. Tenías razón, pensó. Espacio Hutt, después de todo.
Corran Horn levantó una mano.
—¿Qué tipo de oposición podríamos esperar?
Kyp apretó la tableta de datos en su mano, y varios holos tomados clandestinamente se proyectaron en la pared detrás de él.
—No tenemos ninguna presencia permanente de inteligencia en Ylesia —admitió—, pero la exportación más rentable de Ylesia es la especia brillestim, y varios agentes de la Nueva República han explorado el planeta fingiendo ser tripulación de los buques mercantes. Reportan pocos guerreros yuuzhan vong; la mayoría de los vong en tierra parecen ser miembros de la casta de los administradores que ayudan a la Brigada de la Paz a dirigir su gobierno.
”No ha habido ninguna flota yuuzhan vong en órbita desde la conquista original, aunque a veces elementos de la flota vong, principalmente coralitas y sus transportes, pasan por el sistema de Ylesia de camino a alguna otra parte. Lo que tenemos en cambio es el propio ejército de la Brigada de la Paz; los yuuzhan vong están intentando convertir a los brigadistas en un gobierno “independiente”, con su propia flota. También están usando los réditos del brillestim para contratar mercenarios. Estas son las estimaciones de los agentes de lo que podemos encontrarnos.
Más figuras aparecieron en la pantalla.
—Principalmente cazas estelares, una mezcla heterogénea —continuó Kyp—. Hay más o menos una docena de naves capitales; Inteligencia piensa que probablemente estuvieran en dique seco en lugares como Gyndine y Obroa-skai cuando los vong los capturaron. Los vong completaron entonces las reparaciones con el trabajo de los esclavos y dio las naves a sus aliados.
—Parece fácil —dijo Tahiri suavemente al oído de Jacen—. Pero yo ya no creo en lo fácil.
Jacen asintió. Él tampoco podía permitirse creer en lo fácil.
Kre'fey se levantó de su silla.
—¡Excelente, Maestro Durron! —dijo con un vozarrón—. ¡Asignaré recursos de la flota a esto, incluyendo naves interdictor; ¡lo suficiente para asegurar que esta así llamada flota no pueda escapar! ¡Quince escuadrones de cazas estelares! Tres escuadrones de naves capitales; ¡superaremos en número al enemigo por tres a uno! —Alzó una mano de pelaje blanco y entonces cerró los dedos juntos, como si capturara una flota enemiga en su puño—. Y entonces nos sentaremos sobre el enemigo y borraremos su capital desde la órbita.
Jacen sintió una vacilación mental de cada Jedi en la sala. Incluso la cara de Kyp Durron reflejaba incertidumbre.
La voz de Tahiri interrumpió al instante.
—¿Y qué pasa con las bajas civiles?
Kre'fey hizo un gesto de disculpa.
—La población de Ylesia es muy dispersa —dijo—. Los civiles eran esclavos de los hutts, que trabajaban en las plantas de empaquetamiento de brillestim dispersas por la región, y ahora son esclavos de los vong... o de la Brigada de la Paz, es difícil distinguirlo. La ciudad que los Brigadistas de la Paz están usando como capital se llamaba Colonia Uno, pero ahora es Ciudad de la Paz, y hay pocos esclavos allí. La mayoría de los habitantes de la ciudad son colaboradores, y ellos son culpables por definición.
Kyp Durron echó una mirada solemne a su tableta de datos.
—Los últimos informes informan de barracones de esclavos por toda Colonia Uno. Están construyendo palacios para los líderes de la Brigada de la Paz, y un edificio para alojar su Senado. —Hizo una pausa—. Y estaban excavando un refugio muy grande, por si acaso alguien intentaba un bombardeo orbital.
—La destrucción sería terriblemente aleatoria —dijo Tahiri.
Kre'fey asintió, y luego caminó hacia ella y la miró con lo que parecía ser gran respeto.
—Yo estimo las tradiciones Jedi de compasión con el inocente, y de combate personal preciso con un enemigo —dijo—. Pero mi propia gente no tiene vuestro entrenamiento. Sería un peligro demasiado grande enviarlos al planeta para separar al inocente del culpable, y yo no quiero perder las buenas tropas en una lucha en tierra cuando puedo lograr la misión en la seguridad de la órbita. —Kre'fey se volvió a Kyp—. Todo lo que ese refugio requeriría es aumentar la potencia de fuego, y entonces los tendremos a todos ellos de un solo golpe. —Sus ojos viajaron de un Jedi al siguiente— Recordad con quién estamos tratando. Ellos destruyeron mundos enteros sembrándolos con formas de vida alienígenas desde la órbita. Pensad tan solo en lo que hicieron en Ithor. Lo qué vamos a hacer nosotros es misericordioso en comparación. —Agitó su cabeza tristemente—. Y esos esclavos estarían de todas formas, dentro de un año o dos, sólo del exceso de trabajo.
Jacen podía ver la lógica en el argumento de Kre'fey —y tenía que admirar a un poderoso e importante almirante de la flota que se molestaba en enzarzarse en un debate serio con una quinceañera— pero también podía ver el reverso de la posición de Kre'fey. Matar civiles era algo que hacía el enemigo. El hecho que los civiles fueran esclavos hacía sus muertes más aun injustas; las fuerzas de la Nueva República deberían estar liberando a los esclavos, para que incluso si los hutts volvieran no tuvieran ningún obrero para sus malditas fábricas...
—Entonces capturemos al gobierno —dijo Jacen, verbalizando la idea al mismo tiempo que se le ocurría.
Kre'fey lo miró con sorpresa.
—¿Jacen? —dijo.
Jacen alzó el rostro para mirar a Kre'fey.
—Si capturásemos al gobierno de los brigadistas, y los lleváramos a juicio y los desterrásemos a algún planeta prisión, ¿no sería ése un golpe de propaganda más fuerte que simplemente bombardearlos? —Forzó una sonrisa—. Todos estarán en un refugio, ¿cierto? Como usted dice, eso debería facilitar las cosas.
—Jacen tiene algo de razón —dijo Kyp, por encima del hombro de Kre'fey—. Si destruimos la Ciudad de Paz, hacemos un anuncio y luego éste se olvida. Pero si lleváramos a los traidores a juicio, eso estaría en la HoloRed durante semanas. Cualquiera que estuviera pensando en cambiar de bando se lo pensaría dos veces, y cualquier colaborador estaría agitando en sus botas.
—No sólo eso —dijo Jacen—, sino que un equipo podría aterrizar en Ciudad de la Paz para convertirse en la presencia permanente de nuestra inteligencia en la capital enemiga, y quizás para organizar la resistencia allí.
La alargada cabeza de Kre'fey pasó de Jacen a Kyp y de nuevo a Jacen. Se acarició pensativo el pelaje blanco de la barbilla.
—Esto requiere una misión más detallada; quizá no comprendáis cuánto más detallada. Con el plan original hay muy pocas cosas que puedan fallar. Llegamos al sistema, nos enfrentamos, obtenemos nuestra victoria, y nos vamos. Si el enemigo es demasiado fuerte, nos retiramos sin luchar. Pero con la idea de Jacen necesitaríamos transportes, las naves de desembarco, fuerzas de tierra. Si las cosas en tierra se torciesen, tendríamos muchas bajas simplemente sacando a nuestra gente de allí. Si las cosas salieran mal sobre el planeta, podríamos vernos obligados a dejar abandonadas allí a las fuerzas de tierra.
—Señor —dijo Jaina—, me ofrezco a liderar las fuerzas de tierra.
La Espada de los Jedi, pensó Jacen, dirigiéndose directa al corazón.
Kyp se volvió a Jaina, con voz vacilante.
—Yo, uh —Por una vez en su vida Jacen tuvo el privilegio de ver a Kyp Durron avergonzado—. Realmente no creo que eso sea una idea buena, Palillos.
Los ojos de Jaina se encendieron, pero su voz estaba muy controlada.
—No tienes que ser tan protector conmigo, Maestro Durron —dijo.
La sorpresa asomó en Jacen. Se dio cuenta de que ahí había una historia, algo entre Jaina y Kyp que él no había sabido que existiera.
Vaya, esto sí que es interesante.
—Ah, no se trata de eso —dijo Kyp apresuradamente—. Simplemente es que... —Consultó su datapad—. Las últimas noticias de Ylesia indican que tienes una relación personal con, ah, uno de nuestros potenciales prisioneros. —Y, como la indignación de Jaina aumentaba, Kyp se volvió a Jacen con su turbación ahondada—. Y Jacen también, claro.
—¿Jacen también? —preguntó Jaina, airada.
Kyp miró de nuevo tableta de datos y se encogió de hombros.
—La Brigada de la Paz acaba de anunciar a su nuevo Presidente. Se trata de, ah, vuestro primo Thrackan.
La confusión barrió la cara de Jaina.
—Eso no tiene ningún sentido —dijo Jacen inmediatamente.
—Lo siento —dijo Kyp—, sé que es un miembro de vuestra familia, pero...
—No —dijo Jacen—, no se trata de eso. Yo no voy a defender a Thrackan Sal-Solo porque sea un primo lejano...
—Un primo que es cruel como un slashrat y rastrero como un amorfoide umgulliano —agregó Jaina.
Jacen tomó aliento y continuó, intentando hacer ver su postura.
—Yo sólo quería señalar —dijo—, que no tiene ningún sentido porque Thrackan es un chauvinista humano. Siempre ha querido gobernar Corellia para poder expulsar a las demás especies. Él nunca haría un trato si eso significase que tendría que colaborar con una especie alienígena.
Kyp parecía dudoso.
—Supongo que la historia podría ser falsa —dijo—, pero está por toda la HoloRed, completa con imágenes de vuestro primo tomando el juramento de su cargo delante del Senado de la Brigada de la Paz.
Jacen vio la cara de Jaina endurecerse.
—Bien —dijo ella—, ahora sí que tengo que estar con el grupo de tierra.
—Yo también, supongo —dijo Jacen—. Será... iluminador... volver a ver al primo Thrackan de nuevo.
Traest Kre'fey miró sucesivamente a Jaina y Jacen, pasando de una a otro y viceversa.
—Debo decir —dijo—, que vosotros dos pertenecéis a una familia de lo más interesante.
Jacen Solo miró los elementos de la flota pululando a través del ventanal delantero de la lanzadera. Los contornos de los buques de guerra parecían de algún modo demasiado duros, demasiado definidos, un poco alienígenas, carentes de los contornos más suaves de las forma de vida orgánicas a las que se había acostumbrado mientras era prisionero de los yuuzhan vong.
—¿Alguien quiere apostar? —dijo la voz de su hermana—. ¿Dónde será la próxima incursión? ¿El espacio Hutt? ¿Duro? ¿Yavin?
—Me gustaría ver Yavin de nuevo —dijo Jacen.
—No una vez hayas visto lo que los Vong le han hecho.
Se volvió ante el tono amargo de la voz de Jaina. Ella estaba de pie ligeramente detrás de él, su decidida mirada dirigida hacia el Ralroost. Llevaba la insignia de comandante fija al cuello de su traje de uniforme, y un sable de luz colgando de su cinturón.
Yavin era nuestra niñez, pensó Jacen. Y los Yuuzhan Vong se habían llevado esa niñez, y a Yavin con ella, y convertido a Jaina en una mujer adulta, dura, quebradiza y resuelta, con poca paciencia para cualquier cosa que no fuera conducir su escuadrón contra el enemigo.
La Espada de los Jedi. Eso era lo que tío Luke la había nombrado en la ceremonia que la había ascendido al rango de Caballero Jedi. Un fuego que quemará a tus enemigos, una hoguera que guiará a tus amigos. Eso era lo que Luke había dicho.
—Personalmente, yo pienso que será el espacio Hutt —dijo Jaina—. Los yuuzhan vong han estado a su aire en el espacio Hutt durante demasiado tiempo.
Tu vida es inquieta y no conocerás nunca la paz, aunque te bendecirán por la paz que llevarás a otros.
Luke también había dicho eso. Jacen sintió el impulso de confortar a su hermana, y puso un brazo alrededor de sus hombros. Ella no rechazó el toque, pero tampoco lo aceptó: Jacen sentía como si su brazo estuviera rodeando una forma hecha de duracero endurecido.
Jacen pensó que no le importaba si ella aceptaba o rechazaba su ayuda. Él le haría llegar su ayuda tanto si ella quería como si no. Luke le había ofrecido la posibilidad de elegir sus asignaciones, y él había escogido la que lo ponía cerca de Jaina.
Cuando Anakin murió, y al mismo tiempo Jacen fue hecho prisionero por los yuuzhan vong, Jaina se había permitido dejarse superar por la desesperación. El lado oscuro la había reclamado, y aunque ella había logrado escapar de ese abismo, seguía siendo más frágil de lo que a Jacen le habría gustado. Se había convertido en un espectro, poseída por la muerte, por los recuerdos de Chewbacca y Anakin y Anni Capstan y todos los muchos miles que habían muerto. Jacen se había horrorizado cuando Jaina le dijo que no esperaba sobrevivir a la guerra.
No se trataba de desesperación, insistía ella; había vencido a la desesperación cuando venció al lado oscuro. Era simplemente una apreciación realista de las probabilidades.
Jacen había querido protestar que si esperas la muerte, no lucharás por la vida. Y por eso se ofreció para la misión con la flota en Kashyyyk, decidido a que si Jaina no luchaba al máximo para conservar su vida, él lucharía esa batalla en su nombre.
—Yo pienso que Yavin es una buena apuesta para el próximo golpe —dijo otra voz—. Hemos tenido escuadrones despejando invasores yuuzhan vong fuera de la Ruta Hydiana, como si nos estuvieran preparando el camino. Pronto podríamos encontrarnos avanzando en esa dirección.
Corran Horn caminó al ventanal. El comandante del Escuadrón Pícaro llevaba un maltrecho uniforme un coronel que databa de las guerras contra el Imperio.
—Yavin —dijo—, Bimmiel, Dathomir... algún sitio de por allí.
Un cortés siseo señaló una discordancia.
—Noz olvidamoz de que tenemoz al enemigo detráz —siseó Saba Sebatyne—. Zi tomamoz Bimmisaari y Kessel el enemigo quedará partido en doz.
—Eso sería una batalla importante —dijo Corran—. No tenemos las fuerzas para luchar una batalla así.
—Aún... —dijo Jaina, y a través de su vínculo de gemelos Jacen sentía el poder feroz de su cálculo. Probablemente contaba con el día en el que la Nueva República tendría el poder para pasar a la ofensiva, y apenas podía esperar.
La Espada de los Jedi quería golpear al corazón del enemigo.
La lanzadera se deslizó por la bahía de atraque del Ralroost y se posó sobre su tren de aterrizaje. El piloto droide, una cabeza y un torso de metal sujeto con cables a la consola de instrumentos, abrió las puertas de la lanzadera. Su cabeza giró limpiamente sobre sus hombros para mirarles.
—Espero que hayan disfrutado de su paseo, Amos. Por favor, tengan cuidado de no tropezar al salir.
Los cuatro Jedi salieron de la lanzadera a la inmaculada cubierta del almirante Kre'fey. Docenas de personas se encontraban allí ocupadas, montando en aerocarretillas, o trabajando en cazas estelares. La mayoría eran peludos bothanos, pero entre ellos había un buen número de humanos y otras especies de la galaxia. Jacen fue repentinamente consciente de que él era la única persona presente sin uniforme militar.
Caminaron hacia el mamparo, cuyas compuertas de seguridad abiertas conducían hacia el centro de control de la nave. Sobre las puertas abiertas había una señal:
¿QUÉ PUEDO HACER HOY PARA HACER DAÑO A LOS YUUZHAN VONG?
Esta era la que el almirante Kre'fey llamaba su Pregunta Número Uno, que todo el mundo bajo su mando debía preguntarse todos los días.
En unos momentos, pensó Jacen, oiría una respuesta a esa pregunta.
Jacen levantó la cabeza al atravesar las compuertas de seguridad, y en el otro lado vio la Pregunta Numero Dos de Kre'fey.
¿CÓMO PUEDO AYUDAR A MI BANDO A HACERSE MÁS FUERTE?
La respuesta a esa pregunta iba a ser un poco más difícil de encontrar.
Los cuatro Jedi se presentaron ante Snayd, el ayudante del almirante Kre'fey, que los condujo a una sala de conferencias. Jacen siguió a los demás al interior, y en la tenue luz vio en primer lugar al almirante bothano Traest Kre'fey, que destacaba en virtud del raro color de su pelaje, del mismo blanco brillante que la pintura del Ralroost. Cuando los ojos de Jacen se ajustaron a la oscuridad del cuarto pudo ver a otros oficiales militares, incluyendo al general Farlander, y a otro grupo de Jedi que se encontraban acuartelados en el crucero. Alema Rar, Zekk, y Tahiri Veila. Jacen sintió la acogedora presencia de los otros saludándolo en la Fuerza, y él envió su propia cálida respuesta.
—¡Saludos! —Kre'fey devolvió los saludos de los tres Jedi militares, y avanzó para estrechar la mano de Jacen—. Bienvenido al Ralroost, joven Jedi.
—Gracias, almirante.
Al contrario que otros comandantes del ejército, Kre'fey había estado dispuesto a trabajar con los Jedi en el pasado, y había enviado una demanda específica a Luke Skywalker pidiendo más guerreros Jedi.
—Espero que podáis ayudarnos en esta próxima misión —dijo el almirante.
—Para eso estamos aquí, señor.
—¡Muy bien! Muy bien. —Kre'fey se volvió hacia los otros—. Por favor, sentaos. Empezaremos en cuanto el Maestro Durron se una a nosotros.
Jacen se sentó en un sillón al lado de Tahiri Veila, dejando que el cuero suave y liso abrazara su cuerpo. La pequeña Jedi rubia le dedicó una sonrisa tímida, con sus pies desnudos girando sobre la alfombra bajo ella.
—¿Qué tal lo llevas? —preguntó él.
Sus grandes ojos anchos parecieron pensativos mientras ella consideraba la pregunta.
—Estoy mejor —dijo ella—. La fusión está ayudando mucho.
La feroz e impulsiva Tahiri había amado al hermano Jacen, Anakin, y había estado presente en Myrkr cuando Anakin encontró su heroica muerte. Devastada por la muerte de Anakin, su ardiente carácter había estado a punto de apagarse. Se había encerrado en sí misma, y aunque había continuado funcionando como Jedi, era como si sólo estuviera dejándose llevar. Su personalidad impetuosa había dejado paso a una joven dominada, ominosamente callada.
Había sido Saba Sebatyne, la líder reptil del Escuadrón de los Caballeros Salvajes, compuesto íntegramente por Jedi, quien había sugerido que Tahiri debería sen enviada a Kashyyyk para unirse al almirante Kre'fey. Kre'fey quería tantos Jedi como fuera posible bajo su mando, para formar una fusión Jedi de la Fuerza en el combate, con todos los Jedi unidos entre sí a través de la Fuerza y actuando como uno. Saba insistía en que la fusión de la Fuerza ayudaría a una mente herida a sanar, conduciendo a un Jedi dolorido hacia la luz y la sanación.
Al parecer Saba había tenido razón.
—Me alegra saber que estés mejorando —dijo Jacen. Su propia experiencia con la fusión, en Myrkr, había sido más ambigua: si bien amplificaba las habilidades Jedi, también agrandaba cualquier desacuerdo que existiera entre ellos.
Tahiri ofreció una sonrisa rápida a Jacen y dio brevemente unos golpecitos en su brazo.
—Me alegro de que estés aquí, Jacen.
—Gracias. Yo quería estar aquí. Parece que es aquí donde soy necesario.
Quería experimentar la fusión de nuevo. Creía que podría enseñarle mucho.
Las puertas se abrieron deslizándose, Kyp Durron entró, y en seguida el estado de ánimo de la sala pareció cambiar. Algunas personas, pensó Jacen, llevaban una especie de aura con ellos. Si uno se encontraba con Cilghal, sabía en seguida que estaba en presencia de una sanadora compasiva, y Luke Skywalker irradiaba autoridad y sabiduría.
Cuando uno miraba a Kyp Durron, sabía que estaba viendo un arma enormemente poderosa. Jacen deseó no saber lo errática que había sido ese arma.
El Jedi, de cabello oscuro y más edad, llevaba un uniforme de estilo de la Nueva República sin ninguna insignia, para mostrar que lideraba un escuadrón formado sólo por voluntarios, que luchaba junto a las fuerzas militares pero no era formalmente una parte de ellas.
Kyp y su unidad, la Docena, siempre habían seguido su propio camino. Ellos no volaban con Kre'fey porque estuvieran bajo sus órdenes, sino porque ellos lo habían decidido así.
Kyp y el almirante intercambiaron los saludos.
—Lamento llegar tarde, almirante —dijo Kyp. Mostró la tableta de datos que llevaba en una mano—. Estaba consiguiendo los últimos informes de inteligencia. Y, uh ... —dudó—... algunos de los datos eran bastante interesantes.
—Muy bien, Maestro Durron. —Kre'fey se volvió a los otros—. El Maestro Durron ha presentado un plan de acción contra el enemigo. Como está totalmente en la línea de nuestras metas operacionales establecida por los almirantes Sovv y Ackbar, yo le he dado mi aprobación provisional. Pensé en presentarlo ante mis comandantes superiores, y ante vosotros, comandantes de escuadrón, para ver si tenían algo que agregar.
Jacen miró a Tahiri, sobresaltado. ¿Ella era un comandante de escuadrón? Sus pies apenas alcanzarían los pedales de control en la cabina de un caza estelar.
Y entonces, cuando comprendió lo que acababa de escuchar, intercambió una rápida mirada con su hermana. Los planes de Kyp Durron, en el pasado, habían sido agresivos en extremo; en Sernpidal había engañado a Jaina y al ejército de la Nueva República para destruir una nave matriz yuuzhan vong, dejando de ese modo a innumerables yuuzhan vong varados en el espacio intergaláctico, condenándolos a una fría y prolongada muerte.
Se decía que Kyp había cambiado en los meses transcurridos desde entonces, y se había unido al Alto Consejo que aconsejaba al Jefe de Estado y vigilaba las actividades de los Jedi. Pero Jacen estaba preparado para examinar cuidadosamente cualquier plan propuesto por Kyp Durron antes de decidirse a aprobarlo.
Kre'fey abandonó su lugar al frente de la sala y se sentó en un sillón con aspecto de trono. Kyp inclinó la cabeza ante el almirante, y luego examinó a los demás con sus ojos oscuros. Jacen se dio cuenta de la firmeza de propósito de Kyp, de su convicción.
También pensaba que era idea buena ser cauto ante la convicción de Kyp.
—Cuando los Vong nos atacaron —dijo Kyp—, ya les habían preparado el camino. Ya tenían agentes colocados, tanto yuuzhan vong enmascarados como traidores como Viqi Shesh. Y después de nuestro primer encuentro con los yuuzhan vong, el enemigo se encontró con que había decenas de miles de personas dispuestas a colaborar con ellos atacando y esclavizando a sus conciudadanos galácticos.
Se encongió de hombros.
—No pretendo especular por qué la Brigada de la Paz y su calaña ha escogido trabajar con los invasores. Quizá algunos simplemente son cobardes, quizá algunos fueron comprados, quizá algunos no tenían otra opción. Yo supongo que la mayoría de ellos son oportunistas que piensan que están en el lado ganador. Pero sí que sé esto: hasta ahora no ha habido ningún castigo real por estar dispuesto a traicionar a la Nueva República y trabajar con los invasores. —Las luces ambarinas de la sala brillaron en los ojos de Kyp—. Propongo que inflijamos ese castigo —dijo firmemente—. Propongo que golpeemos a la Brigada de la Paz justo en el centro de su poder. Digo que hagamos una incursión en Ylesia, su capital, destruyamos el gobierno colaboracionista, y mostremos a toda la galaxia que hay un castigo para la colaboración con los yuuzhan vong, y que el castigo es duro.
Hubo un momento de silencio, y Jacen se volvió de nuevo a Jaina. Tenías razón, pensó. Espacio Hutt, después de todo.
Corran Horn levantó una mano.
—¿Qué tipo de oposición podríamos esperar?
Kyp apretó la tableta de datos en su mano, y varios holos tomados clandestinamente se proyectaron en la pared detrás de él.
—No tenemos ninguna presencia permanente de inteligencia en Ylesia —admitió—, pero la exportación más rentable de Ylesia es la especia brillestim, y varios agentes de la Nueva República han explorado el planeta fingiendo ser tripulación de los buques mercantes. Reportan pocos guerreros yuuzhan vong; la mayoría de los vong en tierra parecen ser miembros de la casta de los administradores que ayudan a la Brigada de la Paz a dirigir su gobierno.
”No ha habido ninguna flota yuuzhan vong en órbita desde la conquista original, aunque a veces elementos de la flota vong, principalmente coralitas y sus transportes, pasan por el sistema de Ylesia de camino a alguna otra parte. Lo que tenemos en cambio es el propio ejército de la Brigada de la Paz; los yuuzhan vong están intentando convertir a los brigadistas en un gobierno “independiente”, con su propia flota. También están usando los réditos del brillestim para contratar mercenarios. Estas son las estimaciones de los agentes de lo que podemos encontrarnos.
Más figuras aparecieron en la pantalla.
—Principalmente cazas estelares, una mezcla heterogénea —continuó Kyp—. Hay más o menos una docena de naves capitales; Inteligencia piensa que probablemente estuvieran en dique seco en lugares como Gyndine y Obroa-skai cuando los vong los capturaron. Los vong completaron entonces las reparaciones con el trabajo de los esclavos y dio las naves a sus aliados.
—Parece fácil —dijo Tahiri suavemente al oído de Jacen—. Pero yo ya no creo en lo fácil.
Jacen asintió. Él tampoco podía permitirse creer en lo fácil.
Kre'fey se levantó de su silla.
—¡Excelente, Maestro Durron! —dijo con un vozarrón—. ¡Asignaré recursos de la flota a esto, incluyendo naves interdictor; ¡lo suficiente para asegurar que esta así llamada flota no pueda escapar! ¡Quince escuadrones de cazas estelares! Tres escuadrones de naves capitales; ¡superaremos en número al enemigo por tres a uno! —Alzó una mano de pelaje blanco y entonces cerró los dedos juntos, como si capturara una flota enemiga en su puño—. Y entonces nos sentaremos sobre el enemigo y borraremos su capital desde la órbita.
Jacen sintió una vacilación mental de cada Jedi en la sala. Incluso la cara de Kyp Durron reflejaba incertidumbre.
La voz de Tahiri interrumpió al instante.
—¿Y qué pasa con las bajas civiles?
Kre'fey hizo un gesto de disculpa.
—La población de Ylesia es muy dispersa —dijo—. Los civiles eran esclavos de los hutts, que trabajaban en las plantas de empaquetamiento de brillestim dispersas por la región, y ahora son esclavos de los vong... o de la Brigada de la Paz, es difícil distinguirlo. La ciudad que los Brigadistas de la Paz están usando como capital se llamaba Colonia Uno, pero ahora es Ciudad de la Paz, y hay pocos esclavos allí. La mayoría de los habitantes de la ciudad son colaboradores, y ellos son culpables por definición.
Kyp Durron echó una mirada solemne a su tableta de datos.
—Los últimos informes informan de barracones de esclavos por toda Colonia Uno. Están construyendo palacios para los líderes de la Brigada de la Paz, y un edificio para alojar su Senado. —Hizo una pausa—. Y estaban excavando un refugio muy grande, por si acaso alguien intentaba un bombardeo orbital.
—La destrucción sería terriblemente aleatoria —dijo Tahiri.
Kre'fey asintió, y luego caminó hacia ella y la miró con lo que parecía ser gran respeto.
—Yo estimo las tradiciones Jedi de compasión con el inocente, y de combate personal preciso con un enemigo —dijo—. Pero mi propia gente no tiene vuestro entrenamiento. Sería un peligro demasiado grande enviarlos al planeta para separar al inocente del culpable, y yo no quiero perder las buenas tropas en una lucha en tierra cuando puedo lograr la misión en la seguridad de la órbita. —Kre'fey se volvió a Kyp—. Todo lo que ese refugio requeriría es aumentar la potencia de fuego, y entonces los tendremos a todos ellos de un solo golpe. —Sus ojos viajaron de un Jedi al siguiente— Recordad con quién estamos tratando. Ellos destruyeron mundos enteros sembrándolos con formas de vida alienígenas desde la órbita. Pensad tan solo en lo que hicieron en Ithor. Lo qué vamos a hacer nosotros es misericordioso en comparación. —Agitó su cabeza tristemente—. Y esos esclavos estarían de todas formas, dentro de un año o dos, sólo del exceso de trabajo.
Jacen podía ver la lógica en el argumento de Kre'fey —y tenía que admirar a un poderoso e importante almirante de la flota que se molestaba en enzarzarse en un debate serio con una quinceañera— pero también podía ver el reverso de la posición de Kre'fey. Matar civiles era algo que hacía el enemigo. El hecho que los civiles fueran esclavos hacía sus muertes más aun injustas; las fuerzas de la Nueva República deberían estar liberando a los esclavos, para que incluso si los hutts volvieran no tuvieran ningún obrero para sus malditas fábricas...
—Entonces capturemos al gobierno —dijo Jacen, verbalizando la idea al mismo tiempo que se le ocurría.
Kre'fey lo miró con sorpresa.
—¿Jacen? —dijo.
Jacen alzó el rostro para mirar a Kre'fey.
—Si capturásemos al gobierno de los brigadistas, y los lleváramos a juicio y los desterrásemos a algún planeta prisión, ¿no sería ése un golpe de propaganda más fuerte que simplemente bombardearlos? —Forzó una sonrisa—. Todos estarán en un refugio, ¿cierto? Como usted dice, eso debería facilitar las cosas.
—Jacen tiene algo de razón —dijo Kyp, por encima del hombro de Kre'fey—. Si destruimos la Ciudad de Paz, hacemos un anuncio y luego éste se olvida. Pero si lleváramos a los traidores a juicio, eso estaría en la HoloRed durante semanas. Cualquiera que estuviera pensando en cambiar de bando se lo pensaría dos veces, y cualquier colaborador estaría agitando en sus botas.
—No sólo eso —dijo Jacen—, sino que un equipo podría aterrizar en Ciudad de la Paz para convertirse en la presencia permanente de nuestra inteligencia en la capital enemiga, y quizás para organizar la resistencia allí.
La alargada cabeza de Kre'fey pasó de Jacen a Kyp y de nuevo a Jacen. Se acarició pensativo el pelaje blanco de la barbilla.
—Esto requiere una misión más detallada; quizá no comprendáis cuánto más detallada. Con el plan original hay muy pocas cosas que puedan fallar. Llegamos al sistema, nos enfrentamos, obtenemos nuestra victoria, y nos vamos. Si el enemigo es demasiado fuerte, nos retiramos sin luchar. Pero con la idea de Jacen necesitaríamos transportes, las naves de desembarco, fuerzas de tierra. Si las cosas en tierra se torciesen, tendríamos muchas bajas simplemente sacando a nuestra gente de allí. Si las cosas salieran mal sobre el planeta, podríamos vernos obligados a dejar abandonadas allí a las fuerzas de tierra.
—Señor —dijo Jaina—, me ofrezco a liderar las fuerzas de tierra.
La Espada de los Jedi, pensó Jacen, dirigiéndose directa al corazón.
Kyp se volvió a Jaina, con voz vacilante.
—Yo, uh —Por una vez en su vida Jacen tuvo el privilegio de ver a Kyp Durron avergonzado—. Realmente no creo que eso sea una idea buena, Palillos.
Los ojos de Jaina se encendieron, pero su voz estaba muy controlada.
—No tienes que ser tan protector conmigo, Maestro Durron —dijo.
La sorpresa asomó en Jacen. Se dio cuenta de que ahí había una historia, algo entre Jaina y Kyp que él no había sabido que existiera.
Vaya, esto sí que es interesante.
—Ah, no se trata de eso —dijo Kyp apresuradamente—. Simplemente es que... —Consultó su datapad—. Las últimas noticias de Ylesia indican que tienes una relación personal con, ah, uno de nuestros potenciales prisioneros. —Y, como la indignación de Jaina aumentaba, Kyp se volvió a Jacen con su turbación ahondada—. Y Jacen también, claro.
—¿Jacen también? —preguntó Jaina, airada.
Kyp miró de nuevo tableta de datos y se encogió de hombros.
—La Brigada de la Paz acaba de anunciar a su nuevo Presidente. Se trata de, ah, vuestro primo Thrackan.
La confusión barrió la cara de Jaina.
—Eso no tiene ningún sentido —dijo Jacen inmediatamente.
—Lo siento —dijo Kyp—, sé que es un miembro de vuestra familia, pero...
—No —dijo Jacen—, no se trata de eso. Yo no voy a defender a Thrackan Sal-Solo porque sea un primo lejano...
—Un primo que es cruel como un slashrat y rastrero como un amorfoide umgulliano —agregó Jaina.
Jacen tomó aliento y continuó, intentando hacer ver su postura.
—Yo sólo quería señalar —dijo—, que no tiene ningún sentido porque Thrackan es un chauvinista humano. Siempre ha querido gobernar Corellia para poder expulsar a las demás especies. Él nunca haría un trato si eso significase que tendría que colaborar con una especie alienígena.
Kyp parecía dudoso.
—Supongo que la historia podría ser falsa —dijo—, pero está por toda la HoloRed, completa con imágenes de vuestro primo tomando el juramento de su cargo delante del Senado de la Brigada de la Paz.
Jacen vio la cara de Jaina endurecerse.
—Bien —dijo ella—, ahora sí que tengo que estar con el grupo de tierra.
—Yo también, supongo —dijo Jacen—. Será... iluminador... volver a ver al primo Thrackan de nuevo.
Traest Kre'fey miró sucesivamente a Jaina y Jacen, pasando de una a otro y viceversa.
—Debo decir —dijo—, que vosotros dos pertenecéis a una familia de lo más interesante.
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