lunes, 15 de marzo de 2010

Ylesia (IV)

El almirante Kre'fey continuó su muestra de renuencia, pero al final terminó poniendo a su personal a “explorar” la posibilidad de un desembarco para capturar a los líderes de la Brigada de la Paz. Cuando Jaina entró en la lanzadera que llevaría su grupo de vuelta a sus cuartos en el viejo acorazado Starsider, ya estaba calculando sus despliegues para la batalla; dejaría a Tesar a cargo del Escuadrón Soles Gemelos y llevaría a Lowbacca a tierra con ella. Le gustaría tener también a Tesar con ella, pero un Jedi tendría que quedarse con el escuadrón y mantenerlo conectado a la fusión... y también impedir que sus nuevos pilotos hicieran alguna tontería.
Antes de la operación obligaría a su escuadrón a hacer tantas prácticas como fuera posible encajar en su horario. El ejército había tomado a la mitad de sus pilotos veteranos para usarlos como un armazón alrededor del cual se construirían los nuevos escuadrones, llenando sus huecos con novatos, pilotos inexpertos que necesitaban todas las prácticas que Jaina pudiera darles.
Las industrias de la Nueva República estaban finalmente en pie de guerra, fabricando y distribuyendo millones de toneladas de material bélico. Todas las pérdidas de personal que el ejército había sufrido en la guerra habían sido reemplazadas... pero con reclutas novatos. Lo que se había perdido era la experiencia. Jaina estaba aterrorizada ante la posibilidad de que el Escuadrón Soles Gemelos se embarcase en una batalla importante antes de que sus nuevos pilotos estuvieran listos.
Por eso era partidaria de la actual estrategia de Kre'fey de atacar únicamente al enemigo donde los yuuzhan vong fueran vulnerables. Sus incursiones se dirigían sólo contra blancos débiles, aumentando la moral y la experiencia contra un enemigo que estaba garantizado que perdería.
Sólo podía esperar que los yuuzhan vong no atacasen Kashyyyk, o Corellia, Kuat o Mon Calamari; un lugar dónde la Nueva República tendría que luchar. Ésa sería una conflagración en la que el Escuadrón Soles Gemelos tendría suerte si sobreviviera...
—Es extraño pensar en Tahiri como comandante de escuadrón.
El comentario de Jacen interrumpió los pensamientos de Jaina.
—Tahiri lo está haciendo bien —dijo Jaina.
—Pero ella no es un piloto experto.
—Ella tiene más experiencia que la mayoría de sus pilotos (casi todos ellos son novatos) y luchó bien en Borleias. Kre'fey le ha asignado un buen oficial ejecutivo para ayudarla con la organización y el papeleo. —Sonrió—. Sus pilotos la protegen mucho. Se hacen llamar el Escuadrón Descalzo.
Jacen también sonrió.
—Muy amable por su parte.
Jaina suspiró.
—El problema real del Descalzo es el mismo que la mayoría de nosotros tenemos; un porcentaje demasiado alto de pilotos neófitos. —Miró a Saba y Corran Horn—. Algunos comandantes se quedan con toda la suerte.
La boca de Horn realizó una ligera mueca.
—Saba es quien tiene la verdadera fuerza de élite aquí. Qué no daría yo por una lista compuesta de Jedi...
Los ojos de Saba mostraron un reptilesco destello, y su cola tembló.
—Láztima que a vozotroz loz humanoz oz falte la ventaja de la unión de loz compañeroz de cría.
Horn arqueó una ceja.
Criar Jedi. Esa sí que sería una idea interesante.
Saba siseó divertida.
—Puedo azegurar que funciona.
—Espero que hayan disfrutado de su paseo, Maestros. —La cabeza del droide piloto giró sobre su cuello—. Por favor tengan cuidado al salir.
Unos minutos después, después de que se hubieran separado de sus compañeros y comenzasen a caminar hacia sus cuartos a lo largo de una de las avenidas del Starsider, Jaina se volvió hacia Jacen.
—Kre'fey te dará un escuadrón —dijo ella—. Estoy sorprendida de que no te lo haya preguntado aún.
—Yo no quiero un escuadrón.
—¿Por qué no? —preguntó Jaina, más agriamente de lo que pretendía. Jacen siempre había ido en busca del significado más profundo de las cosas, y eso quería decir que de vez en cuando él renunciaba a algo sólo para averiguar qué significaba. Durante algún tiempo había renunciado a ser un guerrero, y había renunciado al uso de la Fuerza, y para todos los intentos y propósitos había renunciado a ser un Jedi... ¿y ahora estaba renunciando a ser un piloto?
La única cosa a la que no había renunciado era a ser exasperante.
—Yo puedo pilotar y luchar bastante bien —dijo Jacen—, pero estoy oxidado en procedimientos militares y protocolos de comunicación y tácticas. Preferiría volar durante algún tiempo como un piloto ordinario antes de echar sobre mí la responsabilidad de otras once vidas.
—Oh. —Jaina estaba avergonzada—. Podrías volar con Tahiri, entonces. Otro Jedi en su escuadrón sería una gran ayuda para ella.
—Pero no en esta próxima misión —dijo Jacen—. No en Ylesia. Quiero volar contigo, ya que nosotros dos iremos en el grupo de desembarco.
Jaina asintió.
—Eso tiene sentido —dijo ella—. Encontraremos un hueco para ti.
Jacen parecía intranquilo.
—¿Qué piensas sobre el plan de Kyp Durron? —preguntó—. ¿Ves aquí alguna intención oculta?
—Creo que Kyp ha superado esa clase de cosas. Es tu plan lo que me preocupa.
Eso pilló desprevenido a Jacen.
—¿Capturar a la dirección de los Brigadistas? ¿Por qué?
—Kre'fey tenía razón cuando dijo que había mucho que podría salir mal. No tenemos bastantes datos de Ylesia para asegurar que los desembarcos vayan según lo planeado.
—Pero tú estabas de acuerdo en unirte al grupo de tierra.
Jaina suspiró.
—Sí. Pero ahora me pregunto si no deberíamos dejar Ylesia tranquila hasta que tengamos una fuerza más experimentada y buenos datos de inteligencia.
Jacen no tuvo ninguna respuesta para eso, de modo que ellos avanzaron por el corredor sin hablar, pasando cuidadosamente junto a un droide que pulía la cubierta. El olor del pulimento los siguió persistente. Entonces Jacen rompió el silencio.
—¿Qué hay entre Kyp Durron y tú? Antes noté algo un poco extraño.
Jaina sintió que se ruborizaba.
—Kyp ha estado sintiéndose un poco... sentimental... hacia mí últimamente.
Jacen la miró con sorpresa solemne. Era esa solemnidad, decidió Jaina, lo que ella más detestaba sobre él.
—Él es un poco viejo para ti, ¿no te parece? —preguntó Jacen. Solemnemente.
Jaina intentó disimular su molestia ante esa línea de interrogatorio.
—Estoy agradecida a Kyp por ayudarme a regresar del lado oscuro —dijo ella—. Pero por mi parte, es gratitud. Por parte de Kyp... —Dudó—. Preferiría no seguir hablando del tema. Sin embargo, ya pasó.
Jacen asintió. Solemnemente. Jaina llegó a la puerta de su camarote y puso la mano sobre el pestillo.
—Bueno —dijo Jacen—. Porque has estado conquistando un número desconcertante de corazones mientras yo estaba lejos. Primero el hijo del Barón Fel, y ahora el Jedi más imprevisible de la orden...
Sumamente irritada, Jaina abrió la puerta del camarote, caminó dentro, y en la oscuridad del camarote fue asida por un par de brazos. La presión era aplicada de manera experta en las junturas de sus codos, y ella se giró. Un olor familiar, un aroma picante de las Regiones Desconocidas, lleno sus sentidos, y una boca hambrienta descendió sobre la suya.
Un momento después —y la longitud de ese momento era algo que no se perdonaría— se le ocurrió resistirse. Sus brazos estaban firmemente sujetos, de modo que convocó la Fuerza y empujó a su atacante al otro lado del cuarto. Se escuchó un golpe, y las se cayeron de un estante. Jaina avanzó un paso hacia la puerta y activó las luces.
Jagged Fel había caído de forma poco elegante sobre su cama. Se tocó cautelosamente la parte de atrás de la cabeza.
—¿No habría bastado con darme una bofetada? —preguntó.
¿Qué estás haciendo aquí?
—Realizando un experimento.
—¿Un qué? —Furiosa.
Sus brillantes ojos azules se alzaron para encontrarse con los suyos.
—Detecté un grado de ambigüedad en tus últimos mensajes —dijo—. Ya no podía distinguir cuáles podrían ser tus sentimientos hacia mí, por lo que pensé que sería buena idea hacer un experimento. Decidí ponerte en una situación que no fuera en absoluto ambigua, y ver cómo reaccionabas. —Una sonrisa inaguantable apareció en las comisuras de su boca—. Y el experimento ha sido un éxito.
—Cierto. Has acabado estampado contra la pared.
—Pero antes de que recordases sentirte ultrajada, ha habido un momento por el que ha merecido la pena todo el dolor. —Sus ojos se volvieron hacia la puerta—. Hola, héroe galáctico. Vuestra madre me dijo que habías escapado.
—Ella mencionó que se había encontrado contigo. —Jacen, en la puerta, volvió su expresión seria hacia Jaina—. Hermanita, ¿necesitas que te rescate?
—Fuera de aquí —dijo Jaina.
—Claro. —Volvió a mirar a Jagged Fel—. Me alegro de volver a verte, Jag.
—Dale recuerdos a los chicos de mi parte —dijo Jag, y esbozó un saludo militar en su frente con cicatrices. La puerta se cerró deslizándose detrás de Jacen. Jag miró a Jaina y retiró de su regazo algunos de los objetos que se habían caído de su estante.
—¿Puedo levantarme? —dijo—. ¿O volverás a derribarme sin más?
—Inténtalo a ver qué pasa.
Jag eligió permanecer sentado. Jaina cruzó los brazos y se apoyó contra la pared lo más lejos de Jag que el pequeño camarote le permitía.
—Lo último que escuché era que estabas expulsando vong fuera de la Ruta Hydiana —dijo ella.
Él asintió.
—Eso fue cuando me encontré con tus padres. Es un trabajo importante. Si las rutas del Borde a lo que queda del Núcleo se rompieran, la Nueva República se rompería en... bueno, en fragmentos aun más pequeños que ahora.
—Gracias por la conferencia. Nunca me habría imaginado nada de eso ni en un millón de años. —Ella le miró con el ceño fruncido—. ¿De modo que has dejado ese trabajo tan importante para colarte furtivamente en mi camarote y realizar tu experimento?
—No, eso era una especie de extra. —Jag se pasó una mano por su oscuro pelo corto—. Estamos aquí por mantenimiento rutinario. Dado que mi escuadrón vuela desgarradores chiss que no están en el inventario de la Nueva República, es difícil de encontrar medios de mantenimiento ajustados a nuestros requisitos. Afortunadamente los Destructores Estelares del Almirante Kre'fey tienen todo el equipo necesario mantener las cápsulas de mando TIE de Sistemas de Flota Sienar, y sus talleres de mecánica deberían ser capaces de crear cualquier cosa que necesitemos para nuestras alas chiss. —Le ofreció una sonrisa—. Una afortunada coincidencia, ¿no te parece?
Jaina sintió que se ablandaba.
—Tengo seis pilotos novatos —dijo ella—. Y hay una misión inminente.
Él le ofreció una mirada de curiosidad.
—No estarías planeando en sacarlos a hacer prácticas en este mismo momento, ¿verdad?
—Yo —dudó—. No. Aquí me has pillado. Pero hay una tonelada de trabajo administrativo, y...
—Jaina —dijo él—. Por favor, permíteme observar, de un oficial a otro, que no es necesario que hagas todo el trabajo tú misma. Debes aprender urgentemente a delegar. Tienes en Lowbacca y Tesar Sebatyne dos lugartenientes capaces, veteranos, y no sólo te ayudaría a ti si compartes el trabajo con ellos, sino que ayudaría a su desarrollo como oficiales.
Jaina se permitió una débil sonrisa.
—¿De modo que es en beneficio de mis oficiales y pilotos que pase la tarde en mi camarote a solas contigo?
Él asintió.
—Precisamente.
—¿Sabes jugar al sabacc?
Jag se sorprendió.
—Sí. Claro.
—Echemos una partida, entonces. Hay una mesa de sabacc muy buena en la sala de guardias.
Él la miró en silencio. Ella ensanchó su sonrisa y dijo:
—He jugado a tu pequeño juego, aquí en la oscuridad del camarote. Ahora te toca jugar al mío.
Jag suspiró pesadamente, entonces se levantó y se quedó junto a la puerta. Cuando ella pasó a su lado para abrir la puerta, él unió sus manos a su espalda.
—Debo señalar —dijo—, que si decidieras besarme en este momento, yo sería completamente incapaz de evitarlo.
Ella lo miró muy de cerca, y entonces apretó sus labios contra los de él, permitiéndoles demorarse calurosamente durante el espacio de tres latidos de corazón. Después de eso abrió la puerta y lo condujo a la sala de guardias, donde lo desplumó en la mesa del sabacc, dejándolo apenas con los créditos suficientes para comprar un vaso de zumo de juri.
Jaina pensó que su padre habría estado orgulloso.
Jag contempló la ruina de sus fortunas con un ceño ligero.
—Parece que he pagado pesadamente por ese beso robado —dijo.
—Sí. Pero también has pagado de antemano por otros.
Jag levantó su ceja con cicatrices.
—Está bien saber eso. ¿Cuándo podría recogerlos?
—En cuanto podamos encontrar un lugar adecuadamente privado.
—Ah. —Él pareció alegrarse—. ¿Sería precipitado sugerir que vayamos inmediatamente?
—En absoluto. —Ella se levantó de la mesa—. Sólo una cosa.
Él se puso en pie y alisó su uniforme negro increíblemente aseado.
—¿Qué?
—Creo que tienes razón acerca de no hacer todo el trabajo por mí misma. Pienso delegar una buena parte en ti.
Jag asintió.
—Muy bien, comandante.
—Espero que esto contribuya a tu desarrollo como oficial.
—Oh. —La siguió fuera de la sala de guardias—. Estoy seguro de que lo hará.

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