viernes, 19 de marzo de 2010

Ylesia (V)

Thrackan Sal-Solo miró a través del ventanal de su oficina el escuálido desastre que era la Ciudad de la Paz —construcciones a medio completar cubiertas con andamiajes, agujeros en el suelo cubiertos de estiércol húmedo, barracones de esclavos hirvientes con vida alienígena— y pensó: Y todo esto es mío para que lo gobierne...
Siempre y cuando, claro está, pudiera evitar ser asesinado por uno de sus fieles súbditos. Que era precisamente el tema de la presente discusión.
Se volvió hacia la mujer de cabello negro que estaba sentada ante su escritorio y que contemplaba la maleta que él había abierto sobre la mesa. La maleta contenía un kilogramo de brillestim.
—Obtendrás uno de estos cada semana —dijo él.
Ella lo miró con ojos depredadores de color azul cobalto y enseñó brevemente sus prominentes dientes blancos.
—¿Y a cuántas personas tengo que matar para ganarlo?
—No tienes que matar a nadie. Lo que tienes que hacer es mantenerme a mí con vida.
—Ah. Un desafío. —Dagga Marl juntó las yemas de los dedos y pareció pensativa. Entonces se encogió de hombros—. Bien. Será un trabajo más interesante que todos los aburridos asesinatos que el Senado ha estado encargándome.
—Si te pido que mates a alguien —dijo Thrackan—, lo pagaré aparte.
—Es bueno saberlo —dijo Dagga mientras cerraba la maleta y la guardaba pulcramente bajo su silla.
Él caminó desde el ventanal a su escritorio, y entonces hizo una mueca ante una punzada de dolor en su costado izquierdo. Se masajeó el área dolorida, sintiendo bajo su dedo pulgar la cicatriz causada por el pequeño y desagradable bastón de Onimi. Thrackan juró que si alguna vez volvía a encontrarse con Onimi, ese pequeño enanomaligno cara-cortada iba a perder mucho más que un riñón.
La primera cosa que había hecho en Ylesia sido sido jurar su cargo como Presidente y Comandante en Jefe de la Brigada de la Paz.
La segunda cosa que había hecho en Ylesia era encontrarse con los jefes de la Brigada de la Paz, una experiencia que lo dejó indeciso entre reir, llorar, o salir huyendo gritando de terror.
La Brigada de la Paz originalmente había debido su obediencia a algo llamado la Alianza de Doce. Tal vez en algún momento habían sido doce, pero ahora eran alrededor de sesenta, y se hacían llamar Senado. Un vistazo horrorizado le había mostrado a Thrackan lo que eran: ladrones, renegados, delincuentes, esclavistas, asesinos, y escoria alienígena. Las personas que habían traicionado su galaxia al terror que eran los yuuzhan vong, y no lo habían hecho precisamente en la convicción de la rectitud de su causa. Ellos hacían que los hutts que habían construido la colonia original parecieran una congregación de santos.
Los hutts estaban muertos: los yuuzhan vong habían hecho un limpio barrido de toda la casta, y luego instaló a la Brigada de la Paz en su lugar sin alterar ninguno de los otros arreglos de los hutts. La piel desollada del jefe hutt todavía estaba expuesta delante del Palacio de la Paz donde se reunía el Senado, por si acaso alguien estaba tentado de echar de menos el antiguo orden.
La mayoría de la población del planeta eran esclavos, y la mayoría de éstos, bastante extrañamente, eran voluntarios; fanáticos religiosos que trabajaban hasta la muerte en las fábricas de brillestim a cambio de una explosión diaria de beatitud dirigida a ellos por los secuaces telepáticos t'landa Til de los hutts. Los t'landa Til todavía eran una parte importante del cuadro, después de haber intercambiado unos amos por otros.
A Thrackan no le gustaba la esclavitud —al menos para los humanos— pero suponía que no había ninguna alternativa bajo esas circunstancias. Los yuuzhan vong no permitirían el uso de droides, de modo que alguien tenía que excavar las zanjas, construir los grandes nuevos edificios en el centro urbano de la Ciudad de la Paz, y procesar el adictivo brillestim que constituía la integridad del producto planetario bruto de Ylesia.
El hijo de Tiion Gama Sal se había criado en una propiedad, como un señor, con un ejército de droides sirvientes. A falta de droides, necesitaba a alguien para que se ocupase de su comodidad.
Tal y como necesitaba a alguien para evitar terminar siendo asesinado por el Senado y sus camaradas. Ellos habían estado conspirando locamente y cometiendo silenciosos actos de violencia entre ellos para luchar por el mando de la operación del brillestim, pero ahora se habían unido contra su nuevo Presidente.
Thrackan decidió que necesitaba encontrar el asesino con más despiadado, cruel, y eficaz entre ellos, y ganar a esa persona para su lado. Y una mirada a Dagga Marl lo había convencido de que ella era exactamente lo que él estaba buscando.
Ella era completamente mercenaria y completamente amoral, algo que Thrackan pensaba que jugaba a su favor. Ella se ganaba la vida como cazarrecompensas y asesina. Había matado a gente para la Brigada de la Paz, y había matado a gente de la Brigada de Paz en nombre de otra gente de la Brigada de la Paz. Parecía absolutamente dispuesta a matar a gente de la Brigada de la Paz en nombre de Thrackan, y eso era todo lo que él había pedido.
La cosa más importante sobre Dagga era que era lo bastante inteligente para saber cuando le estaban pagando bien. Otros podrían ofrecerle una gran suma para matar a Thrackan, pero no iban a ofrecerle un kilo de especia por semana.
La especia era la única cosa en Ylesia que servía como dinero. Los administradores yuuzhan vong a cargo de gestionar su supuesta economía ni siquiera habían visto una necesidad de la existencia de dinero. Su principio económico principal era que aquellos que obedecieran las órdenes e hicieran su trabajo sin preguntas serían premiados con resguardo y comida. No se les había ocurrido que una persona podría querer algo más que una gelatina orgánico para comer, una caverna membranosa en la que vivir, y un hongo anormalmente crecido en el que sentarse. Una persona podría preferir vivir en vestíbulos jaspeados disfrutando un baño con adornos dorados, y tener una nave atmosférica último modelo.
Dagga levantó la mirada hacia él.
—¿Hay algo que le gustaría que yo hiciera ahora mismo?
Thrackan se sentó, acariciando con los dedos la lisa superficie pulida de su escritorio.
—Evalúa la seguridad aquí en mi oficina, y en mi residencia. Si no puedes arreglar cualquier cosa que falle, dímelo y yo lo arreglaré.
Ella le ofreció una especie de saludo militar.
—Muy bien, Jefe.
—Y si puedes recomendar alguna persona de confianza para ayudarte...
Ella inclinó su cabeza mientras pensaba.
—Pensaré sobre ello. La fiabilidad no es una de las virtudes más comúnes de la Brigada de la Paz.
—¿Acaso dije que tuviera que ser de la Brigada de Paz?
Dagga pareció sobresaltada por la vehemencia de las palabras de Thrackan.
—Yo dije de confianza. Traeré a alguien de fuera si es lo bastante bueno. Aunque —admitió—, los prefiero humanos.
Una sonrisa blanca asomó en los rasgos de Dagga.
—Elaboraré una pequeña lista —dijo ella.
Sonó un golpe en la puerta. Dagga hizo un ligero ajuste en su ropa para reforzar sus capacidades homicidas, y Thrackan dijo:
—¿Quién es?
Era su jefe de comunicaciones, un etti llamado Mdimu.
—Perdone, señor —dijo—, pero el grupo de avanzada para las maniobras de la anexión ha entrado en el sistema.
—¿Cuándo está previsto que lleguen? —preguntó Thrackan.
—Aterrizarán en el espaciopuerto en aproximadamente dos horas.
—Muy bien. Envía los quednak al espaciopuerto ahora , y yo iré después en mi deslizador en el momento apropiado.
—Ah... —Mdimu dudó—. ¿Señor? ¿Su Excelencia?
—¿Sí?
—A los yuuzhan vong... no les gusta la maquinaria, señor. Si usted llega al espaciopuerto en un deslizador ellos podrían considerarlo un insulto.
Thrackan suspiró, y entonces explicó despacio y con palabras sencillas para que incluso un alienígena como Mdimu pudiera entenderlo.
—Yo llegaré antes que los Vong y entonces enviaré el deslizador de vuelta a su bahía de atraque. Volveré con los vong en las bestias de carga. Pero yo no montaré en esos estúpidos, pesados y lentos herbívoros flatulentos de seis patas para ir al espaciopuerto cuando no tengo por qué hacerlo. ¿Entendido?
Mdimu dudó, entonces cabeceó.
—Sí, señor.
—Y, por favor, di a los grupos de construcción que mantengan su maquinaria fuera de la vista mientras los vong estén en la ciudad.
—Sí. Por supuesto, Su Excelencia.
Mdimu dejó la sala. Dagga Marl y Thrackan intercambiaron miradas.
—De esto construiré una nación —dijo él.

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