sábado, 20 de marzo de 2010

Ylesia (VI)

El análogo de fragata yuuzhan vong, que parecía un gran trozo de vómito verde pardusco, llegó escoltado por dos escuadrones de coralitas, que parecían piedras bastante poco interesantes. Los guardaespaldas oficiales de Thrackan —en quienes él no habría confiado para guardar sus espaldas aunque fueran los últimos en Ylesia, y qué lo más probablemente estuvieran en nómina de las diversas facciones del Senado en cualquier caso— se pusieron en formación y presentaron sus anfisbastones.
Anfibastones. Una de las exportaciones de los yuuzhan vong más molestas y peligrosas. Thrackan mantuvo una buena distancia con sus guardaespaldas oficiales, porque la experiencia había mostrado que no eran muy duchos en controlar las armas que sus patrocinadores yuuzhan vong tan cortésmente les habían entregado . La semana anterior había perdido a dos guardias, mordidos durante el entrnamiento por las cabezas venenosas de sus propias armas.
Seguido por su auténtica guardaespaldas, Dagga Marl, Thrackan caminó hacia la el análogo de fragata y esperó. Al rato una parte de la corteza se retiró de algún modo, y un objeto como una lengua gigante llena de verrugas descendió para tocar la pista de aterrizaje. Por esa rampa descendió una doble fila de guerreros yuuzhan vong acorazados, armados con anfibastones... que estos guerreros sí parecían saber usar. Una vez formados en el pavimento, les siguió el Comandante Supremo Maal Lah, arquitecto de la captura de Coruscant por los yuuzhan vong.
La apariencia de Maal Lah era presentable, para un Yuuzhan Vong. A diferencia de Nom Anor diferente, con su completamente nuevo implante plaeryin bol —este reemplazo del ojo aun más grande y desagradable que el que había perdido— o Shimrra, que tenía tantas cicatrices y mutilaciones que su cara parecía como si hubiera pasado por una máquina trilladora, los rasgos regulares de Maal Lah todavía eran reconocibles como rasgos. Él había refrenado el impulso de tallarse en honor a sus viciosos dioses, y en su mayor parte se conformaba con tatuajes rojos y azules. Thrackan realmente podía mirarlo sin querer perder su almuerzo. Si permitía que sus ojos se desenfocasen ligeramente, los tatuajes formaban un patrón abstracto que casi era agradable.
Se hizo una nota mental para tratar de dejar sus ojos ligeramente desenfocados durante el resto del día.
—Saludos, Comandante —dijo—. Bienvenido a Ylesia.
Maal Lah afortunadamente había traído a un traductor consigo, un miembro de la casta de los adminsitradores que se había cortado una oreja y la había reemplazado con una brillarnte criatura semitranslúcida con aspecto de babosa en cuya función Thrackan prefirió no pensar.
—Saludos, Presidente Sal-Solo —dijo Maal Lah a través de su traductor—. Vengo a recordarle su sumisión y a llevar a su flota a su obediencia.
—Eh... bien —dijo Thrackan. Bonita forma de diplomacia tienen estos Vong—. Los adminsitradores en Ylesia ya han... cultivado... su damutek. ¿Está interesado en verlo?
—Primero inspeccionaré a su guardia.
Thrackan se quedó lo más lejos porsible de Maal Lah mientras el guerrero inspeccionaba la Guardia Presidencial, esperando que si rociaban a Maal Lah accidentalmente con el veneno, el propio Thrackan podría tener una ventaja para salir corriendo antes de que los guerreros yuuzhan vong empezaran a masacrar a todos los presente. Afortunadamente ninguna fatalidad ocurrió.
—Un pobre grupo de desgraciados inútiles, totalmente sin espíritu ni disciplina —comentó Maal Lah mientras caminaba con Thrackan hacia las bestias de transporte.
—Estoy de acuerdo, Comandante —dijo Thrackan.
—La disciplina y el orden deben ser inculcados en ellos a golpes. Qué no daría yo por verlos en manos del gran Czulkang Lah.
Eso sí que podría ser divertido, pensó Thrackan, aunque sin saber quién o qué podría ser Czulkang Lah. Thrackan siempre disfrutaba de una buena paliza, con tal de que él no fuese el que estuviera en el extremo receptor.
—Despediré a su comandante —dijo. Su comandante era un duros, y por tanto prescindible. Reemplazaría al duros con un humano, con tal de que pudiese encontrar uno que pudiera ser plausiblemente fiel.
—Confío en que la flota de la Brigada de la Paz está lista —dijo Maal Lah.
—El almirante Capo me asegura que están totalmente entrenados y alertas, y ávidos de servir junto a sus valientes aliados, los yuuzhan vong.
Realmente Thrackan no tenía grandes esperanzas en la variopinta fuerza que era la flota de la Brigada de la Paz. De hecho más bien esperaba que Maal Lah quedase tan disgustado como para ejecutar al almirante rodiano Capo, proporcionando de ese modo otra vacante que Thrackan podría ocupar con un humano.
De nuevo, si pudiera encontrar uno en quien confiar. Allí eso siempre parecía ser el problema.
Reflejando que estaba un poco viejo para esa clase de cosas, Thrackan siguió a Maal Lah subiendo por la escaa de cuerda a la resinosa torre verde purpúrea sobre la forma de seis patas de una bestia de carga yuuzhan vong. Las esamas cubiertas de musgo de los quednak apestaban a algo que haría falta arrojar por la cloaca más cercana. A instancias de su jinete administrador, la bestia se puso en pie tambaleándose y comenzó a caminar a paso lento hacia la Ciudad de la Paz. Thrackan esperó que el movimiento no lo hiciera enfermar.
Un par de análogos de barredoras —voladores de cabina abierta con una tripulación de dos e impulsados por dovin basales— se alzaron para ocupar su posición a ambos lados de la bestia de carga. Maal Lah no estaba confiando su vida completamente en los guardias que abanzaban a pie.
Thrackan lanzó una mirada a la doble fila de guerreros yuuzhan vong que trotaba a lo largo de en la estela del gran lagarto. Para cuando cubriesen la distancia de veintidós kilómetros hasta la Ciudad de la Paz, quizás incluso los legendarios yuuzhan vong estarían cansados de caminar.
—Ahora que tenemos a más de su gente en el planeta —aventuró Thrackan—, me pregunto si podríamos mantener mejor sus necesidades espirituales.
La respuesta de Maal Lah fue seca.
—¿Cómo haría usted eso, Excelencia?
—No hay ningún templo a sus dioses aquí. Quizás nosotros podríamos proporcionar uno para su gente.
—Ése es un pensamiento generoso, Excelencia. Por supuesto, somos nosotros quienes tendríamos que porporcionar el diseño de la estructura, y, claro está, el sacerdote.
—Nosotros podríamos donar los terrenos, por lo menos.
—En efecto. —Maal Lah lo consideró por un instante—. Como muchos de mi clan, yo he sido siempre un devoto de Yun-Yammka, el Asesino. Sería un acto de devoción fomentar su culto en un nuevo mundo. Por supuesto, el culto requiere sacrificio...
—Hay esclavos de sobra para ese propósito —dijo Thrackan, tan sinceramente como pudo lograr.
Maal Lah arqueó su cabeza.
—Muy bien. Mientras esté dispuesto a donar uno de vez en cuando.”
Thrackan agitó la mano restando importancia al asunto.
—Cualquier cosa que podamos hacer por nuestros hermanos. —Al menos podría asegurarse de que ninguna de las víctimas fuera humano—. Yo ya tengo un pedazo de tierra en mente —agregó.
Ciertamente lo tenía. La tierra en cuestión era adyacente al Altar de Promesas dónde el t'landa Til administraba a los esclavos su dosis diaria de euforia telepática. Se decía que los t'landa Til tenían poderes sobre todas las especies humanoides, y Thrackan se inclinaba a preguntarse si eso incluía a los yuuzhan vong.
La vista de los yuuzhan vong girando sobre sí mismos en una beatitud extática sería ciertamente una agradable. La vista sería aun más agradable si pudiera convertir a los poderosos guerreros en adictos a su explosión diaria de comunión cósmica, como lo eran los esclavos.
Parecía merecer la pena sacrificar a unos pocos alienígenas para tener un regimiento entero de yuuzhan vong adictos dispuestos a hacer cualquier cosa que Thrackan les sugiriera a cambio de un rayo extático diario de su dios.
Thrackan rió para sí mismo entre dientes. Y Shimrra pensaba que él era un experto en el arte de cobrarse venganza.
Tan agradable encontraba Thrackan esa visión que casi se perdió la siguiente frase de Maal Lah.
—Usted y el Senado deberían prepararse para un visitante especial en los próximos días.
A Thrackan le tomó unos segundos comprender las implicaciones de eso. Todas sus fantasías agradables desaparecieron como el vapor ante el viento.
—¿Shimrra va a venir aquí? —jadeó.
Maal Lah le gruñó.
—El Sumo Señor —le corrigió salvajemente—, permanecerá en su nueva capital hasta que los dioses le digan lo contrario. No, es otro quien pronto le hará una visita oficial. Con este usted firmará un tratado de paz, ayuda mutua, y no agresión. —Una sonrisa se abrió camino en el rostro del guerrero—. Prepárese para recibir al Jefe de Estado de la Nueva República.

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