lunes, 3 de octubre de 2011

La Tribu Perdida de los Sith #7: Panteón (y IV)

Capítulo Cuatro
-...cuando aterrizamos, éramos pocos. Nuestra supervivencia no estaba garantizada. La Tribu, en lo que nos hemos convertido, era el mecanismo necesario. Una vez que supimos que Kesh no suponía un peligro para nosotros, la única amenaza provenía de nosotros mismos...
El capitán de nave espacial estaba sentado en su sillón de mando, enfrentándose a la muerte... y, sin él saberlo, a varios de sus descendientes lejanos, separados por el tiempo. La imagen de Yaru Korsin parpadeó en el aire, creando misteriosas sombras en el atrio oscuro. No era ni el robusto Korsin de las pinturas posteriores, ni la deidad de ojos saltones de la escultura keshiri quien aparecía; era simplemente un hombre. Un rey guerrero del pasado, agarrándose el pecho y pronunciando sus últimas palabras.
-...y así como te he entrenado en secreto, Nida, hay otros secretos que has de mantener por siempre. El verdadero poder reside tras el trono. En caso de que ocurra un desastre... recuérdalo...
Tópicos transmitidos de un gobernante a su hija, ambos muertos desde hacía mucho. Hilts había estudiado las palabras durante tantos años, que para él ya habían perdido toda su magia. Cierto, aquella primera vez, hace tiempo, que vio a Yaru Korsin cobrar vida, había excitado su imaginación. Pero esta vez era diferente. De pie tras el dispositivo y su proyección, se encontró mirando no a la figura antigua, sino a través de ella, a la audiencia congregada. El atrio había sido limpiado de cadáveres y de guerreros vivos esa misma tarde; ahora, al caer la noche, sólo quedaban los líderes de las facciones, incluyendo una docena más que habían entrado desde fuera. Hilts examinó las caras una a una. Algunos tenían la misma mirada de asombro que una vez había tenido él; la humildad era un concepto nuevo para la mayoría de los Sith. Otros no parecían afectados en absoluto.
Hilts se centró de nuevo en Korsin. Cuando grabó eso, se estaba muriendo; desangrándose en el asiento que una vez había sido el sillón de capitán del Presagio, grabó apresuradamente un mensaje para su hija, quien estaba muy ocupada acabando con los rebeldes en otra parte de la montaña. Entre toses, el Korsin espectral hablaba de la jerarquía de la Tribu, y de cómo la estructura debía ser construida para evitar alzamientos como el que finalmente lo había matado. Acababa de pronunciar el fragmento acerca de matar a los cónyuges de los Grandes Señores fallecidos y de desterrar a Seelah; Hilts todavía podía sentir la rabia procedente de Iliana.
-...eso debería mantener a la Tribu a largo plazo, pero querrás comenzar a ascender a tu propia gente al rango de Señor. Tengo algunas sugerencias, dependiendo de quién sobreviva...
-Esta es la parte aburrida –espetó Iliana. Hilts se miró los pies. Ella estaba en lo cierto. Pese a la gran consideración en la que se tenía a ese documento, él sabía que incluía una gran cantidad de detalles logísticos. Varios de los líderes prestaban total atención, absortos, escuchando a Korsin hablar de sus antepasados intelectuales adoptados, pero para los demás resultaba tedioso.
Mirando a los miembros más inquietos, Hilts se preguntó cuál debía ser su próximo movimiento. Ahora estaba solo; Jaye había sido expulsado junto con sus compañeros de trabajo antes de que comenzase la lectura. Eso era bueno para ellos, de momento. Pero la Paz del Panteón concluiría cuando lo hiciera la grabación... y no parecía que esas palabras condujeran a ninguna clase de solución. ¿Cómo podría seguir con vida, y mucho menos proteger a su personal y su posición, si esto no solucionaba nada? Al infierno el futuro de la Tribu, pensaba Hilts. ¿Qué hay del mío?
Después de varios minutos, el discurso Korsin se ralentizó. La herida mortal estaba pasando factura, y las palabras se volvieron más personales. Hilts alzó la vista de nuevo, fascinado nuevamente por la momentánea conexión con un hombre de dos mil años de antigüedad.
-...Nida, hija mía, eres más que lo único bueno que vino de Seelah. Eres el futuro de los Sith en este planeta. No fue... elección nuestra vivir aquí. Pero es... nuestra decisión no morir aquí. Esa decisión... deberás realizarla tú...
Korsin se desplomó en su silla. La imagen se congeló.
-¿Esto es todo? –dijo Iliana.
Hilts la miró, sin sorprenderse de que ella hubiera ganado la carrera para hablar primero.
-Es todo.
Caminó hacia el dispositivo de grabación.
-Es suficiente –dijo con reverencia Korsin Bentado-. Acabáis de escuchar a un gran líder decirlo. Sólo puede existir una estructura de poder; la que él inventó. La que mi gente representará. No hay otro acuerdo.
-Estás equivocado –dijo otra voz. Hilts vio que pertenecía al líder de Destino Dorado, un grupo obsesionado con los aspectos estelares del origen de la Tribu-. Yo he escuchado a un gran conquistador describir un pueblo poderoso. Ni siquiera pretendíamos llegar aquí... y aún así sometimos este mundo al instante. ¡Cada ser humano de la galaxia es digno de tener su propio reino planetario! ¡Tenemos que dejar de luchar, volver a abrir el templo, y volver a las estrellas!
Hilts sacudió la cabeza al ver que las peleas comenzaban de nuevo. No había sables de luz, todavía; los líderes estaban demasiado ocupados contándose unos a otros lo que acababan de escuchar. Pero sólo era cuestión de tiempo. Jugueteó distraídamente con el dispositivo de grabación. Esta vez había conseguido con más facilidad que se iniciase, pero por alguna razón no se desactivaba correctamente.
Hubo un estallido de estática... y luego algo más. Imágenes fugaces, entrelazadas con la escena del Gran Señor fallecido.
-Hay algo aquí –dijo Hilts, ajustando el dispositivo-. Por debajo.
Un palimpsesto. Había escuchado a artistas keshiri hablar de ese concepto. En ocasiones, una segunda obra era pintada sobre una versión anterior, usando el mismo lienzo. El concepto no tenía sentido en la escultura... ¿y acaso no era la imagen proyectada una escultura viviente? Pero aún así, había algo allí. ¡Tal vez cuando Korsin usó el dispositivo para grabar su mensaje, ya había otro en su interior!
Volvió a trastear con los pocos controles que comprendía...
...y un monstruo apareció.
-¡Aquí vuestro señor, Naga Sadow, hablando con el capitán Yaru Korsin!
Los líderes se volvieron al instante, olvidando sus discusiones al oír la voz ronca. Pertenecía a algo no del todo humano, vestido con la túnica de un gobernante Sith. El rostro de Sadow tenía una tonalidad rojiza, y terminaba en dos tentáculos puntiagudos que se retorcían cuando hablaba. Las venas se marcaban en su cráneo calvo como cadenas montañosas.
Y mientras hablaba, gesticulaba con manos -¡qué manos!- terminadas en garras propias de un uvak
Neera de Fuerza 57 habló la primera.
-¿Qué... qué es esa cosa?
-Junto a Saes y el Heraldo, se te ordena conducir al equipo minero perteneciente a tu hermano, Devore, a Phaegon. Obtendrás cristales Lignan para mi causa y volverás a Kirrek.
Hilts tuvo que frotarse los ojos. El lenguaje era el suyo, si bien con un fuerte acento. ¿Pero qué era quien lo hablaba? Aparte de los keshiri, no había constancia de la existencia de ninguna otra especie inteligente en el universo.
Y ciertamente ninguna que diera órdenes a los seres humanos.
-Para esta misión, envío contigo a alguien con quien ya has trabajado, Ravilan Wroth, y sus guerreros massassi.
La imagen cambió... y si el rostro de Naga Sadow había sorprendido a los espectadores, la aparición del llamado Ravilan y su escolta hizo que todos se quedasen boquiabiertos. De piel completamente carmesí, Ravilan parecía aún menos humano que de Sadow, con protuberantes zarcillos en las cejas que hacían juego con tentáculos faciales aún más largos. Y monstruosidades del color de la sangre que se movían pesadamente detrás de Ravilan eran grotescas más allá de toda descripción.
La imagen parpadeó, y reapareció Naga Sadow.
-He mandado buscar a tu hermano, Devore, para informarle de que tú estarás al mando. Pero recuerda que todos vosotros estáis sujetos a mi ley y mi capricho. Es posible que dispongáis de más libertad de acción de la que otros Sith permiten a sus esclavos... pero a lo máximo que tu clase puede aspirar es a ser competente a mi servicio. Y eso es lo que pido de vosotros. Vuestro trabajo será crear mi gloria. Comenzad vuestros preparativos. Tened éxito en mi nombre. Falladme... y moriréis.
La imagen se desvaneció, dejando el atrio casi a oscuras. La luz de las estrellas se filtraba por las ventanas rotas.
Finalmente, Iliana habló.
-¿Qué era eso?
-Un mensaje –dijo Hilts, pasando con cautela los dedos por el dispositivo-. Un mensaje anterior. Creo que Korsin grabó encima del mismo... y que no se suponía que nosotros debiéramos verlo. -El aparato se había estado comportando caprichosamente en las últimas activaciones. Tal vez finalmente había dejado de hacer lo Korsin tenía previsto. Exhaló y miró a las claraboyas-. Creo que era, tal como dijo, Naga Sadow.
La multitud estalló, incrédula, y la más fuerte de las voces fue la de Korsin Bentado.
-Naga Sadow es sólo un nombre de los cuentos populares... el “aliado celestial de Korsin”. Esa... esa cosa actuaba como si el Presagio le perteneciera. ¡Y también su tripulación!
-No eran conquistadores –dijo mordazmente Iliana-. Eran destripaterrones. ¡Y el gran Yaru Korsin sólo era el chico de los recados!
Los grotescos parias de Fuerza 57 parecían los más horrorizados de todos, después de haber visto el verdadero rostro de Ravilan y sus marginados.
-Eso... eso no es un Sith –dijo Neera, casi en un susurro-. Eso es una locura.
Hilts se había quedado sin habla. Todos los pequeños misterios de su historia y todas las secciones censuradas de los textos cobraron sentido de repente, si a esto se le podía llamar sentido. Yaru Korsin y todo el panteón de fundadores habían sido esclavos... ¿de esa cosa?
-No es de extrañar que Seelah Korsin quisiera que todos nosotros fuéramos especímenes puros -dijo Iliana, de pie ante los demás-. Estaba santificando la raza.
Korsin Bentado daba vueltas por la sala con grandes zancadas.
-No, no puede ser. No puede ser. -Miró a Hilts-. ¡Tú! ¡Cuidador! Las Hermanas llegaron ante ti con antelación. ¿Has manipulado esa cosa?
-Yo no sabría por dónde empezar –dijo Hilts. Levantó el proyector del suelo y lo colocó de nuevo en su pedestal.
-Entonces... ¿qué significa esto?
-Significa que no somos sólo la Tribu –dijo Hilts-. Somos una Tribu Perdida. -Casi escupió el adjetivo. No había nada de qué enorgullecerse-. Estamos perdidos. No vinimos por nuestra cuenta; fuimos enviados, aunque no aquí. Pero una vez que nos estrellamos, Korsin se quedó... porque no quería volver y enfrentarse a eso.
Los murmullos se hicieron más fuertes. ¿Quién podría culpar a Korsin? Pero eso los convertía en algo realmente terrible.
Esclavos fugitivos.
Como en un relámpago, Iliana encendió su sable de luz y se lanzó hacia delante. Hilts retrocedió, dando un traspié, seguro de que iba a venir por él. En vez de eso, el arma chocó contra el dispositivo de grabación, partiéndolo en dos junto con el pedestal sobre el que se asentaba.
Hilts fue apresuradamente hacia las chisporroteantes mitades del artilugio.
-¿Por qué has hecho eso?
-No podemos permitir que nadie lo sepa –dijo Iliana a los demás, con voz grave-. Nunca quisieron que lo supiéramos. Seelah debió haber prohibido cualquier registro de lo que era realmente la gente de Ravilan. Es por eso que Korsin grabó encima del mensaje. Tenemos que mantener este secreto.
Hilts la miró.
-No veo cómo...
-¡No podemos dejar que los keshiri lleguen a saberlo! –dijo Korsin Bentado, el gigante estoico que ahora igualaba a Jaye en nerviosismo-. Si descubren que sus Protectores podían ser gobernados por criaturas como esa...
-No lo harán –siseó Neera-. Los mataré a todos antes.
-Eso no será necesario –dijo Iliana, aplastando los fragmentos del dispositivo de grabación con su bota-. El mensaje ya no existe.
Hilts miró los restos. Efectivamente, ya no existía.


Todo había ido predeciblemente mal. Veinte Sith no podían compartir un secreto, ni siquiera por su propia protección. Alguien había revelado la historia. Tal vez uno de los asistentes, angustiado y lleno de bebida, había revelado todo sobre los orígenes de la Tribu Perdida. Ciertamente, muchos de los camaradas de los líderes estarían ansiosos de tener noticias acerca de lo que había ocurrido durante la lectura. Y allí, acampados fuera, había humanos de todo Kesh, celebrando el Festival de la Ascensión de Nida. Humanos con uvak, listo para salir volando y transmitir las terribles noticias.
No eran especiales.
El resultado se vio con rapidez. Las ciudades de Kesh se habían ido desmoronando. Ahora ardían. Todas ellas, según las escasas noticias que llegaban desde el resto del continente. Hoy era el Día de Testamento según los calendarios habituales. Habían sido necesarios tan sólo ocho días para que la cancerosa verdad llegase a todos los lugares donde vivían humanos.
No eran nada.
Hilts echó un vistazo a las calles nocturnas desde la choza de brotes de hejarbo de Jaye. La humilde morada había sobrevivido a la primera tormenta de fuego, pero los incendiarios estaban otra vez en movimiento, y la choza no sobreviviría mucho más tiempo. Por todas partes, los keshiri observaban desde escondites, temiendo por sus vidas y al mismo tiempo fascinados por las convulsiones que se apoderaban de sus amos. La ira fluía con libertad mientras toda una raza trataba de suicidarse.
No merecían ser nada.
-Este es el final de los tiempos, Maestro Hilts –dijo Jaye, acurrucado junto a él en la puerta. El aterrorizado keshiri alzó la mirada a la nube de uvak enloquecidos, girando alrededor de las llamas.
Hilts simplemente asintió con la cabeza. Le había contado a su ayudante el contenido de la grabación. En realidad, ya no importaba. La población humana de Kesh ya se había reducido a unos cuantos miles por todas las luchas internas. ¿Cuántos podrían quedar? No había visto a ninguno de los líderes de las facciones desde que estallaron los disturbios... ni siquiera a Iliana, que parecía confiada en que el peligro había pasado. Qué equivocada estaba. Pero ahora todo estaba a punto de acabar.
Y, sin embargo...
...Korsin había dicho otra cosa. “El verdadero poder reside tras el trono”, había dicho. Fue una extraña declaración. Hilts había oído hablar de una expresión keshiri donde eso se refería a las contribuciones de un cónyuge. Pero el esposo de Seelah no podía referirse a eso. Había conocido a Iliana, su descendiente espiritual. Hilts no habría confiado en que ella no saquease su cadáver. Ningún Sith confiaba en un amante... y aún menos en uno como Seelah.
Hilts estaba de pie en el umbral.
-¡Cuidador, los amotinados van a verle!
El humano de pelo gris no prestó atención, buscando, en cambio, hacia el palacio con la mirada. Lo habían evacuado cuando la multitud se puso amenazante. Pero no era lo que allí había lo que ocupaba su mente ahora. Era lo que nunca hubo allí.
Un trono.
Con su capa ondeando tras él, Hilts salió apresuradamente a la calle. Alarmado, Jaye le siguió, teniendo cuidado de no pisar –ni mirar- a ninguno de los cadáveres de sus vecinos.
-¿Cuidador, qué ocurre?
-Es el trono, Jaye. ¡El trono!
El keshiri conocía el término. Los ancianos entre los Neshtovar solían construirlos para sí mismos.
-Pero Korsin no tenía trono.
-No en el palacio, hijo mío. ¡Mira! –Agarrando a su ayudante por los hombros, hizo que el keshiri mirara al oeste... hacia los picos cubiertos de nubes de las Montañas Takara. Rejuvenecido de pronto, Hilts recitó las frases que había memorizado hacía décadas-. “Hay otros secretos que has de mantener por siempre. El verdadero poder reside tras el trono. En caso de que ocurra un desastre... ¡recuérdalo!" -Entrecerrando los ojos por el humo, miró al lugar prohibido-. El trono de Korsin era su asiento en el Presagio... ¡y se encuentra allá arriba!
-Yo... no entiendo –balbuceó Jaye.
-No se suponía que debiéramos ver el mensaje de Sadow... pero ese no es el legado de Yaru Korsin. Hay algo más... algo que él mencionó en el Testamento. ¡Algo que podría salvar a la Tribu de sí misma!
Hilts respiró profundamente, más emocionado de lo que había estado en años. Durante toda su vida, había pensado que conocía toda la historia que había ocurrido, todo lo que Korsin tenía que decir. ¿Realmente podría haber dejado... una posdata?
-Sólo podemos hacer una cosa –dijo Hilts, ciñéndose su capa y caminando con confianza en medio del caos-. Vamos a desprecintar el templo. ¡Vamos a subir a bordo del Presagio!

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