lunes, 17 de diciembre de 2012

La última salida (I)

La Última Salida1
Patricia A. Jackson

Un planeta de interminables extremos, Najiba vivía en un estado de perpetua primavera, delimitando las estaciones por perturbaciones eléctricas y lluvias torrenciales. Ross se quedó observando la tormenta que estaba formándose, intrigado por las erráticas venas de un relámpago que se arqueaba sobre los oscuros cielos nocturnos. Protegido bajo su carguero ligero YT-1300, el Kierra, el corelliano analizó la turbulenta atmósfera sobre la plataforma de aterrizaje, siguiendo con la mirada varias formas amorfas que se cernían sobre la espesa nubosidad.
Recortadas con precisión militar, las suaves puntas de su pelo rubio relucían con la lluvia mientras gotas en miniatura se acumulaban en los mechones más largos sobre sus orejas. Bostezando, el contrabandista se apoyó en uno de los puntales de soporte. Sus soñolientos ojos azules miraban desde las sombras, observando a varios nativos que estaban acurrucados protegiéndose de la tormenta bajo el alero del Malecón de Reuther.
¿194?
Presionando el comunicador contra su mejilla, Ross respondió.
194.
Una voz femenina respondió seductora.
¿Cuál es el problema, Ross? Hemos estado aquí durante más de una hora.
¿Estás aburrida, cariño?bromeó, sonriendo bravuconamente en la penumbra.
¿Quieres una respuesta sincera o simplemente mi opinión? Vamos, piloto le exhortó—, empecemos a movernos.
Que no se te enreden los circuitos. Rozó su mano cariñosamente sobre la torreta inferior, preguntándose en qué sección de los sistemas de a bordo se escondía ella. Cariñosamente bautizada con el nombre de su nave, la perspicaz inteligencia droide tenía una tendencia a centrarse en los sensores ópticos, poseída por una inusual curiosidad femenina.
Ol’val2, Ross saludó una voz desde las cercanías.
A pesar de estar familiarizado con el dialecto del corelliano antiguo, Ross se puso tenso, e instintivamente sacó el seguro de su bláster. Sosteniendo la pistola pesada contra su pistolera, fijó la vista sobre las sombras más cercanas y se centró en la encorvada silueta.
¿Reuther?
El envejecido camarero najib caminó en la lluvia, aquejumbrado por la avalancha de frías gotas. Resguardándose bajo el Kierra, se enderezó, mirando fijamente a la cara del joven corelliano.
Vivaces, con el encanto del viejo mundo, sus ojos perspicaces y perceptivos contemplaron a Ross de pies a cabeza. Encontrándose con los maliciosos ojos del contrabandista, una sonrisa de orgullo se dibujó en sus labios.
Ya veo por qué entraste en los carteles de busca y captura de Mos Eisley la semana pasada. Los imperiales están ofreciendo 5.000 créditos por tu cabeza.
¿Tan poco?
En efecto dijo el viejo echándose a reír. No es suficiente para un pilluelo con tus credenciales. Las mangas recogidas de Reuther ondeaban sobre sus frágiles brazos y hombros, chocando contra una túnica nativa de gran tamaño. Humedecido por la lluvia,  tenía su escaso cabello gris completamente pegado contra su pecoso cuero cabelludo. Es bueno verte, muchacho susurró Reuther.
Descorchó una botella tallada, sirvió una generosa porción en una copa de cristal y se la entregó al contrabandista.
¿Whisky corelliano? preguntó Ross, olfateando el amargo aroma. ¿Qué estamos celebrando?
Envejecer graznó Reuther, mirando nerviosamente por encima de su hombro—, y tener fuerzas para enfrentarse al mañana.
Desconfiando, Ross siguió la ansiosa mirada del camarero.
¿Una noche tranquila, Reuther? preguntó, moviendo cautelosamente una mano hacia su bláster.
Con tristeza, el anciano movió la cabeza.
Esto se vuelve un lugar desolado cuando los Hijos de Najiba vuelven a casa.
Familiarizado con los Hijos de Najiba, Ross escaneó los cielos nocturnos, conociendo bien el peculiar cinturón de asteroides que se había quedado misteriosamente en órbita alrededor del pequeño planeta. Tan siniestro como las rocas moviéndose por encima de sus cabezas, Ross percibió el sombrío tono de la voz de Reuther.
Tu mensaje decía que era urgente.
Amortiguado por los calientes cuerpos que se agolpaban en la angosta puerta, un grito ahogado estalló de repente en el bar. El descorazonado grito fluctuaba, una cacofonía de sollozos, que sobresalía por encima de la violencia de la tormenta.
Sólo observa, hijo, advirtió Reuther. Te he traído aquí por una razón.
La multitud se disgregó, dispersándose fuera de la estructura techada. Un hombre najib, con el tosco uniforme beige de administrador de control de puerto, salió tambaleándose del bar, colapsándose en la calle. Acunado en sus brazos, llevaba el delgado cuerpo inmóvil de una mujer twi'lek. Su pálida piel azul brillaba con la lluvia, impecable y suave a pesar de la crueldad de las sombras. Con el delicado equilibrio de una bailarina, sus elegantes brazos se balanceaban sobre su cabeza, exagerando el suave arco de su cuello y hombros. Escasamente vestida con una túnica descolorida, su frágil figura se convulsionaba en los brazos del administrador.
Ese es Lathaam comenzó a decir Reuther—, nuestro oficial de puerto, y esa dijo dudando—, esa era su mujer, Arruna.
Ross, encogido por la tensión de sus hombros y pecho, masajeó los tensos nervios de su cuello.
¿Qué ha ocurrido?
Adalric Brandl, eso ha ocurrido respondió de manera uniforme. Pasó por aquí hace cerca de 10 horas, exigiendo una nave con un piloto que pudiera tanto disparar como volar. Con un suspiro, añadió—: Bueno, ya sabes las reglas, Ross. Cuando los Hijos de Najiba están en casa, no hay tráfico para salir o entrar del planeta. Lathaam, siendo el bocazas que es, cometió el error de informar a Brandl de ese hecho. El ansioso najib se frotó la estrecha arruga entre sus ojos. A Lathaam siempre le han faltado habilidades de diplomacia.
¿Así que Brandl mató a la chica?
No estoy diciendo lo que hizo. Desde la seguridad de las sombras, Reuther observaba la espeluznante escena. Dudando, apartó la vista y levantó las manos con exasperación. La verdad es, Ross, que Brandl nunca la tocó. Nunca le puso una mano encima resopló—, y aun así, esta allí tirada, muerta. Y no hay nadie en el planeta, ni siquiera tú, que pueda decirme que Brandl no lo hizo.
Has estado viviendo con los nativos demasiado tiempo.
Sé lo que estás pensando, muchacho se mofó Reuther. Recuerda, yo también fui una vez un cazarrecompensas. Brandl nunca sacó un bláster. Ni siquiera tiene uno. El camarero se aclaró la garganta ruidosamente, escupiendo contra el viento. Los de su clase no necesitan blásters para matar. Estremeciéndose visiblemente, murmuró Es un 10-96 si alguna vez vi uno.
¿Un 10-96? susurró Ross.
Si no sabes lo que es, es mejor que lo averigües resopló Reuther. Tu vida podría depender de ello.
Ignorando el cinismo paternalista, Ross cruzó sus brazos sobre el pecho.
¿Dónde encajo yo en todo esto?
Brandl necesita un piloto con experiencia. Le dije que conocía a una docena o más de pilotos suicidas que atravesarían los asteroides sólo para ganar 1000 créditos fáciles... y entonces le hablé de ti.
—Vamos, Reuther —resopló Ross musicalmente—. ¿Llega un hombre y hace que todo un pueblo salga corriendo asustado? ¿Qué ha pasado con vuestra milicia?
¿Es así como la llamas? se mofó Reuther. Mirando a las espaldas de la curiosa muchedumbre, escupió: ¡Campesinos! ¡Todos ellos! Ansiosos de sacar tajada de cualquier extranjero, pero con miedo de pisar sus propias colas. ¡Míralos! Se quedó mirando la pequeña asamblea reunida en torno al cuerpo. Es fácil mirar la miseria de otro hombre y no hacer nada.
Murmurando entre ellos, la muchedumbre se retiró repentinamente a la calle cuando una sombra se movió desde la parte posterior del bar. Eclipsando la tenue luz que irradiaba desde el mamparo, el forastero vaciló en la entrada.
Ese debe ser él susurró Reuther. Te pagaré 2.000 créditos más de lo que te ofrezca él. ¡Sólo sácalo del planeta! Dando un paso atrás en la lluvia, vaciló. Siento un mal presentimiento sobre esto, Ross. Ten cuidado.
Cautivado por los particulares acontecimientos que rodeaban a ese forastero, Ross observó con cautela la reacción de los lugareños cuando Brandl pasó junto a ellos, atrayendo las sombras a su paso. Impresionado por la inusual belleza del rostro del desconocido, al contrabandista le resultó difícil creer que un hombre así fuese capaz de tal violencia. Elegante, de apariencia casi caballeresca, la nariz y barbilla de Brandl estaban cinceladas con nobleza escultórica, pulidas por una tranquila arrogancia que despertó las sospechas del contrabandista. Difuminadas líneas de expresión enmarcaban una estrecha boca y delgados labios.
Gruesas y oscuras ondulaciones de cabello brillaban con la lluvia, intercaladas con hileras blancas, que recorrían desde sus sienes hasta la nuca. Como presagiando las sombras de la cara de Brandl, la túnica que caía de sus hombros parecía absorber la oscuridad de estos, ocultando de la vista sus manos y cualquier arma que pudiera tener.
¿Capitán Thaddeus Ross?
Estremeciéndose con la mención de su nombre, Ross se abrió el guardapolvos, revelando su bláster y su mano en posición de ataque.
¿Adalric Brandl? respondió secamente.
Cordialmente, una gentil sonrisa se dibujó en los pálidos labios de Brandl, dibujando un ángulo agudo sobre sus prominentes pómulos.
Seré breve, Capitán. Necesito transporte para el sistema Trulalis.
¿Trulalis? Podría usted coger el saltador local por la mitad de lo que normalmente cobro. Los transportes privados no son baratos.
La integridad no tiene precio, Capitán Ross. El dueño del bar me aseguró que usted era un hombre íntegro. Encogiendo sus hombros, Brandl sondeó los calculadores ojos del contrabandista. Le ofrezco 5.000 créditos por el transporte a Trulalis, donde me acompañará al Asentamiento de Kovit.
No saldré del puerto por menos de 6.000 contestó Ross, entrecerrando los ojos Si quiere compañía, le costará extra: 1.500 créditos.
De acuerdo, susurró Brandl. Elegantemente, con sus largos dedos sacó un chit de crédito sellado. Tres mil ahora y el resto en la finalización de mis asuntos.
Mirando la ficha sellada, Ross exclamó efusivamente:
Por aquí. El contrabandista extendió su brazo hacia la rampa de descenso del carguero. Kierra, prepárate para elevar la nave.
¡Ya iba siendo hora! susurró la nave. Creí que mis puntales de acoplamiento iban a echar raíces aquí.
Ross echó una última mirada al bar, despidiéndose de Reuther y los otros que observaban desde el santuario de las sombras. Metiendo con confianza el chit de crédito en su bolsillo, esbozó una tranquilizadora sonrisa y subió corriendo por la rampa. Inicializando el cierre de la escotilla, avanzó por el familiar pasillo hacia el compartimiento de vuelo. El corelliano sonrió con picardía, cuando escuchó la vindicativa voz de Kierra al advertir al peculiar pasajero.
¿Quién demonios eres? preguntó ella. No importa dónde esté yo. Estoy donde debo estar, pero tú...
Kierra susurró Ross, te presento a nuestro nuevo cliente.
Hirviendo por tener que aguantar la arrogancia inicial de Brandl, Kierra bramó con vehemencia:
¡Halle metes chun, petchuk3!
¡Koccic sulng4! le regañó Ross, sorprendido por su mordaz insulto en Corelliano Antiguo.
Apaciblemente, Brandl le agradeció la grosera declaración y la desafió a su vez.
Ohna fulle guth5.
Antes que la inteligencia droide pudiera responder a la invitación, Ross se quedó mirando a una de sus lentes ópticas.
¡Ya es suficiente! dijo reprimiéndola. Abre el acoplamiento de energía y carga el impulsor principal le ordenó. ¡Ahora, Kierra!
Una descarga de estática siseó por el comunicador interno, similar a un irritante crujir de dientes.
Afirmativo, jefe contestó ella.
Cruzando los brazos sobre su pecho, Ross se apoyó contra la pared interior del casco, escuchando la ignición de los motores de iones. Enfocándose en los insidiosos ojos de Brandl, susurró:
No hay demasiadas personas que recuerden el dialecto del Corelliano Antiguo.
En el transcurso de mi carrera, he tenido que hablar muchos idiomas. Con cautela, Brandl añadió. Yo era.... soy... un actor.
No acostumbro a transportar pasajeros, confesó Ross. Pasando a través de la baja mampara, activó las luces del pasillo interior. Es usted bienvenido a usar mi cuarto.
La mirada de Brandl barrió la longitud de la modesta cabina de pasajeros. Reacio a entrar, se detuvo en el marco de la entrada.
¿Cuánto tardaremos en llegar a Trulalis?
¿Una hora? Ross se encogió de hombros con aire dubitativo. Le avisaré cuando lleguemos.
Gracias, Capitán, su hospitalidad es apreciada.
Sí, apuesto que lo es. murmuró el corelliano en voz baja. En cuanto la escotilla se selló automáticamente detrás de él, volvió sobre sus pasos hacia el compartimiento de vuelo. Kierra, fija el sistema de astrogación para Trulalis.
Fijando.
Sentándose en la silla de aceleración, Ross rápidamente miró por encima la consola de vuelo.
Está bien, cariño, abre el programa de piloto automático de emergencia que instalamos esta mañana.
Hoy no, Ross, se quejó Kierra. Tengo dolor de cabeza. Observando su reacción desde varias lentes ópticas, ella calmó su furia y lloriqueó. Te olvidaste de cortar los servomecanismos de restricción, piloto. Así que no me culpes por el fallo. Una silenciosa risita sonó a través del comunicador interno. Por cierto, ¿de dónde has sacado al espectro? Me da escalofríos, Thadd.
¡Te he dicho que no me llames así! reclamó Ross. Fulminando con la mirada un sensor óptico, pateó fuertemente el acelerador, haciendo que el carguero temblase.
Tranquilo, tranquilo, musitó Kierra. Afligida por su mal humor, agregó—. Odio cuando actúas así. Tus modales...
¡No importan mis modales! Conteniendo su temperamento, tiró de una serie de interruptores de vuelo. El carguero se estremeció ligeramente, resistiéndose a la gravedad del planeta mientras ascendía desde el muelle exterior. Más vale que pienses en preocuparte de tus modales le regañó. Comprobando la lectura de datos sobre la última actividad de asteroides, el corelliano gruñó: Brandl pagará 8.000 créditos por este viaje, que es casi la mitad de una carga de especias. Podrías al menos tratar de seguirle la corriente.
Lo que tú digas, jefe.
Y ya que tengo tu atención, ejecuta una comprobación de código por un 10-96.
Eso es fácil. Está fichado por los protocolos de seguridad Imperial como una persona mentalmente desequilibrada.
No, tiene que haber algo más que eso pensó. Tiene que haber algo más. Investiga en los archivos muertos todos los códigos 10 con esa designación.
Eso podría tomar algún tiempo.
¡Bien! espetó. Quiero cada descripción de un 10-96, todos los datos, desde las bases de datos imperiales hasta los archivos de la Antigua República.
Tenazmente, Kierra respondió:
Afirmativo jefe.
Acompañada de un zumbido grave, la señal del hiperimpulsor parpadeó, recalculando el salto al hiperespacio. Comprobando los sistemas de a bordo, Ross observaba la hiperactividad en los programas de la biblioteca, donde Kierra investigaba el peculiar código 10.
En espera, ajustando hiperimpulsor anunció por el intercomunicador a toda la nave. Asegurándose contra la silla de aceleración, Ross activó el motivador, impulsándose a sí mismo, a su pasajero y a su nave hacia la explosión multicolor del hiperespacio.

***

En la plataforma inferior de la nave, Ross se sentó en la silla giratoria del artillero, balanceándose de un lado a otro, rozando distraídamente los dedos sobre los controles de disparo de la torreta. Cerró los ojos y masajeó un espasmo muscular de su hombro, haciendo una mueca cuando el apretado tendón se relajó. Ajeno a la espectacular exhibición de luces y de colores que se presentaba más allá de su estrecho punto de visión, se relajó contra el fresco respaldo de cuero, dejándose llevar por la serenidad del sueño.
Sabes susurró Kierra, pones una cara lindísima cuando estás durmiendo.
No estaba dormido mintió, reprimiendo un bostezo.
¡Bueno, ponte en pie, piloto! Tengo algunos datos interesantes para ti.
Ross se sentó, frotándose la circulación de su nuca.
Vamos a escucharlo.
Bueno, parece que tu misterioso 10-96 se remonta mucho antes de que el término del Código-10 existiese. Ahora, de acuerdo a la descripción, y debo admitir que estoy perpleja, el 10-96 provenía de una palabra del Corelliano Antiguo, ke'dem.
Mirando hacia el vórtice del hiperespacio, Ross pronunció mentalmente la palabra.
Continúa.
¿Que continúe? resopló Kierra. ¡Eso es todo! Desde antes del Imperio, un 10-96 ha tenido dos definiciones, una persona desequilibrada y un ke'dem. Vacilante, le susurró—: Ahora, sin inflar demasiado tu ego... ¿qué es un ke'dem?
Es una variación del Corelliano Antiguo que significa condenado o caído.
Bueno, eso explicaría la terminología moderna.
susurró, eso también podría explicar lo que pasó allá abajo en el planeta. El contrabandista acunó sus manos juntas sobre su nuca y cuello. Kierra, cariño, Adalric Brandl es un Caballero Jedi.
¿Un Jedi? Eso explicaría muchas cosas. Momentáneamente, su sensor óptico se apagó. Atento. Hiperimpulsor a punto de desacoplarse. Tres... dos... uno.
Apoyado en la barra antipánico del artillero, Ross sintió la vibración de la transición de la unidad de iones, configurada para encenderse una vez que la transición se hubiera completado.
Enciende las bobinas de accionamiento, Kierra.
¿No vas a venir al puente? preguntó.
Voy hacia allí respondió, pero primero tengo que recoger a nuestro inusual invitado.
Cubierto por una capa protectora de nubes, el planeta Trulalis estaba adornado ricamente con un espectacular paisaje de verdor. Un mosaico de pastizales, extensos bosques y amplios océanos se presentaban como una invitación al paraíso para el cansado viajero espacial. Entrecruzado y separado a intervalos irregulares por páramos salvajes, Trulalis ofrecía innumerables campos llanos para el atraque de pequeños transportes. Ross hizo una nota mental para marcar este planeta como un potencial punto de control en sus carreras de contrabando. Una breve exploración de sensor señaló el campo de aterrizaje más cercano y apropiado. Compensando los sutiles cambios sobre la superficie del suelo, aterrizó cerca de una pequeña aldea.
En la superficie, Ross se colgó al hombro su bolso de viaje e introdujo un pack de energía adicional a su funda. Desde lo alto de la rampa, titubeó en el pasillo, vislumbrando a Brandl por el rabillo del ojo. El excéntrico Jedi le esperaba a un lado del camino, ensombrecido por el imponente visaje de los negros árboles. Una estatua aparentemente invencible, el extraño hombre estaba de pie con solemne convicción, mirando fijamente la silueta borrosa del sol de la tarde.
Kierra, todavía no estoy seguro de lo que Brandl se trae entre manos. Mantén tus ojos abiertos.
Mantén tu comunicador abierto respondió ella. Ya sabes cómo me preocupo.
Esa es mi chica le sonrío el corelliano.
Tanteando la blanda tierra bajo sus botas, Ross se acercó a la familiar silueta de su pasajero. Por primera vez desde que salió de Najiba, notó que las dos manos de Brandl eran visibles, una de ellas desordenadamente envuelta en un vendaje negro. A través de las brechas del improvisado vendaje, vio el rosa tierno de la carne viva y un fluido amarillo filtrándose en la tela gruesa.
Antes de que Ross pudiera interrogarlo, Brandl se volvió y echó a andar por el sendero.
¿Qué es lo que el najib le contó sobre mí?
Me dijo que usted mató a una chica Twi'lek espetó Ross. Después de un momento de silencio, dijo: ¿Lo hizo?
La respuesta del Jedi fue brusca y directa.
Sí. Brandl vaciló cuando el corelliano bufó con reprobación. Por favor, Capitán, su desprecio es una pequeña recompensa para un peregrino arrepentido.
¿Llama penitencia a un asesinato? espetó Ross.
Cuando se ha convertido en el menor de tus crímenes el Jedi hizo una dramática pausa—, sí.
La apatía de Brandl hacia la muerte de la mujer era estremecedora, enviando escalofríos por todo el cuerpo del corelliano.
¿Cómo? Nunca llegó a tocarla. Ross agarró la manga de Brandl y tiró de ella. ¡Cómo lo hizo!
La asfixié.
¿Se asfixió? ¿En una habitación abierta?
Un sofisticado talento se burló Brandl, no apto para los que se asustan fácilmente.
¡Parece orgulloso de sí mismo, Jedi! lanzó Ross con desprecio. ¿Matar a una mujer inocente le hace sentir bien?
¡El mal nace de la debilidad y la debilidad de la ambición, por ese gran orden cada hombre ambicioso está condenado! Deliberadamente, el Jedi le cuestionó—: Dígame, capitán, usted también es un hombre ambicioso. ¿Quién de nosotros es realmente inocente?
¿Debería aplaudir ahora? se burló Ross.
¡Si así lo desea!
Antes de entregarle sus galardones, dígame algo. ¿Eso era una frase de un guión o simplemente algo que se ha inventado para aliviar su conciencia?
Fastidiado con la indignación del contrabandista, Brandl se volvió hacia él.
Si es castigo lo que desea para mí, capitán Ross, entonces le sugiero que se mantenga cerca. Frunciendo el ceño furiosamente, le miró fijamente por encima de su larga nariz. Aún podría tener su satisfacción.
Provocado por el siniestro tono en la voz de Brandl, Ross sacó su bláster. Al parecer, el Jedi le oyó, y se dio la vuelta para enfrentarse al bláster. Ross disparó una ráfaga de tres tiros al Jedi. Perfeccionado por varias temporadas como cazarrecompensas, centró los disparos para que dieran en medio de los anchos hombros de Brandl. Antes de que la mortal energía pudiera dar en el blanco, Brandl agarró hábilmente un objeto cilíndrico de su cinturón. Fugazmente, un estrecho rayo de un blanco brillante se encendió desde la base, fintando y rechazando con precisos movimientos de las muñecas del Jedi. Desviados por el sable de luz, los rayos láser se perdieron inofensivamente en el campo.
Horrorizado, Ross sólo podía ver como la ráfaga se disipaba en el olvido. De repente, sintió el aplastante pellizco de dedos invisibles apretando su garganta, restringiendo sus vías respiratorias y pulmones. Ahogándose, el contrabandista se dejó caer de rodillas mientras el sereno paisaje de Trulalis se difuminaba delante de él. Poco a poco, la sensación se desvaneció, dejando al corelliano jadeando para recuperar el aliento.
Hay una regla del teatro que se aplica a la vida real, capitán Ross declaró Brandl. Sólo los héroes mueren. A los villanos y cobardes se les deja vivos para que sufran. Dando la espalda al jadeante piloto, gruñó—: Ahora sigamos.
Ross sacudió la bruma de su visión.
¿Es eso otra frase de guión? dijo, arrastrando las palabras por el aturdimiento.
Brandl se estremeció, visiblemente agotado mientras desconectaba el sable de luz con el requerido esfuerzo.
No es sólo una frase, capitán, sino una astuta advertencia para el peregrino poco humilde. Asegurando el sable de luz a su cinturón, el Jedi escaneó momentáneamente los claros cielos. El asentamiento está a menos de un kilómetro de distancia. Será mejor que nos movamos. Pronto estará oscuro.
Acariciándose las magulladuras, Ross aseguró amargamente su mochila contra su hombro y guardó el bláster en su funda.
Avanzando rápidamente para sobrepasar a Brandl, siseó:
No logro imaginarme por qué podría usted temer a la oscuridad.
Anidado6 en el dominante abrazo de una cordillera montañosa, Kovit estaba bien protegido de las duras condiciones climáticas de la meseta norte y las llanuras azotadas por el viento de la región costera. Mirando desde lo alto de la colina hacia la modesta comunidad de agricultores, Ross pudo distinguir vagamente movimiento en las calles polvorientas. Tirados por pequeños banthas, los carros crujían a través de las amplias avenidas. Decenas de personas caminaban por las calles, deteniéndose a charlar con un vecino o a regatear por las mercancías de un comerciante callejero local. Desde un callejón lateral, tres niños gruñían y sudaban detrás de un maltrecho deslizador terrestre, tratando de hacer que los motores del vehículo se encendieran brevemente. Cerca de allí, por encima del esporádico sonido ensordecedor de los vehículos repulsores, la risa traicionaba a un trío de niños jugando con un obsoleto droide astromecánico.
Brandl vaciló en la cresta de la colina, mirando hacia abajo al asentamiento, como si reconsiderara sus opciones.
Mustios, los hombros de los Jedi mostraban una reticencia a continuar.
-¿De dónde es usted, capitán Ross?
Sorprendido por la abrupta pregunta, Ross tartamudeó.
-Originario de CoreIlia.
-¿Le resulta difícil volver allí?
-Los regresos siempre son difíciles. -El corelliano se encogió de hombros, frunciendo dubitativamente los labios-. Por lo menos para algunos de nosotros.
Sin más respuesta, Brandl continuó por el camino, desacelerando deliberadamente su ritmo. Vacilando, cruzó las puertas del asentamiento, como si esperara que algún campo de fuerza invisible le bloquease el paso.
Caminando con nostalgia entre las ordenadas filas de cabañas rurales, el Jedi admiró el dominio de la arquitectura nativa, como esculpido de la madera autóctona. Jardines de hierba y hermosos bancales de flores adornaban los patios privados, cada uno tiernamente cuidado y mantenido con meticuloso cuidado. Cuando se acercaron al óvalo seco y polvoriento del asentamiento común, Brandl se cubrió los ojos, protegiéndolos del sol que desaparecía, mientras miraba hacia los ricos terrenos agrícolas del asentamiento, que se extendía mucho más allá de los límites de la comunidad hasta la base de las propias montañas.
Desde casi el centro de Kovit, un fantasma macabro de la arquitectura se alzaba por encima de los tejados rústicos. Contrafuertes volados soportaban la estructura principal del teatro, desplegándose de la base como alas de piedra.
Equipado con piedra caliza blanca como la piedra, el obelisco era inequívocamente recto, y parecía alargarse en el cielo que se oscurecía. Establecido intencionadamente en el corazón de la colonia, el teatro capturaba los rayos menguantes del sol, robando momentáneamente la gloria de la pintoresca localidad. Había un sombrío sentido de pertenencia que atraía a Brandl hacia la estructura, ignorando las sorprendidas miradas de los habitantes del asentamiento.
Al pasar por las afueras de la comunidad, Ross observó nerviosamente un improvisado hangar y el sobrio morro de un Z-95 que sobresalía de las estrechas puertas del hangar.
El caza estelar parecía estar operativo, aunque encajonado en su diminuto refugio, y con ganas de una escaramuza. Distraídos por la presencia de extraños, varios hombres se reunieron poco más allá de las sombras del pequeño establo, observando atentamente.
Acariciando con el pulgar el seguro de su bláster, Ross susurró con cautela:
-¿Son admiradores suyos?
-Vecinos, conocidos, viejos amigos. -Brandl se detuvo abruptamente en la calle, como si despertara de una ilusión-. Pero eso fue en otra vida.
-¿Cómo encajan ahora en esta vida? -gruñó el contrabandista.
-Desconocidos.
Serpenteando a través de la bruma de los fragantes jardines que rodeaban el patio del teatro, una mujer y un muchacho avanzaban por los caminos de piedra granulada. El eco de sus voces resonó con sus risas cuando compartieron una broma privada. Brandl observó atentamente mientras caminaban a través de la niebla y salían a las calles polvorientas.
Intensas espirales de color castaño caían en cascada desde la cabeza de la mujer, coronando su rostro ovalado. Su piel inusualmente pálida estaba enrojecida por el brillo que se desvanecía, revelando una aversión a la luz solar excesiva. Alto pero desgarbado, el chico no tenía más de 11 ó 12 años. Hombros anchos enmarcaban la parte superior de su torso, aparentemente demasiado pesado para su forma esbelta. Coordinadas y rítmicas, sus largas piernas mostraban nada menos que la promesa de un crecimiento fuerte y constante.
Sorprendida por la oscura aparición de Brandl, la mujer vaciló y se quedó inmóvil en la calle, mirando a los poco amistosos ojos del Jedi. La sonrisa que asomaba a sus labios fue rápidamente olvidada. Intrigado por su peculiar comportamiento, el niño pasó su mirada desde la cara inmóvil de ella hacia Brandl. Reconociendo solamente a un extraño, el chico se inclinó sobre el brazo de su madre y le susurró algo al oído.
Obviamente turbada, apretó al niño contra su regazo y se apresuró a continuar su viaje por la plaza. Brandl suspiró con remordimiento, entonces, sin más explicaciones, reanudó su caminata hacia el viejo teatro. Más allá de la arcaica puerta, una década o más de flores silvestres se habían apoderado de las cavidades interiores del patio del teatro, obstaculizando el otrora recto camino hasta las gigantescas puertas. Residiendo ante la oscura antecámara, estatuas de bronce y orfebrería esculpida se alineaban en el pasillo interior.
Adalric Brandl se movía con gracia entre esas sombras familiares, acechando intuitivamente los oscuros corredores y los amplios pasillos más allá. El cascarón vacío de sus recuerdos trazó los contornos y siluetas de cada tapiz moldeado, una vitrina expositora de espadas y escudos oxidados, y finalmente el gran salón, donde las audiencias del pasado habían acudido a presenciar las producciones teatrales.
Haciendo caso omiso del corelliano detrás de él, Brandl aceleró sus pasos, entrando en el inmenso auditorio. Ensordecedora, la familiar resonancia de los aplausos y vítores tronaba y resonaba en el interior de sus oídos, pero esta ilusión duró poco. No había audiencia para aplaudir, ni actores que saludasen, ni decorados, ni atrezzo como lo recordaba. La bostezante boca del escenario estaba vergonzosamente desnuda.
-¿Quién está ahí? -susurró una voz desde la oscuridad. Brandl vaciló, apoyándose en la puerta elaboradamente tallada.
Una figura delgada y frágil emergió de la oscuridad del pasillo interior.
-Acércate -le ordenó suavemente.
Desde las sombras a lo largo de la pared del fondo, Ross exploró el teatro buscando otros signos de movimiento. Tanteando el seguro de su bláster, esperó tranquilamente en las húmedas alas de la cámara mientras Brandl avanzaba en la sala hacia la forma oscura.
-Adalric Brandl, ¿eres tú? –dijo agradablemente el anciano, con voz ronca.
-Maestro Otias -susurró Brandl, arrodillándose a los pies de su mentor-. Me avergüenza que te molestes en recordarme.
Otias encendió una varilla de luz, proyectando un haz de luz cálida en su rostro escamoso. Estaba vestido con una descolorida túnica gris, manchada de aceite de lámpara y sudor. Las venas y los músculos de sus brazos estaban pronunciados y definidos, tallados por una vida de trabajo y marchitos por la edad. Sus nublados ojos grises eran casi imperceptibles contra una salpicadura de manchas oscuras y pecas.
-¿Desde cuándo existe la vergüenza entre un actor y su director de escena? -Pasándose una mano temblorosa por su menguante melena plateada, Otias susurró-: Han pasado 12 largos años, Adalric. ¿Qué te trae de nuevo a este escenario?
-Maestro O... -Brandl quedó en silencio, cortando su frase a la mitad.
-Vamos, vamos muchacho... no hay nada más obvio que un actor con necesidad de confesar.
De repente, Brandl se encogió debajo de la barra de luz.
-¡Yo... yo vivo mi vida... en un torbellino!
Digno, Otias sonrió con orgullo, reconociendo la famosa frase.
-Las palabras finales del cuarto acto de El viejo Soveryn. ¿En qué medida has llegado a rivalizar con su vida? -Resignado, el anciano director suspiró, evidenciando toda una vida de agotamiento en su dificultad para respirar-. A los actores se les concede licencia para vivir mil vidas, Adalric; pero tú, tú elegiste vivir mil mentiras. Si has venido a mí buscando ayuda, entonces habla desde tu corazón, no desde el vacío de un personaje trágico que nunca ha nacido.
Con saliva asomando por las comisuras de su boca, Brandl rugió:
-¡No puedo!
-Cada personaje trágico está manchado por un defecto, poseído por la necesidad de salvar al mundo o a sí mismo de un crimen imperdonable. Nadie puede erigirse ante la humanidad y juzgarla, no sin ser él mismo juzgado a su vez. -Otias suavemente desenvolvió el improvisado vendaje envuelto alrededor de la mano izquierda de Brandl, haciendo una mueca por la gravedad de la quemadura. La mordedura cauterizada de un sable de luz era innegable-. Cuando perseguimos sombras, estamos destinados a encontrar la oscuridad. -Mirando fijamente a la cara de Brandl, Otias susurró-: Y como tú bien sabes, el lado oscuro siempre ha tenido su precio.
-¿Qué me ha ocurrido? -imploró Brandl.
-Te quedaste mirando la médula colectiva de todos los seres y la juzgaste, sin antes mirar en tu propio corazón. Frustrado, fuiste siguiendo tu trágico defecto sin demasiado éxito. ¡Cuando el Emperador llamó a tu puerta, no pudiste resistirlo! -susurró Otias-. Nadie conoce la oscuridad mejor que un Caballero Jedi, y nadie era más adecuado para desempeñar ese papel que tú.
-¡He matado a una mujer! –jadeó Brandl-. ¡La asfixié! Podía sentir su corazón en mi mano... ¡en mi mente! Y apreté y apreté...
-Has matado a muchos –acusó Otias-. El Emperador no tiene sangre en sus manos, pero mantiene un ejército de otros que sí la tienen.
-Otias, por favor, ayúdame a encontrar el camino.
-El camino de la Fuerza aporta equilibrio a la anarquía de la vida; pero tú, Adalric -negó con la cabeza con reprobación-, tú no querías equilibrio. Tu orgullo era demasiado grande, y a pesar de mis advertencias, fuiste en busca del crimen inexpiable, lo que inevitablemente separa al héroe de las masas indigentes. Y lo encontraste, ¿no?
Jadeando, Brandl dijo con voz ronca:
-¡Sí! Estaba dentro de mí, dentro de mi corazón negro todo el tiempo.
-Está dentro de todos nosotros -susurró Otias- si nos atrevemos a ver. -Exhausto, suspiró amargamente, pasando de nuevo una mano por su escaso pelo-. No puedo redimirte del mal que has traído sobre ti mismo, un mal que has ejercido en nombre del Emperador durante tanto tiempo. Me he pasado la última década observando, esperando tu regreso, ensayando lo que te diría. -Tristemente,  susurró-: Lo que pides, no puedo dártelo. No puede haber redención para tus crímenes. Los muertos no pueden perdonar.
Apagando la lámpara, Otias dio la espalda al turbado Jedi y se alejó hacia el escenario.
Brandl dio la espalda lentamente a la silueta familiar, aguijoneado por la realidad de las palabras de Otias. Presionando el vendaje húmedo contra su palma herida, salió al patio exterior, entrando en las alas oscuras de la parte trasera del teatro. Sin hacer comentarios, volvió sobre sus pasos a través de los amplios corredores, más allá de los arcaicos expositores, hasta el patio más allá de las puertas. Armándose de valor frente a las imágenes violentas que se disparaban a través de su mente, el Jedi se rindió a la última luz del sol menguante de Trulalis, imaginando que los rayos impotentes tenían el poder de quemar su carne.
Enojado, buscó a tientas debajo de su túnica, extrayendo un objeto cilíndrico de gran tamaño. Ross se estremeció momentáneamente, traumatizado por su encuentro con el sable de luz del Jedi. Con recobrada confianza, se dio cuenta de que ese objeto era mucho más grande y estaba cubierto con pequeñas palancas de control y pantallas de datos. Como si retorciera el cuello de un enemigo invisible, Brandl hizo girar el objeto para volver a colocarlo dentro de su túnica. Ligeramente, oyó los pasos del contrabandista detrás de él, moviéndose con medida discreción, como para no molestar sus turbados pensamientos.
-Prefiero el desprecio, capitán -susurró, sus ojos destellando con violencia-. Su compasión me da asco.
Extendiendo su larga zancada, salió del patio del teatro, imperturbable por el polvo grueso a sus pies.


1 Las primeras escenas de este relato fueron traducidas por el compañero Pepinillo. Yo me limité a hacer algunas correcciones ortográficas, gramaticales y/o de estilo, pero principalmente la traducción es suya. (N. del T.)
2 Ol’val: Hola o adiós en Corelliano Antiguo. (N. de Pepinillo)
3 Halle metes chun, petchuk: Un insulto en Corelliano Antiguo, traducción desconocida. (N. de Pepinillo)
4 Koccic sulng: Compórtate (reprimenda) en Corelliano Antiguo (N. de Pepinillo)
5 Ohna fulle guth: Un  desafío o insulto (N. de Pepinillo)
6 A partir de este momento termina la parte traducida por Pepinillo y comienza la traducida íntegramente por mí. Para que quede más diferenciado, a partir de este momento cambio la maquetación del texto, sin sangrías de primera línea ni guiones largos (N. del T.)

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