Manifiesto de Expansión de Reidi Artom
Morrie Mullins
El rostro de Reidi Artom es
conocido para cualquier ciudadano de Cularin; la enorme estatua en su honor que
se yergue en el centro de Gadrin dificulta que haya alguien que no pueda
visualizar sus rasgos. Pero al margen de sus muy publicitados paseos por la
galaxia y su inclinación por bautizar sistemas con su nombre (al menos tres
sistemas estelares distintos tuvieron que ser renombrados después de que Reidi
los “descubriera” y los registrara con variaciones de su propio nombre, en
lugar de usar el estándar galáctico de basar el nombre en la estrella o planeta
central), se sabe relativamente poco acerca de esta industriosa mujer.
Recientemente, los tarasin del
irstat Vriisan se han presentado con un juego de coordenadas que afirman
haberse pasado de generación en generación. Aunque ahora no es el momento de
exploraciones frívolas en las selvas de Cularin (y dichas coordenadas apuntaban
a las profundidades de las selvas), finalmente se reunió un equipo. Lo que
encontraron fue extraordinario.
Cuando abandonó Cularin, Reidi
Artom dejó con el irstat Vriisan con un registro de lo que había hecho aquí, y
por qué. La Madre de los Vriisan, Kasslan, habló al equipo acerca de lo que
sabía.
-Una Madre anterior a Niroida,
la Madre cuyo lugar he intentado llenar estos últimos treinta años, contaba
historias de la Artom. No eran historias que ella contara, así como no son
historias que cuento yo. Una Madre cuyo nombre se ha perdido las contó primero.
La Artom contó a nuestro pueblo que donde quiera que fuera, dejaba registros...
pero los dejaba en manos de aquellos que ya estaban presentes. Dijo varias
cosas, y cada Madre de nuestro linaje recibió el encargo de recordar con precisión
algunas de esas palabras. Estas serán las que compartiré ahora con vosotros.
”Es justo que la vida deba
expandirse para llenar los espacios disponibles para completarse, y así
encuentre una forma adecuada de equilibrio. Recordad siempre esto: Que toda la
vida es sagrada, que todo esfuerzo merece recompensa, y que siempre que llegues
a un lugar que es nuevo para ti, habrá habido alguien que estuvo allí antes.
Respeta a aquellos que llegaron antes. Confíales tu vida y tus esperanzas,
porque al aceptar tu llegada ellos están confiando en ti las suyas.
La Madre de los Vriisan condujo
entonces a los exploradores hasta una cueva, custodiada por los Vriisan desde
que Reidi Artom abandonó Cularin hace doscientos años. De esa cueva, surgieron
los siguientes escritos –en extraños pergaminos-, ofreciéndonos los verdaderos
pensamientos de Reidi Artom sobre la expansión en la galaxia.
Hay una parte de mí que espera
que mis palabras nunca sean leídas. Cualquiera de aquellos a los que he
encargado su custodia sabe muy bien que no las he creado para ser leídas salvo
en la más dura de las situaciones. (No me gusta el sonido de mi propia voz, y a
menudo mis palabras se quedan cortas para lo que quiero decir. Siento la
necesidad de explicar las cosas con excesivo detalle, y tras sólo un breve
tiempo se vuelve cada vez más cansino.)
Hay una versión corta y otra larga
de este mensaje. Os daré a conocer la larga antes de ofreceros la corta. Tal
vez escucharlo de dos formas (asumo que leeréis ambas) ayude a que cale el mensaje.
En la galaxia, hay vida más allá
de lo que podemos imaginar. He viajado de un extremo a otro, caminado por
planetas donde el solo nunca se pone, y he permanecido en órbita para observar
cómo huracanes de hielo asolaban montañas. He visto estrellas binarias. He visto
sistemas de formación tan reciente que los vapores que rodeaban las estrellas
aún tenían que condensarse en los cuerpos que con el tiempo podrían llegar a
convertirse en planetas. He visto sistemas donde todo lo que quedaba era un
cuerpo del tamaño de una luna con la densidad de una estrella y sus planetas
juntos, donde la energía que irradiaba el cuerpo amenazaba con saturar mis
sensores. Pero lo que más he visto ha sido vida, en un millar de millares de
formas. Con dos patas, o cuatro, u ocho, o cien, voladora o terrestre, que
trina, que habla, que gruñe o aúlla... He visto vida. Parte de ella me asusta.
Toda ella es hermosa.
Mucha de la vida que he visto
permanece relativamente intacta, sin tocar por el resto de la galaxia. Ha
desarrollado su propio camino, en su propio tiempo. Me mira con ojos temerosos.
Yo llego del cielo. Algunas de las civilizaciones que he encontrado nunca han
descubierto los secretos del vuelo, y mucho menos el hiperespacio. He sido
tratada como un ser digno de adoración, y se me ha dado caza de forma salvaje.
En todo momento, he tratado de comprender (lo mejor que una mente limitada como
la mía puede hacerlo) y de comunicarme. Después de todo, era mi
responsabilidad. Si yo podía encontrarles, otros también podrían. Si yo les
encontré, otros lo harán.
Vi, cuando era joven, que la
galaxia no pararía de expandirse. Mientras haya espacio por rellenar, las
especies que pueden viajar por las estrellas intentarán llenarlo. Mientras haya
espacio que pueda ser reclamado, las especies sin escrúpulos tratarán de
apoderarse de él.
Lo que deber recordarse,
siempre, es que no puede justificarse ninguna reclamación de expansión
territorial mientras las especies indígenas no reconozcan los derechos de otros
a expandirse en su territorio. Al menos las criaturas racionales deberían ser
advertidas de que sus vidas pueden ser alteradas, de que las cosas pueden
cambiar de modos que no pueden predecir ni comprender (y si se hicieran las
cosas a mi manera, pediríamos permiso antes de hacer tal cosa; es bastante
obvio que las cosas no se hacen a mi manera). Puede que no haya modo de
advertir a las especies no racionales, pero al menos debería estudiarse el
probable impacto de la colonización en las especies que no pueden hablar por sí
mismas.
Lo que me lleva al motivo de
este documento, al que podéis considerar como mi manifiesto de expansión.
(Admito que mi arrogancia me hace pensar que el trabajo que he hecho explorando
la galaxia y expandiendo lo que se conoce de ella puede llegar algún día a ser
de importancia para alguien; si me equivoco, es un delirio al que me aferraré
mientras pueda como un gundark a un nerf recién cazado.) Espero que quienquiera
que lea este documento tenga al menos cierto aprecio por lo que se ha hecho. Si
estás leyendo esto, un sistema al que he advertido de los peligros de la
colonización puede estar en peligro de ser asolado por la despreocupada y
derrochadora apropiación indebida de recursos o por una lucha para controlar el
sistema entre grupos que ni siquiera proceden de él. Si alguna (o ambas) de
estas cosas es cierta, te pido que pienses en lo siguiente, y que lo pienses
bien.
No hay causas ni efectos salvo
los que nosotros creamos. Mediante acción o mediante inacción, moldeamos
nuestras propias experiencias así como las de los demás con los que
interactuamos. Por tanto, nos incumbe a nosotros reflexionar sinceramente en
las consecuencias probables de nuestras acciones, y permanecer abiertos a la
posibilidad de que, por muy buenas intenciones que podamos tener, es muy
posible que estemos equivocados. Ninguno de nosotros ha trascendido a un estatus
de infalibilidad. También es posible –y con frecuencia probable- que cometamos
errores.
He mencionado dos posibilidades
que pueden haber desencadenado la entrega de este material a tus manos. (Si, en
realidad, eres un xenoarqueólogo en un futuro lejano que simplemente se ha topado
con esta información, espero que la encuentres de utilidad. No eres ahora, ni
lo has sido nunca, la audiencia que busco. Dicho eso, espero que del estudio de
estos documentos deduzcas que, en los tiempos en los que yo viví, al menos
algunos de nosotros pensábamos en alguna existencia más allá del breve periodo
de años que ocuparíamos, y poseíamos la consciencia de algo más allá de
nosotros mismos... si se me permite la arrogancia de creer que pienso más allá
de mí misma, y luego vanagloriarme de esa misma habilidad.) La primera
posibilidad es la apropiación indebida, descuidada o derrochadora, de recursos.
Esto puede ocurrir de varias
formas, por supuesto. No debería ser necesario decir que una de las razones por
las que muchos sistemas permanecieron esperando a que yo los “descubriera”,
después de tantas generaciones de exploración espacial, era una falta de
recursos que interesaran al resto de la galaxia. Nuestras especies (hablo en el
amplio sentido de las especies viajeras del espacio) son generalmente criaturas
de hábitos pasajeros. Quiero decir que sabemos lo que nos gusta, y vamos
buscando lo que nos gusta, pero también tendemos a caer ante cualquier fenómeno
novedoso que se nos presenta como “el próximo gran éxito”.
Los hábitos favorecen la
colonización. Habitualmente viajamos entre estrellas. Así, cualquier sistema
recientemente colonizado que ofrece recursos relevantes para viajar entre las
estrellas será colonizado y sus bienes naturales serán adueñados lo más
rápidamente posible. Habitualmente guerreamos unos con otros. Por tanto,
cualquier sistema que proporcione los suministros que necesitamos para guerrear
más eficientemente se convierte en objetivo de saqueo. Podría enumerar docenas
de hábitos que tenemos, desde los dolorosos (guerra) hasta los mundanos
(algunas especies prefieren comidas dulces). No lo haré, permitiéndote que
pienses por ti mismo en tales hábitos.
Las modas pasajeras tienen una
vida más breve. Descubrimos algo que es interesante o placentero, y nos
dedicamos a ello, con cierta intensidad, durante un periodo de tiempo
relativamente corto. Cuando se desvanece el entusiasmo, abandonamos nuevamente
esa moda. Poco ha cambiado en nuestras vidas.
Una moda no favorece la colonización.
Las modas que requieren colonización no se convierten en modas, porque
requieren demasiado trabajo. Las modas funcionan mejor cuando se basan en cosas
en las que, habitualmente, ya tenemos acceso, pero que en realidad nunca se
habían contemplado de un modo determinado. El sistema en el que nos encontramos,
por ejemplo, ofrece hermosas maderas.
¿Quién usa maderas? Ahora mismo,
nadie. Hace unas décadas, las maderas de varios territorios del Borde Exterior
se volvieron muy populares entre la intelectualidad de Coruscant para su uso en
muebles. Fue una moda decorativa que duró cinco años, más o menos. Luego
desapareció. Pero los lugares de los que procedían los materiales –varios territorios-
ya habían sido colonizados antes, y permanecieron colonizados después de que se
pasara la moda. Allí existían otros recursos.
Cuando esa moda comenzó, nadie
se apresuró a venir a este sistema. No compensaba el tiempo o los créditos
necesarios para hacerlo. La moda no soportaría la existencia continuada aquí, y
hasta que se encuentre algo que mantenga asentados a los individuos, la
población se centrará principalmente en las escasas pequeñas tribus que
salpican las junglas del planeta principal.
No es improbable, en cualquier
sistema, que en sus primeros años algunos de sus recursos sean brutalmente agotados.
Debemos recordar que el sistema no está ahí para nuestro beneficio, del mismo
modo que nosotros no estamos ahí para el suyo. No debemos pensar en términos de
“¿Qué podemos obtener de aquí?”, sino “¿Cómo podemos vivir aquí?” Todas las
cosas están interconectadas. Si agotamos el lugar donde vivimos, aunque eso
sólo ocurra durante un breve periodo de tiempo, también nos agotamos a nosotros
mismos. Que estemos separados del espacio que habitamos –que podamos actuar
sobre él sin sentir las consecuencias- es una falacia egocéntrica. No sólo
somos nosotros mismos. También somos, en parte, todas las cosas que nos rodean.
La segunda posibilidad (nótese
que éstas no son mutuamente excluyentes) es que el sistema se encuentre en
peligro porque múltiples grupos han llegado aquí y ahora compitan por controlar
algo a lo que ninguno (¿nadie?) de ellos tiene derecho intrínsecamente. Es algo
curioso: Los seres racionales tomamos un sector del espacio que no “pertenece”
a nadie (o, si está cerca de pertenecer a alguien, se trata de alguien que
estaba aquí desde hace eones, antes de que pensáramos siquiera en venir aquí) y
discutimos ruidosamente acerca de quién lo controla.
A menudo llamamos a esto “guerra”.
Supongo que no necesito hacer
proselitismo de las maldades de la guerra. La gente muere, los supervivientes
viven con rabia y odio y una docena de otras emociones dañinas y, si la galaxia
cambia, lo hace a peor. Nadie gana.
Lo que necesita recordarse es
que el derecho a “reclamar” un lugar determinado no va en función del poderío
militar. Si tal derecho existe (y yo no sé si existe), entonces seguramente
tiene poco que ver con quién tiene más armas, y mucho más que ver con quien ama
al propio lugar. Siempre existen aquellos que quieren un determinado lugar, que
creen que deberían controlarlo. Pero también existen, en muchos casos, aquellos
que están conectados al lugar. Son parte de él. Ya no pueden abandonar el
lugar, así como tú o yo no podemos seguir funcionando si nos quitan nuestro
cerebro. La especie y el lugar son inseparables. Esas especies, muy a menudo,
se convierten en espectadores de las guerras.
Salvo que no hay espectadores en
las guerras. Sólo hay combatientes y víctimas.
Piensa con cuidado tu camino. No
afirmo ser la más sabia de las personas, pero he visto muchas cosas. Belleza y
lamentos, alegría y dolor. La expansión es buena, y debería continuarse. Pero
no debería hacerse a expensas de lo que ha venido antes.
Te dejo con la versión corta de
este compendio bastante extendido de sabiduría popular. Es justo que la vida
deba expandirse para llenar los espacios disponibles para completarse, y así
encuentre una forma adecuada de equilibrio. Recuerda siempre que toda la vida
es sagrada, que todo esfuerzo merece recompensa, y que siempre que llegues a un
lugar que es nuevo para ti, habrá habido alguien que estuvo allí antes. Respeta
a aquellos que llegaron antes. Confíales tu vida y tus esperanzas, porque al
aceptar tu llegada ellos están confiando en ti las suyas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario