domingo, 29 de enero de 2012

La Antigua República: La Tercera Lección (y VII)

El Jedi, con el rostro contraído de dolor, miró fijamente a Malgus. Uno de los cuernos de su cabeza se había agrietado por el calor de los rayos de la Fuerza. Los ojos del Jedi fueron a la espada de luz desactivada que Malgus sostenía en su puño cerrado, y ladeó la cabeza.
Malgus leyó la pregunta en sus ojos. ¿Misericordia de un Sith? Malgus sonrió. Dio un paso adelante, activó su espada, y apuñaló al Jedi atravesándole el pecho.
-Duerme -dijo.
Los ojos del Jedi mantuvieron la pregunta durante los breves instantes que se demoraron en quedar en blanco. Malgus se irguió, desactivó su espada, respiró profundamente, y se alejó. La pregunta en los ojos del Jedi era una que él mismo se había hecho en innumerables ocasiones, la que su padre había tratado de ayudarle a responder tantos años antes. La respuesta nunca le había satisfecho plenamente, pero suponía que esa era precisamente la idea.
A veces, sólo había una jaula vacía.

La Antigua República: La Tercera Lección (VI)

Tras observar al mimnil devorar al viirsun, su padre lo había llevado a una nueva jaula que debía ser una adición reciente al zoológico, porque Veradun nunca antes la había visto. Una lona la cubría, ocultando su contenido.
-¿Qué hay ahí? -preguntó Veradun.
Su padre parecía sombrío.
-La tercera lección.
La mirada de Veradun fue de su padre a la jaula, y de nuevo a su padre.
-Creo que serás un gran guerrero, Veradun -dijo su padre-. Un recurso muy valioso para el Imperio.
Veradun escuchó la tristeza en las palabras pero no las entiendo.
-Tus profesores me dicen que han visto pocos con tu potencial en la Fuerza.
-Me siento honrado por sus elogios.
Su padre sonrió de forma distante.
-Mañana llega una lanzadera para ti, para llevarte a la academia en Dromund Kaas. Quiero que sepas que estoy orgulloso de ti. Recuérdalo siempre.
-Lo haré. Y estoy doblemente honrado por tus elogios, padre.
Su padre se arrodilló, lo abrazó, se puso en pie, y se alejó.
-¿A dónde vas? –exclamó Veradun-. ¿Qué pasa con la tercera lección?
-Mira en la jaula -dijo su padre-. Tal vez la descubras por ti mismo.
Veradun observó a su padre marcharse, luego se volvió y descubrió el contenido de la caja del mismo modo en que revelaría un secreto: lentamente, con cuidado, y con cierto sentimiento de temor. Dejó caer la lona en el suelo. La jaula estaba completamente vacía. Por un momento se preguntó si su padre había cometido un error.
Pero su padre nunca cometía errores. Se quedó mirando la jaula vacía durante un largo tiempo, pensando en ello. Finalmente, creyó entenderlo.

La Antigua República: La Tercera Lección (V)

El sable de luz de Malgus trazó brillantes arcos de color rojo a través del aire. Giraba, cortaba, apuñalaba, haciendo retroceder al Jedi. Pero el Jedi siempre bloqueaba el golpe. Parecía estar esperando su momento.
Me está engatusando, se dio cuenta Malgus. Fingiendo debilidad.
Malgus ralentizó su ataque, retrocedió unos pasos, y se comunicó con la Fuerza. Inmediatamente sintió la firma débil, deliberadamente oculta, de otro usuario del lado luminoso a su derecha. El aliado del Jedi estaba oculto entre los escombros, acercándose.
Malgus desató una serie de furiosos ataques por encima de la cabeza que obligó al zabrak a retirarse rápidamente. Esquivando una estocada del Jedi, Malgus aprovechó su movimiento para lanzar una patada con giro lateral aumentada mediante la Fuerza que golpeó al Jedi en las costillas y lo envió dando volteretas contra la pared de un edificio cercano. Al mismo tiempo, se extendió con la Fuerza hacia el usuario del lado luminoso oculto, apartó la resistencia que se sentía, y sacó al Jedi de su escondite.
Un macho humano de veintitantos años salió de las ruinas, colgando como un pez en el anzuelo del poder de Malgus. Sus piernas pataleaban en vano; la hoja verde de su sable de luz cortaba en el vacío; jadeaba ahogadamente mientras el poder de Malgus apretaba su garganta.
-¡Vorin! -gritó el zabrak.
-Hasta aquí vuestra emboscada -dijo Malgus, y cerró el puño, aplastando la tráquea de Vorin. Dejó caer el cuerpo en la tierra quemada. Un destello de ira, rápidamente reprimido, provino del zabrak mientras saltaba por encima de los escombros hacia Malgus. Malgus lo vio venir, manteniendo su hoja roja apartada a un lado.
A los 10 metros, Malgus extendió su mano libre y desató zarcillos azules de relámpago de la Fuerza. Estos golpearon al Jedi atacante: cruzaron sus defensas, se arremolinaron a su alrededor, y empezaron a quemar la carne.
Gritando de dolor, el Jedi se inclinó hacia adelante en el relámpago –enseñando los dientes, sosteniendo ante él sus hojas azules- y avanzó tambaleándose hacia Malgus. A pesar de sus quemaduras, seguía avanzando. Un paso, otro, otro, pero estaba perdiendo fuerzas, marchitándose bajo el calor de los rayos. Malgus canalizó más poder y el Jedi cayó de rodillas, gritando. El relámpago giró en espiral alrededor del zabrak, quemando negros agujeros en su cuerpo. Los sables de luz cayeron de sus manos y se retorció de dolor, gritando al cielo su agonía.
Malgus puso fin a su ataque. El Jedi, acabado, cayó al suelo y rodó sobre su espalda. Su respiración sonaba peor que la de Malgus.
Malgus caminó a su lado y se puso sobre él.
Se dio cuenta de que admiraba el temple del Jedi.
Desactivó su sable de luz.

La Antigua República: La Tercera Lección (IV)

-Esta es mi favorita -dijo su padre.
-¿La viirsun?

Veradun siempre había encontrado aburrida esa ave. Un pequeño pájaro terrestre con plumas grises, marrones y negras, que no hacía nada especialmente interesante salvo cuidar a su cría, un macho que estaba a punto de abandonar el nido.
-No, la viirsun, no -dijo su padre.
-Entonces, ¿qué?
El hábitat del viirsun -plantas nativas, un árbol solitario, algunas rocas- estaba construido detrás de un muro de transpariacero. Mientras miraban, la madre regurgitaba algunos insectos parcialmente digeridos en la boca de su cría casi adulta. Veradun había visto lo mismo cientos de veces, pero su padre miraba fijamente, como si nunca antes lo hubiera visto.
-¿Qué estás mirando? –preguntó Veradun. No veía nada inusual.
-Observa.
Después de devorar los insectos, la cría se levantó y caminó un poco por el hábitat, probando sus patas. La madre miraba, acicalándose las plumas. Con el tiempo, la cría volvió junto a la madre, se inclinó hacia ella, y comenzó a golpearla con su pico. Al principio Veradun pensó que quería más alimentos, pero el picoteo se hizo más y más violento. Las alas batían, las plumas volaban. La madre intentó retirarse pero la cría la persiguió, la agarró del cuello con su pico y sacudió violentamente, una, dos veces. La cría la dejó en el suelo y comenzó a comer.
Veradun nunca había visto nada igual.
-La cría no es un viirsun -explicó su padre-. Es un mimnil. En su estado inmaduro, parece un viirsun juvenil. Mata a las crías originales y las reemplaza. Cuando está listo para la muda, ataca a su madre adoptiva. He estado observando a éste durante un tiempo.
Un mimnil. Veradun nunca lo habría sospechado.
-Yo... sigo sin entenderlo.
-A menudo cosas que fingen ser débiles sólo esperan el momento adecuado para mostrar su fuerza. ¿Entiendes ahora?
Veradun lo pensó un instante y asintió con la cabeza.
-No debes confiar en nadie -dijo su padre-. Y menos en aquellos que parecen débiles.

La Antigua República: La Tercera Lección (III)

Malgus estaba de pie en un hueco bajo una montaña de escombros, con las piernas dobladas, el poder de sus manos alzadas evitando que varias toneladas de acero y duracemento le aplastaran. El polvo dificultaba aún más su ya costosa respiración. Tosió mientras las palabras de su padre resonaban en su mente.
Había sido descuidado, tan perdido en su necesidad de venganza que no había evaluado adecuadamente el poder del Jedi. Había antepuesto su sed de sangre a su raciocinio. Pero ya no. Con un esfuerzo de voluntad, contuvo su ira, la controló, la convirtió en una piedra de afilar contra la que agudizó su poder. Usando la Fuerza, lanzó los escombros por el aire, lejos de él. Cayeron con estrépito en los edificios adyacentes. Un salto aumentado por la Fuerza le llevó fuera de ese lugar por encima del montón de escombros. Los ojos del Jedi se abrieron como platos cuando Malgus aterrizó en la calle. Malgus sonrió burlonamente y atacó.
Cubrió la distancia entre ellos rápidamente. La línea roja del sable de luz de Malgus se movía tan rápido que se convertía en una borrosa mancha roja. El Jedi bloqueó el ataque una y otra vez, el chisporroteo de hoja contra hoja resonando a través de las ruinas. El ataque de Malgus -una tormenta de tajos, cortes y puñaladas- no daba espacio al Jedi para un contraataque. El Jedi se retiró ante de ofensiva, interceptando desesperadamente los golpes de Malgus.
Malgus podría haber acabado con el Jedi de cualquiera de las muchas maneras que conocía, pero necesitaba la satisfacción de una muerte mediante sable de luz.

jueves, 26 de enero de 2012

La Antigua República: La Tercera Lección (II)

Los pliegues en el uniforme imperial de su padre parecían lo suficientemente afilados para cortar carne, pero su tono de voz era tan suave como la barriga que desbordaba el pantalón.
-Ven conmigo, Veradun.
Veradun siguió a su padre a la enorme casa de fieras que mantenían en los terrenos de la finca de la familia. Su padre, un biólogo en el Cuerpo Científico Imperial, había recogido animales de incontables mundos. La familia tenía su propio zoo privado, financiado por el Imperio. Veradun había ayudado a atender a los animales desde que era un niño pequeño.
Gritos, chirridos, aullidos, y un acre hedor animal les dieron la bienvenida. La voz de su padre se hizo oír por encima del ruido.
-¿Sabes por qué me gustan tanto estos animales?
Veradun negó con la cabeza. Se vio reflejado en los cristales de las gafas de su padre.
-Debido a que podemos aprender de ellos.
-¿Aprender qué?
Su padre sonrió enigmáticamente.
-Vamos.
Padre puso una mano sobre su hombro y lo condujo a través del laberinto de los hábitats, jaulas y tanques, hasta que llegaron al cubo de transpariacero del tanque del kouhun. Una gruesa capa de arena, salpicada de algunas rocas dispersas y algunas pieles sueltas, era todo lo que podía verse. El artrópodo segmentado, con un cuerpo tan largo como el brazo de Veradun, estaban escondido en algún lugar bajo la arena del tanque.
Veradun caminó alrededor del tanque, tratando de detectar cualquier signo del kouhun. Nada.
Mientras tanto, su padre levantó una rata de una jaula cercana y la sostuvo sobre el tanque del kouhun.
-Yo le he dado de comer antes -dijo Veradun.
-Lo sé.
Su padre dejó caer la rata en el tanque y esta se quedó inmóvil en el momento en que golpeó la arena. Olisqueó el aire, agitando los bigotes.
Cerca de ella, la arena se abultó.
La rata chilló de miedo, pero antes de que pudiera moverse, el kouhun surgió de la arena debajo de ella, atrapó al roedor en su mandíbula con forma de tijera, y la partió por la mitad de un mordisco. La sangre derramada pintó la arena de rojo.
El kouhun reptó hasta salir por completo de la arena, con su cabeza toda ella mandíbulas y ojos negros desprovistos de vida. Docenas de pares de patas impulsaron su cuerpo segmentado sobre los pedazos sangrientos de la rata. Sin embargo, no comió, y después de un momento volvió a enterrarse de nuevo en la arena, dejando intacto el cadáver de la rata.
-¿Por qué crees que mató a la rata? -preguntó su padre-. No tenía hambre. Como has dicho, le has dado de comer no hace mucho tiempo.
-Instinto -dijo Veradun-. Es una criatura salvaje.
-Bien, Veradun. Bien. En efecto, el kouhun mata sin razón. ¿Tiene eso sentido para ti?
-No, pero... es un animal.
Su padre se arrodilló para mirar a Veradun a la cara.
-Tienes razón. Y no la tienes. El kouhun nos enseña que la violencia sin sentido es propio de los animales, no de los hombres. El salvajismo es útil sólo si es controlado y puesto al servicio de un fin. ¿Me entiendes?
Veradun lo pensó un instante, y asintió con la cabeza.
-El fin lo es todo -dijo su padre.

La Antigua República: La Tercera Lección (I)

La Antigua República: La Tercera Lección
Paul S. Kemp

Una nube de humo flotaba en el aire, el residuo negro del bombardeo de la flota Imperial sobre Alderaan previo al aterrizaje. La ira ardía en Malgus, y su semilla crecía ante la palabra que seguía oyendo a través de los canales de comunicación imperiales: Retirada.
El Imperio había perdido Alderaan. Horas antes Malgus había caminado sobre su superficie como un conquistador, pero ahora...
Ahora su superficie estaba moteada por hogueras de señalización, marcando los puntos de las fuerzas de la República.
Se avecinaba un contraataque. Los informes indicaban una flota de la República de camino a Alderaan.
Retirada.
Retirada.
Apretó los puños con tanta fuerza que hizo que le dolieran los dedos. Su respiración sonaba como una escofina sobre la madera. La piel quemada le escocía. Un Comando de la República había hecho estallar una granada en su cara, y combatir con una bruja Jedi había dañado sus pulmones. Laceraciones y contusiones dibujaban un tétrico mosaico en su carne.
Pero no sentía dolor. Sólo sentía rabia.
Odio.
Un sentimiento de frustración que le daba ganas de gritar.
Su lanzadera personal rugió a baja altura sobre el paisaje quemado. Debajo de él, los edificios y los cadáveres ardían en las ruinas de una ciudad Alderaani. A su alrededor, naves imperiales patrullaban el cielo, volando de escolta. Trató de abrir los puños, y no fue capaz. Quería...
La presencia de un usuario de la Fuerza del lado luminoso chocó contra su sensibilidad a la Fuerza, un destello repentino en su percepción. Miró por la ventanilla al exterior, hacia abajo. No vio nada salvo ruinas calcinadas, edificios derruidos, vehículos quemados. Activó el comunicador que llevaba.
-Danos la vuelta.
-¿Mi señor? -le preguntó su piloto.
-Hazlo, reduce la velocidad a una cuarta parte, y reduce la altura en cien metros.
-Sí, mi señor.
Mientras el transbordador daba media vuelta y aminoraba, Malgus hizo caso omiso de los dispositivos de seguridad y bajó la rampa de aterrizaje. El viento azotó en la cabina, llevando el olor de un planeta carbonizado, un planeta que Malgus había intentado matar, pero que sólo había herido.
Alguien tendría que pagar por ello.
Tomó la empuñadura de su sable de luz en la mano y se hundió en la Fuerza. Los edificios incendiados de debajo sobresalían de la tierra quemada como dientes podridos, retorcidos y negros.
-Más despacio- dijo al piloto.
Extendió la mano a través de la Fuerza, sondeando para detectar la presencia del lado luminoso que había sentido.
Al principio no notó nada, y se preguntó si se había equivocado, o si el usuario del lado luminoso había percibido a Malgus y ocultado su poder. Pero entonces...
Allí.
Lo sintió como una irritación detrás de los ojos, una comezón que sólo la violencia podría rascar. Se quitó la capa y se acercó al borde de la rampa de aterrizaje. El viento tiraba de él. La ira creció en él, le mantuvo firme. La Fuerza le ancló en su lugar. Activó de nuevo su comunicador.
-Planea sobre las ruinas hasta que yo vuelva.
-¿Hasta que vuelva, mi señor? ¿A dónde va? Está gravemente herido.
Malgus desactivó el comunicador y saltó del la rampa al aire libre. Activó su hoja mientras la tierra se precipitaba a su encuentro. Usando la Fuerza para amortiguar el impacto, cayó al suelo en cuclillas.
Se puso de pie en el centro de una calle salpicada de cráteres y cubierta de vidrios rotos y deslizadores volcados. Un coche aéreo ardía a 10 metros de él, vomitando gotas de humo negro hacia el cielo. En algún lugar, una campana sonó con furia en las rachas de viento.
-¡Estoy aquí, Jedi! -gritó Malgus, su voz resonando sobre las ruinas.
Detrás de él, oyó el zumbido de un sable de luz al activarse, y luego otro.
Se volvió para ver a un zabrak, un Jedi, salir de uno de los edificios incendiados que se alineaban en la calle. La línea azul de un sable de luz brillaba en cada una de sus manos. Estudió a Malgus de reojo.
-Malgus -dijo el Jedi.
Malgus no sabía el nombre del Jedi, y no le importaba. El zabrak no era más que el foco de su ira, un objetivo conveniente para su rabia.
Malgus se dejó caer en la Fuerza, rugió, y echó a correr por la calle, obteniendo velocidad de su ira.
El Jedi se mantuvo firme. A los veinte metros, los Jedi levantó sus sable de luz en lo alto a cada lado e hizo bajar a ambos hacia el suelo con una floritura.
El estruendo de los edificios al derrumbarse penetró demasiado tarde en la niebla de la ira de Malgus. Una avalancha de duracemento y transpariacero se desplomó sobre él desde ambos lados de la calle...