Los pliegues en el uniforme imperial de su padre parecían lo suficientemente afilados para cortar carne, pero su tono de voz era tan suave como la barriga que desbordaba el pantalón.
-Ven conmigo, Veradun.
Veradun siguió a su padre a la enorme casa de fieras que mantenían en los terrenos de la finca de la familia. Su padre, un biólogo en el Cuerpo Científico Imperial, había recogido animales de incontables mundos. La familia tenía su propio zoo privado, financiado por el Imperio. Veradun había ayudado a atender a los animales desde que era un niño pequeño.
Gritos, chirridos, aullidos, y un acre hedor animal les dieron la bienvenida. La voz de su padre se hizo oír por encima del ruido.
-¿Sabes por qué me gustan tanto estos animales?
Veradun negó con la cabeza. Se vio reflejado en los cristales de las gafas de su padre.
-Debido a que podemos aprender de ellos.
-¿Aprender qué?
Su padre sonrió enigmáticamente.
-Vamos.
Padre puso una mano sobre su hombro y lo condujo a través del laberinto de los hábitats, jaulas y tanques, hasta que llegaron al cubo de transpariacero del tanque del kouhun. Una gruesa capa de arena, salpicada de algunas rocas dispersas y algunas pieles sueltas, era todo lo que podía verse. El artrópodo segmentado, con un cuerpo tan largo como el brazo de Veradun, estaban escondido en algún lugar bajo la arena del tanque.
Veradun caminó alrededor del tanque, tratando de detectar cualquier signo del kouhun. Nada.
Mientras tanto, su padre levantó una rata de una jaula cercana y la sostuvo sobre el tanque del kouhun.
-Yo le he dado de comer antes -dijo Veradun.
-Lo sé.
Su padre dejó caer la rata en el tanque y esta se quedó inmóvil en el momento en que golpeó la arena. Olisqueó el aire, agitando los bigotes.
Cerca de ella, la arena se abultó.
La rata chilló de miedo, pero antes de que pudiera moverse, el kouhun surgió de la arena debajo de ella, atrapó al roedor en su mandíbula con forma de tijera, y la partió por la mitad de un mordisco. La sangre derramada pintó la arena de rojo.
El kouhun reptó hasta salir por completo de la arena, con su cabeza toda ella mandíbulas y ojos negros desprovistos de vida. Docenas de pares de patas impulsaron su cuerpo segmentado sobre los pedazos sangrientos de la rata. Sin embargo, no comió, y después de un momento volvió a enterrarse de nuevo en la arena, dejando intacto el cadáver de la rata.
-¿Por qué crees que mató a la rata? -preguntó su padre-. No tenía hambre. Como has dicho, le has dado de comer no hace mucho tiempo.
-Instinto -dijo Veradun-. Es una criatura salvaje.
-Bien, Veradun. Bien. En efecto, el kouhun mata sin razón. ¿Tiene eso sentido para ti?
-No, pero... es un animal.
Su padre se arrodilló para mirar a Veradun a la cara.
-Tienes razón. Y no la tienes. El kouhun nos enseña que la violencia sin sentido es propio de los animales, no de los hombres. El salvajismo es útil sólo si es controlado y puesto al servicio de un fin. ¿Me entiendes?
Veradun lo pensó un instante, y asintió con la cabeza.
-El fin lo es todo -dijo su padre.
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