-Esta es mi favorita -dijo su padre.
-¿La viirsun?
Veradun siempre había encontrado aburrida esa ave. Un pequeño pájaro terrestre con plumas grises, marrones y negras, que no hacía nada especialmente interesante salvo cuidar a su cría, un macho que estaba a punto de abandonar el nido.
-No, la viirsun, no -dijo su padre.
-Entonces, ¿qué?
El hábitat del viirsun -plantas nativas, un árbol solitario, algunas rocas- estaba construido detrás de un muro de transpariacero. Mientras miraban, la madre regurgitaba algunos insectos parcialmente digeridos en la boca de su cría casi adulta. Veradun había visto lo mismo cientos de veces, pero su padre miraba fijamente, como si nunca antes lo hubiera visto.
-¿Qué estás mirando? –preguntó Veradun. No veía nada inusual.
-Observa.
Después de devorar los insectos, la cría se levantó y caminó un poco por el hábitat, probando sus patas. La madre miraba, acicalándose las plumas. Con el tiempo, la cría volvió junto a la madre, se inclinó hacia ella, y comenzó a golpearla con su pico. Al principio Veradun pensó que quería más alimentos, pero el picoteo se hizo más y más violento. Las alas batían, las plumas volaban. La madre intentó retirarse pero la cría la persiguió, la agarró del cuello con su pico y sacudió violentamente, una, dos veces. La cría la dejó en el suelo y comenzó a comer.
Veradun nunca había visto nada igual.
-La cría no es un viirsun -explicó su padre-. Es un mimnil. En su estado inmaduro, parece un viirsun juvenil. Mata a las crías originales y las reemplaza. Cuando está listo para la muda, ataca a su madre adoptiva. He estado observando a éste durante un tiempo.
Un mimnil. Veradun nunca lo habría sospechado.
-Yo... sigo sin entenderlo.
-A menudo cosas que fingen ser débiles sólo esperan el momento adecuado para mostrar su fuerza. ¿Entiendes ahora?
Veradun lo pensó un instante y asintió con la cabeza.
-No debes confiar en nadie -dijo su padre-. Y menos en aquellos que parecen débiles.
-¿La viirsun?
Veradun siempre había encontrado aburrida esa ave. Un pequeño pájaro terrestre con plumas grises, marrones y negras, que no hacía nada especialmente interesante salvo cuidar a su cría, un macho que estaba a punto de abandonar el nido.
-No, la viirsun, no -dijo su padre.
-Entonces, ¿qué?
El hábitat del viirsun -plantas nativas, un árbol solitario, algunas rocas- estaba construido detrás de un muro de transpariacero. Mientras miraban, la madre regurgitaba algunos insectos parcialmente digeridos en la boca de su cría casi adulta. Veradun había visto lo mismo cientos de veces, pero su padre miraba fijamente, como si nunca antes lo hubiera visto.
-¿Qué estás mirando? –preguntó Veradun. No veía nada inusual.
-Observa.
Después de devorar los insectos, la cría se levantó y caminó un poco por el hábitat, probando sus patas. La madre miraba, acicalándose las plumas. Con el tiempo, la cría volvió junto a la madre, se inclinó hacia ella, y comenzó a golpearla con su pico. Al principio Veradun pensó que quería más alimentos, pero el picoteo se hizo más y más violento. Las alas batían, las plumas volaban. La madre intentó retirarse pero la cría la persiguió, la agarró del cuello con su pico y sacudió violentamente, una, dos veces. La cría la dejó en el suelo y comenzó a comer.
Veradun nunca había visto nada igual.
-La cría no es un viirsun -explicó su padre-. Es un mimnil. En su estado inmaduro, parece un viirsun juvenil. Mata a las crías originales y las reemplaza. Cuando está listo para la muda, ataca a su madre adoptiva. He estado observando a éste durante un tiempo.
Un mimnil. Veradun nunca lo habría sospechado.
-Yo... sigo sin entenderlo.
-A menudo cosas que fingen ser débiles sólo esperan el momento adecuado para mostrar su fuerza. ¿Entiendes ahora?
Veradun lo pensó un instante y asintió con la cabeza.
-No debes confiar en nadie -dijo su padre-. Y menos en aquellos que parecen débiles.
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