Capítulo Cuatro
Korsin había jugado su baza.
Sabía que la mera existencia de Nida era parte del juego de Seelah para mantenerse a sí misma y a Jariad cerca del trono del poder. Seelah había encontrado “bondadosamente” una serie, primero de niñeras, y luego de tutores keshiri para que cuidasen de la niña, trasladándola continuamente de un pueblo a otro. Oficialmente, era un gesto de la confianza de los Sith en los keshiri; en realidad, reflejaba el hueco que siempre había sabido que existía en el corazón de su esposa.
Era más que eso. Seelah no estaba tan sólo apartando a Nida de su camino; Korsin sabía que estaba evitando que su hija obtuviera algo más que un entrenamiento superficial en el camino de los Sith. Seelah administraba el censo de los Sith en Kesh; sabía en todo momento dónde estaban todos los mentores potenciales.
Pero Korsin tenía varios miembros leales en su equipo, deseosos de servirle de cualquier manera. Con la ayuda de Gloyd, Korsin había fingido sus muertes en áreas remotas de Kesh e hizo que se ocultasen. Siempre durante la noche, en el aparente exilio de Nida, la chica había estado estudiando en secreto los caminos del lado oscuro... mientras que, durante el día, ganaba amigos keshiri y construía una red de informantes. Todo ello en su aparentemente insignificante -pero extremadamente móvil- papel como embajadora aérea de los Sith.
Mientras Seelah se esforzaba por presentarse como el modelo de los Sith en Kesh, Korsin estaba moldeando un líder, alguien con talento para luchar y para gobernar. Una heredera... y hoy, una salvadora.
La noche anterior, uno de los keshiri conocidos de Nida había revelado el plan de robar los uvak mientras los principales Sith estaban en la cima de la montaña. Nida había pasado la mañana asegurándose de que lo que hicieran los keshiri no fuera más lejos, antes de unirse a Korsin allí... junto con sus Rangers Celestiales y varios partidarios de Korsin. No muchos, y no tan pronto como él esperaba... pero suficiente, y a tiempo. Había barrido a sus enemigos al ir allí; su sorpresa era completa.
Nida saltó a tierra, con el sable de luz brillando, empalando al aterrizar a uno de los matones de Jariad. Un segundo se aproximó a su posición, sólo para ser partidos por la mitad. Lanzó a un tercero contra la pared del templo, justo tras ella. No había mucho terreno para luchar junto al acantilado, pero Nida ya lo estaba dominando. El propio Jariad ya había retrocedido ante esas muertes, uniéndose a sus Sables en su lucha.
Una explosión amortiguada provino de la mansión más arriba, en la colina. Gloyd, pensó Korsin. Apretando los dientes, se palpó el corte en su pecho. Sabía que no iba a salir de esta. El suelo temblaba bajo sus pies. No quedaba mucho.
Pero alzó de nuevo la mirada hacia Nida.
Tan fuerte. Su futuro de los Sith, luchando contra el futuro de Seelah. Y ganando.
Con una mueca de dolor, Korsin volvió arrastrándose desde el precipicio hacia la refriega.
-Tienes razón, Jariad -dijo Korsin, escupiendo sangre-. Es hora de que me vaya... pero no sin mi último acto oficial. Y ya va con retraso.
Adari debería haber estado más sorprendida. Para la caída de la noche, más de un millar de keshiri habían llegado a los pies de la Aguja, conduciendo a cinco veces esa cantidad de uvak sin jinetes. El tropel de bestias que daba vueltas sobre la formación de humo le había dado la apariencia de un halo vivo, como de cuero. Era conmovedor, pero decepcionante: esa cantidad apenas llenaría los establos de uvak de las colinas sur.
Adari había renunciado a seguir escaneando el horizonte mucho antes que sus compatriotas. A medianoche, un jinete solitario llegó desde Tahv, aterrorizado y sin aliento. Su informe confirmaba sus sospechas. Tona había caído bajo el hechizo de Nida Korsin y le había revelado todos sus planes.
No había habido esperanza desde un principio: alguien les traicionaría. Tona había resultado ser el más débil. Adari dio media vuelta antes de escuchar si Nida había recompensado a Tona, o si lo había matado. Ya nada importaba.
Lo que había sorprendido a Adari fue lo que sucedió después. Esperaba que todo el mundo huyese. Que salieran volando, liberasen sus uvak, y se mezclasen con la sociedad keshiri antes de que los Sith los encontrasen. En lugar de eso, cuando despegó sombríamente sobre Nink hacia las nubes y se dirigió a la oscura corriente de aire, descubrió que todo su séquito la estaba siguiendo.
Se durmió, asumiendo que Nink terminaría rindiéndose ante la gravedad a lo largo de la noche. Muchos otros ya habían caído. Su turno llegaría.
Pero despertó para encontrarse otra cosa.
Desde arriba, el trozo de tierra era poco más que una semilla entre las olas, una cadena de arrecifes rodeando una mugrienta superficie apenas mayor que su antiguo barrio. Nada en él hacía pensar en un refugio. Pero la corriente de aire se había agotado... y Nink también. De los jinetes que habían comenzado, quedaban menos de trescientos. Era eso, o nada.
Y esto es bastante cercano a nada, pensó mientras caminaba por la tierra salobre de la playa. El continente había proporcionado todo lo que los keshiri necesitaban para prosperar. Aquí, tendrían que luchar por las necesidades más básicas. Las infrecuentes lluvias creaban pequeños estanques de agua fresca en arrecifes cóncavos. Los uvak, inútiles en ese estado, tendrían que ser dramáticamente sacrificados de forma selectiva para dar una oportunidad a la escasa vegetación. Su carne apenas era comestible; sus esqueletos proporcionaban los únicos materiales de construcción.
Para sus búsquedas intelectuales, la isla no ofrecía nada en absoluto. Sólo la misma roca volcánica desde la playa hasta la colina más alta. Parecía que tener que pasar años en un purgatorio que ella misma había creado no era suficiente: ahora tendría que aburrirse hasta la muerte. Todo lo que había encontrado era un antiguo cadáver keshiri... otra víctima solitaria de las corrientes de aire oceánicas.
¿Por que los Sith no habrían aterrizado aquí?
Sabía la respuesta. Los Sith habían quedado atrapados en un lugar similar. Para salvarse a sí misma -de ellos, y de los ancianos-, los había liberado. Korsin había tenido razón, hace tantos años. Todos hacemos lo que debemos hacer.
Lo estaban haciendo ahora. Adari miró a Nink, moribundo por el cansancio, con sus patas con forma de horquilla respondiendo apenas a la caricia del oleaje. No podría enterrarlo sin más cuando llegase el momento; habría que hacer uso de él, igual que con el resto. Los uvak eran parte integral de su supervivencia... pero había que sacrificar alguno cuando era necesario.
Los Sith habían contemplado a los keshiri exactamente del mismo modo.
Adari estudió a su gente, trabajando duro y en silencio en la isla. No esperaban sobrevivir más de un año. Peor aún, cualquier que viniera a buscarles no sería un salvador.
Tal vez los Sith de Korsin estaban preocupados por lo mismo. Tal vez las historias eran ciertas. Tal vez los verdaderos Celestiales, los auténticos Protectores de la leyenda, estaban ahí fuera, en algún lugar, persiguiendo a los Sith.
No creía que así fuera.
Pero, en realidad, nunca lo había hecho.
Seelah se despertó sobre una losa en su vieja enfermería. No había ninguna diferencia entre las camas de los pacientes y las camillas de la morgue; todo era frío mármol, al igual que todo lo demás en ese maldito templo.
Ahora podía moverse... sólo sus piernas no lo hacían. Lo recordaba todo. Segundos después de que llegase Nida, Gloyd atrajo el fuego hacia su cámara. Gloyd siempre había bravuconeado con que quien acabase con él no viviría para celebrarlo. Efectivamente, arrinconado por Seelah y sus aliados, Gloyd había activado algo que debía haber tenido literalmente oculto en la manga desde el accidente: un detonador de protones. La póliza de seguros del houk hizo que la sala se derrumbase sobre todo el grupo.
La Fuerza ayudó a Seelah a liberarse de los escombros que la habían atrapado por debajo de las rodillas, pero nada conseguiría que pudiera volver a andar. No necesitaba su entrenamiento médico para darse cuenta de eso. Había trabajado incansablemente para llegar a ser el perfecto ejemplar de la humanidad, algo a lo que la Tribu pudiera aspirar. Ahora, tratando de incorporarse para examinar sus cortes y magulladuras, sabía que nunca viviría para volver a ser su antiguo ejemplo.
-Estás despierta -dijo una suave voz femenina-. Bien.
Seelah giró el cuello para ver a su hija en la puerta, vistiendo su traje del Día de la Dedicación. Como Nida no hizo ningún movimiento para entrar, Seelah usó sus doloridos brazos para girarse hacia ella por sí misma.
-Vas a tener que hacer eso muchas veces -dijo Nida, caminando al interior e introduciendo una copa en una tina de agua. Bebió un largo trago y respiró profundamente-. Oh, cuando la necesites, el agua está aquí -dijo, apartando la mirada.
Nida explicó cómo había descubierto a través de Tona Vaal el plan para robar los uvak de los Sith, programado justo cuando la mayor cantidad posible de Sith importantes estaría en la montaña. Le había costado más tiempo del esperado, pero había arruinado el complot en Tahv y luego salió al auxilio de su padre.
-Supongo que puedes sentirlo... Padre ha muerto.-Sí. ¿Y Jariad?
Seelah se lamió los labios, saboreando su propia sangre seca.
-Padre trató de arrojarlo por el precipicio con la Fuerza -dijo Nida-. Lo intentó... y cuando fracasó, yo lo hice.
Seelah miró inexpresiva a su hija.
-Odié usar al pobre Tona de ese modo -dijo Nida-, pero él pensaba que tenía algo que yo quería. -Tomó otro sorbo de agua y dejó caer la copa-. ¿Sabes? Tenemos algo en común. Nuestras madres no encontraban ninguna utilidad a nuestros padres.
Tona reveló que los conspiradores iban a llevarse los uvak a la Aguja Sessal, pero no sabía nada más.
-No hay rastro de ellos allí -dijo Nida-. Suponemos que se arrojaron a sí mismos al pozo de lava. Por despecho... o por miedo. No importa.
Sith o keshiri, se acabaron los disidentes en Kesh. Había sido un día productivo.
-Vine aquí porque acabamos de tener la lectura del testamento de Padre -dijo. Existía... y estaba a su cargo-. Me pasa a mí su legado... y los tres Sumos Señores supervivientes lo han ratificado. ¿Ves? Eres la madre del nuevo Gran Señor. Enhorabuena. -Nida sonrió radiante. Con su edad, era de esperar que gobernase Kesh durante muchas décadas venideras-. O hasta que los Sith vengan a rescatarnos.
Seelah hizo una mueca de desdén.
-Eres una niña. -Se deslizó por la losa, sólo para volver a agarrarse con sus manos a ella cuando sus pies no la sostuvieron-. Nadie va a venir por nosotros. Tu padre lo sabía.
-Me lo dijo. En realidad, de un modo u otro, no me importa.
-Debería -dijo Seelah, luchando por ponerse en pie-. Si se lo contase a la gente, ahí fuera...
Nida volvió a dejar la copa en su sitio con aire despreocupado y comenzó a avanzar hacia la puerta.
-No hay nadie, ahí fuera -dijo-. Tal vez deberías escuchar el resto de la última voluntad de Padre. -De ahora en adelante, explicó, a la muerte del Gran Señor, el cónyuge y los criados de esa persona deberían ser también sacrificados-. Técnicamente, para honrarle... pero tú y yo sabemos de qué se trata en realidad. -Recorrió su cabello con sus dedos enguantados-. Supongo que esto va a limitar mucho mi vida social, pero lo superaré.
Seelah mantuvo el aliento.
-¿Quieres decir...?
-Tranquila -dijo Nida-. De ahora en adelante. No, he ordenado que todos los Sith se retiren de esta montaña, en honor a la muerte de Padre. Mientras yo viva, nadie regresará aquí. Este es tu nuevo hogar... de nuevo.
Y diciendo eso, salió al patio.
Seelah necesitó varios dolorosos minutos para seguirla, apoyándose en las paredes de piedra. Nida estaba subiéndose al estribo de su uvak, rodeada por cestas fabricadas con hejarbo, llenas de frutas y vegetales. Vuelos regulares de uvak -las únicas criaturas, salvajes o domesticadas, a las que se les permitiría surcar el espacio aéreo sobre el templo- dejarían caer más, dijo Nida. En el resto de lugares del complejo, el acceso al Presagio había sido cortado. Más abajo, incluso ahora, el camino a la montaña había sido bloqueado. Había sido tallado laboriosamente, pero ahora estaría bloqueado para siempre.
Lo que quedaba, según pudo ver Seelah al mirar a su alrededor, era el frío templo que había llegado a aborrecer como hogar. Un hogar que sólo servía para una diosa... para la eternidad. Una eternidad de soledad.
-Nida -dijo Seelah entre toses mientras Nida comenzaba a despegar-. Nida, eres mi hija.
-Sí, eso me suelen decir. Adiós.
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