El
único altavoz restante estaba a menos de doscientos metros de los juggernauts
detenidos y los tres mil quinientos Soldados que se encontraban rígidos junto a
ellos. Fel los observó con cautela mientras mantenía su TIE flotando a la
defensiva sobre la plataforma de apoyo, preguntándose si decidirían que debían
tomar algún tipo de acción contra la lanzadera, desde la que en ese momento un
par de técnicos descendían a la plataforma junto al conjunto de altavoces.
Pero
no hicieron nada. Se les había ordenado atacar a los juggernauts, habían hecho
eso, y ahora estaban esperando más instrucciones.
-Paciencia
–murmuró Fel.
Hubo
movimiento junto a la escotilla destrozada de uno de los juggernauts, y dos de
los Elegidos de Nuso Esva salieron al exterior, con sus ojos amarillos
brillando bajo la luz del sol. Uno de ellos señaló a Fel, y alzaron sus
blásters.
Fel
acabó con ambos de un solo disparo. Una vez más, los Soldados quesoth no
hicieron nada.
Fel
echo un rápido vistazo a las escotillas del resto de los juggernauts, y luego
realizó otro escaneo de la zona para asegurarse de que no había más de los
Elegidos supervivientes lanzándose al ataque. Tal y como Thrawn había ordenado,
había dejado intacto este altavoz en concreto, limitándose a cortar los cables
de control, energía y comunicaciones que llegaban a él. Eso significaba que los
técnicos no sólo tendrían que instalar el mensaje especial en Lenguaje de los
Soldados que Thrawn había preparado, sino que también tendrían que derivar
energía desde los generadores de la lanzadera.
Con
las tropas de as alto de Sanjin luchando todavía por sobrevivir contra su
propia masa de Soldados, Fel esperó que los técnicos se dieran prisa.
A
dos calles de distancia, otros dos Elegidos más se acercaban con cautela. Fel
hizo girar su TIE unos grados en esa dirección y esperó a que salieran al
descubierto.
Y
entonces, se pronto, los altavoces cobraron vida tras él, llenando el aire con
un volumen e intensidad que podía sentir a través de la parte inferior del
casco de su TIE mientras el mensaje de Thrawn sonaba atronador por esa parte de
la ciudad. El mensaje acabó y comenzó a repetirse.
Por
un momento no ocurrió nada. Fel contuvo el aliento...
Y
entonces, todos a una, los Soldados junto a los juggernauts comenzaron a
moverse. Fluyendo sobre el terreno, más parecidos a un fluido oscuro que a un
conjunto de seres individuales, ascendieron por la colina hacia el palacio.
***
Una
vez más, los Soldados se habían abierto paso hacia las ventanas de la casa, y
Sanjin y los soldados de asalto restantes se habían retirado a una de las
habitaciones interiores para realizar su última resistencia, cuando Lhagva
escuchó el débil sonido de los altavoces por encima del ruido de los disparos
bláster y los golpes de mazas y espadas. Frunció el ceño, sorprendido ante el
extraño mensaje... Y entonces, sin una sola palabra, los Soldados bajaron las
armas. Dándose la vuelta, se marcharon rápidamente a través de las puertas y
los agujeros que habían abierto a golpes en los muros, dirigiéndose a la
ciudad.
Dejando
a los soldados de asalto jadeando en medio de una habitación vacía.
Sanjin
fue el primero en encontrar su voz.
-¿Qué
demonios ha sido eso? –preguntó.
Con
un esfuerzo, Lhagva consiguió llevar algo de humedad a su boca seca por el
combate.
-¿No
ha escuchado el altavoz, verdad?
-No,
creo que una maza me estaba martilleando en ese momento –dijo Sanjin,
frotándose cuidadosamente y en vano el costado de su casco-. Estas cosas no
bloquean ese tipo de golpe ni la mitad de bien de lo que me gustaría. ¿Qué ha
pasado? ¿Se ha rendido la Reina?
-No
lo creo –dijo Lhagva-. Parecía algo preparado por Thrawn.
-Creía
que no se podía falsificar el Lenguaje de los Soldados –dijo uno de los otros
mientras se arrodillaba junto a un soldado de asalto caído, con su botiquín de
campaña en la mano.
-No
lo ha hecho –dijo Lhagva-. Parecía ser simplemente una grabación sin editar,
obtenida directamente de boca de la Reina.
-¿Y
qué decía? –preguntó Sanjin.
-Cruzad
las puertas de la Morada –tradujo Lhagva -. Rodead y proteged a los Huéspedes.
-¿Pero
eso no es una orden para que los Soldados protejan a Nuso Esva? –protestó uno
de los soldados de asalto-. ¿Cómo nos va a ayudar eso?
-Porque
–dijo Sanjin, y Lhagva pudo imaginarse la sonrisa oculta por su casco- Nuso
Esva lo ignora.
***
Nuso
Esva todavía estaba apuntando con su arma a la Reina cuando uno de los otros
cabello tormentoso dijo algo en su extraño lenguaje. Nuso Esva ladró algo en
respuesta y dio un paso adelante.
-¿Qué
les ha dicho? –preguntó-. ¿Qué órdenes ha dado a sus Soldados?
-No
he dado ninguna orden –dijo la Reina-. No puedo dar ninguna...
-¡No
me mienta! –bramó Nuso Esva, dando otro paso adelante-. Se ha dado una orden.
Usted es la única que puede dar tales órdenes. –Dio otro paso hacia ella-. Y
ahora todos están viniendo hacia aquí –continuó, bajando súbitamente el tono de
su voz-. ¿Por qué están viniendo, Reina de los Rojos?
-No
lo sé –dijo la Reina-. Cando lleguen, les preguntaré.
Nuso
Esva soltó un bufido.
-No.
No lo hará.
Abruptamente,
su arma escupió un destello de fuego, y la Reina se desplomó hacia delante sin
emitir ningún sonido.
Muerta.
Trevik
se quedó boquiabierto, con el cuerpo tenso mientras miraba incrédulo y
horrorizado la figura sin vida de la Reina. Ese no era el modo en que morían
las Reinas de Quethold. Ese nunca había sido el modo en el que morían las
Reinas. Tenuemente, a través del zumbido de la sangre que cruzaba rugiendo sus
oídos y su cerebro, escuchó el sonido de más fuego bláster.
-Tú.
Traidor.
Trevik
giró su rostro. Nuso Esva le estaba mirando, con su arma apuntando directamente
al rostro de Trevik.
Y
sólo entonces se dio cuenta de que había cuerpos de quesoth muertos por todo su
alrededor. Los Obreros, Borosiv de los Circúleos de los Primeros de los
Rojos... todos ellos estaban muertos.
Todos
ellos habían sido asesinados.
-Vas
a llevar a Thrawn un mensaje de mi parte –dijo Nuso Esva, con voz lúgubre y
desafiante.
Y
pese a todo, bajo la determinación del señor de la guerra alienígena, de algún
modo Trevik podía sentir un punto de amarga melancolía. Había cuatro mil
Soldados avanzando hacia el palacio, y sabía que su propia muerte avanzaba con
ellos.
-Dile
a Thrawn que puede que piense que ha ganado –continuó Nuso Esva-. Pero con mi
muerte, la suya no estará lejos. Mis seguidores siguen estando ahí fuera, y son
mucho más numerosos de lo que jamás podría imaginar. No importa dónde vaya, no
importa dónde trate de ocultarse, le encontrarán. Le dirás eso.
Con
un esfuerzo supremo, Trevik hizo que las palabras salieran de su boca.
-Se
lo diré –prometió.
Por
un instante, Nuso Esva se quedó inmóvil. Luego, finalmente, bajó su arma.
-Ve
–ordenó.
Trevik
estaba en el límite de los terrenos de palacio, abriéndose paso entre las líneas
de los Soldados que llegaban, cuando los cabello tormentoso abrieron fuego detrás
de él.
Había
llegado junto al grupo de humanos con armaduras blancas que aguardaba, cuando
los disparos de los cabello tormentoso llegaron a un abrupto final.
***
Parck
levantó la mirada del informe.
-Así
que se acabó –dijo.
-Se
acabó –confirmó Thrawn-. Uno de los cuerpos de la Morada de los Huéspedes ha
sido definitivamente identificado como el suyo.
Parck
asintió, sintiendo que un extraño cansancio le invadía. Después de diez años de
combate esporádico, huidas por los pelos, y victorias improbables por las
Regiones Desconocidas, el señor de la guerra finalmente estaba muerto por fin.
-¿Y
ahora qué? –preguntó, dejando a un lado la tableta de datos.
Thrawn
se encogió ligeramente de hombros.
-Hay
poco que podamos hacer por los quesoth salvo ayudar en la reparación de los
daños a la Ciudad Roja –dijo-. Pero seguramente les irá bien. Históricamente, ha
habido varios casos en los que las Reinas han muerto prematuramente. A veces
eso induce que la siguiente Reina se despierte antes de lo previsto; a veces la
ciudad afectada tiene que arreglárselas por sí sola hasta que llega el momento
habitual del alzamiento. Pero sean cuales sean los esfuerzos que la Ciudad Roja
deba soportar en adelante, el pueblo de Quethold sobrevivirá. Eso es lo
importante.
-Sí
–convino Parck con un escalofrío. Especialmente teniendo en cuenta lo que ese
Midli, Trevik les había contado acerca de los planes de Nuso Esva para el
planeta. Podía haberlo destruido todo, e incluso haber quedado libre para
expandir más de su veneno por las Regiones Desconocidas.
Pero
no lo había hecho. Estaba muerto, y realmente se había acabado.
-En
realidad, Almirante, estaba preguntándome a dónde íbamos a ir ahora –dijo.
-Usted
y el Amonestador se dirigirán de
vuelta al Triángulo del Caos para comenzar a limpiar el legado que Nuso Esva ha
dejado atrás –dijo Thrawn-. En cuanto a mí, ahora finalmente puedo dirigir mi atención
a un problema aún más apremiante que Nuso Esva. Como por ejemplo la
restauración del Imperio.
Parck
hizo una mueca. Thrawn sólo había regresado ocasionalmente al espacio imperial
desde la muerte de Palpatine. Esos viajes habitualmente habían sido breves, siempre
envueltos en secretismo, e invariablemente habían dejado al gran almirante
frustrado por el creciente desorden que allí reinaba. Entre la incompetencia de
sus propios líderes y la firme presión militar de la Nueva República, el
Imperio había encogido a apenas una cuarta parte del tamaño que había alcanzado
bajo el gobierno de Palpatine.
-Puede
que tenga problemas para convencerles de que acepten su ayuda –advirtió-.
Algunas de sus experiencias recientes con grandes almirantes no han sido
demasiado positivas.
-Hay
una persona con la que puedo contactar –le aseguró Thrawn-. El capitán Gilad
Pellaeon, actualmente al mando del SDI Quimera.
Ya he trabajado con él antes, cuando Nuso Esva realizó su única incursión en
espacio imperial.
-Sí,
lo recuerdo –dijo Parck seriamente-. Sector Candoras. También recuerdo que fue
poco después de eso cuando Nuso Esva lanzó la campaña de Braccio y casi terminó
destruyendo media docena de especies.
-Sus
recuerdos son correctos –dijo Thrawn, frunciendo ligeramente el ceño-. ¿Qué
quiere decir con eso?
-Que
Nuso Esva era un hijo de gusano espacial vengativo –dijo Parck-. No espero que
sus seguidores lo sean menos. Puede que no sea un buen momento para que usted
regrese a la política imperial.
Thrawn
meneó la cabeza.
-No
se preocupe, capitán. Los posibles seguidores que Nuso Esva haya dejado son
pocos y dispersos. Sin su liderazgo, se escabullirán de vuelta a las sombras a
las que pertenecen.
-Tal
vez –dijo Parck-. Pese a todo, puede que no sea mala idea que tome algunas
precauciones adicionales ahí fuera.
-Su
preocupación es conmovedora –dijo Thrawn-. Pero le repito que no tiene por qué
preocuparse. El capitán Pellaeon es un comandante competente, y ha hecho del Quimera una de las mejores naves de
guerra de la flota.
-Lo
que quería decir...
-Y
también he tomado medidas para hacer que un guardaespaldas me acompañe cuando
regrese al Imperio –continuó Thrawn-. Sea cual sea la venganza que Nuso Esva
hubiera planeado, o que pensara haber planeado, nunca me alcanzará.
-Espero
que no. –Parck respiró profundamente. Seguía sin gustarle la idea, pero era
demasiado listo como para discutir con Thrawn cuando este había tomado una
decisión-. Con su permiso, almirante, iré a comenzar los preparativos para
contactar con el capitán Pellaeon y devolverle al Imperio. –Sonrió
ligeramente-. A su Imperio.
-Gracias,
capitán –dijo Thrawn en voz baja-. Y no muestre ese aspecto tan abatido. Esto
no es sólo el fin de Nuso Esva. –Sonrió ligeramente-. También es el principio.
El principio de la victoria.
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