lunes, 14 de septiembre de 2009

La tribu perdida de los Sith #1: Precipicio (I)

La tribu perdida de los Sith #1
Precipicio
de John Jackson Miller
Capítulo Uno
5.000 años ABY

-¡Lohjoy! ¡Dame algo! -Con sus pies tropezando en la oscuridad, el comandante Korsin giró el cuello para mirar el holograma-. Impulsores, control de altitud... ¡me conformaría con cohetes de aterrizaje!
Una nave estelar es un arma, pero es su tripulación la que la hace letal. Un viejo proverbio de espaciantes: trillado, pero con suficiente peso para mantener cierta autoridad. Korsin se lo había dicho a sí mismo en alguna ocasión. Pero no hoy. Su nave estaba siendo letal por sí misma... y su tripulación sólo estaba dejándose llevar.
-¡No tenemos nada, comandante! -La ingeniera de cabello serpenteante parpadeó ante él, desenfocada y descentrada en el encuadre. Korsin sabía que las cosas en las cubiertas inferiores debían ir mal si su tiesa y estirada genio ho'din había perdido el equilibrio-. ¡Los reactores han caído! Y tenemos fallos estructurales en el casco, tanto a proa como a...
Lohjoy lanzó un grito de agonía, y sus zarcillos estallaron en una melena de fuego que la empujó tambaleándose fuera de la vista. Korsin apenas pudo reprimir una risa de asombro. En momentos más tranquilos -media hora estándar antes- bromeaba diciendo que los ho'din eran medio árboles. Pero eso difícilmente era apropiado cuando toda la cubierta de ingeniería estaba estallando. El casco se había abierto. De nuevo.
El holograma murió... y, por todas partes alrededor del fornido comandante, las luces de emergencia comenzaron a bailar, parpadear y saltar. Korsin volvió a derrumbarse en su asiento, aferrándose a los reposa-brazos. Bueno, la silla aún funciona.
-¿Hay algo? ¿Hay alguien?
Silencio... y el lejano chirrido del metal.
-Sólo dame algo a lo que disparar. -Era Gloyd, el oficial de artillería de Korsin, con los dientes brillando en la oscuridad. La media sonrisa era un recuerdo de un impacto del sable de luz de un Jedi que, unos años antes, por poco no arranca la cabeza del houk. Como respuesta, Gloyd había cultivado el único ingenio de a bordo tan cáustico como el del propio comandante... pero el artillero no estaba encontrando hoy mucha diversión. Korsin podía leerlo en los pequeños ojos del bruto: Con una vez que escapes por los pelos basta.
Korsin no se molestó en mirar al otro lado del puente. Allí, las miradas gélidas podían interpretarse como una rendición. Incluso en ese momento, cuando el Presagio estaba lisiado y cayendo fuera de control.
-¿Hay alguien?
Incluso en ese momento. Las frondosas cejas de Korsin se tensaron en una V negra. ¿Qué era lo que estaban haciendo mal? El proverbio tenía razón. Una nave necesitaba una tripulación unida en un propósito... sólo que el propósito de ser Sith era la exaltación del individuo. Cada alférez, un emperador. Cada error del rival, una oportunidad. Bueno, aquí hay una oportunidad, pensó. Resuelve esto, quien seas, y te ganarás de golpe el derecho de usar la maldita silla cómoda.
Juegos de poder Sith. Ahora no significaban mucho... no frente a la insistente gravedad bajo él. Korsin alzó de nuevo la vista hacia el ventanal de proa. El vasto orbe azul que podía verse antes se había ido, reemplazado por luz, gas, y polvo que llovía hacia arriba. Sabía que las últimas dos cosas provenían de las entrañas de su propia nave, perdiendo la lucha contra la atmósfera alienígena. Fuera lo que fuese, el planeta tenía ahora atrapado al Presagio. Una sacudida, y más gritos. Esto no duraría mucho.
-¡Recordad! -gritó, mirándoles por primera vez desde que todo había empezado-. ¡Vosotros queríais estar aquí!


Y así era... para la mayoría de ellos. El Presagio había sido la nave que había que tomar cuando la flotilla minera de los Sith llegó a Primus Goluud. A la fuerza de choque massassi de la bodega no le importaba dónde la llevaran... ¿quién podía saber en qué pensaban los massassi durante la mayor parte del tiempo, y eso suponiendo que lo hicieran alguna vez? Pero muchos seres racionales que podían elegir por sí mismos eligieron el Presagio.
Saes, el capitán del Heraldo, era un Jedi caído: una cantidad desconocida. No podías confiar en alguien en el que los Jedi no pudieran confiar, y ellos confiaban en casi todo el mundo. Pero Korsin se había dedicado a esto durante veinte años estándar, tiempo suficiente para que aquellos que habían servido a su mando corrieran la voz. Una nave de Korsin era un viaje tranquilo.
Pero hoy no. Completamente cargados con cristales Lignan, el Heraldo y el Presagio se habían preparado para abandonar Phaegon III hacia el frente cuando un caza Jedi entró en las defensas de la flota minera. Mientras las Cuchillas en forma de media luna se enfrentaban al intruso, la tripulación de Korsin hacía los preparativos para saltar al hiperespacio. Proteger la carga era lo primordial... y si conseguían hacer su entrega antes de que el renegado Jedi hiciera la suya, bueno, entonces eso sería un extra. Los pilotos de las Cuchillas podrían usar los hangares del Heraldo.
Sólo que algo había ido mal. El Heraldo se estremeció, una y otra vez. Las lecturas de los sensores de la nave hermana dejaron de tener sentido... y el Heraldo se inclinó peligrosamente hacia el Presagio. Antes de que pudiera sonar la alarma de colisión, el navegante de Korsin activó el hipermotor en un acto reflejo. Se habían salvado por un pelo...


…o quizá no. No según indicaban ahora las lecturas de los signos vitales del Presagio. Nos han dado. Korsin lo sabía. La telemetría debería habérselo dicho, si hubieran tenido alguna. La nave había sido desplazada de su curso por un pelo astronómico... pero eso había sido suficiente.
El comandante Korsin nunca se había enfrentado a un encuentro con un pozo de gravedad en el hiperespacio, ni tampoco nadie de su tripulación. Las historias necesitan supervivientes. Pero lo que podía sentir era como si el propio espacio se hubiera abierto en un gran bostezo al paso del Presagio, y ahora amasase la superestructura de aleación de la nave como si fuera plastilina. Había durado apenas una fracción de segundo, si es que allí existía siquiera el tiempo. La fuga fue peor que el contacto. Un chasquido enfermizo, y los blindajes fallaron. Los mamparos cedieron. Y luego, la santa bárbara
La santa bárbara había explotado. Eso era bastante fácil de saber al ver el hueco resultante en la parte inferior de la nave. Que hubiera explotado en el hiperespacio era algo que se podía deducir: seguían vivos. Granadas, bombas, y el resto de juguetitos que su cargamento secundario, los massassi, estaban llevando a Kirrek, habrían desaparecido con gran efecto teatral, llevándose la nave consigo. Pero en lugar de eso, la santa bárbara se había desvanecido sin más... junto con un pedazo considerable del alcázar del Presagio. La física en el hiperespacio era impredecible por definición; en lugar de explotar hacia fuera, la brecha en la cubierta simplemente había causado una sacudida sísmica en la nave. Korsin podía imaginarse las municiones estallando, saliendo del hiperespacio a años luz por detrás del Presagio, estuviera donde estuviese. ¡Eso significaría un mal día para alguien!
Oh, espera. Ya me ha llegado el turno.
El Presagio había salido estremeciéndose al espacio real, decelerando a lo loco... y apuntando directamente a una burbuja azul que colgaba ante una estrella vibrante. ¿Era esa la fuente de la sombra de masa que había interrumpido su viaje? ¿Y a quién le importaba? Todo estaba a punto de acabar. Capturado, el Presagio había zigzagueado y oscilado cruzando el cristalino océano de aire hasta que el descenso comenzó en serio. Había perdido a su ingeniera -probablemente a todos sus ingenieros-, pero la cubierta de mando aún aguantaba. Artesanía Tapani, pensó maravillado Korsin. Estaban cayendo, pero por el momento seguían vivos.
-¿Por qué no está muerto? -Medio hipnotizado por las lenguas de fuego que estallaban en el exterior (al menos el Presagio estaba panza abajo en ese momento), Korsin sólo era vagamente consciente de las duras palabras que se decían a su izquierda-. ¡No deberías haber saltado! -exclamó la voz joven, clavando las palabras como puñales-. ¿Por qué no está muerto?
El comandante Korsin se enderezó y miró incrédulo a su hermanastro.
- que no me estás hablando a mí.
Devore Korsin apuntó con un dedo enguantado más allá del comandante, a un hombre frágil que aún se debatía inútilmente con su panel de control y parecía muy solo.
-¡Ese navegante tuyo! ¿Por qué no está muerto?
-¿Quizá está en la cubierta equivocada?
-¡Yaru!
No era una broma, claro está. Boyle Marcom había guiado las naves de los Sith a través de las extrañezas del hiperespacio desde mediados del reinado de Marka Ragnos. Boyle ya no estaba en sus mejores años, pero Yaru Korsin sabía que siempre merecía la pena tener un antiguo timonel de su padre. Aunque hoy no. Fuera lo que fuese que había pasado, perfectamente se le podrían echar las culpas al navegante.
¿Pero achacar culpas en mitad de una tormenta de fuego? Esa vez Devore se había excedido.
-Hablaremos de esto más tarde -dijo el mayor de los Korsin desde el sillón de mando-. Si es que hay un más tarde.
La ira brilló en los ojos de Devore. Yaru no podía recordar haber visto nunca otra cosa en ellos. El pálido y desgarbado Devore tenía muy poco de su propia complexión rubicunda y achaparrada... la misma de su padre. ¿Pero esos ojos, y esa mirada? Podrían haber sido un trasplante directo.
Su padre. Nunca había vivido un día así. El viejo espaciante nunca había perdido una nave de los Señores del Sith. Aprendiendo a su lado, el adolescente Yaru se había labrado su propio futuro... hasta el día en que dejó de estar tan enamorado de los pasos de su padre. El día en que Devore llegó. Con la mitad de años que Yaru, hijo de una madre de otro puerto en otro planeta... y acogido por el viejo almirante sin pensárselo dos veces. Antes que descubrir cuántos hijos más tenía su padre ahí fuera para ocupar estaciones en el puente, el cadete Korsin prefirió acudir a los Señores del Sith pidiendo otra misión. Eso no había sido un error. En cinco años, llegó a capitán. En diez, consiguió el mando del recién botado Presagio superando a un capitán que había sido su superior durante muchos años.
A su padre no le había gustado. Nunca había perdido una nave de los Señores del Sith. Pero había perdido una a manos de su hijo.
Pero ahora perder el Presagio parecía una tradición familiar. La tripulación del puente al completo -incluso el intruso Devore- respiró sonoramente cuando arroyuelos de humedad reemplazaron a las llamas en el exterior del ventanal. El Presagio había entrado en la estratosfera sin incinerarse, y ahora la nave era un platillo girando perezosamente a través de densas nubes de lluvia. Korsin entrecerró los ojos. ¿Agua?
¿Habrá siquiera tierra debajo?
El pensamiento aterrador cruzó al unísono por las mentes de los siete presentes en el puente, al ver cómo se combaba el ventanal de transpariacero: ¡Gigante de gas! Se tardaba bastante en estrellarse desde órbita, suponiendo que sobrevivieras a la re-entrada. ¿Cuánto más, cuando no había superficie? Korsin toqueteó sin objeto claro los controles ubicados en su reposa-brazos. El Presagio se resquebrajaría en pedazos, aplastado bajo una montaña de vapores. Compartieron el mismo pensamiento... y casi como respuesta, la ventana se oscureció.
-¡Agachaos, todos! -dijo-. ¡Y agarraos a algo... ya!
Esta vez, le hicieron caso. Lo sabía: Si se trataba de auto-conservación, un Sith haría cualquier cosa. Incluso ese puñado. Korsin clavó las uñas en su silla, con los ojos fijos en el ventanal de proa y la sombra que caía rápidamente sobre él.
Una masa húmeda chocó contra el casco. Su forma alargada se arrastró por el transpariacero, demorándose un instante antes de desaparecer. El comandante parpadeó un par de veces. Había aparecido y desaparecido de pronto, pero no era parte de su nave.
Tenía alas.
Sorprendido, Korsin se levantó de su asiento como con un resorte y se abalanzó hacia el ventanal. Esta vez, el error fue claramente suyo. Ya forzado por la colisión, el transpariacero acabó cediendo, y la nave lloró esquirlas como lágrimas brillantes. Una ráfaga de aire saliente lanzó a Korsin de golpe contra las placas de la cubierta. El viejo Marcom se inclinaba hacia un lado, al haber perdido agarre en su estación. Sonaron las sirenas -¿cómo era que aún funcionaban?- pero pronto se apagó el tumulto. Sin pensarlo, Korsin respiró.
-¡Aire! ¡Es aire!
Devore se puso en pie el primero, braceando contra el viento. Su primer golpe de suerte. El ventanal había estallado principalmente hacia fuera, y no hacia dentro; y aunque la cabina había perdido presión, un viento húmedo y salado la estaba reponiendo lentamente. Sin ayuda, el comandante Korsin se abrió camino a su estación. Gracias por echarme una mano, hermano.
-Esto es sólo un aplazamiento -dijo Gloyd. Aún no podían ver qué había abajo. Korsin ya había efectuado anteriormente un picado suicida, pero eso había sido en un bombardero... cuando sabía dónde estaba la tierra debajo. Y que había tierra.
Las dudas que antes Korsin había reprimido cruzaron su mente... y Devore respondió.
-Ya basta -ladró el cazador de cristales, luchando contra el balanceo de la cubierta para llegar a la silla de mando de su hermano-. ¡Déjame esos controles!
-¡Están tan muertos para ti como lo están para mí!
-¡Ya lo veremos! -Devore intentó agarrar el reposa-brazos, pero fue detenido por la gruesa muñeca de Korsin. El comandante apretó los dientes. No hagas esto. Ahora no.
Un bebé lloró. Korsin lanzó por un instante una mirada de interrogación a Devore antes de girarse para ver a Seelah en el umbral, agarrando un bulto envuelto en carmesí. El bebé gemía.
De piel más oscura que cualquiera de ellos, Seelah era una operaria en el equipo minero de Devore. Korsin la conocía simplemente como la hembra de Devore; ese era el modo más educado de decirlo. No sabía qué papel llegó primero. Ahora la esbelta figura parecía demacrada al tambalearse en el umbral. Su bebé, envuelto por completo según la costumbre de su gente, había logrado sacar un bracito y estaba aferrando su revuelto cabello castaño rojizo. Ella parecía no notarlo.
La sorpresa -¿o era enfado?- cruzó el rostro de Devore.
-¡Os había enviado a los módulos salvavidas!
Korsin se estremeció. Usar los módulos salvavidas era una idea imposible... literalmente. Ya lo sabían de antes cuando, en el espacio, el primero de ellos se atascó en su testarudo gancho de agarre y explotó justo en el casco de la nave. No sabía qué había pasado con el resto, pero la nave había sufrido tal daño en su zona central que suponía que probablemente toda la hilera se hubiera perdido.
-La bodega de carga -dijo ella, jadeando cuando Devore llegó junto a ella y le agarró los brazos-. Junto a nuestros alojamientos.
Los ojos de Devore miraron tras ella, hacia el pasillo.
-Devore, no puedes ir a los módulos salvavidas...
-¡Cállate, Yaru!
-Parad -dijo ella-. Hay tierra. -Cuando Devore se la quedó mirando inexpresivamente, ella suspiró y miró con urgencia al comandante-. ¡Tierra!
Korsin hizo la conexión.
-¡La bodega de carga!
Los cristales estaban en una bodega segura, por delante del daño... en un lugar con ventanales en un ángulo que permitían ver hacia abajo. Había algo bajo todo ese azul, después de todo. Algo que les daba una oportunidad.
-El impulsor de babor se encenderá -imploró ella.
-No, no lo hará -dijo Korsin. No con una orden desde el puente, al menos-. Vamos a tener que hacer esto a mano... por así decirlo. -Caminó más allá del achacoso Marcom hacia el ventanal de estribor, desde el que se veía el bulto principal de la renqueante popa de la nave. Había cuatro grandes tapas de lanzatorpedos a ambos lados de la nave, unas tapas esféricas que giraban hacia arriba o hacia abajo del plano horizontal según dónde estaban situadas. Nunca se abrían esas tapas en las atmósferas, por miedo al daño que podrían causar. Ese fallo de diseño podría salvarles-. Gloyd, ¿funcionaran?
-Girarán... una vez. Pero sin energía, vamos a tener que activar las espoletas para abrirlas.
Devore estaba fuera de sí.
-¡No vamos a salir ahí fuera! -Seguían a velocidad terminal. Pero Korsin ya estaba también en movimiento, corriendo más allá de su hermano hacia el ventanal de babor-. ¡Todo el mundo, a los lados!
Seelah y otro tripulante caminaron al ventanal de la derecha. Devore, al verlo, se unió reticentemente a ella. Solo a la izquierda, Yaru Korsin colocó la mano sobre la ventana sobre la que estaba apareciendo una especie de sudor frío. Fuera, a metros de distancia, encontró una de las inmensas cubiertas circulares... y la pequeña caja colocada a su lado, no mayor que un comunicador. Esa más pequeña de lo que recordaba de la inspección. ¿Dónde está el mecanismo? Ahí. Lo alcanzó con la Fuerza. Con cuidado...
-La puerta de torpedos superior, a ambos lados. ¡Ahora!
Con un decidido acto mental, Korsin activó la espoleta. Un gran tornillo se soltó de forma explosiva, saliendo disparado... y la pesada tapa del tubo se movió como respuesta, girando sobre su única bisagra. La nave, que ya estaba temblando, gimió con estrépito cuando la puerta alcanzó su posición final, asomando de la superficie del Presagio como un alerón improvisado. Korsin miró con expectación a su espalda, donde la expresión de Seelah le indicaba un éxito similar en su lado. Por un instante, se preguntó si había funcionado...
¡Zum! Con un violento tirón que hizo que la tripulación del puente perdiera el equilibrio, el Presagio apuntó con el morro hacia abajo. No habían aminorado la velocidad de la nave tanto como Korsin había esperado, pero esa no era la cuestión. Al menos ahora podían ver hacia dónde se dirigían, lo que había debajo. Si esas malditas nubes se apartasen...
De golpe, la vio. Tierra, en efecto... pero más agua. Mucha más. Picos dentados y desiguales sobresalían de un oleaje verdoso, casi como un esqueleto de roca iluminado por el sol poniente del planeta alienígena, apenas visible en el horizonte. Se iba haciendo rápidamente de noche. No habría mucho tiempo para tomar una decisión...
...pero Korsin ya sabía que no había elección posible. Aunque la mayor parte de la tripulación sobreviviría a un amaraje, no durarían mucho cuando sus superiores supieran que su preciada carga estaba en el fondo de un océano alienígena. Mejor que recuperen los cristales de entre nuestros cadáveres calcinados. Frunciendo el ceño, ordenó a la tripulación del lado de estribos que activase sus puertas de torpedos inferiores.
De nuevo, una violenta sacudida, y el Presagio se inclinó hacia la izquierda, dirigiéndose hacia una furiosa cadena de montañas. Hacia atrás, un módulo salvavidas salió despedido de la nave... y se estrelló directamente contra los riscos. La columna de humo desapareció del campo de visión del puente en menos de un segundo. La tripulación de torpedos de Gloyd tendría envidia, pensó Korsin, agitando la cabeza y respirando profundamente. Aún queda gente viva ahí atrás. Aún lo están intentando.
El Presagio rebasó un pico cubierto de nieve por menos de cien metros. Al otro lado, se abría una superficie de agua oscura. Otra corrección de curso... y el Presagio se estaba quedando rápidamente sin tubos de torpedos. Se lanzó otro módulo salvavidas, en un ángulo descendiente. Sólo cuando la pequeña nave se aproximaba al oleaje, su piloto -si es que tenía alguno- activó los motores. Los cohetes lanzaron el módulo directo al océano a máxima velocidad.
Parpadeando por el sudor, Korsin volvió la mirada a su tripulación.
-¡Carga de profundidad! ¡Buen momento para una maniobra de combate mixta! -Ni siquiera Gloyd se rió con esa. Pero no por decoro, se dio cuenta el comandante al girarse. Era por lo que había delante. Más afiladas montañas surgían de las aguas... incluyendo una montaña que iba directa hacia ellos. Korsin se reclinó en su asiento-. ¡A sus estaciones!
Seelah corría presa del pánico, casi perdiendo en uno de sus tambaleos al sollozante Jariad. No tenía estación, ni posición defensiva. Comenzó a cruzar hacia Devore, congelado en su terminal. No quedaba tiempo. Una mano le agarró. Yaru tiró de ella, empujándola detrás del sillón de mando para que se agachase y se protegiera allí.
La acción le salió cara.
El Presagio se estrelló contra el pico de granito en ángulo, perdiendo la batalla... y aún más partes de sí mismo. El impacto lanzó al comandante Korsin hacia delante contra el mamparo, casi empalándole en los restos del ventanal destrozado. Gloyd y Marcom se esforzaron en avanzar hacia él, pero el Presagio seguía en movimiento, chocando contra otro alzamiento rocoso y girando en espiral hacia abajo. Algo explotó, esparciendo fragmentos llameantes en la estela devastadora de la nave.
Agonizante, el Presagio giró hacia delante de nuevo, con las puertas de los torpedos que habían sido sus improvisados aerofrenos actuando como remos y timones al deslizarse. Bajó resbalando por una cuesta llena de gravilla, lanzando piedras en todas direcciones. Korsin, con la frente sangrando, alzó la vista para ver...
...nada. El Presagio continuó deslizándose hacia un abismo. Se le había acabado la montaña.
Para. ¡Para!
-¡Para!


Silencio. Korsin tosió y abrió los ojos.
Seguían vivos.
-No -dijo Seelah, de rodillas, aferrándose a Jariad-. Ya estamos muertos.
Gracias a ti, eso no lo dijo... pero Korsin sintió las palabras fluyendo hacia él a través de la Fuerza. No necesitaba esa ayuda. Sus ojos lo decían todo.

2 comentarios:

  1. Una duda este es todo el libro?

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  2. Es el primer capítulo del primer ebook de la serie. Revisa el índice de la Era para ver el resto de capítulos y de ebooks, entre otras cosas:
    http://relatosstarwars.blogspot.com.es/p/era-de-la-antigua-republica.html

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