John Jackson Miller
Capítulo Uno
3000 ABY
El tiempo es un amante, decía el viejo dicho: un amante Sith. Te tienta con la eternidad... y luego acaba contigo y te abandona en la muerte.
Con la mirada fija en el estanque reflectante, Varner Hilts estudiaba la última cicatriz del tiempo, su única relación duradera. No, no podía decir que fuera un efecto de la luz, o del agua sucia. Era real. Un surco reciente corría directamente desde su ojo izquierdo hasta su sien. Girando la cabeza y mirando más de cerca, soltó un juramento. ¿Por qué no había al menos una arruga similar en el otro lado? El tiempo no era muy dado a la simetría.
Hilts estaba cerca de convertirse en el objeto más inútil de toda la creación: un anciano en una sociedad Sith. Era la gran ironía de la Tribu en Kesh. Un hombre sin enemigos vivía mucho, pero no tenía ningún futuro. En virtud de su extraordinaria vocación, Hilts había conseguido sobrevivir a décadas de tumulto... ¿pero para qué? ¿Para poder ver en el mismo estanque como pasaban otros treinta años, observando si declive caca día de camino al trabajo?
Bueno, las tradiciones son importantes, pensaba Hilts. Arrodillándose sobre el reflejo, se llevó la mano al rostro y entrecerró los ojos. Lentamente recorrió con su dedo la nueva arruga...
¡CRAC!
La piedra antigua se quebraba. Sobresaltado, Hilts miró hacia arriba. En lo alto, una sección del acueducto suspendido de Tahv oscilaba y cedía, liberándose de su elevado pilar.
-¡Cuidador!
Antes de que Hilts pudiera ponerse completamente de pie, un borrón púrpura apareció desde el callejón. El hombre keshiri se lanzó de cabeza contra el vientre de Hilts, haciendo que el humano cayera de espaldas. Losas gigantes de sillería se estrellaron en la calle, pulverizándose al borde del estanque donde Hilts se encontraba arrodillado momentos antes.
Tumbado de espaldas sobre el pavimento, Hilts usó la Fuerza para evitar que los pedazos de escombro cayeran sobre él y sobre su salvador. Pero ningún poder podía detener la fuerza del agua salobre cayendo en cascada desde la esclusa destrozada. El keshiri escudó a Hilts lo mejor que pudo mientras duró la ducha de agua y rocas.
Tosiendo, Hilts reconoció a su salvador.
-¿Tratando de ganar puntos ante el jefe, Jaye? –Mientras hablaba, se puso en pie, sacudiéndose el agua turbia de su escaso pelo plateado.
-Yo... siento haberle empujado, Amo Hilts –tartamudeó el keshiri-. Yo pasaba por aquí y...
-Cálmate –Hilts sabía que era una orden inútil, incluso aunque Jaye estuviera oficialmente a sus órdenes. El nativo de rostro redondo tenía las mismas probabilidades de relajarse que Hilts de convertirse en Gran Señor-. Sólo es otro día normal en “la Corona de Kesh”.
-Es la conjunción –dijo Jaye, sacudiendo la capa de su superior. Sus nerviosos ojos negros observaban la silueta de la capital, ahora rota-. ¡La profecía de la que le he estado hablando!
-Y hablando. Y hablando. –Hilts descubrió un grupo de humanos discutiendo cerca de la sección del acueducto caída. Al parecer, la única industria creciente de Tahv era asignar las culpas de las cosas. Tiró de la manga de su ayudante-. ¡Vayamos a la oficina antes de que alguien decida que fuimos nosotros quienes lo echamos abajo por respirar demasiado fuerte!
Anteriormente, los Sith de Kesh dedicaban su tiempo a conseguir poder, siguiendo temporalmente a otros para poder reclamar su premio algún día. Para la mayoría en esa era más simple, la estructura de poder de Yaru Korsin de Sumos Señores, Señores y Sables funcionaba como medios para un fin. La jerarquía sobrevivió porque servía a los propósitos de suficiente gente... gente con el poder de defender el sistema contra aquellos que quisieran destruirlo. Durante más de mil años después de la muerte del fundador, la Tribu había prosperado.
Pero el Segundo Milenio trajo implacables tribulaciones. La Gran Señora Lillia Venn desapareció hacía más de novecientos años en lo que los lugareños keshiri llamaban, de forma bastante críptica, la Noche del Meteoro del Revés. Ciertamente, eso fue un mal augurio para los nietos del Presagio. Al saber de su desaparición, los rivales de Venn atacaron primero a sus seguidores... y luego se atacaron unos a otros. Los combatientes vencidos abandonaron la capital y huyeron al interior, donde muchos hicieron causa común con los esclavos humanos que no tenían ni voz ni voto. Un número creciente de Sith presionaron para que los pacíficos keshiri se unieran a sus fuerzas. Durante siglos, las facciones se unían el tiempo suficiente para conquistar Tahv y asesinar al Gran Señor gobernante... sólo para comenzar inmediatamente a luchar entre sí. Una fuerza rebelde se convertía en dos, que se convertían en veinte. En la Tribu, el poder envenenaba a cualquiera que lo probase.
Un cuarto de siglo antes, Hilts había sido célebre por acuñar un término para esa época, pero no había sido necesaria mucha imaginación. “La Edad de la Podredumbre” era visible por todas partes. Bajo sucesivos asedios, las ricas calles de Tahv fueron decayendo. Desatendidos, los inmensos acueductos se obstruían y se desbordaban; la calamidad de esa mañana era un suceso demasiado familiar. Lejos, al sur, la Aguja Sessal había mostrado su rabia como nunca lo había hecho en los anales de los keshiri, desencadenando una explosión tan atronadora que un lateral del gran estadio, la Korsinata, se derrumbó. Era como si el propio planeta estuviera luchando contra sus emigrantes venidos de fuera.
Pero protegido en un pequeño rincón del mármol erosionado del edificio capital, un lugar había permanecido libre de daños: la oficina del cuidador. Entre todas las batallas entre Grandes Señores y Antiseñores, sólo eso había permanecido intacto.
No era porque los Sith tuvieran ningún miedo de cometer sacrilegio. La oficina de Varner Hilts, fuera de la estructura de poder tradicional, había sido establecida en la época de Nida Korsin para proporcionar a la Tribu una precisa medida del tiempo y un archivo histórico. Era una designación de por vida, en parte porque había muy pocos candidatos interesados. Nadie deseaba el puesto de Cuidador; sus únicos seguidores eran un puñado de funcionarios keshiri, inservibles para el servicio el ningún ejército. Tampoco es que Hilts hubiera pedido realmente ese puesto. Estudioso de la historia, muy pronto le dijeron que con sus habilidades con el sable de luz nunca tendría que preocuparse por ningún aliado traicionero. Nadie se atrevería a permanecer cerca de él, por miedo a perder algún miembro accidentalmente.
Caminando de la antesala al Salón de las Cuentas, Hilts volvió a oír el clic-clac que le había recibido durante la mitad de su vida. Sentados sobre sus rodillas en un semicírculo, keshiri vestidos de marrón trabajaban en ábacos construidos a partir de conchas marinas y brotes jóvenes de hejarbo. Hilts se quitó su capa goteante y caminó por la sala, preguntándose sin demasiado interés en qué estarían trabajando hoy. Jaye mantenía ocupados a los empleados, la mayor parte del tiempo calculando fechas para cotejarlas con los fragmentos de información que Hilts extraía de los archivos. A menudo se maravillaba ante su precisión. Para ser una especie que carecía de base matemática cuando el Presagio se estrelló, los keshiri habían abrazado el cálculo con tanto vigor como lo habían hecho con todas sus otras artes.
Agarrando un ábaco de un compañero de trabajo, Jaye siguió a Hilts al atrio bañado por el sol. Siglos antes, el primer Gran Señor, Yaru Korsin, había observado a su sobrino Jariad batirse en duelo aquí... sabiendo incluso entonces, sospechaba Hilts, que Jariad tenía la intención de traicionarlo. Ahora, los Tubos de Arena dominaban la sala. Silenciosamente atendidos por tan atentas niñas keshiri vestidas de color cobrizo, la gigantesca red de frascos de vidrio rellenos de polvo medía el tiempo para la Tribu. Como si el tiempo pudiera ser embotellado, pensaba Hilts, rascándose el mentón.
-Quiero ser capaz de ver mi reflejo en esos tubos –ordenó-. No tengo que deciros el gran día que nos espera.
No lo hizo. Las trabajadoras abrillantaron con más urgencia el inmenso dispositivo masivo, cuidando de no interferir con su funcionamiento. Por primera vez en sus breves, iban a venir visitantes a su lugar de trabajo. Ningún Gran Señor o pretendiente había vivido en el palacio durante seiscientos años; los arquitectos de Korsin lo habían diseñado para la belleza, no para la defensa. El Día del Testamento era el único momento en el que el edificio veía visitantes.
Cada veinticinco años, en el aniversario de la muerte de Korsin, los oyentes escuchaban de nuevo su testamento y última voluntad. Cincuenta años antes, Hilts era un niño, al que no se le permitía acceder al palacio... pero la idea de unirse con el pasado había capturado su imaginación. A través del estudio y el trabajo, se había asegurado de que, cuando llegase el siguiente Día del Testamento, él sería quien dirigiera el evento.
Ahora, como un cometa, el día había vuelto de nuevo. Pero hoy en día el palacio era un lugar en mucho peor estado, más allá de sus recursos para poder repararlo. Echando un vistazo a las grietas de las vidrieras del techo, Hilts no podía emocionarse demasiado.
Jaye no tenía ese problema.
-¡Lo han confirmado, Cuidador! –exclamó el keshiri, agitando el ábaco en su mano-. Mis cálculos sobre los Tubos de Arena...
-...No son importantes en este momento -dijo Hilts-, a menos que tengas la intención de tomar un paño y ayudar a limpiarlos. -Observó a las jóvenes en su trabajo. Al menos algunas partes de la habitación tendrían buen aspecto-. Tenemos doce días. Estaremos listos.
El secretario se mordió el labio.
-¿Realmente podemos estar listos? Esta... esta es una convergencia mística. No... una convergencia sagrada.
Hilts puso los ojos en blanco. Jaye no sólo amaba sus números; también les temía. Este año era una novedad para la Tribu. El Día del Testamento no era el único memorial semejante... y Yaru no era el único Korsin. Su hija Nida había reinado por un récord de setenta y nueve años después de su padre, y su elevación al rango de Gran Señora se conmemoraba con un festival de un mes de duración en los terrenos del exterior del palacio cada setenta y nueve años. Ni siquiera Hilts, había estado presente en el último.
-¿No lo ve, Cuidador? –Las conchas del ábaco sonaron mientras Jaye efectuaba otro cálculo-. Han pasado mil novecientos setenta y cinco años desde que el Gran Señor Korsin trascendió esta existencia y Nida le sucedió... ¡y eso son setenta y nueve veces veinticinco! ¡Esta es la primera vez que el Día del Testamento y la Ascensión de Nida han coincidido el mismo año! -Mirando rápidamente a uno y otro lado, bajó la voz hasta convertirla en un susurro-. Nunca antes había ocurrido, jamás.
-¡Jamás! –Hilts agarró a su compañero púrpura pálido por los hombros con fingida seriedad, haciendo que Jaye dejara caer su ábaco al suelo de piedra-. Así que lo que me estás diciendo... ¡es que ahorremos en vino esta vez! –Hilts soltó a Jaye y le dio una suave palmada en la mejilla-. No necesitamos más presagios, Jaye. Tenemos uno, en lo alto de la montaña, ¿recuerdas? Y no se permite que nadie entre en su interior.
Hilts caminó hacia su oficina privada, dejando a su ayudante con la mirada perdida en el ábaco.
-Pero, Cuidador...
-Estás exagerando, Jaye.
-Pero, ¿qué pasa con lo que he descubierto acerca de los Tubos de Arena?
-¡No empieces otra vez con eso! -Hilts entró en su oficina y miró con alivio su silla. Sí, esa era la respuesta. Después de una mañana como esta, sería un alivio sentarse en silencio y beber un poco de...
Se alzaron voces fuera, en el atrio. Golpeando con disgusto su copa medio llena sobre el escritorio, Hilts gritó por encima del hombro a la conmoción.
-¡Jaye, te dije que te calmases!
-Qué curioso -respondió una ronca voz femenina-. Yo acabo de decirle lo mismo. -Hilts se volvió para ver a una mujer de poco menos de treinta años vestida de negro, con un sable de luz de color rojo brillante justo debajo del cuello de Jaye. Con ojos dorados vivos con oscura inteligencia, habló de nuevo-: Tenemos que hablar, Cuidador... y no me gusta ser interrumpida.
Medía sus dos buenos metros de altura, más alta que Hilts, con diferencia. Cabello de color rojo brillante, muy bien peinado; piel de color rosa sin defectos. Le habría ido bien en las inspecciones de Seelah Korsin, siglos antes, pensó Hilts. Y esa era precisamente la cuestión.
La intrusa condujo a Hilts al atrio, donde vio a media docena de mujeres vestidas de manera similar, todas ellas perfectos especímenes de la especie humana, amenazando a los asustados trabajadores con sables de luz. Ella volvió a hablar.
-Obviamente, me conoces.
-Sólo por la reputación –dijo él, con la garganta seca. No había llegado a probar su bebida-. No salgo mucho.
-Eso ya lo veo. –La mujer mostró una falsa sonrisa y desactivó su sable de luz-. Iliana Merko. Y estas son mis compañeras Hermanas de Seelah.
-No creo que Seelah Korsin tuviera hermanas –dijo Hilts, observando a las beldades que vigilaban a sus keshiri.
-Hermanas en espíritu.
Iliana avanzó con confianza, aplastando bajo sus pies el ábaco de Jaye al hacerlo. El matemático estaba con los demás, ahora, tendido en el suelo pero a salvo. Con los tacones de las botas resonando sobre el mármol, Iliana examinó las estatuas de vidrio que se alineaban en el atrio. Todas ellas representaban bien a Yaru, bien a Nida Korsin. Iliana no parecía satisfecha.
-Lo siento -dijo Hilts-. Se llevaron las estatuas de Seelah después... después de lo ocurrido, años atrás. -Supuso que ella sabía acerca del fallido golpe de estado que Seelah había urdido con Jariad contra su marido, Yaru. Para los miembros de la facción de Iliana, era como si hubiera ocurrido ayer-. No creo que se conserve ninguna estatua de Seelah en absoluto.
-No me sorprende. Nadie dio a nuestra señora el respeto que se merecía. Ella fundó la tribu, ¿sabes?... No estos traidores. -Mirando a una representación de vidrio de Yaru Korsin, la expresión de Iliana pasó a mostrar perplejidad-. ¿Realmente tenía ese aspecto?
-En ese entonces, los escultores Keshiri aún tenían problemas para representar correctamente los ojos humanos. –Hilts dio un cauteloso paso hacia ella. La mujer no parecía tener ninguna prisa, y él decidió pensar que eso era un buen presagio para su supervivencia. Pero, de todas formas, tampoco es que ella fuera a ser interrumpida. ¿Quién podría ir allí?
-Sabes por qué estoy aquí –dijo ella, enfrentándose a él.
-El Testamento todavía no será leído hasta dentro de doce días. ¿Por qué están aquí ahora?
Se acercó rápidamente hacia él.
-Tenemos que hablar acerca de lo que dice el Testamento de Korsin –dijo ella-. Antes de que lleguen los demás.
Hilts no pudo evitar reírse.
-Usted sabe lo que dice el Testamento. Todo el mundo lo sabe. Ha sido transcrito tantas veces...
Iliana cargó hacia delante, encendiendo su sable de luz y agitando la punta justo bajo la barbilla peluda del cuidador.
-¡Por supuesto que lo sabemos! Pero esto es diferente. Este Día del Testamento, esta lectura... de alguna manera, se ha convertido en un cónclave.
Hilts entornó los ojos.
-La Paz del Panteón.
-Exactamente.
De repente todo tenía sentido para Hilts. Durante siglos, el Día del Testamento y la lectura había sido la única ocasión en la que toda la jerarquía de la Tribu se reunía pacíficamente en un mismo techo -el del atrio del palacio de atrio- para escuchar las palabras de su antiguo fundador. Incluso después de que los Sith se fragmentasen, el respeto a los grandes líderes del pasado había sido suficiente para que los líderes de las diferentes facciones se reunieran a un tiempo. Nadie se atrevía a hacer de la reunión una oportunidad para sembrar el caos; algunos ahora consideraban a Korsin casi como un ser mágico, capaz de influir en los acontecimientos desde más allá de la tumba. Sus antepasados habían caminado en las estrellas.
-Todos mis rivales estarán aquí -dijo Iliana, amenazándolo aún con el sable de luz-. Algunos creen que, en el Testamento, escucharán el apoyo a su causa... el refrendo de un hombre muerto. –Volvió la mirada hacia la estatua e hizo una mueca de desdén-. Bueno, todos sabemos lo que es: un aburrido antiguo discurso recompensando a sus aliados por ayudarle a frustrar las intenciones de Seelah.
Hilts tragó saliva. No, Iliana y sus aliados no encontrarían mucho de su agrado en el discurso póstumo de Korsin. El líder sólo había mencionado a Seelah para desterrarla. Algunos de los otros grupos podrían encontrar cierto apoyo a sus propias pretensiones de poder en las palabras de Korsin... pero las Hermanas.
-Es por eso, anciano, que quiero que cambies lo que está en el Testamento. -Iliana cubrió los pocos pasos restantes entre ambos y bajó la mirada hacia el cuidador. Sonrió-. Que lo cambies... a nuestro favor.
Él le sostuvo la mirada por un momento.
-Habla en serio.
-Totalmente. –Con un giro, ella se apartó, apagando de nuevo su sable de luz-. Te conozco, Wilts1...
-Es Hilts.
-...Tú y tus insignificantes trabajadores vivís para desenterrar trivialidades inútiles. Bueno, -dijo ella, volviéndose-, pues vas a revelar que habéis descubierto el verdadero Testamento... uno que declara que Seelah y aquellos que hoy sigan sus enseñanzas son los legítimos herederos al poder en Kesh.
Una de las compañeras de Iliana extrajo un pergamino y lo arrojó a Hilts. Él lo desenrolló, con ojos desorbitados.
-No creo que esto vaya a funcionar.
-Oh, lo hará -dijo Iliana-. Los demás son supersticiosos; todos invocan a una u otra figura de nuestra. Viven en el temor a nuestros ancestros nacidos en lo alto... y hacen bien. Pero no respetan a quien deberían. –Señaló al pergamino que Hilts tenía en sus manos-. Eso cambiará cuando tú leas eso en lugar del Testamento de Korsin. Los de mente más simple lo creerán, y me seguirán. Esto debería ser suficiente.
Hilts soltó el aliento que estaba reteniendo, ahogando a duras penas una risa. Observó a la mujer, tan llena de energía e inteligencia... todo ello malgastado en vano.
No, por supuesto que no podía saberlo, pensó. Es demasiado joven.
Iliana se le quedó mirando.
-¿Qué?
-Lo siento -dijo Hilts, señalando el pergamino-. Admiro su iniciativa, Iliana Merko. Pero hay una razón por la que nadie ha intentado esto antes. Usted no podía saberlo, a menos que hubiera estado aquí en una lectura del Testamento... o hablado con alguien que lo hubiera hecho.
-¿De qué rayos estás hablando?
Poco a poco, para no causar alarma, Hilts se acercó a la parte derecha de los Tubos de Arena y se acercó a un pedestal cubierto.
-Yo no leo el Testamento de Korsin, ¿sabe? Los Cuidadores nunca lo hacen.
Iliana observó, perpleja, cómo él regresaba con algo envuelto en ricas telas.
-Entonces, ¿quién lo lee?
-Yaru Korsin lo hace.
Hilts retiró la tela, revelando un pequeño objeto en forma de pirámide. Un dispositivo... en una ciudad que no tenía ninguno...
1 Aunque puede parecer un simple fallo al recordar el nombre, cambiando la inicial, en realidad es un insulto velado. En inglés, hilt = empuñadura, wilt = mustio, marchito. (N. del T.)
Con la mirada fija en el estanque reflectante, Varner Hilts estudiaba la última cicatriz del tiempo, su única relación duradera. No, no podía decir que fuera un efecto de la luz, o del agua sucia. Era real. Un surco reciente corría directamente desde su ojo izquierdo hasta su sien. Girando la cabeza y mirando más de cerca, soltó un juramento. ¿Por qué no había al menos una arruga similar en el otro lado? El tiempo no era muy dado a la simetría.
Hilts estaba cerca de convertirse en el objeto más inútil de toda la creación: un anciano en una sociedad Sith. Era la gran ironía de la Tribu en Kesh. Un hombre sin enemigos vivía mucho, pero no tenía ningún futuro. En virtud de su extraordinaria vocación, Hilts había conseguido sobrevivir a décadas de tumulto... ¿pero para qué? ¿Para poder ver en el mismo estanque como pasaban otros treinta años, observando si declive caca día de camino al trabajo?
Bueno, las tradiciones son importantes, pensaba Hilts. Arrodillándose sobre el reflejo, se llevó la mano al rostro y entrecerró los ojos. Lentamente recorrió con su dedo la nueva arruga...
¡CRAC!
La piedra antigua se quebraba. Sobresaltado, Hilts miró hacia arriba. En lo alto, una sección del acueducto suspendido de Tahv oscilaba y cedía, liberándose de su elevado pilar.
-¡Cuidador!
Antes de que Hilts pudiera ponerse completamente de pie, un borrón púrpura apareció desde el callejón. El hombre keshiri se lanzó de cabeza contra el vientre de Hilts, haciendo que el humano cayera de espaldas. Losas gigantes de sillería se estrellaron en la calle, pulverizándose al borde del estanque donde Hilts se encontraba arrodillado momentos antes.
Tumbado de espaldas sobre el pavimento, Hilts usó la Fuerza para evitar que los pedazos de escombro cayeran sobre él y sobre su salvador. Pero ningún poder podía detener la fuerza del agua salobre cayendo en cascada desde la esclusa destrozada. El keshiri escudó a Hilts lo mejor que pudo mientras duró la ducha de agua y rocas.
Tosiendo, Hilts reconoció a su salvador.
-¿Tratando de ganar puntos ante el jefe, Jaye? –Mientras hablaba, se puso en pie, sacudiéndose el agua turbia de su escaso pelo plateado.
-Yo... siento haberle empujado, Amo Hilts –tartamudeó el keshiri-. Yo pasaba por aquí y...
-Cálmate –Hilts sabía que era una orden inútil, incluso aunque Jaye estuviera oficialmente a sus órdenes. El nativo de rostro redondo tenía las mismas probabilidades de relajarse que Hilts de convertirse en Gran Señor-. Sólo es otro día normal en “la Corona de Kesh”.
-Es la conjunción –dijo Jaye, sacudiendo la capa de su superior. Sus nerviosos ojos negros observaban la silueta de la capital, ahora rota-. ¡La profecía de la que le he estado hablando!
-Y hablando. Y hablando. –Hilts descubrió un grupo de humanos discutiendo cerca de la sección del acueducto caída. Al parecer, la única industria creciente de Tahv era asignar las culpas de las cosas. Tiró de la manga de su ayudante-. ¡Vayamos a la oficina antes de que alguien decida que fuimos nosotros quienes lo echamos abajo por respirar demasiado fuerte!
Anteriormente, los Sith de Kesh dedicaban su tiempo a conseguir poder, siguiendo temporalmente a otros para poder reclamar su premio algún día. Para la mayoría en esa era más simple, la estructura de poder de Yaru Korsin de Sumos Señores, Señores y Sables funcionaba como medios para un fin. La jerarquía sobrevivió porque servía a los propósitos de suficiente gente... gente con el poder de defender el sistema contra aquellos que quisieran destruirlo. Durante más de mil años después de la muerte del fundador, la Tribu había prosperado.
Pero el Segundo Milenio trajo implacables tribulaciones. La Gran Señora Lillia Venn desapareció hacía más de novecientos años en lo que los lugareños keshiri llamaban, de forma bastante críptica, la Noche del Meteoro del Revés. Ciertamente, eso fue un mal augurio para los nietos del Presagio. Al saber de su desaparición, los rivales de Venn atacaron primero a sus seguidores... y luego se atacaron unos a otros. Los combatientes vencidos abandonaron la capital y huyeron al interior, donde muchos hicieron causa común con los esclavos humanos que no tenían ni voz ni voto. Un número creciente de Sith presionaron para que los pacíficos keshiri se unieran a sus fuerzas. Durante siglos, las facciones se unían el tiempo suficiente para conquistar Tahv y asesinar al Gran Señor gobernante... sólo para comenzar inmediatamente a luchar entre sí. Una fuerza rebelde se convertía en dos, que se convertían en veinte. En la Tribu, el poder envenenaba a cualquiera que lo probase.
Un cuarto de siglo antes, Hilts había sido célebre por acuñar un término para esa época, pero no había sido necesaria mucha imaginación. “La Edad de la Podredumbre” era visible por todas partes. Bajo sucesivos asedios, las ricas calles de Tahv fueron decayendo. Desatendidos, los inmensos acueductos se obstruían y se desbordaban; la calamidad de esa mañana era un suceso demasiado familiar. Lejos, al sur, la Aguja Sessal había mostrado su rabia como nunca lo había hecho en los anales de los keshiri, desencadenando una explosión tan atronadora que un lateral del gran estadio, la Korsinata, se derrumbó. Era como si el propio planeta estuviera luchando contra sus emigrantes venidos de fuera.
Pero protegido en un pequeño rincón del mármol erosionado del edificio capital, un lugar había permanecido libre de daños: la oficina del cuidador. Entre todas las batallas entre Grandes Señores y Antiseñores, sólo eso había permanecido intacto.
No era porque los Sith tuvieran ningún miedo de cometer sacrilegio. La oficina de Varner Hilts, fuera de la estructura de poder tradicional, había sido establecida en la época de Nida Korsin para proporcionar a la Tribu una precisa medida del tiempo y un archivo histórico. Era una designación de por vida, en parte porque había muy pocos candidatos interesados. Nadie deseaba el puesto de Cuidador; sus únicos seguidores eran un puñado de funcionarios keshiri, inservibles para el servicio el ningún ejército. Tampoco es que Hilts hubiera pedido realmente ese puesto. Estudioso de la historia, muy pronto le dijeron que con sus habilidades con el sable de luz nunca tendría que preocuparse por ningún aliado traicionero. Nadie se atrevería a permanecer cerca de él, por miedo a perder algún miembro accidentalmente.
Caminando de la antesala al Salón de las Cuentas, Hilts volvió a oír el clic-clac que le había recibido durante la mitad de su vida. Sentados sobre sus rodillas en un semicírculo, keshiri vestidos de marrón trabajaban en ábacos construidos a partir de conchas marinas y brotes jóvenes de hejarbo. Hilts se quitó su capa goteante y caminó por la sala, preguntándose sin demasiado interés en qué estarían trabajando hoy. Jaye mantenía ocupados a los empleados, la mayor parte del tiempo calculando fechas para cotejarlas con los fragmentos de información que Hilts extraía de los archivos. A menudo se maravillaba ante su precisión. Para ser una especie que carecía de base matemática cuando el Presagio se estrelló, los keshiri habían abrazado el cálculo con tanto vigor como lo habían hecho con todas sus otras artes.
Agarrando un ábaco de un compañero de trabajo, Jaye siguió a Hilts al atrio bañado por el sol. Siglos antes, el primer Gran Señor, Yaru Korsin, había observado a su sobrino Jariad batirse en duelo aquí... sabiendo incluso entonces, sospechaba Hilts, que Jariad tenía la intención de traicionarlo. Ahora, los Tubos de Arena dominaban la sala. Silenciosamente atendidos por tan atentas niñas keshiri vestidas de color cobrizo, la gigantesca red de frascos de vidrio rellenos de polvo medía el tiempo para la Tribu. Como si el tiempo pudiera ser embotellado, pensaba Hilts, rascándose el mentón.
-Quiero ser capaz de ver mi reflejo en esos tubos –ordenó-. No tengo que deciros el gran día que nos espera.
No lo hizo. Las trabajadoras abrillantaron con más urgencia el inmenso dispositivo masivo, cuidando de no interferir con su funcionamiento. Por primera vez en sus breves, iban a venir visitantes a su lugar de trabajo. Ningún Gran Señor o pretendiente había vivido en el palacio durante seiscientos años; los arquitectos de Korsin lo habían diseñado para la belleza, no para la defensa. El Día del Testamento era el único momento en el que el edificio veía visitantes.
Cada veinticinco años, en el aniversario de la muerte de Korsin, los oyentes escuchaban de nuevo su testamento y última voluntad. Cincuenta años antes, Hilts era un niño, al que no se le permitía acceder al palacio... pero la idea de unirse con el pasado había capturado su imaginación. A través del estudio y el trabajo, se había asegurado de que, cuando llegase el siguiente Día del Testamento, él sería quien dirigiera el evento.
Ahora, como un cometa, el día había vuelto de nuevo. Pero hoy en día el palacio era un lugar en mucho peor estado, más allá de sus recursos para poder repararlo. Echando un vistazo a las grietas de las vidrieras del techo, Hilts no podía emocionarse demasiado.
Jaye no tenía ese problema.
-¡Lo han confirmado, Cuidador! –exclamó el keshiri, agitando el ábaco en su mano-. Mis cálculos sobre los Tubos de Arena...
-...No son importantes en este momento -dijo Hilts-, a menos que tengas la intención de tomar un paño y ayudar a limpiarlos. -Observó a las jóvenes en su trabajo. Al menos algunas partes de la habitación tendrían buen aspecto-. Tenemos doce días. Estaremos listos.
El secretario se mordió el labio.
-¿Realmente podemos estar listos? Esta... esta es una convergencia mística. No... una convergencia sagrada.
Hilts puso los ojos en blanco. Jaye no sólo amaba sus números; también les temía. Este año era una novedad para la Tribu. El Día del Testamento no era el único memorial semejante... y Yaru no era el único Korsin. Su hija Nida había reinado por un récord de setenta y nueve años después de su padre, y su elevación al rango de Gran Señora se conmemoraba con un festival de un mes de duración en los terrenos del exterior del palacio cada setenta y nueve años. Ni siquiera Hilts, había estado presente en el último.
-¿No lo ve, Cuidador? –Las conchas del ábaco sonaron mientras Jaye efectuaba otro cálculo-. Han pasado mil novecientos setenta y cinco años desde que el Gran Señor Korsin trascendió esta existencia y Nida le sucedió... ¡y eso son setenta y nueve veces veinticinco! ¡Esta es la primera vez que el Día del Testamento y la Ascensión de Nida han coincidido el mismo año! -Mirando rápidamente a uno y otro lado, bajó la voz hasta convertirla en un susurro-. Nunca antes había ocurrido, jamás.
-¡Jamás! –Hilts agarró a su compañero púrpura pálido por los hombros con fingida seriedad, haciendo que Jaye dejara caer su ábaco al suelo de piedra-. Así que lo que me estás diciendo... ¡es que ahorremos en vino esta vez! –Hilts soltó a Jaye y le dio una suave palmada en la mejilla-. No necesitamos más presagios, Jaye. Tenemos uno, en lo alto de la montaña, ¿recuerdas? Y no se permite que nadie entre en su interior.
Hilts caminó hacia su oficina privada, dejando a su ayudante con la mirada perdida en el ábaco.
-Pero, Cuidador...
-Estás exagerando, Jaye.
-Pero, ¿qué pasa con lo que he descubierto acerca de los Tubos de Arena?
-¡No empieces otra vez con eso! -Hilts entró en su oficina y miró con alivio su silla. Sí, esa era la respuesta. Después de una mañana como esta, sería un alivio sentarse en silencio y beber un poco de...
Se alzaron voces fuera, en el atrio. Golpeando con disgusto su copa medio llena sobre el escritorio, Hilts gritó por encima del hombro a la conmoción.
-¡Jaye, te dije que te calmases!
-Qué curioso -respondió una ronca voz femenina-. Yo acabo de decirle lo mismo. -Hilts se volvió para ver a una mujer de poco menos de treinta años vestida de negro, con un sable de luz de color rojo brillante justo debajo del cuello de Jaye. Con ojos dorados vivos con oscura inteligencia, habló de nuevo-: Tenemos que hablar, Cuidador... y no me gusta ser interrumpida.
Medía sus dos buenos metros de altura, más alta que Hilts, con diferencia. Cabello de color rojo brillante, muy bien peinado; piel de color rosa sin defectos. Le habría ido bien en las inspecciones de Seelah Korsin, siglos antes, pensó Hilts. Y esa era precisamente la cuestión.
La intrusa condujo a Hilts al atrio, donde vio a media docena de mujeres vestidas de manera similar, todas ellas perfectos especímenes de la especie humana, amenazando a los asustados trabajadores con sables de luz. Ella volvió a hablar.
-Obviamente, me conoces.
-Sólo por la reputación –dijo él, con la garganta seca. No había llegado a probar su bebida-. No salgo mucho.
-Eso ya lo veo. –La mujer mostró una falsa sonrisa y desactivó su sable de luz-. Iliana Merko. Y estas son mis compañeras Hermanas de Seelah.
-No creo que Seelah Korsin tuviera hermanas –dijo Hilts, observando a las beldades que vigilaban a sus keshiri.
-Hermanas en espíritu.
Iliana avanzó con confianza, aplastando bajo sus pies el ábaco de Jaye al hacerlo. El matemático estaba con los demás, ahora, tendido en el suelo pero a salvo. Con los tacones de las botas resonando sobre el mármol, Iliana examinó las estatuas de vidrio que se alineaban en el atrio. Todas ellas representaban bien a Yaru, bien a Nida Korsin. Iliana no parecía satisfecha.
-Lo siento -dijo Hilts-. Se llevaron las estatuas de Seelah después... después de lo ocurrido, años atrás. -Supuso que ella sabía acerca del fallido golpe de estado que Seelah había urdido con Jariad contra su marido, Yaru. Para los miembros de la facción de Iliana, era como si hubiera ocurrido ayer-. No creo que se conserve ninguna estatua de Seelah en absoluto.
-No me sorprende. Nadie dio a nuestra señora el respeto que se merecía. Ella fundó la tribu, ¿sabes?... No estos traidores. -Mirando a una representación de vidrio de Yaru Korsin, la expresión de Iliana pasó a mostrar perplejidad-. ¿Realmente tenía ese aspecto?
-En ese entonces, los escultores Keshiri aún tenían problemas para representar correctamente los ojos humanos. –Hilts dio un cauteloso paso hacia ella. La mujer no parecía tener ninguna prisa, y él decidió pensar que eso era un buen presagio para su supervivencia. Pero, de todas formas, tampoco es que ella fuera a ser interrumpida. ¿Quién podría ir allí?
-Sabes por qué estoy aquí –dijo ella, enfrentándose a él.
-El Testamento todavía no será leído hasta dentro de doce días. ¿Por qué están aquí ahora?
Se acercó rápidamente hacia él.
-Tenemos que hablar acerca de lo que dice el Testamento de Korsin –dijo ella-. Antes de que lleguen los demás.
Hilts no pudo evitar reírse.
-Usted sabe lo que dice el Testamento. Todo el mundo lo sabe. Ha sido transcrito tantas veces...
Iliana cargó hacia delante, encendiendo su sable de luz y agitando la punta justo bajo la barbilla peluda del cuidador.
-¡Por supuesto que lo sabemos! Pero esto es diferente. Este Día del Testamento, esta lectura... de alguna manera, se ha convertido en un cónclave.
Hilts entornó los ojos.
-La Paz del Panteón.
-Exactamente.
De repente todo tenía sentido para Hilts. Durante siglos, el Día del Testamento y la lectura había sido la única ocasión en la que toda la jerarquía de la Tribu se reunía pacíficamente en un mismo techo -el del atrio del palacio de atrio- para escuchar las palabras de su antiguo fundador. Incluso después de que los Sith se fragmentasen, el respeto a los grandes líderes del pasado había sido suficiente para que los líderes de las diferentes facciones se reunieran a un tiempo. Nadie se atrevía a hacer de la reunión una oportunidad para sembrar el caos; algunos ahora consideraban a Korsin casi como un ser mágico, capaz de influir en los acontecimientos desde más allá de la tumba. Sus antepasados habían caminado en las estrellas.
-Todos mis rivales estarán aquí -dijo Iliana, amenazándolo aún con el sable de luz-. Algunos creen que, en el Testamento, escucharán el apoyo a su causa... el refrendo de un hombre muerto. –Volvió la mirada hacia la estatua e hizo una mueca de desdén-. Bueno, todos sabemos lo que es: un aburrido antiguo discurso recompensando a sus aliados por ayudarle a frustrar las intenciones de Seelah.
Hilts tragó saliva. No, Iliana y sus aliados no encontrarían mucho de su agrado en el discurso póstumo de Korsin. El líder sólo había mencionado a Seelah para desterrarla. Algunos de los otros grupos podrían encontrar cierto apoyo a sus propias pretensiones de poder en las palabras de Korsin... pero las Hermanas.
-Es por eso, anciano, que quiero que cambies lo que está en el Testamento. -Iliana cubrió los pocos pasos restantes entre ambos y bajó la mirada hacia el cuidador. Sonrió-. Que lo cambies... a nuestro favor.
Él le sostuvo la mirada por un momento.
-Habla en serio.
-Totalmente. –Con un giro, ella se apartó, apagando de nuevo su sable de luz-. Te conozco, Wilts1...
-Es Hilts.
-...Tú y tus insignificantes trabajadores vivís para desenterrar trivialidades inútiles. Bueno, -dijo ella, volviéndose-, pues vas a revelar que habéis descubierto el verdadero Testamento... uno que declara que Seelah y aquellos que hoy sigan sus enseñanzas son los legítimos herederos al poder en Kesh.
Una de las compañeras de Iliana extrajo un pergamino y lo arrojó a Hilts. Él lo desenrolló, con ojos desorbitados.
-No creo que esto vaya a funcionar.
-Oh, lo hará -dijo Iliana-. Los demás son supersticiosos; todos invocan a una u otra figura de nuestra. Viven en el temor a nuestros ancestros nacidos en lo alto... y hacen bien. Pero no respetan a quien deberían. –Señaló al pergamino que Hilts tenía en sus manos-. Eso cambiará cuando tú leas eso en lugar del Testamento de Korsin. Los de mente más simple lo creerán, y me seguirán. Esto debería ser suficiente.
Hilts soltó el aliento que estaba reteniendo, ahogando a duras penas una risa. Observó a la mujer, tan llena de energía e inteligencia... todo ello malgastado en vano.
No, por supuesto que no podía saberlo, pensó. Es demasiado joven.
Iliana se le quedó mirando.
-¿Qué?
-Lo siento -dijo Hilts, señalando el pergamino-. Admiro su iniciativa, Iliana Merko. Pero hay una razón por la que nadie ha intentado esto antes. Usted no podía saberlo, a menos que hubiera estado aquí en una lectura del Testamento... o hablado con alguien que lo hubiera hecho.
-¿De qué rayos estás hablando?
Poco a poco, para no causar alarma, Hilts se acercó a la parte derecha de los Tubos de Arena y se acercó a un pedestal cubierto.
-Yo no leo el Testamento de Korsin, ¿sabe? Los Cuidadores nunca lo hacen.
Iliana observó, perpleja, cómo él regresaba con algo envuelto en ricas telas.
-Entonces, ¿quién lo lee?
-Yaru Korsin lo hace.
Hilts retiró la tela, revelando un pequeño objeto en forma de pirámide. Un dispositivo... en una ciudad que no tenía ninguno...
1 Aunque puede parecer un simple fallo al recordar el nombre, cambiando la inicial, en realidad es un insulto velado. En inglés, hilt = empuñadura, wilt = mustio, marchito. (N. del T.)
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