Orientación
John Jackson Miller
-¡A las
estaciones de batalla! ¡Hostiles por la banda de estribor!
En el pozo de mando el crucero imperial Desafío, 20 miembros de la escasa
tripulación se volvieron apresuradamente hacia sus terminales, dispuestos a
defenderse del ataque. Todas las mentes estaban centradas en la situación...
excepto una que pertenecía a la figura que se cernía, oscura e inmensa, en la
pasarela sobre ellos. Darth Vader lo observaba todo con total desinterés.
No había nada en esta “batalla” que atrajera la
atención del Señor Oscuro. No era real. No había nadie que desafiara al
Imperio. No hacía mucho tiempo que él y su maestro Darth Sidious, que ahora
gobernaba la galaxia como Emperador, habían llevado las Guerras Clon a su fin;
y aunque ambos se dirigían ahora a Ryloth para erradicar la insurgencia, los “hostiles”
del exterior eran pura ficción, parte de un ejercicio de entrenamiento.
-Media vuelta, rápido, cretinos –gritó el comandante
Baylo, pasando junto a Vader en su caminata por la pasarela-. ¡Mientras
esperaba a que terminarais vuestro picnic, habéis perdido vuestros escudos de
proa! –Apoyó las manos en la barandilla y se inclinó para bramar-: Hoy tenemos
un espectador. ¿Queréis hacerme quedar mal?
Vader pensó que él ya lo había hecho. Con los 70
años bien cumplidos y una nariz demasiado larga para su rostro, Pell Baylo
caminaba con una cojera exagerada que hacía que el hombre achaparrado se
balanceara arriba y abajo como un objeto flotante. Sin embargo, tenía toda la
atención de los cadetes en los pozos a ambos lados de la pasarela, todos los
cuales se afanaban ahora para corregir sus errores.
Vader pensó que su propia presencia allí también
era un error. Pero Sidious le había traído al puente del Desafío y le había dejado allí. Era su deber quedarse, aunque no
viera ninguna otra razón para estar allí.
Cruzando la vasta extensión del cosmos entre Coruscant
y Ryloth, Darth Sidious había ordenado una parada en el sistema Denon para
poder consultar con varios jefes de la armada, de visita allí para debatir cuál
sería la mejor forma de integrar en la Academia Imperial el batiburrillo de
escuelas militares afiliadas que habían existido bajo la República. Con su
sustento en juego, Baylo había sugerido una solución para ganar tiempo: el
encuentro podría tener lugar a bordo del Desafío,
el crucero que había dirigido como escuela de entrenamiento de vuelo durante
casi 50 años. El comandante mostraría a sus estudiantes en acción mientras
transportaban a su Alteza Imperial en una etapa de su viaje.
El Emperador había elogiado a Baylo por su
sugerencia. Vader vio a través de la oferta. Un esfuerzo inútil de salvar su escuela. Las Guerras Clon habían
dejado el Instituto de Entrenamiento de Vuelo Desafío –conocido para la mayoría de espaciantes como “la Escuela
Baylo”- directamente bajo el paraguas de la Armada de la República, con Baylo
recibiendo el rango de oficial de línea. Y sin embargo el comandante todavía
trataba el instituto como si fuera una propiedad personal, ignorando las
agendas programadas y aseverando que él sabía mejor que nadie cuándo estaban
los reclutas listos para el servicio. Incluso ahora, con el Imperio al mando,
los líderes navales eran reacios a controlar a Baylo; después de todo, él había
entrenado a muchos de ellos a bordo del Desafío.
Vader esperaba que esa resistencia se desvaneciera, ahora que el Emperador
estaba en escena. Baylo era simplemente otro fósil, casado con prácticas
arcaicas.
Pero su maestro sólo permaneció medio minuto en el
puente antes de marcharse a sus reuniones con los jefes navales que eran los
superiores de Baylo... dejando detrás a Vader para observar el patético
espectáculo de pantomima de Baylo. Vader había protestado, tan enérgicamente
como pudo atreverse:
-Le serviría mejor en otro lugar, Maestro.
El Emperador no quedó complacido.
-Yo decido dónde se te necesita. Te quedarás aquí y
serás mis ojos.
Eso fue varias horas antes, y Vader no había visto
nada que fuera digno de su atención. Baylo había dirigido las prácticas de sus
cadetes, increpándolos uno tras otro, y soltando aforismos. El primer ataque
simulado concluyó, y desató otro.
-...Todo reside en la actitud, en más de un sentido
–estaba abroncando moderadamente Baylo a alguien-. Piensa en tu dirección, en
tu objetivo. ¿No sabes adónde vas, cadete? Porque si tú no lo sabes, desde luego tu nave no lo sabrá...
Los estudiantes –humanos de veintipocos años,
algunos en sus primeros vuelos de orientación- parecían casi felices de recibir
esos tópicos y ese abuso verbal. Vader sabía que Baylo tenía un estatus de mito
en los círculos navales, y no sólo por sus hazañas. El Desafío había luchado contra los piratas cuando estaba en servicio
de patrulla, sí... pero la columna vertebral de Baylo había sufrido daños, y
ahora su lucha diaria era con el dolor casi constante. Desde que había subido a
bordo, Vader había escuchado dos veces cómo los cadetes hablaban en susurros
acerca del valor de Baylo por seguir trabajando a pesar de la agonía.
Ridículo.
Baylo no sabía nada acerca del dolor.
Una voz sonó a su espalda.
-Está llegando una lanzadera desde Denon,
comandante. El Vicealmirante Tallatz va a bordo.
Baylo se incorporó junto a la barandilla.
-Ese debe de ser el último de los invitados de
Palpatine... del Emperador para su
reunión. –Comprobó la hora-. Navegante, traza nuestra ruta hiperespacial a...
-Ya lo he hecho, señor –exclamó una voz femenina
desde el pozo.
-Yo seré quien valore eso.
Obligando a que sus pies atrofiados dieran un paso
y luego otro, Baylo bajó laboriosamente los escalones hasta el pozo de mando.
Una mujer de piel marrón oscura, vestida con el uniforme gris de los cadetes,
apartó su silla del terminal, permitiendo que el anciano se acercara. Mostraba
un atisbo de sonrisa confiada mientras Baylo leía el monitor.
-Estoy impresionado, cadete –dijo-. Llegarás
lejos... al igual que esta nave. ¿O tu intención no era trazar un curso al Espacio Salvaje?
La sonrisa de la cadete se desvaneció. La joven
miró más allá del hombre, revisando sus cálculos, súbitamente confusa.
-Es un curso a Christophsis, señor, donde el Peligroso se reunirá con nosotros.
-Has pasado por alto tener en cuenta una
singularidad en nuestra ruta que reconfigurará nuestro recorrido hiperespacial
de un modo de lo más sorprendente. Ahora sabemos quién será nuestro próximo
almirante –añadió con un bufido. La joven se apartó humillada mientras Baylo
comenzó a trabajar en la consola. Tras un instante de trabajo, dio un paso
atrás-. Ya está. Pequeño ajuste, gran diferencia. –Miró a uno y a otro lado-.
Oídme todos, los detalles importan. Una armada no se construye a base de
capitanes... sino de tripulaciones que son cuidadosas con su trabajo.
-Sí, comandante –fue la respuesta de los cadetes.
Consciente de la mirada de Vader, Baylo alzó la
vista hacia el Señor Oscuro.
-No aprenden de inmediato, pero aprenden. Obtengo
resultados. Puede decirle eso a su Emperador.
-Él es también su Emperador.
Eran las primeras palabras que Vader había dicho
delante de los estudiantes, y varios de ellos se removieron en sus asientes al
escuchar su potente voz.
Pero si Baylo estaba agitado, no lo demostró.
-Lo siento, se me ha olvidado... ¿Cuál dijo que era
su relación con el Emperador?
-Será mejor para usted que nunca lo sepa.
Esta vez, Vader logró una reacción. Baylo se
enderezó –una ardua proeza para él- y golpeó con la mano el respaldo de la
silla de la mujer a la que había corregido.
-Bueno, aún puedo enseñar un par de cosas a mi
gente. Servicio de correo adicional para ti, Sloane, una vez que acabes aquí.
Puedes pensar en navegación mientras buscas tu camino por la nave.
-Sí, comandante –la cadete regresó a su estación y
miró con gesto ausente la pantalla ante ella, tratando de comprender su error.
Baylo avanzó cojeando de vuelta a las escaleras.
-Ya tienes la configuración. Llévanos al
hiperespacio en cuanto se haya completado el atraque del almirante. Necesito
prepararme por si me necesitan. –Subió con dificultad los escalones y pasó
junto a Vader-. Seguid con vuestro trabajo, cadetes.
Vader vio salir al envejecido comandante... y
entonces pensó en la conversación. El hombre que una vez había sido Vader se habría
enfurecido ante tal tratamiento. Todos sus maestros Jedi pensaban que eran más
listos que él. Y eran tan engreídos, siempre aparentando que conocían algún
secreto del universo que él era indigno de aprender. Todo era una mentira, una
falsa fachada para ocultar sus debilidades. Era Darth Sidious, ahora Emperador,
quien tenía los secretos, no ellos. Había sido un placer demostrar que todos
ellos estaban equivocados.
Pero Sidious estaba ahora en el mismo papel de
maestro, y estaba haciendo muchas de las mismas cosas: actuar como si él fuera
más listo, y dosificarle la información sólo cuando él quería. Vader había
cambiado todos los maestros del consejo Jedi por uno solo. Uno mejor, eso lo
sabía: los secretos del poder que Sidious compartía eran reales. Y sin embargo,
por muy diferente que fuera su relación maestro-aprendiz, había servido a
Sidious el tiempo suficiente para tener esa sensación familiar. El Emperador tenía
otra cosa que hacer... y había dado a Vader un trabajo sin importancia para
mantenerlo ocupado.
No. Ese
concepto chocaba de frente con algo que hace tiempo que Vader sabía sobre sí
mismo. Cualquier trabajo que yo haga es
importante... porque soy yo quien lo
está haciendo.
Con su capa ondeando tras él, Vader descendió por las
escaleras al pozo de mando. Allí, al fondo, estaba sentada la cadete humillada
de antes.
-Tallatz ha desembarcado –dijo su vecino-. Su
lanzadera ha partido.
Sloane miró fijamente de nuevo los números ante
ella y suspiró.
-Las coordenadas del comandante están fijadas en el
ordenador de navegación. Preparados para saltar al hiperespacio a mi señal.
-Espera.
La voz de Vader la sorprendió, y ella se volvió en
su silla. Sus ojos marrones se abrieron como platos al alzar la mirada hacia
él.
-¿Sí, milord?
-¿Qué es lo que ves?
-N-nada.
-Temes contradecir a tu maestro.
Ella se agitó en su asiento.
-Milord, no quiero decir que el comandante se
equivoque en su...
-No. Eso es exactamente
lo que quieres hacer. –La mujer había ocultado sus emociones a sus compañeros,
pero no podía engañar a Vader. Había sentido su rabia al ser avergonzada... y
había estado hirviendo desde entonces, logrando finalmente atravesar los
preocupados pensamientos del propio Vader-. Habla, cadete...
-Sloane. –Tragó saliva-. Rae Sloane, de Ganthel. –Señaló
el panel detrás de ella-. He estudiado nuestra orientación y he hecho los
cálculos, con el ordenador y sin él. Algo no cuadra...
***
Baylo estaba esperando en la antecámara cuando
Vader entró en la cubierta administrativa. Con un antiguo gabán, atuendo de
gala de la época en la que él era un estudiante, Baylo se inclinaba junto a un
gran ventanal observando el fluir de las estrellas del hiperespacio. Vader vio
que usaba el marco de la ventana para apoyarse. Parecía viejo, incluso para él.
Se irguió al ver a Vader.
-Le dije que estaríamos de camino a tiempo.
Vader no dijo nada.
-Hmm. –Baylo miró la puerta cerrada-. No estoy
acostumbrado a esperar fuera de mi propia oficina.
-No es su oficina.
Baylo miró a Vader... y soltó una leve risita.
-Lo que usted diga –dijo. Antes de que el anciano
pudiera volver su mirada al exterior, la puerta de la oficina se abrió. De ella
salieron tres mujeres y un hombre, todos ellos almirantes: jefes de las
diversas ramas de la Armada Imperial. Cada uno de ellos miró brevemente a Baylo
y se dirigieron en silencio al ascensor.
Eso hizo que el comandante frunciera el ceño, pero
sólo por un instante.
-El Emperador nos recibirá ahora –dijo Vader.
-¿Quién le ha dicho eso?
Vader se limitó a señalar la puerta. Encogiéndose
de hombros, Baylo tomó aliento y comenzó a acercarse, seguido como una sombra
por el Señor Oscuro.
El capitán del Desafío estaba de pie en su propia
oficina, con las manos entrelazadas y mirando al frente. La sala no tenía
ventanas salvo por un único portillo; y las paredes estaban cubiertas de placas
e imágenes que mostraban los nombres y rostros de pasadas promociones de
cadetes. Vader pensó fríamente en la sala, un patético altar de un pasado que
pronto sería olvidado. Un marco adecuado, por otra parte: sentado en el
escritorio de Baylo, la figura de capucha negra del Emperador comenzó a
describir sus planes recién trazados para la Academia Imperial. Incluían varias
modificaciones en la estructura de operaciones, haciendo que el organismo
respondiera más ante él. Y otro cambio más:
-El Desafío se acerca a la obsolescencia... y no emplearemos a nadie
que no responda al mando. La “Escuela Baylo”, como usted la llama, será
integrada en el centro de entrenamiento existente en Corellia. Y usted ocupará
un asiento en el instituto de navegación en la superficie del planeta.
-No.
El Emperador quedó aún más
sorprendido que Vader por la respuesta de Baylo.
-¿Cómo dice? –dijo su Maestro, con
una voz cercana a un siseo.
-No, no transferiré esta nave a su
nuevo mando. –Todavía tan erguido como su retorcido cuerpo le permitía, Baylo
señaló con la cabeza el gran sello en el muro, a la derecha de su escritorio-.
El Desafío fue comisionado por la
República Galáctica... y destacado a mi mando para que aquellos que entrenaran
aquí pudieran servir a esa República. No reconozco la legitimidad de su nuevo
orden.
El Emperador frunció el ceño.
-No me venga con juegos,
comandante. Tanto si ha tenido tiempo para cambiar la decoración como si no, la
República ya no existe. El Senado decidió...
-...disolver su pacto con la gente
–dijo Baylo, elevando el volumen de su voz-. Aquello a lo que juré lealtad ya
no existe. Considero el Imperio Galáctico como un poder hostil... y no puedo
cumplir esas órdenes. –Introdujo la mano en su chaleco, un acto que atrajo
inmediatamente la atención de Vader. Pero antes de que pudiera hacer uso de la
Fuerza para alcanzar su sable de luz, Vader vio que Baylo extraía una tableta
de datos-. Esto es mi dimisión.
Se la ofreció al Emperador.
El Emperador se limitó a mirarla
fijamente. Y entonces soltó una risita.
-¿Un republicano, Baylo? Me habían
dicho que usted era más inteligente.
Viendo que nadie la recogía, Baylo
devolvió la tableta de datos a su bolsillo.
-Por supuesto, estoy dispuesto a
permanecer en el calabozo hasta que lleguemos a nuestro destino. Comprendo la
necesidad de mantener el orden en una nave. –Miró fijamente al Emperador-. Pero
el lugar del orden es el ejército. No la vida civil. –Baylo volvió la mirada a
Vader. Al no obtener respuesta, el comandante se encogió de hombros. Alzó la
mirada al portillo, y a las estrellas que pasaban al otro lado-. Disfruten del resto
del viaje. Supongo que puedo marcharme.
Vader dio un paso hacia Baylo. Él
también había estado observando las estrellas que pasaban en el exterior
mientras escuchaba el pequeño discurso del hombre... y esperaba a ver la
reacción del Emperador. Baylo se volvió para descubrir a Vader avanzando hacia
él.
-Otra vez este tipo –dijo Baylo
apretando los dientes, tratando de no mostrar ningún temor-. No me importa si
me mata.
-No –dijo Vader. En eso tiene razón-. Porque cree que ya
está muerto.
El Emperador miró intensamente a
Vader.
-¿Sus achaques?
-No. Trazó un curso que causaría
que el Desafío saliera del
hiperespacio en Christophsis... y se precipitara en el sol.
El Emperador abrió un poco más los
ojos.
-He revocado sus órdenes.
Entonces los ojos del Emperador volvieron
a entrecerrarse.
-¿Y? –preguntó su Maestro.
Como si fuera la respuesta, el Desafío regresó al espacio real en ese
instante... con millones de kilómetros de seguridad entre él y la mencionada
estrella. Vader podía verla brillar en el exterior del portillo, junto con algo
más: el Peligroso estaba allí,
aguardando como se le había indicado.
Al verlo, Baylo profirió una
obscenidad. El Emperador también lo vio.
-Muy bien, mi viejo amigo. –Miró con
amabilidad a Vader-. Esto es parte de lo que esperaba de ti; ocuparte de los
problemas insignificantes para que yo pueda centrarme en los asuntos más
grandes.
Vader sintió un arrebato de
orgullo. Había sospechado que era una prueba que el Emperador había puesto en
su camino; en cambio, había descubierto algo que su Maestro había pasado por
alto. Incluso así, la palabra “insignificante” aún no le sentaba bien a Vader,
y pudo advertir que a Baylo le molestaba aún más.
-¿Tiene algo que decir? –preguntó Vader.
-Puede estar seguro –dijo Baylo,
dejando a un lado la prudencia. Se había derrumbado al descubrir el fracaso de
su plan, pero al concentrar su dolor y su ocio en el Emperador parecía haber
ganado fuerzas-. Le he observado a usted y a sus secuaces, Palpatine.
Corrompiendo la armada, poco a poco durante las Guerras Clon. Convirtiendo algo
noble, algo que pretendía ser un escudo, en un arma. En algo opresivo. ¡Un servicio que necesitó
generaciones para gestarse, por el que mis estudiantes han dado sus vidas! –Señaló
con el índice las imágenes de la pared-. Soy mayor que usted, “Emperador”... no
importa el aspecto que tenga ahora. ¡Recuerdo cuando ese era un título
honorable!
Vader había estado esperando la
airada represalia de su Maestro desde que Baylo abrió su irrespetuosa boca,
pero en lugar de eso el Emperador parecía divertido.
-Habría matado a varios de sus
propios colegas.
-Traidores, tratando de salvar sus
puestos.
-Y a una tripulación de cadetes
suyos, ¿todo por venganza?
-Un destino mejor que convertirles
en droides. Porque es eso lo que quiere, ¿no es cierto? Esclavos sin mente,
simples robots en su...
Las palabras se atascaron en la
garganta de Baylo... al igual que su aliento. Vader apretó los dedos de su mano
derecha, convocando el lado oscuro de la Fuerza para aplastar la tráquea del
comandante. Cayó sobre la cubierta como un toydariano al que le hubieran
cortado las alas; una comparación no muy desagradable, pensó Vader.
Pero la sonrisa del Emperador se
desvaneció.
-¡Lord Vader! –dijo, levantándose
de su asiento-. No te he ordenado matarle.
Vader miró al Emperador y no dijo
nada. De nuevo a solas, eran maestro y aprendiz, Sidious y Vader: y el Señor Sith
de mayor edad habló con libertad y furia.
-Habría mantenido con vida al
desdichado, para sentir placer con su dolor mientras transformaba su Armada...
mientras desguazaba su preciosa nave convirtiéndola en bandejas de cafetería. –Reflexionó
mientras observaba el cadáver-. Y un maestro que mataría con tal facilidad a
sus estudiantes podría moldearse en algo que me resultara útil.
-Era una amenaza –dijo Vader-. Ha
sido eliminada.
Sidious hizo una mueca de
disgusto.
-De todas formas, yo no lo había
ordenado.
-Era una cosa insignificante, una
de esas que usted espera que yo me
ocupe de ellas. Mi modo es más rápido –dijo Vader, antes de refrenarse y
añadir-: …Maestro.
Sidious le miró. Pero antes de que
pudieran cruzarse más palabras entre ellos, sonó el timbre de la puerta.
-Entre –dijo el Emperador.
La puerta de abrió deslizándose, y
Sloane dio un paso adelante.
-Ha llamado el capitán Luitt del Peligroso –dijo. Reticente a mirar
directamente al Emperador y a su ominoso sirviente, buscó alguna otra cosa en
la que centrar la mirada-. Está listo para continuar su viaje a Ryloth tan
pronto como...
La educada cadete se quedó sin
palabras al descubrir el cadáver en el suelo. Soltó un jadeo.
-El comandante Baylo sucumbió finalmente
a sus heridas –dijo el Emperador, indiferente.
Sloane parecía aturdida. Baylo
había estado perfectamente la última vez que ella le había visto. Pero no podía
estar descontenta, pensó Vader: Baylo la había menospreciado en público. Sloane
probablemente se daría cuenta de ello más tarde, en cuanto recordara dónde
estaban sus prioridades. Era inteligente, y la gente inteligente se daba cuenta
de esas cosas.
Pero ahora el Emperador reclamaba
su atención al pasar por encima del comandante caído de camino a la salida.
-Tengo una instrucción adicional
para que usted comunique a sus superiores en la Academia.
-¿S-sí, milord?
-Se cambiará el nombre de esta
nave de entrenamiento –dijo el Emperador, mirando lleno de intención a Vader-.
De Desafío... a Obediencia.
-Por... por supuesto. –Hizo una
inclinación de cabeza y se dispuso a seguirle.
Y Vader también.
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